Aylish (2)

Relato de Ambientación Medieval. Continuación de la historia de una humilde campesina escocesa que se convierte en la prisionera y esclava de un caballero inglés.

(Aquí os dejo la continuación de mi relato. Espero que os guste y... ¡Mucho comentarios! :P)

- Escocia, 1272

El fuego la acorralaba mientras cientos de hombres la aprisionaban contra la pared del establo, reían, reían fuerte, tan alto que sus risas daban miedo, casi fantasmagóricas. En una esquina permanecían sus padres totalmente ensangrentados, pidiéndole ayuda. Estaban muertos, cubiertos de cuchilladas y con la vista perdida, aun así, le pedían ayuda, con ojos suplicantes. De pronto, los hombres se abalanzaron sobre Ailysh y tiraron de sus ropajes, dejándole completamente desnuda. Dolor, miedo, vergüenza, era todo lo que sentía… Y no tenía escapatoria.

Unos fuertes sollozos despertaron a Ailysh de su somnolencia, volviendo a la realidad. Una niña apenas de trece años, lloraba aterrada, abraza por la que parecía ser su madre. Todas se encontraban dentro de una carreta de madera y hierro en forma de jaula, que traqueteaba debido al angosto camino que recorría. Dentro habría unas ocho mujeres de todas las edades, entre ellas Ailysh, quien bajó la mirada a sus temblorosas y sudorosas manos, esa pesadilla casi la vuelve loca. Le dolía terriblemente la espalda, uno de los barrotes de oxidado hierro se le estaba clavando en ella, y apenas podía moverse, debido al poco espacio. La muchacha miró unos instantes al exterior de la carreta, rodeada por un ejército de, al menos, cien hombres. Algunos iban a caballo y uniformados con vestes del escudo de su casa, otros, simples mercenarios, a pie y vestidos con harapos y viejos jubones desgastados. Ningún rostro conocido, ni el de los violadores ni el del enigmático caballero que le había “salvado” de ellos. Miró después a las mujeres que le acompañaban en tan horrible viaje, no conocía a ninguna, seguramente serían de la aldea más cercana, a la que ella apenas bajaba. Algunas lloraban abrazadas, otras, en cambio, parecían resignadas a su destino o, simplemente, permanecían con la mirada perdida, en estado de shock. Seguramente, muchas de ellas habrían visto morir a sus maridos e hijos y sus casas arder delante de sus ojos, al igual que ella.

La oscura noche dejó paso a un nublado y frío día. La neblina y la ligera lluvia hacían aun más pesado, si cabe, tan largo viaje. Ni comida ni agua en todas esas horas, tan sólo la de la lluvia, que poco ayudaba, como mucho, para enfermar.

Pocas horas después del amanecer, a lo lejos podía verse un campamento con varias tiendas. La mayoría eran de lino claro encerado y de pequeño tamaño, otras en cambio, eran lujosas y enormes, de colores vivos y con estandartes en lo más alto. El ejército junto a la carreta traspasó la pequeña muralla de madera y se adentró en el campamento. Varios hombres que allí descansaban sonrieron al ver la nueva mercancía, haciendo bromas entre ellos pronunciando algún que otro comentario obsceno.

La carreta paró en lo que parecían los establos del campamento y los portones de esta se abrieron. Comenzaron a sacar a las mujeres a empujones, entre gritos y sollozos de estas. No tardaron en coger sin ninguna delicadeza el brazo derecho de Ailysh y tirar de ella hacia la salida, casi logrando que cayese al suelo. Un hombre enorme, de pelo negro y bastante maloliente, la arrastraba hacia una esquina, en donde habían puesto en fila a las demás:

  • ¡Espera! Ella no, es de Sir William – Dijo una voz conocida por ella, acercándose. Era John, uno de los brutos que había abusado de ella en los establos.

