AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Tercera Etapa 19
Tengo que arreglar las cosas.
Parecía que se avecinaba mal tiempo, la temperatura bajó drásticamente y las nubes que en principio se veían amenazantes, ahora eran una alarma de tormenta. Después de comer, ya dentro del coche escucharon el primer trueno. Carol se acomodó en el asiento con su tripa algo llena, le gustaba ver tormentas, pero mejor en su casa, sentada al lado de una ventana, que dentro de un coche.
—¿Te apetece venir a mi cuarto un rato? —a Sergio le apetecía seguir hablando, no de su tía en particular, aunque tampoco le importaba que saliera el tema. Únicamente quería pasar más tiempo con su amiga.
—En el mío mejor, que todavía tengo que deshacer la maleta, —miró con esa sonrisa maliciosa que solo ella sabía poner. A Sergio le parecía una niña de diez años— así me ayudas.
—Tienes una cara más dura…
Viró el volante mientras disminuía la velocidad. Paró en la gasolinera para rellenar un depósito que estaba cerca de la reserva, con veinte euros sería suficiente para pasar el mes con holgura. Repostó con rapidez, al amparo del techo que le tapaba de las primeras gotas que empezaban a caer.
Metió la cabeza por la ventanilla que Carol tenía abierta, se le había ocurrido una idea y aunque era una hora temprana de la tarde… ¿Por qué no?
—¿Te apetecen unas cervezas? Estar juntos en un cuarto sin alcohol se me hace raro, ya es tradición.
—¡Fabuloso, necesitamos cerveza para aguantarnos!
—Qué lo dudes, me ofende…
—Imbécil… compra un pack de ocho, es lo que nos gusta, ¿no?
—Mejor dos de ocho.
—Sergio, tengo algo de resaca, no te pases… —el joven se encaminó sin querer escuchar esto último— ¡Sergio, te he dicho que no te pases! —repitió sacando la cabeza por la ventana. Él movió una mano en el aire, negando con el dedo y Carol sin saber por qué sonrió, para al siguiente instante, metida en el coche susurrar— Me gusta que tengamos tradiciones.
Volvió rápido y en unos minutos ya estaban buscando sitio cerca de la residencia. Lo malo que aquello se volvió imposible, apenas se veía con la tromba de agua que comenzaba a caer y nadie movía sus coches.
—Te dejo en la entrada y cuando aparque ya subo.
—Deja, si te mojas tú, ya me mojo yo también.
—Lo dices para no deshacer sola la maleta, ¿verdad?
—Claro. —esta vez mintió. No le importaba la maleta, pero no quería que Sergio se mojara solo, era una estupidez, pero… no quería.
Tardaron media hora larga en aparcar, mientras Carolina señalaba sitios enanos, donde obviamente para cualquier ojo, menos los de la chica, el coche no entraba. Al final aparcó en un estrecho lugar después de varias maniobras donde su amiga acabó por felicitarle y chocar ambos las palmas.
Ahora se venía lo más complicado, decidieron que correr sería lo ideal, el agua caía a mares y las nubes encapotaban el cielo, era estúpido esperar, aquello seguiría todo el día. Contaron hasta tres, los dos mirándose y cada uno con la manilla en la mano.
—Una… dos… y… ¡Tres! —salieron a la carrera.
Primero se adelantó Carol, mientras Sergio cerraba el coche. La pilló enseguida y corrieron a la par durante más o menos medio kilómetro sin parar. No importaba lo rápido que fueran, se iban a mojar y así sucedió. El sonido estridente de un trueno les marcó la entrada a la residencia donde el bedel les miraba incrédulo por los mojados que entraban.
Ambos con ropas más o menos de primavera estaban empapados en agua, Carol incluso se tuvo que quitar las gafas para ver algo, ni siquiera se las podía limpiar todo ella estaba húmeda. Toda.
Subieron a la carrera y Sergio se detuvo primero en su puerta. Carolina siguió con las cervezas en la mano.
—Trae un pijama, ya te duchas aquí, que tengo ganas de empezar la primera cerveza.
—¿Se te ha pasado la resaca?
Añadió “un poco” en silencio, sin mover los labios y juntando el dedo índice con el pulgar.
Dentro de su habitación, Carol se sintió extraña, hacía tanto que no se sentía así de bien con un chico. Desde su exnovio, básicamente los había dejado a un lado, centrándose solamente en las mujeres.
Con Sergio sabía que solo era amistad, ella había desistido de los hombres “son todos iguales” rezaba de continuo, pero… ¿Él lo era? Comenzaba a dudarlo. Cogió la toalla y en menos de un minuto abrió a su amigo que seguía chorreando.
—Dúchate primero si quieres.
—Mejor. Paso de ver todos tus pelos en la ducha.
