Azotes de placer

Esta es una historia real, cuando vivía en Palermo, buenos Aires, escuchar las azotainas que mi vecina le daba a sus hijas me llevo a un sin fin de placeres desconocidos, es una historia de dominación, spanking, lesbianismo

AZOTES DE PLACER

Cuando fuimos a vivir en lo que había sido un vetusto inquilinato de Palermo viejo, reconvertido varios años después en salón comercial al frente y media docena de pequeños departamentos al fondo vinculados por un largo pasillo común, la vivienda contigua la ocupaban los Bolowsky, una familia de asiáticos, posiblemente rusos.

Aquella familia, compuesta por una joven mujer y sus cuatro hijas, –según supimos después-  permanecía en Buenos Aires esperando trasladarse a los EE.UU para reunirse con el marido, que trabajaba allá, cuando éste consiguiera el permiso de residencia definitivo.

A los rusos resulta difícil acertarles la edad, pero la mujer, de baja estatura y rubios cabellos lacios, no debía tener, -de acuerdo a mis cálculos-. más de treinta y cinco años y las hijas, la mayor entre catorce y quince en tanto la más pequeña alrededor de diez.

Gozaban sin duda de buena posición económica porque todas vestían bien aunque ninguna trabajaba. Las chicas sólo asistían regularmente a una de las academias de lengua inglesa del Barrio.

Se mostraban muy amables y corteses con todos los vecinos aunque no mantenían trato ni amistad con nadie. Nosotros sólo veíamos a las chicas cuando iban a clase o cuando salían de compras, el resto del tiempo permanecían en la casa. Únicamente los domingos madre e hijas salían juntas para ir hasta el locutorio vecino a hablar por teléfono a Estados Unidos.

Por la disposición interna de ambos departamentos, los baños estaban conectados a un mismo conducto de ventilación. El deficiente aislamiento acústico de ese hueco, permitía escuchar todo lo que ocurría en la otra vivienda.

Como entre ellas hablaban en su idioma nativo, no tenía posibilidad de enterarnos de lo que conversaban, pero si bien sus palabras resultaban ininteligibles, ciertos sonidos que nos llegaban con claridad, revestían, en cambio, significados concretos, inconfundibles e inequívocos.

Enseguida, los ruidos que oíamos a través del indiscreto tubo de aireación nos permitieron saber, que el baño era usado también como cuarto de castigo, tal vez debido al espacio reducido de la vivienda que contaba apenas con dos habitaciones y una diminuta cocina. Allí las muchachitas recibían bastante a menudo las maternales azotainas de la señora Bolowsky

Los chasquidos que, mezclados con el griterío de la víctima, atronaban el espacio, resultaban por demás elocuentes. No se trataba de un juego, ni de una parodia, eran el producto de sabios azotes administrados con calma europea

Confieso que al principio aquellas palizas me resultaron chocantes, no resulta agradable oír gritos de dolor de nadie, aunque a fuerza de escucharlos uno termina acostumbrándose a ellos, en especial al advertir que las supuestas víctimas actúan normalmente de acuerdo a la edad, pues también oíamos sus juegos, cantos y  risas, así como las veíamos con una permanente sonrisa en los labios.

En mi caso cada azotaina la transfiguraba, le alteraba el ritmo cardíaco, me aumentaba la efusión de adrenalina, en una palabra me provocaba una revolución interna, muy difícil de explicar.

"...No me gustaba vivir en aquel barrio. Nos mudamos sólo porque Lisandro había insistido en el lugar por la comodidad que representaba poder movilizarse a pie a su trabajo.

Nuestras vecinas, la señora Bolowsky con sus cuatro hijas, todas muy jóvenes, bonitas, educadas y sobre todo reservadas. Aunque no hablo una sola palabra de ruso, mi inglés no es tan malo así que cuando tenía oportunidad de encontrarme con ellas y cambiar algunas palabras así pude conocer algunos detalles de sus vidas, como que su papá residía en Estados Unidos y ellas estaban esperando su residencia y en tanto aprovechaban el tiempo estudiando inglés.

En una oportunidad las crucé en el pasillo, mientras regresaban. Nos saludamos, en ese momento advertí que la madre iba con cara de enojo mientras las chicas lo hacían con la cabeza gacha.

Una vez en la calle me di cuenta que había olvidado las facturas que debía pagar, de modo que regresé a casa. No bien entré al pasar frente a la puerta del baño oí como la vecina estaba reprendiendo a alguna de las hijas, por supuesto no entendía nada de lo que les recriminaba la señora Guong, pero el tono de su voz no dejaba lugar a dudas.

