AVENTURAS Y DESVENTURAS HÚMEDAS. Primera Etapa (9)

Entra otra pieza en el tablero... Llegó mamá.

Al día siguiente, pareció volver una cierta normalidad. Los dos se encontraron en el gimnasio y Sergio acompañó a su tía en la bicicleta estática de la misma forma que hizo el día anterior. Carmen no había olvidado como el miembro de su sobrino, se movía debajo de su cabeza desperezándose con ganas de fiesta. Sin embargo trató de pasar por alto aquel sucedo, al menos… por el momento. El joven en cambio, mientras veía a su tía dando pedaladas, no podía olvidar las ganas que reprimió de tocarse después de la tensión acumulada de todo el día.

Trataron que la mañana siguiera siendo “normal”, aunque lo anormal era lo que hacían. Si tendríamos que pensar en que era normal para esos dos, seguramente nos imaginaríamos algo más íntimo y… más mullido.

Se ducharon y desayunaron mientras hablaban del único tema que monopolizaba el día, Mari. La madre de Sergio iba a llegar y si todo salía según tenían pensado, se quedaría con ellos al menos un par de días.

Sobre la una del mediodía salieron a esperar en la puerta de la entrada. Habían conseguido pasar una mañana en calma sin ningún tipo de tensión, también en parte por saber que Mari vendría y que Sol rondaba por la casa haciendo las labores del hogar.

El joven fue el primero que vio el “barco” en el que venía su madre y avisó a su tía de que ya estaba, para que esta activara el mando y de ese modo abrir la puerta. Su madre atravesó la verja de la casa y con mucho cuidado de no rayar ninguna parte de la carrocería, lo estaciono.

Del interior salió la versión consumida de Carmen. Su cabello moreno lo llevaba desatendido y arremolinado en una coleta sudada. Igual que el pantalón y la camiseta blanca sin mangas que llevaba, ambas prendas caladas de su propio sudor. Por un momento Sergio comparo a ambas mujeres en un lapso de segundo, le parecieron tan iguales y a la vez tan diferentes, como la noche y el día.

—¿Qué tal el viaje, mamá? —se acercó a ella con rapidez, hasta llegar a su lado donde su madre le recibió con un frío saludo.

—Mal… hace un calor inhumano, menos mal que no pille caravana.

—Nosotros sí, de eso que te libras, no se podía pasar más calor —saltó su hermana propinándola dos besos y un abrazo. La diferencia de las muestras de afectos era tan evidente—. Gracias por lo del coche, Mari, de verdad.

—¿Tú qué tal, hijo?

—Muy bien, no puedo estar más a gusto, la tía me ha tratado de lujo.

—¿Has quedado con los amigos? —comentó Mari entrando en casa.

—Que va, de momento me he decidido por otro plan, ya les he avisado.

—¿Qué vas a hacer si se puede saber? —Sergio miró a su tía la cual le devolvió un gesto cómplice.

—Pues me gustaría que pasáramos los tres unos días juntos y después ya volveremos.

—¿Cómo que unos días? ¿Juntos? —Mari estaba perdida y buscaba una respuesta tanto en su hijo como en su hermana.

—Los días que queráis mejor dicho, no presiones a tu hijo para iros ya ¡eh! —miró a Sergio— ¿Le has dado un beso a tu madre?

Nunca habían tenido por costumbre mostrar afecto mediante besos, unos simples “holas”, sumados a movimientos de cabeza eran suficientes. Sin embargo los ojos azules de Carmen insistían.

Por una fuerza que parecía proveniente de su tía, el joven se comenzó a acercar a su madre la cual, con los mismos ojos azules brillantes, le miraba con duda. Estando a su lado, a escasos centímetros, bajó su rostro, comprobando que su madre no huele a perfume, sino a simple sudor. No obstante, eso no es algo que le vaya a echar para atrás y sintiendo como su tía le empujaba mentalmente, colocando los labios en posición, acabo por besar a su madre en la mejilla.

—Menudo saludo… —dijo la tía irónicamente— vamos Mari, deja al niño, tú a descansar y luego me acompañas que tengo que ir a unos sitios.

Sin poder decir nada más, Carmen se llevó a su hermana. Subiendo ambas las escaleras con intención de que Mari se acomodase en su “nueva” habitación.

Sergio se quedó viendo la tele mientras le llegaban murmullos de arriba. Al de un rato, bajaron ambas listas para salir a dar una vuelta. Su tía le dijo que pasarían la tarde fuera, que la casa era suya y que hiciera lo que quiera. Dicho y hecho, Sergio pasó todo el día disfrutando de la piscina y del sol, que le acabó por picar de tanto calor.

