Averno: la Puerta al infierno.

Todo comenzó por querer escarmentar a la desvergonzada de Mya.

-JAN Y ALICE-

Jan dobló la esquina casi sin resuello. Bajo la luz lechosa que precedía a la tormenta,  el pasillo principal del instituto aparecía ante sus ojos desbordados por las lágrimas como una amalgama de grises cuyos contornos temblaban y se emborronaban. No veía por dónde andaba y, para colmo, de pronto apareció Alice como salido de la nada para tropezar con él justo antes de que pudiera alcanzar las escaleras que había de bajar para salir por fin de allí.

—Eh!—Alice frenó en seco y sujetó a su amigo por los hombros para evitar que éste cayera de boca al suelo.

—¡Mierda, lo siento!

A Alice se le cayeron un par de libros enormes que llevaba firmemente agarrados contra el pecho cuando paró a Jan: volúmenes incunables sobre culto al diablo -escritos por quién podía saber qué satanista de pacotilla-, junto con el último single de la que acertaba a ser su banda metal preferida, de nombre "Mutilando por la Paz".  Eso último era una reliquia en todos los sentidos que Alice guardaba como oro en paño, pues conseguirla le había costado, literalmente, sudor y sangre. Ahora  aquellos tesoros aparecían desparramados a sus pies calzados con sendas botas militares, los libros abiertos con los lomos dorados hacia arriba aplastando la cruz invertida en la funda del vinilo . Qué asesinato. Alice fue a soltar un taco al darse cuenta del desastre, pero el "qué coño haces" que iba a soltarle a Jan se le heló en los labios cuando se dio cuenta de que su amigo estaba llorando.

—Eh, ¿de dónde vienes?—Observó a Jan más de cerca con ojo crítico—¿Qué te ha pasado?

Jan trató de contener lágrimas y se tragó un sollozo. A Alice, ver a su amigo haciendo aquel esfuerzo le llenó de una súbita y creciente preocupación que le hizo olvidarse de los libros en el suelo por un momento. Algo gordo había tenido que ocurrir, Jan no era un llorica.

—Vamos, Jan, qué pasa, qué ha pasado...—inquirió esta vez con más cautela, tratando de disimular su apremio. No era realmente su fuerte el tacto al expresarse, pero lo estaba intentando.

—Mya.—fue la palabra que salió de los labios del aludido por toda respuesta.

—¿Mya?

Alice se echó mentalmente las manos a la cabeza. Conocía bien a esa zorra, de hecho el trimestre pasado había sufrido en carne propia sus desplantes y sabía que no era el único damnificado por ella, no señor. No tenía noticia de que Jan andara detrás de Mya, pero eso tampoco era de extrañar  porque la cabrona tenía un cuerpo de infarto y una cara de ángel chupapollas -según Alice al menos- que apelaría a los más bajos instintos de cualquier jovencito de instituto. En fin, uno más para la colección.

—Sí—Jan asintió sin querer mirar a su amigo, rojo hasta las orejas.

Alice suspiró, se agachó para recoger los libros y luego volvió a colocarse al nivel de Jan, pasándole el brazo que le quedaba libre por los hombros.

—Va, tío. Vente a mi casa, dejo los libros y nos vamos al local, ¿sí?

Suponía que preguntarle a Jan sobre detalles escabrosos en aquel momento sólo estresaría más a su amigo, así que simplemente le propuso un plan. Ya se soltaría Jan cuando estuviera más tranquilo, tal vez incluso por el camino.

El aludido se dejó abrazar, asintió levemente y sin más echó a andar junto al otro chico más bajito con nombre de nena. Claro, que si a algún espabilado se le ocurriera decirle a Alice que tenía nombre de chica -"¡¿es que acaso Alice Cooper te parece una tía?!"- casi seguro sus dientes fueran puestos en órbita por tremendo puño que éste le propinaría sin dudarlo, así que este comentario quedará felizmente entre nosotros.

—¿De qué...? ¿d-de qué van...—el pobre Jan no daba pie con bola para hilar si quiera dos palabras seguidas; finalmente se tragó un hipido y se tapó la boca para lograr decir la frase entera—¿de qué van esos libros, Alice?

—Ah...—respondió el interpelado con estudiado tono de "nada especial"—viejos rituales para... invocación de entes.

—¿In-... invocación de entes?

Alice asintió con total naturalidad y sin más continuó andando junto a su amigo.

—Sí. Me los recomendó Erik—aclaró como si eso atenuara la circunstancia de llevar agarrado algo así.

Era cierto que había sido Erik quien le había facilitado los libros a Alice, pero desde luego lo había hecho con una finalidad concreta más allá de que éste se culturizara a través de tan amena lectura. La miga del asunto venía por cierto ritual que uno había de realizar escuchando precisamente ese vinilo  que llevaba Alice, poniéndolo al revés. Pero Alice no juzgó oportuno darle aquella información a Jan, al menos de momento.

—Oh...—tal vez por haber desviado el pensamiento hacia otra cosa Jan fue recuperando el control del habla, aunque aún sollozaba a cada rato—pero no los has cogido de la biblioteca del instituto, ¿verdad?

