Aventuras en el instituto
Su fotografía prometía mucho, pero eso de que la realidad no supera la ficción, es completamente mentira.
AVENTURAS EN EL INSTITUTO
Hola a
tod@s
de nuevo. Después de unos días de descanso, os voy a contar otra de mis aventuras. En este caso, no es con ningún vecino, sino con uno de mis estudiantes. Soy profesor de Secundaria, lo que me permite, muchas veces, disfrutar de algunas vistas espectaculares mientras desarrollo mi trabajo. Tengo muy buenas relaciones con mis
alumn@s
, pues hablo con
ell@s
siempre de una manera muy natural que, parece ser, les gusta, pues, aunque muchas veces podría ser su padre, cuando tienen problemas en la familia o con sus amistades, vienen a contármelos para pedirme consejo o para que les dé mi punto de vista.
Como sabéis, hoy los jóvenes están normalmente bastante desarrollados: en todos los sentidos. Y, aunque nunca haría nada ilegal con alguno de mis alumnos, sí que disfruto mucho charlando con ellos y observando cómo se comportan: tanto conmigo como con sus compañeros.
Como podéis imaginaros, tengo alumnos de muy diversos niveles, tanto sociales, como económicos, así como intelectuales. La historia que os voy a contar habla sobre un chico al que conocí el primer año que llegué al instituto donde trabajo. Era alumno de 2º de bachillerato, estaba repitiendo curso y tenía 19 años. Alfonso. Así se llamaba, bueno, y se llama.
El primer día de clase (como ya tenía las fotos de mis futuros alumnos unos días antes y me las había estudiado junto a los nombres) me dediqué a decir sus nombres sin que se hubiesen presentado. Me fastidió un poco que ese primer día, Alfonso no viniera a clase: la verdad es que estaba deseando llegar a su nombre. Resulta que llegó de vacaciones con sus padres el mismo día que empezábamos las clases. No obstante, no tuve que esperar mucho para conocerlo. Ya en su fotografía, prometía mucho. Eso de que la realidad no supera la ficción es completamente mentira: dos días más tarde apareció en clase y pude comprobar que la foto que yo tenía (en la que ya salía guapísimo), no le hacía nada de justicia.
Alfonso era altísimo (después supe que medía 195 cm.), rubio, ojos claros (no azules, más bien gris azulado) increíbles y no demasiado musculado, lo justo. Tenía el porte de un modelo profesional, como que con él no iban las cosas, de esos que están de vuelta de todo. Vestía vaqueros y un polo de rayas que le sentaba de puta madre. Os juro que cuando lo vi, casi me puse nervioso de que un ejemplar así fuese a recibir mis enseñanzas. Sin embargo, me sobrepuse del impacto inicial para que no se me notara. Los alumnos suelen ser bastante perspicaces en darse cuenta de cosas en las que tú ni siquiera reparas. Mi reacción pasó completamente desapercibida por todos.
Las clases fueron avanzando a lo largo del trimestre y, como además era su tutor, tuve que hacer un seguimiento de su rendimiento escolar para ir informando a sus padres. Los estudios le costaban bastante. Mi asignatura (música) no, ya que además de saber un montón sobre música actual, disfrutaba tocando la guitarra y aprovechaba bien las clases. Mis notas sobre él eran muy buenas. No así en otras materias, casi en la mayor parte. Esto me llevó a hablar en privado con él varias veces.
Era un chico bastante sensible además de muy tímido. Casi no levantaba la vista del suelo. Nunca hacía ninguna broma. Me comentó que su hermana era una estudiante fantástica y que lo comparaban continuamente con ella, cosa que a él no le gustaba nada. Él la quería muchísimo y era una guía fantástica para él. Después de las calificaciones de la primera evaluación, volví a charlar con él, pues le habían quedado varias materias. Le pregunté si quería que le echase una mano por las tardes, aunque sabía que declinaría mi oferta (era simplemente por animarle un poco). Sin embargo, en contra lo que yo pensaba me dijo que le encantaría. Me quedé hecho una mierda, pues realmente no puedo ayudar a mis alumnos y moralmente, no debo.
Como ya se lo había preguntado no me quedó otro remedio que ayudarle. Le ayudaba sobre todo con los comentarios de texto, en inglés y en lengua castellana, pues su comprensión era bastante pobre. Me pareció raro que no entendiese bien, pues su conversación era rica, utilizaba mucho léxico y de una manera muy inteligente. Su forma de pensar era más propia de un adulto que de un joven de 18 años.
