Ayúdame Compadre

Un buen compadre es aquel que no te niega la ayuda cuando la necesitas. Incluso cuando se trata de averiguar sobre la sexualidad de tu hijo.

AYUDAME COMPADRE

Por el camino de tierra y bajo la sombra de los viejo árboles, la entrada de la casa me era tan familiar que casi podría recorrerla dormido. Aún así, no me sentía nada tranquilo. Mil veces estuve a punto de regresarme y otras tantas me detuve, intentando juntar el valor para tocar a la puerta. Finalmente la puerta se abrió por sí sola, y asomó Ezequiel, mi compadre, sonriendo bajo el espeso bigote negro.

Pero Zacarías – dijo limpiándose las manos en los pantalones, dándome un fuerte apretón de bienvenida – qué gusto que vengas a la casa, compadre, pásale – invitó.

Con la mano vino el caluroso abrazo y me empujó para dentro, recio y amistoso como es siempre mi compadre.

Y mi comadre? – pregunté, a sabiendas de que no estaba en la casa. No en balde llevaba espiando una hora afuera para estar seguro de que mi compadre estaría solo en la casa.

Se fue al mercado – contestó Ezequiel, invitándome a sentarme y ofreciéndome un vaso de agua, o una cerveza, o lo que yo quisiera.

Le acepté la cerveza y lo seguí a la cocina, donde luego de darme la botella, chocamos las botellas y nos sentamos en la mesa del comedor.

Y pa’ que soy bueno? – preguntó luego de un buen trago y el correspondiente eructo.

Cómo sabes que te vengo a pedir algo? – le contesté sólo por ganar tiempo.

Ezequiel me miró sonriendo, con esos dientotes blancos y parejitos asomando bajo los bigotes. Los ojillos oscuros le brillaban, con esas arrugas que suele tener la gente que no se toma las cosas tan en serio.

Mira compadre, nos conocemos hace tantos años que no hace falta sino verte para darme cuenta que traes un problema y quieres que te ayude.

Me tocó el turno de sonreír y tuve que reconocer que mi compadre tenía razón. Teníamos un buen de años conviviendo tan de cerca que nos conocíamos hasta el modo de rascarnos los huevos.

Tienes razón, compadre – admití luego de echarme un buen trago de cerveza, decidido a hablarle con franqueza.

Qué pedo traes atorado? – dijo Ezequiel palmeándome la espalda.

Pues se trata de Pancho – comencé finalmente.

Mi ahijado? – preguntó extrañado – qué le pasó al chamaco?

Nada, nada, no te preocupes, mi hijo está bien de salud.

Y entonces?, explícame qué te preocupa.

Verás, compadre – comencé con cierta cautela – el Pancho ya tiene 16 años, y pues como que ya teniendo edad para ciertas cosas, no crees?

A ver, a ver, cabrón, al chile, no le des tantas pinches vueltas al asunto – dijo directo y sin rodeos – dime exactamente a qué te refieres?

Me puse de pie, algo nervioso, y finalmente me di cuenta que tenía razón. Si ya había decidido confiar en él, no había motivos para no soltarle las cosas tal como eran.

Esta bien, esta bien, pinche compadre – acepté decidido – pues me preocupa que el chamaco no ha tenido ni una novia todavía, ni le veo el menor interés, y pues la mera verdad, pues tengo miedo de que me haya salido puto.

Ezequiel se quedó muy serio. Al menos tuvo el buen tino de soltarse a reír, como era su costumbre

No mames, compadre – dijo al ver mi cara de preocupación – de verdad te apura eso?

Pues si, compadre – le expliqué – es mi único hijo varón, el que va a continuar con mi apellido, y pues claro que me preocupa.

Pero si apenas tienes 38 años, compadre, todavía puedes hacerle otro hijo a la comadre, no? – dijo con su habitual buen humor – o que?, acaso ya no se te para o que pedo?

No chingues, compadre, que no estoy para tus pinches bromitas – le reclamé algo molesto.

