Averia en un ascensor

Lo que puede pasar dentro de un ascensor averiado.

Avería en el ascensor.

Y allí tenía a mi antigua novia, a mi primera novia, a mi primer amor de adolescente, de juventud.

Los dos tumbados en el suelo del ascensor como cuando éramos novios. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

La charla que no cesa. Que no puede cesar. Frío. Calor. Calor que da un cuerpo al abrazar a otro. Y la piel que se roza. Y que recuerda viejas sensaciones. El vello que se eriza con el mínimo contacto. Y el sexo que despierta recordando aquellas viejas emociones, aquellas viejas pasiones.

-. ¿Pero ahora te pones a pensar en esto? ¿Te parece bonito? ¿De verdad quieres sexo? -preguntó con esa sonrisa picarona.

¿Teatro? ¿Disimulo? ¿Hipocresía social?

¡Qué tontería! Si ella estaba tanto o más excitada que yo. Bastaba con mirarla. Era suficiente sentir su aliento en mi cuello. Arrebujada junto a mi cuerpo. Moviéndose con lentitud, lujuriosa, lasciva, haciendo rozar su piel con la mía.

Aun recordaba cuando se ponía así de excitada. Perfectamente. ¡Cómo para olvidarla! Cualquiera se resiste al sensual masaje de sus pechos. El hiriente roce de sus pezones de punta. Duros como una piedra en medio de sus sensibles aureolas. Coronando orgullosos esas enormes bolas. Y ese potorro tan mojado que jamás se me olvidará.

Besos, mimos, caricias. Manoseos cada vez un poco más atrevidos. Mi mano bajando lentamente hasta su entrepierna. Su mano retirándomela. Como antaño. Sabía que lo quería, sabía perfectamente que su coño ardía de deseo, pero siempre hacía lo mismo. La muy guarra me retiraba la mano haciéndose desear aun más. Excitándome más y más con la espera. No había cambiado.

El cinturón. Los botones de la bragueta o la cremallera bajando lentamente. El mismo ritual. Ahora tendré que tocarla el coño por encima de las bragas. Sé que le gustaba. Y por su forma de gemir le sigue gustando.

Luego vendrán los movimientos de cadera, primero hacia un lado luego hacia el otro. Sus bragas se mostrarán poco a poco. Sus tetas se menearan bailando deliciosamente. Ahora toca empujar por la cintura del pantalón hasta que acabe en los tobillos. Sin sacárselo, como si fuera una cuerda que la retiene por los pies. Como hacíamos antaño. Y tengo que hacer todo eso sin dejar de tocarla, sin dejar que su excitación baje ni un solo grado. Como a ella la gustaba.

La tengo como la tuve tantas y tantas veces. Abierta de piernas, asomando algún pelillo por los laterales de las braguitas. Recostando su espalda contra mi pecho. Y yo desde atrás masturbándola por encima de las bragas. Suavemente. Utilizando el tacto de la tela para darle placer. Bruscamente. Arrastrando la tela, incrustándosela en su raja.

Antaño podía ver cómo se hinchaba su pecho, cómo sus tetas subían y bajaban agitadas. Me encantaba. Me quedaba mirando hipnotizado, sin poder apartar ni un segundo la vista. Hoy su respiración hace un efecto muy similar, pero ahora sus tetas me parecen enormes. Y eso que aun no se las he soltado. Pero seguro que sigue teniendo los pezones descomunales. De vez en cuando subía la mano y estrujaba uno de sus pechos para comprobarlo. Amasaba sus tetas. Las estrujaba hasta que ella agarraba mi mano y me la volvía a llevar hasta su impaciente coño. Hoy ha hecho lo mismo. Exactamente lo mismo.

Y mi polla como antaño. Aprisionada en el pantalón. Mis cojones cargados, deseando explotar, y ella gimiendo, ronroneando como una gatita... Girándose un poco para que pudiera meter la mano bajo su blusa y soltar los corchetes de su sujetador. En eso el ritual no sólo no había variado, sino que había perfeccionado su "técnica".

