Ayudándome a licenciarme

Empezamos un juego y ahora teníamos q terminarlo.Estabamos jugando con fuego,pero no me importaba quemarme,ya no.Es raro,siempre he pensado q una amistad entre un hombre y una mujer no es posible,q detrás se escande algo más,me equivoqué,nosotros éramos la excepción o al menos hasta aquel masaje.

Había pedido que por favor no aparecieran por allí, que no sería capaz de hacerlo si sabía que estaban viéndome. Mi familia y amigos se habían mosqueado ante dicho ruego, no entendían el porqué de aquella petición pero respetaron mis deseos y no habían ido. Ni rastro de ellos en la larga hora que llevaba de espera. Me  empezaba a arrepentir de haberles hecho prometer que no aparecerían. Les necesitaba y en especial a ti.

Ahora sentada en aquel banco de madera, por cierto muy incómodo, me lamentaba de mi decisión. En aquellos momentos hubiera dado lo que fuera por haberte visto aparecer, por ver tus ojos color miel y tu imborrable sonrisa dibujada, pero no, no estabas y ni guardaba esperanzas de que vinieras. Te maldecía una y otra vez, nunca me hacías caso, nunca hacías nada de lo que te pedía y allí sentada, rogando porque vinieras me pregunta por qué dominios tenías que haber escogido ese día para empezar a hacerme caso. Te odié por ello.

Me era imposible no pensar en ti, en tus ojos, tu sonrisa, en los ánimos que siempre de das… y aún más difícil era el no imaginarte apareciendo por el fondo del pasillo y que me abrazaras, que me ayudases a relajarme. Necesitaba oírte decir que y yo era capaz de conseguirlo, que lo haría genial. Necesitaba tu apoyo. La puerta del salón de actos de enfrente mía se abrió y un muchacho de más o menos mi edad salió de ella, detrás apareció una mujer, la reconocí había sido mi profesora hace un par de años.

  • Azora Zuerza, Eva – dijo aquella mujer

La chica que me acompañaba en el banco se levantaba, me miró y la sonreí. “Suerte” la dije y vi como entraba en aquel salón de actos, salón en el que dentro de un rato entraría yo. Eso pensé y sin levantarme, por miedo a caer desplomada al suelo, me retorcí de los nervios acumulados que tenía. Crucé las piernas en un gesto nervioso. Mis manos no paraban quietas, jugaban con los papeles que tenía sobre mi regazo. Mis pies se agitaban rápidamente. Te volví a maldecir. ¡Cómo te odiaba en esos momentos!.

Sabías a la perfección que ese día era muy importante para mí, que me jugaba mi futuro. Era el día en el que tenía que exponer mi proyecto final de carrera. Era el día donde o conseguía licenciarme o donde todos los esfuerzos de estos últimos años no valdrían para nada.

Nunca he sido capaz de hablar en público, siempre he tenido un incontrolable miedo escénico, siempre me he puesto terriblemente nerviosa: las piernas me tiemblan, la voz se me quiebra y apenas me sale un hilillo de voz, la vista se me nubla, la respiración se me acelera y noto como me falta el aliento….Y ahora estaba esperando mi turno para presentar aquel dichoso proyecto, obligatorio para obtener mi título de licenciada, ante un tribunal. Y tú no estabas.” ¡Dios, como me gustaría que te tragaras tu orgullo y aparecieras de una maldita vez!”. Pensaba.

Tú conocías mejor que nadie mi miedo escénico, habías sido testigo de él final de curso tras final de curso, cuando en el colegio representábamos las obras de teatro en el festival que marcaba las vacaciones de verano. Y que no hubieras aparecido…..francamente me sentí defraudada, enfadada y frustrada.

Nos conocíamos desde la más tierna infancia, eras y eres mi mejor amigo, por ello me dolía que no estuvieras a mi lado en aquel día tan crucial para mí. Y más, si tenemos en cuenta la cantidad de días que pasaste ayudándome con mi proyecto.

