¡ay Gabriel!...

Este relato será completado en tres entregas. Espero que lo disfruten. Un saludo a todos los lectores y escritores de este foro.

¡ay Gabriel!...

A medida que voy recobrando la conciencia, comienzo a darme cuenta que estoy acostada, pero en una cama que no es la mía. Al tacto, percibo que las sábanas que me cubren son gruesas, casi ásperas. Los dolores de mi estómago y el frío de mis pies se me hacen insoportables. De a ratos me torturan. Trato con esfuerzo de abrir los ojos y veo, como a través de una neblina densa, un cielorraso blanco brillante que a pesar de mi poca visión me lastima

A medida que mi vista va mejorando, lentamente voy ubicándome en el espacio. Giro mi cabeza hacia un lado y alcanzo a distinguir un ventanal bastante grande decorado con unas cortinas que llegan casi hasta el piso. Pestañeo un poco. Observo que las cortinas parecen hechas de un género pesado porque amortiguan bastante la luz del exterior que me imagino intensa. Si, es verano

Comienzo a recorrer con mi vista lo que me rodea y de pronto descubro la fina columna de metal brillante al costado de mi cama de la que cuelga una ampolla de plástico transparente. Sigo con la mirada la manguerita que sale de la parte de abajo de la ampolla y veo que se pierde entre mis sábanas. Caigo de inmediato en la realidad

"suero"

Comienzan a brotarme unas lágrimas justo en el momento que siento que alguien toca una de mis manos. Con esfuerzo, muevo mi cabeza hacia el otro lado y veo la cara de mi hermana a pocos centímetros de la mía

-¿Cómo estás?

Sólo puedo contestarle con lágrimas y sollozos. Me abraza y me siento reconfortada aunque ahora lloramos las dos.

En voz baja comienzo a balbucear

-Clarita

Clara, mi hermana menor, como siempre a mi lado. Igual que hace diez años cuando me separé de mi marido de manera violenta, o como hace tres, cuando tuve un accidente con el auto… ¡siempre a mi lado! Y sin reproches. Clara comenzó a acariciarme el rostro, maternalmente, pese a ser seis años menor que yo. En determinado momento comenzó a tocar un apósito que me habían colocado en la mejilla izquierda muy cerca de la oreja

-Lauri… - me dijo con voz suave -¿tenés ganas de contarme lo que pasó?

-¿Cuánto hace que estoy aquí Clarita?- le pregunté de inmediato.

-Hace dos noches

Como tratando de acordarme de las palabras le seguí preguntando.

-¿Avisaste a mi trabajo?

-Sí… está todo bien.

-¿Quién me trajo hasta aquí?

-Gabriel. Él llamó a la guardia.

Al escuchar el nombre de mi hijo, todo mi cuerpo experimentó una violenta sacudida. Clara se dio cuenta y me dijo.

-¿Qué pasa?… ¿qué pasó Lauri?

Cuando un nuevo torrente de lágrimas comenzaba a inundarme los ojos, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Entraron una médica y un muchacho muy jóven que se presentó como médico de guardia. Era sábado y estaba de turno según explicó.

-¿Cómo se siente?- me preguntó con voz suave pero firme.

Secándome las lágrimas con las palmas de las manos, le comenté de los dolores de estómago y del frío de mis pies

-Es el efecto lógico de la medicación- me contestó- Debemos esperar algunas horas más para calificar su evolución. Debe descansar. Por eso decididí que hoy no reciba visitas. Si pasa una buena noche, recién mañana las permitiré

En ese momento intervino la médica.

-El grado de su intoxicación es severo. El laboratorio tendrá dentro de poco tiempo, la certeza de saber cuál fué el producto, o fármaco, o tóxico que ingirió, o que le hicieron ingerir...

Mientras explicaba, se acercó hasta donde colgaba la ampolla del suero. La observó y luego, dirigiéndose a mi hermana le dijo:

-Antes que se marche quisiera tener una charla con Ud. ¿Es posible?

-Sí... si- le contestó presurosa mi hermana.

Cuando los dos médicos salieron de la habitación, mi hermana me miró con cara de no entender nada, pero tomó su cartera que colgaba del respaldo de la silla y salió tras ellos.

Al quedarme sola, toda una serie de secuencias de vida referidas a Gabriel, mi hijo de 19 años recién cumplidos, comenzaron a pasar por mi cabeza. Sus caprichos, su mala conducta tanto en casa como en la calle, sus años de secundario repetidos, sus "berrinches" colmados de histeria, sus escapadas por horas y a veces por noches enteras, sus borracheras, el escuchar sus "pajas" a toda hora, sus suciedades, sus olores a pata, las palizas que tuve que darle para que se bañara… y para justificar vaya a saber qué cosas, también comencé a recordar sus sufrimientos ocultos. En no volver a ver más al padre desde los nueve años… en sus llantos silenciosos, en su tío, Diego, mi hermano, que, para querer alguna vez imponer respeto cuando Gabriel tenía trece años, se le fué la mano y le aflojó dos dientes… la consecuente pelea familiar, la sobreprotección de su abuela materna y los caprichos que aumentaron.

Y lentamente, aunque mi voluntad se resistiera, también comenzaron a llegar a mi memoria otros aspectos de la conducta de Gabriel más cercanos en el tiempo. Su mirada fija en mí, a veces inquisidora, a veces torva y a veces, hasta me pareció que con lascivia… las veces que lo pesqué espiándome detrás de las puertas entreabiertas, por los agujeros de las cerraduras... En determinados momentos hasta pensé en recurrir nuevamente a mi hermano. Pero el antecedente de años pasados, y mi hijo, que ya no tenía el físico de un niño, me hicieron abandonar el propósito.