—Todavía hago que me la vuelvas a arreglar…
Sergio entró al baño riéndose como casi siempre hacía cuando estaba con su amiga, era inevitable no pasárselo bien a su lado. La ducha le sentó de cine, el frío había entrado en su interior y de alguna manera debía sacarlo. Aunque por una extraña razón que cada vez comprendía más y más, una zona no estaba fría.
Últimamente su pene tenía consecuencias extrañas al estar con Carol, siempre daba pequeños respingos al pensar en ella dentro de su habitación, una vez llegó a ponérsele tiesa. No se masturbó, pero la idea le rondó la mente.
Al tiempo que le caía el agua masajeándole el cráneo, le vino a la mente las palabras que hacía meses le confesó a su tía. Parecía que era cierto, no podía tener amigas, siempre acababa pensando en ellas de un modo sexual. Aunque en verdad, ¿Era Carol su amiga o… quería en el fondo algo?
Tenía claro que la apreciaba mucho, era buena, confiable, agradable, a veces un poco intensa… en ocasiones demasiado…, pero se hacía querer y lo mejor de todo, conectaban.
Se secó sin dar más vueltas al tema, era su amiga y punto, lo dejó claro en su mente. Con el pijama puesto y el pelo húmedo como apareció delante de su tía, volvió al cuarto. Allí estaba Carol, esperando su turno, con el pelo moreno y de puntas azules realmente mojado, y envuelta en una toalla. Debajo… nada, igual que la primera vez que se vieron.
—Has tardado una vida, espero que no te hayas pajeado…
—¡Qué obsesión con las pajas! No tranquila, no acostumbro a mancillar duchas que ya han sido usadas.
—Estuviste rápido… —entornó los ojos buscando una contestación que no llegaba— Esta te la puse en bandeja.
Carolina fue rápida y salió en unos minutos con su pijama puesto. Un pantalón largo que le tapaba la mitad de unos pies descalzos y arriba una camiseta corta que le llegaba hasta el ombligo y marcaba dos pezones que no llevaban sujetador. Sergio sentía que eran amigos, pero tampoco era tonto, si los pezones estaban para verlos… miraría… disimuladamente…, pero miraría.
Le lanzó una cerveza al aire que la chica cogió con suma destreza. La abrieron al unísono, compartiendo el sonido de liberación que a tantos y tantas gusta. Brindaron en un aire ficticio y dieron el primer trago de las ocho cervezas que en teoría tocaba por cabeza. Sí, Sergio había traído las que le dio la gana, dieciséis en total.
—Carol, entiendo que no te gusten los hombres. Vosotras tiráis mucho pelo en el baño, eso es un hecho. —afirmó lo que le decía, no tenía argumentos para lo contrario— Pero nosotros… olemos fuerte, somos brutos, nos dejamos llevar por impulsos y si tenemos barba os pica al besar y en otras zonas.
—Tú poco problema tendrás, menuda birria de barba que te sale.
—Gracias…
—Aunque tienes razón en muchas cosas, ya te dije que no es que no me gusten los chicos. Lo que te dije es que me he olvidado de ellos, bueno de vosotros.
—Cierto. —dio un trago largo, estaba seco y la garganta recibió de buena gana la cerveza fría— Es mucho inmiscuirme preguntarte ¿por qué?
Mirando a la ventana y viendo como las gotas golpeaban con fuerza, se levantó para poner un poco de música. Algo bajito, para no molestar a los estudiantes y suspiró con fuerza.
—No lo es. Eres mi amigo, me gusta hablar contigo. —Sergio se sintió feliz por escucharlo y a la vez decepcionado por la erección que tuvo pensando en ella— Fue antes de venir a la universidad. He estado con varios chicos, más chicos que con chicas, pero con mi ex ya dije hasta aquí.
Hizo una breve pausa para dar un trago largo, la historia no le gustaba, pero hablar con Sergio era otra cosa, con él todo sabía diferente. Dejó la lata en la mesa y se dispuso a hablar.
—Soy un tanto desastre —Sergio sonrió sin resistirse. No hacía falta que lo jurara— Vale, es evidente que sí. Sé que soy un tanto complicada para una relación, y algunas veces pues me ha costado estar en pareja, tampoco muchas. Pero también me han fallado, no me gusta que me mientan y me duele muchísimo. Casi siempre he tenido ese tipo de decepciones con los tíos y… es irónico, porque con Paola me está pasando algo similar, aunque creo que de forma diferente. Ella al menos tiene la excusa de la vergüenza y de no querer “salir de la zona de confort” ¿no?
Sergio dio un trago largo y levantó ambos hombros sin saber qué contestar. Labró una opinión algo dura sobre esa Paola, que nunca había visto, pero no le caía bien porque creía que solo se beneficiaba de su amiga y que… nunca estarían juntas. Al menos de cara al público, en esa habitación en la que estaba, sabía de boca de Carolina que le encantaba que le comieran su sexo.
