Azotada en una boda.

Nadie sabe como la conversación derivó en las fantasías sexuales y menos aún como ella expuso la suya, la de ser azotada desnuda en presencia de varias personas. Aún menos explicable es como se decidió dar ese paso más que supondría llevarlo a la práctica. El caso es que se dieron las circunstancias improbables para que ocurriera aquello.

AZOTADA EN UNA BODA

La boda se celebraba en un antiguo convento, acondicionado y remodelado para hotel. Había bebido demasiado y acabó en un salón distante del principal.  No estaba sola, en aquel pequeño grupo estaban su marido,  otro matrimonio joven, dos muchachos, primos de la novia que habían venido de fuera para la celebración y el hermano mayor de ésta.

Nadie sabe como la conversación derivó en las fantasías sexuales y menos aún como ella expuso la suya, la de ser azotada desnuda en presencia de varias personas. Aún menos explicable es como se decidió dar ese paso más que supondría llevarlo a la práctica. El caso es que se dieron las circunstancias improbables para que ocurriera aquello.

Era una mujer hermosa, morena, delgada, de ojos grandes y formas exuberantes. En especial esas curvas principales donde se posan todas las miradas masculinas. Tenía 38 años y medía uno setenta. Aquel día además estaba maquillada, vestida y calzada para la ocasión lo que la hacía más deseable.

Su marido dio la aprobación, vencido por lo enérgico de la decisión de su esposa, la general aprobación de los presentes y un cierto morbo mal sano por tan erótico castigo público.

Luis, el hermano de la novia como participante en la organización del evento tomó la iniciativa. Localizó a uno de los encargados del hotel, que se acercó donde estaban, lo apartó y le indicó algo que los demás no pudieron oir.  El hombre se marchó volviendo al poco con una bolsa y una llave. Le indicó al hermano de la novia la ubicación exacta del lugar cuya puerta debía abrir aquella llave. Hizo ademán de retirarse pero antes de que lo hiciera Luis lo detuvo. Invitándole a que los acompañara.

Rosa tragó saliva, Luis le pidió que se levantara, le ordenó  que se quitara el vestido. Era uno negro de tirantas que se adaptaba a su cuerpo , de un tejido semejante al raso que incitan al tacto prohibido. Esta dudó por última vez, pero poco a poco obedeció. Lo dejó caer y lo recogió del suelo, llevaba un sujetador negro y un tanga del mismo color, ambos transparentes y con algún bordado. El tanga por detrás apenas era una cinta que separaba los espectaculares globos de sus nalgas.

El marido de Rosa la contempló como el resto, en él se mezclaban la excitación que veía en los otros con un arranque de mosqueo y de celos. Ella con el vestido en la mano no sabía que hacer,  María la otra mujer de aquel grupo la cogió. Luis exigió que Rosa se despojara del sujetador, ella enrojeció mientras lo hacía pero no se negó.

De la bolsa que había traído el encargado, Luis extrajo un pañuelo negro con el que le vendó los ojos, Luego le llevó las manos atrás y se las ató con unos borlones de cortina que estaban con las cosas que aportó el hombre del hotel. Otro de los borlones le fue colocado en el cuello a modo de correa.

El espectáculo era maravilloso y excitante. La mujer con los pechos al aire, atada, con la tira alrededor a modo de collar, apenas con un minúsculo tanga, las nalgas semidesnudas. Asís fue presentada por Luis a todos, en especial a su marido. Ella ya no podía ver, los pechos desnudos le palpitaban de la excitación.

-          Mejor que te quedes aquí.- dijo Luis al marido de Rosa cuando se la presentó así con la seguridad de una orden mas que de una sugerencia.

-          Sí , mi amor .- consiguió decir ella en apenas un susurro.

El marido no supo que hacer y en un arranque la besó en la boca.

María decidió quedarse con él, conservaba con cuidado el hermoso y caro vestido del  que la hembra que iba a ser azotada había sido despojada. Por un pasillo que daba a un patio se dirigieron al salón de las chimenas, Luis, los dos primos , el marido de María y el hombre del hotel.  Resonaban en las piedras los altos tacones de las sandalias de Rosa.

Y ella se dejaba conducir como una reina al lugar donde sería azotada como una esclava. El resto de los invitados, lejos de allí, permanecían ajenos a lo que iba a suceder, en aquel salón. María y el marido de Rosa, vieron al grupo alejarse, abrir la puerta de la estancia y perderse en ella , no sin antes volverla a cerrar con llave.

Continuará.