AVENTURAS Y DESVENTURAS HUMEDAS. Primera Etapa (4)

El tiempo en el pantano podrá refrescarles la piel, pero quizá su interior acabe más caliente.

Al de unos minutos pudieron contemplar el pantano. Tal cantidad de agua ya les hacía humedecer sus cuerpos y Sergio dándose cuenta de que su bañador estaba en la cadera de su tía le preguntó.

—¿Tienes bañador?

—Sí, metí por si quería tu madre ir a la playa, pero nada. Tú vas a usar el “mío”, ¿no? —señalando su cadera.

—Creo que sí, solo tengo ese ¿me lo has sudado mucho?

—Demasiado —añadió riéndose.

Una vez aparcados comprobaron que no había casi gente, algo excepcional, puesto que con ese calor debería estar a rebosar. Prepararon todo y Sergio se quedó mirando un rato el móvil dentro del coche, eso sí, con las puertas abiertas y a la sombra de una pequeña arboleda.

No había reparado en la última parte del trayecto, pero entre el calor y el casual vistazo fugaz a la bonita lencería que escondían los senos de su tía, su entrepierna había tenido un exceso de sangre. Bajo la tela un pequeño bulto había comenzado a emerger hasta formase un montículo dentro del calzoncillo. Como el mismo decía, la tenía un poco “morcillona” nada alarmante, aunque si extraño…

—Sergio, cariño, ven —le dijo Carmen desde el otro lado del vehículo— ponte un momento delante de la puerta con la toalla.

—¿Te vuelve a dar pudor tía? —sonrió de forma pícara al tiempo que caminaba hacia ella— aquí no te van a ver ni las moscas.

—Bueno, tú aguanta y ya. —se levantó del asiento y saliendo del coche añadió— Y por favor, no mires, cariño.

Sergio abrió los brazos estirando la toalla. Ladeó su cabeza mirando al pantano mientras su tía se quitaba el bañador que le había dejado y se ponía el que en verdad le correspondía.

El muchacho se cambió con más naturalidad sin pudor a que nadie le viera el trasero cuando se quitó el pantalón, aunque ¿Quién le iba a ver? Apenas habría un puñado de bañistas. En la orilla del pantano, Carmen se metió poco a poco, mientras que el joven como buen adolescente insensato lo hizo de golpe, incluso salpicando algo de agua a su pobre tía la cual se quejó airadamente.

Mientras el cuerpo de la mujer se sumergía lentamente en el agua, su sobrino jugaba a su alrededor pese a las advertencias de esta para que no le mojara el pelo. De poco sirvieron, al final Sergio acabó empujándola al ver la poca decisión de la mujer.

—¡Sergio! —gritó a pleno pulmón, al volver a la superficie.

—Vamos Carmen, disfruta, que pelo ni que pala, refréscate que esto es una gozada.

El joven se marchó nadando, quizá también para evitar posibles represalias de parte de la mujer. Su tía lo observaba aun pasándose la mano por el pelo y tratando de peinarlo, el enfado momentáneo se disipó y las ganas de gritarle se esfumaron dando paso a una risa incontrolable. “¿Cómo puede ser tan alegre?” pensó.

Se tumbó sobre el agua boca arriba, quedándose como decía su padre “muerta”, flotando, dejándose llevar por el agua. Los oídos sumergidos bajo el pantano, no la permitían escuchar nada, solo sus pensamientos. Pensó en su marido, lo que últimamente rondaba con más frecuencia en su mente y el posible adulterio que solo su mente se negaba a admitir.

Recordó aquella mancha de carmín en su ropa, la tenía totalmente olvidada. ¿Cómo una buena mujer sumisa, ¿Eso era ella? Lo había tomado como algo casual, ¿L o era?, ¿Por qué se negaba a aceptar la realidad?

Dio vueltas en su cabeza a las irrefutables pruebas, siempre habían estado allí, ¿Por qué no las quería ver? Su mente parecía evitar el sufrimiento y saltaron pensamientos positivos, alejadas de su marido, cosas buenas, las últimas cosas buenas… su sobrino, el viaje… que bien lo estaba pasando. “Demasiado bien…” le advirtió una voz de pronto que podría ser su conciencia, pepito grillo o el mismo diablo.

