AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Tercera Etapa 17
Una despedida inevitable.
Un joven en pijama con el pelo revuelto y pintas de no haberse duchado en todo el día le abrió la puerta. Su barba de una semana, aunque apenas incipiente, le hizo saber a Carmen que el chico estaba tomándose en serio el estudio, pero no estaba allí para hablar de eso.
—Tía, qué ganas tenía de verte.
Carmen se lanzó hacia el cuerpo del joven que a poco pudo cerrar la puerta. Pasó sus brazos amarrando el cuello de Sergio que hizo lo mismo por la baja espalda de la mujer. Apretaron fuerte, como dos viejos amigos volviéndose a encontrar y… ¿No lo eran?
El propio impulso hizo que la mujer con el pelo rubio de peluquería se levantase levemente en el aire y que Sergio por la inercia girase sobre sí mismo volteándola en el aire. La bajó cuando dieron una vuelta completa y Carmen separó su cara de Sergio.
Un beso sonoro de la mujer le dejó marcado su pintalabios en la mejilla izquierda a un joven sorprendido por el saludo. Pero no tardó en portar la mejor de las sonrisas, esa que últimamente solo una nueva amiga le conseguía sacar.
—¿Qué tal estás, cariño? —Carmen se notaba realmente alegre, venía de arreglar las cosas con su hermana y ahora, veía a su sobrino favorito.
—Ya me ves, poco salgo de la habitación, pero contento de tenerte aquí.
—Me alegro, mi vida.
Cogidos de la mano la mujer comenzó a andar hacia la cama, único sitio donde ambos podían sentarse y allí posaron cómodamente sus nalgas el uno junto al otro.
—Vengo de ver a tu madre. —la felicidad del joven se borró en un instante, esperando con incertidumbre— Parece que está mejor. He hablado con ella sobre lo que pasó. Al principio no veas lo enfadada que estaba, y no la culpa, que tu hermana tenga relaciones con tu hijo, no tiene que ser nada agradable, ni fácil de digerir.
Sergio se levantó un momento, cogiendo de un pequeño arcón dos botellas de agua, ofreciéndole una a su tía. Esta la necesitaba y estiró la mano, el trago con su hermana la había dejado bastante seca.
—Gracias. —dio un ligero sorbo y dejó reposar la botella entre sus piernas— Le he dicho lo que ocurrió. Tranquilo, —Carmen sonrió al ver la cara de su sobrino— no le he dado detalles, ni ella a mí tampoco. Solo le he dicho que fue una vez, la última… vamos la que ella sabe y que allí me robaste el sujetador.
—¡Oye!
—Ya, lo sé. Pero te tenías que sacrificar por la familia. —Carmen volvió a coger su mano apretándola igual de fuerte que al entrar en el cuarto— Menos mal que me contaste lo que pasó, si no presentarme aquí hubiera sido imposible. Pero creo que está todo bien, hemos hablado del tema, no te quiero aburrir con muchos detalles, digamos que entre mujeres nos hemos entendido.
—Entonces, ¿Mari y yo?
—Eso ya queda en vuestras manos. Lo que le he dicho es que lo tenéis que hablar, se siente culpable por echarte de casa y… —le dedicó una mirada algo afilada— no la quito nada de razón. Si hubiera estado en su caso te hubiera matado.
—Pero, ¿por qué? No entiendo por qué se enfadó tanto.
—Sergio… se ha sentido traicionada. Míralo desde el punto de vista externo, si ahora tuvieras una novia. Tú hoy mismo tienes relaciones con esa novia, pero se entera de que la semana anterior lo has hecho con su hermana.
—A ver, si eso lo comprendo, pero no es mi pareja.
—¡Sergio, que es tu madre! Es mucho peor. —el joven agachó la cabeza comenzando a comprenderlo— ¿Qué te crees, que a mí no me hubiera molestado? Seguramente sí. Por mucho que no seas pareja de alguien te molesta que tenga sexo con otra persona, si sientes algo por ella… y tu madre siente mucho por ti. No lo digo como si fuerais novios o pareja, sino… porque es tu madre, no hay nadie que te pueda amar más que ella.
—Entiendo lo que dices.
—Claro que lo entiendes, cariño. —ella le pasó la mano por el rostro para acariciarlo. La barba aunque pequeña y desperdigada en trozos, le picó— Me ha dicho que deberá hablar contigo, que tenéis que solucionarlo. Una conversación, dejar las cosas claras, hablar de lo sucedido y volver a la vida normal.
