Ayudando a mi sobrino. Así es Sofía.
Dedicado a Sofía, la mujer que me inspira a escribir relatos. Ella descubre que su monótona vida matrimonial puede cambiar por los problemas de su sobrino.
Ayudando a mi sobrino.
Me llamo Sofía, ya estoy cerca de los cuarenta años, pero mi espíritu se ha rejuvenecido después de lo que me ocurrió con mi sobrino Darío. Él es un chico de diecinueve años, alto, guapo y con un cuerpo que día a día muestra que va a ser un hombre apuesto y musculoso. Aún mantiene la dulzura y la inocencia en su mirada, en esos ojos verdes tan bonitos que heredó de su madre, la hermana de mi marido. Mis cuñados se separaron hace ya diez años. Ella tuvo que criar sola a su hijo y toda la familia se volcó en ayudarlos. Darío con el tiempo se iba volviendo más introvertido y huraño. Cinco años antes a que comenzara la historia que os contaré, mi cuñada encontró un hombre que le dio sentido a su vida, y con el que tuvo una hija. Aquello no debió sentirle bien a Darío y su estado anímico empeoró. No quería salir. Era caprichoso e iba mal en los estudios. La relación con su madre y su padrastro llegó a un punto en que un día abandonó su casa. Jorge, mi marido, salió a buscarlo y lo convenció de que se quedara en nuestra casa. Jorge y yo vivimos solos, nunca hemos podido tener niños y Darío llenaba ese hueco que había en nuestra vida.
- ¡Sofía, ya estamos aquí! – Dijo Jorge al entrar en casa seguido por un cabizbajo Darío. - ¡Se va a quedar con nosotros esta noche!
- ¡Darío, hijo ¿estás bien?! – Corrí hacia él y lo abracé preocupada, como si fuera su madre.
- Sí tita, estoy bien… - En su voz no había ningún entusiasmo.
- ¡Vamos cariño, dúchate y acuéstate a descansar! – Lo acompañé hasta su habitación - ¡Mañana todo irá mejor…!
Lo dejé en su habitación y al poco escuché la ducha. Marché a buscar a mi marido y hablé con él. Lo había encontrado por el centro de la ciudad, caminando sin rumbo. Había intentado hablar con él, pero no le contó mucho de lo que le ocurría. Por lo menos lo había convencido de que fuera a nuestra casa y pasara allí la noche. Después habló con su hermana para que se tranquilizara.
Era ya la una de la madrugada, mi marido necesitaba acostarse para trabajar al día siguiente, así que lo besé y lo dejé medio dormido en nuestra cama. Salí para ver cómo estaba Darío. Ya no estaba en la ducha. Caminé hacia su habitación, y la puerta estaba cerrada. Llamé y abrí la puerta poco a poco.
- ¡Darío…! ¡Darío! – Dije mientras entraba. - ¿Puedo hablar contigo?
- Pasa tita… - Entré y lo encontré metido en la cama, boca arriba y tapado por la sábana hasta la cintura.
- ¡Hijo, si tienes calor puedes poner el aire acondicionado!
- Gracias, estoy bien así… - No mostraba un tono muy animado. Me senté en el filo de la cama y le sonreí para intentar tranquilizarlo.
- ¿Estás más tranquilo?
- ¡No! – Su seca respuesta era suficiente para indicarme que necesitaba estar solo.
- ¡Bueno, duerme y mañana verás las cosas de otra manera! – Me levanté y él se giró en la cama dándome la espalda. - ¡Descansa!
- Adiós tita…
Me marché, llegué a mi habitación y allí estaba mi marido, dormido y roncando. Aquí, tengo que comentar que soy una mujer muy activa sexualmente, por desgracia mi marido es más pasivo y para él con tener sexo una o dos veces a la semana, es suficiente. Yo, en cambio, necesito sexo todos los días, necesito sentir un orgasmo cada día, y aquella noche no era diferente, aunque nuestro sobrino estuviera allí en la situación que estaba. Jorge sabe de mis necesidades y no le importa que me masturbe, incluso algunas veces me ayuda con un consolador con forma de polla y vibrador que él mismo me regaló. Así que lo saqué del cajón y me marché al cuarto de baño.
