Ayudando a mi mamá

Mi mamá está con el brazo mal y le ayudé a cambiar la ropa. Verla desnuda me excitó.

El cielo calmo de la noche, la luna y las estrellas son cubiertas por la lluvia de invierno, la cual limpia y purifica la tierra. Lo malo es que el piso se vuelve resbaladizo, especialmente si se camina con tacos.

Eso le ocurrió a mi mamá, quien se resbaló en plena calle. Por suerte no fue muy grave sólo se dio un pequeño estirón del músculo cuando salía de su trabajo. Al verla fui corriendo a su encuentro, no me importó ensuciarme con barro. La cargué y la llevé en un taxi a un médico. El cual dijo que la ayude, cosa que siempre hago.

Mi madre es la mujer más linda del mundo, siempre lo he pensado desde niño, como todos los niños, pero a diferencia de los niños mi complejo edípico no se me quitó y siempre he estado cerca apoyándola en todo, en las buenas y malas. Especialmente desde que el destino la separó de mi padre hace unos dos años. A veces pienso que fue lo mejor, yo siempre la he querido y le he demostrado cuánto vale para mí.

Mi deseo hacia mi mamá se hizo más grande hace unas semanas. Mi mamá había comprado un colchón y entre los dos lo subimos al segundo piso de su habitación, lo arrastramos y lo colocamos en la cama. Ese día mi mamá llevaba un pantalón ceñido de color piel y un polo con cierto escote. Con el esfuerzo mi mamá estaba sudando, lo cual transparentaba su polo dejando ver sus lindas tetas. Luego de colocar el colchón se inclina para colocar las sábanas, dejando ver su gran trasero donde se transparentaba su ropa interior. Me aguanto las ganas de meterle mano, pero no puedo evitar sufrir una erección. No sé si mi mamá se percató de ella o no, pero ahí estaba mi pene erecto  esperando salir de la prisión de los jeans.

Al terminar de tender la cama, su cuerpo está sudoroso por lo que se quita la playera y al hacerlo veo como se bambolean sus tetas atrapadas en el sostén. Luego se prepara para darse un baño. Sin embargo, había olvidado su camisón y pide que se lo entregue, aunque sólo me muestra su brazo desnudo, mientras el resto de su cuerpo está tras la puerta, es suficiente para encender mi imaginación y mi lívido.

Mi madre es genial: alegre, luchadora, bella con su metro sesenta de altura, sus ojos pardos, su tez blanca bronceada, sus caderas amplias, senos firmes a pesar de la edad y su elegante manera de vestir. A sus cincuenta años aún levanta miradas, miradas que me provocan celos. Mientras que mi hermana y hermano ya partieron de la casa yo siendo el mayor me he convertido en su apoyo. Hasta que se recupere del brazo viviré con mi madre, dejaré el departamento que compartía con mi novia Rosa.

Lo primero que hice llegando a casa fue prepararle una sopa. Ella fue a su cuarto para mudarse de ropa, mientras yo encendía el calentador para prepararle un baño caliente. Mientras la sopa iba hirviendo busqué en internet alguna forma de relajarla y descubrí una página que hablaba de los diferentes puntos de presión en los pies, los cuales controlaban diversos órganos del cuerpo.

Unos minutos después mi madre me llamó a su pieza, no podía quitarse el saco con un solo brazo y necesitaba ayuda. Siempre me gustó verla con su sacón gris de la oficina y su falda a la altura de la rodilla, le da una apariencia de profesora mala o bibliotecaria reprimida.

Para quitarle el saco me coloqué a su espalda rozando su cuerpo, por lo que no pude evitar una erección. Seguí con la blusa, al desabotonar mis manos intencionalmente rozaron sus senos y para el siguiente botón deslicé mis manos por el brasier, rozando sus pezones. Tenerla en ropa interior fue una vista gloriosa.

Luego le dije a mi mamá que le daría un masaje en los pies. Le quité los tacos, y al ver sus pies desnudos surgió otra excitación. Debo tener un fetichismo con los pies. Había leído sobre los puntos de presión en los pies, y sabía que cada punto correspondía a un órgano. Mi madre se sentó en el filo de la cama. En la tablet vi el punto de presión para relajar el dolor, a lo que mi mamá se sintió mejor. Seguí masajeando y cuando se sintió más relajada estimulé el punto de presión del clítoris y de su vulva alternativamente. Cayó de espaldas, su falda se levantó a la altura de sus muslos.

Sin parar de acariciarla empecé a hurgar con mi lengua subiendo desde sus pantorrillas hasta la gloria de su chochito el cual vi mojado, a pesar de las gruesas bragas de algodón.

Mi madre se retorcía de deleite, así que no opuso resistencia cuando con mis dientes bajé su calzón dejando a toda mi vista la belleza de su chocho, tan mojado y precioso, el cual me comí sin miramientos, pasando mi lengua de un lado hacia el otro. Mi mamá se sentía en el séptimo cielo y me pedía más

En ese momento mi madre cobró conciencia que yo era su hijo y me pidió que parara. Se levantó abruptamente y se cubrió sus partes.

-¿Acaso no quieres que continúe? –le dije.

-Sí, pero no está bien. No podemos

-¿Cómo va a estar mal algo que se siente tan bien? –repliqué

-Es incesto.

-No seas mojigata, mamá. Te gusta, tú lo deseas y me deseas. Así que descúbrete y déjate llevar. –Le susurré al oído y luego pasé mi lengua alrededor de su oreja.

-La verdad es que ya no me podría detener aunque quisiera. Estoy tan deseosa y mojada. Que no me importa ir al infierno.

