¡ay Gabriel!... (3)

Y están las tres entregas. Les mandaré luego un epílogo corto. Saludo a todos los que me enviaron mensajes y valoraciones. Todos fueron considerados. De todo se aprende. Gracias.

La vuelta a mi trabajo, casi una semana después, no tenía esa alegría que muchas veces había experimentado luego de un período de vacaciones. Sobretodo de algunos que tuve que pasar en mi casa, aburriéndome, al no poder ir de veraneo. Y encima, agregado a todo esto, mi estado de salud, que aunque no era malo, demandaba una atención que me molestaba mucho.

También, al darme cuenta que estos días de licencia, no habían sido el regreso unas vacaciones regulares y la causa de la misma, mi estado de ánimo no era el mejor.

Pasadas varias horas, y luego de soportar estoicamente todas las previsibles preguntas de mis compañeras, pude concentrarme en mis tareas. El esfuerzo fue tremendo. Y mis continuas distracciones me llevaban siempre a mi casa. Claro, allí había quedado Gabriel... ¡ay Gabriel!...

Después de esa tarde de domingo y luego de soportar durante muchos minutos sus lágrimas de arrepentimiento y sus explicaciones entrecortadas por el llanto, me enteré, como me imaginaba, que me había colocado en aquél vaso de gaseosa un sedante que le había conseguido un amigo de él, hijo de un veterinario, mediante la mentira que lo quería para unos gatos de un vecino que lo molestaban mucho. Pero el amigo, al parecer sin saberlo, le dió, según los análisis del sanatorio, algo como para dormir un caballo...

"...el muy hijo de puta tomándome como un gato... ¡encima como un gato!.. y me encajó lo del caballo..."

No sé si habré hecho bien en no calar el diálogo hasta el punto más preocupante en ese momento, pero traté ese día de no seguir adelante. Primero por mi agotamiento y luego, creo, que fue sólo por no querer escuchar la verdad...

"...¿me habrá penetrado este desgraciado? Luego de tenerme inconsciente, ¿qué otra cosa pudo haber hecho? Un santo no era... "

Se me hacía difícil someterme a la verdad. Haberme penetrado, era lo más probable después de haber inducido y tolerado sus conductas...

"...¿qué era lo que había pensado yo?... ¿que era un muñequito de cera?... ¿o que podía tratarlo como a un perrito y manejarlo con órdenes?... ¿que lo llevaría por su vida con una cadenita?..."

La lucha por saber si mis reacciones y mis comportamientos eran los adecuados, era algo que me perseguía a cada momento y más, cuando debía tomar alguna decisión. Opté por manejarme con una conducta seria y distante. Pero a medida que los días pasaban, los encierros de Gabriel en su dormitorio, iban en aumento.

Además de mis preocupaciones con respecto a mi conducta y la de mi hijo, también se sumaban mis propias aflicciones. Luego de unos días, cuando salí de mi trabajo, pasé por una farmacia y me compré una de esas tiritas para hacer un "test" de embarazo. Al llegar a mi casa, me encerré en el baño e hice lo que me indicaban las explicaciones de la tirita pero no entendía un "cuerno". Nada me salió bien. Todo era un enchastre. Hubiese querido llamar a alguna de mis amigas pero me arrepentí de inmediato. A mi madre, ni loca. Y a mi hermana, ni soñarlo.

Cuando salí del baño, llegó Gabriel. Me impuse la conducta de los últimos días. Indiferencia total. Me encerré en mi cuarto sin siquiera saludarlo. El hizo lo mismo. Pero, como pese a todo, sabía que debía atenderlo, a la media hora decidí prepararle la comida. Cuando salí de la habitación, casi me horrorizo al percibir el olor de una comida que mi hijo estaba preparando...

"... me imagimo que éste no querrá seguir con la joda..."

Me acerqué lentamente a la cocina. Al llegar, le pregunté enojada:

-¿Qué estás haciendo?

-La comida –me contestó con total indiferencia.

A cierta distancia, pude ver que estaba preparando unas presas de pollo deshuesado a la plancha e hirviendo unas papas.

Como una perfecta idiota le pregunté más sosegada:

-¿Y cómo sabés qué debo comer?

Sin siquiera molestarse en contestarme, me señaló una lista que estaba pegada en la puerta de la heladera. Era la lista que había impreso mi hermana de acuerdo a las indicaciones de los médicos del sanatorio. Mas estúpida todavía, le dije en voz baja:

-Gracias...

Sólo me levantó el dedo pulgar hacia arriba en señal de contestación. Antes de ir hasta el living a mirar un poco de televisión le dije:

-Avisame cuando esté listo.

-Ok.

Pasados unos minutos en la penumbra del living, me percaté que estaba sentada en el maldito sillón donde habían comenzado las cosas más embromadas. Pero, increíblemente, comencé a fantasear nuevamente con el mucamo joven para "Todo Servicio". Tuve que taparme la boca para que no escuchara mis accesos de risa. En ese momento pensé...

"...¡yo sí que estoy loca!..."

Concentrada en las noticias del televisor, me sobresalté cuando escuché que mi hijo me llamaba desde la cocina. Al llegar ví un solo plato servido y Gabriel que se iba hacia su cuarto. Antes que traspasara la puerta le pregunté:

-¿Qué te pasa a vos?

Se quedó parado en el vano de la puerta con la cabeza gacha. Insistí:

-¿No vas a cenar?

-Ya comí...

-¿Y porqué solo?

No me contestó, pero tampoco se movió de donde estaba. Quizás lo que más me molestaba, era estar siempre confundida entre saber si lo que iba a decirle estaba bien o mal. Respirando de manera profunda me acerqué y le dije con calma.

-Yo creo... que la que tiene que estar enojada y ofendida soy yo ¿no te parece?...

-Si...

-¿Merezco cenar sola?...

Hizo un suave gesto negativo con la cabeza, pero no la levantó. Se llevó una sola mano a la cara y se tapó los ojos. Pensé que estaría simulando pero casi se me parte el corazón cuando pude ver que una pesada lágrima resbalaba por su mejilla y caía al piso. Los esfuerzos que hice para no llorar fueron extremos. Lo tomé por un brazo y lo acerqué hasta la mesa...

-Vení, sentate. Quiero cenes conmigo.

Tratando de serenar el ambiente, no articulé palabra alguna por varios minutos. Poco a poco, con suspiros profundos, mi hijo fue recuperando la calma. Comencé a comer. Después de mis primeros bocados le pregunté:

-¿Cómo te está yendo en el colegio?

-No muy bien.

-¿Y qué pensás hacer?

-Todavía no sé. Tengo ganas de trabajar...

-Pero te falta muy poco. ¿Por qué no hacer el esfuerzo?

Siguió un largo silencio. Y como siempre en los momentos en que debía imponer mis lógicos puntos de vista, me asaltaban las dudas seguramente por culpas no asumidas, sabiendo que al no asumirlas, llevarían mucho tiempo en ser superadas como tales. Tan atontada había quedado en medio del diálogo, que apenas pude escuchar cuando mi hijo se levantó y se fué a su dormitorio.

Terminaba de lavarme los dientes con un preparado especial, cuando sentí que algo liviano y muy caliente, comenzaba a deslizarse entre mis piernas. Al ver que esa sustancia se presentaba con la tonalidad púrpura tan deseada, mi corazón se llenó de alegría. Dormí feliz.

Pasados varios días y ya superadas las molestias menstruales, me aboqué a cambiar mi imagen. No supe el porqué de esta decisión pero quería aparecer distinta. Por lo menos, en cuanto a mi presentación. No tenía ganas de teñirme el pelo o encarar cualquier cambio más radical, sino más que nada en la ropa y el maquillaje. Mis pantalones amplios y mis polleras largas, habían terminado por aburrirme. Un sábado me decidí y desempolvé una tarjeta de crédito que no había usado nunca. Visité más casas de ropa que las que había visitado durante toda mi vida. En una de ellas, me probé unos jeans, tan ajustados, que el esfuerzo por calzármelos me dejó agotada. Me incorporé de la silla y me miré al espejo. Me asusté. No podía creer que yo fuese la propietaria del semejante culo que el espejo me devolvía. Y las piernas que hacían juego con las formas tan voluptuosas del conjunto. La remera, que en un principio me pareció "discreta" para contener mis cien de busto, ahora eran una pieza más de esa combinación letal que sólo invitaba a la provocación.

Y lo que no quería pensar, llegó a mi mente. Los pensamientos no piden permiso. Era el "tronco" endurecido de mi hijo apoyado en ese estrecho, profundo y angosto "valle" que se hundía entre mis nalgas...

"...si apoyándome su pija entre las piernas, pasó lo que pasó..."

Cuando sentí que mis "líquidos" comenzaban a anunciar su presencia, me saqué rápidamente el pantalón. Acomodé todas las ropas que me había probado en un paquete, me vestí, y le entregué el paquete a la vendedora. Al darse cuenta de la cantidad de ropas, que era considerable, me miró y me preguntó.

-¿Lleva todo?

Cerré mis ojos una fracción de segundos. Reaccioné y en voz baja le contesté:

-Si...

Cerca de las siete de la tarde, estaba descansando plácidamente sobre mi cama cuando oí que sonaba el celular de mi hijo. Me levanté y me acerqué a la puerta de mi dormitorio sin abrirla. No escuchaba nada. A los cinco minutos, Gabriel abría el grifo de la ducha. Había estado todo el día encerrado en su cuarto y yo no me había acercado siquiera a golpearle la puerta. Por los preparativos que ahora escuchaba, parecía ser que iba a salir durante la noche. Hacía unas cuántas semanas que no lo hacía. Yo me imaginaba que por algún sentimiento de culpa, pero no estaba segura que fuera así. Después de todo se lo merecía. Si por alguien o por algo debería merecer un castigo, era por mí y por lo que me había hecho.