Notaba en su interior como otra Carmen estaba emergiendo, ninguna nueva, sino una muy vieja que hace años encerró en sí misma. Quizá por la edad, quizá por la rutina… pero allí estaba apresada. Una mujer algo más alocada, más decidida, más independiente, más directa.

Se había quitado la ropa delante de su sobrino y ahora se sumergía en un pantano, no eran pasos gigantes, pero quizá si los primeros de un cambio. Los clichés absurdos de la vejez desaparecían y parecía que la joven Carmen, la que disfrutaba junto a su hermana, estaba volviendo a salir del foso donde la había introducido.

Después de un tiempo, su sobrino se acercó nadando hasta su posición, se incorporó posando sus pies en las piedras del suelo. Se había alejado un poco de la orilla y el agua le cubría por debajo de sus senos.

—¿Qué tal? —se interesó el joven.

—No me puedo quejar —contestó en un tono suave, como si fuera una confidencia.

—Me parece que te quedas corta —ella le guiñó el ojo de manera cómplice— Ahora nos faltaría una cama como la del hotel y a descansar, no vendría mal una siesta.

—En mi casa vas a tener una cama grande, no te preocupes.

Se sorprendió de lo que salió de su boca, era un comentario que podría malinterpretarse, aunque menos mal que era su sobrino a quien iba dirigido y no otro cualquiera. Le pareció extraña la situación, aunque el siguiente movimiento le sorprendió aún más.

Fue un instante, menos de un segundo, quizá una fracción de tiempo, un lapso tan rápido que la propia Carmen dudó si había sucedido. Vio como los ojos de Sergio, bajaban desde su rostro, pasaban por su cuello y por un tiempo tan limitado que no se podía medir, se quedaban observando sus pechos que flotaban al ras del agua.

Tenía unos senos bonitos, no había duda, hacía poco que se los había retocado. La edad no perdonaba y se comenzaban a caer, pero el cirujano hizo un buen trabajo elevándolos de nuevo. Nada de prótesis, solos unos cortes por aquí, coser por allá, trabajo de sastre que dejo todo como estaba antes. Era la segunda parte de su cuerpo que más le gustaba, siempre detrás de sus preciosos ojos azules.

Sin embargo, aquella mirada, aquel flash, por muy pequeño que fuera, no la irritó. No le pareció una sinvergüencería de su sobrino, por raro que le parecía, una pequeña corriente eléctrica le recorrió la espalda… le había gustado.

—Yo igual me voy saliendo, que ya estoy muy arrugado —añadió el joven, con un leve cambio en su tono de voz.

—Bien, ahora voy yo.

Cuando Carmen se decidió a salir a los pocos minutos, observó a Sergio como se secaba a lo lejos junto al coche. De nuevo en sus ojos la imagen del cuerpo delgado con un leve toque moreno debido al sol del verano. Incluso su cabello se había clareado algo debido al sol, ahora daba la sensación de ser más castaño que de costumbre quizá con algún que otro reflejo rubio.

Era un adolescente en toda regla, con las hormonas desatadas, no era tan extraño que perdiera la vista en el cuerpo de su tía, todavía era una mujer deseable. Por mucho que ambos fueran familia, seguían siendo un hombre y una mujer. Carmen sacudió su cabeza para dejar de pensar en ello “este niño es un canalla” se dijo así misma.

Cogió el monedero que tenía al lado de la toalla y se dirigió a una pequeña tienda que más parecía un chiringuito de playa. Se detuvo a ojear la ropa que tenían expuesta mientras se secaba y decidió comprarse un pareo de cuerpo entero. La vuelta en el coche seguramente sería igual de calurosa y no le apetecía tomar de nuevo prestado el bañador de su sobrino.

La tela era bastante mona, tenía varios colores y le llegaba hasta los muslos, perfecto para seguir en la carretera. Con su nueva compra, se fue acercando al coche, pero aminoró la marcha. Sergio seguía cambiándose y en un momento, sin querer, pudo ver su trasero desnudo. Se había terminado de secar y justo se iba a poner el calzoncillo.

Un pequeño cosquilleo le recorrió la espalda al ver esa imagen, su sobrino estaba en ese preciso instante totalmente desnudo. Lo que había visto en el hotel ahora lo podía asegurar, parecía un cuerpo fibroso, sin músculos excesivos y el trasero… le pareció que eran dos nalgas duras como rocas.

