Aylish (3)

Relato de Ambientación Medieval. Tercer capítulo de la historia de una humilde campesina escocesa que se convierte en la prisionera y esclava de un caballero inglés.

(¡Aquí dejo la tercera parte de la saga! Mil perdones por tardar tanto. Sé que han sido muchos años sin continuarlo, pero mi vida ha sido un poco caótica todo este tiempo. Estoy encantada de poder retomar mi escritura y esperando a que os gusten tanto como las dos priemras partes. Si no habéis leido aun los capítulos anteriores, os invito a que lo hagáis entrando en mi perfil y buscándolos.¡Un saludo y gracias por leerme!)

Aylish no tenía ni idea del tiempo que llevaba acurrucada en ese rincón, con la mirada perdida sobre las alfombras de la tienda. Ya hacía rato que esa mujer rubia, de la que aun no conocía el nombre, se había ido enfurecida por su actitud. Esa extraña había logrado que en el cuerpo de la pequeña escocesa naciera una sensación y un calor totalmente desconocidos para ella. Y lo peor de todo es que lo había logrado una mujer. La muchacha se sentía sucia y furiosa con las reacciones de su propio cuerpo, el cual se estremecía al recordar las caricias durante el peculiar baño.

  • Aylish… piensa en lo que dirían tus padres – Se dijo a sí misma en un susurro, mientras cerraba unos ojos sus ojos grises. Sólo con recordar los nombres de sus progenitores les veía muertos y repletos de sangre. Sacudió la cabeza intentando tranquilizarse a la vez que se incorporaba y salía del rincón. La muchacha seguía completamente desnuda tras el fallido baño, pero dentro de la tienda hacía el suficiente calor como para que no sintiera la falta de abrigo.

Sus pies descalzos caminaron arrastrándose por el suelo, dejando que la cadena que unía uno de sus tobillos al poste central de la tienda tintineara con sus movimientos. Acercó su dulce rostro a la pequeña ranura abierta que unía las dos enormes telas que funcionaban como entrada. Comenzaba a anochecer y aun no había cesado esa molesta llovizna. La chica giró sobre sí misma y observó de nuevo la tienda. El lugar permanecía tan era cálido y acogedor como cuando había llegado, pero no se había percatado de ello hasta esos momentos.

Caminó de nuevo hasta el rincón y se arrodilló al lado del cubo lleno de agua con que la rubia había comenzado a lavarla. Se agachó sobre él, oliendo el agua. Su olor era dulzón y agradable, como si le hubiesen añadido algún tipo de esencia floral. Era la primera vez que Aylish veía algo así, no era común en la vida que había llevado hasta entonces. Al fin se sentó sobre las alfombras y cogió el paño húmedo con que la desconocida había comenzado a bañarla antes de comenzar a ultrajarla con sus dedos. Lo mojó en el agua y, tras escurrirlo, comenzó a lavarse. La escocesita recorrió sus brazos desnudos y subió a su clavícula, empapando su blanca piel y cubriéndola de un agradable olor a flores. Tras limpiar esa zona, bajó el paño a través de sus suaves pechos, los cuales rozó con el lino hasta que sus pezones se erizaron, poco antes de seguir el baño a la altura del vientre. Poco a poco, la simple limpieza de su cuerpo y la suave caricia de la tela empapada estaba consiguiendo que la piel de la chica se erizara y que, casi sin quererlo, su sexo volviera a estar húmedo. Dejó a un lado la improvisada esponja para, con su propia mano, comenzar a acariciar suavemente entre sus piernas.

  • Ah… - Apenas podía contener sus gemidos. Sus dedos, aun algo torpes por la inexperiencia, acariciaban su clítoris, el cual estaba tan mojado que escurría entre ellos. Casi sin pretenderlo, el delgado dedo corazón de la chica se coló en su interior, lo que le hizo volver a gemir. Todas esas nuevas sensaciones comenzaban a arrastrarla por un camino sin retorno. Su respiración se aceleraba, logrando que sus pechos subieran y bajaran al ritmo de sus jadeos, mientras una agradable sensación recorría cada centímetro de su cuerpo. Sin quererlo y al menos por unos minutos, se estaba olvidando del aciago destino que tenía por delante. El dedo ahora se movía con cierta habilidad en el interior de un sexo completamente empapado, el cual parecía pedir más.