Había estado trabajando en él algo más de un año y en más de una ocasión quise tirar la toalla, pero siempre estabas ahí para impedírmelo, dándome ánimos y apoyándome. Sinceramente, sin ti no hubiera llegado a ese día, al menos, viva. Por eso sentía que parte de ese proyecto te pertenecía…¡Y no estabas allí para ver el final de la historia!. Te odié, te maldecí. Me miré de arriba abajo, observando mi ropa y te odié. ¡La habías elegido tú!. Me habías ayudado a elegir la ropa que llevar en la presentación. Bueno, mejor dicho, me habías elegido la ropa que llevaba. Tenía que ser ropa formal, la ocasión lo requería, elegiste (y de he de reconocer que con mucho acierto) un vestido mini faldero que vestía bastante y que cubría mis piernas hasta casi las rodillas, de rayas blancas y azules marinas claras, con un escote no muy pronunciado de forma cuadrada tanto por delante como por detrás y unas sandalias blancas de no mucho tacón. El pelo me lo había dejado suelto por recomendación tuya.

Es raro, ¿Sabes? Siempre he pensado que una simple amistad entre un hombre y una mujer no existe, que es prácticamente imposible, o al menos, es difícil. Que detrás de esa amistad se esconde algo más. Pero me equivoqué, nosotros éramos la excepción, nunca había y nunca pasaría nada. Éramos la excepción, o al menos, lo éramos hasta aquella mañana.

La puerta se volvió a abrir y la chica que entró antes salió y la misma mujer llamó a otra persona y yo, nuevamente, me retorcí en mi asiento más nerviosa todavía. Miré a mi alrededor, tenía como a unas 20 personas por delante, una dos horas de espera estimé. Me daba tiempo a tomarme una tila para intentar apaciguar mis nervios, porque realmente lo necesitaba.

Hice acopio de fuerzas y me puse de pie, notaba como mi cuerpo me pesaba una tonelada, tenía que calmarme o sino me iba a dar algo. Con paso lento e intentando regularizar mi respiración fui a la cafetería y me pedí una tila para llevar, “salir a la calle y que me dé el aire me irá bien”, pensé. “Además así me fumo un piti”, seguí pensando,  “que eso siempre me ayudaba a relajarme”, aunque en realidad el tabaco actúa como un excitante.

Salí a la puerta de la facultad, era raro verla tan vacía, durante el curso los fumadores nos agolpamos en la entrada generando una inmensa nube de humo. Pero ahora solo estaba yo, bueno, yo y mis nervios, que eran como otra persona más. Me senté en el primer escalón de los tres que formaban la escalera de entrada, dejé el café, el bolso y los papeles en el suelo y busqué el paquete de tabaco. Lo encontré. Saqué un cigarro y el mechero.

  • Ese vicio, aparte de dejarte sin euros en el bolsillo, te va a matar

Levanté la vista y allí estabas. Tus ojos de color miel me miraban, ese día tenían un brillo especial y tu boca me sonreía. Guardé el cigarro y el mechero. No sabía qué hacer, si matarte por tenerme tan enfadada o dejarte vivir y buscar una forma de vengarme.

  • Pensabas que no iba a venir, eh?? – me decías acercándote a mí

  • Eres un gilipollas – dije alargando el final de cada palabra y te abracé.

  • ¿con que una tila? – preguntaste al mirarme tras separarnos – tenía que haber venido antes – te lamentaste – Anda, venga, siéntate aquí – te sentaste donde yo lo había hecho hace apenas unos instantes – y veamos como llevas la presentación – me diste una palmadita en el culo para que me sentara  y me sonreíste, una sonrisa que me enamoró.

  • Lo que yo te diga, un gilipollas – me senté a tu lado y te di unos pequeños golpes en el hombro mostrando de esta forma lo muy enfadada que me tenías – pero tranquilo, que ya encontraré la forma de vengarme, ya.

  • Ummmm, eso suena a provocación – te sonreí, esa no era mi intención.

Los dos sentados en aquel pequeño escalón y estando muy, muy juntos empezamos a repasar mi presentación. Tú me aconsejabas sobre que palabras utilizar y cuales no hacerlo, pero la verdad que mi cabeza no estaba como para prestarte mucha atención. Los nervios no me dejaban centrarme y tenerte tan cerca no me ayudaba.

No sé si era el calor que hacía, pues estaba siendo un mes de julio anormalmente cálido, los nervios o yo que sé qué, pero te veía de forma diferente. Te miraba a los ojos y me enamoraban, te miraba los labios y deseaba besarlos. Mi cabeza empezó a divagar con la posibilidad de que pasase algo entre nosotros. No fui consciente de aquellos pensamientos hasta que noté como mis piernas empezaron a temblar.

