AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Tercera Etapa 2
Llegada al hotel
Aparcaron en el parking del hotel, un suplemento gratuito y del todo práctico. Sacaron sus dos maletas en silencio, teniendo la misma conversación que habían tenido desde que Mari decidió cerrar los ojos, ninguna.
La mujer había estado fantaseando sin parar, unas veces en la habitación de Sergio, otras veces en la casa de Carmen, haciéndole cosas indecentes al joven mientras su hermana estaba en otra habitación. Curioso que se imaginara aquello, porque la realidad había sido justamente la contraria. Ella en una habitación borracha como una cuba y los otros dos en el cuarto gozando sin parar, pero eso… ella no lo sabía.
Sergio que había estado tratando de concentrarse en conducir, llegó más sereno de lo que se podía imaginar. Tuvo dos leves erecciones en todo el camino, pero nada que no pudiera ocultar, menos mal que su madre tampoco ponía mucha atención en mirarle.
Cogió ambas maletas, la suya colocándosela a la espalda y la de Mari arrastrándola por el suelo gracias a las dos pequeñas rueditas. La mujer le siguió sin decir ninguna palabra, todavía no tenía ganas de hablar, le apetecían otras cosas que no podía nombrar. Aunque de todos modos, tuvo que soltar la lengua por romper de una vez la tensión entre los dos, ya estaban fuera de casa, si algo se descontrolaba… no importaba.
—¿Traes todo?
—Mal momento para preguntar algo como eso, ¿no crees? —su hijo lo dijo riéndose irónicamente.
—Era una pregunta, chico. Si lo prefieres no te hablo. —le devolvió la sonrisa, se notaba más relajada.
—No, que me encanta que me hables. Tengo todo, en el móvil están las reservas y también las entradas. Mientras tengamos ahora los DNI para hacer la reserva con eso ya vale. ¿Lo tienes?
—Exacto. O sea que no pierdas el móvil, que no me apetece volverme ahora a casa.
—Ni a mí. —ambos rieron sabiendo que aquella frase escondía algo más.
Subieron en ascensor llegando a la recepción del hotel, donde una mujer de mediana edad bien preparada y con un semblante de facciones lisas les esperaba. La mujer mostró una sonrisa de dentadura perfecta digna de anuncio y saludó con buenas palabras a los dos nuevos invitados al hotel.
—¿Me deja por favor un momento el móvil? —la mujer no podía tener un tono de voz más dulce— Y los carnets de identidad, si son tan amables.
Ambos buscaron en sus mochilas y los sacaron en un periquete. Mari se imaginó por un momento lo mal que se sentiría al no tenerlo y las súplicas que haría a aquella guapa mujer para que la dejara quedarse en el hotel. Ni loca se marcharía de vuelta a casa, tenía que pasar el día con su hijo… ¡Ah! Y ver también la función de teatro, a eso había ido ¿verdad?
—Ya está. Por lo tanto, se quedan una única noche y la salida será mañana a las doce.
—Seguramente, nos iremos antes —matizó Sergio aunque a su madre aquella frase no le gustó, prefería quedarse por siempre y eso que apenas hacía unos minutos que habían llegado.
—Aun así, hasta esa hora la habitación está disponible para ustedes. El desayuno, comida y cena están incluidos. Si lo prefieren mientras adecentamos la habitación, pueden ir a comer, el servicio de comidas acaba de comenzar. —ambos asintieron, tenían hambre.
—¿Las mochilas las dejamos aquí o las llevamos al restaurante? —Mari señalaba ambas maletas ante los ojos marrones de la mujer.
—No, tranquila. Déjemelas aquí mismo, ahora llamo para que se las suban.
—Muy amable. Por cierto, última cosa —comentó Sergio enseñando el ticket que le había expedido la máquina del parking— el tema del aparcamiento, ¿cómo hacemos?
—Sí, déjeme un momento la tarjeta. —el joven se la tendió y la mujer después de meterla en un pequeño aparato, sacó una nueva que le devolvió— Aquí esta. Con esta pueden entrar y salir cuando quieran, por supuesto de forma gratuita.
—Perfecto.
—Por último y lo más importante. —la mujer se levantó detrás del mostrador y les alcanzó una llave magnética que Mari cogió— Esta será su llave, habitación 323, en el tercer piso, cuando lleguen allí tendrán sus maletas. Espero que pasen una grata estancia en nuestro hotel, para cualquier cosa, aquí me tienen, mi nombre es Raquel.
