Aventuras de verano - 3

Haciendo nudismo en la isla encuentro un nuevo ligue y acabamos follando.

LANZAROTE

Llegamos a la isla a media tarde y nos alojamos en un hotel del sur, próximo a una playa de arena fina y muy blanca. Como habíamos alquilado un coche para recorrer la isla y cambiar cada día de costa, casi lo utilizábamos solo como dormitorio y base.

Fuimos enseguida a las playas nudistas, que estaban cerca. A mí me gustaban porque te podías quitar todo y nadie te hacía caso. Si nos mudábamos a otras playas me ponía la parte de abajo, pero cuando nos íbamos a comer me lo quitaba y cambiaba allí mismo a la vista de todo el mundo y me ponía las braguitas y el vestido. Por las noches cenábamos en tascas de pescadores que él conocía o tomábamos unas tapas en cualquier sitio, si pensábamos ir luego a bailar u oír música. Raras veces cenábamos en el hotel.

Todo fue muy normal en esos quince días, excepto dos o tres sucesos que surgieron naturalmente, como yo le decía que me gustaba que ocurriesen, y de los que él fue testigo.

El primero ocurrió un día que cenamos temprano en el hotel, porque lo habíamos dedicado a hacer turismo por el interior y regresamos tarde para tomar el sol. Estuvimos después un buen rato tomando café y de pronto el dijo que quería ir a la habitación, a ver una cosa en la tele que le interesaba.

Yo a los cinco minutos me aburrí y le dije que me iba a la sauna o al jacuzzi un rato, antes de acostarnos y quedamos en que él bajaría cuando terminase el programa.

Estuve en la sauna unos diez o doce minutos, se estaba a gusto y solo había un chico que parecía alemán y que se cubrió un poco con la toalla cuando entré.

Yo me quedé desnuda, como siempre y me tumbé en un banco y él entonces se destapó. Yo le miraba a veces, estaba muy bien, y notaba que él también se fijaba en mí, pero permanecimos cada uno en su sitio y en silencio.

La tranquilidad se rompió cuando entraron dos parejas algo mayores, ya desnudos y con grandes barrigas, hablando y riendo a todo volumen. El chico se levantó y yo detrás, y mientras él se metía en la ducha yo busqué el jacuzzi.

Parecía casi premeditado porque un minuto después apareció él, y muy educadamente me preguntó en inglés, bastante mejor que el mío, si me molestaba que entrase.

Como venía de la sauna, igual que yo, se quitó la toalla cuando ya estaba dentro y se metió rápidamente en el agua, frente a mí. Me dio las gracias y se disculpó por la grosería de sus compatriotas y a partir de ahí seguimos hablando de todo, mientras con no mucho disimulo, me tocaba con una mano en el brazo o juntaba su pierna a la mía.

Él no hablaba nada de español, pero tenía un carácter casi latino. Me estaba invitando a bailar, ya casi pegado a mí  y en una postura algo más que amigable, cuando apareció mi marido, un poco despistado; debía de haber estado buscándome un buen rato, nos vio juntos y solo dijo hola, metiéndose frente a nosotros. No hablamos ninguno y pronto el alemán vio que éramos multitud y se fue, despidiéndose hasta luego.

Entonces mi marido me preguntó por él y yo le conté lo que había pasado, incluso que había estado tocándome con sus piernas por debajo del agua todo el tiempo y que al final me había invitado a bailar.

Según íbamos de vuelta a la habitación me propuso también él, ir a bailar.

  • ¿quieres que vayamos a bailar nosotros? Todavía es pronto.

  • a mi no me importaría, pero a ti nunca te ha gustado mucho, te cansas enseguida.

  • pues cuando me canse, bailas con el alemán y todos tan contentos.

  • ¿Me estas echando algo en cara? ¿Te ha molestado verme con él?

  • no, en absoluto, lo decía con toda mi buena fe, pensaba que tenías ganas de marcha, pero mira vamos a bailar un poco, y si tu quieres seguir un rato no pasa nada, seguimos hasta que te canses.

Me puse elegante, y bajamos un rato a bailar y como yo preveía, a la media hora ya estaba cansado y con la excusa del cansancio del día, me pidió que subiéramos  ya a dormir. Me daba rabia, después de todo lo que me había arreglado y le dije que subiera él, que en un rato iría.

Salí un poco a pasear por el jardín y volví a ver si tomaba algo para hacer tiempo. Alguien me saludó, sin que yo cayera de qué le podía conocer. Bueno, normal, vestido cambiaba mucho, era mi compañero de sauna que me pedía bailar.

Bailamos un buen rato y por supuesto, se pegaba a mí, aunque discretamente. Paramos un rato a beber algo cuando la música se puso bastante estruendosa, y como era difícil hablar, nos sentamos en un rincón de la sala.

