Ayudando a mi sobrino II. Así es Darío.

Tía y sobrino continúan con su relación que ha cambiado desde la noche anterior. Ya no es sólo su niño, ahora es también su hombre. ¿Sabremos cuál es el problema de Darío?

Ayudando a mi sobrino II.

Me llamo Darío. Tengo diecinueve años. Mis padres se divorciaron hace diez y mi madre se casó con otro hombre hará unos cinco años, ni recuerdo cuanto tiempo hace. La verdad es que ellos se preocupan por mí, pero tengo un problema inconfesable que hace que no soporte verlos juntos. Además, el nacimiento de mi hermana agravó mi situación.

Ayer no lo pude soportar más. Iba a estallar en mi casa, junto a mi madre, mi padrastro y mi hermana, así que decidí escaparme de mi casa y deambular por la ciudad. La cabeza me iba a reventar mientras caminaba sin rumbo y pensaba en esta mísera situación. Gracias a que apareció mi tío Jorge, no sé que me hubiera pasado si no me encuentra.

Y una vez que estaba en casa de mis tíos, lo que ocurrió después con mi tía Sofía… ¡Uf, nunca imaginé que eso pudiera ocurrir! Verla allí, en el baño, medio desnuda, con esas tetas enormes, con esas piernas abiertas mientras se masturbaba con aquel consolador… Y después en mi habitación, el polvo que echamos… ¡Dios, qué maravilla de mujer!

Todo lo que ocurrió aquella noche me hizo olvidarme de mi problema con mi familia, pero ahora me encuentro ante la cuestión de qué hacer con mi tía.

Estoy aquí en la cama. Aún no me he levantado y busco con mi nariz el aroma al sexo de ella. Sé que soy un pervertido, pero tener mi primer sexo con esa exuberante mujer ha sido cómo encontrar el cielo. Me pregunto si ella lo dejará ahí o querrá continuar con estas cosas. Tal vez tenga que levantarme y ver como comienza el día. Ya son las nueve y no sé si estará despierta.

Me levanté de la cama y lo primero que hice fue darme una ducha. Después caminé por la casa buscándola, no la hallé por ningún lugar, así que supuse que estaría aún en la cama. Sabía que mi tío se había ido a trabajar y no lo encontraría con ella en su dormitorio. Llegué a la puerta y miré a la cama.

Eran cerca de la diez y aún estaba dormida, destapada, con su enorme culo en pompa… Me empecé a excitar. Caminé sin hacer ruido y me senté en la cama, en el dado hacia donde miraba.

-          ¡Hola Darío! – Me saludo. – Estaba echada descansando…

-          ¡Hola tita! – Me incliné y le di un beso en el pelo. – Ya son la diez de la mañana…

-          Sí hijo, ahora me levanto… - Su mano buscó la mía y nos acariciamos amorosamente. - ¿Estás bien con lo qué pasó anoche?

-          ¡Sí tita! – Solté su mano y acaricié su brazo, subiendo hasta llegar a su hombro. – Sé que eso no está bien, pero ha sido mi primera vez y creo que ha sido maravilloso. – Aparté su pelo de la cara y ella me miró a los ojos. - ¿Tú también estás bien o no te gustó?

-          Darío… - Se giró y se colocó boca arriba, mirando el techo, como mirando el infinito. – Cómo mujer me sentí totalmente satisfecha con el sexo que tuvimos, nunca me habían hecho gozar así, pero como tu tía… - Cerró los ojos. – Si alguien de nuestra familia se enterara de esto…

-          ¡Tranquila tita! – La besé en la frente mientras nuestras manos se acariciaban. – Nunca se lo diré a nadie, será nuestro secreto para siempre. – Mis ojos miraban los suyos muy cerca.

-          ¡Júramelo, Darío! – Quedamos en silencio.

Nos mirábamos y sin pensar besé suavemente sus labios, ella me correspondió. Volví a dar otro beso más intenso y ella volvía a corresponderme. En unos segundos nos besábamos apasionadamente.

-          ¡Darío, para! – Me dijo apartándome suavemente de ella. – Ve a la cocina y ahora desayunamos. – Su orden fue cariñosa pero tajante.

La obedecí, salía de la habitación cuando ella se quitaba el camisón y comenzaba a ponerse una ropa más cómoda. Mi polla se había endurecido un poco con  aquellos besos tan agradables, tan sensuales… No sabía que ocurría, pero había algo raro en mi relación con mi tía, con Sofía.

Estaba en la cocina, como me pidió ella. Llenaba un baso de agua cuando sentí los brazos de mi tía que me rodeaban por la cintura, desde atrás. Su cuerpo se pegó al mío, sus pechos se oprimieron contra mi espalda.