  • Estas muy nerviosa!! Intenta calmarte, que seguro que lo harás bien –

“Si tú supieras que este tembleque lo estás provocando tu…..” Eso fue lo que pensé, pero claro, no te lo dije. Me sobresalté al notar una de tus manos sobre mi pierna más cercana a ti, subiendo y bajando haciéndome esas cosquillitas que tanto me gustan y me tranquilizan. Te miré y te sonreí agradeciendo ese gesto. Seguimos un rato más repasando todo, hasta el más mínimo detalle, tu mano continuaba recorriendo mi pierna, subía desde el tobillo hasta la rodilla, donde dibujaba un círculo y volvía a bajar.

Sé que tú lo hacías con la intención de relajarme, pero distaba mucho de ello. Sentir tus manos sobre mi piel me hacían estremecer, me hacía querer besarte y no separarme de ti. “Ya, Sara, ya. Eliminando pensamientos, uno, dos, tres….eliminados”, recuerdo que me dije para mí misma, me centré en lo que me decías. No resultó, pero no desistí, volví a intentar centrarme en tus palabras y no en tus labios. Tras unos cinco minutos de intentos parecía que lo estaba consiguiendo, ahora era capaz de escucharte y no solo oírte. Pero……

Tu mano dejó atrás mi rodilla y llegó a la altura donde comenzaba el vestido. Yo te miré, tú me sonreíste y yo te la devolví. Sin apartar la vista el uno del otro, tu mano fue escalando por mi muslo, llevándose el vestido consigo. Llegó casi más arriba de la mitad y volvió a bajar. Mi respiración se entrecortó al sentir tu piel contra la mía, suspiré hondo y mantuve el aire durante unos segundos, cerré los ojos y lo fui liberando poco a poco mientras tu mano bajaba suavemente. Al abrirlos me encontré con los tuyos que me miraban excitados. Comprendí que no era el calor ni los nervios, sino que éramos nosotros.

  • Estás tensa – me aseguraste en un tono de voz muy sugerente – será mejor que masajeé ese cuello, no vaya a ser que te de un tirón – y me guiñaste un ojo.

Yo me limité a morderme el labio inferior. No sabía muy bien qué estaba pasando o el por qué estaba sucediendo, pero me encantaba. Me dejé hacer. Te sentaste detrás de mí y abriste las piernas, colocando cada una a un lado mío, de tal forma que yo quedaba en el medio de las dos. Te arrimaste más a mí. Me estremecí al notar tu entrepierna, aun no muy despierta, rozar mi espalda.  Colocaste tus manos sobre mi cintura y las fuiste subiendo lentamente por mis costados, acariciándome suavemente sobre el vestido, llegando hasta la altura de mi pecho, donde te entretuviste unos segundos, y las volviste a bajar. No recuerdo una caricia que me trasmitiese tanta paz, tranquilidad y, que me excitase, más que esa. El juego que acabábamos de comenzar empezaba a humedecerme.

Mis tirabuzones caían por mi espalda llegando hasta su mitad, tus manos se apartaron unos segundos para apartar mi pelo, lo cogiste con una de tus manos y lo colocaste hacía delante por mi lado derecho. Unos segundos más tarde se me erizó la piel cuando sentí tus labios besando suavemente mi cuello, un beso dulce en mi primera cervical.  Acto y seguido te arrimaste un poco más a mí, pude comprobar que las caricias no solo me afectaban a mí, tu entrepierna empezaba a despertarse cada vez más. Las yemas de tus dedos se posaron justo donde me habías besado y comenzaron a masajear mi cuello: haciendo una leve presión sobre mis cervicales, tus dedos subían y bajaban como amasando mi cuello. ¡Estaba en el paraíso!. Tras unos minutos así, tus dedos se deslizaron desde mis cervicales hacía mis hombros presionado leventemente mi piel, y volviendo a llegar a mis cervicales, una, dos, tres veces… repetiste aquel movimiento, y yo, ¡Seguía en el paraíso!. Suave y lentamente tus manos fueron recorriendo mi espalda, en lo que ya no era un masaje, sino más bien una caricia hecha para despertar mis ganas de besarte. Tus manos continuaban recorriendo mi espalda siguiendo mi columna, presionando mi piel con tus yemas y tu boca buscó mi cuello. Me besaste, un beso tierno y tímido, de nuevo en mi primera cervical y repetiste el recorrido que tus manos habían hecho. Fuiste besándome desde mi cervical hasta mi hombro, volviendo a subir para continuar besando hasta mi otro hombro.