Hasta que no tuviera las tetas libres del sostén, no necesariamente al aire, no podría "profundizar" en la parte de abajo. Antes tenía que dejárselas bien sobadas, magreadas a tope, como a ella la gustaba. Sólo entonces podría comenzar la segunda y emocionante aventura: quitarla la braga o apartarla y descubrir su coño por un lateral.

Su coño peludo, muy cuidado, recortado casi simétricamente, pero siempre tan peludo, para que se pudiera enredar los dedos, para que se pudiera jugar con sus pelillos. Y cómo no, abierto de par en par, mostrando sus abultados labios, enseñando su húmedo agujero, como las guarras de las películas. ¡Cómo le gustaba esa postura!

La fui recostando en el suelo. Naturalmente sin dejar de besarla, sin dejar de sobarla el coño. Rozar sus labios, juguetear de una y mil formas con su clítoris, meter los dedos en su agujero. Unos. Dos, Tres. Todo lo que entrara. Suavemente o a lo bestia. Según tuviera el día. Sus movimientos pélvicos me guiaban. El caso es que la encantaba que mis dedos se internaran entre sus labios, que antes de penetrarla con mi polla, fueran mis dedos los que la follaran. Algunos días incluso, permitía que algún dedo travieso se perdiera entre sus nalgas y llegara a su ojete. La entrada prohibida.

Ahora el siguiente paso era soltar algunos botones de la blusa y subirle el sujetador para que las tetas quedaran sueltas y descubiertas. A mi merced. Y mi boca pudiera actuar libremente cometiendo miles de fechorías en sus senos. Lametones. Mordiscos en los pezones. Chupetones. Besos. Hasta que no le hubiera comido las tetas no podría seguir. Tenía que lamérselas, comerme de mil formas los pezones, dejar que mi lengua las recorriera enteras. Incluso cuando le hubiera ensartado mi polla hasta los huevos tenía que continuar trabajándola las domingas. Naturalmente ese trabajo no me disgustaba para nada.

-. ¿Sin condón? Me preguntó cuando mi polla se acercaba a la entrada.

-. Sí, acuérdate me llamabas el rey de la marcha atrás.

Es que con su marido, con Pelayo, no era a así. Allí donde Pelayo la metía, allí descargaba.

La miré. Desnuda. Abierta de piernas. Preparada para ser penetrada, para ser jodida. Estaba preciosa. Pensé que aquel afortunado cabrón le habría llenado el coño de leche cientos, miles de veces. Y por qué no, también habría regado más de una vez sus enormes tetas, o se habría corrido quién sabe cuantos cientos de veces en su boca... ¿Y en su culo? Luego lo averiguaría. Ahora mi polla estaba entrando con una facilidad tremenda en su abierto y húmedo coño.

Mi novia de siempre ya era toda una mujer, una mujer casada. Y follada, muy pero que muy follada. Eso era bueno. Por un lado, no se escandalizaba ya de nada ni por nada. Por otro, no sería cualquier polvete, por supuesto no el de una jovencita sin experiencia, tenía que ser el de una buena folladora. Y yo no podía fallarle, tenía que follarla hasta que se corriera, hasta que quedara satisfecha, hasta que tuviera que sacarla precipitadamente como antaño cuando ya el semen salía incontenible.

Y volví a acordarme de todo. Mi polla hizo que todos los recuerdos volvieran mi cabeza. De acuerdo, yo era el rey de la marcha atrás, pero ella la reina del veraneo. Cada vez que volvía de vacaciones yo tenía unos buenos cuernos, y ella había dado un pasito más en su atrevimiento.

Es cierto, yo fui el primero en follarla, fui yo quien en su cumpleaños la desvirgó el coño. Sí, pero no fui el primero en todo. La primera polla que tocó no fue la mía. Ni yo fui el primero en tocarle las tetas, ni en desnudarla... pequeñas cosas que hacían que me sintiera terriblemente celoso y que me lanzara. Aunque era el revés. Me explico. Antes de que se fuera de vacaciones fuera como fuera, yo forzaba la situación. Tenía que hacerlo. Si no lo hacía alguien me iba a pisar el terreno. Iba a gozar de aquella guarra antes que yo. Y no podía tolerarlo.