—Tampoco quiero divagar mucho, porque no merece la pena. Salía con un tío mayor, dos años más que yo, ahora parece una distancia enana, pero cuando tienes dieciséis, es la leche. El caso es que yo de maravilla, me trataba bien, o eso creía, me llevaba a sitios en el coche… bueno te imaginas una relación de una adolescente. El caso es que la historia se resume muy fácil, me pidió unas fotos… picantes… también te imaginas, y pues estúpida de mí se las envié.
—Hijo de puta…
—Exacto, las pasó. Mira, a mí enviar esas fotos casi que me gustaba, es tu pareja, te ve desnuda y en peores situaciones, no me importa, pero cuando las envió, se me cayó el mundo encima. Según él, le habían quitado el móvil, pues hijo de puta, pártele la cara al que lo haya hecho. —Carol se encendía con el tema. El sabor de la cerveza la serenó— Resumiendo, que la foto corrió por varios grupos y todo muy gracioso, claro…, por eso… después de un año de mierda, entre en la universidad, vi la oportunidad y vine aquí. Quería dejar el agua correr, es lo que siempre dice mi padre, al final suelen ir olvidándose del tema porque aparecen otros más jugosos…
—¡Joder! Menuda putada, Carol. Te diré que lo siento mucho, aunque creo que no te ayudará.
—Lo peor no es eso, Sergio, que va. Lo peor viene después, las burlas, las mofas, porque en la foto no se apreciaba muy bien que era yo, si me conocías lo sabías, sino no. Gente que no me conocía me mandaba mensajes para follar, era todo tan asqueroso y violento. Tal vez eso sea lo más asumible de todo, lo borraba y punto, pero… aquí viene lo mágico de la vida. En mi grupo de amigas éramos una decena de chicas, tía arriba, tía abajo y lo cojonudo de todo, lo más maravillo, es que algunas se mosquearon por ir enviando esas fotos.
Sergio torció el rostro sin comprender lo que sucedía, la música seguía sonando y un rayo cayó a varios kilómetros, pero le daba lo mismo, solo tenía ojos para su amiga.
—Ahora estoy bien, pero lloré mucho. Pienso que esas hijas de puta, no tienen otro nombre, no eran mis amigas y me odiarían o querrían comerle la polla al que era mi novio, no lo sé. El caso es que me tildaron de zorra y el grupo se dividió, mis fieles amigas, nunca una palabra tuvo tanto significado, me apoyaron y a día de hoy cuando vuelvo quedo con ellas. Son mi mundo, las amo y me aman. Sin embargo, a día de hoy, después de varios años, me cuesta pisar el que ha sido mi pueblo.
—Ahora mismo se queda corta mi oscura historia. —remarcó lo de oscura queriendo cambiar la expresión de Carol, no lo consiguió— Quizá sea una frase muy usada, pero si pudiera hacer algo…
—¿Máquina del tiempo? ¿Tienes una? —forzó una media sonrisa, pero sus ojos verdes manaban tristeza.
—Tengo que mirar en mi trastero, pero creo que se la dejé a un amigo y nunca me la devolvió. —apartó la lata acabada de su mano y la dejó en el escritorio, fue hasta el ordenador y su cerebro pensó rápido en una canción. Se le había ocurrido una estupidez, la cara de Carol se entristecía a cada poco y debía animar a su amiga… para una que tenía…
Corrió rápido con el ratón por el reproductor de música y eligió una, que bueno… no estaba mal del todo para lo que quería. En la habitación, mientras Carol mirada dubitativa a su amigo sin saber lo que hacía, Marc Anthony empezó a cantar.
—¿Sergio? ¿Vivir mi vida? ¿De verdad?
—¿La conoces?
—Sí, claro, aunque no es de mis favoritas…
—¡Calla! —Marc dijo las primeras palabras y Sergio cogió de la mano a su amiga levantándola de la silla— ¡Venga, baila conmigo!
—¡¿Sergio, qué haces?!
Por la fuerza del joven, el pequeño cuerpo de la chica dio una vuelta en la habitación volviendo a sostenerse por la intervención de la mano de su amigo. Se miraron dentro del cuarto, con los cuerpos húmedos de la ducha y el calor reinante en el pequeño recinto. Cogidos de la mano, con los brazos estirados y los cuerpos separados, se vieron por primera vez de otra forma.
Sergio sonreía, pero de verdadera felicidad, quería pasárselo bien y sobre todo, ayudar a su amiga. Carol lo entendió y su gesto sorprendido, cambió para copiar la misma sonrisa que tenía su amigo. Solo una persona le había sacado esa sonrisa a cuentagotas en todo este tiempo y había sido Paola. “¿Por qué Sergio?”.
Carolina no lo dudo, dio una vuelta sobre la alfombra del cuarto, sus pies sisearon en el suelo. Parecía una bailarina girando sobre un teatro ruso atestado de invitados importantes. Las manos cogidas sobre la cabeza de la chica viraron como el cuerpo de esta. Lo hizo rápido, tanto que mientras el pelo se estiraba hasta el máximo despidiendo pequeñas gotas, temió que las gafas le salieran volando.