El mercenario que la sujetaba miró a John y luego a la muchacha un instante, para terminar lanzándosela a los brazos. Ailysh sintió como su rostro chocaba con el cuero reforzado del jubón del hombre, quedándose su mejilla algo dolorida. John no tardó en cogerle del brazo y tirar de ella, caminando hacia las tiendas, a pesar de que la muchacha intentaba ponérselo difícil:

  • ¡Soltadme! ¡¿Dónde me lleváis?! – Miraba a su alrededor asustaba mientras era arrastrada por aquel hombretón, aunque ya no lloraba, no le quedaban lágrimas.

John no parecía escucharle, sólo tiraba de ella, sin tan siquiera mirarle. Ella gritó de nuevo, mucho más fuerte que antes. Ese chillido era de furia, de desesperación. El hombre gruñó enfurecido y se paró, girándose hacia ella sin soltarle:

  • ¡Escúchame maldita ramera! ¡De nada te servirán tus gritos! ¡Sólo eres una más de las putas que hemos cazado! ¡Así que deja de gritar sino quieres que te corte la maldita garganta! – Gritó el hombre, exasperado.

Ailysh no se atrevió a contestarle, parecía haberse encogido por el miedo, aun parecía más pequeña dentro de las ropas ensangrentadas de su madre. John, dado por concluido el tema, volvió a tirar de ella. No tardaron en llegar frente a una enorme tienda color escarlata con motivos dorados, custodiada por dos guardias en la puerta. John la lanzó dentro sin ninguna delicadeza, haciendo que Ailysh cayera de bruces sobre una de las lujosas alfombras que cubrían todo el suelo. Tardó unos instantes en levantar el rostro y ver como el soldado sacaba de detrás de su cinto una gruesa y larga cadena con dos grilletes, uno más pequeño que el otro. Enganchó el grillete grande al mástil central de la tienda, un enorme y pesado tronco, imposible de mover. Luego, se acercó a la muchacha y le cazó el pie izquierdo fuertemente, poniéndole el grillete pequeño en él. Ailysh se removió intentando impedirlo, pero poco podía hacer. Al momento, estaba encadenada a esa maldita tienda, mientras John salía de ella. Mirando a su alrededor, pudo advertir que, pese al frío de fuera, era una estancia más que acogedora. Alumbrada por velas y con las paredes de la tienda cubiertas por ricos tapices, había un escritorio en un lado, lleno de pergaminos, mapas y libros, al otro, un rico lecho cubierto de bonitas y trabajadas pieles de lobo. Al fin se incorporó del suelo y se acercó a la entrada, haciendo que la cadena repiquetease por el suelo, al menos, era lo suficientemente larga para que se pudiera mover por la tienda sin problemas. Se asomó por la pequeña rendija que había quedado entre la unión de las gruesas telas. Fuera y bajo la intermitente lluvia, dos soldados hacían guardia junto a la puerta.

Tras unos minutos sola, apareció por la entrada una mujer de unos treinta años, bastante bella. Era rubia y de ojos claros, algo más alta que Ailysh y con curvas. Vestía un sencillo pero bonito vestido de delicada lana clara y se recogía el pelo en un moño alto. Cargaba con un cuenco de agua, paños y ropa limpia, que parecía de mujer. Se acercó a Ailysh en silencio y la cogió del brazo, llevándola a duras penas hasta un rincón de la tienda, pese a los pataleos de ella, logró sentarla en el suelo, sobre una alfombra:

  • Escúchame, niña. Aquí de poco te van a servir estas pataletas. No sé que serías antes de llegar a este campamento, pero olvídate de ello. Sir William te ha reclamado como suya y eso es todo un honor… Deberías estar agradecida – Comenzó a quitarle la ropa, casi rompiéndola, sólo eran harapos.

  • ¡¿Un honor?! Han destruido mi hogar, han matado a mis padres y casi me violan… ¡¿Debo estar agradecida?! – Gritó Ailysh, exasperada. Pronto, un fuerte bofetón aterrizó sobre su rostro, que la obligó de pasar de sentada a tumbada. Miró a la mujer, enfurecida, frotándose la dolorida mejilla con la mano derecha.