Se obligó en un momento a que sus ojos otearan cualquier otra cosa que no fuera su sobrino. ¿Cómo podía mirar aquel cuerpo desnudo de su sobrino? Por un momento se sintió culpable, como si estuviera viendo al mismo diablo y susurró “por favor…”.

—Sobrino —le llamó mientras llegaba para avisar que estaba cerca— mira, ¿te gusta? —se giró un poco mientras el joven la observaba.

—Te queda chulo, así vas a pasar mucho mejor el resto del viaje.

Recogiendo todo y aireando un poco el coche, ambos se introdujeron en su interior para proseguir con el viaje.

A los pocos minutos, llegaron de nuevo a la caravana que les recibía con los brazos abiertos, aunque con el frescor del baño todavía latente en sus pieles, la travesía sería mucho más agradable.

—Bueno, de vuelta a la pelea —dijo Sergio.

—Da igual, no hay prisa.

—Quién lo diría, si cuando salimos de casa tenías unas ganas terribles de llegar.

—Me lo estoy tomando con calma, ¿no te parece bien? —con una sonrisa en el rostro que parecía imborrable— ¿prefieres que sea la tía agobiada?

—Me parece fenomenal, yo tengo todo el tiempo del mundo.

El pareo que Carmen se había comprobado, tenía unos cordeles en el escote a modo más de adorno que eficaces. Se podía aflojar o apretar según el caso, aunque no era necesario, la medida era la correcta para dejar algo a la imaginación y que el aire circulase.

Sergio no pudo evitarlo, desde el pantano algo le picaba dentro del cuerpo. Había contemplado antes, por error o por curiosidad (tenía dudas de eso) a su tía en bañador. De nuevo en la caravana, con el coche parado y Carmen a su lado, la insana curiosidad volvió a su cuerpo.

Con el rabillo del ojo podía ver los muslos al aire que su tía mostraba, pero no le era suficiente, quería otra cosa, una cosa que había visto en el agua. Fue una mirada rápida, volteó la cabeza disimulando mirar el salvaje monte que quedaba a su derecha, pero un ojo se dirigió al escote de Carmen. La silueta le pareció magnifica unos senos bien puestos y de buen tamaño, medida perfecta para su gusto, lástima que el canalillo solo dejara ver una pequeña parte del total.

La mirada no pasó desapercibida. Carmen la sintió. Otra vez fue tan rápida que apenas vio los ojos del joven en movimiento, pero ese pequeño disimulo mirando el monte era demasiado descarado, era la segunda vez que miraba sus senos en una hora.

Apretó sus piernas algo nerviosas, no sabía qué hacer. Por su mente fluyeron varias opciones, decirle algo, enfadarse, dejarlo pasar… no había tenido hijos, no sabía que era lo adecuado en esa situación. No entendía muy bien como era un adolescente masculino, aunque por otro lado, una pregunta, más que ninguna otra, resonó en su cabeza ¿en verdad le había molestado?

Sus piernas siguieron de forma inconsciente apretándose más y más, ¿Por qué se sentía tan… tan… bien? ¿Qué estaba pasando? Nunca se había sentido tan descolocada. Recapacitó sobre las miradas, sería algo inocente, algo que un chico haría casi por instinto, aunque Sergio ya no era un niño, era un hombre. Aquello volvió a sonar en su mente como un grito desesperado por hacerse escuchar, UN HOMBRE.

Su cabeza le decía que era coincidencia, casualidad, nada más, incluso quizá un error suyo de apreciación. Sin embargo, en sus fueros más internos, algo le dijo que no, que le había mirado con la intención de escrutar su fisionomía.

De pronto sintió algo, una sensación nacida de su vientre, o quizá algo más abajo. Como si un interruptor volviera a ser pulsado, una llama, no más grande que la de una cerilla nacía en su interior.

Con el calor insoportable que seguía azotando sin piedad, su siguiente movimiento parecería de lo más habitual y se concienció en que no tenía nada que ver con lo que estaba haciendo Sergio. Llevó su mano hasta los cordeles y tiró de estos haciendo que la tela se separase.

Sus manos actuaron solas, el escote se abrió demasiado, la vergüenza de antes volvió a aparecer y se preguntó “¿Qué estoy haciendo?”. Podría volver a apretarlos con cuidado, se veía demasiado. No actuó con lógica o raciocinio, y no se tapó algo que mostrarlo le hubiera parecido del todo inapropiado. Sin embargo, lo que por instinto le salió de lo más profundo de su ser, fue mojarse sus secos labios por el calor o los nervios, y abrir la boca para llamar la atención de su sobrino.