Hace mas o menos dos semanas, pensé que lo peor había llegado cuando un día de limpieza, encontré en su habitación, muy escondida entre dos estantes de la alzada de su escritorio, una "bolita" de género blanco y desde donde yo estaba, se veía una florcita roja bordada. Me dí cuenta de inmediato que se trataba de una bombacha mía. Me quedé helada. Pese a saber que mi hijo estaba viendo televisión en el living, la curiosidad pudo más. Al reponerme de mi sorpresa, intenté sacarla, pero estaba tan apretada en el escondite, que tuve que hacer un gran esfuerzo para lograrlo. Cuando lo conseguí, comencé a deshacer lo que parecía un "bollo de papel" y mis manos entraron en contacto con una sustancia gelatinosa que poco a poco iba pegoteándose en mis dedos

"¿y esto?

Dueña de una ingenuidad absoluta, me llevé la bombacha a un centímetro de mi nariz. Mi primera reacción fué de espanto. Quedé como una idiota parada junto al escritorio de mi hijo. Me sentía petrificada. No sabía qué hacer ni qué pensar. Mi corazón comenzó a latir de manera acelerada. No comprendía cuál iba a ser mi próximo movimiento. Comencé a mirar a mi alrededor como una ladrona que teme haber sido vista por alguien. Pese a lo aturdida que me había dejado mi... "descubrimiento", hice algo que hasta el día de hoy no puedo explicar por qué lo hice. Llevé nuevamente la bombacha a un centímetro de mi nariz. El olor húmedo y penetrante del semen me trasportaron. O estaba loca, o me estaba volviendo loca

No pensé en ese momento cual debía ser mi reacción con respecto a la conducta de Gabriel, sino que de inmediato, vinieron a mi memoria los momentos de mayor lujuria desatada durante mi convivencia con su padre. Nos habíamos juntado cuando yo había cumplido los 18 y Gabriel nació cuando cumplí 22. Casi cuatro años… éramos muy jóvenes. Si… sin dudas estaba volviéndome loca. Seguía parada en la habitación. Me sentía desorientada. De pronto, sentí que mi vulva se humedecía y en una reacción instintiva comencé a tocarme el pubis y me llevé la bombacha que tenía en mis manos de nuevo a mis narices. La olí profundamente mientras comenzaba a frotarme el clítoris con fuerza. Justo en ese instante, escuché los pasos de Gabriel acercándose a la puerta de la habitación. Pensando con horror, en el posible hecho de ser sorprendida en esta situación, acomodé mi vestido de manera presurosa y me paré derechita esperando que entrara. En ese momento me dí cuenta que aún tenía la bombacha blanca en mis manos

-¡Me voy má…- me dijo con indiferencia.

Se volvió para preguntarme algo, vió lo que yo tenía en mis manos y de inmediato se dió cuenta de todo. Bajó la cabeza. Yo no podía articular palabra alguna y él tampoco. Mide un metro setenta y ocho, pero en ese momento parecía pequeño. Caminó hasta su cama, se sentó y comenzó a llorar. Una profunda y terrible pena comenzaron a dejar paso al enojo que se había apoderado de mí para encarar la situación. Enojo que todavía, pasado el tiempo, considero bastante ficticio, pues en realidad, era una situación que jamás me había imaginado vivir, y menos aún, manejarla de alguna forma.

Lo primero que atiné, fue acercarme hacia él, pero al recordar la "sustancia" que tenía "pegoteada" en mis manos, desistí de acariciarle la cabeza. Salí de la habitación y me metí el baño. Cerré la puerta con llave y como era ya costumbre, colgué del picaporte una toalla para impedir que me espiara, aunque no creo que lo hubiese hecho en esta ocasión. Volví a mirar la bombacha. Comencé a tocarla mejor y a sacar mis propias conclusiones a sabiendas que no era una experta en cuestiones de "antigüedad" de líquidos seminales, pero me pareció que era bastante… "fresco" si así se le podía decir. No pude recordar exactamente desde cuándo me faltaba esa bombacha. Pero tampoco tenía miles como para confundirme tanto. De a poco, y abriéndome paso a la realidad, comenzó mi terrible lucha de cómo debía encarar todo este asunto.

Opté por no hacer nada. Después de todo, pensé desde mi ignorancia y por lo que alguna vez había escuchado, no sería ni el primero ni el último muchacho en "pajearse" con las bombachas de su madre

Justo en esta parte de mis recuerdos, Clara volvió a entrar en la habitación.

-El médico fué bastante caballero y me permitió hablar a solas con la médica- me dijo Clara con cara seria.

-¿Por qué?...¿qué te dijo?

Mi hermana tomó la silla y se sentó junto a mi cama. Se aclaró un poco la voz y continuó.

-Me dijo que te hablara sobre lo que quieras hacer en el futuro, pero no debe ser muy lejano. Es... es por lo que te pasó en el departamento

-¿Hacer qué?- le corté.

-Una denuncia.

-¿Para qué?- le dije con tono inocente a pesar que desde ese momento, comencé a tener mucho más claro el panorama de los hechos ocurridos. Una ira intensa comenzó a recorrerme el cuerpo.

-Cuando Gabriel llegó aquí, los médicos le preguntaron que te había pasado, y él les dijo que te había encontrado en tu casa, tirada en el suelo, con las ropas arrancadas, y completamente inconciente. Aquí, te despojaron de la ropa frente a la Jefa de Guardia y la inventariaron. Por órden de la misma Doctora, toda fue enviada al laboratorio y en tus bombachas... ¡ejm!... encontraron restos de semen- Clara tosió un poco para afinar su voz.- Según ellos, vos debés decidir qué se hace

Mi cuerpo comenzó a temblar, aunque creo que de una manera imperceptible porque mi hermana no comentó nada. Siguió hablando pero yo no la escuchaba. Un intenso calor provocado por la furia, por la indignación y creo que por otras "cuestiones", comenzó a invadirme el rostro. Miraba a mi hermana que seguía hablando, pero sólo podía ver cómo sus labios se movían sin pausa. No escuchaba nada de lo que decía.