Un día, llegó a mi casa bastante acalorado. Me comentó que había ido a correr y que se le olvidaron las llaves de casa, así que como sus padres no estaban (pues trabajaban en el pueblo de al lado) no le quedó más remedio que venir así: sudado. A mí no me importó lo más mínimo, es más, me encantó poder comprobar cómo olía cuando sudaba; era un olor fuerte, a macho joven que libera hormonas a montones. Sin llegar a ser sucio, su olor era tan embriagador que no podía parar de olerlo y olerlo y no dejar de olerlo. Me entusiasmaba tanto su olor que casi trataba de acercarme a él para poder seguir oliéndolo. Aquel olor me puso cachondísimo, tanto, que cuando se fue, me la saqué y me tuve que aliviar allí mismo, en el pasillo, tras la puerta por la que se acababa de marchar el sudoroso Alfonso.
Fueron pasando los días, las semanas y noté que cada vez tenía más confianza conmigo, me contaba cosas que ya no venían al caso y que formaban parte de su vida privada. Me contó que le gustaba una chica desde hacía tiempo pero que ella no le hacía caso y tenía que verla todos los días enrollándose con un "gilipollas" que no se la merecía. Yo hablé con él sobre que había más "peces en el mar", que había montones de personas con las que podía estar y, además, que no creía que él tuviese problemas para ligar.
-Ya, eso lo dices tú, pero a mí me da mucha vergüenza, es más, normalmente son ellas las que se lanzan y me hacen sentir como si fuese una presa y me tuviesen que cazar.- me comentó Alfonso un poco ruborizado.
-No es que lo diga yo, Alfonso, eso son cosas que se ven, que saltan a la vista. Físicamente tienes que llamar la atención de las chicas continuamente, bueno, y de los chicos, aunque sólo sea por envidia. Por lo menos es lo que veo yo.- le dije con un poco de gracia.
-¡Ah! ¡O sea que a ti te parezco guapo!. ¡No me jodas que tú eres marica!.- me soltó casi con desprecio.
-A mí me lo pareces y, , lo que yo "sea" no es de tu incumbencia- le dije bastante molesto.
-Bueno, perdona, no quería decirlo así, ni que te molestara. A mí no me importa, simplemente es que...
-¿Qué?.- le pregunté enfadado; después de lo que estaba haciendo por él, me jodía que fuese tan poco sensible.
- Que si eres...ya sabes... que te gustan los chicos, no se te nota nada. Es más, creo que tienes a todas las chicas detrás de ti.
-Bueno, ya está. Se acabó. Vamos a lo que venimos a hacer aquí.- solté tajante. Me cabreaba asumirlo, pero me habían enfadado sus palabras, ya que no soporto a la gente homófoba y menos cuando tengo esperanzas en saber si son o no personas íntegras.
-Pero no to pongas así, ostia, que no es para tanto. Era sólo una broma; la verdad es que tú a mí también me lo pareces.- me dijo él dándome un empujón que casi me tira de la silla.
-¿El qué?-. Respondí sobreponiéndome al golpe.
-Muy guapo.
-Vale mariquita, ya está, dejamos las bromas y nos concentramos en las preguntas de este comentario, ¿vale? -. solté cambiando de tema lo más sincero que pude. (me acababa de decir que yo le parecía guapo, muy guapo para ser exactos). El día continuó tranquilamente, pero noté una cierta sonrisilla en su cara que me estaba poniendo malo, no sé porqué.
El curso fue avanzando y cada vez Alfonso tenía más confianza conmigo. Hablábamos de muchos temas aparte de hacer las tareas que venía a realizar a mi casa. Un día estábamos charlando sobre sexo y el tema se desvió hacia la masturbación. Así, de repente, me preguntó como que no quiere la cosa:
Entonces, ¿tú también te masturbas?.-
Pues claro.- respondí yo sin demasiada convicción por lo directa de su pregunta. La masturbación es un acto íntimo que debes realizar porque te ayuda a conocerte mejor sexualmente. Le expliqué las ventajas que tenía, además del hecho de aprender a conocer mejor su cuerpo y sus reacciones.
El tío estaba embobado mientras yo le explicaba todo esto. Es como si hubiese descubierto oro en mi casa. Todos los días venía y me hacía preguntas relacionadas con el sexo. Me sentía yo como su sexólogo particular. Hasta que un día...
