Avisos Clasificados.

–Estás tan rica que quiero comerte completa, corazón. Deseo probar tus jugos y lamerte hasta que te corras en mi boca… –casi llego al éxtasis con sólo escuchar esa amenaza.

Avisos Clasificados. Por Vinka.

Tenía el móvil entre las manos y mis dedos nerviosos tanteaban el número sin atreverme a marcarlo. Lo miré con indecisión, como si el dichoso aparatito tuviera el poder de darme la respuesta que necesitaba.

Llamaré luego ”, pensé, arrojándolo sobre el estante del baño, mientras fijaba la atención en mi imagen del espejo.

Ésa era yo, una chica normal o, al menos, así me gustaba definirme. Diría que a los treinta y tantos mi presencia no pasaba inadvertida por la vida. Las primeras líneas de expresión aparecían rodeando mi mirada. No es que no me gustaran, incluso algunas personas decían que mi rostro tenía un toque más interesante, sino que inevitablemente me recordaban cada día el paso del tiempo.

Mi vida, normal también, me estaba asfixiando. Tenía un trabajo estable, familia, amigos y un ex novio buen tipo. Digo buen tipo porque no era el típico despechado que no te saluda si se encuentran en la calle, por el contrario, muchas veces compartimos un café hablando de la vida.

Con los ahorros de mis últimos tres años de trabajo y un aporte voluntario de mis padres, había reunido el dinero suficiente para dar el pie de lo que orgullosamente llamaba mi ‘escondrijo’, un pequeño departamento en el centro de la ciudad, bastante cómodo y funcional.

Aún lo estaba decorando, mejor dicho, estaba en permanente redecoración, aunque la luminosidad ya marcaba un definido estilo minimalista. – Ésa es la gracia de tener un lugar propio –decía a modo de disculpa a las amistades que me visitaban– cuando al fin terminas una cosa, siempre sale otra por hacer .

Deslicé el panel que daba acceso al balcón y, premunida de un jarro de café y un cigarrillo, me instalé en el cómodo futón dispuesta a disfrutar esa hora de la tarde en que el sol se ocultaba en el horizonte y las estructuras del parque del otro lado de la avenida, adquirían una luminosidad especial.

Una brisa fresca me sacó de aquel trance con un leve escalofrío, por lo que decidí que era el momento de entrar. Súbitamente, fijé mi atención en el periódico que permanecía doblado sobre la mesita lateral. La ansiedad volvió a presentarse en mis manos cuando vi las dos marcas elípticas que yo misma había trazado horas antes en el suplemento de ‘Avisos clasificados’.

La primera, justo en la mitad de la columna de la sección ‘Servicios’, encerraba un pequeño párrafo que decía:

‘Jessica; sensual, atractiva, bonito rostro, excelente nivel. Privacidad y exclusividad. Atiendo mujeres.’

La segunda, marcaba un aviso más ostentoso de la afamada agencia VIP ‘Alondra’, destacando el altísimo nivel y la atención personalizada.

“Es una locura –pensé–, pero será la única forma de hacerlo” .

Me había enamorado hace años de Ely, una compañera de trabajo, pero jamás me atreví a confesarle lo que sentía... por miedo, no, por pánico a ser rechazada. A diario la veía trabajar, entrar y salir de su oficina y suspiraba en silencio por ella, imaginando los primeros encuentros de mil maneras diferentes. Una sensación de vacío me inundaba al darme cuenta de que, tal vez, se me pasaría la vida sin sentir el amor de una mujer como ella. Me sentí destruida cuando, luego de quince meses, una entusiasmada Ely me anunció su traslado a otra sucursal.

Esa época de mi vida me había hecho reconocer dos cosas. La primera, que definitivamente me gustaban las mujeres y, la segunda, que me sentía incompleta y, por lo tanto, cada vez más alejada de la felicidad si no vivía mi sexualidad como yo deseaba hacerlo y no como esperaban los demás. Vivía como el monstruo del clóset pero no podía salir.

Mis pensamientos se remontaron al momento exacto en que, mientras ojeaba la prensa local, di con los clasificados y este tipo de anuncios. Podría probar con una chica contratada, que tuviera experiencia y con la que, de seguro, no tendría mayor compromiso. Sí, ‘ exclusividad y privacidad’ . La idea comenzó a parecerme cada vez más realizable hasta que, a los pocos días, decidí dar el paso.

Tomé el periódico y volví al baño donde había dejado el móvil. Mi corazón acusaba recibo de la fuerte carga de adrenalina de la que era víctima, acelerando su ritmo habitual.

Marqué lentamente los números mientras, esta vez, agarraba valor para presionar ‘send’. El par de tonos repicando en señal de llamada me parecieron eternos.

–Habla Jessica, buenas noches, ¿puedo ayudarte? –la sensualidad de aquella voz me inquietó mucho.

–¿Aló? Eh, buenas noches, ¿hablo con Jessica? –“Idiota, lo acaba de decir”, me recriminé, arrepintiéndome en ese preciso momento de no haber dejado el móvil olvidado donde lo arrojé. Luego de una casi imperceptible pausa, Jessica asintió.

–¿Con quién tengo el gusto?

–Disculpa, soy Laura y llamo por el aviso del periódico…

–¿Te gustaría el servicio especial?

–Sí –no tenía idea de lo que era “especial”, pero a estas alturas, quería lo que sea que eso significara.

–¿Te parece bien hoy mismo a las once de la noche?

–Sí, hoy es perfecto, a la hora que dispongas.

–De acuerdo, escucha, éstas son las condiciones. Iré a tu domicilio en la dirección que me señales, pero sin compromiso. Yo acostumbro a seleccionar a mis clientes. Si me agradas y yo a ti, convenimos los honorarios y hacemos trato. Si no, quedas eximida de toda responsabilidad. ¿Estás de acuerdo?

–Sí, de acuerdo, me parece justo.

–Muy bien, cariño, estaré por allá a las once –confirmó luego de tomar nota de la dirección.