Ahí es donde empezó a acercarse un poco más y quiso besarme; me resistí un poco, pero al rato estábamos morreándonos, con mis manos en su cuello y las suyas entre mis piernas con mi falda recogida casi en la cintura. Me estaba gustando: era el típico teutón, alto y rubio y a poco empecé a besarle yo también atrapándole por la cabeza y jugando con su pelo.

Cogimos un poco de aire y le propuse volver a la pista, no tenía intención de liarme con él, por lo menos el primer día. Siguió un rato mas, estaba muy lanzado y yo empecé a no tener ya muy claro donde estaba y a arrepentirme de haberme quedado sola.

Su mano intentaba meterse entre mis bragas, tenía mis muslos al aire. Me preguntó si quería tener sexo con él y afirmé con la cabeza. Me llevó a un lugar un poco más oscuro y volvió a meter la mano bajo mi falda, tirando para debajo de mis bragas. No quería hacerlo allí y se lo dije, pero en su habitación estaba su compañero…

  • si no te importa, todavía anda por ahí, seguro que llegara tarde.

  • pues vamos antes de que se canse y suba

Nos volvimos a besar, de pie en el centro de la habitación, con solo una luz pequeña para vernos; nos quitamos la ropa, despacio, mirándonos a la cara. Desnudos los dos, frente a frente, estuvimos otro rato, apreciando cada uno el cuerpo del otro, luego me cogió en brazos y me tumbó en la cama, con las piernas colgando fuera.

Se metió entre ellas y pasó su lengua por el interior de mis muslos, hasta llegar a mi sexo, hundió su cara dentro y me olía y me chupaba, revolvía su cara y su boca en mi pubis, jugando y mordisqueando el breve pelillo que cubría ligeramente mi abertura.

Estuvo jugando un poco con mis tetas, chupando y mordiendo mis pezones; yo le acariciaba el pelo, revolviéndolo, y él volvió a bajar, colocando su lengua justo en mi punto más sensible.

Estaba perdiendo el control, me movía con gemidos breves, agarrando las sabanas a puñados, aguantándome para no gritar.

Entonces me colocó más arriba en la cama y metió su pene con fuerza. No se tumbó encima, se apoyó con las palmas de las manos al lado de mi cuerpo y se alejaba, sacando casi todo su miembro; luego bajaba la pelvis y volvía a entrar, y así una vez, y otra, y otra…

No sentimos abrirse la puerta, solo me pareció ver una sombra por un lateral de la cama, que me cortó un poco, aunque pronto me olvidé y seguí a lo mío. Le vi de pronto cuando abrí los ojos como platos al sentirle en lo más profundo de mi ser, repleta de placer. No me importaba un espectador, ya nada me interesaba que no fuera seguir gozando y gozando con aquella polla y saciar aquella sed de sexo que me devoraba.

Le vi de reojo, desnudo a mi lado, con la polla en la mano y casi me excitó más aun tener un testigo. No pude aguantar  y dejé que el placer recorriera todo mi cuerpo, entre gemidos de gozo y convulsiones descontroladas, que solo se calmaron cuando se corrió en mi interior, abrazado a mí.

Nos quedamos estirados en la cama, con sus manos en mi pecho, hasta que empezó a pesar y me salí a un lado: tenía que regresar, seguro que ya era tardísimo.

Por la mañana, mientras me despertaba a su manera habitual, dándome besitos y jugando con sus dedos en mi sexo, me preguntó que tal la noche. Yo estaba aun muy dormida y cansada, y no sé qué le dije, pero creo que presentía que algo había pasado, porque no me molestó mas, dejándome dormir hasta media mañana.

Nos levantamos tarde y estuvimos en la piscina hasta la hora de comer y a la tarde nos fuimos a una playa del sur. Cuando bajábamos por un camino pedregoso y empinado y encontramos un sitio un poco apartado y tranquilo se dio cuenta que no había traído la cámara y propuso que volviéramos un momento a por ella., No me apetecía subir de nuevo esa cuesta y volver a bajar, y le dije que se fuera él, que yo le esperaba allí.

Coloqué la toalla y me desnudé. Me estaba tumbando cuando descubrí a mi amigo alemán un poco más allá que recién llegaba, así que me hice la despistada, mirando para otro lado, pero no sirvió de nada, a los dos minutos estaba tendido a mi lado.

Me saludó muy cariñoso, con un beso, y empezamos a hablar. Me invitó a ir con él, que estaba con su amigo, pero le dije que no, que estaba esperando a un chico y había quedado allí con él. Cuando fui a echarme crema por el cuerpo, me lo quitó y me dijo que él lo haría, de modo que me puse boca abajo para no darle más oportunidades y le dejé hacer, esperando que mi marido llegase pronto y se quedase un poco más tranquilo.

Había pasado un rato y ya empezaba a extrañarme su tardanza, pero al rato le vi hacia arriba, en mitad de la cuesta, haciéndonos fotos.