Me quedé allí tratando de descifrar lo que ocurría entre ellas y no tardé en oír unos chasquidos seguidos de lamentos por el ruido deduje que se trataba de una mano abatiéndose repetidamente sobre la piel.Mi morbo comenzó a funcionar, supuse que aquello se tratada de una paliza en toda regla de modo que pegué mis orejas al ventiluz para asegurarme y no perder detalle.

No sé porqué, pero las expresiones, el tono empleado por los rusos induce a pensar que están permanentemente enojados, aunque no sea así, pero ese día la señora Bolowsky se notaba especialmente enfadada. La azotaína duró unos quince minutos durante los cuales mezclados con los chasquidos de los azotes, se oyeron primero los gemidos y por último llantos de dolor. No soy metida, pero… aquella zarabanda me excitaba incitándome a querer saber más.

No me preocupaba en ese momento entrometerme en la intimidad ajena aunque me intrigó después la causa de mi excitación. En cierto momento advertí que la llorosa se retiraba de allí pero la señora Bolowsky no había dejado de reprender a otra de las hijas. Los azotes no tardaron en recomenzar, reconocí en medio de las súplicas la voz de una de las mayores. Esta vez los golpes resonaban con más fuerza y durante los quince o veinte minutos que duró la azotaína, también cambiaron los sonidos de los azotes, de modo que supuse que la chica estaba siendo azotada con diferentes instrumentos.¡Por Dios! ¡Qué excitación me poseía! En mi mente imaginaba a la señora Bolowsky con la hija sobre sus rodillas nalgueándola de firme con la mano en tanto la pobre pataleaba y lloraba.

Al percibir luego sonidos más secos supuse que reemplazaba la mano por algún objeto de madera: un cepillo, tal vez….

Absorta en lo que sucedía del otro lado del departamento perdí noción del tiempo. Cuando tomé conciencia de ello Romina estaba a mi lado.

-¿Qué ocurre? ¿Qué hacés en el baño? ¿Te sentís mal?

-No… no, estoy bien. Pero no te imaginás lo que acaba de pasar con nuestras vecinas… Escuchá…

Romina es la mujer que amo y la amo porque es especial. Creo que debe de ser la única mujer en la tierra y en el universo que me permite expresarme de la forma que lo hago: avasalladora, entreverada, nerviosa… procuro decirle mil cosas en un minuto y que además me comprenda. Ella me deja hablar  siempre, pero demora en responderme porque, supongo yo, necesita traducir lo que digo a un idioma coherente, interpretar lo que dije, pensar la respuesta adecuada para que no me enoje y luego expresarse claramente para que yo pueda entender. No es una tarea fácil ni es para cualquiera, por eso la amo.

Le expliqué lo sucedido y la extraña emoción que me había embargado mientras esa mujer azotaba a sus hijas al imaginar la forma en que lo hacía. la buena de Romi me miraba sin compartir mi exaltación, aunque trataba  de comprenderme. No entendía porqué tenía aquel extraño brillo en los ojos, ni aquella particular forma de relatar los hechos con tantos  detalles.

Lo sucedido pasó para ella como una anécdota más, pero no para mí. A partir de aquél día viví pendiente de todas las conversaciones, tonos de voces, ruidos, en fin todo lo que sucedía en aquella vivienda… Y después, cuando ella llegaba yo me apresuraba a contarle lo sucedido.

Una pregunta rondaba continuamente en mi cabeza: ¿Porqué me excitaban tanto esos azotes y aun con sólo pensar en ellos? ¿Qué sentirían esas chicas cuando eran azotadas? Y más aún… ¿Qué sentiría yo si me azotaran?

Este tema me obsesionaba al extremo que a veces me costaba dormirme. En mi fuero íntimo deseaba fervientemente ser azotada como lo eran esas jovencitas, pero… no me animaba a confesárselo a Romina. ¿Qué pensaría de mí? Probablemente que era una degenerada o una desviada sexual, así que prefería hablarle del tema a ver si ella se daba cuenta de lo excitada que me ponía cuando se lo contaba. Pero no… él sólo me escuchaba hablar, me sonreía con esa sonrisa pelotuda que  tanto amo, y nada más. ¡Qué días difíciles pasé! y qué noches insomnes sin que nada  calmara mis ardores, ni siquiera hacer el amor con ella, porque a nuestra relación le faltaba algo: los azotes.

Un atardecer, salí al pasillo a tomar un poco de fresco y al asomarme vi a la señora Bolowsky con el rostro sombrío y un esepecie de rebenque en la mano. Mi corazón comenzó a palpitar de una forma incontrolable cuando escuché unos pasos apresurados por el largo corredor: era la mayor de las chicas Bolowsky. A medida que se acercaba la madre levantaba el tono de  voz  mostrándole el rebenque. No bien cerraron la puerta tras ellas, marché corriendo al baño. Sólo percibí la voz maternal y en  tono apenas audible la chica le contestaba con monosílabos.