“¡Mierda!, ya lo hice, ¿y ahora qué?”, farfullaba caminando de un lado a otro por la habitación, como si acabara de hacer algo increíble.

Luego de darme una larga ducha y de varios minutos mirando el armario para decidir qué ponerme, opté por unos leggins cubiertos parcialmente con un precioso minivestido. Algo cómodo y que, según comprobé en el espejo, me sentaba muy bien. “No le quedará otra opción que aprobarme, jaja”, pensé sin falsa modestia. Me maquillé suavemente, ordené un poco el dormitorio, puse algo de música en la sala y me senté a esperar.

Mi mente inquieta funcionaba a mil, “¿y si ella no me atrae? ¿Si es ordinaria? ¿Si su olor me desagrada? Bueno, la ventaja es que puedo arrepentirme y cancelar el trato sin compromiso”. Me estaba sintiendo como si tuviera una cita a ciegas, bueno, eso era realmente, salvo por el detalle de que pagaría por ella.

El timbre de la puerta me sobresaltó, respiré hondo unas cuantas veces lamentando mi ausencia de las clases de yoga del último mes y me dispuse a abrir.

Un par de ojos oscuros y profundos me miraron, haciendo un rápido escrutinio de mi aspecto, lo que me generó una oleada de inquietud en todo el cuerpo. La mujer que tenía parada en frente, en el dintel de mi puerta, era tan espectacular, femenina y seductora como el halo de Pure Poison que despedía exquisitamente. Era algo más alta que yo y parecía más o menos de mi misma edad. Lucía un provocador escote y el vestido azul que traía se le ajustaba sensualmente a las caderas, concluyendo abruptamente en la mitad de un par de piernas perfectas. No tenía nada de vulgar, al contrario, el ‘excelente nivel’ anunciado en su aviso, le quedaba exiguo, derribando las aprehensiones que tenía hasta hace pocos minutos.

–Hola, soy Jessica.

–Hola, yo Laura. –“¡ Auch!, ¿por qué demonios hablo tarzánico cuando estoy nerviosa? ”– Pasa, por favor.

No pude evitar que mi mirada se posara extasiada al final de su espalda al cederle el paso mientras entrábamos en la sala. Jessica, sabiendo lo que provocaba sonrió satisfecha.

–¿Te sirvo algo de beber? –pregunté ruborizada, para distender la situación al sentirme descubierta.

–Agua estará bien, gracias.

–Ok, ya vengo –fui por un par de vasos y a los pocos segundos ya estaba de regreso. Mi mirada se clavó en la pierna que Jessica acababa de cruzar distraídamente al sentarse en el sofá y no pude articular palabra, me tenía cautivada.

–Mis honorarios son $100 000 por dos horas, es el servicio especial, debes pagarme por adelantado –dijo la mujer interrumpiendo la magia del momento y dándome a entender que el trato se hacía.

–Bien, voy por el dinero y te cancelo en seguida –no quise desencantarme ante los frívolos detalles y, por suerte, andaba con esa cantidad en efectivo, ya que no se me ocurrió preguntar antes.

–Perfecto –sonrió Jessica guardando el dinero en su bolsa sin contarlo, al tiempo que agregó –soy toda tuya hasta la 1:15 a.m.

“Vaya que sí está buena”, pensé mientras normalizaba mi respiración y fijaba la vista en el vaso que aquella deidad acariciaba con sus labios.

–Dime lo que te gusta y lo haremos –dijo lanzándome una seductora y nada discreta mirada directo a la boca.

–¿Podríamos, eh, platicar un poco?

–Jajaja –“¿cómo podía hacer eso, reír en este momento?” –. Dime, preciosa –dijo esto poniéndose de pie para acercarse peligrosamente al sitial donde yo me encontraba–, ¿es la primera vez que contratas a alguien?

–¿Tan evidente es?

–Para mí, sí. Estás muy nerviosa.

–Lo siento…

–No te disculpes, me pareces tierna, si quieres te ayudo a relajarte un poco –su voz bajó el tono al decir esta última frase, mientras rodeaba el sitial para situarse detrás de mí.

Cerré los ojos en un gesto instintivo, al percibir unas manos suaves posarse en mis hombros, mismas que me envolvieron con delicados movimientos circulares. Mi agudo sentido del olfato estaba inundado del perfume que la exquisita mujer iba dejando a su paso. Sentí cómo deslizaba mi cabello hacia un costado y un estremecimiento erizó mi piel cuando un ligero y húmedo roce de labios llegó a mi cuello.

No podía creer lo que estaba sintiendo con ese sutil gesto. Tampoco podía creer que tuviera a esta mujer en mi departamento y me alegré, por primera vez, de haber tenido el valor para hacer esa llamada. Mi respiración alterada se detuvo unos instantes cuando sus manos iniciaron una deliciosa trayectoria hacia mis clavículas.

El mar de sensaciones que me provocaba esta mujer me estaba inundando por completo.

Jessica rodeó la silla para ubicarse frente a mí, muy segura de lo que estaba haciendo, como si se tratara de algo habitual, apoyó una de sus manos en el posa brazos y con la otra tomó mi mentón para levantar mi rostro y, de esta manera, obligarme a encontrar su mirada. Sonreí apenada, sin apartarme de sus ojos, cuando comenzó a acercarse, en clara señal de que su objetivo era mi boca.

Me besó de una manera exquisita, delicada y única, lo suficiente como para descubrir la diferencia con todos los labios que había probado hasta entonces. Quería más... Quería sentir más. Deslicé una de mis manos por su brazo y con la yema de mis dedos fui avanzando hasta llegar a su cuello. Acaricié su nuca, enredé mis dedos en la suavidad de su cabello y la acerqué nuevamente a mi rostro. Esta vez fui yo quien inició el beso, tomando sus labios con los míos, masajeándolos sin prisa, deleitándome con su delicadeza y con su aliento.

