AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Segunda Etapa 6
Cena con Mari y Laura, aflora el espíritu navideño.
El tiempo transcurrido durante el sexo, sumado al paseo con Marta hasta casa de sus abuelos, llegó a casa con el tiempo justo para sentarse a cenar. Ambas mujeres estaban en la cocina, Mari cocinando y su hermana pegada al móvil sentada a la mesa.
—Vamos, Sergio, que empezamos sin ti.
Su madre le dedicó una media sonrisa un tanto inusual, mientras freía las chuletas de carne que compró para la ocasión.
—¿Papá? —preguntó al no verle.
—Pues acaba de marchar hace unos 15 minutos, un poco antes y os cruzáis en el ascensor. —Mari se quitó el delantal apagando el fuego y lo dejó colgado en un aplique de la pared que estaba destinado a ese uso.
Aquel día se había levantado con cierta alegría, no por ser Navidad, sí que eran unas fechas que le gustaban, pero no especialmente por eso. No tenía mucha idea de cuál podría ser el motivo, no obstante la sonrisa no se le había ido en toda la tarde. Cocinó durante horas con la ayuda de su marido, que se llevó un táper al trabajo para disfrutar de la cena.
Mari se quería dar un capricho aquel día, había hablado con su hermana justo a la tarde para felicitarle las fiestas y recordaron lo bien que lo pasaron en sus pequeñas vacaciones. Quizá movido por aquellos recuerdos felices, fue a su armario y cogió un par de prendas que le sentaban de maravilla. Un vestido algo ajustado, que no se ponía desde hacía mucho tiempo, junto con unas medias negras y unos zapatos con algo de tacón.
Al verse así se quedó sorprendida. Nunca se ponía tacón para estar en casa, es más, lo único que se solía ponerse eran las zapatillas de casa. No pensaba salir a festejar ni mucho menos, su plan era quedarse en el sofá y si su marido se podría haber quedado, todavía sería comprensible vestirse de esa guisa. Sin embargo le resultaban incomprensible aquellas ganas de verse guapa, no obstante no las reprimió.
Se pintó un poco el ojo y como colofón, decidió ponerse uno de los sujetadores que le compró su hermana en sus tan anhelados días en su pueblo. Se miró al espejo mientras Dani preparaba los últimos retoques a la mesa. En verdad estaba espectacular, tenía una figura que le hacía sentirse preciosa. El busto se le resaltaba bajo el vestido y sus piernas delgadas quedaban estilizadas, tanto por las medias, como por culpa de los tacones.
Cuando apareció en la cocina, hasta su marido le dedicó un pequeño halago, preguntando a modo de broma si tenía una cita. Ella se sonrojó, le encantaba que ese Dani juguetón saliera a la luz, pero pronto acabó, ya que su marido tenía que volver al trabajo.
Con Sergio ya en casa, los tres miembros de la familia se sentaron a la mesa y comenzaron a comer con ganas. Para una vez que se aflojaban el cinturón en una temporada querían darse un buen atracón. Mari había comprado langostinos, chuletas y otras cosas de picoteo que poco duraron encima de los platos. Incluso Laura, muy exquisita para las comidas y siempre tratando de conservar su figura, se dio un buen banquete.
—Esto está riquísimo, mamá —saltó Sergio con medio espárrago cruzando su garganta.
Mari le sonrió con ese gesto que inexplicablemente no se le había borrado en todo el día. Miró el móvil en un momento, por si su marido había tenido algo de tiempo para mandarla un mensaje, pero no hubo suerte. En cambio cuando bloqueó el teléfono y la pantalla le mostró su reflejo, esta se contempló mientras los chicos dejaban la mesa sin existencias. Realmente esa sonrisa le quedaba de fábula y además, ¡qué guapa estaba…! Amplio aún más el gesto de felicidad y pensó “será el espíritu navideño”.
—¿Vas a salir hoy, Laura? —se interesó Sergio.
—Que va, por mí no habría problema, pero mis amigas no quieren salir.
—Mejor —saltó Mari— así no vienes tan mal como el otro día.
—Mamá… —contestó la jovencita tapándose el rostro.
Sergio y Mari se rieron, compartiendo una mirada cómplice que les hizo sonreírse durante par de segundos.
—Ya te emborracharás otro día —le dijo Sergio pelando un langostino y recibiendo un golpe con un trozo de pan—. ¡Oye! ¡Qué me das! ¿Y en reyes no sales?