Escuché cuando el grifo se cerró. Pensé que tendría que pedirme dinero si quería salir, salvo que su abuela le hubiese dado algo. En ese momento me sentí dolida y ofendida. Me hubiese imaginado un duelo más largo. Decidí que si me venía a pedir dinero, se lo negaría. Y la verdad, que se quedara sin salir, era una idea que no me disgustaba...

"...¿qué estoy pensando?..."

Busqué una mejor posición en mi cama y cuando terminé de acomodarme boca abajo unos golpecitos suaves sonaron a mi puerta. Fué tan intensa y brutal mi reacción, que casi me caigo de la cama. Fuí corriendo hasta la puerta, me acomodé las ropas y abrí con violencia. Allí estaba mi hijo con unos pantalones estilo "joggins", el torso desnudo y secándose el cabello.

-Necesito unos pesos má, ¿podrás darme algo? Voy a salir un rato –me dijo despacio con la cabeza gacha.

-¿A qué hora? –le pregunté enojada.

-Dentro de dos o tres horas... cerca de las diez...

-Cuando te vayas avisame.

Siguió secándose el cabello. Al bajar mi vista pude ver unos pelos muy negros en su abdomen que con la forma de un pino le llegaban más allá del ombligo. Cerré la puerta de un golpe.

Sentada en el medio de la cama, pensaba sobre el porqué de mi respuesta afirmativa cuando había decidido de antemano que no le daría un solo peso. Sin dudas, mis análisis y mis decisiones iban por distintos caminos, Pero ya no podía volverme atrás...

" ... ¿y si hago algo para que cambie de parecer sin decirle una palabra?..."

Me levanté y me acerqué al placard. Comencé a correr las perchas hasta que apareció la remera celeste que había comprado a la mañana. Como una autómata la descolgué, al igual que los jeans apretados. Acomodé todo sobre la cama y me encerré en el baño.

Luego de retocarme por enésima vez el maquillaje frente al espejo, miré mi reloj pulsera...

" las 21:10 hs..."

El conjunto que me devolvía el espejo no era malo. Al menos el de mi cara. Los colores suaves y el brillo de los labios le daban una terminación elegante y seductora a mi rostro. Traté de no repasar las partes delanteras y traseras de mi cuerpo. Lo que sí había decidido de manera terminante, era que jamás saldría a la calle vestida con esa ropa. Los zapatos de tacos altos, daban un remate final que podría "infartar" a cualquier tipo luego de mirar una mujer de casi un metro ochenta, con unas tetas, cola y piernas infernales.

Cuando salí de mi habitación me crucé con mi hijo. Le entregué sin explicaciones y sin mirarlo, un billete de cincuenta pesos y seguí caminando a la cocina. Ni siquiera me hizo falta adivinar su reacción. Se había quedado "clavado" como una estaca en medio del pasillo.

A los pocos segundos, Gabriel entró en la cocina. Estuvo en silencio un tiempo enorme. Yo me movía por la cocina de aquí para allá con total indeferencia. En voz baja y muy tímidamente me preguntó:

-¿Vas a salir?...

"...¡otra vez lo mismo! Éste debe estar loco mirándome el culo..."

Seguí de espaldas a él.

-Espero un llamado –le contesté, a sabiendas que aumentaría su intriga sobre un llamado que nunca llegaría.

Por el rabillo del ojo observé que lentamente y con desgano, emprendía el regreso a su dormitorio. Calenté la cena y fui a comer al living. Gabriel apareció a los pocos minutos, "devoró" su comida y de inmediato regresó a su cuarto. No me había mirado en todo el tiempo que había estado sentado frente a mí. Se comportaba de manera temerosa. Quizás debía hablar algo con él a ese respeto, pero estaba convencida que cualquier charla con mi hijo, podía degenerar en lo más impensado

Casi una hora más tarde el teléfono sonó. Sorprendida atendí y era una amiga. Al darme vuelta para sentarme en la silla que estaba apoyado en la pared, ví la sombra de Gabriel que se reflejaba cerca del marco de la puerta. Se quedó parado escuchando furtivamente. A propósito no mencioné el nombre de mi amiga. Sin dudas no era lo que correspondía hacer pero mi intención me llevaba más allá de la razón. Prometiendo una contestación para más tarde para confirmar una salida corté la comunicación. Me acerqué presurosa a la puerta, enfrenté a mi hijo y como un nene idiotizado pescado en falta me preguntó otra vez:

-¿Vas a salir?...

-¿Y a vos qué carajos te importa? ¿Porqué estás tan pendiente de lo que hago?...

-Yo... yo...

-¿Yo qué?

-Nada má...

-¿Y vos no ibas a salir?

-No. Creo que no...

Mi altura a consecuencia de los tacos de mis zapatos, me daban una superioridad que lo intimidaron. Agachó la cabeza y volvió nuevamente a su cuarto. Ni siquiera todas las evidencias de las circunstancias vividas, me habían hecho desistir de "joderlo" hasta calentarlo. Las ropas que me había puesto, podían llegar a calentar a un muerto. Y era demasiado evidente que mi hijo estaba caliente y celoso y yo... también estaba dejándome invadir por una calentura que no podía ni quería gobernar. En un momento de arrebato me dije a mí misma...

"...¡ basta de "pajas"!..."

Pasados unos minutos y sentada en el sillón en la penumbra del living, me agaché hasta oler la antigua mancha de semen de mi hijo que había quedado casi imperceptible estampada en el tapizado. Me incorporé, apagué el televisor y caminé hacia mi cuarto. Cuando miré la puerta de la habitación de mi hijo, la luz que se veía por el resquicio de abajo era intensa. Seguí caminado hacia mi cuarto, entorné la puerta y me tumbé sobre la cama. Cerré mis ojos y los labios de mi vulva comenzaron a calentarse de manera intensa. Mis pechos se movían al compás de unos latidos incontrolables. Me los acaricié con fuerza. Mis manos transpiraban tan profusamente que se "pegoteaban" entre mis ropas. Comencé a sacarme el pantalón. Luego los zapatos. Desistí de sacarme la remera...

"...tanto no..."

Me levanté rápidamente y me coloqué una toalla en forma de pollera. Parada frente a la puerta del dormitorio de mi hijo golpeé con decisión.

-¿¡ Síí má...!? –contestó casi gritando. Sin dudas mi llamado lo había sorprendido.

-Vení a mi habitación que tenemos que hablar –le dije casi atragantándome.

Creo que no habían pasado dos segundos cuando observé que estaba parado a los pies de mi cama. Tan rápido me había obedecido que sólo apareció vestido con los joggins de la tarde. Tratando de mostrarme indiferente, parada frente al espejo, comencé a retocarme el maquillaje. Mirándolo a través del reflejo del espejo le ordené:

-Apagá esa luz grande y acostate de aquél lado de la cama. Tenemos que hablar.

Por esa misma visión que reflejaba el espejo, pude percibir que no se había movido ni un centímetro. Haciéndome la enojada, me dí vuelta y le pregunté.

-¿Estás sordo?

-No má...- y obedeció prestamente.

Me entretuve a propósito por más de diez minutos como si él no existiera. Se acomodó sobre las cobijas de la cama y a través del espejo, me dí cuenta que me miraba como si estuviera atrapado por un trance hipnótico. Pasados unos minutos y quizás cansado por la posición en que se encontraba, se acomodó mejor en la cama y quedó recostado boca arriba. Como su vista estaba perdida mirando hacia el techo, aproveché el momento y la ayuda del espejo para observarlo mejor. Sin dudas, su físico había madurado de una manera increíble. Sus hombros, sus brazos y su abdomen, quizás por la obligatoria gimnasia del colegio, presentaban un aspecto fibroso y marcado. El pelo bien negro de su cabello en contraste con su cara de buen perfil, lo hacían bastante atractivo, sin dejar de lado las ventajas que le daba su edad. Y a mí me parecía increíble tener acostado por primera vez después de muchos años a un hombre en mi cama. Olvidándome quizás a propósito, que el que estaba acostado en mi cama era mi hijo, comencé a mirar con más detenimiento la zona de sus genitales cubiertos por el joggins. No supe si atribuir lo que veía, era a la visión que me estaba comenzando a fallar, pero me pareció percibir cada tanto, algunos movimientos de su miembro disimulados por el pantalón. Como si fuesen latidos. Una de esas veces, pude ver con claridad que sí se estaba moviendo. Los labios de mi vulva comenzaron sus travesuras. Y mis líquidos a acompañarlas. Esperaba que mi bombacha fuese lo más resistente posible. Cerré los ojos por un momento. Al abrirlos, se clavaron en los ojos de mi hijo reflejados en el espejo. No quise mirar directamente sus zonas pubianas, pero sólo con el campo visual, me dí cuenta que el tamaño había aumentado considerablemente. Mi cuerpo comenzó a transpirar de manera incontrolable...

"...ni siquiera me acuerdo de qué iba a hablarle... ¿me importa acaso?..."

-Tapate sólo con la sábana. Así no tenés calor...

-Estoy bien...

-¡Tapate!...

Me obedeció con desgano. Trás una lucha tremenda e interminable, trataba de serenar mi cabeza para analizar con calma todas las locuras que se cruzaban por mi mente sin descanso. Miraba el espejo sin ver nada. Una creciente lujuria comenzó a invadirme. Cada tanto mis rodillas amenazaban doblarse y mis líquidos se transformaban en cataratas.