Las manos de Jessica bajaron por mi espalda hasta llegar a mi cintura, me acariciaba con habilidad, como si supiera exactamente qué partes tocar, electrizando cada tramo de columna vertebral que encontraba a su paso.

–¿Te gusta así? –me preguntó con voz seductora mientras sus manos bajaban insinuantes por mis caderas.

–Sí –alcancé a susurrar, sofocada por mi propia excitación.

Acarició mis muslos por el lado externo mientras los besos subían de intensidad. Sus manos se deslizaron deliciosamente por mis piernas hasta llegar a las rodillas, donde, con una ligera presión, las separó unos centímetros para iniciar el recorrido de vuelta, esta vez por la parte interna. Se me escapó un gemido cuando las caricias ascendieron hasta mi entrepierna acercándose a terreno peligroso y me di cuenta, con el contacto de la ropa, que ya estaba completamente empapada. Interrumpí el beso y abrí los ojos para encontrarme con la sonrisa complaciente de Jessica.

–¿Me llevas a tu cuarto?

Me puse de pie y tomándola de la mano, nos encaminamos hasta mi habitación.

Una vez allí, Jessica comenzó a desvestirse lentamente para mí, quedando sólo en ropa interior, ofreciéndome un espectáculo sensual y femenino que disfruté con inusitada lascivia. Cuando intenté quitarme la ropa, ella me detuvo.

–Deja que lo haga yo, corazón.

Con delicadeza, las expertas manos de Jessica comenzaron a retirar las prendas que cubrían mi piel.

Dedicó unos minutos a acariciarme y me condujo lentamente hasta el borde de la cama, mientras alternaba besos y pequeños bocados en mi cuello.

Se sentó sobre mis piernas, de frente, rodeando con sus brazos mi cuello y sentí el contacto de sus senos firmes, redondos y apetecibles en mi pecho. Me dediqué a masajearlos delicadamente, ella inclinó su cabeza hacia atrás y comenzó a balancearse cadenciosamente al tiempo que aumentaba la presión de mis caricias. La abracé por la cintura y hundí mi cara en su pecho para degustar la dureza de sus pezones. Permanecimos así unos minutos mientras mis manos, que parecían tener vida propia, se deleitaban explorando cada porción de sus exquisitas nalgas.

Me empujó hasta quedar sobre mí y comenzó a estimular mis pechos, besándolos y pellizcándolos. Cada vez que los atrapaba entre sus labios para frotarlos con su lengua y succionarlos, sentía una electrizante descarga que llegaba hasta la parte baja de mi vientre. Cuando pensé que ya no podrían ponerse más tensos, se acercó a mi oído y murmuró:

–Estás tan rica que quiero comerte completa, corazón. Deseo probar tus jugos y lamerte hasta que te corras en mi boca… –casi llego al éxtasis con sólo escuchar esa amenaza.

Trazó un camino de besos hasta mi pelvis y tomó posesión de mi entrepierna. Rodeó mi clítoris con su boca y comenzó a lamerlo rítmicamente, aumentando la presión conforme mis movimientos se lo iban demandando. Luego siguió con mis labios y se detuvo en la entrada vaginal.

–Humm, me encanta verte así, toda mojadita para mí, preciosa –murmuró antes de abrirse paso con su experta lengua y penetrarme incansablemente hasta que mi cuerpo acabó en violentas sacudidas que me hicieron perder por unos momentos la respiración y la noción del tiempo.

Subió a besarme para que probara mi esencia de sus labios.

–Mmm… Tienes un sabor exquisito –dijo mientras sentía mi propio olor en su rostro.

Se acomodó tiernamente a mi lado y no dejó de mimarme con besos y caricias hasta que las pulsaciones de mi pecho lentamente volvieron a su frecuencia habitual, cayendo en un estado de placidez increíble que me hizo dormitar algunos minutos.

Abrí mis ojos al sentir su dedo delinear mis labios. Me sonrojé un poco al notar que Jessica me miraba satisfecha, como si estuviera pensando: hice un buen trabajo por acá.

–Disculpa, me quedé dormida, parece…

–No te preocupes, no quise despertarte porque te veías muy relajada. Aproveché a tomar una ducha rápida, ¿no te molesta? –preguntó mientras comenzaba a vestirse tranquilamente.

–No, ¿cómo crees? –dije mientras la observaba con atención –.¿Ya tienes que irte?

–Sí, ya es hora. ¿Cómo te sientes?

–Increíble.

–Me alegra, corazón –dijo, terminándose de vestir–. Ya debo irme– agregó sobre la marcha.

–Jessica, espera –dije alcanzándola justo en el momento en que se disponía a salir. Sin darle tiempo a reaccionar, la tomé por la cintura, la apoyé contra la pared y besé sus labios una última vez. Sentí cómo ella pareció sorprenderse al principio, para luego reaccionar, correspondiendo con una intensidad proporcional al beso que estaba recibiendo.

–Besas muy bien, ¿sabes?

–Gracias –dije sonriendo, satisfecha –.¿Te puedo volver a llamar… algún día?

–Claro, pero ten cuidado, no te vayas a entusiasmar conmigo –dijo bromeando, aunque ambas sabíamos que la advertencia iba en serio.

–Jajaja, tranquila, no te preocupes por eso –respondí tratando de parecer convincente, aunque lo cierto era que ya me había entusiasmado.

–Adiós, pasa una buena noche –se despidió lanzándome coquetamente un beso a través del aire.

–Adiós, Jessica, cuídate.

Cerré la puerta tras su salida y me quedé ahí unos instantes más, pensando en lo que acababa de hacer, fue mi primera vez con una mujer y había pagado para ello. Dicho así, sonaba patético, pero más patético aún era el hecho de que me había gustado demasiado. Nunca imaginé la gama de sensaciones que sería capaz de experimentar, no se comparaba con nada de lo que había vivido antes. La sensualidad y la suavidad de aquella mujer me habían impresionado profundamente.