  • Mmmm… - Arqueó su espalda mientras, con la mano libre, acariciaba uno de sus pechos, apretándolo entre los dedos. En su mente se sucedían los recuerdos de esa rubia desconocida, a la que ahora casi creía añorar. Imaginaba que las manos de esa mujer la recorrían de nuevo y, por esa vez, ella no gritaba, sólo se dejaba llevar por las sensaciones.

Y ahí estaba Aylish, completamente desnuda, con las piernas abiertas y masturbándose en el rincón de la tienda, aun con el cuerpo húmedo por el baño. Estaba tan absorta en sus excitantes recuerdos, que no escuchó como la puerta de la tienda se abría. Justo delante de ella, se presentó un muchacho alto que no llegaría a la veintena de edad. El chico, que parecía cargar dos cubos con agua humeante, se quedó paralizado ante la escena.

  • Eh…. Lo siento, no se me dijo que la tienda de Sir William estuviese… ocupada – Dijo el desconocido, aclarándose la garganta con timidez.

La voz del criado hizo que Aylish abriera los ojos al instante, saliendo de su particular fantasía. La chica gritó sin tan siquiera fijarse en la apariencia del chico, cogiendo las ropas que la rubia desconocida le había cedido y extendiéndolas sobre su cuerpo desnudo, abrazándose a las telas.

  • ¡¿Qué… qué haces aquí?! ¡¿Quién eres? – Preguntó la titubeante la muchacha, con una voz algo chillona por culpa de los nervios. Lo cierto es que poco le importaba quien fuera ese mirón, la había sorprendido desnuda y disfrutando ella sola. Seguro que eso era pecado.

  • Soy Logan, criado de Sir William. Venía a llenar la tina para su baño de todas las noches – Dijo, desviando la vista hacia un biombo, el cual parecía separar la zona de baño de la tienda – Él suele batallar y… bueno, viene bastante sucio. – El chico volvió a mirar a la escocesa, sin poder evitar relamerse con disimulo – Eres… nueva.

Aylish asintió sin atreverse a mirarle, aun abrazada a sus ropas, en un intento de cubrirse. Mientras, el criado recorrió la tienda y se escondió tras el biombo, vertiendo el agua caliente en la tina. O, al menos, eso fue lo que la chica adivinó gracias al sonido.

  • No te cubras tanto. Tarde o temprano te veré desnuda. Sir William suele ordenar que limpiemos la estancia en vuestra presencia. – Dijo Logan, quien, tras vaciar los dos cubos, salió de detrás del biombo de madera, posando de nuevo sus castaños ojos en la chica.

Aylish entonces pudo fijarse en él. Era bastante alto y, aunque no fornido, debajo de su la sencilla camisa clara, la cual estaba acompañada de unos pantalones pardos y unos botines bajos de piel, podían verse unos músculos desarrollados por el trabajo. Su pelo era algo largo, desordenado y de un bonito marrón oscuro, como la madera de roble. La chica permaneció en silencio, aun intentando asimilar  lo que Logan acababa de decirle, justo antes de atreverse a hablar.

  • Yo… Soy Aylish. – Es lo único que se atrevió a contestar. No sabía porque, pero ese chico le intimidaba de una manera mucho más agradable que todos los ingleses con los que se había cruzado hasta ahora.

Logan ladeó ligeramente la cabeza y, sin ninguna vergüenza, se acercó sonriente hasta el rincón donde la nueva pertenencia de Sir William parecía querer esconderse, extendiendo la mano hacia ella.

  • Un placer. Ves vistiéndose, Sir William no tardará en venir – Le instó el chico, aun con la mano extendida hacia ella.

Los ojos azules de la escocesa lo recorrieron una vez más, justo antes de estirar su mano y estrecharla con debilidad. No comprendía porqué, pero se fiaba de ese desconocido. Logan tiró sin apenas esforzarse de su mano, alzando a la muchacha con tal acción, quien emitió un pequeño gritito de sorpresa.

