Azotada y humillada con la zapatilla
Aquí relato la que quizás fue la experiencia más intensa y variada de aquel año. Donde fui azotada con una zapatilla, lamida por un perro y penetré con la mano el chocho de otra chica de casi mi misma edad.
Mi amiga Clara me quiere mucho, pero a su manera. Hace tres años de esto, yo tenía diecinueve años. Mi amiga Clara me llamó por teléfono, diciéndome que, esa semana, no me penetraría analmente su novio allí en su piso y delante de ella; como había hecho la semana anterior. Había sido un detalle por su parte que ella hubiera supervisado la penetración anal que me práctico su novio Joaquín; porque al ser en su piso, sus amigotes no se sumarían "a la fiesta" con cualquier excusa de Joaquín como habían hecho varias veces. A cambio de no ser sodomizada esa semana, quería Clara que le hiciera un favor a Joaquín, así me lo explicó Clara:
—Beatriz, La hermana de Joaquín tiene dieciocho años y está hecha un lío; te cuento: A preguntas de Joaquín, Susana, así se llama, ya la viste tú en aquella fiesta, le dijo a su hermano el porqué estaba irascible ella, es que tiene dudas sobre su sexualidad, que puede que le gusten las chicas o quizás no. Que quiere probar, y Joaquín le ha dicho que conoce a una rubia preciosa, tú, que también quiere probar, y que si prueba contigo, no se enteraran sus amigas ya que tú no las conoces.
—Vale Clara, como tú digas, no la recuerdo bien, ¿es bonita?
— Es casi tan guapa como tú, no tanto como tú, pero en vez de rubia es de piel blanca y de cabello negro, es muy tierna. Pero me ha dicho Joaquín que solo la beses y la acaricies, que es virgen, lo es por sus dudas, y no quiere que os comáis los chochitos ni le hagas nada raro.
—Vale, Clara.
—Beatriz, te lo digo en serio, si te propasas con ella, tu que estás más rodada, te castigaré como no lo he hecho hasta ahora, te azotaré fuerte el trasero, ¿entendido?
—Entendido, no te preocupes Clara, seré obediente y tampoco le diré que tengo experiencias.
—Así me gusta, que seas obediente, te mando su dirección, pásate por su casa mañana a las cinco de la tarde, que vallas guapa, estará sola, sus padres están de viaje. Ahora, antes de irte, Beatriz, quítate los zapatos y las medias que quiero orinar sobre tus pies.
Me quité mis zapatos de tacón, me desabroché el liguero y me quité las medias. Sentada yo en una silla, Clara se puso delante de mí de pie, se alzó la falda y como no tenía bragas, directamente se situó sobre mis pies, separó las piernas y comenzó a mearse sobre mis pies. Su chorro de orines había empapado las uñas pintadas de rojo de mis pies, me dijo después de bajar de nuevo su falda:
—Bueno, Beatriz, lávate los pies y limpia esto con la fregona, gracias.
Al día siguiente llegué a casa de Susana a las cinco en punto, era un bonito chalet en una zona residencial. Abrió enseguida, preciosa, llevaba ella una falda vaquera y una camiseta blanca de algodón, yo llevaba un vestido rojo muy corto, sin braguitas ni medias, solo mis zapatos negros de tacón. Me dijo la chica, que parecía más de un año más joven que yo, estaba verde, claro:
—Encantada de conocerte Beatriz, la verdad es que mejor lo dejamos, al verte tan guapa me ha dado mucha vergüenza.
—A mí también, pero podemos hablar, ¿no?, y tomar un café; ¿verdad?
—Claro que si Beatriz, que tonta soy y que poco cortés, pasa, pasa.
Nos sentamos en un sofá juntas, tomamos café y hablamos tranquilamente, era tan dulce que me daban ganas de besarla. Susana llevaba los labios pintados solo de brillo, yo de rojo vivo. Le dije:
—Susana, que a gusto estoy contigo, en la mejilla si te puedo besar, ¿verdad?
—En la mejilla si vale.
Con una mano rodeé su cabellera oscura y la besé en la mejilla; su piel era tan suave como mis labios, su perfume me gustó. Le di pequeños besitos en esa mejilla, entreabrió los labios de placer. Besé su mejilla junto a la comisura de sus labios, suspiró y abrió más la boca. Me puse cara a cara con ella y le metí la lengua en la boca. Con mi lengua; jugué con sus dientes, con su lengua y con su paladar. Susana jadeaba y suspiraba, abriendo la boca más y más, entregada a una servidora. Su boca era limpia, su aliento fresco y sus dientes blancos como la leche. Le mordí los labios, los manché con mi carmín...
