Averiado

Lo inexplicable, lleva a veces a creer haber vivido un sueño misterioso.

Averiado

1 – La llamada

Estaba ya cómodamente echado con mi pijama en el sofá viendo algo de la tele, cuando se cortó el suministro eléctrico y me quedé con un bocado de hamburguesa en la boca y la película a medias. Me asomé al balcón para comprobar que no era una avería de mi piso y vi toda la avenida apagada hasta donde se perdía la vista. Pensé que iba a tener que comer a oscuras, porque la linterna estaba en el coche y no tenía ninguna vela (al menos localizable).

Seguí asomado a la ventana una media hora y, en realidad, sólo me preocupaba el congelador. Vi pasar a una pareja que aprovechaba el apagón para magrearse en plena calle. Y yo estaba solo. Miré a la mesa y vi parpadear la luz del móvil. Quizá, un mensaje de alguien

La noche estaba demasiado fría para salir a dar un paseo y no eran apenas las ocho; demasiado temprano para acostarme.

Empecé a desesperarme; ni siquiera podía entrar al baño. Busqué en los cajones desesperadamente y ¡Oh, fortuna!, encontré una vela vieja. La coloqué en un vaso pequeño y la puse en la mesita. Terminé de comerme la hamburguesa (ya fría) y seguí mirando a la tele apagada como si siguiera viendo la película o los anuncios.

Me eché hacia atrás y puse los pies en la mesa. Si no había electricidad en poco tiempo, tampoco habría calefacción. Me veía acostado temprano y madrugando, pero sonó el móvil cuando menos lo esperaba ¡Alguien se acordaba de mí!

Cogí el teléfono intrigado, pero más me intrigué cuando vi que me llamaban mis padres.

  • ¿Rico? – oí -, soy mamá.

  • Hola, mamá – contesté - ¿Cómo estáis?

  • Verás… - estaba nerviosa -, parece que papá tiene una de sus crisis, pero ya le dura mucho

  • ¿Quieres que vaya?

  • Me gustaría, Rico – me dijo asustada -, he llamado a urgencias, pero ya sabes que ellos ya piensan que estas crisis no son peligrosas y tardan en venir.

  • Mamá – le dije -, yo voy a tardar también bastante; ya lo sabes. Además no hay luz en el barrio. Tengo que hacerlo todo a oscuras. Pero no te preocupes, me iré para allá y me quedaré contigo toda la noche. Tranquilízate; ya sabes que eso le pasa de vez en cuando

  • ¡Ay, no sé, hijo! – sollozó -, esta vez me parece que le dura mucho.

  • Insiste. Vuelve a llamar a urgencias mientras voy – le dije -, es posible que vayan antes. Ya sabes que yo voy a tardar. Pero no vas a estar sola.

2 – El camino

Alumbrándome con el trozo de vela que me quedaba, me fui al dormitorio, me vestí y me abrigué mucho. Cogí todo lo que me hacía falta. La linterna estaba en el coche. Bajé las escaleras casi a ciegas hasta llegar al sótano, pero la puerta no se abría sin electricidad, así que usé el sistema manual, arranqué el coche con dificultad y salí rápidamente. La ciudad estaba a oscuras, pero seguía sin luz cuando salí a la autovía. Conocía el camino de memoria hasta su casa en el campo, pero tuve que ir despacio.

En la parte de la autovía donde había más cuestas y curvas, poco antes de llegar, noté que el coche no me respondía. Comprobé que no llevaba el aire del starter abierto. No, el coche no estaba ahogado, tenía gasolina suficiente y no había tenido ninguna avería en mucho tiempo. Subiendo una cuesta, comenzó el coche a perder velocidad. No sabía qué estaba pasando. Tal vez el frío

Noté que se paraba y aproveché esa inercia para estacionar en el andén. Mi primera intención fue la de llamar a mi madre y decirle que tenía una avería, pero lo pensé mejor. Quizá era más importante llamar al taller y que viniesen a recogerme. Me bajé del coche y miré el motor. Me era imposible encontrar algo que no estuviera bien y el frío estaba helando mis manos y mi cara. Miré alrededor y estaba todo oscuro. No podía hacer otra cosa que sentarme en el coche, esperar un poco y ver si arrancaba. ¡Sólo me quedaban unos diez kilómetros! El frío iba calando en mis huesos hasta que pensé en bajarme del coche y ponerme a correr. No pasaba nadie. Dejé las luces encendidas para que se me viese en la oscuridad, pero pensaba que tenía que moverme si no quería quedarme helado, pero diez kilómetros corriendo cuesta arriba era demasiado.

De pronto, confundido entre las luces del coche, me pareció ver aparecer a un chico bien abrigado y con capucha. Lo miré con atención y se acercaba al coche ¡Estaba a salvo! Iba a morirme de frío allí. El chaval se acercó y me bajé del coche tiritando.