—¿Cuánto crees que quedará de caravana?

—Ni idea… antes ponía el cartel de dos kilómetros más de obras, o sea que quizá poco, pero vete a saber.

—Cuando lleguemos me da que lo primero que voy a hacer será comer ¿y tú?

Inconscientemente o quizá muy conscientemente, pasó sus brazos por debajo de sus pechos haciendo que estos se juntasen y lograr un efecto de aumento. Esperó con paciencia sin perder los ojos de su sobrino a que este posara la vista en ella.

No había duda, otra vez sucedió, esta vez lo había pillado. Los ojos del joven habían descendido en un pestañeo hasta el canalillo abierto por ella misma y por menos de un segundo contemplaron lo que allí había. “¿Qué hago, joder?” se preguntó acomodándose en el asiento. Su sobrino la había mirado, ya eran tres veces, TRES “¿Qué puedo hacer? O… ¿Qué debo hacer?” Antes de encontrar una respuesta escuchó la respuesta de Sergio.

—Tendré que comer algo.

Carmen notó algo en su tono, casi inaudible. Su voz se quebró por un pequeño instante, estaba nervioso, seguramente por su culpa. Quizá era ella la instigadora, la que le ponía todas las miradas en bandeja, la que estaba provocando a su propio sobrino. Jamás se había imaginado una situación así, era impensable, aunque por otro lado, en su interior, la llama que hacia breves instantes nació, ahora pretendía crecer con fuerza.

El sorprendente calor e inesperado, comenzó a arder dentro de ella. Una sensación que hacía muchos años desapareció y de la cual apenas tenía borrosos recuerdos. Las pupilas se le dilataron, la respiración se agitó y sus pómulos fueron invadidos por un color rojizo. Con voz alterada en su interior sin poder creérselo se dijo, “¡no puede ser! ¡¿Me… me… estoy poniendo?!”.

—¿Qué vas a hacer estos días? —escuchó que le preguntaba Sergio sacándola de esos pensamientos.

—No lo he planeado, hoy ya nada. Bueno, estar con mi sobrino favorito por supuesto, pero mañana no sé, ¿tú?

—Tampoco lo sé, cuando llegue algún amigo saldré con él, pero debería ir a instalarme donde la abuela cuando antes. Esta tarde la puedo pasar descansado, o… hacemos algo si te apetece. —la frase en la cabeza de Sergio no sonó tan mal como en su boca. Le dio la sensación de estar invitando a su tía a algo más que lo obvio entre familiares. Aunque, ¿por qué le sonaba tan mal, era Carmen, la misma de siempre, nada más?

—Puedes ir al jardín y estar en la piscina toda la tarde, yo quizá me prepare un cóctel y tome el sol, creo que me lo merezco.

—¿Eres una mujer millonaria de Película? —añadió Sergio medio en broma, medio en serio, necesitaba bromear para evadir sus pensamientos.

—Cariño, millonarios no somos, pero hay placeres que me los puedo permitir y un cóctel al sol, es uno.

—No es mala vida tía, de mayor me gustaría tenerla.

—Trabaja duro, que buena cabeza tienes. Estudia y todo ira sobre ruedas, verás cómo tu tía tiene razón. —el cambio de conversación le había venido bien para calmar su cuerpo.

—¿Cuándo erais jóvenes os imaginabais la vida así? —Sergio se sorprendió al ver que Carmen comenzaba a reír.

—¡Para nada! Cuando yo era joven, me esperaba una vida totalmente diferente.

—¿Me la cuentas?

—¿Quieres que te cuente historias de la edad de los dinosaurios, cariño?

—Tiempo tenemos —añadió lo siguiente que a Carmen, le encantó escuchar— y me gusta escucharte.