  • Vamos, sal de ahí. – Dijo el criado, justo antes de despegarle las ropas del cuerpo desnudo, no sin que necesitara insistir un par de veces – Deja la vergüenza a un lado. En esta nueva vida sólo te servirá para traerte disgustos – Mientras hablaba, el chico apenas la miraba ya, era como si contuviera de hacerlo. Estiró el sencillo camisoncito claro y coló el delgado cuerpo de la chica entre las telas, poniéndoselo.

Aylish, en todo ese tiempo, no retiró la mirada del rostro del chico. La situación no ayudaba, pero… era realmente guapo. Y lo cierto es que el cuerpo de la muchacha aun seguía caliente y deseoso de que alguien la ayudara a bajar esa sensación. Sin pensarlo mucho, en cuanto su cabeza se coló por el cuello del camisoncito para que la prenda descansara sobre sus hombros, la escocesa se abalanzó sobre Logan para dejar un torpe beso en sus labios. Durante unos segundos, el chico se quedó paralizado, pero pronto la cogió de los brazos y la retiró con firmeza, alejándola unos centímetro de su cuerpo.

  • No vuelvas a hacer eso – Dijo el inglés, que aun parecía intentar asimilar lo que había pasado – Nunca – Añadió, antes de agacharse para recoger los cubos vacíos del suelo y salió de la tienda, sin volver a mirarle.

Aylish se quedó de pie en medio de la estancia, sin comprender porqué había huido así. ¿No le gustaba? ¿Tal mal le había besado? Bajó la mirada, la única esperanza que se había encendido en ella desde que su vida había cambiado, se acababa de largar por la puerta. La escocesa se sentó en la cama, luchando porque sus ojos no se llenaran de lágrimas. De nuevo se veía en un callejón sin salida.

Apenas unos minutos después, dos criadas cruzaron la puerta y, sin tan siquiera mirar a la recién llegada, descargaron cuatro nuevos cubos de agua caliente sobre la tina, logrando llenarla. Con el mismo silencio con el que entraron, las dos desconocidas salieron. Aylish les observó curiosa, pero demasiado desanimada como para querer saber de ellas. Cuando de nuevo se quedó sola, sólo pudo suspirar con desazón y acariciarse el vientre. Se moría de hambre.


No mucho tiempo después de tantas visitas inesperadas y cuando través de la rendija de la tienda sólo se veía la oscuridad de la noche y los candiles de la estancia alumbraban pequeños puntos del interior. Aylish no se había levantado de la cama, permaneciendo sentada en uno de los extremos, distraída con el tintinear de una de las pequeñas lenguas de fuego del candil que tenía enfrente.

Y entonces la puerta se abrió de nuevo, siendo cruzada por Sir William. El noble inglés, aun cubierto con la cota de malla y unas hombreras de metal, observó a la escocesita, quien se había levantado ante su presencia, aterrada. El caballero, con la misma sobreveste de color negro, estaba completamente empapado en sudor y sangre, quizás propia y ajena. Mientras dejaba la espada manchada en una esquina cerca de la entrada, se acercó a ella.

  • Niña, ayúdame a quitarme la armadura… - Le instó, casi sin mirarla.

Aylish, quien se había quedado paralizada por su sola presencia, siguió sin moverse, lo que hizo que el inglés perdiera la paciencia.

  • Maldita sea… ¡Venga! – Gruñó, demasiado cansado como para soportar que la nueva se tomara su tiempo.

Ante semejante grito, Aylish se apresuró a acercarse a él, dejando que la cadena que la retenía allí tintineara con sus pasos. Ya a sus espaldas, observó los complicados correajes que sujetaban las hombreras y, sin tener mucha idea, comenzó a aflojarlos, mientras William acertaba a coger un cercano vaso de latón lleno de vino y darle un largo trago.

  • Tienes suerte de haber caído en mis manos. Esos cerdos de ahí fuera te habrían follado ya tantas veces que ahora mismo ya serías pasto de las ratas – Dijo sin ningún tipo de sentimiento, tras tragar el líquido.

Con unas palabras tan duras, la chica sólo tuvo la opción de quedarse paralizada unos segundos, antes de coger aire, intentar calmarse, y cambiar de tema. Ese era demasiado espantoso como para tan sólo imaginarlo.