No ocurrió, sin embargo, lo que si pasó fue que la fuerza de rotación le hizo quedarse totalmente pegada a su amigo. Pecho con pecho, sus cuerpos cubiertos únicamente por una tela volvían a estar unidos, esta vez no era un abrazo, era un baile.
Sergio la sujetó con fuerza de la mano y posó la otra en una pequeña cintura que hizo que su palma pareciera gigante. Ella la colocó en el hombro del joven, tan duro y seguro que le pareció mágico. “¿Qué me está pasando?”.
La canción proseguía, llena de vida y vitalidad. El baile se convertía en una maraña de pasos mal trenzados, risas incontrolables y roces inevitables, pero de lo más gratificantes. No es que se lo estuvieran pasando bien, es que se divertían como verdaderos críos. Lo recientemente narrado por Carol se había esfumado, borrando el recuerdo de un individuo que detestaba. Y para Sergio sus problemas se habían resumido a… dar con el paso acertado para no caerse o pisar a la chica.
La canción terminó, haciendo ambos una estúpida reverencia que salió de improviso. Fueron a sus lugares de origen con una sonrisa imborrable que nadie les podía arrebatar, juntos… eran felices.
Otra cerveza corrió y después una nueva… bebieron las dieciséis durante toda la tarde y la conversación no cesó en ningún momento. Todo fueron carcajadas, risas imparables y felicidad tan atronadora como los truenos del exterior. El contraste de un lado de la ventana a otro, era increíble.
—Estoy borracho. —Sergio no tenía que jurarlo, se veía, era la tercera vez que iba a mear.
—No me había percatado… —la lengua de Carol se trababa. Se maldijo por un segundo por estar así después de tal cogorza el fin de semana. Pero era joven, se lo podía permitir.
—Pues… —Sergio cayó pesadamente sobre la cama— tengo que confesar, que el tema de la foto una vez se lo pedí a Marta. —Carol ya sabía de sobra quien era esa chica— Por supuesto no me la envió y no la culpo, nunca más insistí, pero… ¡Dios! Como me ponía la idea. Es algo que estará en la cabeza o qué sé yo, pero el morbo de una foto, así en lencería, de tu novia… la idea es superexcitante.
—¡Sergio! —rio a mandíbula abierta doblándose hacia atrás mientras dejaba al aire buena parte de su vientre— ¡Puto guarro!
—No lo soy. —se defendió con dos coloretes en las mejillas.
—Sí lo eres. —no paraba de reírse y mostrar lo borracha que estaba— Pero bueno, brindo por Marta, una gran mujer y sabia. —alzó la copa. El joven le siguió a regañadientes— La mía no era en ropa interior como tal, era un poco más especial.
A Carolina hablar del tema ya no le causaba absolutamente nada. El baile la exorcizó y con la ayuda de las cervezas, habían matado al demonio. Al menos por el momento, sabía que ese mal que tenía en su interior volvería, pero con Sergio dentro de la habitación, estaba a salvo.
—No entiendo. —pocas cosas podía comprender.
—A ver… esto si lo comentas, sí que te mato ¡eh! —el muchacho cerró los labios como si tuviera una cremallera— Así me gusta. Pues mira… a mí… el tema de los disfraces… ya sabes disfrazarte de personajes o personas o de cierto modo… —no podía estar más roja, para Sergio estaba preciosa— me pone.
—¡Toma! —comenzó a reírse sin parar hasta que la chica le lanzó un cojín— No, no, si me parece maravilloso, te diré que a mí un poco también. O sea no vestirme y eso, pero igual hacer un poco de eso, me fascinaría. ¿Puedo saber de qué era?
—No sé para qué digo nada. —se tapó la cara y cuando la descubrió habló de nuevo— Pues tenía una ropa muy sexy, ni te lo imaginas, lencería buena ¡eh! Nada de mercadillo. Unos guantes con los dedos al aire, unas medias negras, una cola y —se llevó las manos al pelo— una diadema con orejas de gata… ¡Ah! Y… me pinté unos bigotes.
—Vaya… —se quedó perplejo y le costó contestarla, porque una parte de él se estaba poniendo dura. Logró decir algo al pensar en su miembro— ¿Una cola?
—Sí…, pero… eso ya otro día. —terminando por reírse de forma muy tímida— Es una fantasía que tenía y claro pensaba que con mi ex…, pero no, por supuesto que no.
—¿Paola?
—No… aparte de que me da muchísima vergüenza contarle eso. —“¿Por qué a Sergio no?”— La fantasía es con un chico, no una chica. O sea que me da que me quedaré con las ganas.
En aquel instante Sergio no dudó en querer facilitarla la ayuda para cumplir lo que desease, pero sabiamente se cayó. Notando un picor muy reconocible en la entrepierna decidió que era el momento de irse, si la conversación seguía, el picor se convertiría en un dolor terrible al tratar de no despertar a la bestia.