  • ¡Hola! – me saludó - ¿Tienes avería?

  • Sí – contesté sin fuerzas -; no estoy muy puesto en motores.

  • Déjame verlo – vi sus ojos inexpresivos -, quizá yo pueda averiguar lo que le pasa.

Abrí el capó y estuvo mirando a un lado y a otro, pero me di cuenta de que no tocaba nada; sólo miraba.

  • ¡No! – me dijo -, no veo nada raro. Si te quedas aquí amanecerás helado. Es mejor que te vengas conmigo.

  • ¡No! – le dije enseguida -, llamaré al taller y vendrán.

  • ¡Ah! – exclamó desinteresado -.

El teléfono del taller no conectaba. Estaba en alguna zona donde no tenía cobertura. Insistí varias veces y, mientras tanto, el chico de la capucha caminaba hacia arriba y hacia abajo delante de las luces.

  • ¡Oye! – lo llamé -, me temo que no puedo conectar ¿Qué hago?

  • Ya te lo he dicho – contestó -, si no quieres amanecer congelado, vente conmigo.

Dejé el coche bien cerrado y cogí la linterna.

  • ¡No hace falta! – me dijo -; conozco el camino de memoria. Sígueme.

Me tendió la mano y me pegó a él. Olía a pan recién hecho. Anduvimos hacia arriba bastantes metros y entró por una vereda que bajaba entre arbustos. Quise separarme de él, pero me enganchaba en las zarzas. Tiró de mi mano y me pegó a su cuerpo sin decir nada. Su olor me embriagaba. Caminamos a oscuras unos cien metros hasta llegar a una casa. Se acercó a la puerta, sacó un manojo de llaves antiguas y abrió.

3 - La guarida

No había luz artificial, pero la chimenea hacía un ambiente muy cálido y daba una tenue luz muy agradable.

Se quitó la capucha y me miró sonriente. Era un chico de mi edad, supongo, de pelo rubio, rizado y corto. Su rostro era muy masculino y bello; bello como pocos de los que había visto.

  • ¡Vamos! – dijo -, quitémonos los abrigos y acerquémonos al fuego.

Me quedé un poco impresionado. Su cuerpo, a pesar de estar vestido, era masculino, atrayente. Me quité el abrigo y me acerqué a él junto a la chimenea.

  • ¿A dónde ibas? – le pregunté - ¿Oíste que mi coche se paró?

  • ¡No! – contestó -, salgo cuando me siento demasiado solo.

  • ¿Cómo? – exclamé - ¿Sales ahí afuera con este frío para no estar solo?

  • ¡Más o menos! – rió -. A veces, voy un poco más abajo; hay otra casa de unos amigos. Iba dando un paseo para estar con ellos.

  • ¿Y vives aquí solo?

  • Sí – dijo -, no me importa. Mientras uno es joven y tiene fuerzas ¿qué más da?

Me miró sonriente y de arriba a abajo.

  • Siento mucho lo de tu avería – dijo -, mañana buscaré a alguien que lo arregle.

  • ¿Mañana? – me asusté -; voy a casa de mis padres. Mi padre no se encuentra bien.

  • Puedes intentar llamarlos para que no se preocupen – dijo -, pero no creo que puedas conectar.

Entramos en calor y me dijo que me quitase un poco más de ropa para no sentir frío cuando saliera. Se levantó y se quitó un chaleco grueso de lana quedándose en camisa.

Yo sentía el calor del fuego, así que me quité mi chaleco y me quedé como él. Levantó el brazo y me tendió la mano.

  • ¡Ven! – dijo -, voy a enseñarte mi pequeña casa. No es grande, pero creo que te gustará.

Nos levantamos y entramos en una habitación bastante grande y templada. En el centro había una cama de matrimonio.

  • No es un hotel, chaval – me dijo riendo -, pero evitará que mueras de frío ahí afuera.

Pensé en ese momento miles de cosas, pero entre ellas, pensé que me iba a tener que acostar con aquel chico.

  • Oye, me llamo Rico -; no me has dicho tu nombre

  • ¿Para qué quieres saberlo? – me sonrió -; soy Berto, de Filiberto. Un nombre muy bonito (dijo con desprecio).

  • No es feo – le dije -; me gusta.

  • ¿Mi nombre o yo?

Me quedé mudo por la pregunta. Berto se había dado cuenta de algo. No sé cómo, pero esa pregunta no se le hace a cualquiera. No estaba en mi casa, era de noche y el camino era complicado, pero me arriesgué.

  • Puede que los dos ¿Quién sabe?

Se volvió hacia mí, se acercó despacio e insinuante y comenzó a abrir los botones de mi camisa. Si me retiraba, podía encontrarme con una disputa o en pleno campo, si lo dejaba, le estaba permitiendo algo más.

