Ayudando a limpiar a mamá
Como cada viernes por la tarde, un hijo acude a casa de su madre para echarle una mano en la limpieza de la casa.
Ayer mientras me dirigía a casa de mi madre, vinieron a mi mente recuerdos de mi infancia. Recuerdos de cuando yo tenía unos doce o trece años, y todos los viernes por la tarde acudía a casa una joven chica que ayudaba a mi madre a limpiar. Se llamaba Marisol y tendría unos veinte años. Ella y mi madre se pasaban dos horas limpiando, mientras yo en mi habitación leía, estudiaba, hacía los deberes, jugaba al ordenador… Marisol era mi amor platónico, me parecía muy atractiva y muchas de las pajas que me hice por aquella época, tuvieron a ella como protagonista. Las imágenes de ella y mamá vestidas con poca ropa, en las tardes de verano, poniendo la casa patas arriba, sudorosas, me excitaban bastante y fantaseaba con ellas.
Pero esto fue hace más de veinte años.
Ayer, como decía, fui a casa de mi madre. Me había llamado para que le echara una mano en las tareas del hogar. Desde que me fui de casa, la verdad es que no veía mucho a mi madre. El trabajo me quitaba bastante tiempo y vivo algo lejos de su casa. Únicamente iba algunos viernes por la tarde para ayudarla, ya que Marisol hacía tiempo que se había mudado de ciudad y ya no podía ir a limpiar.
Llegué sobre las cinco de la tarde. Era una tarde bastante calurosa. Subí las escaleras hasta el tercero y allí me estaba esperando mi madre.
¡Hola hijo! ¡Qué pronto has venido! –me saludó con dos besos-. He empezado con el aspirador, para ir adelantando algo de trabajo. Pasa, cámbiate y te pones con la cocina si te parece.
De acuerdo mamá- pasé y entré al cuarto de invitados a ponerme un chándal cómodo.
Cada vez que iba a casa de mi madre, volvía a sentirme el niño que creció en esa casa. A pesar de mis 37 años, me parecía que no había pasado tanto tiempo. Volvieron a mi mente los recuerdos de la niñez.
Salí del cuarto y vi que mi madre estaba pasando el aspirador por el pasillo. Llevaba puesta una bata fina, que dejaba entrever su silueta al trasluz. No pude evitar el quedarme allí quieto mirándola, mientras ella aspiraba los rincones cercanos a la puerta del salón. Parecía como si no pasara el tiempo por ella, seguía estando muy ágil a sus 57 años. Avancé por el pasillo para dirigirme a la cocina y pasé por detrás de ella, rozándola sin querer.
- ¡Ay! Lo siento, mamá- me disculpé. –Voy a dar un repaso a la cocina mientras acabas con el aspirador.
Nos miramos brevemente y me encerré en la cocina. Mientras, ella siguió aspirando el pasillo. Estuve un buen rato limpiando la cocina a fondo, había bastante grasa en la campana extractora. Sudaba bastante, hacía calor. Mi madre entró en la cocina.
-Hijo, si puedes ven al salón a ayudarme con la escalera, que voy a quitar las cortinas.
- De acuerdo mamá, voy enseguida- respondí.
Terminé de aclarar la bayeta y de recoger un poco la cocina y fui al salón a ayudar a mi madre con las cortinas. Cada dos semanas o tres, mi madre quitaba las cortinas de la casa para lavarlas. Tenía una escalera algo inestable y alguien tenía que estar sujetándola para que no hubiera peligro de caída.
Mamá, si quieres subo yo y tú sujetas.
No hijo, tranquilo, yo subo, que estos enganches son un poco raros y yo los entiendo mejor. Lo haremos como siempre, tú sujeta bien la escalera.
Mamá comenzó a subir por la escalera, despacio, mientras yo la sujetaba con firmeza. La escalera se movía un poco, era bastante inestable. Peldaño a peldaño, mi madre iba escalando y yo iba notando el suave roce de su fina bata en mis brazos y en mi cara. Sus rodillas estaban ya a la altura de mis ojos. Yo seguía agarrando la escalera con fuerza. Otro peldaño más. Ahora los tobillos de mamá estaban justo delante de mí. Ya había llegado arriba del todo.