  • ¡A mí no me levantes la voz jovencita! Vas a callarte, dejar que te lave y vas a ponerte estas ropas… Sir William no soporta la suciedad en una mujer. – Cogió un paño y lo mojó en el agua helada, comenzando a restregarle las costras de barro. Al principio, lo hacía con rudeza, dejando la desnuda piel de la muchacha enrojecida. Cuando la gran parte de la suciedad desapareció, comenzó a ser más delicada. Pasaba el paño de lino por su cuello ahora, suave, la mujer parecía disfrutar con su trabajo:

  • Relájate… No me como a nadie – Dijo la extraña seria, pero parecía más calmada.

Ailysh le miró un instante, sin saber muy bien que hacer, pero terminó destensando los músculos. La verdad es que el baño parecía estar relajándola, pese a que nunca nadie le había tocado, era una mujer la que lo hacía, le daba confianza.

  • ¿Ves? No es tan difícil portarse bien… - La voz de la mujer parecía haber cambiado. Ahora era ansiosa, incluso excitada. Pasaba el paño entre los pechos de la muchacha, sin que ella pudiera evitar que su piel se erizase ante el suave tacto de la tela. De pronto, la mujer se sentó a horcajadas sobre el vientre de la chica. Con el paño acariciaba uno de los pezones, mientras que con la mano libre comenzaba a masajear su pecho, pero Ailysh no tardó en reaccionar. Gritó asqueada e intentó quitársela de encima:

  • ¡¿Qué demonios hacéis?! ¡No me toquéis! – Gritó ella, intentando levantarse.

La extraña mujer pronto le tapó la boca con el paño, oprimiéndola contra el suelo – Escúchame, niñita… Te voy a explicar lo que va a pasar. Sir William no tardará en pasar por esa puerta y tomarte salvajemente. No le importará que grites, no le importará que te duela… Sólo eres un pasatiempo para él. Por como acabas de reaccionar, estoy segura de que eres virgen… Algo que hará que sufras más, y más se encenderá él con tus llantos… - Se inclinó sobre ella, pasando lujuriosa la lengua por el cuello de la temblorosa muchacha.

Ailysh había escuchado sus palabras paralizada, esas mismas eran las que hacían que fuera incapaz de moverse, sólo con imaginarlas. Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, observando a la mujer, jadeando por debajo del paño que le cubría la boca.

La desconocida pasó suavemente uno de sus dedos por la mejilla de Ailysh, retirándole las lágrimas con una suave sonrisa – No llores mi niña… Yo también lo hice cuando llegué aquí, pero mírame ahora… No es una vida tan mala - Finalmente, retiró el paño que cubría los labios de Ailysh - ¿Acaso no entiendes que quiero hacerte un favor?

La muchacha negó con la cabeza mirándole, sentía como su cuerpo temblaba ligeramente. Se sentía asustada y humillada, desnuda bajo otra mujer mientras le acariciaba.

La extraña rió al verle – Eres más ingenua de lo que creía… Verás… Todo será mucho más fácil para ti, si vas más… Dispuesta, al encuentro con el señor – Al decirlo, se inclinó de nuevo sobre ella y cazó uno de sus pezones con los labios, comenzando a lamerlo y rozarlo con los dientes. Ailysh se retorció al notarlo, gritando - ¡No! ¡Dejadme! – Intentaba levantar las piernas para golpearle, pero la cadena que sujetaba su tobillo ya estaba demasiado tensa, haciéndoselo imposible.

Ailysh gritó de nuevo, retorciéndose bajo la desconocida, que ahora le acariciaba el vientre con los dedos, sin dejar de lamerle el pecho. La muchacha no entendía como los guardias no le oían, como no entraban a ayudarla. Pese a semejante situación, Ailysh comenzó a sentir un extraño cosquilleo en su interior. Cerró los ojos sin poder evitarlo, esa mujer sabía lo que hacía, era delicada y fogosa a la vez, intercambiaba los pechos en su boca, lamiéndolos, mordisqueándolos, saboreándolos, disfrutando de cada centímetro de ellos.