Esta bien, esta bien, tampoco te sulfures – dijo volviendo a ponerse serio. – Y en qué quieres que te ayude? – preguntó finalmente.

Pues habla con el chamaco – le pedí.

Y yo porque? – preguntó extrañado – que no sería mejor que hablaras tú con él?

Pues si – acepté – pero ya sabes, los hijos no siempre tienen la confianza para hablar de sexo con uno, y pues pensé que tal vez contigo sería más fácil. El te tiene mucho aprecio, y mucha confianza también.

Tras pensárselo un poco, Ezequiel se decidió.

Cuenta conmigo, compadre, ya sabes que yo nunca te he fallado.

Acordamos que yo le mandaría a mi chamaco al día siguiente, con el pretexto de que su padrino necesitaba ayuda en el sembradío, y allí, a solas y lejos de la familia, mi compadre Ezequiel trataría de sacarle toda la información.

Me regresé a la casa, por una parte tranquilo porque finalmente había logrado contarle todo a mi compadre, pero por otra parte preocupado, porque no quería enterarme de que mis temores resultaran ser ciertos.

Pancho aceptó ir al día siguiente con mi compadre, aunque no de muy buena gana, porque ya sabemos todos como son los chamacos a esa edad. De todos modos me aseguré de que lo hiciera, y se fue muy temprano luego de desayunar. Yo me fui a mis propios asuntos y para cuando me di cuenta ya el sol se estaba metiendo y me apresuré a volver a casa. Nada más llegar le pregunté a mi mujer por el Pancho.

Llegó hace rato, será cosa de una hora – me dijo sin dejar de amasar la harina sobre la mesa de la cocina.

Te dijo algo? – le pregunté como quien no quiere la cosa.

Nada – comentó secamente. – Pero el que si me dijo fue el compadre.

Me sentí nervioso, sin lograr dilucidar exactamente porqué.

Pues qué te dijo?, mujer – pregunté inmediatamente.

Nada más que fueras a verlo a su casa en cuanto llegaras, porque tenía mucho que contarte.

Ah, que compadre! – dije para disimular – quién sabe en que chismes andará metido.

Me despedí de mi vieja rápidamente, antes de que comenzara a hacerme más preguntas, y enfilé presuroso a casa de mi compadre.

Pásale compadre – me dijo desde la puerta – que ya te estaba esperando.

También me esperaba un paquete de cervezas bien heladas sobre la mesa, y abrí la primera con algo de premura.

Qué pasó, compadre – le dije apresurado – como le fue con mi chamaco?

Siéntate – dijo ceremoniosamente – que la historia es larga.

No me asustes, compadre – le dije mientras me acomodaba en la silla – que tienes una cara muy extraña.

Ezequiel se echó un buen trago al buche y eructó ruidosamente. Se rascó las pelotas y finalmente se sentó en una silla frente a mí. Comenzó entonces su relato.

Pues verás – comenzó finalmente – el Pancho llegó bien temprano y le expliqué que necesitaba que me echara la mano en los sembradíos, así que luego de tomarnos un café montamos las mulas y enfilamos para allá. En el camino comencé a hacerle plática, tratando de averiguar si andaba de novio con alguna muchacha del pueblo, o al menos si alguna le llamaba la atención. El Pancho muy callado, no soltaba nada, y así anduvimos un buen trecho. Después de un rato, pues me dieron ganas de mear.

Aquí el compadre se detuvo, haciendo una pausa que yo consideré innecesaria.

Síguele compadre – le reclamé – que eso de la meada ni viene al caso.

Me miró de una forma algo rara.

Por el contrario, compadre, sí que viene al caso – dijo con cierto misterio.

Ora – me sorprendí – y eso porqué?

Pues porque el Pancho se puso muy atento al ver que me bajaba del caballo y me bajaba el cierre de los pantalones.

No chingues!, compadre.

Tal como te lo cuento – me respondió.