Tomé una ducha y me puse ropa de dormir. La cama aún estaba revuelta como consecuencia de lo que ahí había ocurrido. La ordené para poder acostarme. El perfume de Dior impregnaba las sábanas y la almohada, trayendo a mi mente la figura de Jessica, sus besos y sus caricias. “¿Habrá sentido algo?” , me pregunté inquieta y por primera vez comprendí la obsesión y la desconfianza masculina por los orgasmos femeninos.

Me recosté e inmediatamente me di cuenta de lo extenuada que estaba, “probablemente es más mental que físico ”, pensé, y casi por instinto tomé el móvil para enviar un mensaje a aquella atractiva mujer que hace poco más de una hora había salido de mi departamento.

Gracias por hacerme sentir…” fue la frase que, aunque parecía inconclusa, expresaba muchísimo.

Esperé unos minutos a que, tal vez por cortesía, llegara una respuesta, pero nada. “Qué tonta soy, como si para ella hubiese significado algo especial. Seguro ya debe estar con otra clienta de su agrado”.

Apoyé mi cabeza en la almohada y sentí el perfume de Jessica, que aún permanecía impregnado en la tela. Por alguna extraña razón no quise cambiar la funda, quería dormir acompañada esta noche, aunque sea por la esencia de la mujer que me hizo conocer la gloria en tan sólo dos horas de mi vida.

Mi vida normal siguió su curso durante las siguientes tres semanas, con mi trabajo, familia, amigos y mi ex novio que ya no me parecía tan buena persona. De vez en cuando mi estómago me avisaba mediante un brinco que mis pensamientos se habían fugado hacia aquella noche con Jessica. No creo que ella dimensionara el impacto que había tenido en mi vida, si ni siquiera yo misma lo sabía. Pensé varias veces en llamarla, pero inmediatamente me arrepentía. “Lo único que le falta a mi vida normal para volverla anormal sería empotarme con una escort… Menudo lío que se armaría” , pensaba divertida en la vulgaridad de esa palabra tan usada en mi país, sin embargo, algunas veces el nudo en el estómago me inquietaba demasiado.

Un viernes por la tarde me decidí a llamarla para concertar una nueva cita. Marqué el número y esperé.

–Habla Jessica, buenas tardes… –reconocí su voz de inmediato.

–Hola, Jessica, soy Laura… Te llamé hace algunas semanas, no sé si recuerdas… Emm, la del departamento en la avenida Central –se produjo una pausa incómoda hasta que mi interlocutora respondió.

–Sí, claro, Laura. ¿Cómo estás?

–Bien, gracias. ¿Podemos juntarnos hoy en la noche? –dije un poco decepcionada porque no parecía recordarme tanto.

–¿Quieres que vaya a tu departamento o tú vienes para acá?

–Ven tú, si es posible.

–Ok, servicio especial. ¿Te parece a las once?

–Perfecto, te espero.

–Nos vemos, cariño.

Ese ‘cariño’ me pareció tierno. “¿Se lo dirá a todas?” , pensé mientras caminaba por mi cuarto mirándome al espejo cada vez que pasaba frente a él. Me sentía nerviosa, excitada y a la vez un poco acongojada. Hoy la vería de nuevo.

A las 11 de la noche el timbre sonó puntual, me encontré con una Jessica aun más hermosa que la primera vez. Todos mis nervios se convirtieron en deseo cuando la invité a entrar y me inundó su inconfundible fragancia. “ Dior ya nunca será lo mismo” , pensé mientras cerraba los ojos para concentrarme en mi olfato.

Sin preguntarle, le serví un jugo de frutas que había preparado en la tarde. Agradeció mi gesto algo sorprendida.

–¿Ahora sí me recuerdas?

Sonrió y comprobé que cuando lo hacía, arrugaba la nariz de manera encantadora. Conversamos de trivialidades, me extrañó que no fuera ‘directo al grano’ como la primera vez y descubrí que también era muy culta y una excelente conversadora. A cada momento mi atracción por ella aumentaba peligrosamente.

No quise preguntarle nada personal para no romper el agradable momento, aunque moría de ganas por saber algo más de su vida. ¿Será ‘Jessica’ su verdadero nombre? ¿Tiene novio, novia o hijos? ¿Por qué trabaja en esto? ¿Ha sentido algo por alguna clienta? Decidí que no debía traspasar esta barrera porque no estaba preparada para escuchar sus respuestas. Sin embargo fue ella la que preguntó.

–¿Por qué me contactaste? ¿No tienes novio o novia?

–Já, no, no lo tengo, aunque sí lo tuve, pero eso ya es pasado. Novia, ufff, no me atrevería…

–¿Cómo? –preguntó curiosa.

–Es complicado, basta con decirte que nadie sabe de ‘esto’ –respondí, haciendo el gesto de comillas con mis dedos.

–Y a propósito de ‘esto’, ¿tienes alguna fantasía que desees realizar?

–Ya lo estoy haciendo –dije mirándola a los ojos. Su pregunta disparó el interruptor preciso y sentí unas ganas locas de besarla. Me acerqué a ella y acaricié el contorno de su rostro con mi mano antes de darle un suave y tierno beso en los labios. No me respondió de inmediato, lo que me descolocó un poco, pero pronto comenzó a acariciarme de manera que en unos minutos ya me tenía deseándola y desnudándola en mi cama.

Hicimos el amor más apasionadamente que la primera noche, tal vez porque ya no éramos tan desconocidas como entonces. Bueno, yo lo hice y probablemente ella solamente tuvo sexo. Aprendí que podía tener más de un orgasmo si me dejaba llevar, cosa que se me hizo increíblemente fácil con Jessica, pero seguía sin adivinar si a ella le agradaba estar conmigo. ¿Por qué le daba tanta importancia a eso? No encontraba la respuesta, aunque en el fondo presentía que ella me importaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

–Me intrigas, ¿sabes? –dijo Jessica mientras se ponía la ropa sensualmente, como siempre, bajo mi atenta mirada.