Súbitamente, el recuerdo del "pedazo" de mi hijo "clavado" entre mis piernas, me asaltó de manera abrupta...

"...no puedo ...no quiero ..."

Las cosas resbalaban de mis manos, se me caían al piso. Mi hijo me preguntó:

-¿Estás bien má?

"... no puedo... no quiero..."

-Si –le contesté con voz apenas audible.

"...si quiero... si puedo..."

"...si quiero... si puedo..."

"...si quiero... si puedo..."

Pasados los lógicos momentos de angustia sobre lo que acababa de decidir, me senté en la cama dándole la espalda. Descorrí como pude la sábana de mi lado, me quité la toalla y con exasperante lentitud comencé a sacarme la remera. El corpiño de color negro bien ceñido a mi cuerpo hizo su aparición. Gabriel tosió como si se hubiera atragantado. Me dí vuelta y al levantar la sábana para meterme debajo de ella, mi vista se estrelló con el impresionante bulto de su erección. Bajé la sábana y me acurruqué a su lado. Estiré uno de mis brazos y apagué la luz de mi mesita. Al estar la puerta abierta, la luz que provenía del pasillo generaba una penumbra acogedora. Como estaba casi sentado, le dije:

-Acostate bien, así no me entra frío.

Sonó bastante torpe mi argumento porque frío era lo que menos sentía. Cuando estuvo completamente acostado, me acerqué lo más que pude hasta que mi cabeza descansó sobre uno de sus hombros. Pasaron muchos minutos. Sentía la fuerte respiración de mi hijo muchas veces entrecortada.

El silencio lastimaba. Era tan intenso, que comencé a escuchar los latidos de su corazón como si fueran los míos. Llegué a alarmarme pero al recordar su edad, salvo que estuviera muy enfermo y que no me hubiese enterado, mis temores se calmaron.

Con una de mis manos comencé a acariciarle el pecho de manera temblorosa. Su respiración dejó de escucharse. Llegué a su hombro más distante. Lo así con fuerza y lo atraje hasta que todo su cuerpo quedó de costado frente a mí. Le dí un suave beso en la boca y nos abrazamos con fuerza. Ahora con nuestras bocas cerca de los oídos de cada uno, pudimos sentir los incipientes jadeos del intenso momento que estábamos viviendo. Mis brazos envolvieron su espalda y una de sus manos que estaba por debajo de mi cuello me tomó por la nuca. Con la otra había comenzado a acariciarme el costado de mi cuerpo cuando en determinado momento se la tomé con fuerza. No opuso ninguna resistencia. Pausadamente comencé a besarle el pecho que parecía una masa ardiente y palpitante. Sin dejar de besarlo comencé a bajar lentamente arrastrándome como una lombriz moribunda. Mis labios comenzaron a sentir los pelos de su panza hasta que mi mentón se topó con la poderosa cabeza de su miembro que había escapado prestamente de su pantalón. Aunque lo esperaba, me invadió una súbita parálisis que superé de inmediato. Sin soltarle la mano, me separé un tanto de su cuerpo hasta que pude ver entre la penumbra, el agujero de la cabeza de su tremenda pija, del que ya salían abundantes "hilitos" de sus líquidos y que preanunciaban una calentura incontenible. Los aromas fuertes de macho joven me estimularon con intensidad. Con mi mano libre, le bajé de un tirón los pantalones hasta más allá de las rodillas. Él con sus piernas se dedicó al resto. Las paredes de mi vagina, comenzaron a moverse como inducidas por miles de viboritas tratando de atrapar una presa. Mis "líquidos" comenzaron a caer como cataratas dentro de mi bombacha. Apoyé mis labios en ese agujero que tenía frente a mí. El cuerpo de mi hijo se convulsionó como si hubiese recibido una descarga eléctrica. Se quedó inmóvil, pero tenso como la cuerda de un arco. Comencé a acariciarlo con la punta de mi lengua y lentamente fuí metiendo toda la cabeza, humedecida por sus propios jugos, dentro de mi boca. Le solté la mano, agarré con todos mis dedos el ardiente "trozo" de carne y con un ritmo lento y delicado, comencé a imprimirle el movimiento de una suave masturbación. Apoyó su mano liberada en mi nuca. Mi succión iba en aumento. A medida que los segundos pasaban, sentía que el tamaño de su cabeza aumentaba de manera impresionante.

Por una tonta curiosidad, dejé de chuparle el miembro. Me alejé un tanto para ver el tamaño que había adquirido su cabeza, en el momento justo que un poderoso "chorro" de semen impactó próximo al costado de mi nariz como un latigazo enfurecido.

-¡Aggg!... –escuché el jadeo ahogado de mi hijo.

Con un rápido reflejo, y poseída de una lujuria indomable, volví a meter la cabeza su pija dentro de mi boca, cuando otro impresionante "chorro" de abundante esperma, fué a dar como otro latigazo en lo más profundo de mi garganta.

Luego otro en el paladar. Y después dos más.

Y otros tantos como restos más sosegados que se deslizaron por mi lengua.

-¡ agggg!... –seguía jadeando mi hijo.

"...es probable que yo esté muy loca... pero es... ¡ riquísima!..."

Sobrevinieron unos momentos de calma. Apreté con suavidad el "tronco" de mi hijo. Varios restos de espeso semen volvieron a depositarse dentro de mi boca al límite de su tolerancia. No recordaba haber vivido esta experiencia con nadie, pero las miles de anécdotas de mis amigas pasaron por mi cabeza en breves segundos. En ese instante quise saber si todo lo escuchado era verdad. Retiré un poco la pija de mi hijo pero sin sacarla de mi boca. Junté mi lengua con mi paladar y comencé a sentir como iba tragándome el contenido de ese depósito de leche en que se había transformado mi boca. Ese abundante líquido, que al pasar por mi garganta, parecía acariciarme como una crema suave, caliente y palpitante.

Estuvimos inmóviles muchos minutos. Pensaba que en cualquier momento, el pene de Gabriel comenzaría su reposo. Y yo, como una hembra poseída, no quería largar para nada ese miembro caliente y sudoroso que me enloquecía más y más. Trataba de buscar la forma de conseguir que pudiera meterse en mi boca un poco más a cada instante. Pero lamentablemente, la pared de mi garganta era un obstáculo bastante insalvable por ahora. Sin querer ponerme a pensar en tonterías, ni tampoco ir a buscar un centímetro como me había comentado alguna de mis amigas, comencé a pensar, que el tamaño del pedazo que tenía dentro de mi boca, era bastante considerable. Con mi mano completamente cerrada, las puntas de mis dedos no lograban tocarse. Y lo que tenía dentro de mi boca, era quizás de mayor longitud que lo que mi mano tenía atrapada. Pese a estar concentrada en mis reflexiones de adolescente, comencé a sentir que la turgencia de la pija de Gabriel, en vez de buscar el reposo, parecía prepararse prestamente para una nueva batalla.

Mi lengua comenzó a moverse alrededor de su glande. Mis piernas envolvió una de las suyas. Y fui yo la que comencé a masturbarme con la pantorrilla peluda de mi hijo. Mis planes eran calentarlo hasta que una explosión se desatara dentro mío. Dejé de chuparle su pija y comencé a ascender a medida que me iba sacando la bombacha, pero al llegar a su ombligo, otra inesperada explosión de semen golpearon mi pecho y mi panza que quedaron regados por los "chorros" de su hirviente leche que se desparramó por doquier...

"...no, no puede ser... ahora deberé esperar..."

Qué equivocada estaba. La pija de mi hijo seguía turgente como si fuera

que recién hubiésemos comenzado a acariciarnos.

Subí hasta colocarme a la altura de su cara. Sin dejarlo hablar o reaccionar comencé a besarlo en su boca con mi boca bien abierta. Pude sentir que mi lengua le había llegado casi hasta el comienzo de su garganta. Mi lengua se comportaba como una sonda exploradora. Lo apretaba contra mí agarrándolo de los cabellos de su nuca y con al otra mano su maxilar. Era imposible que pudiera pensar en alguna escapatoria. Me saqué rápidamente el corpiño. Mi calentura se hizo incontrolable cuando sentí que comenzaba a sobarme los pechos Apreté mi cuerpo contra él, hasta que sentí que todo el semen que tenía pegoteado por mi pecho y mi panza, servía de pegamento como un "engrudo" que no dejaba despegarnos. Me coloqué boca arriba y lo traje contra mí. Con una de mis manos agarré su pene con la mayor delicadeza que pude pero apretándolo firmemente. Mi hijo se colocó prestamente arriba mío y comenzó a besarme con una pasión y arrebato incontenibles. No le solté su miembro. Pese a sus bruscos movimientos comencé a posicionar su tremenda cabeza en el inundado agujero de mi vulva.

-Vení desgraciado. Meteme tu pija... metele la pija a tu mamita. Bien adentro... ¿Te gustaría sentir la conchita de tu mamita por dentro? Metémela bien... bien adentro.

Quizás al escuchar esas frases que nunca se hubiese imaginado que salieran de mi boca, quiso comenzar la penetración a un ritmo desaforado. Tuve que hacer un gran esfuerzo para contenerlo. Pero me imaginaba su calentura que no podría dominar. Comencé a hablarle muy bajo.

-Despacito mi corazón, despacito. Así disfrutamos los dos.

Su pedazo ahora, parecía un leño rígido pero lleno de vida. Hasta se me ocurrió pensar que quizás, era posible que no me entrara...

"... pero me la voy a meter como sea..."

Y su cabeza se metió abriéndome el agujero como si me desvirgaran nuevamente.

-¡AAYYY!...aaahhh... amorcito mío... Gabi... mi Gabi...