  • Creía que la esclavitud está prohibida por la Iglesia… - Dijo, intentando ocultar el miedo que le tenía, mientras destensaba otra de las correas.

Al escucharle, William dejó de beber y tardó en contestar, parecía sorprendido.

  • Para ser una campesina analfabeta, no eres estúpida… - Sonrió de medio lado para sí, sin que la campesina pudiera verle, por estar de espaldas – Prohíbe la esclavitud, pero no los prisioneros de guerra… Y tú eres la joya de la corona – Dijo, moviendo ligeramente su brazo izquierdo al sentir las correas sueltas, y dejando que la hombrera cayera sobre las alfombras, con un ruido pesado. Extendió el otro brazo, para que la chica prosiguiera mientras él se terminaba el vino.

  • ¿Y qué implica serlo? – Preguntó ella, casi temiendo la respuesta. Mientras, ya ocn algo más de habilidad, lograba ir destensando las correas de cuero con mucha más rapidez.

  • Todo. – Contestó él secamente, justo antes de girarse para cazar a la chica de la cintura con su brazo aun protegido. La alzó pese al grito de sorpresa de ella, sentándola sobre la mesa del escritorio, dejando que las nalgas semidesnudas de la muchacha aplastaran los pergaminos. Se quedó así, observando su rostro muy cerca de él, casi analizándole con esos ojos verdosos, los cuales resaltaban entre tanta suciedad – Implica que me perteneces. Tú entera y para siempre… o hasta que me canse de ti. Y no querrás que lo haga – Volvió a sonreírle con arrogancia, esta vez dejando que le viera. Antes de que la escocesa tan siquiera pudiera adivinar sus intenciones, el hombre coló una de sus enormes manos sucias por la sangre bajo la falda del camisón, palpando el sexo desnudo de Aylish. Ella sólo pudo gemir por la sorpresa, sentía que sus manos estaban demasiado ásperas y frías, muy distintas a las de la rubia desconocida.

Sin embargo, para sorpresa de la prisionera, el caballero inglés comenzó a reír débilmente, entre dientes, mientras sacaba su mano y se la mostraba. Los enormes dedos de este, pese a estar sucios, ahora se veían brillantes y viscosos, empapados en los fluidos de la joven, lo que hizo que esta bajara la mirada avergonzada, sin intentar ocultar la evidencia.

  • Vaya, vaya… Parece que Elizabeth te ha visitado antes que ello. Ella siempre tan servicial, intentando hacer las bienvenidas más amenas… - Dijo William, antes de empujar a la chica para que terminara tumbada sobre la mesa – Y ahora estate quieta – Su orden era casi militar, con una voz dura y siniestra.

Aylish se quejó cuando sintió como su espalda aterrizaba por los pergaminos, los cuales yacían ya arrugados por su peso. – No, no… por favor – La aparente tranquilidad que había guardado hasta el momento, se disipó apenas en segundos. Su pequeño y delgado cuerpo ahora temblaba, mientras veía cómo el caballero colaba la mano bajo su veste y su cota de malla, abriendo las calzas. Con su mano libre, sujetó las muñecas de la chica, que se retorcía sin escapatoria alguna.

  • Mira, criaja. No estás aquí para lloriquear ni para suplicar. Es tu primera vez y lo entiendo, pero no pasaré una más… Si no vales para esto te cortaré el cuello – Dijo el inglés con total naturalidad, con la voz algo forzada por sus intentos de deshacerse de la ropa con una sola mano. Era como si estuviera más que acostumbrado a ese tipo de situaciones.

La joven comenzó a gritar, totalmente atenazada por el miedo y los nervios, impotente al ser incapaz de moverse. Ese inglés tenía demasiada fuerza para ella. Las lágrimas ya recorrían las blancas mejillas de la muchacha, a la vez que, finalmente, el caballero lograba que las calzas cayeran por sus piernas, dejando a la vista unas piernas fuertes y musculadas, con algo de vello dorado. William se inclinó sobre la chica, soltando sus muñecas un segundo para, con fuerza, rasgar el camisón que cubría su torso. En cuanto vio esos jóvenes y bonitos pechos redondos a su disposición, se lanzó a por ellos, metiéndose uno en la boca y mordisqueándolo con fuerza, tanta que Aylish gritó. Le estaba haciendo daño.