Me sentía en otro mundo, hacía tiempo que había cerrado los ojos y me dejaba llevar. Con cada beso que me dabas me humedecía más y más. ¡Dios, como me estabas poniendo!. Empecé a notar como tu paquete iba creciendo y golpeando mi espalda. Solo pude morderme el labio inferior e intentar disimular los gemidos que mi boca liberaba.

No era el primer masaje que me dabas, pero sí era el primero donde había tal sentimiento. Nunca pensé que pudiera pasar algo contigo, pero aquel día, aquel masaje…me demostró lo equivocada que estaba. Habíamos empezado un juego y ahora teníamos que terminarlo. Tenía la sensación de que estábamos jugando con fuego, pero no me importaba quemarme, ya no.

  • Quiero disfrutar de todo tu cuerpo sin tener que contenerme por si alguien nos ve…- me susurraste.

Yo me giré para mirarte a la cara, tus ojos brillaban, podía leer en ellos lo que tus manos me había dicho con su masaje. Era deseo, pasión y cariño lo que decía. Cogí algo de impulso y me levanté del escalón.

  • Va, no te quedes ahí mirando – te sonreí – si quieres disfrutar de mi cuerpo sin tener que contenerte –  te seguí diciendo pero esta vez bajando la voz y poniendo esa cara de niña buena, de niña que nunca ha roto un plato, que tanto os pone a los tíos.

Tardaste muy poco en levantarte y ayudarme a coger mis cosas. Me cogiste de la mano y tiraste de mí. Nos recorrimos toda la facultad en busca de algún aula libre. No me costaba nada seguir tu ritmo, creo que tantas ganas tenías tu como yo. No había ninguna libre, o estaban ocupadas, o estaban limpiándolas o bien cerradas con llave. Me miraste, te sonreí y fui yo quién estiró de ti. Enfrente de nosotros una puerta de un cuarto de baño.

No miramos si había alguien, pero nos dio igual. Entramos en la primera puerta y la cerramos tras entrar nosotros. Me rodeaste la cintura y me empujaste, delicadamente, contra la puerta que acabábamos de cerrar. Mi lengua recorrió mis labios humedeciéndolos en un gesto sugerente, me sonreíste y tus labios rozaron los míos, fue un simple y húmedo pico, solo un ligero roce de labios, pero lleno de ternura. No sé si era por la estrecha relación de amistad que teníamos o es que simplemente eres así con todas, pero fue el beso más dulce, pero a la vez, pasional y lujurioso que me han dado nunca.

Tus manos subieron por mis costados hasta llegar a mis mejillas, me cogiste la cara con tus dos manos, me acercaste a ti y tu lengua abrió mis labios haciéndose hueco para entrar en mi boca, buscó mi lengua desesperada, al encontrarla acarició su punta y la recorrió de un extremo a otro, jugó con ella al escondite para después enredarse en un baile sin fin, era un beso lujurioso pero no por eso perdió la ternura con la que me estabas tratando. Mis manos, que se abrazaban a tu cuello, fueron deslizándose suavemente por tu cuerpo hasta llegar a donde tu camiseta terminaba, te empujé ligeramente para separarte de mí y, con un gesto rápido, dominado por las ganas de volver a tenerte cerca de mí, me deshice de la camiseta y desde ese momento, me dediqué a pasearlas por tu torso desnudo, a veces únicamente con las yemas de mis dedos haciéndote unas ligeras cosquillas, otras veces presionando tu piel y otras veces dibujando formas inexactas con mis uñas. Tú te volviste a acercar a mí, tampoco querías estar mucho tiempo sin sentirme cerca. Y tus labios volvieron a besar los míos con la misma voracidad que antes.