—Y ¿si no vuelve? —Carmen torció el rostro sin entender muy bien a que se refería— La normalidad.
—Volverá. —Sergio esperó su explicación— Esto no es amor como tal, como el que pudiste sentir por Marta en su momento, es deseo, pasión. Ese ferviente apetito nace del amor que os procesáis, es el mismo caso que el mío, pero nosotros no tenemos un vínculo tan fuerte. También lo nuestro acabará, y si no el mismo tiempo lo matará. En unos años ambas nos veremos más viejas, mientras que tú sigues en la flor de la vida. La misma naturaleza te dirá que tienes que buscar otra hembra más propicia para el apareamiento.
—Carmen… —el joven no pudo esconder la sonrisa, imaginándose algún documental de media tarde con animales fornicando.
—Pero tengo razón, cielo. Una pena, porque yo me casaba contigo ahora mismo. —obviamente bromeaba, aunque tenerle de amante… eso ya sería otra cosa— Sin embargo, todo terminará. Tú te vas a enamorar de alguna jovencita de tu edad y tu madre y yo, seguiremos nuestras vidas con un grato recuerdo. Esa es la verdad, cariño. No te preocupes por el que pasará, tampoco veo a tu madre con ganas de tener la misma sensación otra vez. Después de que… se me hace difícil incluso decirlo, pero… allá va, después de que tu madre y tú follarais, no lo pasó bien. Tenía el cuerpo raro y claro, la cabeza le daba mil vueltas.
—También tuve una sensación extraña. Contigo fue al revés, no sentí que hacía nada indebido, solo que nos lo pasábamos bien.
—¡Muy bien! —recalcó la mujer con la sonrisa pícara que tanto le caracterizaba— Pero no es lo mismo, Sergio.
—No sé qué haré. Mejor dicho, no sé cómo lo haré… Mari nunca fue muy decidida para dar el paso en cuanto a problemas se refiere.
—No, tendrás que darlo tú. Al fin y al cabo, te toca. —Carmen vio la tensión que surgía en el rostro de su sobrino y decidió aligerar un poco— Eso te pasa por no guardar el sujetador en un sitio más adecuado.
Los dos sonrieron, sintiéndose de nuevo como en casa de su tía, con el sol picando fuerte y ambos tumbados en las hamacas. Se miraron con determinación, los ojos azules de la mujer brillaban como de costumbre, parecían dos estrellas iluminando la habitación.
—Sergio, —Carmen parecía que fuera a decir algo importante, algo transcendente, o así lo sintió el joven— pégate una ducha anda… que hueles fuerte.
El joven se levantó negando con la cabeza, la franqueza de Carmen siempre le desestabilizaba. Cogió una toalla y se dirigió a la ducha, escuchando como la mujer, todavía sentada en la cama le volvía a decir.
—Aféitate, que no sé qué haces con esa barba comprada por fascículos.
—¡Vete a tomar por…! —levantó el brazo simulando estar enfadado, no coló.
—Ya sé que me quieres, pero venga, aséate un poco.
Carmen se quedó mirando el cuarto del joven mientras de fondo la ducha sonaba con fuerza. Se quitó la chaqueta cuando el vaho comenzó a salir por el resquicio de la puerta que Sergio había dejado abierta.
Con curiosidad miraba sus libros, recordando las pocas veces que había pensado en volver a estudiar algo, no una carrera, pero quizá si un idioma. Al ver la pila de libros que tenía el joven en la mesa, sonrió sinceramente, pensando en la pereza que le daría volver a ponerse a leer todo eso.
Su móvil marcaba ya más de las siete de la tarde, debería marchar cuanto antes, pese a que las noches cada vez eran más cortas, el sol se escondía pronto y no quería conducir en penumbra. Escuchó la puerta tras de sí, Sergio salía con la toalla anudada a la cintura, menuda imagen…
El cabello aún ligeramente mojado y alguna gota cayéndole por un torso delgado, pero fibroso por los caprichos de la juventud. La imagen la hizo abrir todavía más los ojos. El capullo de su sobrino lo había hecho a propósito, estaba más que claro, era una de esas cosas que a Carmen tanto le gustaban y cuando le miró a la cara, este sonrió.
—¿Qué pasa? —no disimulaba su sonrisa.