Era increíble lo que sentía. Pero me dolía. Y mi hijo que quería reventarme hasta el fondo sin miramientos.

-Quedémonos quietitos por un ratito. Un ratito nomás. Aguantá mi corazón. Un ratito solamente...

El cuerpo de mi hijo estaba poseído de una rigidez que me espantaba. Todos sus músculos parecían uno solo. Su respiración contenida a veces se entrecortaba. El esfuerzo por no seguir penetrándome, era notable. Y como esos sortilegios que ocurren de un momento a otro, el dolor que me había producido la impresionante intromisión su cabeza en mi vagina, comenzó a dar paso al placer. E iba en aumento demasiado rápido. Solté su pija. Retiré mi mano y me entregué a todo. La reacción de mi hijo no se hizo esperar. Lentamente pero sin detenerse un instante, comenzó a penetrarme. Sentí que arrastraba todos mis tejidos. Que me arrastraba todo. Que me abría todo por dentro.

-¡Aaaahhhgg!... aaggghh... mi vida...

Mi hijo recuperó el habla.

-¡Aaahh mamita!... mamita...

Pasó sus brazos por debajo de mi cintura y apoyó todo su cuerpo sobre el mío Su peso era tremendo pero pese a todo lo abracé por las espaldas con fuerza. Parecía que estábamos soldados. Como unidos en un solo cuerpo. Solté mi abrazo y con mis dos manos le apreté sus nalgas. las sentí duras, peludas, hirvientes. Lo empujé contra mí. Desde ese momento, mi hijo comenzó a manera de "serrucho" incontrolable, a darme unas terribles "estocadas" como si fuera un caballo desbocado.

-¡Ahhh... ahhhh... ahhh... ahhh... mi mami... ahhh...

Sus suspiros rabiosos se habían transformado en alaridos...

-¡Ahhhhhhh... ahhhhhh... oooohh...

-¡Si asi!... así mi amor... ¡cojéme bien!... ¡ más!... ¡ más!... ¡ más! ¡Cojela bien a tu mamita!... ¡Bien cojida! ¡Así... así...

Pegada su boca a mi oído, los furiosos jadeos de Gabriel me calentaban hasta enloquecerme. Levanté mis piernas y apoyé mis talones en sus nalgas. Pareció que su pija se metió aún más y que me llegaba hasta el infinito de mi cavidad. El ruido de la succión de mi vagina inundaba todo el dormitorio. Los movimientos de su penetración no paraban un segundo. Hasta que sentí que mi orgasmo se aproximaba como una locomotora. Pero el orgasmo de mi hijo se me adelantó, presentándose como una explosión que sentí dentro de mí, delatada por las terribles palpitaciones de su tronco.

-¡No pares mi amor! ¡No pares ahora!... no...

Mi hijo no se hizo rogar. Siguió con furia sus estocadas hasta que mi vagina se colapsó en un orgasmo violento, como queriendo ordeñar su pija acompañando los latidos de sus eyaculaciones incontables. Pensé que iba a desmayarme, pero las oleadas de placer que invadían mi vagina y todo mi cuerpo, me mantenían viva y feliz. Todo era increíble.

-¡Ay mi Gabi... mi Gabi!... ¡teamo... te amo... te amo!...

-¡Yo también te amo mi mamita!... ¡mucho... mucho!...

Retiró sus manos de abajo mío, me tomó la cara con las dos manos y comenzó a besarme en la boca. Primero suavemente, pero luego, con su lengua me abrió la boca y me la metió casi hasta mi garganta. Siguió besándome sin pausa por muchos minutos. Yo lo dejaba hacer. Me gustaba. Bajé mis piernas y las estiré. Ciertos cosquilleos de hipersensibilidad dentro de mi vagina, provocados por la tremenda actividad del miembro de mi hijo me molestaban un poco. Pero por suerte, ahora no se movía y todo se hacía más tolerable. Pero seguía besándome como un poseso. Luego de tragarse mi saliva hasta el hartazgo, siguió con mi cuello, con mis orejas y nuevamente mi boca, mi lengua, mi garganta. Hasta que sentí que comenzó a moverse. Increíblemente, su tamaño no había disminuido ni un milímetro. Una impresionante "serruchada" de su pija dentro de mi vagina, se activó en un instante...

"...¿hasta cuando aguantará este semental?..."

Sin dejar de besarme, ni parar el intenso frotamiento de su pija dentro de mí, me soltó la cara y comenzó a apretarme los senos. Primero de manera suave. Era un lento masaje circular que hacía subir mi temperatura de manera increíble. Nuevamente levanté mis piernas hasta "abrazarlo" con ellas. El toqueteo de mis tetas, me habían elevado al paroxismo de mi calentura...

-¡Apretámelas bien mi chiquito! ¡Dale!... más fuerte... ¡más fuerte!

Pude en ese momento apreciar la fuerza que mi hijo tenía en sus manos. Pero hábilmente me las apretaba para provocarme placer sin llegar al dolor...

"...¿dónde habrá aprendido todas estas cosas?..."

No era el momento de preguntárselo, porque mi temperatura sexual se estaba elevando nuevamente a su máxima expresión. Ya ni sentía su peso. Es más, me enloquecía sentir el peso de un hombre encima mío. Y ahora, aunque no quería buscar explicaciones, que fuera mi hijo el que estuviera encima de mí haciéndome el amor, mi placer no tenía límites. La violencia del orgasmo mutuo nos dejó al borde de la parálisis. Poco a poco los jadeos de mi hijo fueron calmándose.

-Oohhhhhhhhhhhhh… ooohhh… fff

Lentamente fue retirarndo su miembro todavía endurecido dentro de mi concha. Parecía que no terminaba nunca de salir. Poco a poco iba recostándose a mi lado. Creo que antes de acomodarse totalmente ya estaba dormido. Me incorporé un poco hasta que pude encender la lámpara de la mesita de luz. Por supuesto que mi hijo ni reaccionó. Era imaginable. Sin dudas sus esfuerzos habían sido agotadores. Comencé mis exploraciones con toda libertad. La proximidad de su miembro comenzaba a acelerar nuevamente mis calenturas. Mis recuerdos me remitieron a aquella mañana que descubrí este semejante "pedazo" en su dormitorio. Sin dudas me había enloquecido. Y ahora lo tenía todo para mí. Frente a mí.

"…y lo voy a disfrutar."

Completamente cubierto y mojado por una cantidad de líquidos inimaginables, el glande de mi hijo descansaba en su panza plácidamente. Lo tomé con suavidad. Miré todo lo que pude. Lo olí, lo acaricié, lo besé, le pasé mi lengua suavemente. Algunos restos de líquido seminal salieron cansadamente de su interior. Me recosté transversalmente en la cama y apoyé mi cabeza con suavidad de costado encima de sus muslos. Mi vista quedó justo frente a su glande y a sus testículos. Le tomé con delicadeza el "tronco" dormido. Le corrí su prepucio hasta que su cabeza quedó completamente descubierta. El grosor del frenillo me asustó. La forma desmesurada de la terminación de su glande comenzó a calentarme. Me acerqué lo más que pude hasta que mis labios entraron en contacto con la piel mojada y pegajosa de su flácido miembro. Cada tanto espiaba el rostro de mi hijo pensando que en cualquier momento llegaría a despertarse. Pero él se encontraba en el pico máximo de su sueño. Gabriel respiraba con la boca abierta al borde del ronquido. Cuando nuevamente me concentré en su miembro, dos dedos de una de mis manos ya estaban dentro de mi vagina. Con la otra comencé a acariciarme los pechos. Mi orgasmo no se hizo esperar. Con la pija de mi hijo dentro de mi boca, me sorprendió un orgasmo tan repentino que me enojé conmigo misma por no haber aguantado un poco más.

Cuando abrí mis ojos, los pelos y la pija erecta de Gabriel fueron las primeras cosas que aparecieron ante mi vista. Enfocando mis ojos en el rostro de mi hijo, observé que seguía durmiéndo plácidamente. Evidentemente, las erecciones mañaneras lo sorprendían aunque estuviera en el mejor de sus sueños. Me incorporé un tanto y miré el reloj

"… las 11:44 hs…"

Lentamente me deslicé por la cama. Me levanté y fui hasta el baño. Al mirarme en el espejo comenzaron las culpas. Pero estaba decidida a sacar provecho de esta situación. Lo del mucamo para "Todo Servicio" se había hecho realidad, pero debía manejar las circunstancias con absoluta seriedad y con las riendas bien ajustadas.

Luego de bañarme, me puse un "baby dooll" de seda transparente y me dispuse a despertar a mi hijo. Me senté en la cama de su lado y comencé a besarlo suavemente en los labios. Me gustó su olor. Pensaba que iba a oler algo feo respecto a los alientos mañaneros, pero era un jovencito, bien comido, alimentado y con una buenísima dentadura... y lleno de buena vida. Volví a besarlo e hice que mis labios se quedaran pegados en los suyos hasta que se despertara. Abrió los ojos y al ver mi cara tan cerca se asustó. Le sonreí. Me levanté de la cama y descorrí lentamente las cortinas. Mi hijo parpadeó varias veces hasta que sus ojos se clavaron en mí preguntándose vaya a saber qué cosas. Volví a sentarme en la cama y le dije con voz suave:

-Gabi... yo me siento bien y espero que vos también...

-¡Si má!... yo

-No me cortes. Voy a decirte algo.

Se incorporó un tanto. Carraspeé un poco y continué.

-No tenés la culpa de nada porque fuí yo la que provocó todo esto. Pero quiero que sepas que hasta ahora, no puedo saber lo que me pasó. Lo que sí sé, es que me siento bien y espero que vos también...

"... este hijo de puta está de lo mejor..."

