Ayudándome a recordar

Mientras recuerdo cómo seduje a los dos rubios hermanitos, busco fotos adecuadas y me inserto un brillante consolador.

Ayudándome a recordar

(Amor filial)

Tenía 19 años, muy poco dinero y ganas de playa y fiesta así que no me lo pensé más y una tarde me subí a un Estrella Blanca con mi maxifalda, una linda blusa, huaraches coquetos y seis prendas de vestir en mi mochila incluido el bikini. Mis últimos pesos los gasté en el taxi para llegar al mayan palace de Acapulco, un hotel que siempre me gustó, en mi playa favorita, aunque nunca, nunca me había hospedado en el.

Tengo muy buen tipo, aunque no esté bien que yo lo diga, así que nadie me vio mal, ni fuera de lugar. En la estación de autobuses me había cambiado de ropa, poniéndome el bikini, una mini y una blusita, además de mis huaraches de cuero, y lo que me colgaba del hombro parecía más una bolsa que una mochila.

Era tarde y me dirigí al bar. Nunca había puteado y estaba un poco nerviosa. Decidí no dejarlo al azar sino tratar de escoger yo, y me di una vuelta para calificar al personal y así fue que se me ocurrió una guarrada nueva: en una mesa tomaban dos chicos rubios, altos, muy jóvenes –pero mayores de 18, porque para servirte pedían la credencial para votar o el pasaporte-, evidentemente extranjeros y hermanos. Se me hizo agua la boca –de la panocha- y me lancé al ataque.

-Hola, ¿me invitan una copa? –les dije en mi mejor inglés.

Me la invitaron, por supuesto. Platicamos algo. Eran hermanos, suecos, y estaban con sus padres en el hotel. Los viejos se habían ido a dormir ya, me dijeron, y ellos bajaron a ver que encontraban. Les llamaremos Erik y Olaf. El primero tenía 22 y el otro 19.

-Pues me encontraron a mi –les dije.

Tomé con una mano el cuello de Olaf y con la otra busqué el paquete de Erick. Cinco minutos después entrábamos ansiosos, semidesnudos ya, a su habitación.

Nos desnudamos unos a otros con prisa y empujé a Erick, con su gran verga dura y erecta, hacia la cama. Apliqué mi boca a ella mientras levantaba el culo en popa, invitando a Olaf a tomar posesión de mi sexo entrando desde atrás.

Hoy, para recordarlo mejor, busco fotos en la red, fotos que me hagan revivir el momento mientras mis dedos recorren los pliegues de mi sexo, que se humedece por momentos, fotos donde una chica sea penetrada por detrás mientras chupa el instrumento de otro chico.

Aquí hay una:

¡Guau! ¡Esta podría ser yo! En cuatro patas sobre un sillón a rayas amarillas y azules (tonos pastel), ofrezco al espectador la imagen completa de mi culo, nalgas redondas, piernas fuertes enfundadas en medias color humo. La verga que me penetra por detrás, apenas la cabecita está ya en mi, no oculta mis gordos labios ni mi negro culito.

Por detrás. Siento que estoy a punto de comerme esa vergota, así como me gusta que entre, no solo por la penetración profunda sino porque el tipo, sin aplastarme, tiene plena libertad de movimientos.

La melena pelirroja cae, lo mismo que mis pechos pequeños y bien formados. Tengo la boca entreabierta, lista para recibir el grueso capullo de una vergota morada y curva como una cimitarra. La cabeza de la verga en cuestión es del tamaño de mi boca entera y la imagino dentro de ella, mientras veo la musculosa pierna, las saltadas venas... ¡no!, ¡demasiado músculo! ¡Y, además, no lo miro sino que, de reojo, volteo a la cámara!

Nueva toma.

Un muslo sonrosado y carnoso, bien hecho, es lo primero que se mira. Aparece apenas un grueso labio rasurado y una gruesa vergota metida casi hasta adentro. Mi antebrazo tapa mi pecho, aunque alcanza a divisarse redondito y color rosa, mi mano agarra una verga delgada y venosa pero no la mamo: miro hacia atrás, al que me está clavando... pero no, quiero una verga en la boca, quiero ver el tamaño, imaginar el deslizamiento de la que me entra por detrás.

Nueva toma.

Esta tiene un buen ángulo: aunque la posición es casi la misma, está tomada desde abajo, lo que permite ver, con mis piernas muy abiertas, un poco flacas pero bien torneadas, bien abierta mi panochita depilada, el rosadito clítoris y los pliegues internos, abiertos los morenos labios para dejar vía libre a la verga, una buena verga, no demasiado gorda, rica, bien parada, que entra en mi hasta media asta, permitiéndome imaginar que ya viene el resto. Mi lengua acaricia apenas la cabeza de otra verga...pero no: los ojos cerrados, la expresión impávida, como si la verga que me dan no me hiciera sentir nada.

Nueva toma.

Esta me gusta. Mi imagen ocupa casi toda la pantalla. Me detengo en la contemplación del ojete del culo, redondito y sonrosado entre dos blancas, firmes y rotundas colinas. Más abajito, la panochita, toda rasurada, gordita, con el capullito asomándose entre dos gruesos labios, sufre el embiste de una verga de buen tamaño, no excesiva, curvada hacia arriba, desgarrándome casi y luego me tuerzo para, en la misma posición de perrita, chupar decididamente la vergota de otro musculitos de gimnasio.

No necesito una nueva toma, ya he recordado, me he insertado un pequeño consolador y, mientras escribo, me restriego contra el suave respaldo de la silla, buscando que el juguete cumpla su tarea. Recuerdo mejor así, a punto...

Recuerdo mejor la dura verga de Olaf taladrando mi sexo, recuerdo mejor qué, aunque se vino rápido ahí estaba la verga de Erick para ocupar su lugar y luego la de Olaf otra vez, una y otra, vigorosas, inexpertas pero de rápida recuperación, a mi merced, a mi gusto, hasta hacerme terminar tres, cuatro veces antes de que ellos se cansaran de transitarme, antes de que nos quedáramos dormidos.

Así empezó una larga semana...