—Beatriz, dijiste que sólo en la mejilla, como eres, jo.
—Me gustas mucho, Susana, tan tierna, ¿cuántos años tienes?
—Cumplí dieciocho la semana pasada, ¿y tú Beatriz?
—Yo tengo diecinueve.
—Sabes, siempre me han atraído las rubias guapas como tú, más que otras.
Sin preguntarle, me puse delante de ella y le metí las manos bajo su falda vaquera, agarré sus bragas y se las saqué por los pies. Su cara era de sorpresa, pero también de emoción. Le dije:
—Susana, separa las piernas y pon los talones en el borde del sofá.
Hizo lo que le dije, su chochito estaba sin arreglar, tenía una mata de pelo negro y rizado que le llenaba todo el chocho, pero era muy bonito, muy bien repartido. Me puse de rodillas delante de ella, con mi boca a la altura de su raja. Ella nerviosa me dijo:
— Beatriz, ¿qué vas a hacerme?
—Te voy a comer el chocho hasta que te corras en mi boca; ¿me dejas?
—No sé, bueno, vale, jo que corte.
Sonrojada, ella cerró los ojos, los labios internos de su sexo, rosados y generosos salieron al exterior inflamados y con formas retorcidas y bellas. Acerqué mi boca a su sexo y con mis labios atrapé sus pliegues íntimos; que calientes y lubricados, olían y sabían a limpio. Mientras chupeteaba su sexo, claramente recién duchada ella, Susana suspiraba y jadeaba sonoramente. Bajé mi larga lengua y entré pelos rizados lamí el agujero de su culo también. Mi boca recibió el impacto de su orgasmo, las gotas caían de mi barbilla sobre el sofá. Susana, suspiraba y lloraba...
—Qué te pasa Susana, ¿te has sentido mal?
—No, me he sentido muy bien, es que, ¡soy tan feliz!
Me puse de espaldas a ella, me saqué el vestido por la cabeza y, poniendo mi culazo en pompa frente a su cara, le mostré mi chocho totalmente rasurado desde atrás. Sentada como estaba ella, me comió el chocho desde detrás como no me lo habían comido antes, me corrí dos veces en su lengua. Le dije al darme la vuelta tras los orgasmos:
— Susana, ¿te gusta mi chochito rasurado?
—Mucho, ¡es lo más!, qué bonito.
—Susana, ¿quieres que te lo afeite a ti?
—Vale, se te ve tan fresquita así, aunque a mí me gusta tener vello.
—Lo que tú digas Susana.
—Sí, aféitamelo entero, probaré como me siento.
Encima de su cama, con su maquinilla íntima de afeitar y un tazón con jabón y agua caliente fui rasurando su chocho entero, el pubis también. El tazón, de unos quince centímetros de diámetro se llenó de rizos negros de ella. Se lo dejé pelado como el de una muñeca. Después, con las yemas de los dedos de mi mano derecha, acaricié su sexo muy suavemente, despacio, solo rozándolo con las puntas de mis dedos. Sobre su cama separé sus muslos suaves y claros, acaricié su culito también. En su raja metí tres dedos y amasé sus labios menores. Daba alaridos la morena, suspiraba. Fui metiéndole mis tres dedos más adentro, sentí un obstáculo, como una piel que estorbara; sofocada, al comprobar que era verdad lo que me había dicho Clara, le pregunté:
—Susana, ¿eres virgen?
—Sí, lo siento; con mis dudas no me he atrevido antes a empezar, pero que no te importe, hoy es un día estupendo para dejar de serlo.
Me sentí muy agradecida con su "regalo", sabía que aquello podía costarme una azotaina de Clara, pero no me importaba, me excitaba mucho desvirgar a otra chica, sería la primera vez que lo hacía. Ella tenía una pomada íntima y me la prestó. Me embadurne la mano y le metí cuatro dedos, mis dedos casi rompían su himen, pero faltaba un poco más... plegué el dedo gordo sobre los otros y pude entrar dentro de ella hasta mis nudillos. En ese momento algo se rasgó y un poco de sangre chorreó por mi mano. No le dolió, seguí moviendo mi mano mientras ella me decía que no parara, me decía:
—Beatriz, aggg, agggg, por favor, fóllame el coño con tu mano, métemela entera.