Continué.

-Pero te quiero dejar bien en claro que si alguien, ni siquiera hablar de tu abuela, de tu tía, de tu tío, sino hasta de un amigo, una rata, un mosquito, se llegara a enterar de esto que vivimos nosotros, TE JURO QUE TE MATO Y DESPUÉS ME MATO YO ¿me entendiste?

Asustado quiso explicarme algo.

-Nunca...

-No me digas nada. –le corté de inmediato -Ni juramentos, ni promesas, ni nada. Nada de nada. Sólo quiero decírtelo. ¿Sí?...

-Si má. Esto será solamente nuestro. Nadie jamás se va a enterar.

Me tranquilizó la manera que escogió para decírmelo. Lo empujé para que se corriera hasta el centro de la cama. Me senté cerca de él con mis piernas abiertas y flexionadas como los indios cuando se sientan alrededor de una hoguera. Todos los pelos de mi vulva quedaron a merced de su mirada. Sin dudar ni preguntar absolutamente nada, rápidamente puso su cabeza entre mis piernas y comenzó a lamer los labios de mi vulva que se inundaron de inmediato. Completamente entregada al placer de las impresionantes lamidas, mis fuerzas me abandonaron. Me acosté lentamente, hasta quedar boca arriba, con mis piernas exageradamente abiertas y mi hijo prendido a mi concha como una garrapata. Pasados unos minutos, con mi vagina ardiendo y mi vulva palpitando sin control, mis suspiros comenzaron a escaparse de mi boca.

Lo tomé por el mentón.

-¡Vení chiquito mío!… quiero que me llenes la conchita con tu leche… ¡vení vení!...

Como una serpiente enfurecida, mi hijo comenzó a subir por mi cuerpo deteniéndose para besarme el ombligo, mis pechos endurecidos, mi cuello. Era tal el frenesí de su calentura que su cuerpo temblaba. Luego de dos o tres cortos besos, se agarró con una de sus manos su miembro endurecido para colocármelo en el agujero de mi vulva. Quería ver cómo se comportaba sin mi ayuda. A propósito me movía y hacía que su miembro resbalara por mis costados para ver cuánto aguantaba. En determinado momento perdió la paciencia y me embistió con una "estocada" que golpeó uno de mis labios. Me dolió.

-¡Ayy chiquito… despacito… despacito mi bebé

-Perdomame mamita

Me enterneció tanto que yo misma centré el agujero de mi vulva quedando acoplado perfectamente a la cabeza de su pija. Y no esperó un segundo más. Toda su furia contenida se desató en un movimiento certero y preciso. De una sola "estocada" me penetró como un caballo enloquecido. Sin detenerse comenzó a "serruchar" mi vagina con movimientos rápidos y estremecedores. Mis tejidos internos se movían sin cesar. El coito era casi salvaje. Violento. Al parecer acostumbrada ya a ese semejante tamaño, el placer comenzó a invadirme. Pasados pocos segundos era imposible dominar mi calentura...

-¡Te amo mi mamita!...

-¡Yo también te amo mi bebé... te amo mucho... mucho!... y... quiero que me cojas siempre así... fuerte... ¡fuerte!...

-¡Sí mi mami!... yo te voy a cojer siempre y te voy a cuidar mucho...

-¡Sí!... vos tenés que cuidarme mucho... y cojerme mucho también. Así tu mamita va a estar siempre feliz...

Nuestros orgasmos estallaron al unísono. Los suspiros de los dos se transformaron en alaridos. Súbitamente dejamos de movernos. Pasaron los minutos lentamente. De golpe mi hijo se incorporó y me dijo.

-Voy a hacerte el desayuno.

-Mi cielo, ya es la hora del almuerzo.

-El almuerzo entonces.

Tomándose todo el tiempo necesario, comenzó a sacarme todo su "pedazo" con la mayor tranquilidad. Al parecer disfrutaba con intensidad ese momento. Una vez salido, se arrodilló en la cama y lució orgulloso frente a mí su terrible miembro como un estandarte ganador de una batalla. Se incorporó al costado de la cama y me dijo.

-Voy a comprar todo para hacerte un rico almuerzo.

Lo tomé de una de sus manos y lo atraje hacia mí.

-Quiero que me digas ahora la verdad. ¿Me penetraste el día que me hiciste tomar ese líquido para dormirme?

Todo el encanto que estaba viviendo se derrumbó. Pero lo animé a seguir.

-No te preocupes por nada. Ya pasó y está todo bien.

Suspirando fuertemente me habló por lo bajo.

-No pude. Quería pero no pude porque acabé enseguida... y... y después me asusté.

Hizo unos cuantos "pucheros" como si fuera un bebé pescado "in fraganti". Me acordé de lo que mi hermana me había comentado con respecto al semen de mi bombacha en el sanatorio.

-Está bien –le comenté.- Me siento bien porque ahora sé la verdad. Tu abuela y tu tía vienen a la tarde.

Me incorporé y me levanté. Fui hasta el placard y comencé a buscar ropa para vestirme. Como se había quedado parado esperando que yo continuara, le aclaré.

-Cualquier cosa que hagas de comer, debés acordarte que la que cociné fui yo. Nadie más que yo. Vos solamente estás estudiando. Y dicho sea de paso, es lo que vas a seguir haciendo. Aparte de todo lo que hagas y de todo lo que quieras seguir haciendo, vas a estudiar ¿me entendiste?.

Se me acercó y me dió un beso profundo en la boca. Le regalé mi lengua. Cuando noté que su pija comenzaba a tomar vida nuevamente, lo separé con suavidad.

-Tenemos que hacer muchas cosas y no queda mucho tiempo.

-Si mamita...

Velozmente se encaminó a su dormitorio. Repentinamente volvió a aparecer en mi cuarto y ya vestido me preguntó.

-¿Tenés algo de dinero para unas compras? Cuando yo trabaje no te voy a pedir más plata.

No sabía si retarlo, hablarle o besarlo. Me acerqué a él y opté por lo último. Y como no perdía ninguna oportunidad, comenzó a besarme y a apretarme la cola. Tomando su rostro con mis dos manos, le aclaré.

-Siempre hay algo de dinero en el cajón de mi mesita de luz. Pero no debés olvidar lo que te dije. Ahora vas a estudiar. Cuando termines tus estudios veremos cómo sigue la cosa. Y espero no tener que repetírtelo. Es importante para mí. Y debe ser importante para vos también.

-Sí mami...

-¿No vas a bañarte?

-Después...

"... me va a costar bastante higienizar a este chancho..."

Se soltó, tomó algo de dinero y salió corriendo a hacer las compras. Me senté en la cama y comencé a reflexionar sobre cómo terminaría todo esto. Lo que había pasado era demasiado importante como para tomarlo a la ligera, pese al magnífico estado de ánimo de mi hijo. Y para qué negarlo, del mío también.

La visita de mi madre y de mi hermana casi llegaron al límite de lo tolerable. El desgraciado de mi hijo se encerró en su dormitorio, y como siempre hacía lo mismo ninguna de las dos sospechó nada. Cerca de la siete de la tarde comenzaron a despedirse y mi estado de ánimo se elevó. Llamé a Gabriel a su dormitorio y le dije que viniera a despedir a su abuela y a su tía. Terminados todos los saludos, esperamos con mi hijo el ruido del ascensor que se alejaba. Trabé la puerta. Mi hijo me abrazó fuertemente por detrás. Comenzó a apretarme los senos y a apoyarme su miembro en la zanja de mi cola. El tamaño que sentía era descomunal. Me dió vuelta, me tomó por los hombros y me hizo arrodillar hasta que mi boca quedó a la altura de su bragueta. Se la abrió y el terrible "pedazo" de su miembro quedó liberado. Sin ningún tipo de miramientos, me abrió la boca con sus dedos y me metió su pija hasta que la hizo chocar con la pared de mi garganta. Estuve a punto de vomitar. Tomé su "tronco" con una de mis manos para ponerle un límite. Me agarró los pelos de la nuca con fuerza y comenzó a imprimir un feroz movimiento de "mete y saca" que muchas veces me hacía golpear mi mano contra mi boca. Estuve a punto de frenarlo, pero dejé que siguiera haciendo lo que le viniera en ganas. Realmente me calentaba y me gustaba. Y más cuando lo hacía con violencia...

"...¡Me estoy volviendo loca. Realmente loca!..."

La eyaculación de mi hijo era inminente. La sentía venir. Cuando su respiración se paralizaba y el ritmo de sus estocadas se intensificaban, eran la señal que su orgasmo estaba a punto de estallar. Llegó como el chorro de una manguera a presión. Pese a estar preparada casi me ahogo después de ese estallido. No pude contener un acceso de tos...

-¡Ajcc... acjjj... ahhhhh...uuffffffffffffffff...

Pero me repuse de inmediato. No quería perderme una sola gota de ese líquido vivificante que a medida que las horas pasaban me enloquecían cada vez más. Al parecer algo me había perdido, porque la cantidad era muy inferior a las anteriores. Poseída de una locura enfermiza, comencé a chuparle la pija con una succión fuerte e ininterrumpida. Tratando de no causarle ninguna molestia ni malestar, le rocé apenas los dientes a lo largo de todo el "tronco" de su pene. Pensaba que quizás podía sentirse incómodo pero al contrario, le produjeron una excitación tan incontrolable que nuevamente comenzó con sus violentas "estocadas". Pero yo me había impuesto otra cosa, pues otro agujero me pedía a gritos el pedazo de mi hijo. Me zafé de sus manos, me incorporé, lo empujé hasta el sillón. Al dar dos pasos, ví unas tremendas gotas de su esperma desparramadas en la alfombra...