-          ¿Quieres una tostada? – Me preguntó.

-          ¡Vale tita! – Le dije mientras me giraba y quedábamos frente a frente, abrazados y sonriéndonos.

-          Pues siéntate que ahora mismo hago una tostada para cada uno… - Me separó de ella y cuando comencé a caminar hacia la mesa, sentí la cachetada que me dio en el culo.

¡Joder, cómo está mi tía! La miraba desde la mesa y me parecía más bonita y sensual que nunca. Tenía cerca de cuarenta años, pero aquel redondo culo, aquellas piernas, esa cintura tan marcada… Me ponía caliente, y más cuando la noche anterior todo ese cuerpo fue mío. Pero sus tetas era lo que más me gustaba… Y entonces me sentí decaído y triste.

-          ¡Aquí están las tostadas! – Ella me observó y notó algo raro en mí. - ¿Qué te ocurre cariño? – Me dijo acariciando mi pelo y sentándose junto a mí. - ¿Te sientes mal conmigo…?

-          ¡No tita, no! – Cogí su mano y la besé. – Es que he vuelto a pensar en mis problemas…

-          ¡Mi pobre niño! – Sofía me abrazó cariñosamente, como una madre. – Sabes que puedes contar conmigo para ayudarte, si quieres puedes contarme lo que te pasa…

-          Es difícil… - Se me hizo un nudo en la garganta, pero dada nuestra situación, ella era perfecta para confesarle mis problemas. – Tita… Desde que mis padres se separaron, he vivido solo con mi madre.

-          Si cariño, todos nos volcamos en que no fuera traumático para ti…

-          Sí, y me ayudasteis mucho, apenas tuve problemas por la ausencia de mi padre. Tú y mi tío me servisteis de apoyo, él hizo muchas veces de padre.

-          Entonces ¿qué te ocurre? – Me sentía tranquilo y confiado hablando con mi tía, con aquella mujer a la que amé la noche anterior y que me mostraba todo su amor.

-          Durante el tiempo que estuvimos solos mi madre y yo, en mí nació un sentimiento muy raro hacia ella… - Apoyé mi cabeza en su hombro mientras ella me acariciaba el pelo con ternura. – Creo que llegué a enamorarme de mi madre…

-          ¡Uf hijo, eso no lo vimos ninguno de nosotros!

-          Lo mantuve en secreto, pero por dentro mis sentimientos se debatían entre el amor que tiene un hijo hacia su madre, y el deseo de ser el hombre que la amase. – Tomé una de sus manos y la besé. – Cuando empezó a salir con mi padrastro, aquellos sentimientos se convirtieron en celos… Imagina cuando se casaron y tuvieron a mi hermana…

-          ¡Hijo, eso es un terrible problema! – Me abrazaba y notaba que era con cariño, el cariño que siempre me mostró mi tía. – Y no sería mejor que lo hablaras con ellos…

-          ¡Sí, claro tita! – Me separé mostrando mi desaprobación con aquella idea. – Voy y le digo a mi madre: “mamá, te amo y tengo celos de tu marido”. ¿Qué crees que pasaría?

-          Tienes razón hijo… - Hundió la vista en su café y quedó callada. – Pero hay que hacer algo ¿no? No puedes vivir así.

Ahí quedó la conversación. El resto de la mañana estuve ayudándola a hacer las labores de la casa. Nunca me había sentido tan feliz de ayudar a mi tía. Sobre todo cuando llegamos a su habitación. Entramos e hicimos la cama, después recogimos las ropas que había sucia para llevarlas a la lavadora. Entonces ella estaba de pie con sus brazos lleno de ropas. Me senté en su lado de la cama, junto a la mesita de noche.

-          ¿Esta es tu mesita? – Le pregunté inocentemente.

-          ¡Sí! – Contestó y yo abrí el cajón superior. Había algunos collares y salcillos, papeles y otras cosas sin importancia. - ¿Qué hay en el de abajo? – Le pregunté mientras lo abría.

-          ¡Ahí no toques!

-          ¡¿Por qué?! – Dije mirando las bragas y lencería que tenía. - ¡Vaya, buscaré unas que sean excitantes!

-          ¡Estate quieto, cochino! – Tiró la ropa al suelo de golpe para detenerme. - ¡No toques mis cosas!

Ella se inclinó para cerrar el cajón, justo delante de mí. Frente a mí tenía su cuerpo, su exuberante cuerpo. Mi mano permanecía dentro del cajón cuando ella lo empujó, de forma que aprisionó mi mano y no podía sacarla.