A mí me comió la polla por primera vez aquel verano, pero cuando volvió en septiembre, supe que se había comido unas cuantas. Me lo dijo tal cual. Como ya lo había hecho conmigo.... sabía lo que hacía pero quería, digamos, probar otras cosas diferentes... ver si el sexo con otros era igual... A veces creo que lo que hacía era practicar conmigo. Perder el miedo. Pero así fue.

Y aquellas mismas navidades tuve que estrenar su culo. Sí porque si no, estoy convencido, firmemente convencido, que otro se me hubiera adelantado, sí que otro rabo hubiera roto su virginal ojete. Aquel año fue su explosión sexual. En menos de ocho meses ya estaba usada por todos los sitios. Ya no quedaba nada por estrenar. Una metamorfosis total. Casi sin tiempo para digerirlo pasó de ser una niñita pija, tímida, vergonzosa, virgen, a convertirse en toda una zorra que disfrutaba pasando de mano en mano, de rabo en rabo, que se dejaba sobar en los rincones.

Era así de puta. Se lo decía, se lo llamaba cuando me contaba los cuernos que me había puesto mientras me hacía una deliciosa paja.

-. Cariño, eres una puta.

Y se reía. Siempre se reía.

-. Sí, pero te encanta que lo sea.

Y era verdad. Para qué negarlo. Mis amigos tenían unas novias que eran unas mojigatas competas. Yo tenía una novia que era un putón verbenero, que me ponía los cuernos, perfecto, pero que me la podía follar o darle por culo cuando me diera la gana. Podía hacer con ella cosas que mis colegas no podían hacer con sus novias ni en sueños.

Y allí la tenía, tumbada sobre mi abrigo por colchón, con la blusa abierta, con ese par de melonazos que tenía en vez de tetas asomando bajo el sujetador. Meneándose al ritmo de mis empujones. Esperando a que se los llenase de babas, que me comiera, que mordiera sus pezones.

Mi novia, mi queridísima novia, estaba otra vez preparada para recibir mi polla hasta la saciedad. Las vueltas que da la vida.

-. Ten cuidado... la vieja advertencia... y otra vez la vieja explicación del por qué... Si, es que no estoy tomando nada... ¿Tú no tienes algún preservativo? Coge que yo tengo en el bolso...

-. ¿Tú no usas condones con tu mujer?

-. No. Toma la píldora. Yo no gasto nada en condones...

-. Pues yo con Pelayo menudo presupuesto tengo en condones...

-. Ya me lo has dicho que si no se corre en tu coño y no quieres más niños...

La verdad en ese momento me traía al fresco lo que hiciera o no con su marido. Ahora lo único que me importaba era el polvo que la estaba echando.

-. No sólo es eso... es que si no... Pareció dudar un momento en seguir contándome sus intimidades matrimoniales.

-. ¡Qué más da! Es que como pasa eso... pues si no le pongo un condón se me va subiendo por detrás y cuando me quiero dar cuenta, me está dando por el culo.

Me sorprendió hasta la frase. Antaño no la hubiera dicho. Era inapropiada para una señorita según decía, aunque claro no era momento para recriminar su vocabulario. Ahora era momento de no equivocarme en nada y seguir follándomela.

Me sentía como cuando éramos adolescentes tratando de tirármela. Sabía perfectamente que si has llegado hasta ese punto con una tía, ya no hay marcha atrás, te la follas hasta reventar. Por lo menos el 99,99 % de las veces, pero me sentía intranquilo. Excitado, nervioso.

Una tontería. Además ahora sabía que estaba muy acostumbrada a joder por delante y también por detrás. Y no sólo porque me lo acababa de decir, sino porque probé a jugar con los dedos en su ojete y entraban muy fácilmente.

A mí casi ni me dejaba, pero claro, a él sí, porque se enamoró locamente de Pelayo, o eso es lo que decía cuando me mandó a la playa a freír espárragos. No, no fueron unos cuernos normales y corrientes como otras veces, esta vez era distinto, estaba enamorada. Locamente enamorada, y claro, una mujer locamente enamorada deja que su amante la haga de todo. Y cuando me lo dijo, Pelayo ya no tenía ningún rincón de su cuerpo por reconquistar. Se había apoderado de todo. Me la había arrebatado por entero.