Aquella pregunta venía precedida por una conversación anterior tenida con Alicia. Habían hablado de tantas cosas que no podía recordarlas todas, pero en una de estas, le había comentado que el día 3 de enero era su cumpleaños y al cumplir la mayoría de edad, lo celebraría con ganas. Sergio no la había querido preguntar directamente si saldría aquel día a festejar, no quería parecer demasiado interesado, por lo que tener allí a su hermana le valdría como informante.
—Quizá… Es el cumple de Alicia, o sea que igual quiere hacer una fiesta.
—Dios, hija, ya vais a hacer dieciocho años, el tiempo vuela… —añadió Mari pensando en lo pequeña que era unos años atrás— ¿Por dónde soléis salir? Creo que estoy algo desfasada.
Sergio levantó la ceja y sonrió al escuchar la pregunta, su madre sin querer le ayudaba a averiguar cosas que le interesaban.
—Por los bares del casco viejo, no salimos del pueblo que en otros no nos dejan entrar a todas.
—Me pasaré a saludarte entonces —volvió a saltar burlón el joven.
—Vamos es que ni de broma. —Laura veía como su hermano asentía con la cabeza para picarla aún más— ¡Mamáááá! Dile que no, que me deja en ridículo, el otro día me vaciló delante de mis amigas.
Mari echó un vistazo a los ojos de su hijo. Analizó con aquel azul intenso el rostro del joven y de pronto, viendo que reía, por algún motivo inexplicable que le nacía del alma, los dos comenzaron a reír a carcajada limpia. Laura les miró embobada sin saber lo que pasaba, les veía desternillarse como locos por algo que no entendía, quizá serían cosas de mayores (sí, para ella Sergio era mayor).
La cena terminó y en el transcurso de esta, incluso la más pequeña de la casa acabó riéndose por alguna broma. Pero sin duda los que no paraban de sonreír eran Mari y Sergio. Algo pasaba entre ellos, la complicidad era enorme, se sentían de la misma forma que hacía unos meses. Aunque todavía no lo sabían o no lo notaban, era el mismo sentimiento que tenían en el pueblo y que enterraron, la sensación de una conexión increíble.
Laura acabó levantándose cerca de las once de la noche, estaba bastante cansada y tenía la gran idea de irse a dormir a su habitación. Algo que aprovechó Sergio cuando estaban recogiendo y le dio un beso en la frente viéndola receptiva, esta le miró muy extrañada, pero con un “hasta mañana” no replicó tal acto.
—No tienes que hacer rabiar tanto a tu hermana, cielo.
—Solo un poco, mamá. —Sergio le pasaba los platos mientras Mari los metía en el lavavajillas— Está en una edad mala, pero la quiero con locura, es mi hermanita. Cuando esta así de graciosa me encanta estar con ella.
—La verdad que hoy la cena estuvo fantástica, lástima que no estuviera papá.
—Bueno, mañana comemos todos juntos, no hay problema. Ahora vengo, voy un momento al baño, regreso y terminamos con eso.
—Voy a ponerme un café, ¿quieres uno?
—No tomo, mamá, ya sabes que no me gusta. —le dedicó una dulce sonrisa y cuando se giró para marcharse escuchó de nuevo a su madre.
—Y… ¿Una copita de cava?
Sergio no pudo ocultar a su madre la sorpresa que le había causado mientras ella le mostraba sus blancos dientes con una sonrisa que ocupaba medio rostro. Su silueta marcada por el vestido era un lujo contemplarla y con aquella felicidad, parecía otra Mari… una Mari que hacía tiempo que no veía.
—Una o dos… Las que quieras.
Marchó al baño dejando a su madre sola en la cocina y sacó del bolsillo el móvil antes de llegar. Vio un mensaje de Marta que le felicitaba la Navidad y le puso lo mismo, añadiéndole un “te quiero” que seguro su novia contestaría a la mañana. Sin embargo, algo se le pasó por la cabeza, abrió el Instagram y confirmó que Alicia hacia poco que se había conectado. La conversación con su hermana le había dado la idea de que podía encontrársela de fiesta algún día de forma “casual”.
Puso los dedos en el móvil y la comenzó a escribir sin pensar ni en Marta, ni en nadie, tenía unas ganas terribles de hablar con su “amante”. Aquella palabra le surcó la mente, ¿de verdad lo era? Todavía no, pero el haber pensado en ella mientras hacia el amor a su pareja, era un paso.
—¿Qué tal va la fiesta?
—Muy bien —contestó casi al instante— ¿Tú?
—Bien, ya hemos terminado, ahora una copa y a cama.
—Yo ya voy por la segunda —añadió un icono sacando la lengua.
