Aventuras de verano - 1

Aquel verano nos fuimos de vacaciones a la costa malagueña, y tengo sexo con mis vecinos extranjeros, unos jóvenes bastante locos.

TORREMOLINOS - 1

Aquel año mi marido decidió partir las vacaciones y coger quince días en junio y el resto ya veríamos, porque opinaba que en verano se estaba mejor en Madrid, con todo el mundo fuera, y nosotros podíamos ir a la sierra que siempre hace menos calor.

Para esos días elegimos un hotelito en Torremolinos, cerca de la playa. No había demasiada gente y se estaba muy a gusto en la arena o en la piscina del hotel.

Una mañana, después de echarme la crema solar y recolocarme la braguita del bikini, me tumbé a su lado en el césped de la piscina. Cuando abrí un poco los ojos para ver a la poca gente que tomaba el sol por allí cerca, me di cuenta de que varios hombres, disimuladamente miraban en mi dirección. Bueno, había más mujeres tumbadas por allí, nunca he pensado que fuese tan atractiva que no quedase más remedio que mirar en mi dirección, pero…

Se lo indique a mi marido, que leía tranquilamente a mi lado, y al poco me dice:

  • es que no te pusiste muy bien las bragas y estas enseñando todo, espera.

Y metiendo la mano por dentro, la recolocó para intentar tapar lo que se pudiera, porque yo tenía tal vergüenza que no me atreví ni a moverme.

Cuando me pareció que ya nadie miraba, le dije enojada que como no me había avisado de que tenía espectadores.

  • chica… pensé que lo hacías aposta para alegrar un poco el ambiente, como lo enseñaste tan decidida…

  • ¿y si se me estuvieran viendo sin yo saberlo, tampoco me advertirías?

  • pues depende. Imagínate que te lo digo. Tú te levantas corriendo, miras a todos los lados, te pones colorada, te tapas, todo el mundo te mira entonces…sería una situación mas violenta que si no te lo digo.

  • pues vaya una ayuda.

  • es que además, si te lo digo, me dejas a mi también sin espectáculo.

  • por supuesto.

El caso es que a lo mejor tenía razón, porque los tíos dejaron de mirar, ya no me sentía incomoda por no saberlo y en la habitación, mientras nos cambiábamos para bajar a comer, estuvo de un cariñoso tremendo; vamos, que me costó un montón que lo dejara para después de comer, en la siesta.

Por la tarde, paseando por una calle estrecha llena de bares y de tiendas, me insistió para que me comprara un vestido que le gustó. Era una falda amplia, con mucho vuelo, y de la cintura salían dos bandas anchas que se ataban en la nuca y dejaban la espalda al descubierto.

Me lo dejé puesto después de probármelo y me estaba bien, incluso me dijo en una ocasión, sentados a la mesa de un bar, que era fabuloso, porque cuando me inclinaba para coger el vaso de la mesa, se me veían las tetas.

¡Ya decía yo que tenía truco tanta insistencia! estuve un par de horas sujetándome cada vez que me agachaba un poco y luego ya lo dejé, y si se me veía algo, pues que se viera. Él tan contento, pero aunque yo ya le conocía y sabía que disfrutaba con eso, le pregunté:

  • ¿no te importa que otros hombres me vean las tetas o desnuda?

  • me trae sin cuidado lo que otros puedan ver; a mí lo que me gusta es verte yo, y además, con quien estarás luego para disfrutarlo, será conmigo.

Me vinieron a la memoria los escarceos que tuve hace unos años y pensé: no siempre…no siempre estas tú, y entonces pensé que llamarlo escarceos era un eufemismo: había sido una infidelidad descarada y continuada, y encima me había gustado.

Bueno, pues si era así, empecé a dejar que se abriera mas, o cuando veía que él me miraba apartaba un poco la tela para enseñarle el pecho, sin fijarme si alguien mas estaba observando, y cuando se quedaba con la mirada fija, le pregunté de nuevo:

  • ¿y no se te ocurre que a mí me puede calentar también este juego y lo que puede ocurrir si tú no estás y hay otro que se aprovecha de ello?

  • pues mejor para él. Y para ti, supongo. No puedo controlar lo que ocurre cuando yo no estoy, pero además nunca harías nada a no ser que desees hacerlo y no creo que eso fuera capaz de cambiar nuestros sentimientos.

Sí, eso era verdad. Yo había sentido una atracción física momentánea por otros hombres que había acabado en sexo, pero ni por asomo se podía aproximar al sentimiento que guardaba hacia mi marido.