Se puso de pie, con un leve bulto que Carol miró con curiosidad. Una curiosidad que rápido se convirtió en timidez, porque el pene de Sergio se notaba muchísimo.
—¿Ya te vas? —la joven quería seguir hablando toda la tarde y toda la noche, se lo pasaba genial.
—Sí, que si no mañana, no nos vamos a levantar. —algo sintió al mirarla a los ojos y preguntó— ¿Prefieres que me quede?
—Eh… no, no, mejor descansar. Tenemos que dormir, además tengo que deshacer la mochila que al final te has escaqueado. —detuvo sus labios un segundo y volvió a mirar en una décima de segundo el bulto entre sus piernas. “¡Quita la vista!”— Si te quieres quedar… tampoco me importa.
—Bueno… igual…
Vio cómo su amiga se levantaba. Quedó con la ventana a la espalda mientras las gotas seguían golpeando el cristal y una canción que no escuchaba salía del ordenador. Dio un paso hacia él con los pies descalzos, el ombligo al aire y… unos pezones parcialmente duros que se notaban tras la tela.
Sus pechos se veían firmes, la camiseta estaba ceñida y se podía vislumbrar su contorno, Sergio lo vio y Carol observó como la miraba. Ambos se sintieron extraños por primera vez, bajando esta última la cabeza, con la intención más disimulada posible, de mirar el bulto que se movía bajo la tela.
—Será mejor que me vaya.
—Sí, mañana nos vemos. —esperó un momento y le volvió a mirar a los ojos, ambos conectaron un segundo eterno— ¿Te parece bien?
—Por supuesto.
Sergio se fue rápidamente, sin dar más tiempo a otra palabra que estropeara el momento. ¿Por qué lo había estropeado con su reacción o Carol estaba cómoda? Sus duros pezones con el calor de la habitación no eran normales, o eso creía el joven.
Se adentró con rapidez en la cama, sin pensar en nada más que en el blanco del techo para reprimir una masturbación que estaba llamando a la puerta. Logró cerrar los ojos y el alcohol hizo que el sueño viniera rápido, había conseguido parar un orgasmo con el nombre de Carol. Lo que desconocía era que su amiga, también detuvo un orgasmo, pero en su caso, con el nombre de Sergio.
De lunes a jueves Sergio apenas vio un rato a Carolina. La pobre estaba algo estresada con un examen parcial que tenía el viernes y estudió como nunca. Sergio solo la molestó unos minutos, llevándola una bebida energética para que recuperara fuerzas. La joven lo agradeció y le despachó rápido, tenía que seguir estudiando, aunque le costó bastante retomar el estudio, Sergio estaba en su cabeza.
El muchacho en cambio, poco tenía que hacer. Pasó par de tardes junto a Javi y otros amigos jugando a las cartas en la cafetería, con penosa suerte hay que añadir, y también intercambiando mensajes con su hermana. Laura solía escribirle casi a diario, aunque esa semana en concreto hablaron de manera ininterrumpida. Sobre todo de la visita de Carmen, de las cosas que le compró y también, de que su madre andaba algo nerviosa o intranquila, no sabía bien.
Se podía hacer una idea de cuál era el motivo. Según su tía, Mari quería hablarlo, tenía ganas… o por lo menos estaba por la labor de poner fin a la situación. Ninguno de los dos sabía que sucedería después, si volverían los mismos sentimientos o retomarían su antigua vida, pero había que hacer algo ¡YA!
Preguntó a su hermana el horario de su madre, más que nada por confirmarlo, ya se lo había dicho anteriormente. Lo único que le importaba era que salía a los ocho y estaba siempre de lunes a viernes, algún sábado que otro también, pero entre semana era cuando la podía pillar.
El jueves se quedó dormido diciéndola que muchas gracias por la información y no le sorprendió levantarse al día siguiente con un mensaje de Laura. Lo que si le impresionó a primera vista fue el contenido.
—¿Vas a ir a verla?
Podía ser una duda normal, una pregunta común de una hermana a su hermano. Sin embargo, a través de la pantalla sintió algo raro, como si esas palabras tuvieran un tono y Laura se lo preguntase de otra forma. “¿Lo vais a arreglar?” fue lo que en verdad leyó el muchacho sintiéndose descolocado por completo.
Solo eran imaginaciones suyas, Laura no sabía nada, por supuesto Mari no se lo había contado. Pero su hermana era lista, bastante perspicaz y se podía oler que algo pasaba. Con dedos inquietos escribió en el móvil una escueta respuesta.
—Sí.
—Me parece muy bien.
Laura contestó rápido, no le importaba sacar el móvil de forma furtiva en clase, siempre tenía un hueco para hablar con su hermano.