Entre chapuzón y chapuzón, su cabeza siguió dándole vueltas al mar de sentimientos que le corría por dentro. Con su madre allí, estaba claro que no volvería a suceder nada “extraño”, aunque si lo pensaba bien no sabía si en verdad había sido como él pensaba. Quizá todo había sido producto de su imaginación, de una mente calenturienta dispuesto a todo por “mojar el churro”. Sin embargo, esas suposiciones se hacían a un lado cuando recordaba la mirada de su tía, tan penetrante, tan preciosa. Aquellos ojos que se le clavaban de forma tan intensa, había que sumarle un tono de voz que a veces no iba acorde con una conversación “normal”. Carmen estaba tensionada, notaba como su garganta no le dejaba fluir las palabras como de costumbre… si, Sergio apostaba que era así.

La noche anterior, su corazón le gritaba que corriera, que su tía aceptaría que entrase a su habitación en plena noche, pero su mente racional le dijo que era una locura. Tan buena relación tenían que no quería estropearla por una calentura infantil, esperaba que todo pasara y disfrutara de Carmen como un sobrino al uso.

Salió de la piscina y pensó que sería un gran momento para darse una alegría al cuerpo. Le seguía sin gustar “mancillar” aquella casa con sus fluidos, pero ya llevaba dos días durmiendo con una erección de caballo. ¿Por qué no?, nadie se iba a enterar y si algún tipo de culpa afloraba en su cuerpo, pronto pasaría, al fin y al cabo, solo era una “paja”.

Lástima que lo decidiera tan tarde, justo cuando su pene se comenzaba a hinchar y ponerse “morcillona” escuchó como el coche atravesaba la valla, y su madre y su tía volvían a casa. Entre la piscina y sus pensamientos, el tiempo se le había escapado de las manos y ahora no había vuelta atrás porque las dos mujeres entraban por la puerta.

—¿Mamá? ¿Qué te has hecho? —dijo sin contenerse al ver como pasaba por la puerta después de su tía.

—¿Tan fea estoy? —pregunto avergonzada mientras se pasaba la mano por el pelo y la cara. Al ver su mano tocar su rostro, Sergio se dio cuenta de que incluso se había hecho las uñas, no recordaba haberla visto así antes.

—No, no, no. ¡Por favor! Todo lo contrario, estás guapa… realmente guapa. —alguna vez la había visto preparada, pero nunca de esa manera, parecía lista para un gran evento.

—Tu tía —Carmen ya en casa dejó sus cosas en el recibidor de la entrada— que me ha llevado a un salón de belleza. Me han hecho de todo, y además me ha comprado ropa, al parecer se ha vuelto loca.

—Muy loca, loquísima. Esta noche salimos a tomar algo… solo chicas… lo siento, cariño —se acercó hasta donde su sobrino y le dio un beso en la frente a modo de saludo aunque al joven le supo a más—. No nos esperes despierto, o si, no sé… haz lo que quieras, estás en tu casa.

Sergio las admiró mientras se marchaban sin parar de reír. Primero lo hizo con su tía, que estaba igual de bella que siempre, una belleza casi perfecta que había empezado a conocer perfectamente. Sin embargo, cuando posó los ojos en su madre, lo que vio le fascinó, parecía otra mujer con una única tarde al lado de Carmen. Eran casi idénticas, al menos en aspecto, mismo rostro, mismos ojos, incluso el cabello tenía la misma textura aunque diferente tamaño y color.

No se cortó, el joven echó un vistazo a ambos cuerpos. Los comparo con rapidez, sorprendiéndose de lo bien que se conservaban ambas, la única diferencia era que su madre era más delgada, nada más. Sus ojos no le engañan en una tarde, su madre había rejuvenecido e incluso se veía más… feliz. Lo sintió como irreal casi mágico aquella sonrisa y ese brillo en sus ojos no podían ser reales. No obstante, no era magia, ni se equivoca lo que estaba viendo era a su madre rebosante de felicidad.

Esperó en la sala a que se cambiaran mientras veía la tele pudiendo evadirse de todo pensamiento extraño alrededor de su tía. Solo se desconcentraba al escuchar risas y murmullos de ambas mujeres provenientes de arriba “¿Cuándo se ha reído mamá tanto?”.

No tardaron mucho más en descender por las escaleras. Los tacones que las dos mujeres llevaban resonaron en la casa, llamando la atención del joven que se incorporó en el sofá para verlas. ¡Menuda sorpresa! Las dos bajaban las escaleras con vestidos similares, si es que no eran iguales, su sentido de la moda era nulo. La única diferencia eran los colores, el de su tía era rojo y el de su madre azul. La parte de arriba era ceñida y las dos mostraban un poco de escote, “¿Escote? ¡¿Mi madre?!” Sergio no daba crédito a lo que sus ojos veían. La vestimenta superior habitual de su madre eran camisetas sin nada de escote y en su efecto camisetas viejas que habían pertenecido al chico años atrás. Cierto es que Mari no tenía reparos en estar delante de sus hijos con el sujetador, pero su moda fuera de casa, solía ser siempre más recata y… simple.