Decidí probar su teoría, a liberarme un poco en algunos aspectos que todavía me daban un poco de corte. En la playa o en la piscina, aunque hubiera mas gente, me quitaba la parte de arriba del bikini, o bajaba ya sin ella debajo de la camisa. Cuando iba al agua tampoco me lo ponía, como hacía antes, o si paseábamos los dos por la orilla iba con las tetas al aire, cosa que igualmente hacían muchas otras parejas, pero que yo, hasta entonces, ni se me había ocurrido.

Me empezaba a gustar el juego y como iba más pendiente de las reacciones de la gente que de otras cosas, me pude dar cuenta que, salvo algunas miradas, inevitables en cualquier caso, la gente iba a lo suyo y le importaba muy poco si había otra mas enseñando entre el montón de gente que circulaba por la playa.

Él momento definitivo para acabar con mis prejuicios se le ocurrió a él, dando un paso más una mañana que estaba yo dormida.

Encargó el desayuno y permitió entrar al camarero sin despertarme. Mi postura, desnuda boca arriba y con las piernas estiradas, dejaba toda mi intimidad a la vista. Cuando abro los ojos, al sentir sus movimientos, veo ante mí a un extraño, intentando colocar los platos nerviosamente sobre la mesa, pero mirando todo menos lo que tenía entre manos.

No me moví, si eso es lo que quería dejaría que los demás disfrutasen, me tapé un poco la cara con las manos y abrí mas las piernas para que no perdiera detalle y no volví a preocuparme más por lo que pensara la gente.

Otro día se le ocurrió que por qué no iba sin bragas; decía que le encantaba saber que no llevaba nada debajo y que de vez en cuando podía meter la mano para tocarme. En verano no era incomodo, así que le di gusto varias veces, sobre todo cuando salíamos a tomar algo por ahí, y que yo, yendo un poco más lejos, me subía un poco la falda y abría las piernas, cosa que le ponía a mil.

Cuando por las tardes después de la ducha salíamos a la terraza, desnudos, a echarme la crema hidratante, era habitual que los vecinos de al lado, dos chicos y una chica, se asomaran de vez en cuando por la mampara de separación para observar la operación. En seguida dejaron de incomodarme esas situaciones, simplemente los ignoraba y ellos, parecían alemanes, solo aparentaban curiosidad.

Una tarde en que mi marido estaba dentro leyendo un libro y dormitando en el sillón, me asomé a la terraza, a ver como se veía la piscina, para decidir si bajar o no. Estaba asomada a la barandilla  y la vecina, también desnuda, se asoma por la esquina y me dice no se qué.

  • lo siento hija, pero no entiendo nada.

Lo intentó en inglés: - ¿hablas inglés? – preguntó

  • un poco

  • espera un momento

Llamó a uno de los chicos, que lo hablaba bastante bien, y más o menos me dio a entender que tenían un problema con la maquina lavadora del hotel y si les podía echar una mano, porque no entendían las instrucciones. Les dije que cogieran la ropa y les acompañaría, a ver si entre todos lo solucionábamos.

Me puse unas bragas y una camisa y salí al pasillo sin decirle nada a mi marido, que ya, definitivamente, se había rendido al sueño y dejado que el libro cayera al suelo.

Fuimos los cuatro al cuarto de lavar y, efectivamente, menos el:

inserte moneda

, en tres o cuatro idiomas, el resto estaba todo en español.

Les fui dando instrucciones y cuando metieron la ropa en la maquina les intenté explicar que no podían mezclar la ropa blanca con la de color. No lo debí hacer muy bien, porque su cara de no entender era bien expresiva. Entonces me agaché y saqué algunas prendas y las separé, diciendo: esto aquí, esto en la otra máquina.

Me volví a agachar y lo saqué todo, empezando a repartir para que lo entendieran. Me vuelvo para ver si está todo claro y les veo a los tres, la chica también, con la mirada fija en mi culito.

¡Todos los días viéndome en pelotas por la terraza, y hoy que llevo bragas les llama la atención! reaccionaron rápidamente y empezaron a distribuir la ropa entre las dos maquinas y luego, para mi sorpresa, primero la chica y luego ellos dos, se quitaron todo y lo metieron con el resto, quedándose tranquilamente en pelotas en el cuartucho.

Echaron el jabón y cuando iban a cerrar me preguntan si yo no quiero aprovechar para lavar algo. No entendía a que se referían y entonces la chica se acercó a mí, se puso de rodillas, me bajó las bragas y las metió en la lavadora, poniéndola en marcha y uno de los chicos, por detrás, me sacó la camisa dejó lo que había en los bolsillos a un lado y la metió en la otra máquina; a continuación se sentaron en un banco junto a la pared, a esperar.

Me senté con ellos, junto a la chica; no podía volver así a la habitación. La segunda vez que se levantaron a ver cómo iba el lavado, les comenté que faltaba por lo menos media hora.