—¡Muchas gracias! —dijeron al unísono madre e hijo y se giraron en dirección al comedor.
Entraron en una zona amplia, más larga que ancha, con mesas separadas a los lados y una gran barra al final con innumerables comidas. El viaje les había dado hambre, tanta que devoraron varios platos mientras comentaban cada uno. Hablaron, eso es verdad, pero cualquiera que les escuchara no entendería ni una palabra, ya que no paraban de engullir mientras conversaban.
Acabaron llenos, Mari apenas podía ni con un café de sobremesa. Tenían que descansar aunque tampoco tenían mucho tiempo, Sergio había pensado en algo para pasar la tarde y por una vez, no era sexual. El colorido restaurante del hotel se comenzaba a llenar cuando ellos se levantaban con destino a sus habitaciones.
Cogieron el mismo ascensor que les había llevado a la recepción y subieron al tercer piso. Mari dejó en manos de Sergio encontrar la habitación, ella siempre fue pésima buscando el coche en el parking de cualquier lugar, pasaba de intentarlo.
Giraron en dos pasillos llenos de puertas y al final encontraron la habitación 323. La madre sacó la llave de su bolsillo trasero y con ganas la puso en la ranura donde entraba a la perfección.
Una lucecita verde se encendió al lado de la ranura y la puerta se abrió automáticamente. Por un momento la mujer, con su hijo a su espalda, dudo al entrar. Aquella habitación estaba claro para qué la quería, que intenciones guardaba en su mente y dar aquel último paso… ¿Estaba preparada?
Había estado pensando toda la semana en la situación, se había dado cuenta de que tenía sentimientos especiales hacia su hijo. El amor por Sergio había roto la barrera maternal y se había instalado en uno más carnal, comprobándolo de sobre manera en el coche. Se había construido en su cabeza varias películas para adultos donde ambos eran los protagonistas y cuando pusiera el primer pie en la habitación 323 podrían hacerse realidad.
Levantó el pie derecho, entrando dentro del umbral que le separaba del pasillo y pisó con fuerza la moqueta del suelo. Había traspasado la frontera más lejana, estaba donde quería, con quien quería e iba a hacer… lo que AMBOS querían.
Tras de ella entró el joven sin tanto remilgo, dio un paso rápido y a su espalda cerraba la puerta con ganas haciendo que el vello de su madre se pusiera de punta. La mujer estaba atorada, del todo nerviosa y también… ansiosa, porque a partir de ese momento empezaba la cuenta atrás.
La habitación era simple, una formación típica de todos los hoteles que estos dos habían visitado. Un pequeño pasillo dejaba una puerta a la derecha donde estaría el baño y después, daban directamente a la habitación. La estancia la copaban colores amarillos y negros que se notaban como colofón en las cortinas. La cama más amplia de lo que la mujer se imaginaba en las fotos era la gran protagonista del cuarto, con el armario delante y en la mitad de este, una tele de grandes dimensiones.
Cada lado de la cama, tenía unas luces individuales para uso personal y todo el cabecero de esta, lo envolvía un mural de un emblemático edificio de la ciudad. Mari hacía mucho que no pisaba un hotel y se sorprendió de lo bien cuidado que tenían todo. No se veía ni una mancha, ni un rastro de polvo, ni siquiera sintió que se arrugase el edredón de la cama cuando posó su trasero en él.
Sergio directamente se dirigió al armario, quería comprobar si las maletas estaban allí, ya que no las veía. Se imaginaba que no las habían robado, eso sería tan absurdo, pero… su mente le decía que también estaba allí por querer tener relaciones con su madre y eso también era absurdo. Menos mal que las maletas sí que estaban dentro.
—Mamá —llamó Sergio a su progenitora mientras abría una parte del armario—, han dejado aquí las maletas.
—Sácame la mía, por favor.
El muchacho se la alcanzó y después hizo lo mismo cogiendo la suya. Sentados cada uno en un lado de la cama, Mari abrió la cremallera dejando ante sí la ropa que había escogido. Últimamente le gustaba llevar ropa más a la moda, se había dado algún que otro capricho en cuanto a vestidos y no había llevado ninguna de sus antiguas vestimentas al viaje. Incluso a un lado, en la zona donde había colocado su ropa íntima, estaba el sujetador que compró junto con su hermana el verano anterior.