A Carmen no le hacía falta ni que la mirase, estaba explosiva. Había dejado a un lado su atuendo formal y caro, por un vestido más apretado donde mucha de su piel era visible. Su escote era una delicia y bajo su vestido se veían unas piernas grandes y torneadas. Sin embargo lo que más le seguía impactando a Sergio era que aunque su tía estuviera espectacular, su madre no iba para nada desencaminaba. Su vestido aunque muy idéntico carecía de ese toque “picante” que tenía el de Carmen. Le llegaba hasta los tacones dejando una abertura por donde se podía ver una pierna estilizada. “¿Vestido, tacones, escote? ¿Esta es mi madre?”.

—Bueno, Sergio, nos vamos de marcha. —Siguió mirando atónito desde el sofá— ¿No nos vas a decir nada? —insistió su tía mientras se ponía un chal y su madre una chaqueta.

Sergio no podía dejar de mirarlas, estaba hipnotizado. Todos los pensamientos de su tía comenzaban a aparecer como una cascada, un rostro bello, un cuerpo perfecto… pero lo que no le dejó hablar fue ver a la mujer de al lado. Alguien a quien conocía muy bien, pero que no podía reconocer. La había visto de todas las formas, incluso en ropa interior, con ropa fea y desgastada y en ningún momento hubiera pensado lo mismo que ahora, su madre estaba igual de bella.

—Estáis… —por su mente viajaron varias palabras, buenísimas, macizas… todas soeces que ellas no se merecían— preciosas. Vais a llamar la atención… os parecéis más de lo que pensaba.

—Siempre nos lo han dicho, bueno por algo somos hermanas —apuntilló su madre, respondiendo a algo más que obvio.

—Cuando quiere, tu hijo sabe que decir, tiene un pico de oro, te lo aseguro Mari. —dedicó una mirada cómplice a su sobrino, alentando a que le siguiera el juego— ¿Te gusta cómo está tu madre? Ha salido a relucir toda la belleza que sin parar trata de esconder.

—Sí, sí, mamá, estás muy guapa —sintiendo que era buen momento, soltó una broma con tintes de realidad— cuidado con los hombres que se te van a acercar.

—¡Hijo, por Dios! —Mari no pudo evitar la coloración de su rostro, ¿ligar ella? ¿A su edad? Estaba fuera de toda lógica. Aunque con una sonrisa algo boba recibió el cumplido con agrado.

—¿Vienes a darnos dos besos para despedirnos o te vas a quedar ahí tirado? —comentó Carmen ante la pasividad de su sobrino.

Como azuzado por un látigo, se acercó a ambas mujeres y con una calma, con la cual parecía que disfrutase, les propinó a cada una par de besos.

Su madre se adelantó para mirar si el taxi ya había llegado. Cuando lo vio, desde fuera hizo gestos para decir que ya salían, de mientras Carmen miró fijamente a su sobrino. Aprovechando aquellos segundos de soledad e intimidad le dijo en voz baja como si de un secreto se tratase.

—Tienes en la cocina lo que quieras por si tienes hambre. Esperemos no despertarte, vendremos algo… bebidas —evitó reírse— y tranquilo que no me olvido de ti, mañana no te dejaremos solo.

Escuchó desde el sofá como el taxi arrancaba y las mujeres se marchaban de fiesta dejándole solo en aquella casa tan grande. Las palabras de su tía siempre le removían el alma, era ya algo innato, cada palabra que le iba dirigida a él, era como una fecha llena de lujuria que se le clavaba en la entrepierna. “No se olvida de mí” su imaginación voló, pensando que esas palabras querían decir más de lo que parecía.

Pasó otra hora en el sofá viendo terminar la película que le hacía al menos no pensar en Carmen. Aunque los ojos se le cerraban aguantó de forma estoica hasta que por fin terminó, levantándose para llegar con paso agotado hasta la cama.

Antes de conciliar el sueño, su mente repasó todo el día, viendo que había sido de lo más calmado, salvo por esa visión de su madre. En verdad estaba guapa, guapísima podría decir, no parecía la Mari que él conocía. Intentó pensar en su tía, quizá para alegrar un poco la noche, pero el sueño podía con él. Trató en un inocuo intento mantener arriba sus parpados, pero pesaban como losas, acabando por dormirse con una última imagen en su mente… la de su progenitora bajando las escaleras con el vestido azul.

CONTINUARÁ


Por fin tenéis en mi perfil mi Twitter donde iré subiendo más información.

Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

Os dejo por aquí el que de momento es mi único libro, para que podáis disfrutarlo tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.

Picando Entre Horas Vol. 1