Cuando quiso darse cuenta, la niña estaba suspirando por el placer, ya no se intentaba levantar ni golpearle, permanecía quieta, confundida, intentando luchar contra lo inevitable, sentir placer. Poco después, un pequeño gemido se escapó de entre sus labios:

  • Ah… - Arqueó ligeramente la espalda, como pidiendo más.

  • Vaya… Te veo mucho más… Relajada – La mujer rió suavemente y se levantó un instante, para terminar tumbada a su lado. Volvió a cazar uno de los pechos de Ailysh entre sus labios, apretándolo un poco más, haciendo que ella gimiera de nuevo.

Muy poco a poco, fue bajando sus dedos por el plano vientre de la chica, ahora erizado por el contacto. Los paseó por encima del pubis, jugando suave con el poco vello castaño. Ailysh dio un respingo entonces, como saliendo de su trance. Gimió incorporándose - ¡No! ¡Eso no! – Luchó por levantarse, pero la mujer fue más rápida. No tardó en cazarla del cuello y aprisionarla de nuevo contra la alfombra - ¡Quieta! ¡Maldita zorra! ¡Te estabas portando bien! – Apretaba los dedos contra su garganta, tanto que hizo que Ailysh comenzara a marearse por culpa de la falta de aire, aun así, no dejaba de bajar sus dedos lentamente. Los paseó por encima de los labios vaginales, estaban húmedos… Muy húmedos… La mujer rió suavemente al sentirlo, bajando la presión sobre el cuello de la niña, que comenzó a toser, intentando recuperar el aire – Vaya con la monjita… Si está empapada… Al final, va a resultar que eres toda una zorrita a la que hay que domesticar. Vamos… acéptalo, dime que te gusta…

  • Iros a los Infiernos… Podéis hacerme lo que queráis, pero nunca aceptaré eso – Respondió Ailysh, aun entre jadeos.

  • ¿De verdad? Lo veremos… - Dijo la mujer con una sonrisa sádica. Rozó por unos instantes el clítoris de la muchacha, logrando que gimiera otra vez. Dibujaba círculos con el pulgar sobre él y, antes de que Ailysh pudiera hacer nada, le había introducido el índice en su interior. No le dolió debido a la humedad, en realidad, incluso lo deseaba, pero eso nunca lo sabría esa maldita violadora.

La odiaba, la odiaba con todas sus fuerzas, a ella y a esa horrible situación y, aun así, lo estaba disfrutando, deseaba que esa sensación no parase nunca.

El dedo comenzó a moverse en su interior con lentitud, como estudiando cada centímetro de su cueva. Salía y entraba juguetón, a veces lo movía en círculos y otras, simplemente lo doblaba dentro, oprimiéndole las paredes. Ailysh jadeaba se retorcía, pero no podía permitir que esa extraña la ultrajase de esa manera. En un alarde de valor y fuerza de voluntad, retorció el brazo que la mantenía sujeta del cuello. La mujer se cayó encima suyo por ello, dejando de masturbarla:

  • ¡¿Qué te crees que haces maldita puta?! ¡¿Prefieres sufrir las caricias de él sin tan siquiera excitarte?! – La mujer se incorporó furiosa, fulminándole con la mirada, pero Ailysh no le contestó, volvía a temblar sólo con la idea.

  • ¡Muy bien! ¡Que te parta en dos! – La extraña se limpió los aun brillantes dedos, húmedos por los jugos de la muchacha, en la ropa que le había traído. Se levantó, tirándole luego la ropa a la cara – Termina de lavarte y vístete. Que sea breve tu noche – No dijo nada más y salió fuera de la tienda a grandes zancadas, enfurecida.

Ailysh se quedó en el suelo sin moverse, sólo pudiendo echarse a llorar de nuevo, casi se arrepintió de haber hecho que se fuera, sintiendo como su cuerpo le pedía más. Demasiadas emociones, demasiadas cosas nuevas para una muchacha que sólo había conocido la granja de su padre. Pese al miedo, había sentido placer, un placer que nunca antes había experimentado… Y eso era aterrador. Se acurrucó en la alfombra entre lágrimas y cerró los ojos, deseando despertar de esa pesadilla.

CONTINUARÁ...