—Qué eres malo.
—Para que tengas un buen viaje —añadió Sergio acercándose al armario y buscando la ropa.
—Sí, seguro que lo tendré… no voy a poder sacarme estas vistas de la cabeza. —se puso la chaqueta y sus pulseras tintinearon al levantar el brazo— Me tengo que ir ya, mi vida. Se me va a hacer tarde.
—Cuanta menos oscuridad haya mejor. ¿Vas a parar a dormir?
—Tengo un sitio ya cogido… —la sonrisa y el brillo que desprendía Carmen le hizo saber al joven de que sitio hablaba.
—No me lo creo…
—Sí, el mismo en el que estuvimos. Me traía buenos recuerdos.
Sergio se adelantó hasta quedarse delante de su tía. En medio de la habitación, ambos se miraron con la luz del día menguando levemente y la lámpara del baño bañando la habitación.
—Te quiero.
El muchacho susurró a su tía dos palabras llenas de amor y ternura. Ella las recibió de buena gana, aunque tragó saliva por cierta tensión que no podía paliar. Los dos estaban casi a la misma altura, los tacones de Carmen hacían que sus ojos se quedaran por unos milímetros a la altura de los de Sergio.
Se miraron por unos segundos en el que no se escuchaba nada, solo ambos corazones tamborileando como locos. Recordaron todo, el viaje, las risas, las primeras sensaciones de deseo que desbordaban por sus cuerpos. El primer instante, la primera entrada, el primer orgasmo… tanto habían compartido. Ahora en una habitación, solos, lejos de todas las miradas del mundo volvían a sentirse igual que en la casa de Carmen.
Los sentimientos carnales a la larga morirían y dejarían lugar únicamente al amor que se procesaban. Carmen no erraba en su teoría, los años pasarían y aquellas situaciones tan sexuales, tan ardientes, solo querían como un recuerdo perfecto de dos amantes que… eso mismo… se amaban.
Sergio se había dado una ducha bastante caliente, como solía gustarle en esas épocas frías del año. El vapor que manaba del baño había envuelto parcialmente la pequeña habitación y Carmen se notaba, demasiado ardiente.
La fogosidad de su cuerpo se comenzó a encender como si le hubieran arrojado un bidón de gasolina. Su cuerpo reaccionó a una palada de carbón tirada al motor de una vieja locomotora, la imagen de su sobrino al borde de la desnudez no hacía más que acrecentarlo todo.
—Le dije a tu madre… —la voz la sentía temblorosa, sabedora que luchaba contra su naturaleza— que esto… me olvidaría de ello, al volver a casa.
Su sobrino asentía dentro de una habitación de lo más sensual y que por momentos a Carmen le parecía un hotel, dispuesta a pasar el mejor rato de su vida.
—Cuando vuelvas a casa… —su sobrino dio un paso, rozando con su pecho el de Carmen— ambos nos olvidaremos. —la voz no era más que un murmullo, algo que no podría escuchar una tercera persona a dos metros de ellos.
El joven estiró las manos, cogiendo las de su tía y llevando por primera vez la iniciativa, las acercó al nudo de su toalla. Los ojos de Carmen seguían fijos en los de su sobrino, que ahora con la barba afeitaba lucía mucho más guapo.
Sintió la humedad de la toalla y la tensión que esta tenía en torno a la cintura. Sergio las soltó, dejando ambas manos encima del nudo y haciendo que Carmen siguiera sola. Decidiera lo que decidiera, él estaría contento. No le importaba tener un último momento íntimo o finalizar con un beso en la mejilla, amaba a su tía y la amaría por siempre, daba igual la manera.
No obstante los dedos de Carmen se movieron lentos, pero seguros, quitando la pequeña atadura sin mucho esfuerzo y dejando caer una toalla que parecía pesar una tonelada. Entre sus piernas se formó una medialuna amorfa de color rojo. La toalla estaba en el suelo, bordeando al muchacho, aunque Carmen no la miró, porque sintió como lo que estaba aprisionado allí, la golpeaba contra sus vaqueros.
—Quiero que terminemos esto como nos merecemos.
—Sergio… —no sabía qué decir, los labios del joven estaban a un palmo de los suyos y soltaban un calor que la derretía.
El muchacho no se detuvo, no lo haría hasta que la preciosa mujer se lo dijera. Pasó ambas manos por su vientre, subiendo cada una por un lado de las costillas con el objetivo de llegar a los hombros.