Miró por encima de su hombro un instante para señalar con un movimiento de cabeza el edificio como caja de cerillas a escala gigante que quedaba a sus espaldas. No, estaba claro que en la biblioteca del instituto podía haber rarezas y libros que se caían a trozos, pero dudaba que hubiera un estante dedicado a... ¿cómo había dicho Alice? "invocación de entes".

—Ah,no,no...—Alice sofocó una pequeña risa y negó con la cabeza—Erik me los dejó en mi taquilla ayer por la noche.

—Oh.

No era que Jan tuviese nada contra Erik... no era que le cayera mal, sólo... sólo no acababa de acostumbrarse a aquel nuevo amigo que se había incorporado recientemente a la pandilla. Para empezar, conocer a Erik había sido algo extraño por sí solo; Jan no podía recordar exactamente quién se lo había presentado ni cómo llegó, sólo de pronto un día -una noche, mejor dicho, pues Erik sólo salía de noche debido a un problema de fotosensibilidad- ya estaba allí, como uno más, incluso dando directrices al resto del grupo. Erik era un líder nato y como tal se había mostrado desde el principio, eso no podía negarse, pero este rasgo evidente sólo parecía incomodar a Jan; el resto de miembros de la pandilla estaban encantados con la arrebatadora personalidad del paliducho.

Había otra cosa de Erik que a Jan le rechinaba, aunque era algo tan sutil que quizá él mismo no sabría ponerlo en palabras en caso de tener que explicarlo. Y es que resulta difícil explicar por qué turba una mirada o, más bien, describir el efecto que causa aquello que se esconde detrás de lo que unos ojos quieren mostrar. En el caso de Erik, lo que subducía bajo su mirada era algo compacto y mate desprovisto del mínimo destello, algo muy parecido a la ausencia de emoción o -más perturbador si cabe- a la ausencia de vida. Una especie de serenidad no natural que en ocasiones se tornaba en un sadismo tan simple y primario que daba escalofríos. A veces Jan pensaba que Erik sería, sencillamente, capaz de cualquier cosa cuando percibía ese giro en su mirada.  Pero nunca se había detenido a pensar sobre esto a fondo y, por otra parte, sabía de otras facetas de Erik como sus oscuros hábitos sexuales... así que era fácil caer en pensar que, en realidad, Erik era simplemente alguien "inquietante" y muy particular, un excéntrico de mirada anestesiada pero no por ello peligroso.

Jan prefirió no preguntarle a Alice acerca de por qué se llevaba esos libros a casa. Era evidente que no lo hacía para amenizar sus veladas con una estimulante lectura y nada más, pero si Erik y Alice estaban tramando algo a ese respecto Jan no sabía si quería enterarse. Ya tenía el estómago bastante revuelto por aquel día después de la humillación que había sufrido a manos de Mya en el salón de actos... oh, pero de eso no convenía volver a acordarse ¿verdad? tenía que enterrar ese recuerdo en su mente todo lo profundo que le fuera posible, tal vez así llegara a parecer algún día que aquello nunca pasó.

En pocos minutos llegaron al piso de Alice, donde éste se tomó el tiempo justo para dejar los libros y el vinilo a buen recaudo. Estaba precisamente acomodando con mimo su colección de discos en riguroso orden cuando el teléfono móvil milenario que llevaba vibró en el bolsillo de sus pantalones del ejército de salvación. Alice desplegó el movil y sonrió mirando la pantalla iluminada.

—Es Vaniett. Ah... vaya, parece que se ha enterado de lo que Mya te hizo hoy.

—Estupendo—masculló Jan entre dientes. No era que Vaniett fuera "radio patio" en el instituto pero siempre parecía tener ojos y oídos en todas partes. De todas maneras no era de extrañar que supiera lo que aconteció en el salón de actos; cosas así corrían habitualmente como un reguero de pólvora para desgracia de los perjudicados, y además... mierda, además a Jan le habían grabado.

—Se lo dijo a Erik—comentó Alice como quien no quiere la cosa, guardando el mensaje de Vaniett en la carpeta de "recibidos" y cerrando el teléfono—dice que vayamos al local, tiene un plan para que te vengues de esa zorra.

Jan frunció el ceño. Eso de que se trazaran planes a sus espaldas sobre algo que le afectaba directamente a él no le hizo mucha gracia.

—¿Un plan?

Alice asintió y agarró su mochila verde caqui cubierta de parches y remiendos varios, luego miró a su amigo y se encogió de hombros.

—Sí, un plan para ajustarle las cuentas a Mya. Eso es lo que ponía en el mensaje.


Lo que los chicos llamaban "el local" no era otra cosa que el sótano de una licorería artesanal en el callejón cuarenta y cuatro, uno de los más oscuros y apartados reductos de la ciudad. Las paredes exhibían desconchones enormes y había humedades por todas partes; tal vez una cuadrilla de ratas compartía en secreto el alquiler a juzgar por las huellas de mordisquitos en las patas de los escasos muebles y en los rodapiés, pero había alcohol a mano en la planta de arriba y el precio mensual era más que asequible. Nadie les molestaba allí.