Y en dos años se casó con él. Claro que por el camino supongo que algún otro colega probaría los encantos. Menuda guarra era la niña cuanto se calentaba.

Por lo demás, para qué negarlo, además de quererla, me tenía enganchado por el sexo. La tía era una folladora casi inmejorable. Con morbo, con imaginación, con vicio. Y cada vez que volvía de las vacaciones, venía con alguna cosa nueva que practicar conmigo. Y yo me enganchaba más todavía.

Me quedé mirándola unos segundos. Sus ojitos cerrados. La boca semi abierta jadeando. Como me encantaba ver bailar sus tetas. Qué maravillosos recuerdos estaba reviviendo en el ascensor.

Era como si en cierto modo, el tiempo no hubiera pasado. Seguía igual. Seguía follando igual. Esos fantásticos movimientos de pelvis que me volvían loco...

Y de repente... Un vigoroso espasmo. Su pecho llenándose de aire como si fuera a reventar... Su orgasmo...

-. ¡Me corro! ¡Sigue! ¡No pares hijo de puta! ¡Empuja cabrón! ¡Jódeme!, ¡Métemela cabrón!, ¡Hasta los huevos!, ¡Reviéntame el coño!...

Clavé mis dedos como garras en sus nalgas y empujé con todas mis fuerzas. Menudos chillidos. Menudas palabrotas.

-. ¡Insúltame! ¡Dime cosas!

Alucinaba en colores... Y mi polla estaba a punto de explotar. Dura como un palo.

-.¿Te gusta follarme? ¿Quieres joderme las tetas? Eso te gustaba. Hazlo cabrón, riégame las domingas, no te cortes...

Fascinante. Su pelvis no paraba. Su coño literalmente me estaba absorbiendo mi polla. Esa zorra me estaba follando a mí y no yo a ella. Lo que hubiera dado antaño por un polvo tan salvaje. La comparé con el vino. No solo había envejecido, había mejorado. Bien por Pelayo, pensé. ¿Todo era su mérito? No. Seguro que no. Para follar así de bien a esta zorra se la han follado... decenas, cientos de rabos, pensé... La sola idea hizo que mi rabo comenzara a temblar.

Seguía siendo el rey de la marcha atrás. En décimas de segundo mi polla estaba apuntando sus tetazas, y mi leche saliera incontrolada.

Con cara de puta de película barata, de zorra que sale en las pelis de las gasolineras se extendió mi corrida por los pechos.

Los dos nos quedamos tumbados y abrazados. Jadeantes. Extenuados. La sobremesa, suele ser lo mejor. Desnudos, volvimos a hablar de nosotros.

-.¿Qué tal, te ha gustado?

-. Por supuesto que sí. Hay que ver. Este Pelayo te tiene muy bien follada. Has mejorado mucho.

Sus risas incontenibles.

-. Gracias. Hombre gracias...

-. Quien lo diría... y eso que me dijiste que era muy mojigato...

-. Te estás equivocando...

Recostada sobre mi pecho y acariciando, más bien jugando con su mano en mis cojones me contó su vida.

-. Pues ya ves... Pelayo estaba en el W.C. con una camarera... Sí, dijo que se encontraba mal, una excusa para no ir a la excursión y mira tú por dónde, la que de verdad se puso mala fui yo, y al llegar al hotel, más mala me puse al ver la escenita.

Puso cara de bobo al abrir la puerta, la típica cara de tierra trágame, o de yo no he sido, pero si era él y allí estaba, y para colmo se la estaba metiendo a la niñita. No dijo eso de "cariño no es lo que parece" pero si tonterías similares. Ya ves Pelayo el que era tan tradicional, el que decía que el sexo era una indecencia, y a su casta y santa esposa sólo la hacía el amor para cumplir con el débito conyugal, tirándose a una guarrilla. Allí estaba el muy cabrón poniéndome los cuernos con la camarera. Y eso que casi hasta me había acostumbrado a follar con camisón y todo, dijo riendo recalcando la frasecita con un humor ácido e irónico.