- Hijo, sujeta bien, que voy a empezar a soltar la cortina.
Yo sujetaba fuerte mientras notaba que la cortina iba cayendo, como cada dos o tres semanas. Y éste era el mejor momento de cada dos o tres semanas, cuando yo miraba hacia arriba disimuladamente y podía ver a la perfección lo que había debajo de la bata de mi madre. Disfrutaba de ese momento al máximo, veía las bonitas piernas de mamá, sus firmes muslos, y más arriba veía sus braguitas blancas ceñidas a su culito redondo. Hoy llevaba puestas unas de encaje con unos corazones rojos por los bordes. Notaba su calor y respiraba su aroma de mujer madura. Mientras, mi madre iba desenganchando poco a poco la cortina, se inclinaba levemente hacia un lado y a otro para llegar mejor, y se ponía a veces de puntillas. Yo disfrutaba del espectáculo, agarrado a esa escalera, ¡bendita escalera! En un momento dado, me pareció ver que mi madre miraba hacia abajo. Yo disimulé, bajando rápido la cabeza, pero creo que se dio cuenta de que estaba mirando hacia arriba. Aunque ella siguió con lo suyo y yo con lo mío. Tras un rato, ya la cortina estaba en el suelo y mi madre descendió poco a poco.
-Gracias hijo. Voy a pasar el aspirador en la habitación, tú sigue con la cocina. Luego me ayudarás con las cortinas de la habitación.
- Vale mamá, me avisas cuando me necesites- dije.
Me fui a la cocina, cerré la puerta y seguí recogiendo un poco por allí. Pero mi mente, seguía sujetando la escalera y mi corazón estaba bastante acelerado. Me sentía un poco mal, me gustaba mirar por debajo de la bata de mi madre, y eso no estaba bien. Me excitaba, y noté como mi pene se había puesto duro. Me lo toqué, estaba bastante empalmado. Cerré la puerta de la cocina, me fui al rincón de las escobas , y allí me bajé el pantalón ligeramente. Me agarré la polla firmemente con la mano y noté que estaba muy húmeda. Entonces mi mente volvió bajo la bata de mamá, mientras mi mano pajeaba me verga despacio. Imaginaba que mientras sujetaba la escalera, acercaba mis manos a las piernas de mamá, iba subiendo y poco a poco le bajaba aquellas braguitas de corazones rojos hasta dejárselas por los tobillos. Así podía ver mejor el depilado coño de mamá, muy húmedo y caliente. Me estaba pajeando inmerso en mis pensamientos cuando oí a mi madre por el pasillo.
- ¡Hijo!, ya he acabado de aspirar, ven a ayudarme con la escalera y quitaré las cortinas para lavarlas.
-¡Voy mamá!
Me guardé la polla como pude, porque estaba bastante grande y dura, me subí el pantalón y fui rápidamente hacia la habitación. Allí estaba mamá al pie de la escalera, ¡bendita escalera!
Estas cortinas tienen los enganches más duros, hijo. Sujeta bien la escalera, no sea que me caiga- dijo mi madre mientras se disponía a subir.
Tranquila mamá, no temas, la sujetaré muy bien.
Mamá empezó a subir de nuevo por la escalera. Yo la sujetaba con fuerza. Mi corazón estaba acelerado y mi polla aún seguía dura como una piedra. Mamá ascendía. De nuevo sus rodillas ante mi cara. Sus tobillos. Ya estaba arriba. De nuevo un momento de gran disfrute me aguardaba. Noté que mi madre se empezaba a mover, había empezado a quitar los enganches de la cortina. Me disponía a mirar hacia arriba para seguir gozando como en el salón, cuando algo llamó mi atención. Posadas encima de la mesita de noche, había unas braguitas blancas. Estaban algo lejos de mi vista, pero me pareció ver que tenían unos corazones rojos por el borde. Mi corazón dio un vuelco de excitación. Miré hacia arriba rápidamente para comprobar si lo que estaba pensando podía ser verdad, y efectivamente al mirar bajo la bata de mi madre pude ver que no llevaba bragas. En ese momento mi madre miró hacia mí.