–¿Por qué dices eso? –pregunté sorprendida por la declaración.

–Porque no suelo tener clientas como tú.

–¿Cómo ‘como yo’? –repliqué usando sus mismas palabras, me encantaba hacer eso.

–Amables, consideradas, cultas y guapas, todo en la misma persona –me pareció que se sonrojaba un poco.

–Jajaja, debes conocer mucha gente así, seguro… –iba a agregar ‘seguro a todas les debes decir lo mismo’, pero me pareció de mal gusto en ese instante y rápidamente cambié la frase–. Seguro deberás tener cuidado, no te vayas a entusiasmar conmigo.

Jessica sonrió y me dio un beso casi maternal en la frente a modo de despedida, agarró su bolso y se dirigió a la puerta.

Me dejó en un estado de melancolía indescriptible, como si me doliera su ausencia.

Nuestros encuentros tuvieron la frecuencia que mi bolsillo permitía, debía controlarme si no quería quedar en la ruina.  Tenía la suerte de encontrarla disponible cada vez que la llamaba y siempre quedaba de ir a mi departamento a eso de las once de la noche. Acordamos, debido a que me incomodaba terriblemente el momento del pago, que cada vez que me confirmara una cita yo realizaría la transferencia de sus honorarios a su cuenta bancaria. De cierta forma, me autoengañaba con la fantasía de que para ella ya no era simplemente una cuestión de trabajo.

Llevábamos saliendo, si es que se puede llamar así, unos cuatro meses, aunque en realidad nuestros encuentros sumaban siete. Sólo siete y ya mi vida había dejado de ser normal. El sexo con ella era sublime y una verdadera lección de autoconocimiento. Sabía con maestría cómo estimularme y hacerme llegar a las nubes hasta desvanecerme de placer. Descubrí muchas formas de amar a una mujer. Sin embargo aún me sentía incompleta, no soportaba la idea de que ella hiciera lo suyo y se fuera, así nada más. Necesitaba sentir que para ella yo ocupaba un lugar especial.

El siguiente fin de semana me sentía especialmente alegre luego de una ardua pero satisfactoria semana de trabajo. Necesitaba verla y la llamé.

–Hoy quiero que nos juntemos antes, ¿puedes venir a las nueve?

–A ver… ¿A las nueve? Sí, puedo.

–Genial, te espero entonces. Besitos.

–Besos, cariño.

Puntualmente, como era su costumbre, el timbre sonó a las nueve. La saludé con un efusivo abrazo y un alegre beso en la boca, al que respondió sonriendo.

–¿Por qué llevas puesto un abrigo? –me preguntó extrañada.

–Porque vamos a salir a cenar –respondí con entusiasmo.

Al ver su cara de sorpresa, por un momento temí que rechazara la invitación, pero no lo hizo. “Al fin y al cabo, ya pagué por su tiempo y compañía” , pensé ligeramente decepcionada por su reacción. Permaneció más callada que de costumbre durante el trayecto hasta el restaurante donde yo había hecho las reservaciones. Quedaba a pocas cuadras de mi departamento y la tarde estaba muy agradable, así que le propuse caminar. Poco a poco, retomamos nuestras habituales conversaciones.

–No me digas que ya cenaste, estás a dieta o algo así, porque, de verdad, no lo necesitas –afirmé solemnemente dándole una mirada pícara de pies a cabeza.

–Jaja, no y no seas fresca –dijo dándome una pequeña palmadita en el brazo–. La verdad, muero de hambre.

–Genial, yo también.

La velada fue muy agradable y nuestras risas se escucharon juntas en varios momentos, por primera vez hacíamos algo distinto en terreno neutral. Necesitaba hacerlo, quería compartir muchas cosas con ella aunque sabía que todo era sólo una bella ilusión.

Luego de la cena, volvimos a mi departamento.

Nada más entrar, Jessica comenzó a besarme, tomando la iniciativa como siempre. Sin embargo, en esta ocasión sus besos tenían algo distinto que no supe definir. Tal vez era sólo una sensación mía. Lo cierto es que me sofocaban más que de costumbre y rápidamente dispararon mi libido.

Se desvistió para mí y ya en la cama comenzó con el ritual de caricias que sabía prodigar hábilmente para provocarme, pero también sus caricias esta vez eran diferentes. Sentía el temblor en sus dedos en cada roce con mi piel ejerciendo una presión contenida, como si tuviera miedo de profundizarla, sus besos en mi vientre iban acompañados de pequeñas mordidas llenas de pasión. Me estaba transportando a sensaciones jamás sentidas, sus manos en mis muslos y su boca acercándose a mi sexo me hicieron perder la poca cordura que me quedaba.

–Bésame –le pedí.

Apenas levantó la cabeza para mirarme y, con más pasión aun, se aferró a mis nalgas con ambas manos lanzándose con desesperación a devorar mi sexo, como si temiese que la fuera a privar de un delicioso manjar. El contacto de su boca en mí, provocó una corriente que recorrió mi cuerpo hasta estallar en un quejido de mi garganta. Un extraño sentimiento de angustia se instaló en mi pecho, no quería acabar así, como siempre. La necesitaba más cerca de mí con urgencia.

–Ven, Jess, bésame... Por favor –le volví a reclamar de manera desesperada.

Alzó su mirada hacia mí, con intención de protestar, pero no le di tiempo a ello, mis manos ya estaban en su cara invitándola a subir hasta la mía. Poco a poco, se fue acercando hasta descansar todo el peso de su cuerpo en el mío. Mis brazos rodearon su espalda para apretarla más fuerte contra mí y al fin mi boca atrapó la suya. La besé con desesperación, con esa desesperación del sediento al que pronto le quitarán el vaso de agua, dándome cuenta en ese momento de que me había encaprichado con algo que jamás poseería. Estaba sintiendo demasiado por alguien a quien pagaba por darme únicamente placer, sin opción a cualquier otro sentimiento. Pero ella me estaba demostrando esta noche con sus miradas y sus caricias, que al menos mi piel no le era indiferente.