-          Si no me dejas sacar la mano, no podrás cerrarlo… - Le dije y ella me miró a la cara. Estábamos muy cerca, puse mi mano sobre su cintura y la empujé para que retrocediera un poco. – Libérame y no miraré tus excitantes bragas…

-          ¡Eres muy malo! – Me dijo mirándome a los ojos y dejó de empujar el cajón. Saqué mi mano.

-          ¡¿Esto es lo que no querías que encontrara?! – Le dije sosteniendo en mi mano el consolador que había utilizado la noche anterior.

-          ¡Devuélvemelo! – Me gritó fingiendo estar enfadada. - ¡Si no me lo das, le diré a tu tío que anoche me violaste!

-          Vale, se lo dices y él se enfada conmigo… - Le dije retándole. – Pero tú y yo sabemos que anoche lo disfrutaste.

-          Sí, pero se enfadaría contigo… ¿No te da miedo?

-          No… - Le di un rápido beso en los labios. – Creo que lo mejor es que me dejes usar esto…

-          ¡No, no y no! – Me dijo, pero no se separó de mí. – Lo de anoche no se volverá a repetir…

-          Claro que no. – Le dije y activé el vibrador. El zumbido llenó la habitación y noté que sus muslos se cerraron y se frotaron, seguro que su coño empezaba a reaccionar con aquel sonido. - ¡Pero que tal si te masturbo antes de que llegue mi tío!

-          ¡Joder niño, por qué me pones tan caliente!

No hablamos más. Me dio un apasionado beso y la hice sentarse en el filo de la cama. Llevaba una camiseta y un vestido de vuelo que le llegaba por debajo de las rodillas. Separé sus piernas y la tela cayó entre sus muslos. Sentada en la cama, con las manos apoyadas a cada lado se su asiento, mirándome de forma lasciva y con una sonrisa lujuriosa, sus piernas me ofrecían su sexo oculto bajo la tela de su falda. Subí mis manos por sus piernas y retiraba aquella tela poco a poco, hasta llegar a ponerla en su cintura. Miré y allí delante tenía su coño desnudo, no llevaba bragas y podía ver cómo los flujos brotaban entre sus labios.

-          ¡Joder tita, deseabas esto! – Le dije de rodillas entre sus piernas.

-          ¡Hijo, llevo toda la mañana esperando que me des otra sesión de sexo!

Acerqué el vibrante consolador a su raja y lo coloqué en la parte superior de ella. Sofía se echó en la cama, dejando las piernas bien abiertas para que le diera todo el placer posible.

-          ¡Ponlo sobre mi clítoris!

Soy obediente y su clítoris me esperaba asomando entre sus labios vaginales, allí en medio de aquella frondosa mata de pelos oscuros que custodiaban su coño. Un pequeño gemido brotó de su garganta en el momento en que su carne empezó a vibrar. Con la otra mano separé un poco sus labios vaginales y podía ver como fluía aquel líquido sabroso que lanzaba su vagina. El olor intenso de su coño llegó a mi nariz y mi polla se puso totalmente dura bajo mi pantalón del pijama.

-          ¡Qué bueno! – Gimoteaba y se contoneaba mientras la masturbaba. – Méteme la punta en la vagina.

Esta vez no la obedecí. En vez de hacer lo que ella me pidió, metí dos dedos de la mano que tenía libre. Aquella exclamación de placer que lanzó, me excitó más aún. No podía resistir mi polla dentro del pijama. Palpé dentro de su vagina, sacaba y metía los dedos, ella se retorcía y gemía.

-          ¡Darío, nunca me han dado tanto placer! ¡Quiero más, quiero más!

Saqué mis dedos de su coño y puse el consolador en la dilatada entrada de su vagina. Ella pedía que le metiera el consolador, pero me gustaba verla suplicar, así que lo mantuve con aquel glande medio enterrado. Sus piernas estaban totalmente abiertas y sus manos se acariciaban y amasaban las enormes tetas.

-          ¡Clávamelo, clávamelo! – Me suplicaba. - ¡O méteme tu polla hasta el fondo!

Aquellas palabras conseguían que mi polla estuviera más ansiosa por penetrarla… Pero me volvía loco verla pedir que la follara. No le hice caso. Me incliné y puse mi boca encima de su clítoris, mi lengua empezó a lamerlo. Su cuerpo parecía estar poseído por un lujurioso espíritu y se agitaba descontroladamente.

-          ¡Cómemelo, cómete mi coño! – Me ordenó bruscamente mientras una de sus manos empujaba mi cabeza contra su coño.

Hundí mi lengua entre los labios vaginales y sentí su clítoris endurecido. Lo recorrí desde la punta, hacia su vagina, hasta que la polla de goma me impidió seguir. Volví a lamer hacia arriba y mis labios rodearon aquel clítoris. En el momento que mi boca succionó sobre ella, hundí con fuerza el consolador hasta lo más hondo de su coño.