Como mi oído estaba ya entrenado, las seguí hasta que llegaron al baño. Poco después escuché como  la mano de la mujer caía sobre las nalgas de la chica. Luego de la mano, comenzó a caer sobre la jovencita la temible correa.  El sonido de la lonja de cuero era algo diferente, y los gritos de la chica también. Imaginé aquel culito cruzado por franjas rojas en diferentes sentidos.

En determinado momento la azotaina se detuvo, pero solo para reanudarse un momento más tarde,  con algún objeto más rígido pues los golpes resonaban secos retumbando en aquella estrecha habitación. Los sollozos de la muchachita no ablandaron a la mujer, que con voz dura y tono severo continuaba reprendiéndola…

En esa oportunidad esperé a Romina más ansiosa que nunca. Cada segundo me parecía una eternidad. Ni  bien abrió la puerta me arrojé en sus brazos y comencé a besarla de una forma frenética y desaforada. Estaba fuera de mí sin poder evitarlo. Esta mujer maravillosa con la que comparto mi vida no entendía nada, aunque agradeció y retribuyó con creces mi demostración de cariño.

Le conté lo sucedido mientras cenábamos, y le seguí contando cuando nos acostamos. Estaba tan nerviosa, tan deseosa de una azotaína, de saber qué se sentía, era tal mi grado de excitación que en un arranque de valentía mezclada con locura y lujuria, con la voz temblorosa por la que podría ser su reacción, le pedí a Romi que me azotara.

-Amor… no puedo más. Quiero saber que se siente, porque esto se ha convertido para mí en una obsesión.  Por favor… ¡azotame!

Me miró como si yo estuviera loca. No sabía qué hacer, lo había tomado totalmente de sorpresa. Así que simplemente lo miré a los ojos, rocé mis labios en los suyos, y me crucé sobre sus rodillas luego de mirarlo con todo mi amor…

Como siempre, tardó unos minutos en reaccionar. Comenzó a frotar mis nalgas y a darme unos más que tímidos golpecitos en la colita. Cuando se animó a bajarme la ropa interior sentí como que quedó paralizado… Él sabe cuán impaciente soy para todo, así que como por instinto comenzó a nalguearme, tuvimos una noche de sexo desenfrenado y mi colita quedo muy roja, hicimos el amor como nunca., quede extasiada de placer.

La semana siguiente fue el cumple de romina y yo me quede a preparar, todo decore la casa inflé los globos que a ella tanto le gusta como a mi, sabia que entre los azotes y los globos la íbamos a pasar genial, de más esta aclara que ambas amamos el balloon fetish.

Le mandaba fotos desde mi iphone inflando globos o hot o pecon la fusta que ella usaría hoy al verla me manda un whatsapp, veo que mi nena quire chirlo y lo tendrá estas loca yami, te amo.

Cuando Romi llego había en la mesa sandwichs de miga que a ella le encantan un buen vino y de plato principal sushi, cenamos, y terminamos sin ropa en el sofá.

-a mi nena se porto mal dijo romi mientras se ponía el sex toy que me volvía loca, ahí no mas me empezó a dar nalgadas.

El primer azote fue sencillamente delicioso, me picó pero no me dolió, las endorfinas comenzaron a liberarse por cantidades enormes y mi gozo era cada vez mayor. Sentir la piel enrojecerse, sentir cómo la sangre se agolpa en ese lugar, la sensación que da el contacto de la mano con la suave y delgada piel de las nalgas, sus caricias para enfriar en algo el calor producido por el azote, el picor mezclado con el dolor y el placer. Un cóctel de emociones y sensaciones totalmente nuevas y maravillosas para mí… y también para él, que al ver mi reacción ante las nalgadas dadas con su mano tuvo el suficiente coraje para vencer preconceptos y, finalmente, sacarse el cinturón que yo le había regalado con este secreto fin.Oír correr el cinto por las presillas de la mini, escuchar el chasquido que hace el último tramo al ser liberado, sentir cómo lo dobla en dos mientras mira con deseo, amor y pasión las nalgas de la mujer que ama y que se le entrega como una ofrenda sagrada para goce de las dos."

Luego me penetro la vagina mientras me succionaba mis pechos, completamentes erectos, yo estallaba de placer, me hizo poner en cuatro y me azotó con la fusta, la cola y los muslos mientras me hacía inflar un globo, cuando el globo estaba completamente inflado, me lo hizo atar y me lo paso por todo el cuerpo, luego me penetro analmente con un dildo mas chico, a lo que estalle de placer.

Todo esta historia es real y agradezco a la sra Bolowsky sin ella nunca me hubiera animado a tan gran cosa con romina.

Espero que les guste y disfruten del relato como yo disfrute en la vida real y quería compartir con ustedes.