  • Pues no sé cómo decirte, pero fue un palo tremendo, muy pero que muy gordo. Es que me quedé de una pieza, literalmente inmóvil como una piedra. Pelayo, el semental que me había preñado como a una vaca no una sino dos veces, la estaba metiendo la polla a una putita...

-. Vamos, que Don Pelayo estaba montándose a una ternerilla...

-. Imbécil ya estás con tus payasadas de siempre. Ni Pelayo inició la conquista ni la reconquista, sencilla y llanamente me puso los cuernos con una niña más joven y que estaba mucho más buena que yo.

Y yo en vez de quedarme follada me tuve que conformar con lo de quedarme bien jodida.

-. Entonces, ¿ya no estás casada con Pelayo?

-. Sí, estoy casada con Pelayo. Bueno verás. Claro lo del nombre es algo raro, y no fue una coincidencia, todo fue en las reuniones. Tenía que haber empezado por el principio. Es que hay una asociación de los que se llaman Pelayo. Organizan cenas, excusiones y cosas así.

-. Entonces pillaste a Pelayito poniéndote los cuernos, conociste a otro Pelayo y te fuiste con él ¿no?

-. No, no fue así exactamente. Esa noche naturalmente conocí a otro Pelayo, pero no me acosté con Pelayo por vengarme de Pelayo. Esa tarde me fui de copas con otro Pelayo. Si es que es un jaleo de nombres terrible. Ya lo sé. Con este Pelayo me emborraché. Desde luego me tocó todo lo que quiso. Pero cuando íbamos camino de un hotel a joder, pensé que Pelayo, mi marido, no se merecía una venganza tan fácil. Me explico, dejarme follar era demasiado sencillo, era como rebajarme, pero también te digo que me emborraché a tope y que se puso las botas sobándome. Sinceramente no recuerdo si me folló o no. El también había bebido mucho y a lo mejor ni se le empinaba. Si recuerdo vérsela fuera del pantalón, y se la agarré. Me pareció enorme. Puede que hasta le hiciera una mamada pero no me acuerdo de nada más. Y ni me importó, preferí no saberlo, me duché y a buscar a un abogado. Y me divorcié. Claro que me divorcié.

-. ¿Y?

-. Y seguí con este Pelayo. Me dio mucho cariño, me apoyó que no veas. Estaba destrozada en todos los sentidos. Él también se había divorciado por tema de cuernos y ya sabes, las desgracias unen y si los desgraciados son cornudos, mucho más. Así que acabamos siendo muy amigos y como una cosa lleva a la otra, pues esta vez sí terminamos teniendo sexo. Ése sí que sabía cómo tratarme. Ése sí era bestia hablando en la cama. Menudo animalito.

Éste es el Pelayo al que tengo que poner el condón, el que me ha follado a lo bestia, sobre todo por el culete.

-. Pero no decías que no te gustaba...

-. Si... Ya... Con el primer Pelayo no sé si lo hice una o dos veces. Pero con éste ya ves. Me lo propuso un día, y la primera vez le dije que no. Y no pasó nada, Pelayo me ha respetado siempre muchísimo, pero claro, ya sabes que al final siempre lo conseguís a base de insistir e insistir. Un día estaba muy caliente. Me había corrido cuatro o cinco veces. No sé. De alguna forma quería devolverle el placer que me había dado. Me estaba tocando el culo y le dije que bueno, que podíamos probar. Si tantas ganas tienes de hacerlo por ahí te dejo. Si hazme lo que quieras. Se me quedó mirando con cara de susto. Sorprendido. En serio, hazme lo que quieras, como a ti te guste, te doy permiso para todo. Alzó las cejas interrogante. ¿Quieres hacerlo? Adelante. ¿Quieres que te siga contando?

-.Qué mala leches tienes, sabes que me encantan tus historias...

-. Bueno... dijo melosa... Pelayo se me quedó mirando con cara de besugo y no me contestó. Simplemente me dio la vuelta en un segundo. Estaba alteradísimo, loco de excitación. Me puso de cara a la Meca. Separó mis nalgas y se me quedó mirando. Y entonces me lo dijo: "Prepárate, so puta... Ahora vas a chillar como una perra". Arrimó la polla y zas. No se anduvo con bobadas, apuntar y hasta adentro.