Lentamente y sin despegarme de ella, la fui girando hasta ubicarla de costado. Me tendí de lado, frente a frente, apoyándome sobre mi codo izquierdo. Sus pechos respondieron a mis labios volviéndose más tersos, mientras su respiración agitada me confirmaba que lo estaba sintiendo y disfrutando. Deslicé mi mano por el costado de su cuerpo, en una prolongada caricia hasta llegar a su cintura y proseguí mi viaje deteniéndome un instante en su cadera. Me atraía mucho esta parte de su anatomía; sus caderas eran la marca de su femineidad. Rocé el coqueto tatuaje que tenía en esa zona, justo abajo del hueso que sobresale y avancé hacia sus nalgas, masajeándolas con círculos amplios. Luego bajé por la parte posterior de su pierna y la levanté apoyándola sobre mi cadera. Un estremecimiento la delató cuando rocé mi muslo con su sexo y sentí sus jugos empapándolo. Estaba completamente mojada y era por mí.

La miré con adoración mientras que, con un gesto delicado, retiré el cabello de su cara; mi mano terminó en su cabeza para atraerla más a mí y así continuar besándola. Quería besarla como no la besarían jamás... Besarla tan dulcemente que me recordara en cada beso que diera por el resto de su vida; ella respondía con la misma entrega y ternura, sus suspiros se confundían con los míos... Mi urgencia de poseerla no disminuía, me coloqué sobre ella aún besándonos con pasión, coloqué una mano debajo de su espalda, y con la otra inicié el camino hacia su sexo, quería acariciar su humedad y penetrarla, hacerla sentir lo que ella tantas veces me hizo sentir a mí. Quería hacerla mía, enloquecerla de pasión.

Cuando mi mano se internó entre sus labios resbalando en su abundante humedad, me estremecí con su respiración entrecortada.

–Tú también estás muy rica, corazón –le susurré al oído, enfatizando con lascivia cada una de mis palabras.

Mis dedos se preparaban para penetrarla cuando, súbitamente, cambió de actitud, intentando retirar mi mano de su sexo y mirándome de una manera casi fría, como si fuese una mujer diferente a la que, apenas unos segundos atrás, se comía mi boca y se abandonaba a mis caricias con verdadera pasión.

–Eres tú quien paga. Soy yo la que tiene que darte placer –dijo, como si esos suspiros grabados en mi alma no hubiesen surgido de ella, en un inútil intento por reprimir sus sentimientos.

Pero yo no estaba dispuesta a dejarla así, quería sentirla vibrar con mis caricias, quería verla explotar en un orgasmo, un orgasmo para mí... aunque fuese lo último que tuviera de ella. La penetré sin previo aviso con dos de mis dedos, de su boca estalló un quejido de placer y la sentí temblar bajo mi cuerpo, la abracé aun más a mí y la besé con locura por toda la cara y el cuello, mientras ella no dejaba de suspirar. La penetraba con movimientos que alternaba de suaves a intensos, guiándome únicamente por los espasmos que percibía en mis dedos y la intensidad de sus jadeos. Me di cuenta de que su entrega era mía, tan mía como jamás creí que se pudiese tener a alguien. Estábamos irremediablemente abandonadas a la pasión. Ella retiró mi mano de su sexo y lo acopló al mío, al instante comprendí lo que buscaba y comencé a presionar mi pelvis contra la suya, mientras confirmaba en su rostro las sensaciones que ella quería recibir de mí. Lenta y rítmicamente, con un balanceo lujurioso, nuestras vulvas se acariciaban lubricadas con la exquisita mezcla de nuestros jugos.

Sincronizamos nuestros movimientos y me aferré a sus labios recibiendo el elixir de su aliento. Su respiración se volvió más intensa y sus movimientos más acelerados hasta que, tomando grandes bocanadas de aire, comenzó a aferrarse fuertemente a mí.

Su garganta ahogó un grito en el momento en que todo su cuerpo se tensó bajo el mío y pequeñas sacudidas la agitaron terminando por susurrar, con infinita ternura, un delicioso ‘Laura’ en mi oído.

Nos quedamos un instante abrazadas, recuperando el aliento y escuchando cómo el latido de nuestros corazones volvía a su ritmo normal, cuando bruscamente se levantó de la cama, murmurando algo así como ‘debo irme’. Angustiada, intenté detenerla tomándola del brazo.

–Jess, perdóname... Yo te...

–¡No debiste hacer eso! –gritó interrumpiéndome con los ojos llenos de reproches líquidos y se dirigió al baño.

La esperé, pasando abruptamente de una extraordinaria alegría a la confusión más sombría, tratando de dar un significado a todo lo que estaba ocurriendo.

Escuché que hacía correr el agua de la ducha cuando su móvil comenzó a sonar.

Lo tomé para llevárselo hasta el baño pero de inmediato dejó de repicar; no era una llamada, sino un mensaje de texto. Volví mis pasos para guardarlo pero mi curiosidad pudo más y, sabiendo que lo que hacía era incorrecto, leí el mensaje que acababa de entrar. ‘Eres hermosa. ¿Cuándo me darás una horita? La espero con ansias: G.’ Sentí celos y mucha rabia, “haces esto con cualquiera que pueda pagarte” , concluí llena de impotencia, husmeé en la carpeta de mensajes recibidos y sólo había uno, todos los demás estaban borrados, “seguro es de la clienta ésa” , pensé llena de celos; sin embargo, la rabia se transformó en sorpresa cuando vi que el mensaje decía “Gracias por hacerme sentir…”

Guardé el teléfono confundida, en el preciso momento en que Jessica salió del baño.

No pude articular palabra. Me apoyé en la cama mientras la observaba vestirse de manera tan rápida que me dolía. En mi cabeza aún resonaba aquel mensaje y sentía que la rabia se hacía a un lado para dar lugar a la tristeza.

