AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Tercera Etapa 20

Madre e hijo, una tensión que no está resuelta.

—Es el nombre que me pusiste.

El comentario le pareció venir directo de la mente de Carolina, punzante y sazonado con un poco de picante, su amiga estaría orgullosa. Aunque no solo puso esa parte, también añadió una media sonrisa para romper el primer bloque de hielo con su madre.

—¿Qué haces aquí?

Mari aún se sentía desubicada, la tienda donde ya llevaba trabajando bastante tiempo como para conocerse cada esquina, se convirtió en un lugar desconocido. La pregunta era más que obvia, ¿para qué iba a venir Sergio a verla si estaban “enfadados”? De vez en cuando, los humanos decimos cosas tan estúpidas…

—Para que hablemos.

—Sergio, pero este no es el mejor momento.

Los dos se miraron guardando silencio. Sus mentes recorrieron juntos un viaje lleno de recuerdos, como si estuvieran unidas, desde su día en familia en casa de su tía a acabar teniendo un sexo perfecto en la capital.

Ambos se mojaron los labios moviendo la lengua sobre estos y dejando un resto de babas para lubricarlos. Daba la sensación de que después de tanto tiempo, después de la ira sentida por Mari y la tristeza que anidó en Sergio, lo primero que querían era un beso del otro.

—Me imagino, aunque no veo una oportunidad mejor.

Mari se movió inquieta sin dar ni un paso, cruzándose de brazos quizá para mantener cierta coraza o mostrar su incomodidad. No sabía qué hacer, si comenzar a hablar o directamente decirle que se largase por donde había venido, que ese no era lugar para tales cosas. Tiró por lo más obvio y sensato.

—Lo siento. —él asintió y ella quitó la mirada de sus ojos, no la soportaba— No quiero hablar del tema, porque creó que la cagué. Fue desmedido. —Carmen allanó su corazón— No me atrevía a llamarte.

—Ni yo. No sabes lo mal que lo he pasado para venir hasta aquí. —dio un paso acercándose más a su madre— Quería pedirte perdón, sé que lo pasaste mal.

Mari se tapó el rostro, los sentimientos se agolpaban y ver de nuevo a su niño en frente le produjo unas ganas de llorar inimaginables. Se contuvo, estaba trabajando y siempre se maquillaba un poco, no podía dejar que unas lágrimas lo estropearan todo.

—No digas más, por favor. Olvídate de eso, de verdad. —miró la puerta, rezando para que nadie la traspasase o la escuchase en la calle. Nadie lo podía hacer, solo Sergio— De lo que tenemos que hablar, es de lo que pasó. No sé si tengo el valor para hacerlo, te podría decir, espera, mañana quizá…, pero me engañaría. Ahora estoy descolocada y sinceramente, no es el mejor momento, no tengo la cabeza ni siquiera clara para pensar, porque no me imaginaba nunca verte aquí. —cogió aire, soltó con fuerza— Te diré poco… aunque claro. Fue una maravilla, delicioso, espectacular, lo he pensado más de una y dos veces y no se me borrará nunca, pero… —no acabó la frase, no podía.

—Pero no estuvo bien. Sé lo que dices, no el… coito, para mí también fue fantástico, hablo de todo lo que implica.

—Apartando que seamos familia. —Mari no sabía ni cómo podía estar hablando de ello— Soy una mujer casada, te saco cien años y quiero que tengas una vida. Más allá de lo que pasó, no es bueno que tengamos una… relación como esa.

—Te quiero decir lo que pienso. —dio otro paso, estaban muy cerca— Te amo, lo he pensado y claro, te quiero como mi madre. Pasó algo en mi cuerpo, no sé, me atraías, me volvías loco, me gustabas más que nada y me pareces preciosa hasta decir basta. —las palabras de Sergio llegaban a Mari que se empezaba a ruborizar mientras miraba a otro lado— Fue deseo, atracción, pasión… siento esto que te voy a decir… no se me va a pasar, lo sé. Pero aunque lo piense, no lo expresaré más, solo quiero que volvamos a ser madre e hijo, me duele no estar junto a ti.

—Opino lo mismo. Necesito que volvamos a ser una familia, una familia… normal.

El silencio se volvió a apoderar de ellos, les envolvía como un manto cálido y los sonidos de la calle se amortiguaron hasta acallarse. Esta vez Mari movió sus botines, haciendo un leve ruido que sonó como un eco lejano. Estaban a la par, sus ojos se miraban fijamente y sus cuerpos estaban separados por escasos milímetros, de moverse o respirar más de lo debido, el pecho de Mari golpearía en su hijo.

—¿Has pensado en mí? —la tensión se acrecentó y la pregunta era necesaria. Mari sabía a lo que se refería, el calor en sus cuerpos estaba aumentando y el pene de Sergio empezaba a rugir.

—Sí. —le avergonzó la respuesta, pero no se acobardó y mantuvo la mirada a Sergio— ¿Tú?

Asintió muy despacio, sabían que los dos habían tenido vivos recuerdos del momento más íntimo que jamás tuvieron. El joven descendió ligeramente la cabeza, Mari la levantó, eran dos imanes atrayéndose, el meteorito atraído por la gravedad de la tierra, una colisión inevitable.

Los labios de Mari, pintados de un vivo color granate, se acercaban a un paso de caracol que a Sergio le pareció erótico. No cerraban los ojos y tampoco se miraban, parecían que oteasen dentro del cuerpo, justo viéndose el alma.

Las manos del joven ascendieron, haciendo contacto en la cintura de su madre después de tanto tiempo, para él, más de un siglo. Mari lo sintió, junto a una electrizante sensación de pasión irrefrenable que la volvía loca. Sabía lo que ella quería, sabía lo que su hijo quería, aquello no se podía parar, había que ponerle solución. Estaba desestimando sus palabras apenas un segundo después de decirlas. La pasión les robaba el raciocinio.

Sergio sentía lo mismo, las ganas locas de estar con su madre le consumían, aunque un pensamiento, solo uno, le hizo detenerse en una millonésima parte de segundo “Carolina”. ¿Por qué aparecía su amiga en ese instante? No eran novios, solo amigos, porque esa sensación de que ella le importaba.

El sonido de la campanilla les despertó de su real sueño. Una clienta entró sonriente a la tienda, una mujer de avanzada edad que saludó rozando el grito a Mari, respondiendo esta de forma automática.

—Sandra, ¿qué tal?

La tensión se disipó en un momento, tuvo que poner su mejor rostro y olvidarse de aquella sensación tan fascinante que le recorría la entrepierna. Millones de hormigas estaban andando con sus pequeñas patas a una zona tan sensible que dentro del pantalón ardía.

—Ahora estoy contigo. —vio cómo la clienta se encaminaba al fondo de la tienda y volvió los ojos a su vástago— Sergio, ven a las ocho, cuando cierre. Espera en la otra acera… no tengo tiempo para hablar, debo ir a casa que estará tu padre y tu hermana esperándome para cenar.