No pude evitar descojonarme imaginándome la escena.

-. Menudo chillido. Me tuvo que oír todo el vecindario. Cállate puta -me decía-, aguanta guarra, que ya verás cómo te gusta. No paraba de chillar y luchar por sacarme aquello del culo. Me estaba destrozando el ojete. Por favor para, me estás rompiendo, pero no me hacía caso. Era una sensación, no sé como si me abrieran a la fuerza tirando desde los lados. Te estoy partiendo el culo zorra, me decía riéndose. Y él me sujetaba por las caderas y me la metía más fuerte. Yo lloraba y le pedía por favor que parara, pero a él le daba lo mismo. Comprendí que tendría que acabar acostumbrándome a su pollón. Y me acostumbré claro, porque desde ese día me jodía por detrás cuando le daba la gana.

La cabrona lo contaba de tal forma que la estaba volviendo a poner dura.

-. Me tenía loquita. Gozaba a tope. No te enfades, era como si nunca hubiera tenidos sexo con nadie. Con él sí que gozaba, y sigo gozando. Ése si me ha hecho de todo. Lo imaginable y lo que no te imaginas. Con él si he aprendido a gozar sin tabúes ni complejos. Me encanta. Un día me hace follar en una cama como si fuera una mujer casada decente, con su camisoncito y todo. Otro me obliga a ponerme una ropa interior que no se la ponen ni las putas, y me lleva a follar en medio de un aparcamiento o en un probador de grandes almacenes...

Y de repente su tono burlón...

-. Pero mira como te pones, tontorrón, mira qué dura se te ha puesto... No me digas que todavía tienes celos de lo que me hacen... recuerda que ya no soy tuya... puedo ser tan guarra como me de la gana... y entregarme a quien quiera...

Sujeté con fuerza su cabeza. No la dejé acabar ni la frase. Literalmente la enterré entre mis piernas. La incrusté mi rabo en su garganta. Casi hasta hacerla vomitar. Me encantó verla. Esas arcadas que soportaba estoicamente... Y me vacié en su boca. Lo tragó todo. No lo paladeó, pero no protestó y se comió toda mi corrida. Me miró sonriente y con suavidad y dulzura comenzó a lamer mis huevos. Lo hizo sin pedírselo, como si supera perfectamente qué hacer después de una buena mamada, como si llevara años haciéndolo. Desde luego Pelayo la había domesticado muy bien.

Al menos nos avisó. El crujido nos fue preparando. Cada vez más y más rápido.

Vi un brillo de tristeza en sus ojos.

-. A lo mejor no salimos de aquí... ¿Sabes me ha encantado estar contigo? Si me hubieran preguntado cómo me hubiera gustado morir no hubiera podido escoger mejor forma.

-. No pienses en eso verás cómo llegan...

Otro crujido nos hizo volver a la realidad.

-. Sabes, nunca dejé de quererte, una mujer no olvida a su primer novio... pero eso no quiere decir que no quisiera más a otros hombres...

Un beso, tierno, dulce. El último cable cedió. Me agarré como pude. Resistí hasta que mis brazos me dolían. Ya no les sentía, pero seguí aguantado los dos cuerpos.

Recordar mi primer amor... Estar con ella otra vez. Irónico. Fui el primero en desvirgarla por todos los agujeros. Fui el ultimo en disfrutar de su cuerpo. Nos miramos. Su sonrisa. Y cerró los ojos. Su última mirada. La vi caer. Luego cerré yo también los ojos. Ya no me importó nada.


Pelayo estaba a los pies de la cama. Sabía perfectamente quien era yo y yo quién era él.

Casualidades de la vida, coincidencia. Un café. Su abrazo de agradecimiento que casi me tira al suelo.

Me acostumbré a caminar despacio, cargado con aquellas molestas muletas. Tuve tiempo. Cada paseo tenía tiempo de pensar y repensar en lo que había pasado en aquel maldito ascensor. Y descubrí su mentira. En el fondo su historia no era otra cosa que nuestra historia. Si, por supuesto lo suficientemente decorada, tanto y tan bien decorada que no supe reconocerla en un primer momento.