Al rato, como se aburrían, en vez de levantarse, uno de ellos empezó a morrear  a la chica, le agarró una teta y vi que la mano de ella se dirigía al vientre de él, acariciándole el pene. El otro chico se levantó y se sentó mi lado para participar también, cogiéndole el chochito y besándole la teta libre. Yo ya estaba en el borde del banco y con el culo del chico pegado a mí, o más bien frotándose conmigo, al agacharse para llegar mejor.

La chica empezó a agitarse, deshaciéndose ante las caricias de ambos, y yo, espectadora en primera fila, me sentía un poco avergonzada, porque me notaba acalorada, nerviosa y se me habían puesto los pezones duros y de punta.

El chico que estaba al otro lado se levantó; ¡madre mía¡ tenía un pene enorme y, de rodillas, empezó a chuparle el chochito, mientras se lo abría con los dedos. La chica se veía que estaba en la gloria y yo no podía apartar ya la vista del espectáculo.

Miré entonces al que estaba a mi lado y su polla era casi más grande, llena de venitas, en tensión, y la punta gorda y colorada. Como colorada me puse yo cuando me sorprendió mirándole y con la boca abierta, una mano en mi pecho y abriendo las piernas, a ver si entraba un poco de aire por ahí abajo y me quitaba el calor.

Sin dejar lo que estaba haciendo con la chica, me agarró la mano y la colocó sobre su pene. Acepté la invitación y lo abarqué con fuerza, sintiéndola dura y caliente. Cuando vio que me unía a la fiesta, imitó a su compañero: se puso de rodillas entre mis piernas y metió su lengua en mi interior.

Mi clítoris ya estaba hinchado, esperándole, y cuando lo alcanzó con la lengua sentí un espasmo y un escalofrío, me apoyé con las manos en el banco, echándome para atrás y estiré mis piernas lo que pude, para facilitarle el trabajo.

Oí gemir a la chica y sentí mis primeras vibraciones venir; ahogaba mis suspiros, mi cuerpo se agitaba y se retorcía; puse mis manos en su cabeza, ¡que no se fuera ahora! estaba teniendo un orgasmo continuo, no sabía si era placer o dolor, y él no paraba. Poco a poco me fui calmando, me venían sensaciones cortas, que me agitaban y contraían, y cuando él separó su boca casi lo lamenté.

Pero no me dio tiempo; también él  quería su parte, y en menos de un segundo se había enderezado y me tenía ensartada hasta el fondo, moviéndose dentro de mí y haciendo que volviesen de nuevo las sensaciones de placer y tuviese que abrir la boca para coger aire, entre gemidos y sollozos, con una sensación de sexo total.

Cuando notó que se iba a venir, la sacó y se derramó entre mis muslos y el suelo, en dos o tres chorros largos y espesos, y cayó rendido, apoyando su cabeza en mi vientre.

La lavadora estaba acabando, nos limpiamos como pudimos con un poco de agua, pero no nos pudimos secar. Desapareció en ese momento la ceguera de la pasión y sentí un apuro tremendo, pensando además cuanta gente podía haberme visto allí con aquellos chicos. Me puse la camisa húmeda por encima, recogí mis bragas y me fui corriendo a la habitación.

Mi marido seguía como lo dejé, así que me metí en el cuarto de baño, me duché y poniéndome algo por encima me dediqué a colocar algunas cosas de la habitación y a poner a secar lo recién lavado. Al fin le vi abrir los ojos y mirar fijamente mi cuerpo desnudo bajo la ligera camisita que llevaba puesta

  • te han dicho alguna vez lo buena que estás.

Me acerqué y le di un beso en la cabeza; pasó su brazo por detrás de mi culo y aproximó su cara a mi vientre. Pegué un respingo al sentir el contacto con mi conchita sensible todavía.

  • ¿Qué te pasa? estás muy impresionable, apenas te he rozado.

  • es que he asistido a un espectáculo increíble cuando bajaba.

Y le conté, como si yo no hubiera sido una protagonista y solo una espectadora, lo acontecido en el cuarto de lavado.

  • caray, y como no me has avisado

  • porque me quedé paralizada, no me atrevía a moverme pero no podía apartar la vista

  • ¿y no te dieron ganas de entrar y participar?

  • en aquel momento ni lo pensé, pero a lo mejor si no me moví del sitio fue por miedo a entrar.

  • ¿y hubieras sido capaz de hacerlo con aquella gente? ¿Hubieras follado delante de otras personas?

  • pues si me pilla en un momento de esos calientes, como los que tú me pones, haciéndome ir desnuda por ahí o sin bragas, no te digo yo que no.

  • ¡ahora tendré yo la culpa! ¿Y estaban bien por lo menos? - Me dijo riendo a carcajadas.

