Ay, primita, primita. Final.
Y nos perdimos en el tiempo...
Después de lo sucedido, habíamos perdido bastante tiempo y con un sentimiento de culpa, no tardé en llevarla a casa. Aunque me quedé con ganas de más, ya que habíamos abierto una puerta difícil de cerrar. Estaba seguro de que volveríamos a vernos pronto y lo disfrutaríamos más pero me equivoqué. Apenas supe nada de ella en los siguientes meses, salvo algún mensaje del móvil saludando y recordando nuestra "siesta" juntos. Dediqué muchas pajas a aquel recuerdo pero poco después el contacto se perdió completamente.
Dos años más tarde habían pasado ya muchas cosas. Había escuchado por mi madre que mi prima se fue de casa a vivir con un chico y no se hablaba con mis tíos. Tiempo después decían que ¡se había quedado embarazada! Yo por mi parte había estado quedando con diferentes chicas pero con ninguna funcionó mucho, y ahí estaba yo de nuevo intentándolo con Lucía, una chica pequeñita, pelirroja, graciosa y sexy.
Llevaba un mes saliendo con Lucía cuando fuimos a mi casa una tarde. El plan era ver una película y follar, aunque ya habíamos follado antes, lo segundo estaba solamente en mi cabeza. El plan iba bien, la peli llevaba menos de media hora y contaba una historia para ningún público. Yo estaba con los ojos cerrados y sujetando el pelo rizado de Lucía, que estaba dedicándome una de sus mejores mamadas, cuando sonó el timbre de abajo. Sonó varias veces pero como no esperaba a nadie no hice caso. Mi pene que ya estaba muy duro tuvo prioridad, hasta que llamaron arriba, a la puerta de casa.
-¡Joder! -dije algo cabreado por la interrupción-, dame 1 minuto que despacho a quien sea -añadí seguro de mí mismo.
La dejé a ella esperando en el sofá me subí los pantalones y fui a abrir con un poco de mala leche interior. Todo se pasó de repente y me dio un vuelco el corazón al abrir la puerta y ver a mi prima Marina. Tenía una sonrisa grande como siempre y llevaba puesta una camiseta ancha que no disimulaba su tripa de embarazada. Abrió los brazos en cuanto me vio.
-¡Que sorpresa! -dije alegre y preocupado, pero nos abrazamos.
-Sí, ¡y que alegría! -dijo ella-, y tú mucha alegría -añadió frunciendo el ceño separándose de mi. Estaba claro que había notado mi erección-, ¿qué es esto? -dijo sobándome descaradamente el bulto de mi pantalón. No se cortó un pelo al tocarme y un montón de sensaciones buenas y malas me recorrieron por dentro.
-Ay, primita, primita... -dije yo algo sonrojado.
-¡¿Y esta?! ¡¿Qué hace sobándote?! -dijo Lucía asomando completamente desde el salón-, ¡¿Qué pasa aquí?! -su expresión era de verdadero enfado.
-¡Yo le sobo lo que quiero! -contestó mi prima amenazante como una pandillera.
-Eeeh, ehhh... -dije yo levantando las manos en señal de paz.
Lucía se puso hecha una fiera volviendo al salón a por sus cosas para irse. La detuve e intenté explicarle que era mi prima pero no me creyó por lo que acababa de pasar. Dijo "mi prima" en tono burlesco varias veces en señal de incredulidad mientras yo la seguía por la casa y bajé siguiéndola hasta la calle pero ya no atendía a razones.
Cuando volví mi prima seguía allí en la puerta. La invité a pasar y entonces me percaté que la acompañaba una pequeña maleta. La miré con cara de decepción e inmediatamente se disculpó por la escena y su contestación impulsiva. Pasamos al salón y hablamos allí de su visita sorpresa. Me contó que le robaron el teléfono hacía mucho y no había recuperado los números de mucha gente. No me convenció la excusa, ya que el mío hubiera sido fácil de averiguar, al menos recordó donde vivo.