Carmen entendió cuál era el objetivo, separó sus brazos. Pasando muy cerca de los laterales de sus senos, unas manos lentas subieron hasta comenzar a quitarle la chaqueta. No hizo falta mucho esfuerzo, con dos dedos de cada mano la prenda comenzó a resbalar por los brazos de la mujer hasta caer al suelo.
Sergio contempló a su tía con ojos que la mujer conocía. Mostraba deseo y admiración una mezcla perfecta para los sentimientos internos que ardían dentro de Carmen. La rodilla del muchacho se flexionó, haciendo que los ojos de Carmen bajaran instintivamente y se posaran en el miembro erecto que descendía hacia el suelo.
Las manos rodearon el gemelo derecho de la mujer, levantándolo con cautela, como si se fuera a romper, para acto seguido quitarle el zapato de color rosa que recientemente adquirió. Repitió el mismo proceso con la otra pierna, dejando descalza a Carmen que sintió la mullida alfombra bajo sus pies.
Arrodillado como un esclavo frente a su ama, levantó sus manos con lentitud, sin dejar de mirar los ojos que siempre le hipnotizaban. El botón del vaquero saltó sin esfuerzo, como si tuviera vida propia y quisiera separarse de la piel de su dueña. Solo una braga negra quedaba en esa zona, nada más. Sergio se comenzó a alzar, cometiendo una herejía por no seguir arrodillado frente a su diosa, pero Carmen no lo tomó en cuenta, sobre todo porque su terrible pene la volvía a golpear la cintura.
Ahora estaba más bajita, pero no importaba, podía mirarle a los ojos mientras el tiempo se detenía y la desnudaba con su total aprobación. Las manos calientes volvieron a tocar los lados de su vientre, pero esta vez por debajo de la blusa, comenzando de nuevo un movimiento ascendente. El contacto con su piel provocó en la mujer una alteración, la respiración comenzó a ser más profunda, más necesaria, más marcada. Sus pechos subían y bajaban ansiosos por la espera, por el tacto, por el calor, por Sergio.
La blusa fue arrebatada a su dueña, quedando únicamente con una ropa interior negra a juego, que no era de las más bonitas que tenía. Tampoco se había preparado para una situación como esa, eran prendas que podía calificar “de viaje”, para sentirse cómoda.
Por un momento quedaron quietos, quizá esperando que Sergio tuviera el último beneplácito de una mujer que adoraba como a una reina en el antiguo Egipto. Ella pareció comprender que le tocaba dar algo más, el último escollo para perder la cordura.
Carmen se viró, dándole la espalda, pero sin separarse ni un ápice. Cuando lo hizo, lo primero que sintió fue un pene tan duro como el hormigón recorriéndole la nalga derecha y dejando un rastro de fluidos calientes. Se llevó una mano a su nuca, para apartarse un pelo que no le llegaba ni por asomo a la unión del sujetador. Solo fue un acto involuntario, reflejo de un nerviosismo que la atoraba más que la primera vez.
Sergio lo hizo rápido, no por experiencia, sino por suerte, la providencia universal no quería que demorasen ni un segundo más de lo debido. Abrió el sujetador después de un sigiloso “clic” que sonó mil veces amplificado en tal sepulcral silencio.
Recorrió los dedos por la espalda de Carmen, quitándola el sujetador y llegando hasta sus bíceps para que los tirantes cayeran. La mujer se dio la vuelta, con sus manos en el pecho sujetando la prenda negra y sin descubrir nada. La cara reflejaba timidez, como si fuera la primera vez de su vida, incluso en aquella ocasión, con un conocido del pueblo, no estuvo tan tensionada.
Se armó de valor y mientras su joven sobrino al que tantos años sacaba la miraba con gesto serio, pero penetrante, dejó caer el sujetador al suelo. Los pechos quedaron delante del muchacho, no los miró, sino que sorprendió a Carmen fijando la vista en sus preciosos ojos. La mujer pensaba que todo comenzaría, que la boca del joven empezaría a devorar sus pezones y en las cuatro paredes ardería todo su amor.
Sin embargo no era así, Sergio de nuevo se agachaba, sin perder de vista las preciosas cuencas azules de su tía que le seguían intrigadas. De nuevo de rodillas frente a su reina, el chico acercó su cara a la lencería que le quedaba. Besó con ternura, justo la parte más alta de la braga, para después dar dos besos más a medida que descendía.