Decidí encarar todo este lío yo sola, pese a que debía asegurarme de lo que realmente había ocurrido. Sólo el imaginarme que en todo esto Gabriel tenía algo que ver, la ira me invadía sin control, pero debía asegurarme de todas las cosas que pensaba.

-¿Y?...- me pregunto mi hermana levantándome la voz.

Con esfuerzo, conseguí disimular.

-Tuve un "encuentro" muy rápido con Adolfo, el gerente. Te contaré otro día.

-¿El "encuentro" fue en una plaza que no pudiste ir al baño?

Mi hermana era muy ligera y yo no quería meter "la pata". Tendría que tomarme el tiempo necesario para inventar algo sólido y creíble para ella. Y éste no era el momento.

-No voy a hacer ninguna denuncia- me apuré a comentarle-Te voy a pedir que no le cuentes nada de esto a nuestras amigas. Ya sabés cómo son. Y además quiero que me perdones. No quiero que me preguntes nada ahora porque ni yo sé todavía lo que pasó.

-Está bien- se convenció- Voy a la farmacia por una medicación que necesitás ahora. Quiero que me hagas una lista de algunas cosas que necesites para mañana y te las traigo a la hora de visita.

-No necesito nada Clarita. Aquí me tratan muy bien y no me falta nada.

Me dejó una libretita y una lapicera sobre la mesita de luz.

-Por las dudas

Me besó en la frente y se marchó sin darse vuelta. Me pareció que se había ido algo molesta. Quizás no me había creído lo que le dije. Me sentí aliviada cuando se fué. Era la persona que más quería en el mundo, pero cuando le daba por ser inquisidora, no había quien la pudiera frenar. Y no me sentía con ánimo para discutir a su altura. Como después me enteré, estuve sedada muchas horas y mis reflejos para contestarle no eran los mejores. Me había propuesto recordar todo lo que me había pasado con exactitud, antes de hacer, decir algo o tomar cualquier decisión. Los medicamentos comenzaron a hacer su efecto y a los pocos minutos me quedé dormida.

Aún con los ojos cerrados, la luz tenue de la habitación me lastimaba. Percibí la presencia de alguien y traté de abrir los ojos. Sentí en ese momento, la sensación como que miles de alfileres me pinchaban y me obligaban a pestañear con fuerza. Luego de muchos pestañeos, el dolor comenzó a dar paso al alivio.

Ví que una enfermera cambiaba la ampolla de suero y colocaba dentro de la nueva alguna medicación.

-¿Qué hora es… señorita?

  • Muy temprano. Trate de descansar. Son las dos y media de la mañana.

  • Gracias…-le contesté balbuceando.

Cerré los ojos esperando que el sueño me venciera nuevamente. Pero fue todo lo contrario. Los recuerdos de los hechos recientes, fueron los que me vencieron. Y la cara de mi hijo en cada uno de ellos.

Creí, en el momento del "descubrimiento" de mi bombacha "embadurnada" de semen, que las conductas de Gabriel, eran el resultado del "ablandamiento de la mano dura" de mi trato, que había querido imponer para mejorar su pésima conducta. Comencé a modificar mis maneras de tratarlo para ver cuáles eran sus reacciones.

Pero un acontecimiento y mi culpa de llevarlo a situaciones muy límites, fue, lo que creo a esta altura, el causante de lo que pasó hace tres días.

Cansada de sus silencios, de su falta de ánimo, y de sus encierros en la soledad de su dormitorio, y acompañada de un falso sentimiento de culpa, comencé con unas suaves caricias en su cabeza y largos besos en su frente para despedirme por las mañanas antes de ir a mi trabajo. Aunque la mayoría de las veces estaba medio dormido, comenzó a responderme con amplias sonrisas que me desarmaban. En una oportunidad, al tener que ir mucho más temprano a mi trabajo, entré a su dormitorio para despedirme. La oscuridad con que me encontré hizo que me acercara casi a tientas hasta el costado de su cama. Al acostumbrarme a la penumbra del cuarto, lo que mi vista comenzó a distinguir me dejó paralizada.

Estaba dormido, eso creo… completamente desnudo y boca arriba. Respiraba con fuerza pero en forma pausada, como aquél que se está reponiendo de un esfuerzo. Como una autómata, comencé a agacharme hasta que ví claramente su pene… semi-erecto… imponente. Pese a su estado, las venas eran muy notorias y el impresionante tronco se movía de manera imperceptible al compás de los latidos… Quizás por la posición en que me encontraba, una de mis rodillas se dobló. Me apoyé en la cama para no caerme y mi hijo resopló de manera suave. Pensé con horror que me descubriría mirándolo si se despertaba, pero continuó durmiendo plácidamente. Ese fué el poderoso estímulo para seguir mirando. Y en realidad, no quería hacer otra cosa. Descubrí con asombro la gran cantidad de pelos en su pubis y alrededores. Le invadían las ingles y por la parte de arriba le llegaban casi hasta el ombligo. Eran tan abundantes que parecían moverse acompañando su respiración. El contraste de esos pelos muy negros con la piel blanca de su cuerpo y de sus piernas, me elevaron a un estado de lujuria tal, que sentí fluír en mi vagina, un líquido caliente que mi cuerpo no podía contener. Me senté en la cama con suavidad y comencé a mirar su pene de cerca. La piel del tronco, casi toda pringada de restos de semen, parecía que se dilataba y se contraía como queriendo comenzar de nuevo su actividad. Ya de manera osada, me acerqué aún más y descubrí un "hilo colgante" de semen que salía del agujero de la roja cabeza del tremendo miembro y terminaba en la piel de la bolsa de los testículos un tanto disimulados por los abundantes pelos, pero que a ciencia cierta se notaban enormes. Ahora, al estar tan cerca, podía oler el inconfundible aroma del semen que me hacía perder la noción del espacio... me mareaba. Cada tanto miraba su rostro para vigilar si se despertaba. Pero él se encontraba en el mejor de los sueños.