Tus manos fueron a parar a mis caderas y, poco a poco fueron desplazándose hacia mi culo. Amasaste mis nalgas y tras unos segundos, fueron escalando por mi espalda hasta llegar a donde comenzaba la cremallera que abrochaba el vestido. Tiraste ligeramente de la cremallera, que quiso resistirse un poco, pero finalmente la fuiste bajando lentamente. Cuando estuvo totalmente bajada, te separaste de mí y me dedicaste una dulce sonrisa. Nos mirábamos a los ojos y, de la forma más sugerente que pude, fui deshaciéndome de los tirantes del vestido. Primero el derecho, dulcemente, acariciando mi piel conforme el tirante iba cayendo y, de igual modo el izquierdo. Tú te mordías los labios. Y el vestido calló al suelo, dejándote ver el conjunto de lencería blanco que llevaba puesto. Te agachaste y recogiste el vestido, me diste unos golpecitos en señal de que me hiciera a un lado, y colgaste el vestido en la percha que había en la puerta.

  • Ahora que los nervios no son un inconveniente para la exposición, no vayamos a arrugar el vestido – y me dedicaste otra de esas sonrisas que tanto me gustaban.

Yo me apoyé sobre una de las paredes de aquel cuarto de baño, y mis manos te agarraron de la cintura del pantalón vaquero que llevabas y te acercaron a mí nuevamente. Mis labios rozaron los tuyos, mi lengua recorrió tus labios humedeciéndolos ligeramente, para después presionar hacia dentro de tu boca e ir en busca de la tuya. Tus piernas hacía presión en las mías obligándome a abrirlas un poco, de tal forma que tu entrepiernas quedaba a la altura de mi sexo. Mientras tus manos iban paseándome por mi espalda hasta llegar a la altura de mi sujetador, y en un moviemnto apenas peceptible te deshicieste de él, dejando mis pechos al descubierto. Te acercaste más a mí, y mis duros pezones terminaron rozando tu torno desnudo. Notaba como tu paquete terminaba de crecer presionando mi entrepierna. Aquella sensación me hizo emitir un agudo gemido, que fue ahogado en aquel beso que tan bien me estaba sabiendo.

Aunque comenzaba a faltarnos el aliento no nos separábamos. Mis manos, que hasta aquel momento habían permanecido camiando sobre tu cuerpo, bajaron rápidas hasta tu erección, una la recorría por encima de la fuerte tela del pantalón, mientras la otra luchaba con el botón para poder liberarla. El jodío botón opuso demasiada resistencia y tus manos se vieron obligadas a echarme una mano, para después una terminar en mi cintura atrayéndome hacía ti y la otra empezar su recorrido en mi vientre jugando con mi ombligo, subiendo hasta mi escote, donde agarró uno y lo presionó fuertemente. Gemí.

Mis manos se dieron cuenta de que parte de tu paquete escapaba por encima de la tela del bóxer que llevabas. Sonreí para mis adentros. Solo hizo falta un suave movimiento de uno de mis dedos entrando por debajo de tu ropa interior para que aquello saltara con un muelle. Por fin había sido liberada y gritaba agradecida. Mis manos bajaron tus bóxer arrastrando con ellos a tus pantalones, tus pies hicieron que terminaran arrugados en el suelo. Tu boca se separó de la mía y fuiste besándome hasta llegar a mi cuello, me conocías bien y sabías que ese era mi talón de Aquiles. Me besabas el cuello como si la vida te fuera en ello, me mordías suavemente, intentando no dejar ninguna marca que se pudiera notar. Agarré tu polla fuertemente, y comencé a masturbarte, primero con un ritmo suave que se fue incrementado conforme tu gemidos, que era ahogados en cuello, crecían en intensidad.

Hacía ya unos minutos que tus manos habían abandonados sus anteriores posiciones para ir en busca de mis manos. Tu boca fue besando mi cuello hasta llegar a mi oreja para susurrarme.

  • Estoy aquí para quitarte los nervios, tú solo tienes que dejar tu mente en blanco y dejarme hacer a mí. Es tu momento, es tu día.

Tus manos cogieron las mías, las elevaste por encima de nuestras cabezas hasta quedar apoyadas sobre la pared, una a cada lado.

  • Las manos ahí quietas – me volviste a susurrar.

Yo solo te obedecí, y con las manos apoyadas en la pared me dejé hacer. Tus manos bajaron recorriendo mi cuerpo; bajaban lentamente, acariciándome, dibujando mis curvas, hasta que llegaste a la goma de mis braguitas. Pasaste dos dedos por debajo de la goma y estiraste de ella para que la goma golpease mi piel. Un nuevo gemido se escapó de mi garganta y tu sonreíste. Seguiste bajando tus manos, acariciando mi rajita por encima de la tela, notando como mi ropa interior estaba totalmente mojada. Y volviste a sonreír.

