Azafata despechada VII y final
Bea realiza su último vuelo acompañada de todos sus amigos. Buenos Aires vivira su última noche como azafata.
Como toda historia, la mía también tiene un final.
Por última vez me ponía el uniforme de la compañía en mi propia casa para realizar mi último viaje como azafata. Por última vez salí al portal de casa a que la furgoneta de la compañía me recogiese y por última vez pase por la sala de tripulaciones. Mi último viaje me dirigía a Buenos Aires y en él como pasajeros me acompañaban mis amigos de toda la vida y mis hijos.
Había pensando mucho sobre llevar o no a mis hijos pues con ellos por medio tenia las manos atadas para darme mi festín final tan clásico entre nosotros, pero ellos insistieron y aunque no les haya nombrado mucho aquí, ellos en realidad son los protagonistas de mi vida. Habíamos quedado que aunque rompíamos nuestra propia norma no iba a haber nada de orgias, primero estaban los niños, ya no tan niños y segundo ya no teníamos el cuerpo ninguno de nosotros para mucho trote.
Braulio había reservado la primera clase para todos nosotros, era de las primeras veces en las que se saltaba las reglas de la compañía, y lo hacia por mi. En teoría los jubilados y empleados de la compañía que no son comandantes o directivos viajan en turista, pero en esta ocasión todos iban a viajar conmigo en primera haciendo la empresa la vista gorda con el upgrade.
La tripulación estaba compuesta por gente mucho más joven que yo, pero sabiendo lo que celebrábamos y quien era quien lo organizamos de una manera u otra participaron activamente en la fiesta.
El vuelo hacia Buenos Aires fue realmente movido, incluso debido a las turbulencias cayeron las mascarillas de oxigeno y algún que otro pasajero llego a ponérselas con la cara descompuesta, como si hubiesen tenido un orgasmo me comento Rosa cuando los vio. El avión voto durante horas y una que tiene más horas de vuelo que Charles Lindbergh reconozco que nunca podre acostumbrarme a esos movimientos y como me pasó desde el primer día se me encogia el corazón cada vez que el avión tomaba una bolsa de aire y daba un bote o el motor cambiaba de sonido.
El vuelo como digo fue largo y movido pero para mi muy entrañable.
Una vez en Buenos Aires y después de pasar los controles de aduanas nos dirigimos la tripulación por un lado y mis invitados por otro al hotel. Mis hijos que viajaban con sus parejas ocuparon cada uno una habitación y yo y Braulio ocupamos la habitación que la compañía aérea había puesto a mi disposición y en la que tantas veces había dormido (procuramos siempre repetir habitación cuando vamos a un hotel). Braulio quería coger una suite, pero le indique que era mi último viaje y que quería seguir con mi rutina hasta el final y a partir de ahí viajaríamos como el quisiese. Vanessa y Rosa compartieron habitación, Andrés y Juanito compartieron otra y Rafael cogió una propia.
La primera noche Braulio había alquilado un reservado en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Allí fuimos toda la tripulación así como mis invitados. Era un local especialista en asados y en el que nos dieron un espectáculo de tangos a los que como suele ser habitual en estos casos acabaron sacándonos a bailar a todos. Y hacer el ridículo, obviamente.
Bebimos hasta reventar, teníamos todos un día extra en Buenos Aires antes de volver a casa y no nos teníamos que procurar por la resaca del día posterior. Volvimos como dios nos dio a entender al hotel, cada uno como y cuando pudo. En el hotel Braulio me hizo el amor dulcemente mirándome a los ojos. No hicimos ninguna postura, no nos susurramos marranadas, no usamos más que nuestro coño y polla. A ese nivel fue una noche tranquila pues ya no estábamos para muchos trotes y no como el zorron de mi hija que era follada a voz en grito en la habitación de al lado por su novio, se ve que en ciertas cosas la niña salió a mama. La niña nos tuvo sonriendo durante una larga hora en la que a gritos nos describia sus orgasmos sin darse cuenta que las paredes eran casi de papel. Cuando la cria acabo rendida nosotros pudimos dormir.
La mañana del siguiente día la pasamos de compras todos juntos. Buenos Aires seguía siendo una ciudad barata para ciertas cosas y nos aprovechamos de ello. Comimos ligeros en una pizzería típica de Boca y por la noche fuimos todos juntos a la opera de Buenos Aires donde Braulio había reservado un palco.
Cenamos en un restaurante francés y de ahí nos dirigimos todos a una discoteca más o menos tranquilar. En esta ocasión el champan corrió a raudales y de nuevo nos dieron las tantas. Vanessa iba muy acaramelada con Rafael y se fue a pasar la noche con él sin ningún disimulo hacia el resto. Rosa le guiño un ojo a Juanito y este la siguió hacia la suya, los chicos se metieron en sus habitaciones, Andrés en la suya y Braulio y yo en la nuestra.