En la parte interna de uno de sus muslos, pude ver una enorme gota viscosa que se iba deslizando lentamente entre los pelos, dejando tras de sí los restos pegajosos y la inconfundible señal de una masturbación reciente. Con la mayor suavidad que me fue posible, la toqué hasta que sentí en mi dedo índice la pegajosa sustancia.

Todavía no llego a comprender porqué hice lo que hice. Me acordé lo que mis amigas me comentaban sobre las locuras provocadas por las largas abstinencias, pero de todos modos, me llevé el dedo a mi boca y comencé a chuparlo con fuerza.

En ese momento reaccioné y comencé a incorporarme. Al salir de la habitación caminando de espaldas, me golpeé la cabeza con el filo de la puerta entreabierta y casi grito por el dolor pero me pude contener. Gabriel seguía durmiendo. Corrí hasta la puerta de entrada y miré mi reloj. Llevaba más de media hora de atraso. Cruzar la avenida cercana a mi casa, esperar el colectivo y viajar hasta el centro, fueron todas cosas que realicé como una autómata. A cada momento, me asaltaba la imagen del pene de mi hijo. Cuando pensaba en sus pelos pubianos, en la cabeza de su tremendo "pedazo" casi toda afuera del prepucio "enchastrada" de semen y del tamaño de su semi-erección, mi vulva comenzaba a latir con fuerza. Más de una vez pensé que iba a tener un orgasmo en el colectivo. El tránsito de Buenos Aires en las horas pico de la mañana, era siempre tan intolerante, que ponía a prueba mis nervios. Hoy, casi me paso de largo. Caminando por la cuadra que me lleva a mi trabajo, olí mi dedo índice más de una vez. El aroma me estimulaba. Antes de un breve desayuno a media mañana, me encerré en el baño y con el mismo dedo comencé a masturbarme con fuerza… casi con furia. No recordaba haberme "pajeado" con tanta vehemencia en toda mi vida. Y jamás imaginé, que el pene de mi hijo sería mi estímulo. Me sorprendió un orgasmo tan intenso que tuve que sentarme en la tapa del inodoro para reponerme. Al cabo de unos minutos me incorporé, salí del habitáculo y me miré al espejo. Tenía la cara muy roja y decidí esperar encerrada a que mi color se normalizara. Cuando llegué a mi escritorio, suspiré tan fuerte que me pareció que todas mis compañeras me miraban.

Pasadas casi dos horas y luego de haber superado los delirios persecutorios de las miradas de mis compañeras, llegó el almuerzo al mostrador del despacho. Trabajaba en una empresa contable y los responsables de la firma siempre fueron muy atentos con respecto al asunto de la comida. Jamás dejé de comer un solo día. Aparte del ahorro que significaba, la comida que servían me gustaba y con casi cuarenta y un años no tenía problemas de peso. Pero ese día no quise levantarme a buscarla y nuevamente todas mis compañeras comenzaron a mirarme. Todas las veces, que el recuerdo del pene de mi hijo me asaltaba, sentía el flujo de mi vagina salir a borbotones. Y fueron tantas las veces que pensé en él, que con una pollera de color tostado claro, cualquier tipo de humedad se notaría de inmediato. Desistir del almuerzo, hubiese provocado pesadas bromas de mis compañeras que no estaban acostumbradas a que yo no hubiese comido alguna vez. Pero me "empaqué" con firmeza. Josefina, la más antigua del grupo, se me acercó y como pude, le expliqué que sorpresivamente mi "menstruación" se había adelantado y presumía un "accidente" con mis ropas. Amable como siempre, me dijo que me quedara tranquila, que ella me alcanzaba todo. De inmediato, aparte del menú y la bebida, me acercó un género amplio para que me lo pusiera alrededor de la cintura y así mi cola quedaba tapada. Le hice saber lo agradecida que estaba y que cuando pudiera y hubiese menos gente, iría al baño.

Cerca de las dos de la tarde ya dentro del baño, comprobé con alivio que mi pollera estaba en perfectas condiciones. Aunque no así mi bombacha y la toallita casi inservible y a muy poco de su máxima tolerancia. Decidí lavarme y esta decisión me perdió. Con todo el toqueteo del lavado, que me hacía rozar las partes más sensibles, cerré mis ojos y el pene erecto de mi hijo se presentó como una imagen impresionante, real, como si lo estuviese mirando arrodillada delante de él. Pese a la irritación que me había provocado la masturbación de la media mañana, nada me detuvo. Imprimí toda mi fuerza a rozarme el clítoris con violencia y meterme y sacarme con el mismo ritmo, dos dedos en lo más profundo de mi vagina.

El orgasmo me encontró en el piso, dentro del habitáculo donde están el inodoro y un pequeño lavatorio. Por supuesto que no era tan amplio y mi cuerpo quedó como doblado. Me llevó unos segundos incorporarme. Cuando salí del habitáculo y me miré al espejo, el sudor de mi frente aparecía como las gotas de una tormenta fuerte de verano. Las rodillas se me doblaban. Me había masturbado muchas veces en mi vida y más en los últimos tiempos, pero jamás me había masturbado dos veces en un día y con diferencia de pocas horas. Y tampoco podía decir si me sentía bien o mal. En realidad no sabía lo que me estaba pasando.