No hizo falta decir más. Apretó la cintura de su madre con las manos, haciendo que Mari apretase los dientes tratando de no sisear cuál serpiente y quitó la vista de su hijo. Este se marchó de allí, esperando a que pasara el tiempo y lamentándose de no tener un libro que le entretuviera.

Mientras tanto, su madre atendió a quien entrase por la puerta, como a Sandra que le comió bastante tiempo. Entre clienta y clienta solo se le ocurrió una cosa, una única cosa para poder expresarse, escribirle todo en un papel, sería más sencillo que hablar.

Antes de las ocho Sergio estaba en la otra acera, mirando dentro a su madre que hacía los últimos preparativos para cerrar, espantando a algunas clientas con buenas palabras y dejando todo listo. Salió de la tienda, cerrando con un manojo de llaves y accionando la persiana automática mientras miraba a su hijo al otro lado.

El joven vio el papel que traía en la mano, un folio al uso que no dejó de mirar mientras cruzaba la calle con rapidez sin mirar a los lados. No tenía nervios, no tenía timidez, simplemente era un flan por tener allí a su querida madre.

Le extendió el papel sin decir nada y después con un gesto veloz como el rayo, Mari se adelantó para darle un perfecto beso en la comisura del labio a su pequeño. No dijo más, no hizo más, solo se dio la vuelta y comenzó a caminar por la calle en dirección a su casa. El joven se quedó quieto, mirando el papel y con una erección que no era sana. En el pantalón algo se movía, un alíen dispuesto a hacer cualquier tipo de atrocidad con el objetivo de sacar el jugo blanco que tanto le oprimía los genitales.

De la vuelta a la residencia ni se dio cuenta, solo se percató de la realidad cuando estaba sentado en su cama con el folio doblado en las manos. Lo había llevado con cuidado, colocado a la perfección en el sitio del copiloto como si fuera un ser viviente. Podía notarlo, casi sentir una palpitación constante de un corazón de papel que le llamaba.

Ahora estaba dispuesto a leerlo, sin tener la menor idea de lo que habría en su interior. Los dedos le sudaban y no quería mancharlo, por lo que se acercó al escritorio, dio el flexo que usaba para estudiar y calmándose, lo abrió.

“Hola, Sergio:

Te lo escribo porque de otra manera no me va a salir. No puedo decírtelo a la cara, porque antes me daría un infarto. Lo mejor será decirlo lo más claro posible, si le doy vueltas va a ser peor. Te amo tanto como amo a tu hermana, sois mis hijos y daría la vida por vosotros si fuera necesario.

Ahora viene el momento que no te volveré a llamar hijo, porque te pido una cosa. Mañana es sábado y no trabajo, quiero ir a verte a la residencia, sé que vives solo y allí tendremos intimidad, no se me ocurre un lugar mejor. Desde este momento hasta que vuelva a salir por la puerta de tu habitación no quiero ser tu madre, quiero ser Mari, nadie más.

He notado lo que sientes, la pasión que tienes y te digo que me pasa lo mismo. Solo quiero una última vez, una satisfacción extrema. Porque no te puedo mentir, he pensado en ello muchas veces y aunque esto jamás lo admitiré después del sábado, me he masturbado pensando en ti.

Dicho esto, solo queda añadir, que cuando pase lo que tenga que pasar, lo olvidaremos. Me seguirás atrayendo y yo a ti, pero se acabará, con una sonrisa y el amor materno filial de siempre. Es lo mejor para la familia, ni tu hermana, ni tu padre podrían enterarse de esto jamás. Nuestra relación rompería la familia.

De verdad, no quiero hablar nunca más de estas más o menos 24 horas que van a suceder. Me las arreglaré para poner una excusa y verte, no sé a qué hora, ni en qué momento, pero estaré, solo mándame la dirección y ya.

Para ir acabando, sé que tú eres joven y tendrás mujeres en tu vida, para mí eso obviamente acabó y con tu padre me siento más que satisfecha. Por lo que te voy a dar unas pautas para que sea perfecto para mí, no quiero sonar egoísta, los dos lo pasaremos bien. No quiero hacer el amor, quiero follar. Déjame llevar a mí las manijas y mandar sobre la intensidad, el momento, la postura, todo. No quiero que seas un robot, pero quiero que sigas el ritmo que yo imponga.

Iré lo más guapa que pueda, sé que te gusta verme así y por las miradas que me echas, sé que mis pechos te llaman mucho la atención. Espero que tú también disfrutes porque yo lo haré. Tú no hace falta que te pongas nada en especial, estaremos desnudos muy pronto.

¡Por Dios! Quema esta carta según la leas, hazla pedazos o cómetela, que desaparezca del mundo. Porque mientras te escribo la mano me tiembla y tengo el rostro tan rojo que me va a estallar, nunca había escrito algo como esto y no lo volveré a hacer.

Nos vemos mañana.

Te quiere, Mari.”

Sergio cogió la carta, la hizo añicos durante más de diez minutos. Llenó un vaso de agua, la desintegró moviéndola una y otra vez hasta que se convirtió en una masa compacta. Cogió la bola que allí quedaba y la lanzó a la papelera, rezando porque ningún lunático recompusiera aquella… confesión.

Volvió a sentarse en el escritorio con un gesto ausente y la cabeza en blanco. Todavía era imposible que aquella carta que había destruido fuera real, que aquellas palabras provinieran del puño de su madre… de Mari. Pero era su mano la que las escribió.

Se levantó, sin poder contener un cuerpo que estaba extrañamente en calma. Llevó las manos a sus pantalones y metió los dedos por el elástico. El pijama bajó con cautela, como todo él, descubriendo el pastel. Todos los sentimientos estaban en un lugar, en uno solo que ahora se levantaba como una bestia salida de un universo paralelo.

Volvió a caer sobre la silla, teniendo entre sus piernas un asombroso coloso, lleno de venas repletas de sangre que transitaban como locas hacia una punta roja y desbordante de vida. El capullo había emergido, quedándose tan hinchado que la piel no podía volver a cubrirlo. Lo que si lo cubría era un manto de líquido, los primeros vestigios de semen ya habían anegado la punta y los calzoncillos, dejando una mancha caliente.

Con los dedos de su mano derecha trató de ahogar aquella anaconda que parecía le fuera a comer. Estaba pletórica, pocas veces la veía así, parecía que en cualquier momento estallase bañándole tanto en sangre como en semen.

Algo gracioso le pasó por la cabeza cuando movió por primera vez su piel hacia abajo. “Esta vez sí que va a oler a paja, Carol” rio por dentro, porque por fuera su rictus serio no cambiaba. De nuevo su amiga salía a la luz, pero esta vez casi no le importaba, al siguiente movimiento se le olvidó todo.

Dos gestos más y la masturbación, cesó. Un líquido abundante, espeso y ardiente como el mismo infierno brotaba de la punta cayendo por toda la longitud en unos riachuelos que mancharon su mano.

Se estremeció, se relajó y casi pudo dormirse en el mismo momento que creía ver el cielo. Si solo supiera que su madre hacía lo mismo en la ducha, seguramente se podría haber corrido de nuevo.