Cómo otras tantas veces, me senté sobre el inodoro, abrí mis piernas y liberé mis pechos, mis enormes pechos. A Jorge, el día que necesita tener sexo, le encanta coger mis tetas con sus manos y lamer mis pezones. Sentir su habilidosa lengua lamiendo mis pezones es algo que me produce excitación y muchos flujos en el coño. Encendí el vibrador y el suave zumbido inundó el baño.
Aquel artefacto simulaba una polla de unos veinte centímetros de largo, mi marido tendría la mitad de polla, pero con él el sexo es por amor, y el sólo hecho de sentirlo dentro de mí y sentir su semen cuando se corre, me produce unos orgasmos extraordinarios. Puse el glande de goma sobre mi pezón e imaginé a Jorge lamiéndome. Los dos pezones se pusieron erectos.
Mientras una mano movía a mi inerte amante por mis pechos, la otra me acariciaba el coño por encima de las bragas. ¡Qué placer sentía! Mientras me acariciaba, miré al lado y encontré en el bidet unos calzoncillos, que sin duda debían de ser de mi sobrino. Fue algo extraño, algo que nunca antes había sentido. Me sentí excitada por la prenda íntima de Darío. Siempre me había masturbado imaginando que hacía el amor con mi marido, pero aquella vez cambié de acompañante en mi caliente mente. Estaba imaginando que aquella inerte polla era la de mi marido y me la frotaba por los pechos, por mis pezones, pero mi lujuria me hizo pensar que era la de mi sobrino Darío.
Aún no encuentro el motivo por el que empecé a pasar mi lengua por el glande, nunca nos ha gustado el sexo oral, ni a mí ni a mi marido, pero me sorprendí al abrir la boca e introducirme aquel falo. Era gruesa y sólo me introducía el glande, con esfuerzo lo mamaba, cosa que me producía un gran placer. Cerré los ojos y mi sobrino se dibujó en mi fantasía. Lo imaginaba de pie, frente a mí y con su polla entrando y saliendo en mi boca. Todo mi cuerpo vibraba por el placer que estaba sintiendo. Metí mi mano libre por mis bragas y me sorprendió lo mojado que estaba mi coño.
Dejé de mamar y me quité las bragas. Abrí bien las piernas y separé los mojados pelos que custodiaban la entrada de mi vagina. Mi sexo estaba excitado y hambriento. Separé los húmedos labios vaginales y coloqué el glande de goma en la entrada de mi vagina. Casi no tuve que hacer fuerza para que entrara; apenas empujaba, las paredes de mi vagina se dilataban para acoger la polla de mi sobrino. Me sentí sucia, como si cometiera un delito al pensar en él, creí estar loca por aquellos pensamientos… Pero todo mi cuerpo sentía un inmenso placer y me agitaba del orgasmo que me producía el pensar que era follada por mi sobrino.
Sin pensarlo, mientras una mano me introducía aquella polla, la otra agarró la prenda íntima que había comenzado toda aquella locura y la llevó hasta mi nariz. Era un olor que me provocó un gran orgasmo. Con gran esfuerzo contuve los chillidos que brotaban de mi garganta. El aroma de Darío me llegaba al cerebro y me lo anulaba, como una loca me penetraba, me agitaba de placer e intentaba no lanzar alaridos. Mi cuerpo se tensó en el clímax de aquella locura, mis piernas se tensaron, introduje por completo la polla en mí y me corrí como nunca lo había hecho, me corrí por la excitación que me produjo pensar en él, en mi sobrino, en mi Darío.