Introdujo los dedos y al separar la cabeza, bajó el último trozo de prenda que cubría el portentoso cuerpo de su tía favorita. Esta alzó un pie, después el otro y Sergio se volvió a alzar delante de ella, ambos en completa desnudez.
Carmen dio un paso, notando como el pene erecto se le introducía entre las piernas y atravesaba unos labios que no escondían su humedad. Sus manos se posaron en los brazos de Sergio, que lentamente fue descendiendo su rostro hasta que ambas narices contactaron con sus puntas.
Tenían el vello erizado, el calor manaba de sus cuerpos y Carmen apretó los brazos del chico sin poder contenerse. El aire que salía de sus bocas golpeaba la piel del otro, estremeciéndose de placer y haciendo que el coito hubiera comenzado sin necesitar una penetración.
El que se adelantó fue el joven, descendiendo los últimos milímetros con suma calma, hasta topar con los labios de su tía que estaban preparados. Solo los unieron, no hizo falta abrirlos y darse un saludo más efusivo, era suficiente.
Con los ojos cerrados disfrutaron del sabor del otro, de su esencia, de su alma. Un momento que sabrían que sería eterno, aquella habitación se detenía para siempre en sus recuerdos. Por mucho que se vieran a posteriori, allí morirían Sergio y Carmen, dos amantes que habían llegado a sentir cosas inimaginables.
Los labios se comenzaron a separar, terminaron por despegar alguna zona que se reusaba a soltarse. Sergio actuó con decisión, con mucha ternura cogió la mano de su tía y se dio la vuelta. Con paso lento, como si pisara un suelo repleto de huevos llegaron a la cama, estrecha y pequeña, pero ¿qué más necesitaban?
En un movimiento rápido el edredón se movió, dejando solo las sabanas visibles. Sergio con el gesto de su mano la dejó pasar, como un caballero ayudando a entrar en el coche a una dama. Carmen posó primero su pierna desnuda, luego su trasero y sin soltar la mano de su sobrino se tumbó con la cabeza en la almohada.
El joven la siguió, colocándose encima de esta y tapando sus cuerpos pese al calor de la habitación. El vapor del baño se estaba desvaneciendo, seguramente se enfriaría el cuarto en unos minutos, pero ellos se mantendrían calientes. Sobre todo porque mientras se seguían mirando, sus sexos también lo hacían, como dos viejos conocidos se acercaron y casi con vida propia, por fin se volvieron a unir.
—Ah… —ahogaron un susurro menguante al unísono y unieron sus frentes.
El coito era lento, pero cada entrada hacía que el cuerpo de ambos se descontrolara. Sus sentidos estaban perdidos en un mar de placer. Con sus ojos, que no dejaban de mirarse mutuamente se hablaban. Se dedicaban su amor, su pasión, su ternura.
Las penetraciones sonaron acuosas y junto a los leves jadeos eran los únicos sonidos que se podrían escuchar en la habitación. El coito no duró mucho, unos pocos minutos de entradas, que culminaron cuando Carmen abrió la boca y Sergio hizo lo mismo.
Era el momento, el final. El pene del joven se puso mucho más duro, la vagina de la mujer se contrajo aferrando lo que dentro la metían. Los ojos volvieron a conectar de manera extrasensorial y se avisaron el uno al otro. Se iban a correr.
Con una mente unida, un pensamiento único, ambos gritaron en sus cerebros. “¡Juntos!”. La vagina se relajó al sentir la última penetración que Sergio la dio en la residencia de estudiantes, al tiempo que descargaba en su interior una porción considerable de líquido blanco.
Los dos se abrazaron mientras sus cuerpos se volvían locos por los espasmos. Las uñas de Carmen no dudaron en introducirse levemente en la piel del joven debido a la tensión, mientras que este apretaba sus nalgas tratando de meter los milímetros finales.
Respiraron forzosamente y después de un minuto abrieron los ojos mirándose de nuevo. Esta vez fue Carmen la que alzó la cabeza y después de acariciar la mejilla de su sobrino le propinó otro dulce beso en los labios.
—Siempre te amaré —le dijo con una sonrisa sintiendo como los ojos comenzaban a humedecerse. Con todo el poder de su alma, Sergio la contestó.
—Nunca abandonarás mi corazón.
CONTINUARÁ
Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.