- Cielo, sujeta bien, que tengo miedo a caerme- dijo mirándome con un esbozo de sonrisa en su boca.
Nuestras miradas se cruzaron brevemente, y ella siguió despacio quitando la cortina, que poco a poco iba cayendo a mis pies. Yo no acababa de creerme lo que estaba pasando. No podía ser verdad. Miré de nuevo hacia arriba para cerciorarme de que no estaba soñando, y no, no estaba soñando. Mi madre se había quitado las bragas para subir a la escalera. No supe cómo reaccionar. Mi pene sí. Se puso firme y tieso como una barra de acero. Tenía que aprovechar esta oportunidad que el destino me brindaba. Los ojos se me salían de las órbitas, mirando el culo de mi madre bajo esa bata ondulante. Intenté salir de mi parálisis y acerqué una de mis manos a su pierna. Con una mano sujetaba la escalera y con la otra su pierna izquierda. La cortina seguía cayendo. No tenía mucho tiempo. Entonces decidí hacerlo. Solté la escalera y con la mano que me quedó libre, me saque la polla y empecé a hacerme una paja, mientras miraba bajo la bata y sujetaba a mi madre por la pierna. Notaba su piel suave, e imaginaba lo suave que tendría que ser la piel de su coño. Me estaba excitando muchísimo. Mi polla estaba cada vez más húmeda y yo la meneaba cada vez con más brío. Entonces, la cortina cayó al suelo.
- Bueno, ya está. Sujeta bien hijo, que voy a bajar.
Rápidamente me guardé la polla bajo el pantalón, y sujeté la escalera con fuerza, mientras disimulaba mirando hacia la pared. Mi madre comenzó a bajar despacio. Aún me dio tiempo a echar una última mirada bajo su bata para fijar aquella fabulosa imagen en mi retina. Al llegar abajo, mi madre me acarició la cara suavemente con sus dos manos y sonriendo me dijo:
Gracias hijo, ya hemos terminado. Veo que estás sudando, si quieres date una ducha. Prepararé algo de cena, quédate y cenas aquí, cielo.
Vale mamá.
Salí del cuarto, intentando disimular mi erección y rápidamente entré en el cuarto de baño. Me metí en la ducha, abrí el grifo del agua caliente y me quedé un rato bajo el chorro, pensando en lo ocurrido. Mi polla seguía muy dura y yo me la seguía meneando, despacio. No quería correrme aún. El baño estaba lleno de vapor de agua caliente. Salí de la ducha, me sequé y me tapé con una toalla atada a la cintura. Entonces, mi madre llamó a la puerta del baño.
- Hijo, voy a entrar un momento, voy a meter las cortinas en la lavadora.
Mi madre entró en el baño y cerró la puerta. Venía con las cortinas. Nos miramos. Ella se dirigió a la lavadora. Yo estaba de pie, mirándola. La toalla apenas disimulaba mi erección. Mamá se agachó para meter las cortinas en la lavadora. Yo estaba detrás de ella. Me agaché disimuladamente para volver a mirar bajo su bata. Seguía sin bragas. Mi excitación creció. Entonces, me quité la toalla y mi polla quedó liberada, salió como un resorte. La toalla cayó al suelo y yo me agarré la polla y me empecé a pajear detrás de mi madre, muy cerca de ella. Lo hacía descaradamente y sin ningún temor a que me viera. Me la meneaba arriba y abajo, con furia, excitadísimo. Me estaba volviendo loco de placer. Me dejé llevar por la excitación, me acerqué a mi madre y con ambas manos le levanté la bata despacio. Ella se quedó quieta. Hubo una pausa y entonces ella se incorporó, despacio, y se giró hacia mí. Yo me quedé paralizado, quizá había ido demasiado lejos. Pero entonces, mi madre acercó su mano derecha despacio hacia mi pene erecto y lo agarró con suavidad. Se acercó más a mí. Su bata se abrió ligeramente y pude ver que no llevaba puestas bragas ni sujetador. Su mano empezó a moverse sobre mi polla. Me estaba pajeando, despacio. Se acercó más a mí y me dio un suave beso en la mejilla. Me susurró al oído:
- Esto no está bien hijo. Soy tu madre.