Lo miró pensando en sí debería ponérselo, le hacía un busto tremendamente bello y sus pechos se quedaban de la mejor manera posible. Era idéntico al de su hermana, aunque en diferentes colores y recordaba cómo había insistido para que se lo probase. Se rio por dentro recordando la conversación y estirando la mano, lo sacó de la maleta para dejarlo colocado en la cama, se lo pondría.
Mientras rebuscaba entre todas las prendas que ponerse, las vivas imágenes que relacionaba con ese sujetador le vinieron a la memoria. Ella en la casa de su hermana, borracha como nunca, en la misma habitación de su hijo. Sergio le había visto con aquel conjunto, casi desnuda, con su piel ardiente debido al alcohol y un pensamiento rugió en su cerebro, “¿le gustó?”.
—Voy a aprovechar para darme una ducha, vengo sudado del viaje.
La voz de su hijo la interrumpió los pensamientos, estaba tan sumergida en su mente que giró de forma brusca la cabeza para mirarle. Estaba al otro lado de la cama, tan lejos y la vez tan cerca, en el lugar donde solía estar su marido. Sin embargo, Dani no estaba, solo Sergio.
—Bien, cariño, quizá haga lo mismo, aunque tampoco estoy muy sudada. Si no es ahora me ducharé antes de dormir.
Sergio que había cogido un vaquero y una camiseta junto a la ropa interior se levantó hacia el baño. Con estas prendas, trató de taparse la pequeña elevación de su entrepierna. Sin llegar a estar del todo dura, su pene había reclamado sangre desde el mismo momento en el que arrancó el coche y a cada instante, solicitaba más.
En ningún momento dejó de pensar en Mari, simplemente ella se había implementado en su cerebro como un parásito. Aunque estaría mejor decir que estaba directamente pegada en su imaginación. En los tantos momentos de silencio, la situación se volvía realmente crítica, su mente se convertía en un verdadero coche de carreras y por aquella carretera fluían imágenes que prácticamente cobraban vida.
Se adentró en el baño, cerrando la puerta tras de sí y encontrado un momento de respiro para su desenfrenado cuerpo. Cada porción de músculo le vibraba de una forma diferente, todo de forma disonante creando la sensación de que en cualquier momento se podía derretir. Nunca había sentido la expresión “estar hecho un flan” tan real.
Se quitó la ropa con calma, sentía que el momento había llegado, estaban en el lugar preciso para que sucediera lo que ambos querían, sabía que algo pasaba, solo tenía que esperar el momento. No podía imaginar cuál sería el detonante, pero no se sentía capacitado para dar el paso, creía que si tuviera que decir algo la lengua se le trabaría. Las palabras no eran una opción, pero ¿sus gestos? Quizá quedaría más como un simio cachondo que como una adolescente.
Mirándose al espejo vio su cuerpo desnudo, en un estado perfecto que no necesitaba casi ni ejercicio, cosa que estaba seguro de que con el tiempo cambiaría. Ahora estaba delgado y fibroso, con un pelo alborotado marca de la casa. No poseía ningún pelo en el torso, dándole aún más sensación de juventud, “espero que a mamá le guste…” saltó en su mente como un resorte. Casi todos los pensamientos eran en torno a la mujer que le había traído a este mundo y que ahora estaba a una pared de distancia, sentada en la cama que compartirían esa noche.
Echó un vistazo ligeramente más abajo, el espejo le reflejó lo que ya sabía, con un leve pensamiento su pene se había puesto en una buena erección, que coronaba un glande al rojo vivo. Resopló sacando sus manos del frío mármol del lavabo y cogió su tremenda herramienta con su mano diestra.
La movió en una ocasión, dejando todo el prepucio al aire y tocando con sus dedos los pelos que rodeaban la base. “Me los tengo que quitar” se dijo sabiendo que apenas tenía unos cuantos que no dejaban totalmente calva la zona.
Resopló de nuevo con fuerza dejando todavía su mano rodeando su durísimo tronco, anduvo hasta la ducha y accionó el agua caliente que comenzaba a caer. Mientras el ruido del agua envolvía el baño, escuchó algo más, un ruido venido de una persona. Quizá hubiera sido su madre, igual se había tropezado o se había asustado con algo, había sido un leve sonido que apenas se oía, como un susurro en el interior del baño.
Sin darle mayor importancia entró tras la mampara de cristal trasparente, pensando en que si su madre entraba le podría ver desnudo sin problema y sobre todo, con un pene como el acero en su mano.