Me terminé la cerveza, sin saber si quería escuchar más de esa historia. Abrí la segunda y resignado le pedí que continuara.

Pues como te decía – retomó el cuento – me di cuenta que paraba mucho el cuello y que disimuladamente trataba de ver lo que me colgaba entre las piernas.

No te habrás confundido?, compadre – le pregunté esperanzado.

Lo mismo pensé yo – me contestó – y por eso, para estar bien seguro, me di la vuelta, con la verga colgando fuera de los pantalones, como si se me hubiera olvidado guardármela.

Y que hizo el Pancho? – pregunté con un hilo de voz.

Pues en vez de hacerme notar mi accidente, olvido, o lo que fuera, se me quedó mirando fijamente a la reata, como si quisiera resistirse a mirarla, pero devorándola con esos ojazos negros que tiene. Porque de veras que tiene bonitos ojos el muchacho, eh?

Si – acepté distraído, sin poder apartar de mi mente la imagen de mi hijo mirando con deseo la verga de su padrino. – Y luego que hiciste?, compadre.

Pues me acerqué a la mula, haciéndome como que no me daba cuenta de que la polla andaba suelta y feliz a la intemperie. El Pancho no dejaba de mirarla con una carita que para que le voy a negar, compadre, me hizo sentir muy contento.

Ora – dije sorprendido – y como es eso?

Pues si, compadre – me explicó – la verdad me sentí muy contento de que el chamaco me mirara con tanta admiración, porque a lo mejor tú no lo sabes, pero tengo muy buena pistola.

Una pausa, y de verdad me quedé mudo. No sabía si penar en mi hijo o en la mentada pistola. Mi compadre, con los ojos cerrados y haciendo memoria se estaba tocando la dichosa pistola, y para mi sorpresa, el bulto se notaba verdaderamente grande.

Pinche compadre – me dijo de repente – que se me hace que no me crees.

No compadre, cómo voy a dudar de ti? – le contesté inmediatamente.

Te juro que la tengo bien grandota – contestó con aquella sonrisa que le curvaba los negros bigotes.

Y por si alguien lo dudaba, se marcó el bulto aquel con ambas manos, haciéndolo todavía mas evidente. No supe voltearme a tiempo, o a lo mejor ni siquiera hice el intento. La cosa es que me quedé como un idiota mirando aquella parte de mi compadre con evidente admiración y porqué no, también de envidia.

Así – dijo mi compadre – con esa misma carita me miró tu hijo – continuó mi compadre.

Me puse rojo de vergüenza. No sabía si por mí o por mi hijo, y mejor me empiné la cerveza para no tener que contestarle nada. Ezequiel me abrió otra inmediatamente.

Creo que no debería seguir tomando – le dije sintiéndome ya algo mareado.

Cómo chingados no – dijo el compadre ofreciéndomela de nuevo – si la historia apenas comienza.

Tomé la cerveza, mirando de nuevo el bulto de Ezequiel, que no parecía disminuir de tamaño.

Pues te decía – reanudó Ezequiel su relato – que el Pancho me devoraba con los ojos. Yo me encendí un cigarro y me acerqué para ofrecerle uno. El no fuma, ya lo sé, pero quería acercármele, para ver qué reacción tenía.

Y qué hizo? – pregunté totalmente envuelto en la historia.

No me aceptó el cigarro, pero sí me aceptó que me le acercara bastante.

Qué tan cerca? – pregunté con cierto temor, pero sin poder evitarlo.

Muy, muy cerca compadre. Tanto que mi verga rozó una de sus manos, y el muy ladino no la quitó.

No, compadre, no me diga eso – le reclamé.

Pues para que hacernos pendejos?, compadre – me dijo suavemente. - Me mandaste a averiguar y ni modo, aunque no te guste ni quieras saberlo, tengo que decirte que el Pancho te salió bien puto - terminó.

Que no, compadre – continué neciamente – a lo mejor te confundiste.