Me diste un rápido pico y fuiste bajando, besando mi cuello, bajando por el canalillo, entreteniéndote en disfrutar de mis pezones erectos al morderlos suavemente y recorrerlos con tu lengua, para después bajar por mi vientre dándome pequeños besitos hasta, toparte de nuevo, con la costura de mis braguitas. Metiste los pulgares por debajo de la tela a ambos lados de mi cadera y ayudados de los dientes que la sujetaban por la parte delantera, comenzaste a deslizar mi ropa interior hasta el suelo. Me abriste un poco las piernas y fuiste ascendiendo por ellas, recorriéndolas primero con tus manos y después besándomelas dulcemente, siguiendo el camino que hacían tus manos, ahora con la boca. Llegaste a la altura de mis muslos y continuaste tu ascenso por su parte interna, hasta llegar a mis ingles. Tu boca pasaba de una en una, besándolas mientras tus dedos recorrían mis rajita, descendiendo desde mis labios superiores a los inferiores y volviendo a ascender para buscar mi clítoris, que estaba ya bastante abultado y únicamente rozarlo.

Dos de tus dedos se colocaron en mi entrada y me penetraron sin resistencia. Volví a gemir. A esos dos dedos le siguió un tercero. Entraban y salían de mí con muchísima facilidad. Tu boca dejó a un lado mis ingles y usurpó el lugar de tus manos, las cuales fueron bajando por mis piernas hasta llegar a mis tobillos donde se agarraron. Tu lengua fue repitiendo el recorrido realizado por tus manos, fue saboreando mis labios superiores a los inferiores, subiendo y bajando por ellos, llegando al botón del placer, jugando con él presionándolo un poco, succionándolo y haciéndome gemir como nadie antes había conseguido hacerlo. Después fue descendiendo hasta llegar a mi entrada, entrando y saliendo de mí varias veces hasta que notaste como mis tobillos empezaban a temblar, temblor que fue propagándose por mis piernas, alcanzando mi espalda haciendo que me retorciera de placer y gimiera más fuertemente que antes. Enseguida comprendiste que acababa de tener mi primer orgasmo.

Te levantaste hasta ponerte a mi altura y me diste unos segundos de tregua, tras esos segundos mis manos dejaron de sujetar la pared para cogerte de las mejillas y besarte nuevamente. Tus piernas atraparon las mías, tal y como hicieran antes, presionando tu entrepierna contra mi sexo. Mi humedad se deslizaba por mis muslos y al sentirlo sobre tus piernas se encendiste aún más si cabe, tus manos no perdieron el tiempo y volvieron al ataque estimulándome el clítoris.

  • Hazme tuya, por dios, hazme tuya ya! – te supliqué.

Tus manos fueron abriendo mis piernas y haciendo caso de mis suplicas, colocaste tu paquete en la entrada de mi sexo y jugaste a desesperarme, metiendo únicamente la cabeza y sacándola.

  • No juegues conmigo – te pedí.

  • Tus deseos son órdenes para mí, señorita

Y de una embestida me la clavaste hasta el fondo. Búscate mis manos y las colocaste en la pared, justo como momentos antes, solo que esta vez las tuyas se quedaron haciendo compañía a las mías. Tu boca se movía desesperada entre la mía, mi cuello y mis pechos, mordiéndome, besándome, lamiéndome, mientras yo, únicamente era capaz de gemir y chillar. Tus embestidas cada vez eran más fuertes, pero nunca perdiste ese toque de ternura que había gobernado desde que habíamos atravesado aquellas puertas. Se oía claramente el ruido del chapoteo que tu paquete hacía al entrar y salir de mí y eso hacía que la velocidad con la que me penetrabas fuera aumentando.

Tus piernas te empezaron a fallar y las mías al notarlo comenzaron a temblar. Nos miramos manteniéndonos la mirada, ambos sabíamos que estábamos a punto. Mi espalda se arqueó y me doble sobre ti, mis paredes internas se contrajeron y en ese momento los dos gemimos al mismo tiempo, notando como nos habíamos ido a la vez.

Después de aquello, ya no me quedaba nervio alguno en el cuerpo. La presentación me salió muchísimo mejor de lo que esperaba y todo gracias a ti. Gracias a ti, puedo decir, que me licencié.