Era sábado por la mañana y la residencia estaba casi vacía, solo Sergio y unos pocos más valientes, o como él los llamaba “los huérfanos”, quedaban dentro del edificio. Todo el día permaneció allí, inquieto y dando vueltas en la habitación con un temblor en el dedo meñique que no podía detener.

Estaba nervioso como nunca, atacado por completo, esperando lo inevitable y rezando para que sucediera de una maldita vez. Apenas recordaba el día en Madrid, por lo oscuro del momento era difícil recordar imágenes nítidas y menos con el paso de todos estos días que borraron parcialmente el recuerdo.

Para matar el tiempo, se duchó, limpió el cuarto hasta dejarlo como una patena e incluso habló un poco por el móvil con Carol, era la primera vez que lo hacían. Aunque no tenía mucha conversación que dar, eran las tres y justo se iba a echar una siesta para aguantar a la noche. No sabía que más hacer, jugó un poco a la consola e incluso se puso a estudiar, pero volvió a guardar todo cuando dieron las cinco, no se concentraba. Pensaba que sería la hora en la que Mari aparecería, quizá hubiera tenido que trabajar a la mañana y a la tarde se “escaparía” de casa.

Según se despertó a la mañana le mandó la dirección, diciéndole el piso y el número de puerta, pero no había habido contestación, solo el tic azul. Dieron las seis de la tarde, mientras el joven no sabía que más podía hacer para que el segundero avanzase a una velocidad normal y entonces… golpearon la puerta.

Con las piernas agarrotadas y el cuerpo tenso hasta el límite de la rotura, anduvo a la puerta con rapidez, no había duda, su “amante” había llegado. Abrió con ganas y la luz del pasillo entró en la habitación mientras contemplaba como Mari estaba delante de él.

Dio dos pasos entrando en la habitación, echando una mirada rápida de madre y sorprendiéndose de lo ordenada que estaba, esa no era la habitación de su hijo… no podía ser. Escuchó detrás el golpe de la puerta al cerrarse y en mitad del cuarto se dio la vuelta, su hijo… Sergio, estaba delante de ella, mirándola con unos ojos que no había visto antes.

Sergio observaba a su madre, había venido con el pelo ondulado, quizá visitando antes a la peluquera que tanto le gustaba ir y que tan poco iba, al menos antes. Tenía sus manos metidas en los bolsillos de una chaqueta guerrera verde donde la cremallera subía hasta casi la garganta, seguramente en la calle haría frío. Los pantalones esta vez eran vaqueros y ceñidos como pocos, sus delgadas piernas parecían largas y perfectas, sujetadas por unas Adidas blancas relucientes.

—¿Cómo…? —Mari se llevó la mano con su anillo de matrimonio a la cabeza y los pelos sueltos los dejó detrás de su oreja, mostrando un rostro perfecto. Tenía una leve capa de maquillaje, con unas pestañas infinitas a base de rímel y el mismo color granate en los labios que vio en su visita a la tienda. Parecían más gruesos que de costumbre, sorprendente, aunque a Sergio no le pareció nada extraño ver los ojos más bonitos de la creación— ¿Cómo rompemos el hielo?

No había nada que romper, Sergio se lanzó literalmente a por Mari. Agarró con su mano el rostro de esta y después rodeó con su mano libre la cintura hasta llegar a la parte baja de la espalda. La mujer se quedó perpleja, no espera esa reacción tan rápida, pero… había venido a eso ¿no?

Sus labios se juntaron y en un segundo ambas bocas se abrieron, el calor que ni le había dado tiempo a formarse ya quemaba como una hoguera del mismo infierno. Respiraron con fuerza, notando en sus bocas como se abrían los pulmones del otro. Sus labios se expandieron como verdaderas cuevas para que… sus lenguas se tocaran con ganas por primera vez.

El músculo húmedo y rosa de su hijo contactado con su lengua en el interior de su boca… la despertó. Hizo que una Mari distinta saliera, la que escribió la carta con cierta humedad en sus bragas, la que de joven hacía travesuras y pensaba en sexo, la que en casa se masturbaba pensando en su hijo.

Por fin le tenía delante, era su presa, aquel que iba a sacar años de frustración de encima y que la iba a dejar “seca”. No tenía tiempo que perder, dijo a su marido que había quedado con unas amigas, no preguntó más, como siempre… qué bien para ella. Tenía toda la tarde si quería, pero cada segundo valía oro.

Sus manos fueron a la nuca de su hijo, donde la agarraron con fuerza para acercar, si es que era posible, su boca más a la suya. Se unieron tanto que se podrían haber ahogado con un poco más de esfuerzo, pero quizá eso era lo que buscaban, hundirse en la pasión.

La fuerza de cada uno desequilibraba al otro. Sergio acabó ganado esa batalla, llevando a su madre a caminar de espaldas sin saber dónde llegar. Topó con su espalda en la pared, cerca de la cama, no era el mejor lugar, pero en ese instante, todo le valía, hasta una cama de faquir.

Las manos del joven fluyeron por la espalda de Mari, pasando hasta su trasero, sujetándolo con fuerza parar elevarla en el aire. La levantó con más o menos facilidad, Sergio no es que fuera excesivamente fuerte, pero la adrenalina del momento le hubiera permitido alzar hasta su querido coche rojo.

Mari le hizo la bien llamada “pinza”, cogiéndole con ambas piernas y anudándolas detrás de su espalda. Aunque lo que sin duda más le gustó, fue que al abrirse de piernas topó con un miembro que golpeaba su sexo tras las telas. Era como lo recordaba, grande, poderoso, duro, gordo… todos los apelativos se le quedaban cortos, porque aquello que tenía su hijo, era lo que más deseaba.

Los golpes del joven se sucedían una y otra vez. Con su cadera hacía pequeños movimientos para que ambos sexos conectasen, y cada vez que Mari sentía el duro pene de su hijo contra su hinchada vagina, se volvía loca.

—Bájame.

Sergio obedeció sin dejar de besarla y Mari le apartó un momento apoyando su espalda en la pared. Le miró con ojos felinos, de cazadora sedienta de carne… de una zona en concreto. El joven se detuvo, pero no separó su pene del sexo de su madre, solo su tronco.

La mujer llevó sus manos a la chaqueta, empezó a bajar la cremallera con calma sabiendo que el momento era eterno. Llegó hasta el final, quitándose de una sentada y mandándola lejos, a algún lugar que no volviera a molestar. Había venido con una camiseta muy ceñida, se la compró hacía muy poco y le quedaba apretadísima en el pecho, sobre todo si se ponía buena lencería que mejoraba aún más esa preciosa delantera.

La camiseta de rayas pareciera que iba a explotar y en la zona del escote, unos botones de clic llegaban desde el cuello hasta más debajo de los senos. Sergio los vio, estaban puestos para que no se viera nada de sus pechos, ni el más mínimo resquicio. Mari por supuesto esperó, quería ver que haría su hijo, que miraba con ojos perdidos unas mamas ocultas que sabía que amaba.