Cuando Alice y Jan llegaron, Vaniett estaba esperándoles junto a la puerta metálica de la licorería con otro chico al que agarraba del brazo. Cabe mencionar que Vaniett era la "novia" actual de Erik... pero también la más zorra del instituto -y se había ganado esta fama a pulso, aunque no era que eso le importase a ella-, diagnosticada de incorregible ninfomanía por las malas lenguas. Aunque ésto último no sólo no incomodaba a Erik sino que, de algún modo inexplicable, parecía gustarle. En aquel momento Vaniett hacía gala de su fama abrazándose como una enredadera al brazo de aquel chico más alto que ella, pegando el voluptuoso cuerpo a su costado e incrustándole donde podía sus sinuosas curvas forradas de tela elástica.

Jan se paró a medio camino y contempló a los otros dos mientras Alice seguía andando para salvar la distancia que les separaba de ellos. Había reconocido al chico que Vaniett estrechaba entre sus brazos: no era otro que Evan Knox, el hermano mellizo de la mismísima Mya. ¿Qué demonios hacía Evan ahí?

Evan no tenía nada que ver con su hermana salvo por el innegable parecido que los dos se guardaban físicamente: ambos pelirojos, ambos pecosos y de nariz respingona, ambos con los mismos ojos almendrados de color verde esmeralda. Jan no conocía mucho a Evan porque éste salía con otra gente, pero coincidía con él en un par de clases y no necesitaba más para saber que era un chico majo y más bien callado, alguien que no buscaba problemas ni se metía con la gente.  Todo lo contrario que su hermana, a decir verdad.

En aquel momento, Jan se preguntó si Evan sabría lo que había hecho Mya aquella tarde e inmediatamente se respondió a sí mismo que sí; de otro modo ¿qué pintaba Evan ahí si no, con Vaniett? Claramente estaba allí en calidad de invitado y algo le decía a Jan que eso no sería por casualidad. Renegando por sentirse el centro indirecto de atención gracias a  tan vergonzantes razones -justo lo último que podría pretender-, echó a andar de nuevo hacia la puerta de la licorería.

—Hola!—Vaniett saludó con entusiasmo y estiró el cuello para darle un sonoro beso a Alice en cada una de sus mejillas sin separarse de Evan.

Jan vio cómo su amigo sonreía tímidamente e incluso enrojecía un poco mientras respondía al saludo. Joder, se notaba a la legua cómo le ponía Vaniett a Alice aunque éste no quisiera admitirlo; sin embargo, sorprendentemente, Vaniett nunca se había intentado tirar a Alice ni se había lanzado a su cuello como hiena hambrienta. Ese comportamiento atípico daba que pensar, más aún cuando además iba acompañado muchas veces de cierto azoramiento también por parte de la chica; Erik lo había advertido y, lejos de producirle celos, encontraba estimulante y divertido que Vaniett en el fondo pudiera querer algo con Alice. Porque esa timidez y esa actitud tan diferente hacia él, esa falta de insinuación libidinosa a bocajarro no podían venir por otro motivo, era evidente. Pero en cualquier caso, eso es otra historia.

Vaniett sonrió cálidamente a Jan e hizo un puchero que pinceló con un trazo final de ironía.

—Ya he visto lo que te ha hecho esa mala perra—murmuró, estirando el brazo para acariciarle la cara cuando Jan se acercó lo suficiente—mira, ¿sabes quién es éste?—se giró entonces hacia el hermano de Mya sin dejar de sonreir; probablemente Vaniett sabía que Evan y Jan se conocían de vista, pero no iba a desaprovechar la oportunidad de presentarles formalmente con la ceremonia que la ocasión merecía—Este es Evan, el hermano de Mya. Y, ¿sabes qué?—añadió sin querer contenerse—el pobre Evan no puede estar más hasta los cojones de su hermana. ¿O no estoy en lo cierto?

Evan asintió en respuesta a la mirada expectante de Vaniett, corroborando así lo que ésta acababa de decir. No podía estar más de acuerdo, llevaba bajo el yugo de su hermana exactamente dieciocho años así que, si había alguien realmente perjudicado por Mya entre los allí presentes, ese alguien sin duda era él.

—Evan, este es Alice—Vaniett siguió con las presentaciones y al decir el nombre del metalero satanista se le escapó una risita—no le comentes que tiene nombre de chica o se cabreará. Y este es Jan—añadió sin dar lugar a que Alice dijera lo que pensaba—el pobre diablo a quien tu hermana dejó en pelotas esta tarde en el salón de actos.

Oh, mierda. Jan miró hacia otro lado. Aquella grabación tenía que haberla visualizado ya medio mundo, no quería ni pensar en cuánta gente le habría visto correr desnudo por el salón de actos y esconderse detrás del piano de media cola cuando de golpe se encendió la luz.

Después de las presentaciones, una vez en el local y ya convenientemente repanchingados en las colchonetas que tapizaban el suelo polvoriento, Vaniett puso pormenorizadamente al día a los chicos de la misión que se disponían a abordar. Como ya le había dicho a Alice en el mensaje del móvil, Erik tenía un plan para hacerle pagar a Mya... y no se trataba de ninguna chiquillada.