Me habló de lo contenta que estaba de su embarazo de 8 meses, de tener un niño, de su vida independiente y loca como siempre, hasta que llegó a la parte en la que acabó en mi casa. Al parecer desde el embarazo las cosas no habían ido muy bien con su pareja, los dos eran muy impulsivos y habían llegado a largarse de casa tanto ella como él. Esta vez una discusión fuerte quiso que ella buscara refugio en otro lugar, ya que él siempre la encontraba en casa de una amiga suya, así que yo era el sitio perfecto para ella.
Después de un breve silencio se cambió de sitio y se sentó a mi lado.
-Está contento de estar aquí... toca, toca -dijo levantándose la camiseta y dejando libre su enorme barriga perfectamente redonda y tersa.
-Yo también estoy contento de que estéis aquí -sonreí mirándola a los ojos.
Marina llevó mi mano hasta su barriga. Su piel era muy suave. Apoyó la cabeza hacia atrás sin dejar de mirarme. Yo acariciaba en silencio su barriga buscando sentir al bebé. Sus ojos se cerraban sin dejar de mirarme. Algo a medio camino entre cansancio y una falta de evidente de cariño la delataba. Quise dejarla descansar pero cuando separé mi mano me cogió de nuevo.
-Más -dijo sin abrir los ojos-, es taaan bueeenoooo -añadió suavemente mientras guiaba mi mano desde su barriga a su muslo, y de nuevo a su barriga, en una carretera perfecta que yo también disfrutaba.
-Puedo hacer algo de cena para los tres -acerté a decir.
-Tengo muchas ganas de pizza -suspiró-, luego podríamos pedir una -sus palabras sonaban entre sueños.
Seguí las caricias ya con mi mano libre y mi mente, seducida por la situación, se encargó de buscar nuevos caminos. Un poquito más arriba hasta la parte baja de sus pechos. Un poquito más abajo hasta el interior del muslo. Ella seguía sin abrir los ojos. Un nuevo camino encontré buscando el otro muslo, pasando por debajo del ombligo, casi rozando su pubis y Marina no solamente se dejaba acariciar todo lo que yo quería sino que además se recostó un poco más para que tuviera facilidades. Ante esa propuesta, mi pene flácido, que ya hacía rato que había olvidado mamadas y tocamientos, reaccionó tímidamente.
-He pensado tantas veces en volver a verte, tocarte... -dije con un hilo de voz.
-Quiero agradecerte -dijo pausadamente y abriendo los ojos- que siempre estás ahí para mi -y su mano se posó sobre mi muslo y me acarició al mismo tiempo.
Su mirada era intensa. Mi pene empezó a reaccionar al instante y ella lo notó. Su mano se movió en círculos acariciando no solamente mi muslo, sino también mi pene por encima del pantalón. Sus labios pedían pasión y dada la situación decidí besarla. Ella correspondió el beso con mucha locura, tanta, que mi mano no esperó más a colarse dentro de su pantalón acariciando su vagina perfectamente depilada. Soltó un gemido, mordió mi labio y se separó unos segundos para abrir mi pantalón de forma un poco desesperada y torpe, liberando mi polla totalmente dura.
Y así, nos comimos uno al otro, mientras ella me masturbaba y mis dedos frotaban su coñito cada vez más húmedo. Estiré su camiseta hacia arriba y eso interrumpió nuestras lenguas. Sus ojos eran fuego y su lengua se movía sin mí. Parecía ida, como si estuviera drogada. Su camiseta ancha salió fácilmente dejando ver como habían crecido sus pechos. Se habían llenado para la lactancia y yo quería llenarlos más, con mi leche.