Cuando recobré las fuerzas, me levanté y pude ver lo mojado que había dejado el inodoro. Mi vagina había lanzado tanta cantidad de flujos que tuve que ducharme y cambiarme de pijama. Tras la relajante ducha, me envolví en la toalla para marchar a mi habitación. Me miré en el espejo. No soy muy alta, pero mi oscuro y mojado pelo, mis grandiosas tetas que me costaba sujetar con la toalla, mis anchas caderas y marcada cintura y mis robustas piernas, todas esas cosas me hicieron sentir guapa después de haber tenido un orgasmo tan intenso. Sonreí y me dispuse a marchar a mi cama cubierta sólo por aquella toalla. Abrí la puerta del baño, salí al pasillo y apagué la luz. Di tres pasos.
- ¡Aaaah! – Grité al chocarme con alguien. La luz se encendió y apareció ante mí Darío.
- ¡Perdona tita! – Sus ojos me miraron de arriba abajo y una sonrisa se dibujó en su boca.
- ¡¿Te hace gracia asustar a tu tía?!
- No, no es eso… - Se acercó a mí mientras me hablaba suave, en voz baja. – Es que nunca me había fijado en lo sensual que eres…
- ¡Tonto, a dormir! – Le dije mientras le daba una suave bofetada, mitad reproche por decirle aquello a su tía, mitad agradecimiento por el piropo.
Seguí caminando por el pasillo. No podía verlo, pero notaba que sus ojos me observaban, estudiaban mi cuerpo. Mi coño volvió a mojarse por la excitación y sentí de nuevo ganas de masturbarme. Apenas había dado tres pasos y él me llamó, mi corazón se aceleró.
- ¡Perdona tita! – Me dijo y me volví deseando que tomara mi maduro cuerpo. - ¡Te has dejado algo en el lavabo!
- ¡¿Algo?! – Caminé extrañada. - ¡¿Qué es?! – Le pregunté ingenua.
- ¡Tu amigo! – Me dijo en el momento que miraba al baño y veía el consolador encima del lavabo.
- ¡Oh, perdona hijo! – Sentí que mi cara se ponía totalmente roja. – Se me olvidó guardarlo… - Lo agarré y me giré para marcharme a mi habitación, ocultándolo de su vista.
- Tita, no te ruborices. – Su mano me aferró por el brazo y me retuvo. - ¡Si yo pudiera encontrar algo que me diera placer! – Su suave tono me turbaba, todo mi cuerpo vibraba de excitación. El joven cuerpo de mi sobrino conseguía que me excitara.
- ¡¿No tienes una novia?! – Le dije mientras miraba sus ojos tímidamente, aquel torrente de sensaciones me asustaba, pero no deseaba que acabaran.
- ¡No tita, ninguna chica me da “amor”! – Sabía que aquel “amor” era claramente sexo, bajé la vista.
Por unos segundos permanecimos inmóviles, en silencio. La mano que me había aferrado por mi brazo con cierta fuerza, ahora me acariciaba suavemente. Me daba miedo mirarlo a los ojos. Mi cuerpo necesitaba más sexo, pero no podía obtenerlos de él, mi sobrino. Si lo miraba a los ojos sucumbiría al deseo tan intenso que me invadía.
- ¡Gracias tita! – Me dijo acercándose a mi cuello y dándome un delicado beso que me estremeció todo el cuerpo.
- ¡¿Gracias por qué?! – Le pregunté en voz baja, cómo él me hablaba.
- No he podido dejar de mirarte mientras “jugabas” con tu amiguito… - La vergüenza y la excitación se mezclaron en mi mente y me embriagaron. – Nunca había visto a una mujer tan preciosa… Has conseguido que me olvide de todos mis problemas… - No sabía que decirle.
- Me alegro… - La lujuria que invadía mi cuerpo no me dejaba pensar. Qué decir en tal situación. Recobré mi actitud de tía. - ¡Pero no está bien espiar!