Según explicó Vaniett, Erik se las había apañado hace ya tiempo -nadie sabía cómo-  para conseguir una potente droga semejante al cloroformo. Cualquier persona que inhalara esta droga, por ejemplo respirando en un pañuelo que estuviera empapado en ella, caería inconsciente y permanecería paralizada durante un periodo de tiempo variable no inferior a treinta minutos. Vaniett les dijo a los chicos que la droga en cuestión no era del tipo de las que anulaban la voluntad de la víctima, así que la persona afectada sabría exactamente lo que le estaba pasando al momento de ser capturada. Tampoco producía amnesia de ninguna clase, de forma que la víctima recordaría al despertar todo lo acontecido previamente hasta el momento de perder la conciencia.

Ni Jan ni Alice -ni probablemente Evan- habrían imaginado jamás que el plan de Erik pudiera comenzar por drogar a Mya hasta la parálisis total. Aquello daba vértigo, era llegar muy lejos, era como de película. Pero más aún se sorprendieron cuando Vaniett les informó del resto del plan.

Después de dormir a Mya, Erik se la cargaría al hombro para llevarla al matadero abandonado en los lindes de la ciudad. No es que esto fuese una tarea difícil para el pálido; nadie podía explicarse cómo pero lo cierto era que Erik tenía una fuerza tremenda a pesar de su apenas 1,60 de estatura y su constitución enjuta. Lo que a los chicos les caló de verdad fue imaginarse la escena de Erik moviéndose en la oscuridad cargando con Mya, porque aquello iba a ser un secuestro en toda regla. Por "venganza" Jan y Alice habían entendido que Vaniett hablaba de una novatada típica o cualquier otra putadilla más o menos pesada, pero no podían imaginarse que la cosa fuera a ir tan lejos.

Erik no quería hacer el "trabajo sucio" en el local por razones obvias, había dicho Vaniett. Así que para evitar vecinos indiscretos -y manchas indeseables en el sótano de la licorería, por ejemplo de orina, sangre y heces-  había decidido llevar a Mya a aquel matadero medio en ruinas, apartado en mitad de un descampado en tierra de nadie, donde además de respirarse un ambiente interesante por lo sórdido había también ganchos, cadenas y otros dispositivos a los que se podría dar buen uso. Al parecer Erik llevaba tiempo pensando en usar este lugar como emplazamiento recreativo; tal vez la circunstancia de Mya simplemente le daba razones para tomar una víctima que torturar, en caso de que Erik necesitase motivos para hacerlo.

En conclusión, Erik había citado a todo el grupo a media noche en dicho matadero, donde a tal hora Mya ya estaría esperando desnuda y convenientemente atada para recibir el escarmiento que merecía.

Jan no podía negar que la idea se le antojaba bastante descabellada y hasta desproporcionada respecto a los pecados cometidos por Mya, pero por otro lado tenía que admitir que sólo con pensar en atormentar a aquella zorra había sentido un latigazo de salvaje excitación.

-MYA-

Sabía que no era buena del todo, y muchas veces había intentado cambiar, había intentado mejorar pero ¡ay!, su cerebro reptiliano se lo impedía. Ella sólo necesitaba divertirse y experimentar, por el amor de dios, ¿qué daño hacía con eso? Vale, a veces hacía daño. Pero hacía daño no por culpa suya, oh no, ¡la gente era muy crédula en verdad! Como ese chico, Jan, o Hans, ya ni recordaba su nombre. ¿Cómo era posible que a sus dieciocho años el pobre chaval tuviera aún fantasías románticas en su cabeza? por favor, la vida no era una novela de Stephanie Meier, no era culpa de Mya si las personas no tenían la más mínima noción de realidad. Pensar así, vivir así, caminando entre nubes de algodón de azúcar con una fe ciega en los sentimientos era, a juicio de Mya, una debilidad. Y por alguna razón, a Mya le excitaba ver personas en situación de vulnerabilidad psíquica. Percibir que de hecho podía hacer daño le hacía desear en efecto hacer daño. Y esta era una pulsión difícil de controlar, probablemente digna de ser explorada en el diván de un psicoanalista aunque Mya no le prestaría jamás ese tipo de atención.

Para Mya nada de esto era grave. No era consciente de lo patológico de ese sadismo irracional que  despertaba dentro de ella en presencia de lo entendido como debilidad en el otro. Era un completo misterio por qué  Mya funcionaba así; muchos seres humanos sienten el impulso de ayudar a sus semejantes cuando les ven en una situación de inferioridad por la razón que sea, pero a Mya le sucedía justo lo contrario: sentía que necesitaba aplastar, hundir, destruir al débil.

Hacía daño, sí, pero ¿y qué? El mundo no estaba hecho para blandengues después de todo y estos chavales del insti eran una panda de maricones. Más les valdría espabilar cuanto antes por su propio bien, saber de qué estaba hecha la vida realmente... ella en eso podía ayudarles.

Enamorada de sí misma, se estaba probando ropa frente al espejo de su habitación, o más bien se la estaba quitando al tiempo que se contoneaba. El reloj despertador sobre la cómoda marcaba las diez y media de la noche; desde el salón se podía oir el murmullo apagado de la televisión dando una película de Stalone, lo que indicaba que al parecer Mya no estaba sola en casa.