Me empujó hacia la cama suavemente y con una sonrisa preciosa mientras desabrochaba todos los botones. Me dijo que me sentara en la cama y tiró de la camisa. Luego, me sacó la camiseta.

  • ¿Notas frío, Rico?

  • ¡No, no! – contesté asustado -; se está bien. Gracias.

  • Ahora voy a quitarte los pantalones – dijo -; espero que no te moleste.

  • ¡No!

Se quitó primero su camisa y luego la camiseta y, acercándose a mí, se puso de rodillas y comenzó a abrirme el cinturón. Luego me abrió los pantalones y comenzó a tirar de ellos. Me levanté un poco para que bajaran. Me quitó las zapatillas y destapó la cama.

  • Puedes acostarte. Esta cama es muy cómoda – dijo -. Mientras voy a por agua fresca para beber. Ponte cómodo.

Salió de allí y volvió con dos vasos de agua. Puso uno en mi mesa y otro en la suya y comenzó a quitarse ropa hasta quedarse en calzoncillos ¡Joder! Sus piernas eran musculosas y me pareció intuir un bulto bastante grande debajo de sus calzoncillos.

  • ¿Acostumbras a dormir con algo de ropa o totalmente desnudo? – preguntó sonriéndome -; es que yo siempre duermo desnudo ¡Como duermo solo!

La luz que quedaba era la que entraba por la puerta de la chimenea y le vi en penumbras quitarse los calzoncillos y dejarlos sobre una silla. Lo miré sonriente. En realidad me caía bien. Era fuerte y masculino, pero sin duda era amable, sencillo, bueno como el pan

Me quité los calzoncillos bajo las sábanas y me miró sonriendo. Me di media vuelta y le di las buenas noches, pero se acercó a mi cuerpo y me abrazó con delicadeza. Comenzó a acariciarme despacio hasta que bajó su mano y encontró mi polla dura y erecta. Me volví hacia él y nos miramos un instante. Sus ojos brillaban en la oscuridad y yo mismo eché mis brazos sobre él. Me abrazó y me apretó contra su cuerpo. Respiré profundamente y comenzó a besarme.

  • ¡Berto, Berto! – le dije - ¿Te parece bien hacer esto?

  • Me parecería mal no hacerlo – dijo -.

Follamos casi toda la noche y de casi de todas las maneras imaginables. Era tan delicado conmigo, tan delicioso, tan cuidadoso, que lo dejé hacer las cosas a su estilo. Jamás había encontrado a alguien así. Finalmente, me quedé dormido abrazado a él.

4 – El camino sigue

Desperté helado. En la cama no había nadie. Me levanté con rapidez y me puse la ropa para ir hasta la chimenea, pero cuando llegué, la encontré apagada. Me volví asustado y encontré la puerta abierta. Salí gritando ¡Berto, Berto! Pero nadie aparecía. Cogí mis cosas y subí la vereda rodeada de zarzas hasta la autovía. Un poco más abajo, estaba mi coche. Aceleré el paso y entré en él. Me estaba helando. Intenté arrancar y el motor se puso en marcha inmediatamente.

Pasaron dos hombres hacia arriba y me bajé a preguntarles.

  • ¡Oigan, oigan! – les grité -. Por favor, ¿saben ustedes dónde está Berto, el muchacho de la casa de ahí abajo?

Los dos me miraron extrañados y hablaron alguna cosa entre ellos. Por fin, uno de ellos habló:

  • Mire, señor – dijo -, debe haberse equivocado de lugar. Ahí abajo no hay casa ninguna y no conocemos a nadie llamado Berto.

  • ¡Debe ser un error! – les dije - ¡Miren! Anoche se estropeó mi coche y vino él andando y me llevó a su casa. Si no es por él ¡me habría congelado!

Se miraron uno al otro disimulando su espanto, se volvieron y siguieron el camino.

Me volví al coche para seguir, pero pensando en buscarlo a la vuelta. Llegué a casa de mis padres al amanecer esperando lo peor. No había nadie; ningún coche aparcado en la puerta. Llamé desesperada e insistentemente y, al rato, abrió mi madre un poco la puerta y con aspecto de acabarse de despertar.

  • ¡Hijo! – exclamó - ¿Qué haces tú aquí tan temprano?

  • ¿Temprano? – dije extrañado - ¡Se supone que tuve que venir anoche!

  • ¿Anoche? – me hizo pasar - ¡Anda y siéntate que te prepare un buen desayuno! Si vienes anoche nos das un buen susto. Nos acostamos muy pronto. Menos mal que tengo pan de ayer que está riquísimo. Nos lo trajo el panadero a última hora de la tarde.

  • ¿A última hora? – reí - ¿Qué panadero es ese que reparte por la noche?

  • ¡Berto!