Confundirme?, no me chingues compadre – dijo Ezequiel – a poco crees que el muy putito se conformó nomás con ver?.

Pues que pasó? – pregunté intrigado y la verdad, algo excitado.

Pues aprovechó la cercanía y me agarró la verga – confesó.

Así de plano?, compadre – pregunté – no será que le exageras?

Ezequiel se puso de pie. Me tomó la mano por sorpresa y la acomodó sobre la bragueta. Si, justo allí donde el enorme bulto parecía ya querer explotar.

Así, compadre, justo así – me explicó – así como me la estas agarrando tú, nada mas que la tenía fuera de los pantalones.

Mi mano seguía allí. Serían las cervezas, sería la historia, sería que de pronto sentí unas ganas enormes de dejar la mano allí toda la noche. No sé que sería.

Si – contesté, haciendo un débil intento de apartar la mano de aquel gordo imán que tanto la atraía – pero la tenías fuera, verdad compadre?

Si, la tenía colgando fuera de la bragueta – me contestó – y el putito del Pancho me la comenzó a acariciar bien rico.

Ezequiel comenzó a bajar el cierre del pantalón. No mucho, sólo un poco. Lo suficiente como para darme cuenta que no traía calzones, y poder ver un matojo de pelos negros y ensortijados. Lo suficiente como para querer ver un poco más.

Y bueno – continuó mi compadre – como vi que me la agarraba con tanto gusto y ya para salir completamente de dudas, le pregunté: te gusta la verga, verdad ahijado?

Y qué te contestó? – pregunté mientras comenzaba a sobarle el bulto a mi compadre, suavecito, despacito, sintiendo la dureza bajo los pantalones, rozando de vez en cuando la pequeña abertura en su bragueta, sintiendo el suave nido de sus vellos púbicos.

Que le fascinaba – contestó llanamente mi compadre – así que le pregunté si no quería sentirla bien, sino le gustaría besarla y darle unas chupaditas.

Me quedé de piedra. Aquello era demasiado. Mi hijo no podía haber accedido a aquella propuesta.

Y qué te contestó? – pregunté de todos modos, queriendo saber – qué hizo?

Ezequiel terminó de abrirse la bragueta antes de contestar. Su verga, gruesa y enorme salió orgullosa de los pantalones. No colgaba, como en la historia, sino que se erguía, poderosa y turgente frente a mis ojos.

Se la acerqué así – dijo mi compadre acercándome el enorme trasto al rostro – le tomé sus cachetitos de esta forma – continuó Ezequiel tomándome por las mejillas – y se la restregué en esa carita de puto tan bonita que tiene – y comenzó a restregarme la verga en la barbilla, los labios, la nariz, los ojos.

El olor a macho me hizo temblar sin saber porqué. Sería la sorpresa de descubrir que los hombres podían oler tan sabroso, tan excitante. Me tomó los cabellos y me jaló la cabeza hacia atrás. Su verga continuó rozándome ahora el cuello, la garganta expuesta, mientras una mano se metía bajo mi camisa y me acariciaba la tetilla.

Tu tienes las tetas peludas – dijo mi compadre – pero mi ahijado las tiene rosaditas y muy sensibles – continuó comparando – aunque por lo visto a los dos les excita que se las toquen, verdad compadre?

Qué iba yo a saber?, si mi cuerpo era un tambor, retumbando ya descontrolado. No podía negar algo que era ya tan evidente. Me temblaba el cuerpo con lo que me estaba haciendo, y todavía peor cuando tomó la tetilla entre sus fuertes dedos y la retorció en una mezcla de dolorosa pero maravillosa sensación.

Tanto se calentó el muy putito – continuó impasible mi compadre – que se abalanzó a comerme la verga sin mayor problema.

Con sus palabras y la imagen que acababa de poner en mi calenturienta imaginación, abrí la boca, igual a como la había abierto el Pancho, y la enorme tranca de mi compadre me entró casi hasta la garganta. Qué delicia, descubrí de pronto, que satisfacción sentir aquella lanza de carne, viva y caliente, sabrosa y dura entrar así en mi boca, como si fuera mi dueño, como si mamarle la verga fuera mi obligación y su derecho.