La pequeña puta suspiró y le lanzó un beso rosa fucsia al espejo tras pintarse los labios. Sabía bien que ella no era precisamente un modelo cívico, pero qué bien le sentaba ese color. No era un modelo cívico no sólo por su falta de escrúpulo habitual, sino también por una serie de secretitos y vicios ocultos que tenía bien guardados y que nadie, salvo las personas implicadas, se podría nunca llegar a imaginar. No obstante,  el espía pálido que se pegaba a la pared exterior de la casa estaba a punto de descubrir uno de aquellos vicios que Mya nunca confesaría.

La chica, vestida sólo con unas braguitas de algodón y una camiseta ajustada de tirantes que marcaba sus pezones y dejaba poco a la imaginación de quien mirase, salió de su habitación y atravesó en silencio el pasillo en penumbra hacia la sala de estar.

—¿Papi?—llamó con un gemido lastimero, completamente teatral. Ya empezaba a picarle el coño, abierto y mojado, reclamando la buena polla que a buen seguro lo destrozaría.

-ERIK-

Nada más ocultarse el sol, Erik había salido de su refugio para llevar a cabo todos los preparativos que había convenido con Vaniett. Su nena loca -como él la llamaba- era una delicia, siempre decía que sí a las más bizarras propuestas, Erik sentía que en ese sentido siempre podría contar con ella.

Vaniett y él habían llevado al matadero varias cosas: el trípode, la cámara, y por supuesto diversos juguetes que en conjunto constituían un pequeño muestrario de su colección privada: látigos, plugs con diversos adornos, consoladores de tamaños astronómicos, esposas, grilletes, y una serie de enseres que un neófito en el juego del castigo corporal y la humillación tardaría en reconocer. Se habían tomado la molestia de hacer varios viajes de casa de Erik al matadero, pero el resultado final mereció la pena.

Erik llevaba mucho tiempo deseando preparar (y hacer)algo como aquello que se proponían realizar aquella noche, aunque no le había dicho nunca nada a los chicos. A Vaniett tampoco le había manifestado su entusiasmo más allá de los gruñidos habituales, pero Erik sabía que con ella no hacía falta sincerarse en ese sentido: Vaniett conocía sus gustos, su sadismo sexual, no sólo lo conocía sino que lo disfrutaba. Era la compañía ideal para ultimar los preparativos de un escenario de tortura... y quién sabía si incluso para probar algunas cosas.

No habían tenido mucho tiempo para probar nada, lamentablemente. Erik sólo pudo disfrutar unos minutos en el matadero, orgulloso por el despliegue de material y el ambiente conseguido, antes de salir pitando a por Mya comprendiendo que el tiempo se le echaba encima.

En aquel momento se hallaba en su punto de destino: en casa de los Knox, por cuya pared acababa de trepar hasta la ventana del primer piso, con el frasquito de droga y el pañuelo en el bolsillo de los vaqueros. Ya había identificado la ventana de la habitación de Mya o eso creía, y allí se dirigía cuando precisamente la vio a ella bajar por la escalera en ropa interior. Sólo la vio de pasada, pero algo en sus andares de colegiala en apuros le hizo detenerse y, en lugar de seguir trepando y esperar en la ventana a la que en un principio se dirigía, se movió hacia su derecha en la pared para alcanzar la ventana iluminada más cercana: la que daba a la sala de estar.

Erik tenía un oído fino, fuera de lo común en realidad, por eso supo desde el principio que en la sala de estar había alguien. Su olfato tampoco se quedaba atrás, e inmediatamente le dio información de que la persona que estaba allí frente al televisor, la persona a cuyo encuentro iba Mya en aquel momento, era un hombre. Un hombre cuya piel y vello corporal echaban un pestazo a Spalding que tumbaría a un gladiador, maldijo en silencio. Seguramente se trataba del señor Knox, el padre de Mya y Evan. Vaya por dios, ahora todo iba a retrasarse por culpa de una charla entre padre e hija...

Erik ya estaba rumiando internamente la inoportunidad de la situación cuando de pronto olió algo más a través de la ventana. Arrugó la nariz y cerró los ojos para concentrarse al tiempo que tomaba una profunda bocanada de aire orientándose hacia la salita; no podía ser que hubiera olido aquello, no tenía ningún sentido aquella familiar fragancia almizclada en aquel contexto. No, no tenía sentido de ninguna manera aquel olor a fluidos corporales, a excitación y a sexo allí, pero Erik se resistía a pensar que sus sentidos de criatura de la noche le engañaban -nunca le habían jugado una mala pasada, jamás en setenta años-, así que se agarró al marco de la ventana y se inclinó discretamente para mirar dentro del cuarto con cuidado, a fin de comprobar lo que ocurría allí realmente.

Lo que Erik vio en la salita de estar le dejó de piedra; la escena le hizo trastabillar aunque por fortuna no se cayó del alfeizar de la ventana, a pesar de su precaria posición, porque estaba bien agarrado al marco y con el cuerpo pegado a la pared. Cuando había ido a buscar a Mya, Erik ya había pensado en un sinfín de posibilidades sobre qué podría estar haciendo ésta en su casa; era lógico que se preocupase por eso teniendo en cuenta que iba a secuestrarla, pero de cualquier forma lo que nunca, jamás hubiera podido imaginar y desde luego no había barajado como opción era encontrarse a Mya en la situación que ahora se desarrollaba ante sus ojos. Sentado en un sillón de orejas frente al televisor estaba el señor Knox, con los pantalones y la ropa interior por las rodillas, sujetando a su hija Mya por la cadera mientras ésta bailaba con el culo al aire encima de él.