Luego de mojarme muchas veces la cara y pasados casi quince minutos de estar encerrada en el baño, decidí salir. Esperaba que nadie se hubiese dado cuenta del tiempo que había pasado. Pero al llegar al pié de la escalera que me lleva al entrepiso y a mi escritorio de trabajo, mis rodillas comenzaron a doblarse nuevamente. Subí un escalón. Y allí todos se dieron vuelta a mirarme. Y otra vez Josefina que vino en mi auxilio. Creo que ya les había pasado el dato porque nadie me preguntó nada. La ocasión fue perfecta para que el gerente me dejara retirar. En verdad, a los cinco minutos me sentía espléndida pero tuve que seguir fingiendo mi malestar hasta la parada del colectivo.

Unos ruidos metálicos y los pasos de algunas personas que se movían dentro de la habitación me despertaron. No tenía noción de la hora en que me había quedado dormida pero sí estaba segura de haber dormido poco. Comencé a sentir en mi cuerpo la rutina de las revisaciones médicas diarias. Temperatura... presión...

Luego de unos segundos comencé a distinguir la figura del médico jóven que anotaba datos en un planilla mientras impartía algunas órdenes a las enfermeras. Al cabo de un rato, una de ellas se me acercó. Me retiró la cánula con la aguja de manera suave, me colocó una gasa pequeña en el lugar, comenzó a enrollar la manguerita transparente y se alejó con la columna de acero. Sentí un gran alivio.

Antes de retirarse, el médico se me acercó y me dijo que mi evolución era muy buena. Que de seguir de esta manera, me darían de alta mañana lunes. Hoy domingo, me permitiría las visitas. Y que luego del desayuno me alcanzarían un teléfono celular que mi hermana Clara había dejado en custodia en la dirección del sanatorio.

Cerca de las diez de la mañana, cuando una de las enfermeras me alcanzó el aparato celular, le pedí que me hiciera el favor de cerrarme un poco las cortinas. Todavía la luz me molestaba.

Después de comunicarme con mi hermana y coordinar el horario de visita, me acomodé en la cama y cerré los ojos con la esperanza de quedarme dormida aunque sea hasta la hora del almuerzo. Pero como en las últimas horas, todos los recuerdos y pensamientos se dirigieron a mi hijo Gabriel.

Comencé a recordar la llegada a casa después de ese "accidentado" día de trabajo. Antes de entrar, me obligué a mi misma, imponer seriedad a mi conducta para mejorar lo que yo creía, habían sido los terribles desequilibrios de las horas pasadas. Cuando entré a mi casa me recibió el silencio. Me acerqué al dormitorio de mi hijo y me quedé parada a cincuenta centímetros de la puerta. Agudicé mi oído para escuchar algún ruido que partiese de su habitación. Nada. Pasados unos segundos me decidí y golpeé con fuerza. Solo el silencio. Repetí los golpes con más fuerza y me dolieron un poco los nudillos. El silencio continuó. Decidida, abrí la puerta de manera violenta. El panorama que me recibió era el menos esperado pero el más tranquilizador. El cuarto estaba bastante ordenado para lo que podía ser la costumbre de Gabriel. Él, ausente.

Sin dudas, el equilibrio que me había propuesto estaba lejos de la realidad. Me acerqué hasta la cama y levanté las cobijas. Todo estaba impecable... bueno, impecable si a Gabriel se refería, pero...

¿qué era lo que esperaba encontrar?...

Volví a acomodar todo y salí rápidamente de la habitación. Fui hasta el baño y me miré en el espejo. Tenía la cara como un tomate maduro. Estuve diez minutos mojándome la cara hasta que la sentí fría y casi insensible. Sin secármela fui hasta la cocina y revisé la heladera. Por suerte había de todo para una cena. Comencé a pensar dónde estaría Gabriel, porque no era común que no estuviera en casa a estas horas. Lo llamé a su celular. Estaba en la casa de un amigo y me prometió que volvería a las diez de la noche. Miré el reloj de la cocina. Como había salido más temprano del trabajo, recién eran las seis de la tarde.

Entré en mi dormitorio, me desnudé por completo, fui hasta el baño y abrí la ducha. En la parte interior de la puerta del baño, hice colocar hace mucho tiempo, un espejo del tamaño de cuerpo completo. Comencé a mirarme y lo que el espejo me devolvía no me disgustaba. Por lo menos, salvo algunas partes como la interna de los muslos, estaban libres de rollitos pese a tener unos pechos bastante grandes, unas caderas considerables y unas piernas con muy buenas formas. Creo que mi altura, un metro setenta y dos, disimulaba bastante bien los problemas que hubiesen podido generar sesenta y seis kilos de peso. Quizás tuviese que depilarme un poco el pubis porque los pelos se veían muy abundantes. Pero en un fuerte "ataque de vanidad" dejaron de preocuparme. Esos pelos, en contraste con mi piel muy blanca, sabía que podrían enloquecer a más de uno. Dí media vuelta con mis pies para poder ver mi cola y me dí cuenta que nada había cambiado con el paso de los años. La turgencia y la firmeza seguían intactas. Mi melena corta con tonos pelirrojos, caía muy bien sobre mi espalda. Un "buen lomo" según me gritaban por la calle...

El agua se había calentado y me metí en la ducha. Al cabo de unos minutos, al comenzar a pasarme el jabón por el pubis, pensé que iba a perder la cabeza nuevamente pero me contuve.

Pasados veinte minutos, salí de la ducha y me envolví con un toallón.

Sin dudas, el "descubrimiento" del pene de mi hijo durante la mañana, me había trastornado bastante, porque al pasar por su dormitorio, la tentación y la curiosidad de mirar y "chusmear" cosas de su cuarto me ganaron. Pero no quería ser sorprendida tontamente. Fui hasta la puerta del departamento y la trabé con el cerrojo interno. Si mi hijo se adelantaba en su regreso, tendría que tocarme el timbre.