Se agachó delante de mí y se metió mi polla en su boca. Noté su calor y la humedad de su saliva por toda mi verga. Se la comía con muchas ganas, devorándola con avidez. Yo estaba en el cielo. Me dejé hacer. Mi madre me estaba ofreciendo la mejor mamada que jamás nadie me había hecho. Me la chupó durante un buen rato, y yo tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no llenarle la boca de semen. Tenía unas ganas enormes de correrme, pero no quería que esto acabara. Se levantó y de nuevo me susurró:
- Hijo, no podemos seguir, esto no está bien.
Yo le abrí la bata con ambas manos y pude ver sus enormes tetas ante mí, con los pezones apuntándome. Puse mis manos en su cintura y acerqué mi cara a sus tetas. Las empecé a lamer y a chupar. Sus pezones se pusieron duros como rocas y ella gimió levemente. Las empecé a manosear mientras me comía sus pezones duros, primero uno y luego el otro. Bajé mis manos y las posé en su hermoso trasero, magreándolo con decisión. Ella se quitó la bata y la dejó caer al suelo, junto a mi toalla. Ahora estábamos los dos, madre e hijo, desnudos, rodeados de vapor de agua en medio del baño. Mi madre me agarró de la polla y mi llevó hasta el retrete y bajó la tapa.
- Siéntate aquí hijo.
Me senté. Mi polla estaba totalmente enhiesta, como el mástil de un velero. Mi madre se giró, dándome la espalda. La vista de su culo era maravillosa. Separó sus piernas y poco a poco se sentó sobre mí, mientras con su mano abría su húmedo coño. Mi enorme verga fue desapareciendo dentro de su coño, que parecía derretirse por momentos. Lo tenía muy caliente y húmedo. Se la metió hasta el fondo, quedando totalmente sentada encima de mí.
- Hijo, voy a follarte muy despacio.
Yo no dije nada, estaba totalmente alucinado de lo que me estaba pasando. Mi madre empezó a moverse despacio arriba y abajo, follándome deliciosamente. Notaba su fina piel deslizarse sobre mi pene, resbalando dulcemente. Estábamos empapados. Yo le acariciaba el culo y los muslos, firmes y suaves. También de vez en cuando le agarraba las tetas y notaba sus duros pezones, que apretaba con mis dedos. Mi madre gemía, cada vez más fuerte. Me folló un buen rato. Luego se levantó, se giró y me cabalgó sentada frente a mí. Esta vez la cabalgada fue más agresiva. Sus tetas botaban justo enfrente de mi cara. Yo intentaba llevar mi boca hacia ellas, y sacaba mi lengua para lamer sus pezones. Mi madre se levantó, se apoyó en la repisa del lavabo, inclinada hacia adelante, ofreciéndome su culo. Podía ver su coño chorreando.
- Fóllame hijo, fóllate a tu madre. Inúndame el coño con tu leche.
Mi dirigí a ella, le separé suavemente las piernas, con mis manos abrí ligeramente su coño y acerqué mi polla. Se la metí despacio, escuchando sus suspiros. Hasta el fondo. Entonces empecé a follarla con decisión, con firmes embestidas, notando como temblaba de placer. Noté sus espasmos y sus jadeos mientras se corría. Yo no podía aguantar más. Me quedé quieto, dentro de ella, a las puertas del orgasmo. Le acariciaba su culo, sus piernas, sus tetas, su cintura. Sin moverme dentro de ella, notaba como mi polla se ponía más y más dura.
Mamá, no aguanto más, voy a correrme.
¡Córrete hijo!, ¡córrete dentro de mí!
Solté un buen chorro de semen dentro de su coño, y tras unos segundos, salieron tres, cuatro, cinco chorros más de leche caliente. Ambos temblábamos de placer. Yo la abrazaba por detrás, juntando nuestros cuerpos sudorosos. Fueron unos segundos, pero parecía que el tiempo se había parado. Mi polla se salió de su coño, chorreando. Mi madre se giró, me comió la boca con un beso caliente y húmedo, y me dijo sonriendo:
- Esté será nuestro secreto, cariño.