"...¡ esas deben ser las que se me escaparon!..."

Lo senté en el sillón, quedando su pija como un mástil enrojecido apuntando al cielo. Me saqué la bombacha de un tirón y me monté sobre él como una yegua deseosa de sentir un gran pedazo de carne en mis entrañas. Me metí el "tronco" caliente con desesperación. Aunque realmente lo sentí demasiado, deseaba que esa penetración no terminara nunca. Los jadeos de lujuria y felicidad de los dos, comenzaron a invadir el living. Estábamos cerca de la puerta y para evitar cualquier filtración de nuestros "alaridos" hacia afuera, sellé la boca de mi hijo a fuerza de lengüetazos.

Acostada boca abajo y semidormida, sentí que mi hijo, apoyaba suavemente su cuerpo sobre mí. De inmediato percibí la tremenda turgencia de su pedazo apoyado en la zanja de mi cola. Sin moverme un milímetro, miré el reloj de la mesita...

"... las 11.40 hs..."

Vinieron a mi memoria las horas recientes con mi hijo. Habíamos tenido sexo sin parar durante horas y hasta comido unos sandwiches sin despegarnos. Gabriel comenzó a moverse y su miembro lo seguía. Sin decir una palabra y con la respiración contenida, inició con la punta de su miembro una especie de exploración tocándome la entrada de mi ano que, al sentir el contacto con la tremenda cabeza de su pija se colapsó fuertemente. Giré un poco la cabeza hacia arriba y le dije en voz baja:

-Gabi... yo no te voy a negar nada. Pero para algunas cosas necesitamos otras... ¿si?... algunas cremitas... algunos lubricantes... ¿si mi amor?. Yo los voy a traer mañana a la noche. ¿Vos me vas a esperar?

-Si mi mamita... si mi mami...

Se deslizó unos centímetros hacia abajo y luego nuevamente hacia arriba pero apuntando su pétreo miembro hacia la entrada de mi vagina. Aflojé la presión de mis nalgas y de mis muslos. Su pene comenzó a entrar arrastrando a su paso pelos, líquidos, y todo lo que encontraba en su camino. Sentí cómo se elevaba el cuello de mi matriz y el miembro de mi hijo que seguía entrando.

-Ahhhh... ahhh... ahh... –jadeaba como un chancho

No podía entender de dónde sacaba su energía. Ni tampoco tanto esperma pese al tamaño de sus testículos. Poseído por un incontrolable deseo y por una fuerza arrolladora me tomó de los brazos y comenzó a besarme el cuello. Sus jadeos entrecortados estallaban en mis oídos. Me gustaba mucho pero ya no podía seguirle el ritmo. Mi agotamiento era superior. Mi vulva y mi vagina se habían transformado en "trapitos" ardientes. Y para que acabara rápido antes que mi concha se desintegrara, elevé mi cola lo más que pude hasta que mi hijo quedó cabalgando sin tocar la cama. Me abrazó fuertemente por mi panza y comenzó unas estocadas tan brutales que estuvo a punto de voltearme hacia un lado. De inmediato sentí la explosión de sus latidos peneanos.

-Aaaaahhhhhyyyy... toda mía mi mamita... toda mía... ahhh... ¡ahhhhhh!...

Pasados unos minutos, prácticamente cayó de costado. Antes de llegar a tocar la almohada ya estaba dormido. Me quise incorporar y sentí un mareo tan intenso que tuve que volver a sentarme. Miré a mi hijo de costado y me sentí feliz. En realidad no quería ni pensar en lo que estaba pasando...

"...las 00:25 hs..."

A la salida de mi trabajo, comencé un recorrido por varias farmacias. Tontamente, si veía que había un tipo para atender en el mostrador o en la caja, le preguntaba el precio de algún producto y me retiraba. Hasta que pude dar con una donde había una chica desocupada, muy jovencita que con toda naturalidad me dió lo que le pedí sin que se le moviera un solo pelo. Con mis cuarenta y un años caí en la cuenta que era una vieja bastante pelotuda, desactualizada y llena de prejuicios.

En la parada del colectivo de regreso, pude darme cuenta que había perdido bastante tiempo buscando lo que le había prometido a mi hijo. Pero me sentía muy bien y satisfecha y porque se lo debía.

Gabriel, con gran sorpresa de mi parte, se había levantado temprano, se había bañado y luego de hacerme dos veces el amor como un desesperado desayunó conmigo, lavó las tazas, se vistió y se marchó a su escuela. Antes de partir me había dado unas indicaciones de lo que iba a hacer cuando regresara. Hice un gran esfuerzo para no reírme, pero me causaba mucha gracia ese papel que había tomado como dueño de casa. Con mujer incluída.

Durante el viaje de vuelta a mi casa, me acordé del frasquito de lubricante. Como un acto reflejo, también me acordé de mi ano e instintivamente se me cerró...

"...por más fuerza que hagas, mi pobre culito... ¡ esta noche no te salvás!..."

Cuando abrí la puerta de mi departamento, un ruido de gran actividad provenía desde la cocina. Me acerqué despacio y ví que mi hijo estaba agachado, entretenido con el horno, vigilando la cocción de unas comidas. Me aproximé lo más que pude y le dí un suave y cariñoso puntapié en una de sus nalgas. Se dió vuelta como sabiendo quien era. Sin levantarse, comenzó a mirarme desde los pies a la cabeza...

-¡Qué hermosa mujer que sos...

Jamás había escuchado ese trato tan delicado de parte de él. Bueno, la ocasión evidentemente era otra. Me apuré a contestarle

-¡Gracias Gabi!...

Arrodillado todavía, me abrazó las piernas y apoyó su cabeza de costado en mi panza un poco más arriba de mi pubis. Estuvo muchos minutos en esa posición. De pronto aflojó la presión de su abrazo y comenzó a meterme una de sus manos por debajo de mis polleras. Me acarició suavemente los muslos por la parte de atrás, y lentamente introdujo su mano entre mis piernas siguiendo firmemente su camino hacia arriba. Mis líquidos comenzaron a hacerse sentir y mis rodillas a querer doblarse. Apreté mis muslos con fuerza para impedir que su mano llegara a destino.

Le tomé la cabeza con mis dos manos. Levanté su rostro para que me mirara y con voz suavecita e inocente le dije:

-Mamita se tiene que ir a bañar mi corazón...

-Pero yo quiero besarte. Un poquito nomás. Aquí... –me dijo señalándome mi vulva.

-No seas tan chanchito. Transpiré todo el día y fui al baño a hacer pis muchas veces...

-¡Pero a mi me gusta!...

-¿Cómo podés saber si te gusta? Jamás me besaste en este estado...

-Pero te besé y te olí las bombachitas muchas veces...

Le dí un cachetazo que resonó en toda la cocina.

Pero no dejó de abrazarme. Comencé a preguntarme el porqué de mi reacción. ¿Acaso quería castigar por cosas pasadas, cuando la persona a la que estaba castigando, lo único que le faltaba era una libreta para ser mi marido?

Comencé a acariciarle nuevamente la cabeza. Me dió un leve empujón y me sentó en la silla más próxima. Soltó mis piernas. Se levantó y apagó el horno. Volvió junto a mí y directamente me metió las dos manos por debajo de mis polleras hasta alcanzar el elástico de mi bombacha. Lentamente comenzó a bajarlas. Me resistía todo lo que podía pero me daba cuenta que no iba a ser por mucho tiempo...

"...¡ ya que te gustan tanto las chanchadas, chupame bien la concha y si no te gusta jodete!..."

-Esperá un momento mi amorcito...

-Sii...

Levanté un poco mi cola de la silla y me sacó la bombacha con facilidad. Me abrazó por detrás y me atrajo hacia delante. Levantó mis polleras, abrió mis piernas y se "zambulló" como hipnotizado hacia los pelos de mi vulva. Sentí que se "tragaba" mis líquidos mezclados con restos de orines y olores de toda clase. Esos olores llegaban hasta mis narices. No podía entender cómo mi hijo podía seguir chupándome la vulva como una anguila hambrienta. Cada vez lo hacía con mayor intensidad. Me invadió una calentura incontrolable. Tomé nuevamente su cabeza por la nuca, la apreté contra mi vulva y comencé a frotarme su cara hasta que mi orgasmo apareció de manera sorpresiva y violenta. Le solté la cabeza.

-¡Ay mi Gabi... mi Gabi... mi Gabi...

Luego de un rato de descanso, se paró a mi lado y me dió un largo beso en la boca. Su cara era una mezcla de olores insoportables. Pero él parecía estar "chocho", contento y feliz.

Sonó el teléfono. Cuando fué a atender aproveché la situación para levantar mi bombacha del suelo y llevarla al lavadero. Al entrar y mirar la soga donde colgaba las ropas interiores, tuve que hacer un esfuerzo para no caerme. Casi media docena de mis bombachas estaban lavadas y colgadas prolijamente de la cuerda.

Me enojé.

"...¿pero de qué voy a enojarme?

Entré a mi dormitorio y la penumbra me desubicó por un momento. Los números luminosos del reloj fueron lo primero que pude percibir con claridad...

"...22:02" hs...."

Al mirar de costado, descubrí el cuerpo de mi hijo, boca arriba y con su miembro apuntando al cielo como un trasbordador espacial. Sin ninguna clase de preámbulos, me senté encima de su tremenda verga que comenzó su penetración como si fuese la primera vez que "visitaba" mi agujero. Me pareció algo raro que mi hijo no se moviera con la desesperación con que solía hacerlo. Rápidamente caí en la cuenta era que para "algo" se estaba reservando. Pero pasados pocos segundos, el frenesí lo atacó y apretándome mis caderas imprimió el terrible movimiento al que ya me tenía acostumbrada. Mi orgasmo no se hizo esperar y el de él tampoco...