...Venía entusiasmado, con ganas de aprender, muy inquieto. Le pregunté que qué le pasaba y no me contestó nada claro. Al cabo de un rato, me dijo que le encantaría masturbarse conmigo. Que llevaba tiempo queriéndomelo decir, pero que no se había atrevido. Quería ver de primera mano todo lo que yo le había enseñado sobre la práctica onanista. No recuerdo en qué tuve que pensar para mantener mi cabeza fría. Como entenderéis, no es normal que un macho así te proponga ese tipo de cosas. Dejando aparte toda la parte moral y ética, decidí internamente que me apetecía a mí tanto como a él o, incluso más.
- Tú no sabes lo que dices-. Le solté.
-Que sí, ostia, que te lo digo es serio. Me apetece un montón.-. Me decía él entusiasmado, con los ojos muy abiertos, como si fuese un niño pequeño.
-¿De verdad que estás seguro de lo que estás diciendo?-. Pregunté de nuevo con cara de no entenderlo.
-Seguro, segurísimo, lo tengo tan claro que llevo pensando en ello desde hace bastante tiempo.-.respondió muy seguro de sí mismo.
En ese momento, me di cuenta de que aquellas preguntas me habían puesto en un verdadero aprieto: o salía rápido de allí o no me quedaría más remedio que seguir adelante con su petición. No sé cómo pero decidí sin pensarlo pasar a la acción. Sin detenerme a analizar nada le dije:
-Vale, está bien. Lo primero que vas a hacer es acariciarte para mí y mostrarme lo que te gusta hacerlo.- Entonces se comenzó a acariciar de una manera súper sensual, como intentando seducirme. La verdad es que lo hacía muy bien.
- Ahora, palpa tus pezones con tus dedos y dime cómo están.
-Están durísimos, casi me duelen.-decía él, medio jadeando.
Le pedí que con la otra mano se acariciase el paquete. Así que ni corto ni perezoso, se colocó la otra mano sobre el paquete, el cual se lo palpaba de una manera muy cachonda. "Aquello" estaba adquiriendo un tamaño y un grosor enormes para lo que yo pensaba. Le pedí que me dijera cuando estuviese completamente empalmado, lo cual no tardó en decirme ni dos minutos. Mientras, yo estaba haciendo exactamente lo mismo que él.
Sácatela ahora y enséñamela.- Así lo hizo; se bajó la bragueta, se desabotonó el pantalón y se la sacó del bóxer blanco que llevaba. Mi polla se puso enormemente rígida cuando vi aquel pedazo rabo que gastaba Alfonso. ¿Quién lo diría? Debía medir entre 18 y 20 cm, pero lo más importante es que era enormemente gruesa. Era una polla clara, con un glande gordo, que se ocultaba tras una piel rosada muy lubricada. Me dieron ganas de saltarle encima y comérsela allí mismo, seguro que aprendería a gozar de su primera mamada. Sin embargo, mantuve como pude mi cabeza fría y le ordené que se masturbase despacio, que yo iba a hacer lo mismo. Así fue; me quité las deportivas y los calcetines (los cuáles metí en cada zapatilla) para finalmente, quitarme los pantalones y dejé al aire el bulto que marcaba mi rabo sobre mi calzoncillo. Alfonso abrió la boca y puso los ojos como platos cuando vio esta escena.
¡¡Vaya cómo la tienes!!.- me dijo. Y suspiró con un buffff...
Sí, la verdad es que la situación me ha calentado, ¿sabes?.- le respondí yo bastante animado.
Él estaba sentado en mi sofá mientras yo estaba de pie delante suyo pero a una distancia más que prudencial. Comenzamos a masturbarnos a la vez, mirando cada uno para el nabo del otro. Cada vez íbamos más rápido. Yo ya casi había cerrado mis ojos cuando de repente me dice:
-¿Te puedo masturbar yo a ti?
Silencio por mi parte. No sabía que hacer. Pero no me dio tiempo a reaccionar. Cuando quise decirle que no, ya me estaba agarrando la polla con una mano y me estaba sopesando los huevos con la otra.
-Diosssss, la tienes super dura y super gorda.- dijo él emocionado. La verdad es que aquello era todo un cumplido viniendo de aquel tío al que le acababa de ver el grosor de su rabo.
-Ven, siéntate aquí y así me lo puedes hacer tú a mí también.- me dijo tirando de mí por el rabo y cogiéndome una nalga con la otra mano.