Antes de que la chica emitiera un nuevo grito, el caballero se coló entre sus piernas, presionándole con su cuerpo. Fue en ese instante cuando la joven logró liberar una de sus manos y clavar sus uñas en la mejilla de William, arañándole con fuerza muy cerca de ojo derecho. El hombro gritó dolorido, pero estaba más que acostumbrado a las heridas y, pese al escozor momentáneo, no tardó en sujetar de nuevo los brazos de Aylish y alzarlos por encima de su cabeza, inmovilizándola con una sola de sus manos.

  • Vaya… tengo aquí una fiera a la que domesticar. Tranquila, gatita. Pronto aprenderás cuál es tu lugar – Le recriminó entre risas, ya con la mejilla algo inflamada por el arañazo. Con su mano libre, guió su miembro, ya erecto y sin que Aylish pudiera verlo por su posición, al sexo de ésta.

La escocesa gritó cuando sintió como ese enorme miembro inglés la penetraba, colándose en su interior aun humedecido por todo lo anterior, pero completamente cerrado por lo nervios. Eso último poco pareció importarle a William que, en cuanto sintió que había encontrado la entrada, empujó con todas sus fuerzas, tumbándose sobre el cuerpo de la chica y comenzando a moverse con fiereza. Los gritos de Aylish podían escucharse en medio campamento, se quejaba cada vez que el caballero empujaba apretando sus entrañas. Tal escándalo estaba montando, que el noble le cubrió la boca con su mano libre, aun sujetándole las muñecas por encima de la cabeza.

  • Menudos pulmones tienes, niña… pronto los usarás para gemir de placer – Dijo, antes de hundir su rostro de nuevo entre sus pechos, dejando un rastro de saliva en su escote.

En ese instante, las dos criadas que habían terminado de llenar la tina entraron en la tienda, cargadas con dos bandejas llenas de carne, fruta y bebida. Las mujeres se mirando la una al a otra, sin atreverse a acercarse.

  • Mi señor… le traemos la cena – Se atrevió a musitar una, con temor.

El asintió sin mirarlas, haciendo un gesto con la cabeza, con la frente ya perlada de sudor y sin dejar de moverse – Bien… bien. Dejadla en la mesa y largáos. Estoy ocupado.

Las criadas obedecieron al instante y, tras dejar la cena en la mesa, salieron de la estancia. Aylish observó como la única, aunque lejana, posible ayuda, volvía a irse por esa maldita puerta. Con los ojos completamente empapados en lágrimas, desvió su mirada azul y asustada a la del inglés, clavándola en él. Podía sentir todo el peso de ese hombre, el olor de su sudor, el tacto de su áspera piel sujetándola y ese enorme miembro cruzando las maltrechas paredes de su interior. Era doloroso y aterrador.

  • Eso… mírame. No dejes de mirarme… - Gemía él, moviéndose sobre ella casi de manera frenética.

La chica, que ya comenzaba a tener dificultad para respirar por culpa de la mano cubriéndole la boca, permaneció con los ojos muy abiertos, observándole, sin ser capaz de hacer otra cosa, ya apenas sin quejarse. No le quedaban fuerzas.

Con unas pocas y fuertes embestidas más, William comenzó a gruñir de placer y, pegando su frente a la de ella, terminó derramándose en el interior de la pobre chiquilla. Se quedó tumbado sobre su cuerpo y recuperando el aire durante unos largos segundos.

  • Pequeña… no pienso deshacerme de ti – Dijo con una sonrisa socarrona tras tragar saliva, antes de soltarla y separarse de ella como si nada. – Quítame el resto de la ropa, quiero que nos demos un baño.., los dos – Le instó, mirándole muy fijamente a los ojos.

Aylish, aun tumbada sobre el escritorio, con apenas unas telas destrozadas cubriéndole partes de su cuerpo y con el cabello sucio, pegado a su sudorosa frente, sólo pudo encogerse y abrazarse a su propio cuerpo, casi en la misma posición en la que se había quedado por la tarde. “Elizabeth, perdóname. Me has hecho mucha falta”.

CONTINUARÁ…