-¡Mi bebito divino!... mi macho... mi machito hermoso...

-Mi hembra... mi hermosa hembra –me contestó por lo bajo.

Pensé por un momento que todo concluiría ahora ¡Cuán equivocada estaba!

Una vez despegados, nos acostamos y nos abrazamos. Parecía que era imposible que estuviéramos separados uno del otro. Gabriel se agachó y comenzó a chuparme uno de mis senos con tesón. Luego el otro. Después de unos minutos los tomó con suavidad y los juntó hasta que parecieron una sola teta. Me lamió los dos pezones como un perro con una lengua gigante. Y otra vez mis latidos y mi calentura que comenzaba a afluir por todos mis poros. Repentinamente soltó mis tetas y se colocó de lado. Levantó uno de mis brazos y lamió mi axila con desesperación...

"...qué chancho divino..."

Siguió besándome por la espalda, por el cuello y lentamente me dí cuenta que delicadamente me estaba colocando boca abajo. No lo hice desear y me acomodé sola. Mi espalda comenzó a sentir sus besos y sus lamidas. Cada vez más abajo. Más abajo. Ahora mis nalgas ya sentían sus terribles besos y chupones. Y ahora más abajo. Sus dedos se dedicaron suavemente a abrir las carnes de mi cola hasta que mi agujerito anal se estremeció al sentir el contacto de la punta de su lengua. Imprevistamente, mi vista se centró en el frasquito de lubricante que había dejado sobre la cómoda. Su lengua se movía sin descanso como queriendo penetrarme a modo de exploración.

-Mi cielito divino... alcanzame ese frasquito.

Se incorporó de inmediato y me lo alcanzó. Me dí vuelta y lo coloqué boca arriba. Su tremenda pija latía al ritmo de una taquicardia incontrolable. Comencé a volcar el contenido del lubricante hasta que su miembro quedó completamente embadurnado. Tomé una de sus manos y le unté de lubricante el dedo medio...

-Ahora con suavidad, me vas a meter ese dedito despacio, bien despacito ¿sí?

-Si mi mamita. Bien despacito...

Me dí vuelta. Me puse en "cuatro patas", con mi culo bien elevado ofreciéndoselo completamente. Con toda suavidad, me apoyó el dedo en el pequeño pero ardiente agujero de mi cola. Me sabía como un masaje angelical.

-Meteme despacito el dedito mi vida...

-Si mi preciosa...

Con algo de esfuerzo, su dedo se introdujo en mi cola como envuelto en un suave guante de goma humedecida. Pasados unos segundos, había comenzado a gustarme... a gustarme mucho...

-Si... así... suavecito mi amor... bien suavecito...

Gabriel estaba mudo. No quise desconcentrarlo. Sólo pensaba que si algo me había molestado con su dedo, no quería ni imaginarme lo que pasaría cuando tuviera su tremenda pija encastrada en el mismo agujero. Imprimió un "serruchito" suave a su dedito. Mi calentura iba en aumento.

-¡Ahhh mi Gabi... mi chiquito querido...

Me metió todo su dedo. Parecía que el "climax" del orgasmo me iba a atrapar en ese momento. Pero traté de contenerme. Luego de varios empujoncitos fuertes con su dedo, me lo sacó. Adiviné que estaba poniéndose en posición para comenzar su verdadero ataque. Sentí sus piernas por fuera de las mías y su tremenda cabeza que se apoyaba en el palpitante agujero de mi cola...

"...¡ Dios... ayudame a aguantar!..."

La terrible cabeza comenzó a entrar. Me pareció que la dilatación del agujero de mi cola había llegado al máximo de su tolerancia. Pero sabía que esa cabeza, ni siquiera había llegado a entrar hasta la mitad. Gabriel me tomó por las caderas con fuerza. Traté de relajarme para que todo ocurriera lo más rápido posible. Algo parecido a una sonda de goma hirviendo sentí que me iba penetrando lentamente. Agradecí al cielo el efecto del lubricante. El siguiente movimiento de penetración abrió el esfínter de mi ano por completo. Percibí un dolor intenso cuando su cabeza penetró estirando al máximo todos los tejidos y un movimiento de súbita presión de mi esfínter, al acomodarse alrededor de su glande. Me dolía realmente...

-¡Ay mi amor!...¡ por favor muy despacito!

Mi hijo introdujo suavemente dos o tres centímetros de su terrible verga...

-¡Pará un poquito mi bebé!... un poquito...

Se quedó inmóvil. Ni respiraba. De a poco comenzó a meterla y sacarla sin prisa. Lentamente. Mi agujero al parecer, se había acostumbrado bastante rápido. Y otra vez me invadió una oleada de placer. Cada vez más placer...

-Mi chiquitito... ahora me está gustando...

Mis palabras actuaron como un reflejo. Con algo de esfuerzo, mi hijo comenzó a penetrarme lentamente hasta que la mitad de su tremenda mole cavernosa se metió dentro de mí...

-Mi amor divino... mi cielo hermoso... ¡qué macho sos!...

Sabía bien que éstas palabras, harían que mi hijo abandonara toda prudencia y así fué. Acomodó sus rodillas más adelante y con un tremendo empujón introdujo todo su miembro dentro de mi culo. Pensé que en cualquier momento el anillo de mi esfínter se iba a quebrar en varias partes, pero al sentir sus huevos tocándome los labios de mi vulva, todo temor comenzó a dar paso a un estado de lujuria incontenible. Luego de unas pocas "serruchadas" que hundieron su pene hasta lo más profundo de mi culo, sentí una eyaculación tan poderosa que comenzó a bañar las paredes de mi recto completamente dilatado. Apoyó su cara en mi espalda y exclamó casi en el último suspiro...

-¡Ahhhhh. mamita mía... te quiero mamita mía... te amo...

-¡Yo también mi amorcito!... yo también te amo mucho.

No sabía bien que era lo que iba a pasar de aquí en más. Pero como casi siempre, el tremendo "tronco" de mi hijo seguía turgente como si recién me hubiese penetrado. La dureza de una vara de un leño resinoso y caliente, comenzaba a moverse nuevamente dentro de mi culo como una viga de acero templada.

Y comenzó a moverse demasiado. Sus "serruchadas" no tenían pausa. Ahora ya me calentaba. Pensaba como imposible después de lo vivido, que pudiera moverse de semejante manera. Mi culo se había transformado en una brasa incandescente. Pero mi calentura iba en aumento como otras tantas veces. No podía creer lo que me estaba pasando. Iba a tener un orgasmo con la pija de mi hijo dentro de mi culo. Y éste no se hizo esperar. Mi vagina entró en estado de ebullición. Hábilmente, Gabriel comenzó a acariciarme el clítoris con fuerza. Me estiré a todo lo largo de la cama con mi hijo encima que no dejaba de imprimirme sus "serruchadas" de manera frenética.

-¡Cojéme mucho mi bebé!... cojéme mucho... mucho, mucho... ¡Rompeme bien mi culito!... ¡quiero que me lo hagas sangrar con tu pija...

No aguantó más. Los torrentes que comencé a sentir dentro de mi cola me elevaron al paroxismo de mi calentura con mi hijo pegado a mi culo como un poseso que se movía sin descanso. Mi orgasmo se asemejó a la explosión de un volcán. Y mi hijo que seguía eyaculando sin parar. La cantidad de leche era impresionante. Casi me asusta. Pero mi lujuria era aún mayor. Quería más y más. Elevé mi cola nuevamente para que su pija pudiera entrar más todavía. Él quedó prácticamente en el aire. Todo mi cuerpo era su único apoyo. Me agarró mis tetas en un último estertor de un macho indomable.

-¡Mi mamita toda mía!... toda mía... toda mía... ahhhhhhhhhh... toda mía... mía... mía...

Pasados unos minutos se quedó paralizado. Su corazón era el único movimiento que yo percibía. Luego comenzó a inclinarse hacia mi costado. A medida que se iba cayendo en la cama, su "tronco" se iba deslizando fuera de mi cola y arrastraba los pliegues de mi recto sin miramientos...

Quedó panza arriba como desmayado. Le revisé su miembro y me dí cuenta que la flacidez que presentaba no la había visto nunca antes. La observé con detenimiento. Algunos restos de mi caca estaban pegados alrededor de su glande. Me levanté al baño y regresé con un algodón embebido con jabón líquido suave y agua tibia. Le limpié su "pitito" hermoso y se lo besé muchas veces. Como siempre, él ya estaba instalado en el mejor de sus sueños. Volví al baño, me senté en el inodoro. Del agujero de mi cola comenzó a salir un líquido lechoso tan abundante que me daba la hermosa sensación de una diarrea sin dolores.

Pasó casi un mes. La lujuria y la perversión en la convivencia con mi hijo no decrecían. Al contrario, todos los días iban en aumento sin que mi hijo dejara de lado su infaltable sexo mañanero. Hasta habíamos tomado como costumbre, increíbles "lluvias doradas" que habían derivado en el cambio del colchón, con lo que compré un "sommier" bajo promesa que esa práctica debíamos suspenderla definitivamente.

Y UN DÍA, bajo el imperio del diagnóstico de las famosas "tiritas", tuve la gran sorpresa.

"…¿sorpresa?...

Estaba embarazada. Y mi vida dió un vuelco fenomenal.

Pero fué un vuelco que no sólo se dió sólo por el asunto de estar embarazada, porque sabía que podía revertir esa situación si lo deseaba en cualquier momento, sino por otra causa que jamás había previsto. El interés por otra persona.