La puerta sonó con fuerza mientras la pregunta que se imaginaba en su cabeza resonaba una y otra vez. Sergio se alzó de su cama, con el pelo disparado para diferentes direcciones y aún a medio despertar. Abrió la puerta recibiendo una ayuda extra del exterior, haciendo que se retirara un paso atrás dejando paso al vendaval que se avecinaba.
—¡Ya está! ¡Me salió de puta madre!
Claro que era Carolina, con su vitalidad mañanera entrando a viva voz con una felicidad que le salía por los poros.
—Me alegro —dijo Sergio en mitad de un bostezo.
—Huele a paja, abre las ventanas.
—Dios, Carol, siempre igual. Eres pesada hasta decir basta.
Con una energía infinita corrió hasta la ventana y la abrió con fuerza haciendo que Sergio apartara la vista de sol como un vulgar vampiro. En un visto y no visto, le hizo la cama he incluso le ordenó el escritorio.
—¿Qué haces?
—Es que me levanté con muchísimas ganas.
—¿Tienes planes para este fin de semana?
—Marcho a la tarde, pero el domingo al mediodía estoy aquí. Es el cumpleaños de una amiga. ¿Me vas a echar de menos? —le pinchó con un dedo en el vientre y este sonrió.
—Un poco, tampoco te ilusiones.
—¡Cómo te gusta mentir! —le añadió entornando los ojos—. Venga, vístete, vamos a dar un paseo o algo, que ha salido el sol.
—Diez minutos, por favor.
—Seis y porque estoy feliz. —le empezó a empujar a la ducha— ¡Rápido, rápido! No quiero perder el día. —cerró la puerta del baño con Sergio dentro y añadió— Si no te das prisa me voy a poner a fisgar tus cosas.
—Me da que lo vas a hacer aunque tarde tres minutos.
La joven se rio tras la puerta y esperó sentada en la cama. Tenía algo por lo que estar feliz, que seguramente contaría a Sergio más tarde. Había quedado con Paola, el domingo a la mañana iban a hablar y parecía que por fin darían un paso más, estaba ilusionada y quería gritárselo. Sin embargo, algo dentro de ella no quería decirle nada, tenía un presentimiento, como si a Sergio… le fuera doler.
No entendía muy bien de donde venía esa sensación, era como decir a un novio, “oye me voy a ver con mi ex, ¿qué te parece?”. “No le estoy engañando, no es nada mío, ni siquiera me gusta…” pensaba mientras perdía sus ojos en la pared verde que había detrás del escritorio.
Aunque sabía que algo la pasaba, no solo fue el fin de semana pasado. Esta semana gracias a los estudios no le dio tiempo a pensar mucho en su amigo, pero cuando le llevó la bebida energética, el pecho se le comprimió para después latir con fuerza. Le gustaba mucho estar con él, tanto que igual… le comenzaba a gustar de otra forma…
Carol se engañaba una y otra vez, diciéndose que eran amigos y nada más, que era amor de amigos y punto. ¿Cómo le iba a gustar otra vez un tío? “Son unos cabrones”. No obstante, no tenía muy claro si generalizar era una buena opción, “Sergio… no es así”.
La mañana fue bastante placentera, caminaron por los alrededores de la facultad mientras Carolina no paraba de hablar de su examen. Buscaba un momento para contarle lo de su “novia”, con suerte igual a partir del domingo podría llamarla así.
—Estuve hablando con Laura. —sentada en el banco comiendo una bolsa de Doritos, Carol se giró. El tono de Sergio indicaba que era importante. Ya le conocía— Me ha estado hablando de casa, de mis padres… he decidido que voy a ir a hablar con mi madre.
La joven se quedó de piedra, queriendo decirle, “muy bien, es lo que tenéis que hacer, arregla las cosas”. Sin embargo, tardó en contestar, pensaba en todo lo que eso implicaba y en una cosa que ella… solo se imaginaba.
“Si lo arreglan, ¿volverá a casa? Eso es bueno, porque tendrá una buena relación con sus padres. Pero, no quiero que se vaya…”. Quería tenerle cerca, era un gran apoyo en su vida. En tan poco tiempo, se había convertido en alguien tan importante, era su… MEJOR AMIGO.
—¿Qué te parece? —preguntó Sergio al no ver reacción de parte de su amiga.
—Bien. Supongo, ¿no? Me refiero, es lo que quieres ¿no?
—Sí, tengo que arreglar las cosas. Ahora no pienso tanto en ello —“porque te tengo a ti y haces que me olvide de todo” se tragó sus palabras. No quería sacarlas, sonarían raras—, pero a la larga me comerá de nuevo por dentro.
—¿Qué vais a hacer? —con la imaginación volando, pensó que aquello sonaría del todo inapropiado, rectificó— Vais a tomar algo o no sé, pasear… —“cállate, qué la jodes”.
—Ni idea, voy a ir a verla a la tienda. Allí acabaré con esta chorrada.