Y se la comió con gusto – continuó él – me la mamó por puto que es, porque a leguas se le notaba lo caliente que lo ponía tener mi verga en el hocico, porque así son las putas, compadre, ven una verga y se deshacen, se abren de patas y de nalgas.

Sus palabras eran ya un nudo en mi estómago. Cuáles patas, cuáles nalgas, de qué hablaba mi compadre si yo sólo era una boca, una boca hambrienta, un deseo que no podía entenderse ni explicarse, sino simplemente llevarse a cabo, dejándose llevar, hundiéndose en el calor de la tarde, en la casa sola, en las cervezas consumidas y los cuentos de mi compadre.

Pero la cosa no acabó allí, por supuesto – dijo Ezequiel retirándome la verga, hermosa y enorme verga, y la vi partir con cierto dolor, cierta añoranza que yo mismo no me lograba explicar – porque entonces le quité la ropa. Si, no me mires con esos ojos, compadre, porque fue exactamente lo que hice – me explicó – agarré al muchachito y lo puse de pie – y tan de bulto como contaba las cosas, también me puso de pie de un tirón, en medio de aquella cocina que me era tan familiar y ahora tan extraña, y algo mareado traté de permanecer lo mas derecho posible, aunque las piernas me temblaran, aunque el estómago siguiera siendo un nudo indestructible y la voluntad y la razón se escabulleran por la única ventana de la cocina, que ahora cerrada me separaba de la noche clara y solitaria.

Ezequiel me miraba fijamente y el bigote le temblaba en una media sonrisa. La enorme verga seguía erguida, igual que la mía, según noté de pronto.

Y ni te creas que opuso resistencia – me contó mi compadre mientras comenzaba a desabotonarme la camisa – porque se quedó quietecito mientras yo lo encueraba – ahora era el cinturón – no me decía nada, tan solo jadeaba como las yeguas que han trotado mucho – allá cayeron los pantalones – y me miraba con esos hermosos ojos negros, los mismos que tienes tú, pinche compadre – y abajo los calzones también – y tan bonito y desnudo como tú, con estas pinches nalgas tan sabrosas – y sus manos me agarraron el trasero – porque que bonito culo tienes compadre, lo sabías?

Yo no sabía nada. El calor, la cocina, las cervezas, y esas manos tan grandes y algo rudas que me sobaban por todas partes, unas partes que no había sobado nunca nadie, unas partes que alguien debería haber sobado antes, maldita sea.

Y tan puto el chamaco – me dijo Ezequiel con ese bigote tan negro pegado en mi oreja – tan cochino y ofrecido, me creerás que paró las nalguitas para que yo le metiera un dedo en el culito?, puedes creerlo?

Y por supuesto paré las nalgas. Y por supuesto el dedo de mi compadre no se hizo esperar. Y por supuesto me entró suavemente, rudamente, y por supuesto me tuve que recostar sobre la mesa, porque él me empujaba a hacerlo, porque se sentía tan rico, porque no se conformó con un dedo y ya eran dos, y cerré los ojos para no tener que contarlos, porque mi culo abierto no sabía de matemáticas, y a diferencia de la única ventana, que aun permanecía cerrada, se abría para sus dedos, que ya parecían ser tres.

Y tan lujurioso el chamaco – decía mi compadre en aquel mete y saca – se separaba las nalguitas con sus propias manos, para que yo le mirara el ojete del culo así bien abierto, provocándome, enardeciéndome.

Mis manos, ajenas a mi, voluntariosas y autosuficientes, separaron mis nalgas, dejándole ver a mi compadre el agujero oscuro y mas privado de mi cuerpo. Un suave ronroneo de alguno de los dos. Debía ser él, porque yo tenía los ojos cerrados, la boca sellada, la razón amortiguada, y él, él no tenía ningún tipo de freno, y su lengua tampoco, que húmeda y vigorosa comenzó a lamer el camino entre mis nalgas, delicia de delicias, y bajó sinuosa, caracol baboso y lento, hasta el centro mismo de mi placer.