-Te mostraré que vale la pena condenarse al infierno con el placer que te voy a dar.

No esperé su respuesta, sus ojos ya me lo habían dicho.

Mi mamá bajó el cierre de su vestido el cual cayó por sus piernas. Luego de un tirón le bajé las bragas, la recosté en la cama, quedando con la mirada hacia el techo. Empecé a lamer su vagina. Sus jugos eran deliciosos y abundantes. El olor a mar y el sonido de sus jadeos llenaban la habitación, mientras su cuerpo oscilaba y se movía de lado como el de una serpiente. Los labios de mi boca se unieron a sus labios vaginales. Besando la concha por donde vine al mundo.

Luego que tuvo una corrida, escupí en su vagina y empecé a meterle dos dedos de manera circular. Ya estaba preparada para la penetración. Mi pene era un mástil a punto de estallar que pedía salir de la prisión de los calzoncillos.

Mi madre se dio cuenta de eso y empezó a desabrochar mi pantalón, liberando mi polla de la prisión de los pantalones, y mamarme el glande, lo hizo de una manera salvaje lamiendo incluso mis testículos. No recordaba que era su hijo, sólo era una hembra llena de lujuria hambrienta de sexo salvaje. Su lengua salía de vez en cuando moviéndose de arriba hacia abajo y  de forma circular. Cerré los ojos y me dejé llevar, mientras con mis manos acariciaba sus tetas y apretaba sus pezones, los cuales se pusieron duros como piedras. Cuando estuve apunto de venirme mi mamá sintió la hinchazón de mi pene y empezó a hacerme pajas con su mano, mientras su boca permanecía abierta. La leche salió disparada por el aire con mi madre esperando atrapar las gotas con su lengua.

Lo bueno de ser joven, es que no se descansa mucho. Ya estaba listo para otra corrida. Coloqué a mi mamá echada en la cama boca abajo y mientras acariciaba su coño y metía los dedos, me quité completamente los pantalones y acomodé mi cuerpo sobre el de mi madre, susurrándole al oído palabras tiernas mientras arremetía despacio: “¡Relájate, mamita! Voy a meterte mi huevote ¡Sólo relájate y deja que yo haga todo el trabajo” Mi madre se dejó llevar; cerró los ojos y se dejó llevar en la lujuria del placer que le ofrecía.

Aparte de los jadeos profundos y continuos de su boca salían obscenidades: “¡Hijo, vuelve a mí! ¡Vuelve a mi coño! ¡Eres mi macho y yo tu puta! ¡Más fuerte, quiero que me rompas la concha! ¡Me rompes. Me matas. Me encanta!” y cosas por el estilo.

Mi madre estaba muy lubricada, sin embargo su vagina era estrecha. Luego me dijo que mi pene es más grueso que el de mi padre. Al principio sintió dolor, que luego se convirtió en placer: “Estoy gozando como una cerda” fueron las palabras que salieron de su boca y nunca olvidaré. A mi mamá le gusta hasta ahora la posición del misionero, ya que se siente protegida y relajada.

Sin embargo, cambiamos de pose, la coloqué de costado, sobre su brazo sano, de a pocos sin dejar las arremetidas. Mi mamá dijo: “quiero que me mires a los ojos al momento de terminar.”

Para lo cual cambié de posición. Saqué mi falo de su vagina para comenzar con el helicóptero. Empecé con el mete-saca de manera pausa y enérgica, pero al venirme las arremetidas se hicieron más constantes.

-Ya voy a terminar. ¿Puedo terminar dentro? —le dije.

-Sí. Quiero sentir tu leche en mis entrañas. —me dijo, mientras desfallecía de placer.

Una oleada de semen salió disparada desde mis gónadas a su vagina. Sin embargo, la saqué para sacudir mi polla entre su peluda concha e inundar su ombligo y vientre. Para luego volverla a meter en su concha. Mi madre me miró a los ojos, yo miré los de ella: una expresión desencajada por la lascivia.

Luego caí en su cuerpo materno acurrucando mi cabeza en sus tetas. A las cuales mamé cuando era un bebé y volví a mamar en ese momento. Mientras mi madre acariciaba tiernamente mi cabello.

Minutos después, al recuperar el aliento. Nos acomodamos de costado (su espalda unida a mi pecho) y con el pene adentro, ahora flácido, acurrucados nos quedamos dormidos.

Al despertar, me di cuenta que no estaba soñando, mi pene tomó su envergadura y empecé con las arremetidas. Mi mamá se despabiló de la siesta y se dio cuenta que no era sueño. Tomó conciencia de su posición de madre y trató de detenerme, pero el deseo y la lascivia pudieron más. Y sólo se dejó llevar por el goce.

Colocándome boca arriba, ella me montó de una manera constante. Hasta que el semen fluyó, el cual por efecto de la gravedad bajó a mi pene. Por lo que mi madre bebió esa mezcla de semen y sus jugos, jugando con mis pendejos.

Nos metimos a la ducha para luego preparar el desayuno e irnos a trabajar.

Al llegar la noche, recogí a mi mamá de su trabajo, volvimos rápidamente a casa, abrimos la puerta y antes que se cerrara completamente nos besamos apasionadamente, tratando de quitar la ropa del otro y en el sofá hicimos el amor. Descansamos, cenamos, hicimos el amor y nos acostamos juntos como la pareja que ya éramos.

-Siempre te amaré, hijo —me dijo

-Y yo a ti, mami.

-Convenceré a Rosa y juntas te amaremos.

-¿Cómo piensas hacerlo? —No recibí respuesta, ya estaba en el país de los sueños

Y empiernados nos dormimos.