- Ya lo sé tita. – Puso su dedo índice en el filo de mi toalla, justo en el canalillo que formaban mis pechos, lo movió recorriendo el filo de la tela y acariciándome suavemente mis redondas tetas. – Pero no fue mi intención. Sin querer vi estas preciosidades y me quedé hipnotizado por ellas… Y por el resto de tu cuerpo… - Sus labios me dieron otro suave beso en el cuello y sentí el impulso de ofrecerle mi boca. – Y mira cómo estoy ahora…
- ¡Dios, pobre sobrino! – Dije bajito, frotando mi mejilla contra la suya, cuando su mano llevó la mía hasta su polla, su endurecida polla. - ¡Hijo, eso es muy malo! ¡No puedes pasar la noche así!
- ¡Ayúdame, por favor! – Me dijo y su boca besó el lóbulo de mi oreja. - ¡Necesito algo más que mi mano para acabar con esto! – Sus labios se posaron en mi mejilla. – Siempre me has ayudado en todo, ayúdame ahora. – Su boca beso mi frente y mi mano agitó suavemente su polla por encima del pijama. - ¡Te necesito! – Sus labios besaron la punta de mi nariz. Mi otra mano acarició su imberbe pecho de suave piel. - ¡¿Lo harás?! – Sus labios estaban a poca distancia de los míos. Quedé esperando su beso.
- ¡Siempre puedes contar con la ayuda de tu tía! – Mi boca seguía esperando.
- Pues vamos a mi habitación…
Me agarró la mano y entrelazamos los dedos. Lo seguí nerviosa, excitada, como si fuera la primera vez que tuviera sexo con un hombre. Entramos en la habitación y él encendió la luz de la mesita. Una suave luz llenaba aquella habitación y aquel joven se convirtió en un ensueño. Junto a la cama, permanecimos unos segundos uno frente al otro, sin movernos, sin tocarnos, sólo nos mirábamos con deseo sin saber qué hacer y quién dar el primer paso. Era la primera vez que cometíamos incesto y las dudas nos mantenían paralizados. Pero la excitación y la lujuria que nos daba aquella situación, me hizo reaccionar. Empujé a Darío y quedó sentado en el filo de la cama.
Sus hermosos ojos me miraban y le ofrecí lo que tanto le había gustado ver furtivamente. Mis manos agarraron mi toalla y soltaron el pequeño nudo que la mantenía en mi cuerpo. La dejé caer. Allí estaba yo, allí estaba él. Sobrino y tía preparados para hacer un acto incestuoso. De pie, desnuda y ardiendo, así estaba cuando mi sobrino alargó sus manos y acarició mis enormes tetas. Di unos pasos y me coloqué entre sus piernas, mirando desde arriba cómo aquel joven disfrutaba de mi cuerpo.
- Cada vez que te veía en la piscina, soñaba con poder ver algún día estas maravillas… Hoy las estoy tocando… - Sus manos se movían por encima de mis redondas tetas y frotaban mis pezones.
- Pues esta noche son tuyas y puedes hacer lo que quieras con ellas…
El calambre de placer que recorrió mi columna fue tremendo. Su boca se aferró a uno de mis pezones y empezó a mamar con fuerza. Mi vagina empezó a vaciarse, ya llevaba tiempo humedeciéndose, pero ahora sentía como los flujos recorrían el interior de mis muslos. Mis brazos rodearon su cabeza y podía sentir sus ruidosas mamadas. Parecía un niño hambriento.
Agarré mis tetas con mis manos y le ofrecí los pezones erectos y duros. Los miró deleitándose con aquella visión. Sus manos rodearon mi cintura, bajaron por mis caderas y acabaron posándose sobre mis nalgas en el mismo momento que su boca volvía a chupar mis pezones. Pasaba de un pezón a otro, su lengua lamía y jugaba con ellos. Sus manos se agitaban y amasaban mi redondo culo. Quería gemir de placer, pero no podíamos hacer muchos ruidos.
- ¡Deja que tita juegue un poco! – Le dije apartando mis tetas de su boca.