Compadre! – gemí quedamente al sentir su lengua en mi ano – qué hace?

No contestó. Sus lenguetazos eran cintas que me tenían pegado a la mesa. Sus manos sobaban mis nalgas, sus quejidos me enardecían el cuerpo y me quedé allí, incluso cuando poco después le sentí acomodarse entre mis piernas, cuando sentí que la cabeza gorda y húmeda de su verga se apoyaba en mi ano y supe, sin la menor duda, de que pensaba penetrarme.

Ah, que muchacho, ese Pancho! – dijo mi compadre, restregándome la punta de la verga en mi agujero, jugueteando con mi culo, provocándome, asustándome, llevándome del deseo a la desesperación

Qué hizo entonces? – pregunté abriendo los ojos, mirando hacia atrás, confirmando con la vista que la verga de mi compadre era enorme, que la tenía entre mis nalgas, y que el bigote de Ezequiel era tan negro como sus ojos.

Pues que iba a hacer? – contestó mi compadre metiéndome la cabeza de su miembro, resoplando con el esfuerzo, partiéndome el culo mientras yo apretaba los dientes y retenía el aire en los pulmones, incapaz de respirar para no hacer más difícil el momento – pues paró las nalgas y cómo buena puta me dejó metérsela hasta los pelos – me informó.

Hasta los pelos, pensé mientras el tronco venoso comenzaba a introducirse en mi cuerpo, hasta los negros e hirsutos pelos, continué imaginando mientras sentía el lento avance de aquella bestia dura y determinada, y hasta los pelos continué aguantando.

Y así mero se quedó el Pancho – me informó cuando por fin la tuve toda dentro – quietecito, resoplando adolorido pero muy contento, porque le encanta la verga, igual que a ti compadre.

Volví a cerrar los ojos. Hay cosas que son mejor verlas con los ojos cerrados, y aquella era una de esas. No necesitaba ver la verga para saber que la tenía toda adentro. No necesitaba ver a mi compadre para saber que me estaba cogiendo, y no necesitaba ver mi cara de placer para darme cuenta de lo mucho que lo estaba disfrutando. No necesitaba ver nada, porque no había nada que ver.

La verga entraba y salía, mi cuerpo se tensaba como un violín, con un placer angustioso y moribundo, como un batir de cascos, alud de tierra, una carrera de violentos espasmos que no querían comenzar ni terminar. Me sudaban las axilas, las nalgas, la espalda, me chorreaba de deseo y desesperada culpa, y todo junto, camuflado con palabras y cervezas eran una exótica y melancólica combinación, tan parecida al orgasmo que me vine de buenas a primeras sobre el almidonado mantel de mi comadre sin siquiera haberme tocado mi endurecida verga.

Ya veo que te ha gustado – dijo mi compadre, todavía cogiéndome, todavía con su enorme verga dentro de mi culo, todavía dándome de vergazos – y a mí también! – gritó de pronto, tensando el cuerpo, empujando violento, llenándome el culo con su semen, caliente y espumoso, imaginé de pronto.

Y allí quedamos por fin mudos. Allí se interrumpió la historia del Pancho y paralela, también la mía. Allí noté que la ventana seguía cerrada y que de mi culo, empezaba a gotear el semen de mi compadre en cuanto éste retiró su verga.

Me subí los pantalones, sin saber si debía agradecer la ayuda de mi compadre o si ya éste se había cobrado su colaboración a su manera.

Será mejor que me vaya – dije finalmente – porque tengo muchas cosas que hablar con el Pancho.

Ezequiel se quedó recogiendo el desorden, quitando el mantel de la mesa, borrando la espesa sonrisa bajo sus bigotes antes de que llegara su mujer.

