Aventuras de una escort

En esta ocasión visité a una pareja para brindarle mis servicios a una señora cincuentona.

A las seis con cuarenta el taxista se detuvo en una casa de ciudad satélite. La casa era grande, como casi todas las casas de la zona, con muros de piedra y una puerta de madera muy gruesa protegida por dos frondosos árboles a los costados. Me asomé al video portero y pregunté por el señor Z, contestó una voz femenina y cuando me abrieron me despedí con un guiño del taxista, quien esperaría ahí hasta mi salida para llevarme a casa.

El interior era sencillo, pero el buen gusto y la posición desahogada se notaban a las primeras de cambio. La recepción resultó amplia y acogedora, alumbrada por una lámpara que supuse de cristal. Ahí me esperaba Z., Un hombre como de cincuenta y tantos años, que medía como un metro ochenta y pesaría al menos cien kilos según mi apreciación.

Me quedé en la entrada y lo saludé de lejos mientras la sirvienta se retiraba; cuando se fue me acerqué y le di un beso en la mejilla, me miró de arriba a abajo y me hizo girar, luego sonrió y me dio una pequeña nalgada y me invitó a sentarme.

-¿Qué tomas niña?- Cuestionó dirigiéndose al bar. -Lo mismo que tú, papi. Soy universal. –Le contesté.

Me sirvió ron con agua y me explicó que el servicio no era para él, que tenía que esperar a su esposa ya que ella era la que me requería y que se estaba arreglando. Aclaró que su esposa, E, gustaba de juegos lésbicos y que él solo participaba observando por el circuito cerrado, pero que no me preocupara, que nadie más nos observaría y que me pagarían muy bien.

Asentí con la cabeza indicando que no había problema por mí ya que doña Luisa me había puesto al tanto de todo. Agregué que me moría de ganas de conocer a su esposa y le pregunté si quería que le hiciera algo en especial, ya que él estaría mirando, a lo que negó con la cabeza.

Cuando E bajó vi a una guapa señora regordeta de aproximadamente la misma edad que Z, cabello castaño al hombro, ojos oscuros y unos labios carnosos que, a decir verdad instantáneamente imaginé besando mi entrepierna. Llevaba una falda negra de piel hasta arriba de la rodilla y una blusa gris escotada; anillos y pulseras como si fuera arbolito de navidad y zapatillas altas.

Al recibirla nos besamos las comisuras de los labios fugazmente y luego nos sentamos una a cada lado de Z., quien le dijo que ya estaba yo preparada, que podíamos obrar cuando lo deseara.

E se sirvió una copa y me invitó a beber de su vaso con una sonrisa tan pícara que me sonrojó.

Luego de otras dos copas, pláticas intrascendentes y una que otra fugaz caricia tuve que ir al baño; cuando salí me encontró en el pasillo y me condujo a su habitación que todavía olía a perfume y cuya cama estaba cubierta con una colcha de cuero negra y muchas almohadas al juego.

Apenas entramos me pegó a la pared y casi me ahogó en besos metía su lengua deliciosamente en mi boca, enredándonos en un beso de infarto, sus manos se entretenían en mis pechos y recorrían mi cintura. Yo no podía quedarme atrás y metí mi mano bajo su blusa para buscar sus pechos. Los encontré sin sostén y me sorprendió, que para su edad eran bastante firmes y de piel tersa. Las ventajas de tener dinero, pensé.

Me jaló hacia la cama y sentándose en una orilla se sacó la blusa dejando a la vista sus senos que, en su tiempo deben haber ocasionado varios accidentes automovilísticos por su tamaño y forma tan perfecta. No llevaba sostén así que me agaché a chuparlos metiendo sus pezones hasta mi garganta, eran grandes y muy oscuros… Los metí y saqué de mi boca, los mordí y chupé hasta que casi me dolió la quijada.