—Una cosa. —Sergio se vio dispuesto, pensando que era el momento propicio y lanzó una pregunta que podía pasar un límite que aún no habían rebasado— ¿Te has vestido para la ocasión?
—Claro, voy monísima.
Escribió la palabra “a ver”, pero se detuvo al pulsar el botón de enviar. Por un momento su raciocino se impuso y le dijo que lo que hacía estaba mal, que si atravesaba la barrera podría ser que no pudiera volver atrás. Sentado en la taza del váter, Sergio echó la cabeza hacia atrás y suspiró con el rostro algo encendido. Le ponía mucho aquella chica y tampoco sabía decir el porqué, era muy guapa, pero apenas la conocía. Volvió a mirar el móvil pensando en el momento con Marta, en como Alicia le había ayudado a acabar dentro de ella y en un instante dudo… aquello fue fatal. En su móvil pulsó el botón de enviar y el mensaje voló rumbo al teléfono de la chica.
Al de pocos segundos, Alicia le mandó una foto con un vestido negro ceñido, las lentejuelas brillaban y su silueta se podía admirar a la perfección. Era una chica preciosa con un cuerpo hecho para el pecado. La barrera había sido destruida con un solo movimiento de su pulgar y ahora, contemplando la foto, una erección se encaminaba a su punto más álgido.
—¿Te gusta? —le preguntó de seguido la joven.
—Mucho.
Sergio contestó sin añadir nada más porque quería luchar contra el sentimiento de infidelidad que crecía en su interior, intentando que no se apoderaba de él. Aunque lo que no sabía el muchacho era que una vez germinada la semilla del adulterio, nada la paraba.
Salió del cuarto de baño camino a la cocina, su madre le esperaba con los codos apoyados en la mesa y degustando una barrita de turrón junto a la copa de cava. En el otro lado de la mesa, la de Sergio aguardaba por un anfitrión.
—¿Qué tal las cosas con Marta? —le preguntó su madre pillándolo por sorpresa.
—Bueno, comenzando de nuevo, a ver qué tal.
—Te quería comentar una cosa, sin meterme en tus asuntos, cielo. —Mari se introdujo el turrón en la boca y pronunciando con algo de dificultad siguió— Últimamente te he visto mucho con el móvil. Sueles poner una sonrisa boba cuando lo miras, ¿es cuando hablas con Marta?
Sergio fijó los ojos en su madre que estaba espléndida aquella noche, con una belleza que solo había visto en el pueblo y se dijo que sería un buen punto de partida hablar de algo como eso. Quería volver a tener la confianza que tan rápido adquirieron y que con la misma rapidez perdieron.
—No. Es una amiga.
—Vaya, un tipo de amiga por la que sonríes al hablar… No suelen ser realmente amigas.
—Mamá, —Sergio sonrió y negó con la cabeza. Le sorprendió lo suelta que tenía la lengua— me prestas demasiada atención cuando estoy en el sofá.
—Es mi trabajo, soy tu madre.
—En eso tienes toda la razón. Es una amiga, con la que bueno… no me importaría tener algo más.
—¿Algo serio? —Mari daba pequeños sorbos que deslizaban mejor el trozo de turrón por su garganta.
—No muy serio. —el joven no quería decirle directamente a su madre que solo sería algo sexual y poco más.
—Entiendo. ¿Quieres un consejo? —qué extraña estaba su madre, pero Sergio asintió para recibirlo— Quizá deberías dejarlo con Marta. Antes que digas nada, te veo todos los días venir con esa cara aburrida, no triste, pero la estás rozando. Últimamente no estás tan feliz como de costumbre y cuando te veo esa sonrisa que sacas con tu nueva amiga. ¿Has pensado si volver fue una buena idea?
—Creo que no lo fue… —cada día el pensamiento era más fuerte— Siento que no conectamos como antes, o quizá nunca lo hicimos del todo, no lo sé.
—Tu nueva amiga, pienso que no te solucionará nada. No digo que te olvides de ella, pero quizá lo que te viene mejor sea estar solo. No estés con alguien por estar.
Sergio echó la cabeza hacia atrás resoplando del mismo modo que en el baño y miró a su madre a los ojos. Se sumergió en las cuencas que las féminas de la familia tenían por herencia genética y por un momento vio a su madre, esa Mari que descubrió en el viaje al pueblo. Sentía que toda ella tenía razón, con aquel vestido, la felicidad en su rostro y arreglada, se veía que tuviera todas las soluciones del mundo, la veía superior.
—Seguramente tengas razón.
