Aventuras en el metro
El metro se puso en marcha, y ella iba a recibir unos de los mejores viajes que había tenido en toda su vida". Marina y Cristian se conocen y viven unos de los mas grandes placeres de su vida
Su cabello rebotaba de hombro a hombro, produciéndole pequeñas cosquillas mientras corría. Se oía sus taconazos por todo el extenso pasillo subterráneo. Otra vez tarde al trabajo.
- ¡No! –gritó al ver que el metro cerraba las puertas.
Maldijo, ya imaginando la bronca que le echaría su jefe al llegar a la empresa. Aturdida, se sentó en un banco cercano. Su pecho subía y bajaba con rapidez hasta que al cabo de un rato empezaba a tener una respiración regular.
Pensó que tal vez debía coger un taxi y poner la vieja excusa de que había tráfico. Pero se negó por dentro al saber el dinero que le costaría el viaje.
En una media hora, Marina entró en el metro lleno de gente. Se abrió paso y consiguió agarrarse a una barra. Miró nerviosa su reloj de muñeca, las nueve menos cuarto. ¡Qué tarde, ella ya debería estar trabajando desde las ocho! Optó por salir del transporte y pasarse el día vagueando en casa, pero para entonces ya era tarde. Acababan de cerrar las puertas.
El metro se puso en marcha y cómo no, le dieron un breve empujón. Quedó apretujada entre la puerta de entrada y un hombre.
El metro se puso en marcha, y ella iba a recibir unos de los mejores viajes que había tenido en toda su vida.
Marina mantuvo la mirada ausente hacia la ventana que reflejaba su imagen. Dios, ni se había maquillado. Aunque no se veía mal del todo, parecía más natural. Simple pero de todas maneras guapa.
De pronto sintió una mano cálida acariciarle el culo por encima de la fina tela de su falda negra de trabajo. Otro pervertido, se dijo a sí misma. No le dio importancia y siguió sumergida en sus pensamientos. Pero la acaricia no cesaba, era cada vez más intensa. En vez de una sola mano acariciándola, esta vez ya había dos. Eso ya es pasarse, pensó dispuesta a darle una cachetada a la persona que la estaba tocando sin ponerse límites.
El pequeño chorro de aire acondicionado que daba a su espalda, paró; avisando que alguien se había interpuesto en éste o simplemente al metro se le acabó la electricidad. Sintió calidez cuando su cuerpo tomó contacto con otro. Ambas manos ahora estaban sosteniendo sus vulnerables pechos, masajeándolos de la forma más sensual que ella hubiera podido imaginar jamás. ¿Qué…?, se preguntó para sus adentros.
Apunto de dar media vuelta y mandarle a la mierda, miró el reflejo de la ventana rectangular. Por un momento se sintió afortunada. Aquél, aquél hombre que la estaba tocando era la viva imagen del deseo, la pasión, y sobre todo de la belleza. Vamos, que se dejaría tocar por aquella atractiva y sensual figura masculina.
- ¿Qué haces? –tartamudeó al cabo de unos segundos tras desviar los ojos del aquél perfecto reflejo.
Él no la hizo caso. Buscó con los dedos los duros pezones de Marina, y cuando al fin los encontró, pellizcó de ellos. Ella soltó un breve gemido, con suficiente volumen para que sólo él oyese aquél susurro de deleite.
- Dándote placer, ¿o es que no los ves? -dijo con voz terciopelada.
Marina echó un poco la cabeza hacia atrás –ofreciendo una mejor vista de su escote al adonis que estaba situado atrás suyo-. Quizá todo esto era un sueño por no tomarse su café de buena mañana. Pero era casi imposible que su imaginación diera para tanto. Ni sus sueños más eróticos eran tan picantes. Si más no; empezaba a estar húmeda. Abrió la boca para dejar escapar otro gemido.
Haz el favor de no hacer demasiado ruido –le pidió él, cerca de su oreja-, no quiero parecer un…
¿No lo eres? –lo atajó Marina, notando como las manos desconocidas se introducían dentro de su blusa e iban subiendo hasta tomar de nuevo contacto con sus pechos.
Él siseó al saber que Marina no llevaba ni siquiera sujetador. Mejor, una prenda menos que le hubiera molestado.
La castaña hizo una ojeada rápida sólo para asegurarse de que todos los pasajeros no se dieran cuenta de su comportamiento. Suspiró al saber que cada uno iba a su bola, sin prestarles la menor atención posible. Aquello era nuevo para ella, siempre había sido tímida a la hora de acostarse con hombres. ¿Qué había ocurrido esta vez? Se estaba entregando en un lugar público.
El metro tomó una curva. Ambos sin tener soporte en donde sujetarse, tambalearon un poco hacia adelante. Marina como reflejo puso ambas manos contra la ventana rectangular de la puerta –quedándose en la postura como si quisiera empujar la puerta hacia adelante con el trasero exageradamente para atrás e inclinado hacia arriba para él-; se mojó aún más cuando tuvo el miembro erecto entre nalga y nalga. Se mordió el labio inferior para no dejar escapar otro gemido. Joder, le empezaba a doler el clítoris.
El hombre puso sus labios sobre el cuello de Marina, y pudo percibir su delicioso perfume mientras iba sacando su mano derecha debajo de la blusa y la metía dentro de su falda. Por otra parte, ella iba meneando sus caderas de arriba abajo sólo para provocarle un poco más.
- Ah… -gimió lentamente cuando un dedo tocó su clítoris y hacía círculos por encima de éste-, sí… sigue.
Él obedeció. Por un momento apartó su atención del clítoris; pasó dos dedos por sus labios vaginales, haciéndola estremecer al toque. Sonrió perversamente. Sin parar con las acaricias hacia el sexo de Marina, tampoco cesaron las que se ocupaban de su pecho. Se moría de ganas entre tener aquellos pezones duros, erectos y rosados entre su boca, mientras las lamía con la lengua. O tal vez succionándolos, chupándolos…
- ¿Haces esto a menudo? –preguntó Marina.
Deseó que cerrara la boca. Sólo quería que disfrutase, nada de hablar. Antes de responder penetró un dedo dentro de su coño. Ella se arqueó. El dedo salía de ella y entraba constantemente a una velocidad más rápida que la anterior pequeña embestida.
- No, es la primera vez que lo hago.
Pronto ya eran tres los dedos que estaban dentro de ella, pero no era lo suficiente. Necesitaba algo más grande.
El metro iba disminuyendo su velocidad, hasta que Marina se dio cuenta que ya estaban en la siguiente parada.
- Aquí me bajo yo –informó el adonis-, supongo que te veré mañana.
Mientras pronunciaba aquellas palabras, eliminó cualquier contacto con ella; dejándola con las ganas demás.
Las puertas se abrieron, el aire fresco estampó contra la cara de Marina El hombre bajó y le guiñó el ojo antes de darse media vuelta e irse al baño a masturbarse.
Espero que les haya gustado, sigue más. Lo subiré cuando haya terminado de escribirlo:)