Dentro del cuarto, estuve a punto de encender su computadora pero desistí luego de acordarme que hacía unos años atrás, había hecho lo mismo pero él se había dado cuenta. Comencé a hurgar los estantes. No encontré ningún papel raro, ninguna revista, nada...

De todos modos insistí. Debajo del teclado de la computadora encontré una llave pequeña. Enseguida caí en la cuenta de dónde era. Sin dudas, de alguna de las puertas de su placard. Tardé unos segundos en decidirme y mientras pensaba si hacerlo o no, ya estaba dando vueltas la llave dentro de la cerradura. Probé en las dos primeras pero estaban abiertas. "La tercera fue la vencida". Al abrirla, me encontré con varios estantes llenos de papeles y el canasto de su ropa sucia en la parte de abajo. Desde los catorce años le había enseñado a lavarse sus medias y sus calzoncillos. Pero como casi todos los muchachos de su edad, creo, se acordaban de lavar cuando necesitaban algo o una vez por mes. Con un movimiento casi automático traje el canasto hacia fuera y le saqué la tapa. El espectáculo de la gran cantidad de ropa y olores de toda clase, era de espanto.

..."¡qué roñoso!"

Aunque hubiese querido de alguna forma ayudarlo a lavar, no podía ser en este momento. Y de repente se me ocurrió la idea de hurgar el canasto. Una locura más, pensé, tratando de justificarme a mí misma, no sería nada después de todas las que tuve durante el día.

Lo primero que ví, fué un calzoncillo tipo "slip" de esos que usan los nadadores, de tela sintética color claro, por supuesto con manchas de todo tipo, estaba colocado por encima de todo lo demás. Me acordé de inmediato que lo había comprado hace unos meses cuando comenzó a practicar en un gimnasio. Lo tomé con delicadeza, con dos dedos, así como toman todas las cosas los detectives de la televisión y lo levanté hasta la altura de mi vista. Comencé a observarlo como quien observa un espécimen raro. Lo daba vueltas de un lado a otro tratando de descubrir vaya a saber qué cosas...

..."¿qué puedo descubrir?"...

Creo que habían pasado unos segundos y de pronto... de la parte de abajo del "slip"... lentamente... casi con pereza, comenzó a descolgarse un hilo transparente, que iba tomando la forma de una gota larga... espesa. Mis rodillas comenzaron a aflojarse y me senté sobre la cama, pero mi brazo derecho seguía sosteniendo el calzoncillo a la misma altura. Estaba como extasiada mirando la gota que había quedado suspendida e inmóvil. Con mi otra mano, con toda delicadeza, como queriendo evitar que algo o alguien se lastimara y casi temblorosa, apreté con mis dedos pulgar e índice la parte más abultada de la gota. Froté con suavidad la yema de mis dedos y como midiendo cada uno de mis movimientos comencé a acercarlos a mi nariz. Casi al instante de haber percibido el olor, sentí que los labios de mi vulva comenzaron a latir y los líquidos vaginales, ha depositarse lentamente en mi toallón.

Compulsivamente, revisé todo el slip y, la parte donde encontré más cantidad de semen, la apoyé con fuerza contra mi nariz. Sin tener que preocuparme por la llegada de mi hijo, descorrí las mantas de su cama, me acosté boca arriba, me tapé y acomodando la parte más mojada del slip alrededor de dos de mis dedos, comencé a "pajearme" el clítoris de manera furiosa. El orgasmo me llegó casi al borde de mi desmayo.

Me desperté sobresaltada. Y muy asustada. No sabía si había sido el ruido del timbre o una simple impresión. Estuve inmóvil largos segundos. Caí en la cuenta en ese momento que estaba acostada en la cama de mi hijo. Me incorporé a medias. Una vez acostumbrada a la semi-oscuridad del cuarto pude ver los números luminosos del reloj que Gabriel tenía sobre el escritorio

... "las 20:40 ?"

Me tranquilicé, pero me dí cuenta que me había quedado profundamente dormida...

..." tres pajas no son poca cosa"...

Lentamente me acosté de nuevo. Me estiré como un gato y estuve boca arriba, pensativa, varios minutos. Como si estuviera en el "limbo". Pero la realidad siempre llega. Los olores de muchacho joven como éste, que se solo se bañan cuando se acuerdan, comenzaron a llegar a mi nariz. Me levanté de inmediato, tiré con enojo el calzoncillo dentro del canasto, lo coloqué en su lugar y cerré con llave. Acomodé las mantas de la cama y al salir de la habitación, ví debajo de los papeles encima de una banqueta, las sábanas que hacía cuatro días le había dado para que las cambiara.

El pollo y las papas del almuerzo del sanatorio tenían un gusto horrible, pero aquí no había lugar para las protestas. Jamás en mi vida había comido sin sal y comprobé que si tuviera que hacerlo en el futuro, sufriría mucho. Eran las doce del mediodía y faltaban cuatro horas para la visita.

En ese momento, se me ocurrió pensar si Gabriel acompañaría a su tía a la visita de la tarde. Desistí de averiguarlo y decidí esperar.

Y seguí recordando los hechos que pudieron desencadenar su conducta. Esa tarde-noche de mi feroz masturbación en su cama, y luego de una nueva y rápida ducha, me puse un vestido liviano, algo escotado y me maquillé de manera suave. Preparé la comida y miré el reloj. Las nueve y media de la noche.

Sin saber porqué, mis manos comenzaron a transpirar. Había logrado con esfuerzo mientras preparaba la comida, no recordar nada de lo sucedido durante el día. Quería mantenerme fría y distante pero sin exagerar cuando estuviera delante de mi hijo. Sabía que me iba a costar. Y así fue.