Sin quitarle la vista de encima, comprobó como el busto era más prominente que de costumbre, mucho más que cuando usaba una camiseta suya. Sintió algo en su vientre, algo que tenía olvidado desde hacía unos meses, ¿cómo su madre podía ser tan guapa?
—¿Te da vergüenza hablar con tu madre? —lanzó Mari una mueca pícara al ver que Sergio se había puesto colorado.
—No, no. —vio el dedo de su madre señalándole el rostro y al tocarlo lo notó caliente— Será el calor, no sé, quizá el cava.
—No importa. —dio un sorbo terminando la copa y añadió— Te quería comentar algo, a ver qué te parece, aún no se lo he comentado a tu padre. —Sergio prestó atención— Últimamente, ya sabes, el trabajo de tu padre pues están como están. No creo que le lleguen a despedir, pero por si acaso, se me ha ocurrido que podría buscar un trabajo.
—¿Cómo un trabajo? —la pregunta le salió sola, no recordaba que su madre hubiera trabajado.
—Sí, algo para traer dinero a casa, por si lo de Dani al final sale mal.
—Vaya, mamá, me pillas totalmente descolocado.
—¿No te parece buena idea? —Mari torció su gesto viendo que el apoyo que esperaba de su hijo, no aparecía. “No debería haber dicho nada” acabó por pensar.
—Que va, todo lo contrario. Siento si has pensado otra cosa, lo que pasa que nunca te he visto trabajar, se me ha hecho raro. ¿Cómo te ha dado por ahí? Sabes que si no quieres no es necesario, puedo volver al cine a ver si tienen algo para mí y así me saco un sueldo.
—Me sienta mal que hagas eso, cariño. —Sergio abrió los ojos esperando la explicación— Entiéndeme, soy tu madre. Lo lógico es que sea yo quien salga a la calle a traer dinero, ¿no? No quiero que mi hijo se tenga que ganar la paga trabajando si lo puedo hacer yo.
—Pensaba que te gustaba que trabajase.
—Perdona, Sergio, que no me he explicado. —Mari se levantó para dejar la copa en el fregadero— Me encanta que seas independiente en ese sentido. Que te busques un trabajo y te ganes tu sueldo con tu esfuerzo. Lo que no me gusta es que lo hagas para reducir gastos en casa.
—Entiendo, mamá.
Mari se acercó a su hijo y cogiendo una silla se sentó a su lado, muy cerca. Haciendo un esfuerzo que en casa parecía como si estuviera levantando una montaña, alzó su mano y pasó las yemas de los dedos por la mejilla del joven. El tacto que sintió Sergio le hizo reconfortarse, olvidó de sopetón lo mal que se sentía por hablar con Alicia, por pensar en ser infiel a su pareja, el calor de su madre le protegía como cuando era un bebe.
La mujer fue a retirar la mano, el roce no había sido más de dos segundos, pero suficientes para ella, sin embargo, no pudo. Sergio elevó su mano cogiendo con dulzura la de Mari y pegándola contra su rostro por completo. La palma caliente le proporcionaba una protección que hacia tanto que no sentía. Cerró los ojos notando el amor que desprendía la mujer desde sus dedos y como le entraban por sus poros llegando al corazón.
—Bueno… —Mari separó la mano del rostro de su hijo con ligera vergüenza y le sonrió sin saber casi que decir. Tuvo que volver al tema anterior— ¿Entonces te parece bien que busque un trabajo?
—Me parece muy bien, en casa intentaré ayudar en todo lo que pueda, lo prometo.
—Aunque sigáis siendo un poco guarros, —Sergio sonrió mientras Mari hacia lo mismo— me ayudáis bastante. Además, apenas dais trabajo, no es como cuando erais pequeños… menudo calvario. Si colaboramos todos, la casa se hace en un periquete. —vio que al final había sido buena idea hablarlo con su hijo, tenía mucha razón Carmen, “es un buen chico”.
Recogieron las últimas migas desparramadas por la mesa y cuando terminaron, Sergio quiso preguntarla algo. Se quedó mirando a su madre, como doblaba el mantel con su precioso vestido, estaba espectacular. En toda la noche la había estado mirando y se percató, más que de lo guapa que estaba, de la sonrisa que no desapareció ni por un segundo.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo? —Mari le lanzó una mirada dándole permiso— ¿Por qué estás tan feliz? ¿Por el tema del trabajo?
—No sé. De verdad que no lo sé. —sintió los ojos de su hijo con una felicidad extrema por verla de ese modo y una pequeña risa nerviosa salió de su boca— Me he levantado así.