  • pues tú mismo puedes opinar: eran nuestros vecinos.

  • sí, tienen buena pinta. Bueno, la próxima vez será, ya tendrás otra ocasión.

  • es que como haya otra próxima vez no respondo, te lo advierto. Luego no te llames a engaño.

  • bueno, no te enfades, pero avísame, no me lo quiero perder.

  • te devuelvo la pregunta. ¿A ti te gustaría verme follar con otro?

  • no, no creo; pero es que yo no vería al otro, te vería a ti solo, tu cara transfigurada, las gotitas de sudor en la frente, las mejillas coloradas… mira como se me pone nada mas pensarlo.

  • veo que te fijas mucho en mi cara cuando lo hacemos…

  • cuando lo hacemos y cuando no lo hacemos, en tu cara, en tu cuerpo, en tu culo…

  • bueno, estate quieto, venga, vamos a arreglarnos y a dar una vuelta.

Dos o tres días después, a la misma hora más o menos, mi marido dormitaba de nuevo en el interior después de embadurnarme con el aceite hidratante y yo paseaba por la terraza, para que la piel lo fuera absorbiendo y no manchar nada, y esperando un poco antes de bajar a la piscina, cuando oigo unos sonidos inequívocos en la terraza de al lado.

Como siempre eran ellos los que se asomaban a la nuestra, decidí que yo también podía hacerlo y me acerqué a la esquina.

La chica estaba estirada en una silla, disfrutando de las atenciones de sus compañeros, que apenas dejaban un trozo de su piel sin la debida atención. Cuando uno de ellos se volvió, diciéndome no se qué, me retiré algo avergonzada, pero él pasó medio cuerpo por el borde de la terraza y, hablándome bajito, sin importarle que mi marido estuviera por allí cerca, comenzó a recorrerme el pecho con su mano y agarrando el pezón con dos dedos, tiraba para que me acercase a él.

Me quedé confusa y un poco asustada, pero me acerqué, para que no siguiera tirando y al acercarme, me agarró con la otra mano por la nuca y empezó a besarme el cuello y las orejas, pasando su lengua por mis labios y los bordes de mi oreja.

Me hablaba bajito y su mano en mi pecho y su boca y aliento en mi oreja estaban causando efecto y él se dio cuenta. Por señas me dijo que pasara a su terraza; no lo dudé; me puse una bata y, totalmente consciente y a sabiendas de lo que iba a hacer, salí al pasillo, donde él me esperaba, con la puerta abierta y desnudo.

Me llevó a la terraza y, recostándome en la mesita, me quito la bata, llevando su boca a mi vientre y muslos. Con los dientes, cogió el elástico de mi braguita y me la fue bajando, mientras sus manos recorrían mis muslos, enrollando los laterales, hasta que llegó al suelo.

La otra pareja ya había acabado y descansaban en la silla, mirándonos relajadamente.

Yo estaba ya prácticamente tumbada en la mesita, sobre una sabana que habían colocado para no mancharla, supongo, y él, tan pronto subía hasta mi pecho como descendía con su lengua por mi tripa, deteniéndose al llegar a mi rajita para introducirla y llegar lo más dentro que podía.

Me agarré con fuerza a la mesa cuando empecé a sentir las primeras sacudidas y, al percatarse de ello, se levantó, acercó su pene a mí entrada, empapada por su saliva y mis jugos, y empujó con fuerza, deslizándola con facilidad por mi interior.

Lo sentía grande, invadiéndome por completo, y al frotarlo dentro de mí, me producía un gran calor y un placer sublime. Gemía y me agitaba, y movía mi culo contra él cada vez que lo sentía empujar.

Sentí otras manos sobre mi cuerpo y otra boca sobre mis pechos o mi cara, y mi placer aumentó entre suspiros y quejidos entrecortados. El no pudo aguantar más y se salió de mi, y con el pene apuntando hacia abajo, entre mis piernas, soltó chorros de esperma hacía el suelo.

Yo seguía agitándome, un poco más calmada al no sentirle dentro, pero su cuerpo junto al mío fue sustituido por el de su amigo, que volvió a llenar el hueco en mi sexo, que ya lo echaba de menos.

Me había dejado tan a punto que, en cuanto dio un par de emboladas, empecé a retorcerme y gemir, presa, por fin, de un gran orgasmo. No sé lo que duró ni cuando se salió de mí para acabar sobre mi barriga. Se quedó ahí derrumbado, hasta que se calmó.

Cuando pude levantarme, me acompañaron adentro, ellos se tumbaron en la cama y la chica me llevó al cuarto de baño, para que me aseara un poco, luego me puse la braga del bikini y la bata y regresé a mi habitación, mucho más satisfecha que cuando salí de ella.