Viendo los botones cerrados, con gesto ofensivo, al borde del insulto, su pene se enfadó, gritando que lo sacasen de dentro del pantalón del pijama, que hablaría él mismo con esa camiseta. No hizo falta, las manos del joven llegaron al lugar indicado, justo en el último botón metió los dedos que le cabían y con fuerza desmedida, separó ambas manos.

Los botones se abrieron todos con violencia, haciendo que Mari soltase un pequeño gemido a la vez que sus pechos quedaban al aire, sumergidos en su lencería negra. No hubo segundo de espera, ni momento para admirarlas, ni nada. Sin quitarle la camiseta que cubría la mitad de los senos, Sergio se abalanzó con su boca a por ellos. Pasó su lengua por encima de unas mamas hinchadas y duras, mientras por debajo las apretaba con las dos manos. Estaban riquísimas, era el mejor plato de carne que había probado en su vida y apenas era el principio.

—Qué bien las chupas —soltó Mari en un sollozo mientras su hijo dejaba un reguero de saliva.

Sin embargo le tuvo que apartar. Que le comiera la parte alta del pecho podía ser muy placentero, pero no había venido a eso, quería mucho más, muchísimo más… y sobre todo, dentro de ella.

Apartó a su hijo con un leve empujón, quería guerra y la iba a tener. Le agarró con fuerza de la parte de arriba del pijama y le lanzó contra la cama. Sergio cayó pesado, quedándose sentado contra los cojines que estaban al lado de la pared.

Mari se quedó de pie, mientras su hijo se deleitaba con un cuerpo que le parecía esculpido por Miguel Ángel. Podría haberla dicho muchas cosas, un sinfín de piropos, pero ¿qué más daba? Su madre sabía lo que pensaba de ella, no era necesario, lo único que hacía falta era que le diera placer.

Se arrebató la camiseta y la lanzó como hizo con la chaqueta. La imagen era despampanante, de pie, delante de él, una diosa se lo estaba a punto de llevar al cielo, Sergio perdía la razón viendo a su madre con el vaquero y el sujetador.

—Quítate la ropa. —obedeció. Primero la camiseta, luego el pantalón. Lo último fue el calzoncillo, que se lo quitó sin perder de vista los ojos de Mari.

El pene se liberó de la prisión. Gritó al salir, un rugido de una punta casi morada y totalmente gorda que no permitía a la piel cubrir semejante capullo. La mujer cerró los ojos, feliz como si hubiera ganado la lotería, se imaginaba lo que tenía allí abajo en sus lujuriosas duchas mientras se masturbaba. Pero verlo de nuevo… era otra cosa.

—Te voy a chupar la polla con tantas ganas…

El comentario sonó directo y erótico, entrecortándose las palabras debido a la lujuria. El rostro de Mari denotaba un ansia terrible por devorarlo. Sergio lo sintió en sus oídos, y su pene, brincó de alegría para regocijo de su madre que no le quitaba la vista de encima.

Fue a quitarse el vaquero, se quería desnudar para estar a la par, pero en un momento, Sergio alzó la mano deteniéndola.

—No te quites más, chúpamela así.

No puso pegas, si al joven le gustaba, ella lo haría de ese modo, no le importaba mamar aquel tremendo miembro con ropa o sin ella, lo único que quería, era eso… metérsela en la boca.

Se subió a la cama, poniéndose a gatas y sin dejar de mirar aquella antena de radio que señalaba al techo de la habitación. Estaba totalmente dura, cada vez que se acercaba podía notar el palpitar en el interior, como la sangre borboteaba ardiente.

Estaba ya encima, meciéndose el pelo hacia su lado derecho y quitándose todas las posibles molestias. Su hijo la miraba, pero no era él, era un hombre con el que había quedado, uno que la ansiaba como ningún otro, solamente era Sergio.

Agachó su cabeza hasta la punta, haciendo que el aire llegara a tocarlo y el joven se estremeciera sentado en su cama. Sergio aprovechó para recostarse, la mitad de su espalda quedó apoyada en un cojín contra la pared y sus piernas abiertas sin que molestasen.

Con una mano Mari lo sujetó con fuerza, era como a Sergio le gustaba, no lo sabía, pero según apretó los labios supo que lo estaba haciendo bien. Deslizó la piel hacia abajo, era el movimiento que siempre hacía de forma involuntaria cuando… se la metía en la boca.

La sensación de calor le embargó, tensando sus piernas y apretando el trasero del puro placer. Su madre a gatas en la cama con unas tetas perfectas y un trasero respingón comenzaba a felársela. Su lengua rodeaba el glande y sus labios succionaban un miembro que comenzó a humedecerse por toda la saliva que manaba de su boca.

Mari no tuvo que hacer mucho esfuerzo para escuchar los primeros gemidos de su hijo, estaba exaltado, al igual que ella, que ya sentía como sus bragas se iban a encharcar. Su mano acompañaba el movimiento de su boca. Mientras la otra la sujetaba sobre la cama para no caerse, aunque de vez en cuando tenía que llevársela a la cabeza para apartar el cabello rebelde que se le movía.

Tenía que detenerse cuando el pelo la molestaba metiéndosele en la boca. Se había olvidado de llevar un coletero, no tenía pensado ponérselo después de ir a la peluquería, era lo normal. Aunque tampoco recordaba muy bien lo que era mamar un miembro viril, por lo que se le podía perdonar.

Se detuvo sentándose sobre sus rodillas y tratando de dejar el pelo quieto a un lado, pero no podía, el cabello se le metía en la boca y estaba fastidiando la gran mamada que estaba haciendo. Pero pronto se solucionaría, para algo eran dos.

Sergio recogió el cabello de su madre con ambas manos, llegando a hacerla una coleta en su nuca la cual sujetaba con una de sus manos bien cerrada. Mari sonrió y… siguió haciendo lo que tanto le estaba gustando.

—Así mejor… —consiguió decir Sergio.

—¿Te gusta? —con un tono meloso. Asintió rápido el joven— ¿Más rápido? —de nuevo afirmó con la cabeza— ¿Así? —sabía las respuestas, solo jugaba para verle gozar.

La succión se aceleró y el pene del muchacho se comenzó a hinchar como loco, reclamando a los genitales que soltaran el esperma cuanto antes, quería explotar.

Sergio le llevaba el ritmo rápido con la coleta, dominado a una yegua que se dejaba llevar porque le estaba encantando. La corrida estaba ya, poco hacía falta para que aquello se desparramara por todo el lugar. Sin embargo, el joven con un rostro de furia placentera lo detuvo.

—Ponte de rodillas en el suelo, por favor.

Mari lo hizo con rapidez, sin pensar mucho que desearía su hijo, se lo permitiría todo, porque… ella también lo quería todo.

—¿Qué quieres? —mirando al coloso de entre sus piernas, más hablando con esa polla que con Sergio.

—Una paja con las tetas.