—Dicen que trabajar hace que te sientas mejor, más independiente, más realizado en el plano personal, quizá sea por eso. Sea por lo que sea, me gusta verte así.
Mari sintió aquella última frase como una punzada en su corazón, le había llegado tan hondo que apretó los labios y se giró sobre sus tacones para que no se le notara como el rostro se le contraía. No se había puesto triste, sino que la felicidad la abrumaba. Como pudo se rehizo, se apartó el pelo del rostro y respirando bien hondo, se giró hacia su hijo que seguía recogiendo los platos secos.
—Déjalo, ya lo hago mañana. ¿Nos vamos a cama?
El hijo asintió y los dos recorrieron el pasillo en silencio. La casa estaba completamente a oscuras salvo por el leve resplandor que atravesaba las ventanas. En la habitación de Laura una luz se escapaba por la rendija de la puerta, aquello era lo único que les dejaba vislumbrar algo en la oscuridad. Llegaron primero al cuarto de Dani y Mari, donde esta se paró esperando algo. No sabía el qué, quizá una palabra, un roce, un beso, no sabía…, pero necesitaba algo más.
Sergio que iba tras ella, contempló como su madre se paraba en la puerta. La pobre luz solo dejaba ver una sombra que andaba casi levitando por el pasillo. Siguió andando hasta donde ella. Algo le corrió por la mente como el correcaminos, un pensamiento fugaz, algo que tenía que hacer.
Sin esperárselo ni el mismo, rodeó por la cintura a su madre, está por instinto, lo hizo por el cuello. De haberlo planeado, Mari no tenía todas consigo que hubiera puesto los brazos en el cuello de su hijo, pero había sido tal la sorpresa que lo hizo sin pensar. Sintió la fuerza que comenzaba a imprimirse en su cuerpo y como Sergio la acercaba al suyo. Se dejó hacer y movida por lo que hacía el joven, apretó sus brazos tras el cuello.
Apenas podía ver nada, solo sentir el calor que su madre desprendía y el aroma del perfume que aún perduraba en su cuello. Apretó aún más sus brazos, lo había hecho sin pensar, solo queriendo sentir de nuevo a su madre cerca y ahora, no quería separarse de ella. Sus cuerpos se juntaron en mitad del pasillo, la oscuridad les envolvía y el silencio era extremo.
Mari sintió incomodidad, esa vergüenza que siempre tenía por dar afecto a sus hijos, pero en una fracción de segundo desapareció, al menos por el momento. La situación era propicia, como si la oscuridad, que no le dejaba apenas ver lo que hacía, engañara a su cerebro pensando que no estaba abrazando a su hijo. Notó su cuerpo contra el del joven y no se pudo sentir más dichosa.
—Feliz Navidad, mamá.
Los brazos del joven comenzaron a separarse y sus manos se deslizaron sin apartarse del cuerpo de Mari. Ahora se habían posado casi en su cadera, en una parte intermedia entre esta y la cintura. La mujer deshizo el nudo de sus brazos y posó ambas manos en los hombros del chico, separando su rostro y tratando de buscar el de Sergio con su mirada.
No podía verlo, no era más que una sombra. Podía ver las cuencas negras de sus ojos y una protuberancia a modo de nariz. Sabía que era su hijo, podía hasta oler su esencia, esa que cada humano tiene de forma individual. Si le hubieran preguntado hacia un minuto, no se hubiera podido imaginar sin querer separarse de un abrazo de su pequeño, pero no quería.
—Feliz Navidad, Sergio.
Descendió su mano por el brazo del joven y acarició su mano antes de soltarla. En un visto y no visto, se escabulló del agarre de su hijo y entró en la habitación aún más oscura que el pasillo. Cerró la puerta tras ella con el pulso agitado y con una mano en el pecho tranquilizándose.
Estaba atorada, ¿Qué le había pasado? El calor de Sergio, notar su cuerpo tan cerca, el amor con el que la abrazaba, había sido demasiado. La oscuridad fue su aliada, le había regalado un gesto de amor hacia el joven que apenas se daba, pensó mientras se relajaba que quizá lo podría repetir.
Sin embargo, la sensación que le embargaba era una mezcla de sentimientos, que no podía explicar. Sentada en la cama los analizó con detalle, mientras escuchaba como su hijo cerraba la puerta de su cuarto. Estaba feliz por ese abrazo, pero ¿por qué se sentía también mal? Era algo extraño, si era un gesto de amor entre madre e hijo, nada más. No obstante, su cuerpo seguía inquieto, puesto que en verdad, podría ser más que eso.
CONTINUARÁ
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Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.
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