-          ¡Sí, así, así le gusta a tita!

Seguí mamando su clítoris mientras la follaba con aquella polla de goma que no dejaba de vibrar. No tardó mucho en correrse. Su cuerpo se convulsionaba por el placer que sentía, mientras permanecía chupándola y masturbándola. Se corrió con una fluida corrida. Mi mano que mantenía aquel consolador rápidamente se mojó de ella. Lancé mi lengua a lamerla y podía sentir el sabor de su coño, de su corrida que nos mojaba. Mi polla iba a reventar presa de mi pantalón.

-          ¡Para, para! – Me pidió en el momento que mis caricias le resultaban molestas. - ¡Para, ahora te toca a ti!

Me levanté y mi polla formaba una gran pirámide en el pantalón. Mi tía se incorporó y delante de su cara estaba mi polla. La agarró con una mano, sobre la tela y la agitó un poco. Quería correrme, pero también quería disfrutar de la excitante masturbación que mi tía sabía hacer. Me bajé los pantalones hasta la rodilla y mi polla quedó completamente erecta, esperando sus caricias.

-          ¡Hijo, qué buena polla tienes! – La miraba y su lengua mojaba sus labios. - ¡Es más grande que la mierda esa de goma!

-          ¡Pues es toda para ti!

Fue lo último que hablamos, su mano la agarró y mi polla se perdió en su boca. Se tragaba todo lo que podía. De vez en cuando respiraba mientras su lengua jugaba con mi hinchado glande o lamía mis huevos. Me confesó que a ella no le gustaba tener sexo oral, pero desde la noche anterior le había cogido gusto a aquello que comerse una polla… ¡Y qué bien lo hacía! Mis manos se dedicaban a acariciar, a amasar sus grandiosas tetas.

-          ¡¿Quieres follarme las tetas?! – Me preguntó mientras su mano agitaba mi polla y me miraba con aquellos hermosos ojos.

-          ¡Noooooo!

No pude hablar más, mi polla lanzó un gran chorro de semen que cayó en su cara. Se la volvió a meter en la boca y esperó que mi polla le diera todo el semen. Succionaba y se tragaba cada chorro de leche que le daba. Mis piernas temblaban por el placer y me agarraba a su cabeza para no caerme. ¡Qué corrida más deliciosa en la boca de mi tía! Cuando acabé, ella limpió cualquier rastro de semen que hubiera fuera de mi polla. Después tomó unas toallitas y se limpió la cara. Mostraba una amplia sonrisa de placer. Mi polla aún estaba algo erecta. Sus ojos la miraron y podía ver que quería más.

Cuando la vi levantarse y darse la vuelta, poniendo su rodilla izquierda sobre la cama, mientras la pierna derecha la mantuvo en el suelo, dejando su hermoso culo en pompa, subiéndose la falda para mostrármelo, cuando la vi en tal postura, mi polla volvió a excitarse y a coger dureza.

-          ¡¿Quieres follar a tita por detrás?! – Me habló con una voz tan sugerente y excitante que no puede contestar su pregunta.

Me acerqué a ella con mi polla en la mano. Me pegué a su culo y moví mi polla por su raja para encontrar su caliente entrada. Noté sobre mi glande el calor de su vagina. Empujé y mi polla se perdía en el lujurioso coño de mi tía. ¡Qué placer más inmenso! Mi polla la penetró por completo.

-          ¡Cariño, ya estoy aquí! – Escuchamos la voz de mi tío y los dos botamos para separarnos y recomponer nuestras ropas.

Tenía el pijama y se notaba que mi polla estaba erecta, si bien el susto le hacía perder parte de su erección. Tomé la ropa sucia con mis manos y las coloqué para que no se me viera. Sofía se bajó la falda y guardó sus inmensas tetas. Colocó la ropa que cubría la cama, donde había tenido aquel orgasmo, para que no se notara.

-          ¡Cariño, estamos en la habitación! – Le dijo a su marido y el nerviosismo se dibujaba en nuestras caras.

-          ¡Hola ¿qué hacéis aquí?! – Preguntó mi tío al entrar en la habitación. Se acercó a mi tía y le dio un beso en la boca, la misma boca que hacía un momento me había mamado y se había comido mi semen.

-          ¡Estamos recogiendo la casa! – Ella sonreía algo forzada e intentaba disimular. - ¡Gracias a él hoy lo tengo casi todo hecho! – Menos follarte, pensé yo, tu marido nos ha interrumpido.

-          ¡Eso está bien! Hoy he salido antes del trabajo y los tres nos divertiremos en casa. – Mi tío sonreía sin saber que era un cornudo. Quería divertirse, pero la diversión la tenían su mujer y su sobrino.