–¿Te quedarías a dormir? –lo dije de pronto, desnudando mi alma en la pregunta, como si creyera que Jessica aceptaría. Fue un impulso autodestructivo.

–No duermo con mis clientas –respondió cortante, para luego salir de prisa, sin siquiera despedirse.

Su respuesta me hundió aun más, como la estocada final dada a un moribundo. La sensación de angustia me duró un par de horas, “el que pregunta debe estar dispuesto a recibir la respuesta” , me dije, recordando esa frase que había leído por ahí.

Pasaron algunas semanas en las que cada día mi alma se sentía más triste, la pensaba constantemente y su ausencia realmente me dolía. Ya no había dudas, la amaba, estaba enamorada de Jessica pero ella se había ido dejándome desolada. La llamé cientos de veces y lo único que escuchaba era esa maldita grabación informando que su móvil estaba temporalmente fuera de servicio.

Ya no quería nada de mi mundo si ella no estaba ahí para compartirlo.

Los días transcurrieron sin noticias de Jess y mi dolor se fue transformando en desesperanza y luego en resentimiento. Dejé de insistir y me convencí de que eso era lo mejor. Ella lo había decidido así y me sentí una tonta por haber creído que sentiría algo por mí. Enterré su recuerdo en lo profundo de mi alma y cosí muy firme la herida de mi pecho, prometiendo olvidarla.

Era viernes, día que salía más temprano del trabajo, así que decidí dar una caminata antes de ir a casa. Mis pasos me llevaron hasta el boulevard del centro comercial donde los fines de semana siempre había algo entretenido que mirar. Observaba a un mimo intentar que su amada lo perdonara aceptando una flor, cuando alguien a mis espaldas me susurró:

–Tan solita y tan bonita, ¿por qué mejor no nos tomamos un café por aquí cerca?

Sonreí al reconocer la típica frase sosa de mi ex novio y acepté la invitación. Hace tiempo que no compartíamos un café para hablar de la vida. Me ofreció su brazo galantemente como siempre y nos dirigimos al local. Al llegar a la entrada se me adelantó para abrir la puerta y a la distancia me encontré súbitamente con un par de ojos oscuros y profundos que me miraron… Me miraron como aquel día hace ya una eternidad y generándome la misma oleada de inquietud que en ese momento sentí recorrer por todo mi cuerpo.

–Ignacio –dije visiblemente nerviosa–, acabo de recordar que me comprometí para recoger a mi mamá a las ocho y no me había dado cuenta de la hora. ¿Te parece si lo dejamos para otro día?

–Claro, preciosa, pero que quede constancia; me la debes.

Le di un rápido beso en la mejilla y salí del lugar, sintiéndome muy agitada.

Ya en casa, algo cansada luego de caminar sin rumbo por unas horas, decidí relajarme tomando un baño de tina. El recuerdo de Jess había despertado y no me gustaba esta sensación. No sé cuánto tiempo estuve en el agua, sólo sé que salí porque comencé a sentir frío.

Miraba Criminal Minds sin prestarle mucha atención, cuando a las once en punto escuché el tono de mensaje entrante en mi móvil. Mi corazón reclamó por su inestabilidad cuando vi de quién provenía:

“Necesito hablar contigo. ¿Puedo ir a verte? Jess...”

Tecleé apresuradamente sin pensar: “Lo siento, no tengo dinero”

No respondió. Sentía rabia y me moría de angustia. Sé que mi comentario fue hiriente y desubicado, pero era la realidad; yo era simplemente una clienta más.

La serie ya estaba en su desenlace y no entendía un carajo, así que apagué la TV e intenté dormir sin éxito. Daba vueltas en mi cama y no lograba tranquilizarme. Releí los mensajes mil veces… Pensaba en ella.

Rápidamente escribí: “Lo siento, no debí decir eso. Perdóname… No es que no te pueda sacar de mi mente... es que no te puedo sacar de mi corazón…”

No recibí respuesta.

Ya que el insomnio decidió llegar para quedarse, opté por levantarme.

Salí al balcón arropada con un grueso suéter y con un cigarrillo en la mano. Hace tiempo que no me sentía tan desolada como ahora. La brisa fresca de esa hora secaba mis lágrimas dejando surcos helados en mis mejillas. La opresión en el pecho comenzó a disminuir a medida que las endorfinas liberadas por el llanto anestesiaban mi pena.

Me asusté cuando sonó el timbre de la puerta, eran las 2:00 a.m. no era una hora para recibir visitas, así que alguien tenía una urgencia.

Mis piernas se debilitaron al ver que Jessica se encontraba de pie esperando que la hiciera pasar, tanto tiempo deseando verla ahí mismo y ahora no sabía qué decir y mucho menos qué hacer. No sé cuántos segundos volaron hasta que logré articular dos palabras.

–Jess, yo…

No me dejó terminar.

Sentí sus labios en mi boca con ansiedad inusitada. Su aliento tenía un leve rastro de alcohol, lo suficiente para estar desinhibida pero no ebria. Me molestó pensar que, si había bebido, significaba que anduvo divirtiéndose por ahí.

–¿De dónde vienes? –pregunté con rabia esperando que me dijera ‘de estar con una clienta’, pero no me respondió y noté que estaba a punto de echarse a llorar.

–Quería verte, ¿no te das cuenta?

–Para qué viniste si ya te dije que no… –fue imposible repetírselo a la cara cuando noté que sus lágrimas comenzaban a brotar.

–Por favor, no me trates así...

–¿Y cómo quieres que te trate, si durante todo este tiempo no has querido saber de mí? Tú te encargaste de mantenerme en mi lugar en todo momento, eres incapaz de amar...

–Perdóname… Eso es lo que quería que creyeras. Traté de poner distancia, dejándote claro que para mí eras una clienta más, pero con cada ataque que te lanzaba, con cada mirada de tus ojos brillosos, con cada herida que te provocaba, me hacía más daño a mí misma. –comenzó a explicar atropelladamente.