Y yo volví a la casa, sintiendo que el Pancho tenía mucha culpa de todo lo sucedido. Si no hubiera hecho lo que hizo, si no me hubiera salido puto, si no hubiera tenido que averiguar las cosas. Pero me iba a escuchar. Tenía que admitir lo sucedido.

Lo encontré muy feliz, preparándose para salir, bañado y perfumado, y traté de controlarme.

Cómo te fue con tu padrino? – le pregunté de la forma más tranquila que pude.

Muy bien, papá – me dijo con una sonrisa satisfecha – mejor de lo que yo esperaba.

Maldito chamaco. Además de puto, descarado.

Porque? – le pregunté todavía disimulando mi enojo.

Pues porque me dio algo que jamás me hubiera imaginado – dijo el grandísimo y desfachatado cabrón.

Y te gustó mucho? – pregunté ya sin poderme aguantar.

Me encantó – dijo el infeliz – jamás me hubiera imaginado que me diera semejante regalo – tragué saliva para no golpearlo – y me lo dio sin que se lo pidiera – continuó incontenible – y aunque le dije que era demasiado, él dijo que sabía que iba a gustarme, y sabes que papá? – preguntó mirándome con sus hermosos ojos abiertos de emoción.

Qué? – pregunté con un gruñido.

Me hizo muy feliz – dijo saltando de alegría.

Apreté los puños en un último intento de contenerme para no madrearlo y matarlo allí mismo.

Y con los doscientos pesos voy a invitar a Luz María al cine y luego a tomar una nieve, y quien sabe – dijo con la misma sonrisa – quien quita y hasta me decido a pedirle que sea mi novia.

Me quedé como un idiota. Lentamente, la luz del entendimiento cayó en pequeñas gotas en mi agarrotado cerebro.

Y ese dinero…..te lo dio tu padrino, verdad? – pregunté finalmente

Pues claro, papá – dijo el Pancho mostrándome orgulloso el billete – porque cuando terminamos la jornada en el sembradío estuvimos platicando, y pues yo le conté que me gustaba mucho Luz María, pero como tenía ni un quinto, pues no me atrevía a invitarla a salir, y pues que me regala este billete, por mi trabajo, pues, y para que pudiera invitarla a pasear. A poco no fue un enorme regalo?

Si, hijo, si lo fue – dije rojo de vergüenza.

Y rojo seguí toda la noche, pensando y pensando, recordando y enojándome cada vez más con el ladino de mi compadre. Y la furia no me dejó dormir, y el culo adolorido tampoco ayudó mucho.

Durante la mañana siguiente mi enojo se fue acumulando, y me quedé malhumorado en la casa. Como todos los días, a media mañana pasó la comadre buscando a mi mujer. Solían ir juntas al mercado, y esperé a que se fueran para irme derechito a la casa de mi compadre, porque sabía que lo encontraría solo. Y no me equivoqué. En la puerta de la casa, despatarrado en la vieja silla de siempre, Ezequiel se entretenía lanzando una moneda al aire.

Me acerqué molesto y enojado, sin saber aún qué iba a decirle.

Aguila, viene a partirme la madre porque me lo cogí con engaños – decía mi compadre preparándose a lanzar la moneda nuevamente – y Sol, viene a que me lo coja de nuevo, porque le encantó sentir mi verga en su culo – terminó.

La moneda saltó por el aire, girando y girando. Comenzó a caer mientras yo daba el último paso que me separaba de mi compadre.

Sin pensarlo mucho atrapé la moneda en el aire. Mi compadre se me quedó mirando, esta vez sin sonreír.

Ahora no voy a saber a qué viniste – comentó con un cierto dejo de tristeza.

Le puse la moneda en la entrepierna, agarrándole de paso los huevos, apretando el sabroso bulto que se adivinaba bajo sus pantalones.

  • Ya lo averiguarás – le dije – ya lo verás.

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altair7@hotmail.com