Seguí metiendo y sacando, como si mi mano fuera una cuchara y su chocho mi plato. Sin darme cuenta, en un achuchón, la muñeca de mi brazo estaba rodeada por los labios internos y externos de su sexo, fui muy feliz. Se corrió como un río, que barbaridad, con esa inundación fui atrevida y le metí otros cinco centímetros de mi antebrazo. Cogí el móvil, que estaba junto a mí sobre la cama y le hice una foto, desde mi antebrazo hasta su bonita cara. Parecía mi marioneta cogida por debajo. Miró mientras le hacía la foto, alzando un poco más su cuerpo, nos miramos a los ojos y le metí un poco más el brazo; dijo la joven:
— Me mandas copia de esa foto, y sin que se vea mi cara, la puedes mandar a quien quieras, me excita posar "empalada por tu mano".
— Gracias, Susana, así lo haré
—Pero, ¡joder!, Beatriz, me has follado con un brazo, me has tomado, me siento tan entregada a ti, ¿ya no dejarás de hacérmelo?, ¿verdad?
—Ya veremos, ya veremos.
Iracunda como su hermano y borde como él me dijo:
—Beatriz, si no me metes la mano todas las semanas, le diré a mi hermano que me lo has chupado, él no quería, dice que te dijo que solo caricias.
—Como quieras, si quieres decírselo eres libre, pero todo lo que te he hecho, incluso abrirte, han sido caricias. Lo hemos pasado tan bien que no me importa, pero obligaciones las justas, Susana.
Me vestí, cogí del tazón del afeitado de su chocho un buen puñado de pelos y los metí en mi monedero. Me despedí de Susana dándole las gracias por iniciarme.
Al llegar a mi casa sequé los pelos de su chocho en un plato sobre la estufa, con la impresora, saqué la foto en la que sostenía a Susana como a una marioneta, recorté su cara de la foto, metí la foto y los rizos de su coño en un sobre junto con una nota y llamé a un mensajero. El envío fue inmediato. Esa noche, Joaquín, al recibir el sobre, leería mi nota, vería los pelitos de su hermana y la foto, la nota decía:
—Joaquín, te mando un detalle con el permiso de tu hermana, como puedes ver en la foto en la que la tengo bien cogida, no tiene pelos en el chocho, sus pelos están en ese sobre, se lo he afeitado. Como ves, yo también se tomar lo que no es mío. Besos de Beatriz.
A las diez de la noche sonó mi móvil repetidamente, era Clara, mi amiga dominante de mí, me dijo entre gritos:
— Pero quien te crees que eres, ¿cómo le has podido hacer eso a la hermana de Joaquín?, él está muy disgustado, tanto que no quiere volver a verte, ¡ahora para satisfacerme te tendré que prestar a desconocidos! Vente para acá inmediatamente, coge un taxi o lo que sea, no tardes, que te voy a poner el culo rojo.
—Sí, Clara, voy ahora mismo, no tardaré.
De camino a su casa me sentía muy feliz, primero porque Clara me castigaría, y yo lo merecía y eso me excitaba. Lo segundo porque Joaquín ya no quería volver a verme, y eso era bueno para mí, cualquiera a quien me entregara Susana, sería mejor, pensaba entonces, que un tipo borde y poco aseado.
Al llegar a casa de Clara me abrió al momento. Yo llevaba una minifalda blanca, corta y de vuelo, una braguitas también blancas y de encajes semi transparentes, mi blusa roja y mi cabellera rubia suelta; me dijo:
Beatriz, ponte de rodillas delante del sofá, con tu cuerpo apoyado en el cojín del asiento. Pon tus manos entrelazadas sujetando tu frente, bájate las bragas, súbete la falda, alza bien el culo y estate inmóvil mientras tomo mi cena.
Me bajé las braguitas hasta medio muslo, mi culazo claro con forma de corazón se alzaba en el salón como si fuera una Súper Luna. Pasó casi un cuarto de hora, me dolían las rodillas, mi culo desnudo se estaba enfriando. La escuchaba comer, como masticaba, las dos en silencio. Me daba temor pensar como me castigaría, cuando lo pensaba, me temblaban los cachetes. Tosió y me habló:
—Beatriz, zorra, mira para atrás y dime con qué quieres que te azote.