Erik esbozó una sonrisa torva cuando se recompuso del shock. No había lugar a duda de que lo que estaba viendo era una primicia: la prueba definitiva de lo que aquella zorra era capaz de hacer, así que sin perder un segundo sacó el teléfono móvil del bolsillo y tecleó rapidamente en busca de la función "grabar", para después orientar el aparato hacia la salita de estar al otro lado de la ventana abierta.

No podía ver la cara de uno ni de otro; Mya le daba la espalda y el rostro del señor Knox estaba enterrado entre las generosas tetas de su hija, a buen seguro contraído por el placer contra aquellos pezones duros. Lo que sí veía claramente Erik desde donde estaba era el culo blanco de Mya dando botes sobre los muslos del señor Knox, y cómo aquellas nalgas gloriosas eran agarradas, pellizcadas y suavemente palmeadas por la mano grande de éste de vez en cuando. Los rebotes se volvían cada vez más rápidos, casi paroxísticos; Erik también podía oír los gemidos de padre e hija en estéreo e incluso alguna frase suelta como "más duro, papi", "más adentro, joder", "rómpeme el coño, gilipollas"... todo esto bastó para ponérsela dura como piedra en los pantalones. Desgraciadamente, con ambas manos ocupadas -la derecha sujetando el móvil para grabarlo todo y la izquierda agarrada al marco de la ventana- era imposible para Erik tocarse en aquel momento, y qué barbaridad, cómo deseaba hacerlo. Rió nervioso para sí al visualizarse a sí mismo frotándose contra la pared como un oso salvaje, ¿realmente podría terminar así? Dio un resoplido y contrajo los labios sin poder apartar los ojos de la escena en la salita; no, no podía tocarse ahora pero dios sabe que después se cobraría, se cobraría con creces.

—¡Préñame, cerdo!—gritó en ese momento Mya, tirando de los rizados cabellos del señor Knox y cabalgándole la polla con tal fogosidad que empezaba a perder coordinación—¿esto es lo más duro que sabes meterla?

Erik se mordió los labios al ver cómo dos de los largos dedos del señor Knox desaparecían entre las nalgas de su hija clavándose en ella hasta los nudillos. Inmediatamente la espalda de Mya se arqueó y segundos después la zorrita alcanzaba con júbilo un orgasmo colosal sobre las rodillas de su padre, follada por coño y culo. Fue tan intenso y lo disfrutó tanto que lloriqueó, tembló y terminó gritando en éxtasis al tiempo que su padre la llenaba hasta el útero de semen caliente. Erik por su parte se mantuvo estoico sin tocarse, apretando los dientes sin variar un milímetro su posición, esperando a que las violentas contracciones como espasmos por fin se aquietaran en el cuerpo de Mya.

Pero oh, la cosa no terminó ahí.

—Papi, eres un cerdo—reía aquella diablesa ninfómana al tiempo que se echaba de espaldas sobre el sofá y abría las piernas todo lo que podía. Cuando se movió para cambiar de postura, una riada densa y blanca cayó por entre sus muslos—Vamos, limpiame.

Erik escuchó cómo el señor Knox jadeaba y luego le vio moverse sobre el sofá, arrástrandose sin resuello, para al momento inclinarse y comenzar a lamer como perro su propia corrida que chorreaba del coño de su hija. También grabaría esto, desde luego. En aquel momento, mientras observaba cómo obedecía a Mya el señor Knox, Erik se pregunto si Evan estaría al corriente de que su hermana se tiraba a su padre. Quién podía saberlo, en la mente de Erik cabía tanto que el pobre Evan no supiera nada como que estuviera metido en el ajo e incluso participando de aquellas cosas. Bueno, en el caso de que Evan no lo supiera y no le creyera, simplemente le mostraría aquella soberbia grabación.

La zorra seguía aún caliente, pues ante el pasmo de Erik consiguió un segundo orgasmo

que la hizo retorcerse de placer sobre el sofá,

gracias a los lengüetazos de su padre . Qué fuerte, qué coño tan insaciable y qué culo tan tragón... Erik se obligó a mirar para otro lado mientras Mya se corría por segunda vez, ya que la tensión en sus pantalones se había hecho insoportable y seguir contemplando aquello no iba a ayudar a disminuirla.

Mya terminó por fin de babear y gemir y, tras unos segundos de latencia, se levantó bruscamente casi quitándose de encima a su padre de una patada. Erik la observó alerta, contando con que ella ahora subiría a su habitación.Pero el espía se equivocó en su planteamiento.