Puse mis manos sobre sus hombros y lo forcé a que se echara atrás, quedando recostado sobre sus codos. Me arrodillé entre sus piernas. Mis manos subieron por sus piernas y se metieron por debajo de la tela del pantalón corto que llevaba puesto, acaricié sus muslos sintiendo los suaves pelos que los cubrían. Me incliné y besé el bulto que formaba su polla en la tela. Me mareé al sentir un placer extremo, aquella polla estaba durísima y lo sentía en mis ardientes labios. Con ellos abiertos, recorrí toda la longitud de aquel miembro. Era grande… y dura… y de mi sobrino. Todo lo que pensaba sobre aquella polla me excitaba. Deseaba verla, pero disfrutaba tocándola con mis labios por encima de la tela de su pijama.
Él me observaba. Subí las manos por dentro de su pijama hasta llegar a tocar aquella maravillosa polla cubierta por los calzoncillos. Mis dedos no podían hacer presión sobre la turgente carne que ocupaba todo mi deseo. Nunca me había sentido tan ansiosa al tener sexo, estaba poseída por el deseo, me sentía en celo y aquel era el macho que me iba a saciar. Saqué las manos de aquel pantalón y lo agarré por el filo hasta quitárselo. Ahora podía verla, enmarcada por la elástica tela de los calzoncillos, agitándose para que fuera liberada. Me incliné sobre ella y recorrí toda su longitud con un dedo. Su glande asomaba por el filo de aquella prenda que no podía contenerlo ni retenerlo. Saqué mi lengua y acaricié la piel del prepucio que asomaba, mientras mis manos empezaron a bajar la tela para liberarla. Lamía aquella piel y busqué la entrada de su glande. La hallé y metí mi lengua jugando con la suave piel.
Sólo escuché el gruñido de mi sobrino, después toda mi lengua se inundó de su semen. Una cantidad ingente de líquido blanquecino, salado y sabroso que chocaba contra mi lengua y nos llenaba a los dos. Era tanta, que mi lengua no daba abasto a recogerla y saborearla. El primer chorro me pilló por sorpresa, el segundo no pude dominarlo, después mi boca se aferró a su palpitante glande y todo lo que salió, fue recogido por mi glotona boca. Todo lo tragué. Lo que se vertió sobre su cuerpo, lo lamí hasta limpiarlo mientras mi mano agitaba su polla que no había perdido su dureza. Lo que había en mi cara, lo lleve a mi boca con mis dedos.
- ¡Joder tita, qué bueno! – Su respiración entrecortada no le dejaba hablar.
- Esta polla aún está dura… - Lo miré a los ojos con una sonrisa pícara. - ¡¿Cómo te gustaría bajarla ahora?! – Sus ojos se abrieron de par en par.
- ¡Siempre me masturbo pensando que me haces una cubana!
- ¡Así qué te haces pajas pensando en las tetas de tita Sofía! – Le dije de forma sensual mientras me apartaba de él y agitaba mis tetas con las manos.
- ¡Sí tita! – Se levantó y se colocó delante de mí con su endurecida polla amenazándome. – Siempre he soñado con tus enormes tetas y hoy voy a follarlas…
Me miró desde arriba, sacó saliva de su boca y la dejó caer sobre mis tetas. También escupí mi saliva y la mezclé agitando mis tetas. Mi marido se masturbaba muchas veces de esa manera, pero sentir aquella imponente polla entre mis tetas consiguió que mi coño lanzara más flujos. Sus manos las agarraron y empezó a follármelas. No podía más, ver a mi sobrino masturbándose con mis tetas, aquella polla tan grande que asomaba y se perdía entre mis pechos… Con dificultad cogí el consolador y activé la vibración. No tardé en correrme cuando lo coloqué en mi endurecido clítoris. Perdía las fuerzas mientras Darío sujetaba mis tetas y se agitaba violentamente para obtener su orgasmo. Su glande asomó con un gran empujón de sus caderas, un gran chorro de semen brotó de aquel enrojecido glande y me llenó la cara y el pelo, después otro, y otro. No sé cuantos chorros me echó, pero acabé empapada en el delicioso semen de mi sobrino. Me llevé todo el semen que pude a la boca y acabé de limpiarme con unas toallitas que había en el cajón de la mesita. Él estaba tumbado en la cama, descansando después de tanto placer. Mi coño se agitaba alegre por el orgasmo que había tenido.