Volví mi cabeza y vi que tenía un pie descalzo y sostenía en una mano su zapatilla de paño azul. En la otro mano sostenía un bastón de madera. Lo vi claro, aquel bastón en manos de una mujer joven y cabreada podía dejar marcas, así que aunque me parecía muy humillante ver su pie descalzo para usar la zapatilla que llevaba puesta, era mejor que el bastón. Le dije a mi amiga:
— Si tienes que castigarme, mejor con la zapatilla.
Tiró el bastón de madera al suelo, posó la suela fría y de goma de su zapatilla sobre mi trasero y la dejó apoyada sobre mi glúteo izquierdo. Me preguntó:
— Beatriz, si yo soy la que mando en ti y te dije que solo caricias, ¿cómo has podido hacerle eso a la hermana de Joaquín?
—Porque Joaquín no manda en mí, si lo he dejado hacerme todo lo que me ha hecho, ha sido por ti, así que me importan una mierda los sentimientos de Joaquín. Y su hermana necesitaba un buen trabajo, y eso le he hecho, un buen trabajo. Pero es verdad que me lo dijiste, que sólo caricias, perdóname y castígame.
Clara no dijo nada, solo alzó la zapatilla y me cruzó el culo con ella, ¡que dolor!, sonó y dolió como una bofetada en la cara. Siguió dándome zapatillazos en el culo, unos zapatillazos me daban en un cachete y otros en el otro, ¡y algunos en los dos¡ Estuvo un buen rato, o se me hizo largo. Conté más de veinte zapatillazos, el culo me ardía, me ardía mucho. Me metió un poco de mermelada de melocotón en la boca con un dedo, yo seguía tendida sobre el sofá; me dijo la muy zorra:
— ¿A qué te gusta la mermelada Beatriz?
—Sí, Clara.
— A mi perro también.
Sentí relajación al notar como Clara untada mi culo con la mermelada, ¡la tía gastó medio tarro! Mi culo sintió algo de alivio al quedar impregnado con la mermelada. Mis rodillas eran un poema, llevaba en la misma postura de rodillas un ratazo. Clara salió del salón y a los dos minutos volvió a entrar sosteniendo a su gran perro con la correa. Me dijo:
— Beatriz, has sido tan perra con Susana, que esto me lo ha pedido Joaquín como castigo, ya sabes que mi perro no es agresivo y le encanta la mermelada.
Solté unas lágrimas, más que humillada me sentía degradada, Clara quería que además de comportarme como una perra, fuera una perra, del todo. Le dije:
— Clara, por favor, el perro no.
— Acuérdate, yo decido y tú haces, sin cuestionarme. No tienes obligación, desde luego, pero si rechazas a mi perro, ya puedes olvidarme. El solo te lamerá, no lo dejare penetrarte.
— Perdóname Clara por pedirte que no, que me chupe, no volveré a desobedecerte, que me chupe el perro, perdona otra vez.
Pensar el perderla me daba pánico, que lamiera mi culo el perro, era algo que me hacía sentir muy ordinaria, pero a la vez, terriblemente sumisa ante Clara.
El perro, muy grande, me daba lengüetazos en los cachetes, ¡y en mi raja!, ¡que lengua más áspera!, parecía que esa lengua arrastraba mis labios internos pegados a ella, y así era. Mi culo recibía los lametones de aquella lengua áspera por toda su piel, no dejó no una gota. Mi sexo asomando por detrás estaba empapado, la lengua del chucho me había excitado enormemente. ¡De pronto sentí como el perro clavaba sus patas delanteras en mi espalda!, ¡me quería montar! Instintivamente metí mi mano derecha entre mis muslos y con ella tapé mi chocho. Al momento Clara lo agarró con las dos manos y lo separó de mí.
— Beatriz, solo quería que te chupara, no quería que te montara, ya te lo dije antes, perdona, pero ya sabes cómo es. Ya has pagado lo de Susana, súbete las bragas y bájate la falda y vete así a tu casa, sin asearte, quiero que te sientas sucia por mí.
Me fui a mi casa en el bus, me ardía el culo y me escocía con la saliva del perro. Lloré de camino a mi casa, me sentía una auténtica zorra, pero estaba súper excitada por la gran humillación que me había aplicado Clara. Me duché durante media hora. Las marcas de la zapatilla me duraron una semana.
Gracias por leerme, besos de Beatriz.