Necesitaba decirle algo, si quería que le acompañase o si necesitaba algún tipo de apoyo moral. Pero no le salió, además que ella se iría a su casa, aunque si lo pedía… se quedaría con él… lo que Sergio necesitase.
—Si después estás mal o… no sé… me puedes llamar o algo. —se sentía nerviosa, el tema la ponía así. Porque se olía que tras la capa superficial del problema, había algo más.
—Pues tiene gracia…, pero podrías ir dándome tu móvil, ¿no?
Carol sonrió de lo estúpido que era, ninguno de los dos tenía el número de teléfono del otro, total ¿para qué? Vivían a dos puertas. Hacían vida juntos, y todos los días se veían, no lo necesitaban, sin embargo, se intercambiaron los números de teléfono.
—Ya está. Señor fontanero, así te reconozco rápido. —bromeó la joven.
—¿Qué pongo yo? Pesada, muy pesada, pesadísima…
—Pon: la mejor del mundo. Creo que es lo más evidente.
Sonrieron y volvieron a la residencia, aunque a Carolina algo le picaba dentro de la cabeza. Todavía tenía que contarle lo de Paola y le costaba un mundo sacarlo, además que saber que se vería con su madre, no entendía por qué no le daba buenas sensaciones. Sabía que lo arreglarían, que todo estaría bien, sin embargo… Después… ¿Qué pasaría?
Anduvieron hasta la puerta de Sergio, donde este se despidió y Carol le paró antes de entrar. Fingió una sonrisa de sorpresa, “¡Vaya, qué casualidad! Justo me acordé de algo que te tenía que contar…” que falso sonaba en su cabeza.
—¡Sergio, que no te conté! Hablé con Paola. —el gesto de Sergio le pareció correcto. Parecía que iba todo bien ¿por qué iba a ir mal?
—¿Me lo cuentas ahora? ¿Cómo no me lo has dicho antes? ¿Qué tal?—la verdad que sí era sorprendente. Salvo para Carol, que el motivo era que no se atrevía.
—Se me pasó por completo, tío, tengo la cabeza en mil cosas. Pues parece que bien y el domingo a la mañana vamos a quedar para hablar.
—¿Quizá lo intentéis?
—Puede ser.
—¿Sin otros novios de por medio y relación pública?
—Se lo está pensando, pero parece decidida. —Carol dudaba de sus palabras.
—Entiendo. —colocó su mano en el hombro de su amiga— Me alegro si es eso lo que quieres. Solo te digo una cosa, ten cuidado… no quiero… —la duda por decirlo le comió, pero era su amiga. Suspiró con fuerza y lo soltó— No quiero que te hagan daño.
A Carol el corazón se le contrajo, por un momento sintió tanto que no lo pudo contener. Millones de sentimientos trataban de manar por su piel logrando que el vello se le pusiera de punta, menos mal que Sergio no lo podía notar.
Su frase, su voz, su tono, “que no me hagan daño” se repetía en su cabeza, sonaba tan bien, tan calmado, con tanta protección, le pareció una frase perfecta. Pero por otro lado, también tenía otra pronunciación, que por una parte le gustaba, pero por otra, no quería que eso fuera así. La pregunta sonó fuerte en su cabeza, quizá sabía la respuesta de antemano, pero era la primera vez que le dio forma. “¿A Sergio le gusto?”.
Le sonrió fríamente, como un muñeco de trapo con una mano atravesándola el trasero. No podía sacar algo más natural, porque no sabía que sentía, ella amaba a Paola, era con la que quería estar, no con Sergio.
Se despidió con un gesto de cabeza, dejando la conversación cortada en ese punto y abriendo su puerta mientras el joven cerraba la suya. Hasta el domingo Carol tendría tiempo, tiempo para comerse la cabeza todo lo humanamente posible.
Sin embargo, Sergio quizá por desgracia o suerte, no tuvo tiempo para eso. La tarde llegó rápida y cogió el coche rojo que tanto amaba para recorrer unos kilómetros hasta un destino muy específico.
Aparcó relativamente cerca del trabajo de su madre. Manteniéndose quieto por más de cinco minutos dentro del coche. Podría parecer que son pocos minutos, pero cada segundo se le hizo interminable. Unos nervios incontrolables se apoderaron de él, la tripa le dio vueltas y las piernas de forma inquieta no se detenían, parecía que tuvieran la misma función que un martillo hidráulico.
Cogió fuerzas, ¿de dónde? No lo supo. Abrió la puerta del conductor, notando el aire frío que todavía imperaba a las puertas de la primavera, pero con un sol radiante que calentaba lo justo. Anduvo con paso firme, más por obligación que otra cosa, quería ir, pero no tenía ni una frase pensada.
¿Qué le diría a su madre? “Hola, ¿qué tal? Hace cuanto ¿no?”. Todo lo que se le ocurría sonaba más o menos igual de ridículo. Ponerse serio, sentimental, gracioso… no eran buenas ninguna de las opciones. Podría dejar que hablase ella, que le dijera algo e improvisar sobre el terreno. No obstante, no había tiempo para más, levantando la cabeza se dio cuenta de que estaba a un portal de distancia del escaparate de la tienda.