Mari sonrió muy caliente, deshaciéndose del sujetador al instante y apretándose ambos pechos, esta vez mirando a los ojos de su hijo. Rebuznó de placer, eran grandes y duros, sin duda no había pasado el tiempo por ellos. El cuerpo delgado de Mari era una delicia, sus costillas eran algo visibles y el vientre era del todo plano, con una cintura que bien se podía asimilar a la de una avispa. Pero aquellos senos… eran la perfección, la más cercana visión del cielo la tenía la mujer en sus pechos. Sergio estaba seguro de que su madre tenía que ser una divinidad, así lo atestiguaba con un pene más duro que el martillo de un herrero.

Dispuso su mástil entre ambas mamas bastante ansioso, desapareciendo el tronco cuando su madre las apretó para aprisionarlo. Estaba sentado en la cama y la mujer se empezó a mover arriba y abajo haciendo fricción con unos pechos ya húmedos por su propia saliva que seguía en el pene del joven.

Aquello no duró nada. Sergio se contraccionó en la cama, apretando con sus manos el edredón hasta casi desgarrarlo con el poder de una corrida que estaba emergiendo. Empezó a hiperventilar, a ponerse rojo, si no estuviera teniendo un gran orgasmo, no habría dudas de que le estaría dando un infarto.

—¡Me corro…!

—Eso me gusta…

Mari echó la cabeza algo hacia atrás, haciendo que el cabello le cayera por la espalda, sinceramente no quería mancharse su nuevo peinado, al menos de momento. Sin embargo su pecho era otra cosa, podía notar como la punta del pene palpitaba mucho más rápido que su corazón. Se estaba poniendo inmensa y ardía entre sus senos que cada vez le daban ese masaje tan placentero. Entonces fue que lo sintió, una tensión sin igual que parecía que el miembro reproductor de su hijo estuviera formado por cables de acero.

—Toma… esto… ¡SÍ! ¡Tómalo…! —Sergio sonaba frenético y caliente hasta el extremo, había deseado por tanto tiempo esa situación que no sabía ni que decir.

El semen salió disparado como una bala. Un chorro denso y grumoso impactó en la barbilla de su madre, que dio un pequeño grito de placer abriendo la boca para consumir todo el aire que pudiera, le había puesto demasiado. Siguió moviendo el pene entre sus voluminosos senos para darle muchísimo más placer y sacarle todo, lo consiguió.

Salieron dos más, el segundo casi cayendo al lado de la punta y uno último, y más poderoso, que atravesó su piel hasta el cuello, haciendo otro río de espermatozoides en la garganta de su madre.

Levantándose con calma, mientras su hijo yacía en la cama con los ojos en blanco y la mente viajando por mundos de placer, Mari fue al baño. Mirándose en el espejo vio a una mujer espectacular, con su vaquero apretado, y desnuda de cintura para arriba. Se veía hermosa y aquellos tres rastros de semen caliente que comenzaban a deslizarse por su piel no hacían más que acercarla a ser una diosa de la lujuria, amor y sexo.

Sin embargo, tenía que limpiarse, ya se seguiría ensuciando después si era necesario… le apetecía mucho. De momento, con papel higiénico se quitó el exceso, quedando una piel tersa y reluciente.

Su hijo seguía tirado en la cama, con un pene que no menguaba y rojo como un hierro dentro de una fragua. Arrodillándose en el mismo lugar, volvió a introducírsela en la boca, haciendo que el joven volviera a la vida y se moviera como la cola suelta de una lagartija. Para que luego digan los cuentos que los besos despiertan a las princesas…

—Para, ma… Mari, espera —con un marcado y terrible lametazo, al final se detuvo— Ven aquí.

La levantó del suelo, agachándose con unas piernas temblorosas y deshaciéndose de un pantalón que era una ofensa que cubriera el celestial cuerpo. Mari se rio por las ganas con las que su hijo lo hacía, parecía tenerle incluso devoción, estaba a sus pies y eso… como la ponía.

El vaquero salió despedido y las bragas quedaron en la mano de Sergio que terriblemente excitado y viendo la enorme mancha de flujo que yacía en la tela, la lamió delante de su madre.

—Sergio… —aquello le hizo soltar el fuego que ya se elevaba como una montaña en su interior.

La volvió a subir en volandas, mientras Mari metía su lengua en el interior de su hijo que todavía sabía a sus propios fluidos, estaba delicioso. Por fin estaban ambos desnudos, preparados para un coito que seguro sería épico, al menos para ellos, sin embargo Sergio todavía tenía otro plan.

La depositó en su escritorio, por una vez limpio y ordenado en todo lo que llevaba allí. El trasero de Mari se quedó en el borde mientras sus manos se apoyaban detrás para mantenerse en equilibrio. Sergio quitó la silla que tenía entre las piernas de la mujer, pero con la intención de sentarse y así lo hizo.

Donde solía estudiar con libros abiertos, ahora lo que tenía a su disposición era unas piernas separadas y en el medio, un sexo reciéntenme recortado hasta el límite de lo posible, sin ningún pelo a la vista. La gloria y el cielo resumidos en dos labios y una cavidad que brillaban con la luz del techo debido a lo húmedos que estaban.

—Tienes listo el primer plato —soltó Mari sin mostrar ninguna sonrisa, era un comentario serio, para que su hijo, empezara a devorarla.

La lengua de su hijo no se demoró en recoger el cargamento de fluido que rezumaba fuera de su madre. Describió un rumbo ascendente, empezando muy cerca del ano y terminando en un monte de venus ahora lleno de saliva.

—¡Sí! ¡Dios mío! —los ojos tan azules como el mar se fijaron en su hijo que volvía a la carga. La lengua dio otra fuerte pasada— No me acuerdo de la última vez que me lo comieron… ¡No me acuerdo! —gimió con fuerza, ajena si en la habitación contigua se encontraba alguien— ¡No pares!

Su pene reaccionaba a los comentarios y gemidos de su madre, dando pequeños brincos, queriendo meterse donde la lengua lo intentaba. Sin embargo, la boca del joven no cesaba y de la comisura de los labios comenzaban a fluir líquidos varios que ya no podía contener en su interior. Estaba humedeciéndose como nunca, disfrutando de algo que se lo habían negado por tantos años hasta casi olvidarlo.

Mari sintió una punzada de placer cuando le succionó el clítoris, tanta que asió de la nuca a su hijo tratando de ahogarle con su sexo con la intención de que no se separase jamás. El joven no se iba a ir a ningún lado, incluso introdujo un dedo en el interior de su progenitora haciendo que la cadera de esta se moviera gozosa.

La mujer sonreía mientras echaba la cabeza para atrás notando un torbellino en su interior. Se lo estaba pasando tan bien que no recordaba otro momento más divertido que ese… su hijo devorando su entrepierna encima del escritorio.

Aceleró la succión del clítoris viendo lo que le gustaba y con un dedo revoltoso masajeó las apretadas paredes de su madre, hasta el punto que Mari ya no podía cerrar la boca. La necesitaba bien abierta para respirar.