Quería calmarse, darse un momento de serenidad y tenía muy claro lo que tenía que hacer. Introdujo primero la cabeza bajo el chorro que se calentó con suma rapidez. El pelo comenzó a mojarse y después con lentitud metió el cuerpo para calarse totalmente. La ducha siempre le relajaba, siempre le dejaba con una paz interior sublime, como si estuviera en el vientre materno. “Mamá…”
Involuntariamente su mano descendió de nuevo donde su herramienta comenzaba a gritar por un poco de placer. Debía dar un poco de rienda suelta a su pene y soltar algo de “lastre”, que significaba bajar su nivel de lujuria.
No podía esperar más, no debía demorarse mucho en la ducha, sería demasiado llamativo. Estaba claro con quien pasaría el buen rato que se iba a dar bajo el agua. Durante la última semana solo había habido una mujer en su mente, ni siquiera su tía logró interponerse entre Mari y él. Imaginó cada postura, cada situación, se había montado innumerables escenas dignas del mejor director de cine para adultos.
Ahora con el pene bien aferrado entre sus dedos, hizo el primer movimiento hacia atrás. El glande volvió a salir, rojo como bien lo había visto en el espejo. El agua caía hasta su miembro viril mientras su mano lo movía primero con lentitud y después más rápido.
El placer llegó enseguida, incluso antes que cuando lo hacía en casa. Solo pensar que estaban en un hotel los dos solos le hacía sentir un picor en los genitales que le desbordaba. Siempre se había imaginado que aquello era la producción incesante de espermatozoides y… podría serlo, porque sus eyaculaciones cada vez eran más abundantes.
Puso a trabajar a su cabeza como siempre. Su madre en la cama, su madre contra la cómoda, su madre en el suelo… cualquier lugar era ideal. Incluso la recepción del hotel le valdría mientras la tan amable jovencita les miraba perplejos como perpetuaban el mayor pecado.
Se quedó con la última cosa que le vino a la mente, su madre entrando en el baño, desnuda. Con su piel resplandeciente y sus curvas bien proporcionadas caminando hasta su posición. No habría besos, ni siquiera roces, porque no tenía tiempo, Sergio sentía el calor atrayéndole al infierno.
Mari se agachaba, le pedía con palabras obscenas hacerle una felación “¿te chupo la polla?”. Sergio trató de dar más forma a la película, pero era demasiado complicado, el semen trataba de tirar la puerta abajo y salir disparado.
No pudo imaginarse diciéndola que sí, solo se vio tal cual estaba, con un ritmo furioso dando buenas sacudidas a su miembro erecto. Aunque su mente seguía bien activa, tanto que casi cruzaba a la realidad, superponiendo de rodillas una imagen de su madre mientras trataba de terminar como mejor podía.
Volvió a escuchar algo, esta vez no fue un sonido, solo una palabra. Quizá fruto de su mente atorada por tanto placer que manaba de su cuerpo. Era la voz de su madre, que en su imagen proyectada en el suelo de la ducha decía de forma sensual, “hijo…”. Aquel sonido parecía derretirse en los propios labios de la mujer que desencadenaba un placer acorde del que tenía Sergio.
Solo una pregunta pasó por la mente del joven que ya no encontraba vuelta atrás a todo el placer que iba a salir. “¿Me lo he imaginado o ha sido real?” No había tiempo para responder. Su espalda se tensó y apretó los dientes dibujando una mueca de placer absoluto al tiempo que detenía el movimiento de su brazo.
Los chorros cayeron sobre el suelo de la ducha, perdiendo su gran espesor al mezclarse con dificultad con el agua que caía desde la zona superior. Las piernas le temblaron y al tiempo que el semen se disipaba por las cañerías, Sergio recuperaba la cordura que también había perdido.
El sonido de la ducha le fue tranquilizando el corazón que parecía portar un terremoto, se pudo calmar poco a poco terminando con la ducha más pausadamente. La palabra que había escuchado la olvidó al momento, pensado que su mente se había desbordado por completo. Aunque no había reparado en una cosa, la imagen proyectada de su madre había sido borrada sin culminar sobre ella… aunque tampoco le importaba, el placer había sido olímpico.
Mientras Sergio terminaba con el jabón y se depilaba la zona púbica al milímetro, pensaba en otras cosas que no tenían nada que ver con Mari. Todo cosas banales, gracias a la masturbación podía hacer a un lado a la mujer. Sin embargo, habría vuelto a su mente con suma rapidez la mujer que le dio a luz, de haber sabido lo que pasaba a una pared de distancia.
CONTINUARÁ
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