Le esperaba a cuatro patas cuando Braulio salió del baño.
- ¿No me vas a dar duro esta noche?
- Creí que no me lo pedirías.
- ¿A acaso me hace falta?
- A ti nunca te hace falta decir nada.
Y me la metió en todo el culo.
Me estuvo dando con fuerza durante más de media hora que yo aproveche para correrme una y otra vez. Pedí a Braulio amablemente que me la metiera en la boca – correte en mi boca cabrón – y caí rendida sobre el colchón una vez el acabo en mi lengua.
En la habitación de al lado se oían los lamentos de mi hija mientras orgasmo tras orgasmo recibía lo suyo por parte de su novio. Pena que la chica no nos había salido azafata, hubiese sido única, pensé.
En el desayuno Rosa, Juanito, Vanessa, Rafael, Braulio y yo nos encontramos cada uno con grandes ojeras. Esa tarde íbamos a ir al campo del River a ver un partido entre River y San Lorenzo. Ir a un partido de futbol en Argentina es una mezcla de adrenalina y espectáculo. Lo pasamos de miedo, River cayo y el que se cae casi fue el estadio. La hinchada local quería matar a los jugadores, y según nos dijo un vecino de asiento menos mal que nosotros no habíamos mostrado apoyo por San Lorenzo por que sino íbamos jodidos. Fue tremendo, excitante, divertido y también pasamos un poco de miedo.
Cenamos en el mejor restaurante de Buenos Aires ya cambiados de ropa y duchados. Fue una cena muy especial pues estuvimos toda la noche contando anécdotas de los muchos años currados para Iberia, era una pena que estuviesen los niños por que sino las anécdotas hubieran sido otras. Me regalaron un precioso álbum de fotos hechas a lo largo de los años. Lloramos, reímos, nos besamos, nos hicimos fotos juntos y recordamos cada momento vivido.
Cuando volvimos al hotel nos tomamos la ultima en el bar mientras los niños subían a la habitación.
Braulio y yo nos metimos en la cama nada más llegar. Aquella era mi última noche de trabajo y estaba un poco triste. En la habitación de al lado mi hija follaba a pleno pulmón, desde luego la chica sabia como disfrutar y de hecho lo hacia, me quede pensativa.
- ¿que piensas cielo? – me dijo Braulio acariciándome la cara.
- En el tiempo pasado.
- ¿tan bueno fue?
- Mejor que bueno.
- ¿Que recuerdas?
- Pues mira, ahora mismo estaba pensando en Andrés y Juan. De cómo me follaban los dos y me ponían a gritar como ahora mismo lo esta haciendo la niña, en como hemos vivido nuestra sexualidad a la vez que hemos sido muy buenos amigos. En fin, de toda la vida que ha pasado.
- ¿Y se lo has dicho a ellos?
- Ellos lo saben
- ¿Y no querrías decírselo hoy?
- ¿Ahora?
- Si ahora.
Me puse una bata y salí al pasillo. Llame a su puerta y Juanito me abrió en camiseta y un calzoncillo abanderado que le quedaba la mar de gracioso.
- ¿cómo tu por aquí?
- Bueno, quería venir a daros las gracias por todos estos años – les dije con Juanito al lado mia y con Andrés metido en la cama con sus gafas de leer y un libro en la mano.
- No tenias que haberte molestado, de verdad, lo sabemos – dijo Andrés.
En otra situación seguramente me hubiese quitado la bata para mostrar mi cuerpo desnudo, o me hubiese lanzado sobre la polla de Juan cuando me abrió, o me hubiese puesto a cuatro patas en una de las camas para que ambos me follasen o me hubiese puesto masturbar delante de ellos esperando que me empotrasen contra la pared, pero ya a nuestra edad esas cosas se racionalizaban más.
Braulio se sorprendió que no me hubiese quedado con ellos a pasar la noche, pero estaba demasiado triste para recibir dos pollas a la vez, incluso una. No pude dormir en toda la noche, y cuando al día siguiente me subí por última vez a un avión de Iberia como miembro de una tripulación algo especial sentí en mi estomago.
Aquel fue un vuelo más, no paso nada especial salvo que la primera la ocupaba casi en su totalidad mi familia y eso no se puede pagar con nada.
Me bajé del avión con lagrimas en los ojos después de decir por última vez. Bienvenidos al aeropuerto internacional Adolfo Suarez – Madrid Barajas por megafonía ante el aplauso de todos los míos y a continuación el resto del pasaje que no sabía por que aplaudia.
Dedicado a gadeicide .