El momento de sacarlo todo llegó. Mari con el dedo de su hijo moviéndose cada vez más rápido, no podía sostener más un orgasmo importante. Se contrajo, apretando los labios, cerrando los ojos y retorciendo los dedos de los pies hasta que parecieron las garras de un halcón.

Se dejó caer todo lo que pudo en la mesa, topando su espalda caliente con el contraste frío de la pared, le daba lo mismo. Soltó sus manos para llevar ambas a la cabeza de su hijo, la cual agarraba con fuerza y la dirigía de arriba abajo mientras este daba profundos lametazos.

Su vagina se contrajo y comenzó a expulsar todo lo que allí se había formado. No hubo gritos, ni gemidos, solo una incontrolable vibración que no la dejaba abrir los ojos como quería. Aunque sí que podía hablar, puesto que mientras que un orgasmo increíble seguía anegando su cuerpo, le decía a su hijo.

—Comételo todo… —apretaba su cabeza con temblorosos dedos— No dejes nada…

Obedeció a las peticiones de su madre como todo buen hijo debe hacer y no se puso de pie hasta que terminó su trabajo. Cuando lo hizo, se alzó, apartando la silla con sus propias piernas, mientras Mari, todavía tumbada, le observaba con un pecho acelerado.

Sergio vio a su madre como una verdadera leona, aunque en parte herida por un orgasmo que la había dejado indefensa. Tenía el rostro enrojecido, unos ojos brillantes como nunca antes y los pies, que seguían en el aire, temblaban de manera ostensible.

Aprovechó para pasar su mano por la pierna de esta, simplemente acariciándola, pero Mari no lo soportaba, seguía sumida en un orgasmo constante que la hizo sollozar y moverse en un espasmo.

—¡Métemela! —vio como le miraba su hijo, quizá esperando a que se le pasase— ¡Métemela, ahora…!

Ya no estaba delante de su madre, solo de una mujer que en aquel instante y solo por un intervalo corto de tiempo, era su amante. Hizo lo que le pedía, su pene estaba duro como antes, apenas había retrocedido unos milímetros que volvió a recuperar. Lo cogió con todos sus dedos rodeando el tronco como hizo Mari minutos atrás. Colocándolo en la cavidad de la mujer, esta se estremeció, estaba demasiado sensible, pero le daba lo mismo, quería la polla de su hijo.

—¡Aaaahhhh! —gritó al sentirla dentro.

Una mezcla de placer extremo y dolor se unieron en un chillido del que Sergio estaba seguro de que alguien lo habría escuchado. Sujetando sus piernas, la medida era perfecta para no tener que ponerse de puntillas. Las entradas se empezaron a solapar la una con la otra, sus cuerpos se unían entre sollozos de placer y fuertes respiraciones sin dejar de mirarse.

Mari ya había cedido al poder que le estaba sometiendo su hijo, tumbándose casi por completo en la mesa después de haberse movido ligeramente. No es que fuera el mejor sitio del mundo, sobre todo teniendo la cama a unos pasos, pero el placer que sentía no la permitía quitar el pene de su interior.

—Dame las manos —dijo Sergio sin parar de entrar y salir.

—¿Cómo? —ella se las cedió.

El joven las cogió, soltando los muslos donde estaba sujeto y las cruzó hasta llevarlas al clítoris de esta. No tenía la intención de que se masturbase, simplemente las agarró por las muñecas e hizo tracción con ellas. Con dos objetivos muy claros, uno, tener mucho más movimiento y velocidad, y dos, hacer que los senos de Mari se apretasen todo lo que pudieran, su madre se dio cuenta.

—¡Te encantan mis tetas! —con una media sonrisa para gemir de placer por una entrada que le llegó a lo más hondo.

—Son perfectas. —respiraba entre palabra y palabra, su jadeo era constante y el placer mucho mayor— Las mejores que vi en mi vida. —Carmen era una dura rival, pero… Mari quizá tenía mejor cuerpo, no lo podía asegurar a ciencia cierta.

—Dame un poco más… ¡Sí…! —su voz se perdía en un hilo de placer. Se volvió a erguir, quitando el agarre de su hijo y empujándole de pronto levemente. El pene muy a su pesar se escapó— Siéntate en la silla.

La voz de Mari tornó a orden, una bien caliente que Sergio cumplió a rajatabla, como si… se lo ordenase su madre. La mujer atrapó el pene erecto del joven y puso una pierna a cada lado de la silla disponiendo la herramienta en su cavidad y cayendo de golpe.

—¡La leche…! —soltó con gusto con las manos en los hombros de su hijo— ¡Qué pedazo de polla tienes…! —la enterró toda en su cuerpo. Llegando a notar sus genitales cerca de su ano— Me llega tan… dentro…

Su voz se perdía en un tono erótico, que por supuesto, Sergio nunca había escuchado. Su madre había sido una mujer dedicada a la casa, con ojeras bien marcadas, siempre una coleta mal hecha y desganada. Se transformó.

Lo que tenía en frente era una mujer poderosa, sexy hasta la médula e independiente. Con unas ganas de sexo, que parecían imparables. No le había hecho falta nada más que creerse lo bella que era y salir un poco más de las cuatro paredes teniendo su propia vida. Sergio comprobada todo ese cambio mientras Mari lo cabalgaba con dureza.

—¡Agárrame bien el culo, cariño! —esto último le salió solo, aunque no le importó, no había dicho hijo.

Las manos de Sergio comprimieron ambas nalgas, ayudándola en sus saltos mientras se clavaba un pene sin fin que la llevaba al cielo. Adelante y atrás, a los lados, movimientos circulares de cadera, todo era poco para llenarse de placer, le haría falta una vida entera para quedarse satisfecha.

El joven estaba muy caliente, la visión perfecta de su madre era demasiado. Tan caliente estaba, tantos sonidos emitía, que este se dejaba llevar por la preciosa ninfa que tenía enfrente… mejor dicho, encima. Soltó una de sus manos y a la par que atrapada uno de los dulces pezones con los labios, le golpeó con fuerza una de las nalgas haciendo que su madre… chillase.

—¡Otra vez!

Gritó sin contener el aliento, no había sido para tanto, solo una pequeña cachetada de pasión. Pero animado, Sergio le dio la siguiente con más fuerza.

—¡Sí! ¡Eso es! ¡Esto quiero, mi vida! —los apelativos brotaban sin querer, esperaba no romper el momento.

—¡Eres perfecta!

Las frases atravesaban sus labios sin que su mente diera el visto bueno, rodeadas de inconexiones y gemidos de placer, que sobre todo, Mari soltaba a viva voz. Se estaba desatando, dejándose llevar por el demonio interno y dando un buen “repaso” a su… a Sergio.

El muchacho estaba abstraído, observaba a su madre gemir y gemir, como nunca la hubiera imaginado mientras chupaba sus pezones como un verdadero loco lujurioso. Se vio con confianza y no pensó mucho su siguiente movimiento, solo le advirtió de una forma muy ambigua.

—Esto te va a gustar.