–¿Por qué? –no quería entender lo que intentaba decirme.

–La última noche... me jugaste sucio. Me hiciste sentir, Laura, yo... no debía sentir eso. Pero me dejé llevar por tu ternura, por tu pasión y fue maravilloso. Estaba estremecida, no debí sentir eso y... me pediste que me quedara. ¡Dios! ¿Cómo podías hacerme eso? Derribaste todas mis defensas y me dejaste vulnerable. Con un nudo en la garganta te dije que no y, para que no sigas insistiendo, agregué que no me quedaba a dormir con clientas. Salí rápidamente antes de que te dieras cuenta que tu herida me dolía más a mí.

–¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué dejaste que pensara otra cosa?

–Porque… Te adoro, Laura, y no sé cómo pasó. Desde la primera vez fuiste especial; tu delicadeza, esa mezcla de optimismo e ingenuidad, tu romanticismo, todo eso me deslumbró y me aterré. – Intenté acercarme, pero me rechazó con un gesto de sus manos y me obligó a detenerme.

–¿De verdad soy especial? Já, no mientas. ¿Cómo puedes decirme eso si después de estar conmigo y fingir que te ha gustado, te vas a revolcar con alguna otra clienta? ¿Acaso no imaginas cómo me duele eso?

Sentí el impacto de su mano en mi rostro, la estaba hiriendo demasiado mientras ella me decía que me adoraba.

–No sabes, Laura... Desde que… me fui… comencé a rechazar clientes porque no tenía ganas de trabajar, no quería que otros labios borraran el sabor de tus besos… Ya no estoy en eso y es por ti...

Quedé impactada con todo lo que me decía, mi corazón estaba lleno de ella y comprendí que había una posibilidad. Desde este momento no la dejaría irse de mi lado.

Me acerqué esperando que no me detuviera esta vez y no lo hizo, al contrario, volvió a besarme, ahora lo hacía menos precipitadamente. Al nerviosismo inicial y ya sabiendo que mis labios le correspondían, siguió una profunda acometida de lenguas a la que reaccioné con igual pasión. No tardaron en sumarse nuestras caderas conforme aumentaba la intensidad de nuestros besos.

Fuimos dando tumbos con algunos muebles mientras casi con desesperación las manos de cada una luchaban por deshacerse de la ropa de la otra.

Cuando llegamos al dormitorio ya estábamos completamente desnudas y ardiendo.

Se apartó de mí y me empujó sobre la cama.

–¡Tonta! –dijo jugando a reprocharme–, ¿no te das cuenta de que esto es una locura?

–¡Te amo, Jess, te amo con locura, entonces! –le dije riendo.

No se esperaba que dijera eso, sólo me miró fijamente y comenzó a besarme. Sus besos cada vez más húmedos me sofocaban, me estremecían, sentía su lengua invadiendo mi boca y sus manos acariciando con éxtasis cada milímetro de mi piel. Sentí mil agujas clavarse en mi sexo cuando posó su cuerpo sobre el mío. Estaba ardiendo de deseo y la rodeé con mis brazos para presionarla más a mí, como si con esto pudiera fundirla para siempre con mi piel.

Su pelvis comenzó a frotar la mía y sus líquidos se mezclaron con los que excesivamente emanaban de mi sexo. Un quejido de placer escapó de su garganta.

–Te deseo tanto… –confesó entre suspiros

Abracé su cintura con mis piernas, acariciando sus muslos con mis talones. Mis manos subían y bajaban por su espalda y, fuera de esos límites, se perdían en la húmeda frontera de sus nalgas. Nuestros movimientos se hicieron más profundos hasta que con las primeras pulsaciones de mi sexo, mi cuerpo me abandonó para irse con ella. Me apreté fuerte de su espalda mientras una explosión intensa que nació de mi clítoris, se extendió por mi estómago hasta inundar todo mi cuerpo. Pensé que iba a morir de placer.

Abrí los ojos cuando la escuché gemir mi nombre, ella me miraba sin parpadear… extenuada y con el cuerpo aún palpitante, como si hubiera regresado de ‘ la petite mort’.

–También te amo –me dijo en un susurro–. Por favor, no me saques de tu vida. Te necesito de la manera que quieras, como tú quieras…

Desperté súbitamente al sentir un movimiento junto a mí, es que aún no me acostumbro a tenerla en mi cama, me parece increíble y maravilloso. Miré hacia la ventana cuyas cortinas ni siquiera nos preocupamos de cerrar anoche y me di cuenta de que el paisaje tenía aquella luminosidad que me gustaba, esos dos momentos del día en que no está ni claro ni oscuro y que hacen más intenso el sentir. Se movió pegando su cuerpo a mi costado y cruzando un brazo alrededor de mi cintura. Aguanté mi respiración unos instantes para escuchar el relajado compás de la suya. “ Sí, me podría acostumbrar a esto; es delicioso.” pensé sonriente al tiempo que acariciaba imperceptiblemente su rostro dormido.

Me levanté muy despacio teniendo cuidado de no despertarla, para preparar café y recoger el periódico que dejaban junto a la puerta.

Salí al balcón con un jarro humeante en una de mis manos y el periódico en la otra. Me acomodé en el futón y, mientras tomaba unos sorbos, hojeé las principales noticias del día. Automáticamente, como había sido mi costumbre los últimos meses, busqué la sección de avisos clasificados.

Una sonrisa se dibujó en mis labios cuando descubrí, emocionada, que ya no estaba, en la mitad de la columna de la sección ‘Servicios’, el pequeño párrafo que decía:

‘Jessica; sensual, atractiva, bonito rostro, excelente nivel. Privacidad y exclusividad. Atiendo mujeres.’

FIN.

Por el privilegio de su lectura, infinitas gracias.

Los espero en ‘Comentarios’. Un abrazo: Vinka.