Me hizo sentarme a su lado y no me quedó otro remedio que cogérsela con mi mano izquierda. Se la apreté fuertemente y suspiró, diciéndome que se sentía muy bien. Era la primera vez que un tío le tocaba la polla y se notaba que lo estaba disfrutando. Fui subiendo poco a poco con mi mano por todo el tronco y bajándole la piel de golpe, algo que le produjo un escalofrío. La tenía completamente lubricada, estaba segregando ese líquido maravilloso que nos dice que lo estamos pasando muy bien. La mía, al igual que la suya, estaba también tiesa como un palo, me estaba masturbando rápido, señal de que le estaba gustando lo que yo le hacía y estaba encontrando su ritmo.
¿Te la puedo chupar? .-me dijo mirándome a los ojos casi como desesperado.
Tú verás..., pero yo no sé lo que te pasa a ti hoy. ¿Qué te han dado de comer?
-Nada. No ves que tengo hambre.-dijo riéndose y metiéndosela entera en la boca.
Un escalofrío recorrió toda mi columna. Menudas tragaderas que tenía Alfonso; se la había tragado entera sin despeinarse. No es que mi rabo sea muy grande: mide alrededor de 15 cm pero es muy gordo. Me imagino que aquel chico tenía todo grande: desde la polla hasta la boca.
No lo hacía muy bien. Se dedicaba más bien a chuparla como si fuera un polo. Fui guiándolo, diciéndole que la agarrase con una mano, tirase de la piel hacia abajo y se dedicara a lengüetear el glande y saborear mi capullo. Así lo hizo y en menos de dos minutos casi me tenía a punto cuando le dije que parara. Se sorprendió un poco por mi brusquedad, pero le tranquilicé diciéndole que no fuese tan rápido, que ahora le tocaba disfrutar a él.
Lo tumbé sobre el sofá, le levanté una pierna y le puse la otra en el suelo, dejándolo abierto. Me coloqué entre sus piernas. Desde aquella posición tenía una vista fantástica de su pepino, sus bolas pequeñitas y redonditas, y, sobre todo de su culazo: una raja rosadita con apenas pelo que tenía unas ganas enormes de comerme. Me serené un poco y se la agarré con una mano, mientras que acercaba mi lengua a la punta de su falo. Le lamí despacio el tronco, a lametazos pequeños y cortos. Le temblaba, como si fuera una virgen en su noche de bodas. Fui subiendo poco a poco hacia la punta del mástil y cuando llegué, lentamente y mirándole a los ojos, puse mis labios sobre su gordo capullo, consiguiendo que soltara un suspiro que me enardeció. Estaba orgulloso del trabajo que le estaba realizando a mi querido Alfonso. Él se lo estaba pasando de lo lindo. Poco a poco, dejé su capullo y me fui tragando como pude su largo palo, y mirándole para ver sus reacciones. Estaba completamente perdido de gusto; levantaba la cabeza y cuando veía su polla metida entera en mi boca volvía a dejarla caer hacia atrás, como no dando crédito a lo que estaba sucediendo. Así estuvimos un rato hasta que me la saqué de la boca y comencé a lamerla hacia abajo: hacia sus testículos.
Tenía unos huevos pequeños y muy redonditos, de esos que te dicen "cómeme". Eso hice. Se los lamí primero y después, fui metiéndomelos enteros en la boca, alternándolos y saboreándolos. Alfonso estaba suspirando muy fuerte y pensé que en cualquier momento se correría. Ciertamente, me alucinaba el aguante que tenía, teniendo en cuenta la morbosa situación en la que nos hallábamos. Seguí con mi exploración hacia abajo. Le metí un cojín bajo sus caderas y le levanté ligeramente el culo, dejándolo más expuesto de lo que lo tenía. Le separé las nalgas con las dos manos y le ataqué el ojete sin piedad. Le dí el primer lengüetazo de arriba a abajo y su ano comenzó a cerrarse y abrirse lo cual, acompañado de sus grititos, me hicieron incorporarme para disfrutar de la mayor corrida de la historia: en ese momento, trallazos de semen sin control iban dibujando en su precioso abdomen un cuadro de placer que continuaba en la cara de mi querido alumno.
Yo, con lo caliente que estaba y viendo aquel espectáculo maravilloso, me hice una paja sobre el chico a un ritmo frenético y di las últimas pinceladas de leche al hermoso dibujo que resplandecía sobre la tripa de Alfonso.
Al cabo de un rato, y después de medio recuperarnos de aquellos fabulosos orgasmos, Alfonso me dijo, todavía jadeante, que no se había corrido así en su puta vida. Que nunca pensó que su culo le pudiese producir tantísimo placer.
Continuará...
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