La mano derecha dejó de apretar la nalga izquierda de Mari, sin que a esta le importase mucho. Aunque cuando notó que el dedo corazón de su hijo se dirigía a su ano, le miró.

El dedo hizo contacto con la entrada, lo masajeó mientras ambos se miraban y el ritmo iba descendiendo. Mari nunca había metido nada por ese agujero y no se había imaginado que sentiría, ni si el sexo anal sería divertido “con esta polla me da que no…” pensó mientras su hijo le masajeaba el trasero.

—¿Lo meto…?

Ella asintió sin meditarlo siquiera, como se suele decir habitualmente, había venido a jugar, por un dedo… no pasaba nada ¿no?

El coito siguió y el dedo corazón se introdujo con calma en un trasero tan apretado, que le costaba introducir la primera falange. Pero pronto pareció que comenzó a ceder, Mari se dejaba hacer y casi se olvidaba del dedo porque era insignificante con lo que tenía en la vagina.

Otra falange entró, y esta vez sí que sintió cierto placer extraño que no la desagradó, sobre todo porque se sumaba al que tenía en otra cavidad y la llevaba al cielo. Fue entonces que apretó el ritmo de forma intencionada. Se dejaba llevar por aquel pene que mandaba.

—Se viene, Sergio… ¡Se viene, mi vida!

—Dale… córrete… ma… Mari —menos mal que mamá y Mari tienen la misma sílaba inicial, si no la hubiera cagado.

Fue entonces que ella bajó su trasero, separó ambas nalgas y tanto el dedo del joven, como su coloso entraron de forma profunda. Gimió sin control, un grito a cierto volumen que no cesaba, al tiempo que Sergio aprisionaba uno de sus pezones entre sus mandíbulas.

Mari se estaba corriendo sin moverse, con la totalidad del pene de su hijo en el interior, mientras un dedo en su ano salía y entraba con cierta fuerza. Su cabeza cayó sobre la de su hijo, besándolo con calma para hacerle saber que debía parar. Este cedió a las súplicas aunque hubiera seguido por años.

—¡La puta! ¡Qué rica follada! —las palabras de su madre eran incompresibles, no era un vocabulario que soliera usar, Sergio estaba sorprendido. Aunque viendo como estaban, en qué posición y notando como las gotas de flujo ya recorrían sus muslos, no sé de qué podría sorprenderse.

—No estuvo mal…

—Saca ese dedo que me vas a romper el culo. —añadió una sonrisa para no sonar grosera.

Se levantó cuando sus piernas la dejaron, permitiéndola mantenerse en pie a duras penas mientras sus muslos empezaban a mojarse demasiado. Siempre fue de corridas abundantes aunque la de hoy se llevaba la palma. El pene de Sergio era un cúmulo de manchas blancas de diferentes tamaños, igual que los copos de nieve, no había dos iguales.

—Te toca a ti dar un poco.

—¿Me das trabajo? —contestó Sergio viendo como su madre se daba la vuelta y apoyaba las manos en el escritorio.

—Mucho… —se tumbó por completo en la mesa donde Sergio estudiaba, dejando el pelo sobre esta y mirando a su hijo que se colocaba a su espalda. Sintió las manos del joven en cada lado de su cintura, agarrando con fuerza para hundirlas en la piel. Ella colaboró llegando hasta su trasero y abriendo ambas nalgas para exponer su sexo todo lo que pusiera— No sabes todo lo que me gusta que me follen así.

—Mari… —resopló con ganas y algo atorado— No me puedes decir esas cosas, me ponen demasiado. Verte así, oírte decir eso… —su pene estaba tocando la entrada de su madre— es como una droga.

—Drógate conmigo. Métela dentro, que está calentito.

—Joder… tú sí que eres caliente.

—¡SEEEERGIO! —gritó al sentir todo el poder que atesoraba su hijo en su interior— Bendito sea quién te puso eso ahí…

El joven se veía con muchas ganas, lleno de poder, de calor, de erotismo. Sujetó aún más fuerte a su madre, agachando su tronco para llegar a ella, mientras estiraba sus brazos para que sus cuerpos se juntaran.

El aliento lo podía sentir en la espalda, su hijo estaba detrás, con su poderoso pene empezando a meterlo y sacarlo, sacando sollozos a una mujer perdida por la pasión. Sintió un beso húmedo en su hombro, le miró con los ojos medio llorosos debido al clímax de los orgasmos. Lanzó su rostro, besándolo con pasión y al de unos segundos separándose sin dejar de mirarse, y sin que Sergio… se la dejase de meter.

—¿Sabes quién me puso esto aquí? —ambos se miraron, sus cuerpos se mecían al compás de las penetraciones.

—No… dímelo…

—Fuiste tú, mamá. —Mari abrió la boca, no sabía si por oír una palabra vetada o por la fuerza de las palabras. Pensó en decir algo, negar esa palabra, pero se quedó callada, no le dio tiempo a hablar— Tú fuiste la que me dio esta polla, mamá. Querida madre que amo más que nada, espero que te guste lo que te estoy dando, porque te lo estoy haciendo con lo mismo que tú creaste.

—Sergio… —el ritmo se había acelerado y el golpeteo empezaba a sonar en toda la habitación. Mari no sabía qué decir, pero soltó lo más lógico— No… no… no pares de llamarme… mamá.

Se tumbó sobre sus antebrazos y entonces su hijo, su querido vástago, empezó en verdad a follársela. Soportaba las estradas con estoicismo gimiendo cada vez más alto y notando el calor que generaba su interior debido a las fricciones. Primero un azote, después el segundo, el tercero picó un poco, pero que bien se sentía, era lo que deseaba, como si le leyera la mente.

—Mamá no me gusta esta frase, pero estás buenísima.

—¡Sique, cariño! ¡Sigue hablando y follándome que me queda poco! —Mari apartaba a soplidos el pelo que le golpeaba la cara y de la nada se le ocurrió algo— Hijo, cógeme el pelo, como antes. Agárralo y quítamelo de la cara.

Sergio lo hizo, creando una coleta con sus manos a la vez que entraba y salía. La fuerza se iba incrementando poco a poco, tanto en las entradas como en el agarre, hacía a la mujer tener la cabeza todo el rato en alto. No era violento, solo un poco rudo y… ¡Menudo placer!

—Me corro. —rugía entre dientes mientras Sergio se lo aguantaba para seguir un rato más— ¡Joder, qué me corro! ¡Me corro, hijo! ¡Dame polla, qué me corro! —seguía gritando acelerada con los dientes apretados.

—Ensúciamela. Lo necesito, necesito tu corrida.

—Te la doy en tu polla. —como le ponía esa palabra, ¿por qué la usaba tan poco?— En tu polla, en tu polla, en tu polla… ¡AAAAHHHH!

Mari se corrió haciendo que su trasero botase una y otra vez incluso llegando a expulsar el pene de Sergio que parecía echar humo. Unos líquidos abundantes manaron de la entrepierna de la mujer, que en forma de gotas corrían como caballos hasta las rodillas. De mientras, Sergio se mantenía paciente de pie, acariciando la espalda de su madre que se aferraba a la mesa como podía con la cara pegada en esta. De soltarse se caería.