- ¡Tita, tengo un problema!
- ¡Hijo, no te cansas! – Le dije al ver que tenía de nuevo otra erección que él ayudaba agitando su polla con la mano. – Ya es tarde, tenemos que parar…
- ¡Sólo una vez más! ¡Nos corremos los dos y lo dejamos!
- ¡No, no, ya no más!
Mis protestas no sirvieron para nada. De rodillas se colocó tras de mí. Podía sentir la endurecida polla en mi espalda, mientras su boca me mordisqueaba el cuello provocándome una nueva excitación.
- ¡Gírate y chúpala un poco! – Me dijo al oído.
Me giré y agarré aquella maravilla. Tiré de la polla hacia atrás y salió un voluminoso glande de piel tersa y enrojecida de deseo. Mi boca empezó a mamarle. Él de rodillas me miraba y disfrutaba de mi boca. Me acariciaba el pelo y las tetas.
- ¿Te gusta chuparme la polla? – Me preguntó.
- ¡Sí cariño! Nunca antes lo había probado, tu tío y yo no solemos practicar este tipo de sexo. A él le gusta follarme las tetas, eso sí que lo vuelve loco.
- ¡A él y a mí, tita! ¡Tus tetas son impresionantes! ¡Me gustaría probar tu… coño! – Parecía darle vergüenza decir aquella palabra, aunque su tía estuviera tragando su polla por completo. Una de sus manos acarició mis muslos y mis piernas se abrieron para que me tocara mi sexo. - ¿Te has meado?
- ¡No hijo! – Su mano jugaba con los pelos y los labios de mi coño. – Me has puesto tan caliente que mi vagina se ha preparado para ser penetrada. – Se puso de lado junto a mí, sin apartar su polla de mi boca y abrí mis piernas por completo para ofrecerle mi coño. – Si no te gusta, no lo hagas…
No dijo nada. Tenía su polla en mi mano y pude ver como su cabeza se metía entre mis piernas. Creo que nunca lo había hecho antes, pero en su momento sentí como mordía todo mi sexo con sus labios, como si lo masticara. Me agitaba los labios y los pelos, su boca presionaba contra mi coño y mi clítoris se agitaba. Nunca había sentido aquella sensación. Miré el glande de su polla y mi lengua lo lamió; lo tragué y empecé a mamarlo mientras sentía como sus dedos buscaban en mi coño y su lengua se agitaba desenfrenada por toda mi raja. ¡Era maravilloso! Nunca lo había hecho con mi marido, pero aquellas sensaciones me enloquecían y con más ganas mamaba su polla.
Resoplaba y gruñía, pero no me hablaba. Desde que su cabeza se metió entre mis piernas, no dijo nada, sólo se limitaba a darme placer. Se puso de rodillas y me quitó la polla. Me agarró por el culo y me movió hasta colocarme a cuatro patas en medio de la cama, él estaba tras de mí. Me miraba mi redondo culo, en sus ojos notaba lo excitado que estaba. Pensé que me la iba a meter, así que apoyé mi pecho sobre la cama y puse mi culo bien en pompa. Sus manos amasaron mis nalgas, con ganas y admiración.
Entonces sentí algo que nunca había sentido, su cara se pegó a mi culo y su lengua comenzó a lamerme el ano. Di un respingo al primer contacto, pero las suaves caricias me hicieron sentir placer. Su lengua se agitaba y mi vagina empezó a moverse por si sola. Podía sentir como se abría y cerraba, como pidiendo que entrara en mí. Mientras su lengua jugaba con mi ano, uno de sus dedos entró en mi mojada vagina. Me invadió un gran placer, aquella forma de masturbarme era nueva para mí. No sólo me penetraba la vagina, si no que su lengua me daba un placer que nunca había probado.