Contra todo lo esperado, Mya dio media vuelta  y abrió la puerta de cristales que daba al jardín delantero de la casa junto al porche. Erik tuvo que ocultarse tras los arbustos y las hiedras que trepaban por la pared para no ser visto tras este último giro de acontecimientos. Desde aquel puesto seguro entre ramaje, ahora algo apartado del alfeizar de la ventana aunque no creía que el sr. Knox se fuera a levantar -pero por si acaso-, observó cómo Mya se tendía en la hierba y aspiraba profundamente una bocanada de aire con aroma a principios de verano. La muchacha no se mantuvo mucho tiempo quieta ahí recostada sino que, para pasmo de Erik, al momento comenzó a jugar otra vez con sus hambrientos agujeros. ¿Es que el ansia de polla que tenía Mya iba a durar eternamente? ¿es que no había tenido ya bastante?

Erik continuó observandola. Ya había guardado el móvil pensando que todo había terminado y se lamentó por ello, pero renunció a sacarlo otra vez para seguir grabando. No había que olvidar el motivo por el que él estaba allí aquella noche, y no sabía qué hora era ni cuán tarde se le había hecho para llegar a su cita, pero en cualquier caso no había tiempo que perder.

Resolvió aprovechar el momento de indefensión de Mya mientras esta se masturbaba, abierta y expuesta sobre la hierba y totalmente inconsciente de que estaba siendo observada. Fue a desplazarse hacia su presa, agazapado entre los arbustos, cuando se dió cuenta de que la maldita erección que tenía le dificultaría el movimiento. De hecho, estaba tan excitado que sus encías se habían retraído y llevaba los colmillos medio fuera igual que cuando alcanzaba el familiar estado febril antes de alimentarse; insalivaba como loco e incluso jadeaba por mero reflejo residual, como si bajo ese tipo de "estrés" su cuerpo no pudiera evitar retroceder a cuando él había sido humano setenta años atrás.

Se mordió el labio mirando a Mya y luego echó un vistazo a su propia entrepierna. Dejó escapar una risita, era irónico, le parecía que nunca había tenido la polla tan dura ni marcado semejante tienda de campaña reventando los pantalones. Esto sucedía así porque Erik raramente se ponía trabas a sí mismo en temas sexuales: cuando estaba excitado, se tocaba y punto; cuando quería follar, se la metía a Vaniett que era poco menos que el coño fijo del momento y no había espera ni latencia alguna para él en estos menesteres. Para Erik, satisfacer ese tipo de necesidad era normalmente tan sencillo como alargar la mano y coger un bollo del escaparate de una dulcería. No estaba acostumbrado a contenerse, por eso ahora quizá todo era tan... peliagudo y molesto hasta para dar un paso. No había contado con que eso pasaría, ni tampoco con que algo así podría mermar sus capacidades como cazador.

Se agachó, pensando que ganaría más como cuadrúpedo en ese momento, pensando que si se apuntalaba sobre rodillas y manos el salto hacia su presa sería más potente. A poco menos de metro y medio de distancia, Mya seguía recostada sobre la hierba, dándole al dedo y encogiendo las piernas hacia los pechos desnudos en espasmos de placer. Erik sintió que no podía dilatar más el tiempo de espera; con una mano se tapaba la nariz para impedir que el olor a efluvios sexuales le volviera aún más animal, con la otra tanteaba en su bolsillo para sacar el frasquito de líquido transparente y el pañuelo con el que presionaría la cara de Mya. Sin apartar los ojos de su presa y con cuidado de no inhalar la esencia nociva del frasquito, quitó el tapón y vertió unas gotitas de líquido hasta que juzgó que el pañuelo contenía bastante cantidad como para dormir a un búfalo. Después volvió a enroscar el tapón, guardó el bote de nuevo en su bolsillo, y con el pañuelo en la mano se preparó para saltar.

Rara vez erraba en un movimiento así. Mya apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando aquella centella se le echó encima en la oscuridad.

Lo primero que Erik hizo fue girarle la cara hacia al suelo: quería asegurarse de que Mya no le viera. Había acordado con los chicos que durante la tortura llevarían máscaras y otros elementos para no ser reconocidos, pero en aquel momento él iba a rostro descubierto sin nada que le protegiera.

El cuerpo de Mya absorbió el impacto y giró obediente bajo su peso sin oponer demasiada resistencia, a pesar de que ésta manoteaba e incluso trató de gritar. Pero Erik fue más rápido, y justo cuando ella abrió la boca le colocó el pañuelo empapado bajo la nariz.

Tuvo que esperar unos segundos motado a horcajadas sobre el cuerpo de Mya, presionando la nuca de ésta contra el suelo y el pañuelo contra su cara, pero finalmente la chica dejó de luchar y toda energía pareció abandonarla. Perfecto. Sólo entonces se permitió Erik lanzar una rápida mirada a la ventana abierta de la salita de estar, comprobando que no había signos de actividad al otro lado. Tal vez el sr. Knox estaba aún boqueando en el sofá, reponiéndose, o incluso habría ido a darse una ducha que aunque efectiva no lavaría su negro pecado ni  en un millón de años.

Una vez se aseguró de que no se oía el más leve sonido y de que no había sido visto, Erik se preparó para levantar a Mya a pulso y cargársela al hombro. Pero de pronto cambió de idea.

No era de piedra, y tan cerca como estaba de Mya ahora le resultaba imposible no marearse con su olor a hembra en celo. La había pillado en plena masturbación y ahora sus fosas nasales se expandían y aleteaban, e incluso como vieja muletilla volvía a respirar, rápido, casi un jadeo anhelante.