Me enfadé yo sola, parecía que lo hubiera hecho a propósito para dejarme sola allí, a merced de cualquier ligón, o peor, que había visto a mi amigo de la noche y quiso provocar el encuentro “casual” quitándose de en medio.

Seguía muy cabreada cuando se puso a mi lado, dejándome entre los dos, pero aun así les presenté como amigos respectivos, pero él dijo que no entendía el inglés, cosa que no era cierta; lo que pasa es que se negaba a hablarlo en España; decía que cuando él salía al extranjero tenía que expresarse en inglés o francés, así que el que viniera aquí, que hablase español o se fuera.

Esto provocó una situación muy curiosa, porque el alemán, creyendo que no se enteraba de nada, se dedicó a elogiar diversas partes de mi cuerpo, que decía que era muy bonito, cosa que por otra parte yo creo que es cierto, y continuó haciéndome proposiciones para repetir lo del día anterior.

No sabía dónde meterme, porque claro, mi marido se estaba enterando de todo, aunque disimulaba de una manera perfecta.

  • dile que sí, si quieres, o mejor, pregúntale si quiere hacer un trío.

Esta proposición me puso más furiosa todavía, así que ciega y sin pensarlo dos veces, le dije a mi amigo que tenía que ser con los dos, o nada.

Indudablemente al alemán no le importaba que hubiese alguien más a participar en el festín y para reflejarlo mejor, volvió a poner su mano entre mis muslos, acariciando mi corto pelillo y estirándolo con los dedos.

Me levanté varias veces a remojarme a la orilla, y allí seguían los dos atentos a mi cuerpo y a todos mis movimientos. Vi a mi marido haciéndome fotos mientras paseaba por la orilla y haciéndome la experta, pensé que en realidad a esa hora de la tarde había una luz perfecta para unas fotografías de desnudos. Cuando me volví a echar entre los dos, no permití más manos ajenas en mi cuerpo.

El caso es que estuve toda la tarde nerviosa y excitada, y se lo comenté a mi marido mientras cenábamos en la barra de un bar. Le hice que me tocase las bragas para que viera que era cierto y él, con los dedos húmedos, me confirmó que empezaba a disfrutar con la imaginación y que la mente es un órgano erótico fundamental si se le estimula: estaba creando una situación erótica imaginaria y eso aumentaba mi libido.

Empecé a pensar que podía tener razón cuando al ir a vestirme busqué las bragas más bonitas que tenía y me puse un sujetador, que nunca suelo usar, haciendo conjunto. Después me enfundé un vestido fino y escotado y me vi resplandeciente.

Estuvimos bailando en el salón, donde habíamos quedado, y cuando llegó el rubio bailé un rato con él también. Nos sentamos a beber algo, ninguno se decidía y al final mi marido se levantó, me cogió de la mano y dijo - vamos - yo cogí la mano del alemán y subimos agarrados los tres.

Cuando llegamos a la habitación me senté en la cama, sin saber cómo empezar aquello, y me fui desabrochando el vestido. Los nervios me entorpecían que saliera por la cabeza, dejándome ciega y medio desnuda allí ante los dos espectadores, que no hacían nada por ayudarme en esta situación tan embarazosa.

Cuando salió al fin, les vi ya desnudos y con los mástiles en pie de guerra, esperando ver como acababa de salir del atolladero. Me fui quitando con toda la parsimonia de que fui capaz la ropa interior para sentarme a continuación entre los dos.

Iban recorriendo mi cuerpo de arriba a abajo; me tumbé en la cama y les dejé hacer. Mi marido fue el primero en excitarse o no quiso ser segundo y cuando el otro dejó mi almejita para subir a mis pechos, me penetró agarrándose a mis piernas como punto de apoyo y me llevó rápidamente al paroxismo, sin acordarme que otras manos y otra boca extrañas se ocupaban de mí.

Cuando se corrió, yo concluía agitándome, en el final de un orgasmo muy largo y muy intenso, que parecía no acabar nunca.

Empezaba a bajar la intensidad de mis sensaciones cuando el otro, colocándome boca abajo, la metió desde atrás y, golpeando con fuerza mi culo, volvió a subir mi calentura y placer, y el orgasmo, que ya desaparecía, volvió a invadirme y a agitarme sin freno, entre gemidos y suspiros, con la boca abierta y el pecho agitándose convulsamente. Acabó también y permanecimos un rato quietos.

Toda la habitación olía a sexo. Estuvimos así hasta que yo fui haciéndome dueña de mis ideas y entonces me levanté, les cogí de la mano y les llevé a la ducha. Nos lavamos los tres, o mejor dicho, se lavaron ellos y luego entre los dos gastaron todo el jabón conmigo.

Se les veía otra vez listos y con ganas de acción, pero yo estaba satisfecha y no quería repetir. Mandé a mi marido que se metiera en la cama y al alemán que se vistiera. Este entendió que ya había elegido, me dio un gran beso en la boca y desapareció.