Sabía que el asunto cierto de mi "calentura" por mi hijo, me había apartado completamente de mi vida social, pero el gerente de la firma dónde trabajaba, aquél que le había comentado a mi hermana cuando estaba internada, Adolfo, había comenzado a cortejarme sin descanso. Y realmente a mí me gustaba.

Un día estando en la cama, como siempre con mi hijo encima de mí "serruchándome" sin descanso, le pregunté a propósito para ver cómo reaccionaba.

-Gabi, ¿a vos no te gusta alguna chica que conozcas de tu colegio o del gimnasio o de tus reuniones?...

-¡No mamita!... a mí me gustás solamente vos...

-Pero digo... alguna te debe gustar...

-¡No! –me contestó serio. –Nadie me gusta. Sólo vos...

Me aturdió un tanto su respuesta. Pero insistí con algo bastante tonto.

-Está bien pero…¿y si por casualidad alguien gustara de mi? Así también alguien podría gustar de vos...

-No, nadie mamita... nadie... nadie. Mi mente está sólo con vos ¿Te acordás cuando me dijiste que si alguien se enteraba de lo nuestro vos me ibas a matar y después te matabas vos?...

Me quedé helada. No había vuelto a acordarme de la terrible "pavada" que había dicho. Y continuó.

-Bueno –me dijo por lo bajo pero en forma terminante –Si vos te enamorás de otro hombre, yo a vos no te voy a hacer nada... pero YO ME MATO.

Mi respiración se paralizó. Ni siquiera fuí capaz de contestarle.

El acoso de Adolfo, luego que una de las "botonas" de mis amigas le comentaran que yo no veía al padre de Gabriel desde hacía años, pasó prácticamente a una lucha sin cuartel.

Y mi embarazo seguía su curso. E increíblemente, mi hijo estaba en lo mejor de su comportamiento, de su conducta, de la dedicación a su escuela, de sus deberes, de las tareas de la casa como si realmente fuera el mucamo de "Todo Servicio" soñado. Mi mente no tenía descanso al preguntarme por la vida que yo había generado. Y a nada le encontraba respuestas.

Un día me decidí a otra cosa. Arreglé una cita con Adolfo pensando que luego podría decirle a mi hijo que él era el padre de la criatura pero ante nuestra familia, el padre debería ser otro...

"...hasta puedo convencer a todos, argumentando un nacimiento prematuro..."

¡Qué tontería!. Ni siquiera pude convencerme a mí misma. Pero arreglé una cita con Adolfo. Con mucho cuidado. Casi haciendo un trabajo de detective. Con el tiempo, convencería a mi hijo que tuvo que ser así, para que los más allegados, como por ejemplo mi madre, mi hermano y por sobretodo mi hermana, no se enteraran de nada. Todo fué bien hasta que antes de tener sexo con Adolfo, en un albergue muy discreto donde me había llevado con su auto, como un hombre super precavido, se paró junto a la cama y comenzó a colocarse un preservativo. Mi mente se nubló. Consideraba que todos mis planes se iban al "carajo". Después de todo, jamás había pensado que mis planes fueran los correctos. Me levanté de la cama como un "resorte". Salí disparada hasta la puerta. Adolfo no entendía nada.

Caprichosamente, en ese momento, había pensado presentarme en mi casa, diciéndole a mi hijo que él era el padre la criatura que estaba gestando. Toda una infeliz novela infantil.

"...¿y decirle a mi hijo que estaba embarazada de él?. Quizás fuese capaz de decirme que querría hacerce cargo de la criatura. Si se decidía a eso, "la selva del Amazonas " sería un destino inmediato y probable..."

Los días pasaban y mis dudas aumentaban. Y mi embarazo también. Cuando fuí al consultorio de un ginecólogo que conseguí por el aviso de un diario, pude entender que mi suerte estaba echada...

"...Señora ni lo intente..."

Esa fué la sincera respuesta del médico con respecto a un posible aborto. Salí del consultorio y caminé las veintidós cuadras que distaban de mi casa. Al llegar, mi hijo me esperaba con una riquísima comida y con su miembro como siempre dispuesto a penetrarme por todos mis agujeros. Quizás había notado mi escaso entusiasmo pero ni se inmutó. A propósito, me hizo notar lo linda que estaba, la redondez de mis formas, la suavidad y la turgencia de mis carnes. Luego de cenar y de acabarme dos veces sobre el piso de la cocina, me bañó, me secó y me recostó como un caballero cuidando su princesa. Cuando se durmió, comencé a llorar en silencio. Quizás para muchas mujeres, fuera una situación común, pero yo no podía encontrarle una salida.

Como si surgiera de lo más profundo de mi conciencia, el ruido de la chicharra del timbre había comenzado a taladrar mis oídos. Una y otra vez. Acostaba boca abajo, lentamente iba reaccionando hasta ubicarme en el espacio. Al abrir un tanto los ojos, observé que mi hijo, estaba disfrutando boca arriba el mejor de sus sueños. Respiraba fuerte como reponiéndose de un esfuerzo extremo. La noche había sido una "seguidilla" incontable de locuras sexuales. Me palpé el ano y lo encontré insensible. Y el "culpable" de todo dormía a mi lado como un león satisfecho. Volví mi cabeza lentamente hacia el otro lado hasta que enfoqué mi vista en el reloj.

"…las 11:40 hs…"

El timbre volvió a sonar y ahora me sobresaltó. Me levanté desnuda, caminé rápido hacia la cocina y atendí el portero eléctrico.

-¿Quién es?

La voz de mi hermana se clavó dentro de mi pecho como una puñalada.

-Estaba por ir a la policía, boluda

-Pasá.

Entré a mi dormitorio como una tromba. Con la velocidad de un relámpago tiré las cobijas al piso. Me encontré con la erección mañanera de mi hijo y creo que era la primera vez que casi ni reparé en ella. Tomé con mis dos manos uno de los tobillos de Gabriel y lo tiré al piso.

-¡Grabriel!... Levantate rápido por favor que tu tía está subiendo por el ascensor

Apenas pudo incorporase. Lo empujé con violencia hacia su dormitorio. Al querer acostarse, hizo un mal cálculo y cayó redondo al piso. Lo dejé donde estaba y cerré la puerta de su dormitorio con llave.

Corrí hacia mi dormitorio, estiré las cobijas de mi cama con desesperación y me puse el primer "camisón" que encontré. Uno de mangas cortas. Justo en ese momento sonó el timbre. Tratando de reponerme del trajín, y normalizar mi respiración abrí la puerta. Eran ella con una amiga en común. Mi hermana comenzó con sus acostumbrados reproches.

-¡Loca! ¿te emborrachaste anoche?

-No… ¿porqué?

-¿Y porqué no abrías?

-No eschuché el timbre. Estaba muy cansada

-Se nota

Como si no hubiese escuchado su comentario, fuí hasta la cocina no sin antes preguntarles si querían desayunar. La atronadora voz de mi hermana llegó hasta mí.

-¡Vos tenés idea de la hora?

Dejé todo como estaba y fuí nuevamente al living.

Me armé de paciencia cuando mi hermana comenzó su ataque

-Escuchame, ¿qué diablos te pasa a vos? A mamá no la llamás hace un mes. Si no querés llamarme a mí no me importa

Nuestra amiga, Silvina, contenía su risa con esfuerzo. Sin dudas, a ella debería parecerle muy gracioso. Los pocos minutos que habían pasado desde la llegada de ambas, comenzaron a ponerme nerviosa. Tratando de no demostrar mis estados de ánimo, le contesté a mi hermana con tranquilidad.

-Trabajo más horas porque me conviene.

-Te llamé varias veces a tu trabajo antes del horario de tu salida y me dijeron que no estabas.

-¿Me estás vigilando, chiquita?

-No. Quizás no me gusta que vos me mientas. ¿O acaso alguna vez te oculté cosas mías? Me pondría muy mal que yo no supiera algo de mi hermana. Algo importante por supuesto.

-Puede ser que salga con alguien y todavía no esté segura

-¿El gerente?...

-Puede ser

-El me atendió varias veces cuando vos te habías ido.

El interrogatorio me estaba molestando. Pero mi hermana seguía atacando.

-Pero sin dudas te está yendo bien con alguien –me comentó con sorna.

-¿Por qué? –le pregunté con curiosidad.

-Los "moretones" de tus brazos y las "marcas" de tu cuello hablan solos.

Como una idiota, miré mis brazos y me sorprendí. Las marcas eran muy evidentes y yo ni siquiera me había percatado de ellas. Sentí una profunda vergüenza. Mi hermana tomó su cartera y nuestra amiga la imitó. Parada frente a mí para despedirse con un beso me preguntó:

-¿Y el "vago" de tu hijo?

-Durmiendo… como siempre –le contesté algo dolida. Si había algo que Gabriel no se merecía en los últimos tiempos, era que lo tildaran de "vago".

Cuando escuché que el ascensor partía, busqué la llave del dormitorio de mi hijo. Al abrir la puerta, encontré a Gabriel tirado en el piso tal como lo había dejado. Lo ayudé a incorporarse y a los cinco minutos, estábamos haciendo el amor en su cama, como dos animales desesperados por el celo.

Luego de unas semanas, mis vómitos comenzaron a hacer su aparición. Y en forma seguida. Ni siquiera en el embarazo de Gabriel habían sido tan intensos. Mis estados de ánimo decaían a cada momento. Sobre todo, que no sabía como encarrilar siquiera algo, o alguna luz que se asomara al finalizar el camino. Lo único que sabía hacer, era llorar a solas y hacer ingentes esfuerzos para que mi hijo no notara nada.

Y EL EPÍLOGO VENDRÁ