—Pues te la cuento sin problemas —“¿hace cuánto que no me prestan esta atención?” se dijo mientras recordaba su vida—. Nosotros vivíamos en el pueblo y lo que siempre queríamos era salir de ahí, descubrir el mundo, tu madre decía de pequeña que descubriría otro continente como hizo Colón. Miraba el globo terráqueo y señalaba zonas sin parar en el mar, decía, aquí, Carmen, aquí. —la mujer sonrió mientras los recuerdos la transportaban a una época más sencilla— Los años pasaban y esa rebeldía, esa pizca de locura, se fue disminuyendo. Más que nada por la sociedad, al fin y al cabo era un pueblo pequeño, aunque nunca nos quitaron las ganas de disfrutar a nuestro modo. Soñábamos con recorrer el mundo en caravana, aprender idiomas en países diferentes, descubrir gente nueva y… —dudó si seguir, pero... ¿Por qué no?— conocer hombres que nos amaran con más pasión una noche, que otros en una vida entera…

—¿Qué cambio?

—Cambio que te haces mayor, yo conocí a tu tío y los sueños de adolescencia se esfuman. —resopló levemente y siguió— Me enamoré y poco a poco perdí ese fuego interno, esa pizca de locura que nos caracterizaba a tu madre y a mí. Pienso… estoy segura, de que tu madre también lo ha perdido, le pasó lo mismo que a mí.

—Esa que cuentas, no parece mi madre —sonrió Sergio.

—Sí que lo era, cariño. Mi hermana siempre me siguió, era su modelo, queda mal que lo diga yo, pero sí. Me tomó de referencia y las dos pensábamos igual, al final es lo normal, era su hermana mayor. —sonrió con la mente en aquella época y añadió— Te diré un secreto, era algo envidiosilla , si yo tenía algo, ella también lo quería, no por mal, sino por afán de superación. Si subía un monte ella también, si yo nadaba en dos minutos de un lado a otro, ella intentaba en uno, si yo tenía novio, ella lo buscaba… —Carmen cayó de pronto. Su comodidad le había llevado a soltar su lengua demasiado.

—¿Qué pasa tía?

Sergio la miró fijamente, estaba hilando cabos al tiempo que conducía por la caravana. Si la competitividad de su madre era tal y quería superar a su hermana, ¿qué tenía que ver eso del novio?

—Nada, una tontería olvídalo, se me ha ido la cabeza, estaba pensando en otra cosa.

—Sé que mis padres se conocieron a la par que vosotros, ¿no?

—Ellos algo más tarde, pero más o menos, sí.

—¿Estás diciendo que lo hizo por envidia o cierta competitividad? —le dijo Sergio pareciendo que la idea era de lo más estúpida.

—A ver, cariño, no… bueno, mira no sé… la situación era que cuando yo estaba con Pedro, ella decía que quería también un novio. Salimos un día y Mari fue con la intención de encontrar pareja, siempre decía que tu tío y yo éramos muy felices que ella quería eso. Tus padres bailaron y se conocieron ese día —miró a sus piernas donde sus manos jugaban con hilo suelto del pareo— Esto que te digo, solo lo sé yo. Al de un tiempo tuvo dudas, estuvo un tiempo mal, pero cuando naciste todas se disiparon. —se llevó una mano al rostro notando un calor que la poseía y siguió algo preocupada— joder, Sergio, creo que no soy la adecuada para contarte eso. No quiero que te imagines cosas que no son.

—Alucino, ¿me estás diciendo que están juntos por casualidad?

—No es eso, solo que a partir de ese día casualmente encontró a tu padre, el amor es muy caprichoso. Sé que al principio le costó, pero a tu padre le quiere muchísimo. Además, ¿a qué pareja no le cuesta?

—Vaya… —solo pudo decir el joven, que no reparó en la pregunta de su tía. Un adolescente solo entiende el amor como algo maravilloso, no algo complicado.

—Esto Sergio no debería haberlo contado, es algo que debería haberte dicho tu madre, si ella quería. Lo siento mucho de verdad si te sienta mal, es que estoy tan a gusto que no sé… se me ha ido la lengua sola, espero que hagas como si no te hubiera dicho nada.

—Tía, —sintió la agitación de Carmen por haber metido la pata. Pasó su mano hasta la pierna de esta, rozando su piel calentada al sol y le sonrió para seguir diciéndola— no te preocupes de verdad, no diré nada.

CONTINUARÁ


Subiré más capítulos en cuento me sea posible. Ojalá podáis acompañarme hasta el final del camino en esta aventura en la que me he embarcado.

Os dejo por aquí el que de momento es mi único libro, para que podáis disfrutarlo tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.

Picando Entre Horas Vol. 1