Acerqué mi boca a la suya, pero prefirió pasar sus labios por mis mejillas y cuello. Su lengua era en realidad una llama ardiente que recorría mi piel dejando una marca de fuego a su paso… Me recosté en la cama y ella se postró a mi lado, pasé mi mano por su cintura h bajé lentamente por sus caderas hasta sus nalgas. Eran pesadas, gordas y anchas; tanto que se me antojó meter la lengua entre ellas, le pedí que se quitara la falda.

Se levantó y bajó su cierre dándome la espalda, dejandome apreciar la hermosa pera que formaban sus caderas y su cintura. No era nada del otro mundo, pero me encendió ver tan hermosa espalda adornada al final con un tanga negra de encaje.

La jalé hacia mí y le indiqué que se agachara para dejarme la vista de un trasero en plenitud. Me dediqué los siguientes minutos a besar su trasero con ansias, lo mordí y apreté con desesperación. No veía la hora de apartar su ropa íntima así que la empecé a bajar con mis dientes hasta que dejé al descubierto sus nalgas blancas.

Comprendí que era el momento de usar mis dedos y los introduje entre sus piernas. Mi lengua empezó a recorrer su ano en círculos. Mis dedos la encontraron húmeda, jugosa y caliente, justo para encontrar con facilidad su clítoris y empezarlo a masajear.

Abrió sus piernas para dejarme maniobrar y suavemente fui llevándola a cerrar sus ojos, movía su cuerpo como una serpiente y yo estaba a punto de gritarle que me hiciera lo mismo. Jadeaba con mucha ternura al principio, pero después sus jadeos se convirtieron en gemidos que llevaban el ritmo de mis dedos.

Su primer orgasmo vino acompañado de una expulsión de jugos vaginales. Nos quedamos inmóviles, disfrutando el momento hasta que se incorporó y sacó un strap-on del buró, me lo extendió y lo tomé entre mis manos, lo acaricié y chupé su punta, retándola a hacer lo mismo.

Mientras me desvestía ella se acomodó en la cama y jugaba con el arnés moviéndolo alrededor de su conchita… Me dijo que era bisexual y que le había gustado mucho cuando miró mis fotos en la página de Internet de doña Luisa. Me preguntó si llevaba mucho en esto, si era mi único trabajo o si hacía otra cosa. Según ella apenas hacía unos meses se había aceptado bisexual

Tan pronto el vestido floreado que llevaba cayó al suelo me colocó el pene de plástico, al ajustarlo nos miramos complacidas y se puso en cuatro sobre la cama abriendo con sus manos aquellas nalgas maduras, dispuesta a recibirme y me acomodé tras ella. El amigo de hule se sumió pronto por completo a la brevedad; nuestros cuerpos se entregaron al ritmo de la penetración. Mientras ella sudaba y apretaba los puños yo me aferraba a sus caderas

Su segundo orgasmo vino pronto, casi seguido del tercero. Ambos acompañados de fuertes gritos y más néctar entre sus muslos y los míos.

Fue en ese momento cuando la puerta se abrió para darle paso a Z., yo ya me había olvidado que nos miraba por el CCTV y ambas nos sorprendimos pero él, con su mano nos hizo señas de seguir mientras se sentaba en la orilla de la cama de manera que podía tocar a su mujer, le estuvo acariciando los pechos y luego se centró en su clítoris… Ella rabiaba, jadeaba y gritaba entre orgasmo y orgasmo.

Z se levantó y se quitó la ropa mostrando un pene grueso que debía medir unos diez y ocho centímetros. Se lo ofreció a su mujer y ella lo chupó con ahínco. Z. tomó mis senos y los estuvo masajeando. ¡Que escena!

Después de un rato me salí de E para meterme bajo ella y seguirla penetrando mientras le ofrecía mi boca a Z. Entre ambas besábamos sus testículos y chupábamos aquella verga cuya descarga no se hizo esperar mucho llenándonos la cara de semen.

Nos besamos la cara limpiándonos con la lengua la caliente venida de Z. E se relajó y se recostó a mi lado, Z. salió del cuarto y yo me vestí con calma

Cuando salí el taxista me esperaba fumando un cigarro, le pedí uno y me dejó en mi casa cerca de las doce de la noche.