Observó el cuerpo desnudo de Mya, inerte sobre la hierba, y antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo se vio a sí mismo arrastrándolo bajo las tupidas ramas de una seucoya que había junto a la casa. Se daba cuenta de que iba a llegar jodidamente tarde a su cita pero bueno, si ya iba retrasado qué más daban unos cuantos minutos más.

Al abrigo de la seucoya, en la casi total oscuridad bajo las tupidas ramas -oscuridad en la que Erik veía y se orientaba perfectamente- volteó a Mya posicionándola sobre una roca para levantarla el trasero. No había logrado aún quitarse de la cabeza como ese culito era penetrado por dedos sin cuidado hacía tan sólo unos minutos en el salón de aquella casa...

Su polla goteaba pre cuando se la sacó. Mucho tiempo constreñida en los pantalones, mucho tiempo dura ahí dentro, congestionada y palpitando. Se acucliyó sin más tras la indefensa Mya que ahora reposaba sobre la roca como muerta dándole la espalda, y con ambas manos separó sus nalgas a tensión, de un tirón seco, para exponer bien el agujero de su ano.

—Hgn!—no pudo evitar un gruñido seco cuando se la metió de golpe, sin tomarse la molestia de ser aceptado ahí dentro poco a poco, violando el estrecho túnel hasta que encontró tope.

Escuchó un sonido de piel desgarrándose y al momento sintió la huella de un líquido caliente mojándole a medida que penetraba a Mya, lo que le excitó furiosamente. Volvió a gruñir afianzando su posición y empezó a golpear las nalgas de Mya con las caderas ya sin freno, chapoteando en la sangre del desgarro y agarrando a su presa con tal fuerza que sus dedos dejarían marcas en la blanca piel. No es que se diera prisa pero tampoco se sentía capaz de prolongar la follada mucho tiempo más...

Segundos después empezó a correrse sin controlar la ferocidad de sus embestidas, sujetando a Mya contra el suelo y agarrándola por el pelo con la otra mano, presionando el cuerpo femenino bajo el suyo contra la roca y dejándolo magullado, luchando por no clavarle los dientes a la zorrita allí donde pulsaba su cuello. Ya era bastante con sodomizarla, pensó con inusitada lucidez; si además de eso agarraba a morderla no sólo retrasaría todo aún más sino que podría provocar un desastre irreversible porque, lamentablemente, no estaba seguro de poder parar si probaba su sangre. Y se trataba de torturar a Mya, de humillarla y de hacerla sufrir, no de matarla.

Sabía que se arriesgaba al tomarla de aquel modo allí, en el jardín de su casa, pero no pensó en esto o si lo hizo disfrutó aún más su orgasmo siendo consciente de ello.

Cuando por fin terminó de correrse a gusto en el culo de Mya espero unos segundos antes de salir de ella. Era curioso una vez más sentir cómo por reflejo trataba de controlar su respiración aunque tomar aire ya no le hacía falta.

Estaba ya incorporado, inclinado sobre Mya para lamer el desgarro en su ano a fin de cicatrizarlo con el poder enzimático acelerado de su saliva -no era conveniente dejar pistas ni marcas de sangre cuando se la llevase de allí- cuando un nuevo olor le golpeo en la cara como un puñetazo. Un olor denso a cuajarones animales que procedía de la abertura más abajo, caliente; una esencia a hembra que le volvió loco en cuanto la percibió y comprendió lo que era: a la cerda le estaba viniendo la regla. Mya estaba comenzando a menstruar en sus narices, literalmente en su cara. Incapaz de resistirse, sacó la lengua y sin dejar de sujetar las caderas de Mya se aventuró a probar el reguero de sangre más oscura que chorreaba en densos riachuelos por la cara interna de sus muslos. Sintió como la menstruación de Mya le manchó la cara, embriagándole, envolviéndole en aquel olor que desataría los más bajos instintos de cualquier macho dispuesto a reproducirse.

Había oído que las hembras en muchas especies se encontraban más excitadas justo antes de que les viniera la regla... tal vez eso podría explicar por qué Mya estaba tan insaciable y cachonda como burra aquella noche, con ese punto de desbordamiento en su ya recalcitrante ninfomanía.

Paró en seco de lamer el río de sangre menstrual dándose cuenta de que el sabor le gustaba demasiado. Extremando cuidado para no volver a sucumbir a la tentación, introdujo un dedo en el coño de Mya como intentando taponarla y de esa forma la izó, ayudándose con la otra mano, para cargarsela al hombro. No le costó demasiado levantarse con ella a cuestas sin dejar de incrustarle el dedo, y además pudo recargarse contra el tronco de la secuoya para volver a colocarse los pantalones en su sitio con la otra mano.

Una vez se sintió de nuevo dueño de sí mismo, el vampiro sujetó a la presa contra su cuerpo y echó a correr lo más rápido que pudo, prácticamente sin que sus pies tocaran el suelo, rumbo al matadero abandonado.

(próximas continuaciones en web: http://blacktalesdark.weebly.com/la-puerta-al-infierno.html

Gracias por leer).