Todo fue mentira, fui víctima de su peculiar engaño. Quisimos hacerlo. Los dos quisimos despedirnos haciendo el amor. Pero hubo un instante. Un solo instante en que ninguno de los dos nos dimos cuenta. Nunca habíamos tenido sexo salvaje, brutal. Nos había faltado ese momento que todas las parejas han tenido. Y sin buscarlo, inconscientemente, lo tuvimos.

Tal vez no quisiera despedirse de este mundo sin disfrutar de una salvaje sesión de sexo. Tal vez yo tampoco y aceptamos los dos el juego.

Hoy al salir de las curas me he pasado por su habitación. La he contado que según mi médico falta poco para que me den el alta. No lo he dicho pero he dejado caer que no nos veremos tan a menudo. Una suave forma de decir adiós. Cada uno debe recuperar su vida. Y yo no pertenezco a la suya. Ella tiene su familia.

-. Quédate un rato mientras Pelayo lleva a los niños a clase y me haces compañía hasta que vuelva. Venga solo será una hora hombre.

Pelayo asintió con la cabeza. En cierto modo, teníamos derecho a una despedida. De todas formas no tenía nada mejor que hacer.

Cuatro miradas. Apenas han sido suficientes.

-. De acuerdo te he... no la dejé terminar la frase. Comprendía perfectamente. Dentro de nada te darán el alta y todo habrá sido un mal recuerdo.

Cuidadosamente procurando no mover la cama y molestarla me acerqué a su oído. Un beso muy suave, de cumplido, de despedida. Pero no pude evitar una mirada a sus pechos. Bajo el camisón azul clarito del hospital descansaban esparramados sin sujetador. No puede impedir que de mi boca saliera un "Disfruté mucho en el ascensor".

Inspiró profundamente al sentir mis labios. Su pecho se hinchó. El camisón del hospital apretaba suavemente sus senos. Solo una frase, pero lo suficiente para que el solo recuerdo de lo que pasó allí encerrados levantara sus pezones.

Y me atreví. -. En cuanto mejores...

Un meloso y ronroneante "En cuanto mejore ¿qué?"

-. Te voy a follar como a una puta. ¿Verdad que lo estás deseando so guarra?

Una sola mirada. Rendida. Sumisa. Entregada. Vencida. Derrotada. Pero ansiosa.

La abertura del cuello fue suficiente para que mi mano se introdujera. Lo que esperaba. Sus pezones estaban duros como piedras. Su mirada cargada de lujuria confirmando lo que yo ya sabía.

Acerqué la silla. Por un lateral metí la mano bajo las sábanas. Volvió la cabeza cuando mis dedos se internaron entre sus piernas.

Aun no la había tocado y ya jadeaba de impaciencia. Casi no había empezado a jugar en su húmedo coño y ya estaba a punto de caramelo.

-. ¿Pero bueno, te vas a correr ya so puta? Asintió con la cabeza y la giró hacia mí. Quería que viera su cara, que viera como se corría.

A pesar de los goteros y la escayola, todo su cuerpo se convulsionó. Jadeó y se retorció de placer mientras susurraba que quería que la follara, que necesitaba volver a sentir mi polla dentro de su cuerpo.

La hice chupar mis dedos impregnados en sus jugos. Antaño la daba asco. Lo hizo obediente y resignada.

Cuando iba a salir de la habitación me llamó.

-. Sobre las 10 Pelayo se va a acostar a los niños. Tarda más de dos horas en volver...

Me la quedé mirando unos instantes. Tal y como estaba no podíamos follar. Sugerente entreabrió la boca. Lasciva relamió los labios.

Los dos sabíamos que por la noche las enfermeras no entraban en las habitaciones casi nunca... Merecía la pena correr ese riesgo...

Días atrás entré en el hospital pensando sin malicia que me había reencontrado con mi antigua novia. Cuando salí hoy del hospital estaba convencido de que además había encontrado a una buena puta.

perverseangel@hotmail.com & undia_esundia@hotmail.com