Aguantó como pudo un minuto tirada sobre el escritorio que se calentaba por culpa de su cuerpo. El sudor la estaba humedeciendo mientras su hijo se sentaba en la silla con la respiración agitada debido al esfuerzo.

Logró despegarse de la madera que trataba de aferrarse a la dulce piel. Caminó sin que su hijo la dijera nada, entrando en el baño y cogiendo una toalla para secarse entera. Comenzaba a sudar por cada poro de su piel y necesitaba un poco de relajación.

Volvió a la habitación con la toalla en la mano, limpiándose delante de su hijo su zona más íntima para después, con las piernas temblorosas agacharse y hacer lo propio con la polla de Sergio.

—Lo tienes muy prieto. —señalando el sexo de su madre.

—¿Qué quiere decir eso? —el comentario le hizo cierta gracia, no lo podía negar.

—Qué he estado a punto de correrme dos veces.

—Eso es una buena noticia entonces, pero ¿por qué no lo has hecho?

—¿No es evidente? —una pequeña sonrisa desenmascaró la obviedad— Para seguir.

Mari le tendió la mano levantándolo de la silla, para llevarlo a la cama y tumbarse por encima del edredón. El pene mirando al techo rápido fue tapado por un conejo hambriento en busca de su zanahoria. El secado de la mujer había provocado un reinicio en el coito, Sergio volvía a sentir tanto como al principio y era verdad, lo tenía muy apretado.

El sexo fue algo más lento, pero no decayó, la profundidad que Mari le imprimía era infinita. Con gesto placentero en todo momento, la mujer cargaba todo su peso a su entrepierna, donde quería meterse cada uno de los centímetros que la llevaban al cielo, cada muesca de piel era un escalón hacia el nirvana.

—Cómeme las tetas, cariño. No te cortes.

—Me estoy aguantando mucho, voy a terminar. —cada vez le era más difícil evadirse, el placer le invadía.

—Hazlo. —Sergio dudaba— En algún momento tendremos que acabar…

—Levántate, mamá. —rompieron su unión y Mari atendió las explicaciones rápidas de su hijo. Este se sentó en la cama con los pies en el suelo y ella hizo lo mismo en su regazo, dándole la espalda. Apoyó ambas manos en las rodillas del joven y descendió su trasero mientras un pene se introducía en ella— Así… Sentadita…

—¿Te gusta, mi vida? —los primeros movimientos corrían de parte de Mari.

—Me falta un espejo delante, para verte entera.

—Lo que quieres… —mientras su hijo la mordía la espalda y la hacía gemir— es ver cómo me botan las tetas.

—Puede ser…

—Sí… —el mordisco la excitaba demasiado y sentir la fuerte presión de los dedos en la cadera la extasiaba— Ayúdame a follarte.

Las palabras encendieron el alma de Sergio hasta el borde de la abrasión. Su cuerpo se tumbó, dejando que el miembro viril se introdujera lo más profundo posible, donde nadie nunca había estado.

—¡Por favor! ¡MENUDA POLLA!—soltó Mari con el labio tembloroso debido al placer.

No aguantaba, con dos sacudidas las ganas pasarían la frontera donde la vuelta se volvía imposible. Era el final, la última vez que estarían de esa forma, casi lo podía sentir, sin embargo, no podía seguir más, era el culmen de la tarde.

—Se acaba la función, mamá.

Se levantó con rapidez, sin separarse de su madre, cogiéndola por los bíceps para que no se cayera. El movimiento había sido rápido e inesperado, menos mal que su hijo la agarró, si no hubiera salido volando, pero ahora no la soltaba. De pie en medio de la habitación la penetración se hacía dura, el eco del coito resonaba en cada pared atravesando los oídos de la mujer y llegándola hasta el fondo de su cuerpo.

No podía correrse más, estaba totalmente seca, su hijo le había quitado hasta la última gota de su ser, pero se sentía más caliente que en toda la tarde. Su boca abierta con media lengua fuera parecía la de un perro ansioso por jugar. “Una perra…”.

—Menuda corrida… esto va a salir.

—¡Quita que te la chupo! —soltó en un tono autoritario la mujer girando su cuello. Sergio pareció dudar por un instante— ¡Sácala de mi coño, que quiero chupártela!

La rapidez en sus palabras y el tono duro hizo que la duda de Sergio se volviera deseo. Su madre se arrodilló con rapidez, aliviando por un lado el dolor de sus piernas y saciando su boca que deseaba que la llenasen.

El sabor del pene era tan variado como un plato gourmet. Tenía de todo aquel músculo y… a Mari, le supo delicioso. Sus labios aferraron el miembro de su hijo, succionando un capullo que parecía una tubería a punto de explotar. Estaba tan hinchada que su lengua apenas podía recorrer un breve trozo de piel, aquello era la mejor polla que había sentido en su vida.

—Termino ya… mamá —Sergio estaba listo, aguantando una salvaje corrida para hacerla divina.

Mari no contestó, solo siguió y siguió chupando como si le fuera la vida en ello. Su hijo sintió el último coletazo de electricidad llegando a unos genitales, que de nuevo estaban hinchados pese a la primera descarga. Atrapó el pelo de su madre que caía sobre su espalda y movió su cadera adelante y atrás. El pene entró golpeando la garganta de Mari haciendo que unos sonidos guturales cercanos a la arcada opacaran los jadeos del joven.

—¡La leche! ¡Qué sale! ¡Toda! ¡Toda entera!

—¡Dámela!

Logró decir Mari antes que su hijo, convertido en puro deseo, impulsara su cabeza con fuerza contra su cuerpo haciendo que el pene la atravesara ligeramente la garganta. Entonces fue que lo sintió, un chorro de néctar ardiente recorriendo su interior y llenándola por completo directamente a su estómago.

Los ojos se le humedecieron al tiempo que Sergio temblaba como un flan. Su hijo al fin aflojó el agarre y la mujer tosió derramando un poco del jugo por la barbilla. Esa pequeña parte era la que no yacía ya en su tracto digestivo.

Abrió la boca para respirar, viendo a su hijo completamente ido, como se sentaba extasiado de placer y gimiendo sin control. Se miraron en silencio, mientras ambos respiraban violentamente. Había sido realmente épico, un recuerdo para toda su vida que seguiría muy presente en sus ardientes sexos que yacían satisfechos.

La mujer arrodillada en el suelo, con unos muslos mojados y un sexo irritado que le dolería los siguientes días, pasó la mano por su barbilla. Dos gotas rápidas querían caer hacia su cuello, pero no lo permitió. Las recogió con tres dedos y mientras su hijo la miraba con un ojo medio cerrado, se las metió a la boca para comerse toda la corrida. Sergio no lo soportó y cayó hacia atrás en la cama mientras su cuerpo palpitaba sin control.

CONTINUARÁ


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