Infló sus pulmones tanto como pudo, el corazón le saltaba del pecho y estaba seguro de que si alguien miraba dentro de su garganta lo vería saludar. El cuerpo se le tensó y las manos húmedas, le resbalaban en los bolsillos. Se las limpió en el pantalón, parándose justo antes de entrar a la tienda.
Los oídos le zumbaban y la situación no podía ser más crítica, podría marcharse en ese mismo instante, largarse corriendo y no volver. Sin embargo, ese no sería Sergio, sería un cobarde, un maldito cobarde que se odiaría por siempre.
“¡Entra, joder, échale huevos! ¡Vamos tira para adelante, es tu madre!” Se dijo con fuerza mientras sus labios se apretaban dejando una fina marca blanca. Cerró los ojos, tan fuerte como pudo, dejando fluir los sentimientos que tenía olvidados sobre su madre. Como la amaba, la quería hasta el último confín del universo, pero ¿qué tipo de amor era? Esperaba que volviera a ser solo materno…
Se motivó así mismo, haciéndose la pregunta clave que ningún hombre que se precie puede escuchar sin exaltarse. Desde lo más profundo de su psique, una voz burlona, quizá su conciencia o el demonio que en todos habita, le dijo con sorna “¿Qué pasa, Sergio? ¿No tienes huevos?”.
—¡A tomar por culo!
Giró con rapidez, la puerta de cristal se abrió y un ruido de campanillas replicó en toda la tienda. Por fin estaba abierta, entrando con decisión y pisando tan fuerte que se pudiera notar su presencia en la otra acera.
En la tienda no había nadie, al menos a la vista. Echó la vista atrás, podía leer el cartel de cerrado, por lo que de cara al público estaría la parte en la que ponía “abierto”, no había error. Lanzó un vistazo rápido sin ver a nadie, ni en el mostrador, ni en los pasillos de hileras de ropa, ni en el probador.
—Ahora voy.
Una voz se escuchó tras alguna pared o puerta. Sergio la divisó rápidamente, era la que estaba al fondo a la izquierda, de allí provenía la voz… que salía… de la boca de su madre.
El corazón latía a la velocidad de un guepardo, pero con la fuerza de un león. Estaba seco, necesitaba litros de agua, seguramente perdidos por todo el sudor que manaba de su cuerpo. Escuchó un clic, la cerradura de aquella puerta se abrió y entonces fue que… la volvió a ver.
De allí salía Mari con la cabeza gacha mirando un cuaderno de notas, seguramente con asuntos de la tienda. No estaba prestándole atención, solo miraba las hojas donde la tinta azul dibujaba números y letras hasta por el borde de la página.
Estaba preciosa, hacia él venía una diosa, la mujer más bonita de la existencia. La volvía a ver bien, no como la otra vez desde la otra acera. No sabía cuánto tiempo llevaba sin observarla tan de cerca, no contaba los días por evitar cualquier pensamiento sobre Mari, pero allí estaba. Se había dejado crecer el pelo, lo tenía arreglado y una melena morena brillante le llegaba casi hasta la mitad de la espalda. Sus botines resonaban en el suelo de baldosa, haciendo que sus piernas estuvieran bien firmes dentro de unos pantalones holgados de los que se quejó el joven porque no fueran ceñidos. Arriba una camisa blanca también holgada y una chaqueta ejecutiva con las mangas remangadas, ¿esa era su madre? “¡Qué cambio! Es la misma, pero se cuida.” Pensó sin recordar haberla visto tan bien cuidada en… en… ¿Nunca?
—Perdóneme, estaba justo en el almacén.
Mari sintiendo la presencia del nuevo cliente llegó hasta el mostrador, con el rabillo del ojo, vio que era un chico joven, aunque no lo tenía muy claro, pero un hombre fijo. Anduvo hasta donde solía estar sentada y dejó el cuaderno encima del cristal para mirar y atender al cliente.
Los ojos se le abrieron, tanto que a poco se quedan colgando hasta la boca. El asombro era infinito, de todas las personas del mundo ese joven era el que menos esperaba ver. Apoyó una mano en el mostrador del cristal, no se iba a desmayar, pero más valía prevenir que curar.
Su hijo no decía nada, solo la miraba con un gesto serio aunque mezclado con cierta ternura. Ella se llevó una mano al pecho, quizá de la sorpresa o tal vez para calmar un cuerpo que no sabía ni dónde meterse.
Abrió la boca, primero un aire caliente salió de ella, calentando una garganta que daba la sensación de haber muerto un segundo atrás. Sin creerse todavía lo que veía y pensando que podría haberse quedado dormida en el almacén, solo se le ocurrió decir.
—¡¿Sergio?!
CONTINUARÁ
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