Retiró su lengua de mi ano y pensé que llegaba el momento de ser penetrada por su polla. Me retorcía de placer mientras que su dedo exploraba el interior de mi vagina y se restregaba con mi clítoris. Y otra nueva sensación invadió mi cuerpo. Sentí presión en mi ano. Con su dedo empujaba para introducirlo. Me puse tensa, nunca habían intentado forzar mi culo. Sentí como caía sobre mi esfínter su caliente saliva y como su dedo jugaba con ella. Me relajé un poco y su dedo empujó un poco más. ¡Ahora sí! Mi ano cedió un poco y aquel dedo empezó a entrar. Un orgasmo se preparaba al sentirme penetrada por los dos lados.
- ¡Quiero metértela! – Me dijo.
- ¡Vamos cariño! – Le dije pasando una de mis manos por debajo de mi coño, esperando que él me diera su polla. – Tráela y la dirigiré a mi coño.
Sentí cómo el glande se apoyó en mi mano y la aferré. La subí y la agité por la raja de mi coño, frotándomela por mi clítoris, sintiendo su dureza. Él se acercó a mí, sus manos se agarraron a mi cintura, preparado para penetrarme. No pude aguantar y me masturbé por unos segundos con su polla, frotándola y pasándola por mi coño. Fue suficiente para lanzar flujos y sentir un gran placer.
- ¡Prepárate cariño! – Le dije colocando su glande en la entrada de mi vagina. - ¡Penetra el coño de tu tía! – Mis labios vaginales rodeaban su glande, sus manos en mis caderas iban a empujarme contra él… Por fin sería follada por aquel joven que me ponía tan caliente.
- ¡Perdona tita! – Sentí su caliente semen que empezaba a brotar de su polla. - ¡No he podido aguantar! – Su polla se agitaba cada vez que lanzaba semen.
- ¡No importa! ¡Clávala fuerte! – Le pedí aunque él parecía paralizado por el placer.
Nunca había sentido mi vagina tan dilatada, su polla entró de golpe y me llenó por completo. Mi placer aumentó al sentir el golpe de sus huevos en mi coño, me había penetrado por completo. Agarrado a mis caderas, su polla llegó hasta lo más hondo de mi vagina. Permaneció dentro de mí, sin moverse, agarrado a mis caderas y sintiendo los últimos placeres de aquella corrida.
- Tita, tu coño está muy caliente… ¡Qué placer!
- Pues déjala ahí si tanto te gusta…
Su polla seguía dura, algo menos, pero su erección se mantenía. Me moví para que entrara y saliera de mí poco a poco. Yo empecé los movimientos, pero en breve sus manos me imprimían el movimiento, cada vez más rápido, más fuerte.
- ¡Así, así, folla a tita Sofía!
No decía nada, se limitaba a gemir y gruñir mientras me penetraba profundamente. Qué me follaran, me gustaba, qué fuera mi sobrino, me excitaba; pero con aquella gran polla, eso me derretía y nuevamente empecé a sentir otro orgasmo. Mis gemidos apagados lo estaban excitando a él y después de unas buenas y profundas penetraciones, clavó su polla todo lo que pudo y sentí su semen chocar en el interior de mi vagina. Los dos caímos rendidos en la cama, él sobre mí. Su polla aún estaba dentro de mí y sentía como se convulsionaba, como menguaba poco a poco. Por fin su joven y vigorosa polla parecía querer descansar. Durante unos minutos, permanecimos abrazados, en silencio. Lo que habíamos hecho no estaba bien, pero era lo más excitante y placentero que nunca había probado.
Me separé de él, cogí la toalla y me tapé el cuerpo. Él me miraba desde la cama, me acerqué y le di un suave beso en la boca. Salí de la habitación y tuve que darme otra ducha. Después me metí en mi cama, con mi marido, y descansé. Sólo tuve un pensamiento antes de dormirme: “¡Seguro que Darío ahora estará más tranquilo y querrá quedarse aquí con nosotros!”