Cuando sentí el ruido quebradizo de la llave al introducirse en la cerradura, algo parecido a la sensación que produce un trozo de hielo al contacto con la piel recorrió mi espalda. Mis manos comenzaron a transpirar ahora de manera profusa. En algún momento, entraría a la cocina a saludarme. Me sentía temblorosa e irritada casi al borde de la histeria. Parecía una quinceañera. Debía serenarme.

Pero al parecer, mi hijo optó por ir a su cuarto o al baño.

Luego de varios minutos, escuché que salía del baño y se acercaba a la cocina. Entró.

-¿Y má, qué hay de comer?- me preguntó sin mirarme y frotándose las manos.

Me ofusqué en silencio porque no me había saludado con un beso y cuando estaba a punto de reprochárselo, me arrepentí.

-Pollo frío con zanahoria rallada- le contesté secamente.

-¡Qué bueno!

Serví los dos platos mientras lo miraba de costado. Lo único que a él le interesaba era la comida. Prácticamente la devoró. Le serví nuevamente.

Me quedé parada a su lado. Observándolo. En determinado momento me percaté de mi torpeza y me senté a comer también. Gabriel tomó el control del televisor y desde allí, solo prestó atención al aparato. Descubrí la celeridad y "angurria" con que devoraba la comida. Quizás lo hiciera siempre pero nunca le había prestado atención. Traté de disimular mis observaciones que parecían las de una novia enamorada. De esas que todo les gusta, aunque el novio sea un flor de asqueroso como éste. También quise disimular mi falta de apetito y comencé a comer.

-Mañana salgo temprano- me dijo de repente.

No le contesté nada aunque sabía que estaba equivocándome. No quería demostrarle interés y estaba yéndome hacia el otro extremo. En ese momento me miró y me preguntó con extrañeza:

-¿Me escuchaste?

-¡Si!-le dije de inmediato- Pensé que me ibas a explicar porqué, y qué significa temprano para vos.

-¡Ja, ja, ja!... ¡Ja, ja, ja!...

En otro momento le hubiese recriminado esa grotesca risotada, pero ahora me pareció celestial. También me parecieron divinos unos cuántos eructos que se mandó luego de haber "tragado" la cena. Estoy segura que en otra oportunidad, le hubiese pegado con el talón de un zapato en la cabeza. Unas cuántas veces se metió asquerosamente los dedos dentro de la boca para sacarse restos de comida y solo pudo enternecerme. Se me cruzó por la mente que yo iba a necesitar un psicólogo muy pronto. Me estaba "haciendo el bocho" con mi hijo y sólo por haberle visto el pito a la mañana.

-Nos vamos a practicar a un gimnasio nuevo-me aclaró- Queda en Provincia y nos llevan en un colectivo.

Recibí el comentario como una descarga. El calzoncillo claro apareció como una postal delante de mí.

-¿Y tenés ropa limpia?-le pregunté

-¡Uhh...

Luego de este murmullo se quedó en silencio. Lo miré de costado esperando que comentara algo, pero el silencio siguió. Pasados unos minutos se levantó con desgano y fue hasta su dormitorio. Disimuladamente fui tras él. Cuando llegué al pasillo, sin que me viera, pude observar que estaba hurgando dentro de su canasto de ropa sucia. Me adelanté rápido a la cocina. Con la cantidad impresionante de ropas que tenía dentro de su canasto, apareció sólo con dos calzoncillos, entre ellos, el "clarito" y un par de medias.

Un caradura total...

Viendo que todavía iba a tomarse un gran tiempo con respecto a su "lavado" le dije:

-Si tenés más ropa traéla que pongo agua hasta la mitad del lavarropas y jabón y se lava toda.

Me miró con los ojos más grandes que podía tener y dando un salto impresionante gritó:

-¡Ihujuuu vieja!...

Salió corriendo de la cocina pero volvió de inmediato.

-Pero dejame que yo pongo esto dentro del lavarropas y lo demás lo ponés vos.

No hacía falta que me explicara porqué.

Me trajo el canasto completo y luego de poner todo dentro del lavarropas, salí del pequeño lavaderito y lo encontré sentado como esperándome para decirme algo con cara compungida

-¿Qué te pasa?-le pregunté con curiosidad.

-Tengo que decirte algo má. No tengo muchas ganas de ir a ese gimnasio nuevo. Hace tiempo que no tengo ganas de hacer gimnasia como antes. No sé... no hago nada bien. A veces me caigo cuando hago ejercicios comunes y los demás se cagan de risa...

..."debe ser por tus terribles pajas"... Pero le comenté:

-¡Hablá bien!...

-Bueno... se burlan...

-No siempre todo sale bien de entrada Gabriel. Tenés que pensar que estás en una edad que debés intentar hacer las cosas. Si después de intentarlo no sale, veremos qué se puede hacer.

Bajó la cabeza como derrotado. Me acerqué hasta donde estaba sentado, lo agarré de ambas muñecas y uní sus brazos detrás de mi cintura. Parada delante de él, lo tomé de la cabeza y la apoyé contra mi pecho. Su boca quedó a la altura de la parte descubierta de mi escote.

-Nada debe abandonarse hasta probar lo que es, Gaby. Me prometiste hace un tiempo que ibas a intentar hacer las cosas. Y es lo que debés hacer.

Bajé mi cabeza y le dí un beso en el cabello mientras le susurraba...

...-y vos no me vas a defraudar ¿no es cierto?...

-No ma...Y mé dio un beso en la piel del escote.

Creo que mi cuerpo comenzó a temblar y para que no lo notara, lo abracé fuerte. Dio vuelta su cabeza, que estaba de costado apoyada en mi pecho y se puso de frente. Me comenzó a apretar con fuerza y a besarme sin disimulo...

-Te quiero ma. Vos siempre me hablás tan bien...

-Yo también te quiero...