Inmediatamente me puse de rodillas sobre el sofá con mi polla apuntando a sus pezones. Marina entendió mi reacción y cubrió mi polla al completo con sus tetas. Con el movimiento apretaba mis huevos de una forma dolorosa pero excitante. Ese movimiento ella lo aprovechaba cuando salía la punta de mi polla para intentar lamerla. No quería correrme todavía pero eso hizo que no aguantara. Los chorros de semen explotaron entre sus tetas y algunos escaparon a la comisura de su boca. Su barriga se regó en cascadas hacia los dos lados y nos quedamos mirando y riendo como tontos.
-Esta vez no te libras -su voz sonaba lujuriosa-, esta vez te quiero dentro de mí -continuó decidida.
Y dicho esto agarró mi polla que había perdido en longitud y volumen y me estiró hacia ella. No tuve más remedio que seguir el movimiento y quedarme de pie y ella de lado en el sofá.
-Llama para que nos traigan una pizza -y dicho esto se metió mi pene flácido entero en la boca.
Parecía totalmente fuera de si. Empezó a comerme como si mi polla fuera la última que pudiera probar en su vida. Yo alcancé mi teléfono como pude y llamé a la pizzería resoplando e intentando mantener la compostura. Antes de cerrar el pedido, mi polla había recuperado bastante de su tamaño y ella seguía y seguía sin parar de comerme mientras mis manos disfrutaban de sus grandes tetas.
-Métemela ya -dijo. ¡Joder! No paraba de dar órdenes- que hace tiempo que no follo con ganas y hoy es el dia -estaba tan excitada que era una perra en celo muy loca-, primo -dijo finalmente.
Primo. Esa fue la palabra mágica que me despertó de su boca. Mi polla volvía a ser un duro tronco difícil de parar. La cogí de la mano y la llevé a mi habitación. Se sentó en la cama con delicadeza y la ayudé a retirar la poca ropa que le quedaba. Era un espectáculo verla allí acostada con ese barrigón y tocándose su coñito mojado. Se puso de lado abriéndolo con sus manos y mi polla atravesó despacio su cueva rosada y caliente, hasta el fondo.
Empecé a penetrarla suavemente pero ella ya iba a otro ritmo. La embestí cada vez más rápido y con más ganas, era lo que ella pedía, pero me dio miedo por el movimiento y por su barriga y no quise hacerlo tan fuerte.
-¡Más! ...más rápido -su respiración era cansada-, fóllame primo, fóllame de verdad -hablaba repetidas veces y empujaba mi culo con rabia con sus manos que apenas llegaban.
Perdí el miedo, y la fuerza de mi polla chocando contra su coño mojado era una sinfonía que nos llevaba locos a los dos. Las embestidas ahora me parecían brutales pero yo las estaba disfrutando y ella parecía que más aún. El timbre sonó. Debía ser la pizza pero no nos importaba a ninguno de los dos. En ese momento la excitación de pensar que el pizzero podía escuchar sus gemidos me excitó y la follé todo lo fuerte que pude para que gritara más alto.
Ella gritaba y me arañaba el brazo, el culo y lo que podía alcanzar, pero seguía apretándome más contra ella como si no la estuviera follando lo suficientemente fuerte. La corrida de antes hizo que me costara más y la follada pareciera infinita. En medio del sudor y el calor me detuve con mi polla fuera y palpitando. Sus gritos cesaron y yo bañé su muslo y de nuevo su tripa. Ella hacía rato que se había corrido pero la había disfrutado. Se enamoró de esa follada que siempre había deseado, me dijo, y se quedó abrazada a mi contándoselo a mi oído hasta que nos dormimos.
Por la mañana, cuando desperté, ella ya no estaba. Una nota pegada en la tele decía que se sentía más calmada para volver con su chico y que no me olvidara de ella ni de llamar a mi amiga pelirroja. Me sentí con rabia, ¿desaparecería de nuevo?. Tiré la nota y llamé a Lucía para vernos y hablar pero no contestaba al teléfono. Me dormí con un sentimiento extraño de indiferencia, indiferencia feliz.