La fuerza de los abrazos siguieron incrementándose de tal manera que pensé que lo iba a axfisiar si seguía con ese ritmo. Pero él no se quedaba atrás. Y tomó una iniciativa que casi me espanta. Bajó sus brazos un poco más hasta ponerlos a la altura de mis nalgas. Abrió sus piernas y me apretó contra él. Sentí su pene endurecido contra mis rodillas y hasta me pareció que había comenzado a frotarse contra mí. No sabía qué hacer pero decidí parar el asunto a un costo tremendo. Lo separé con esfuerzo y le dije con suavidad:

-No te olvides que además de acostarte temprano, tenés que mostrarme las carpetas tal como me lo prometiste.

-Está bien má. Pero te las muestro mañana.

-Bueno. Eso espero.

Se levantó con desgano de la silla. Dió media vuelta y en ese momento pude ver de costado su tremenda erección que quiso disimular saliendo casi corriendo de la cocina. De una manera "muy maldita", lo hice volver diciéndole que debía darme un beso antes de acostarse. A los pocos segundos estaba de vuelta. Me tomó de costado, me abrazó y pude sentir el bulto de su tremendo pedazo que se apoyaba en mi cadera. Pero me soltó de inmediato y se marchó. Me senté en la silla a esperar el trámite del lavado...

..."estoy echando demasiada leña al fuego... ¿y si se vuelve loco?. Mañana paro todo esto"...

Media hora después, ya en mi dormitorio, acostada y completamente desnuda, comenzaba mi cuarta "paja" del día.

Cuando a la mañana siguiente el espejo devolvió la imagen de mi cara, me asusté. Alrededor de mis ojos se notaba una mancha oscurecida. Indisimulable. El aspecto demacrado indicaba a las claras la falta de descanso aunque había dormido más de ocho horas corridas. Me lavé con agua fría con la esperanza de algún cambio pero nada de esto ocurrió. Me acordé que tenía que despertar a Gabriel. Fui a su dormitorio. Tomé el picaporte pero en ese instante desistí de entrar. Golpeé. Nada. Golpeé más fuerte:

-Queeeeee...

-Levantate que te abro la ducha.

No hubo respuesta. Tampoco insistí.

Después de regular el agua y maquillarme rápidamente, fuí a la cocina y le preparé el desayuno. Cuando volvía por el pasillo a mi dormitorio ví a mi hijo yendo al baño sosteniéndose de las paredes como un borracho...

... "ni quiero imaginarme la cantidad"...

Se duchó, se vistió y cuando eran las siete y media de la mañana terminó de desayunar.

Cerca de las ocho de la mañana, y viendo que se demoraba bastante, fuí a su dormitorio y descubrí con estupor que estaba casi dormido sentado al costado de su cama. Me acerqué y le acaricié el cabello. Con un esfuerzo extremo levantó su cabeza. Me miró, me sonrió, y me dijo:

-ya voy má...

Lo hizo con una voz tan dulce que me enterneció. Vino a mi memoria la posición en que estábamos abrazados por la noche. Me acerqué por delante, presioné mis rodillas contra las suyas y sin hacerse rogar abrió las piernas. Abreviando trámites, me abrazó directamente a la altura de mi cola, me atrajo con fuerza y apoyó su cabeza un poco más abajo de mis tetas. Pero ahora no tenía puesto el vestido. Estaba todavía envuelta en un camisón liviano de dormir y mucho más maniobrable. Mi hijo aprovechó esta circunstancia y comenzó a meter su cara entre los pliegues. A los pocos segundos comenzó a besarme. Por algunos instantes pude sentir la piel de su frente rozarme el costado interno de mis pechos. Mi vagina "abrió su canilla" y mis rodillas comenzaron a sentir la impresionante turgencia de su "tremendo pedazo". Me acordé que no tenía puesta mi bombacha cuando mis líquidos comenzaron a recorrer la parte interna de mis muslos. En ese momento, escuché que Gabriel me decía:

-En vez de ir al gimnasio preferiría quedarme así... abrazándote...

-Pero me prometiste que irías y eso tenés que hacer.

Mi hijo seguía inmóvil y acto seguido agregué:

-Tenemos tiempo a la noche. Cuando hayas hecho todo lo que debías...

Me arrepentí de inmediato de lo que dije, pero ya era tarde. Comenzó a aflojar su abrazo y con desgano me respondió:

-Si má. Tenés razón.

Aproveché que me había soltado para salir rápido de la habitación. Percibía con claridad el olor de mis "flujos". Me preguntaba si mi hijo lo habría percibido de la misma manera. Lo esperé en la puerta. Llegó con la mochila tapándose sus genitales:

-Chau má...

-Chau querido...

Las comisuras de nuestros labios, se tocaron demasiado para tratarse de un beso de despedida entre madre e hijo. Pero no hice nada por evitarlo.

Cuando escuché que el ascensor partió, trabé por dentro la puerta del departamento. Me acerqué al teléfono y luego de comunicarme con mi trabajo para avisarles que no iría, abrí mi camisón y revisé mis muslos. Una especie de "pegamento transparente" se desparramaba muy cerca de los pelos de mi vulva. También descubrí que por debajo de mis pechos, restos de saliva de mi hijo...

..."debe ser un chancho divino"...

A sabiendas de todas las locuras que encerraba cada acto o pensamiento que venían a mi mente, me encaminé hacia el cuarto de mi hijo. Quería encontrar algo y estaba segura de lograrlo. Me imaginaba la "terrible paja" o "terribles pajas" de la noche anterior. Por algún lado encontraría "el cuerpo del delito". Luego de media hora de hurgar por todos los rincones, tuve que convencerme que nada encontraría. Pero mi calentura no tenía límites. Fui hasta mi cuarto y me acosté. Decidí dar comienzo a la serie de masturbaciones que no sabía hasta qué número llegarían. Pero estaba decidida a "pajearme" aunque que tuvieran que internarme.

Continuará...