Aventuras de un Pie-Fetichista

La ventaja de ser pie-fetichista me permitiò hacerle el amor a una bella rubia...

La atracciòn que siento por los pies femeninos se remonta a la època de pre-adolescente cuando asistìa con mis padres todos los domingos a una Iglesia Cristiana en la ciudad donde vivìa. Recuerdo muy bien a una hermana de la congregaciòn muy bonita, guapa y sensual. Recuerdo que le gustaba ponerse un vestido rojo con flores y unas sandalias destalonadas con tacòn, de varios colores como rojo, amarillo y verde, que dejaban a la vista sus presiosos deditos. Ella en ese tiempo calculo que tendrìa unos treinta años.

Era bellìsima, blanca y cabello castaño. Pero lo que màs me impresionaba eran los pies tan sexys que tenìa. Cuando anbadaba en la Iglesia, me acercaba a ella solo para observarle los pies. Sentìa erecciones exageradas y hasta mojaba el pantalòn creandome fantasìas con ella. En ese entonces yo creìa que mi adicciòn por los pies femeninos era algo anormal, que yo estaba enfermo mentalmente, etc. Lo cierto es que desde que yo me acuerdo la mujer que me gusta debe tener los pies bonitos, de lo contratio, la considero como de segunda categorìa.

Una de las ocasiones que màs tengo en la mente en que el ser pie’fetichista fue el factor determinante para cogerme un culito es la siguiente historia, 100% real, presten atenciòn: Trabajo como tramitador de prèstamos y se acostumbra a que en cuertos casos, ejectivas de cuentas de ciertos Bancos inversionistas acudan a las oficinas a aprobar prèstamos especiales. Esta ejecutiva es una bomba: rubia, bonita, cuerpo proporcionado, tiràndole a rellenita, piel rosada. Es un culo de chuparse los dedos y encima de todo tiene unos de los pies màs bellos que he visto en mi vida. Cada vez que me llamaba que iba a llegar a la oficina, yo preparaba el salòn de conferencia y le ponìa una silla especial para yo poder disfrutar del mejor de los paisajes: sus pies y piernas. Yo pienso que ella sabìa que lo hacìa a propòsito, ya que a veces, mientras ella chequeaba el expediente y yo sentado frente a ella en mi escritorio, sencillamente me preguntaba alguna cosa (ella sabiendo la respuesta) y al mismo tiempo cruzaba sus bellas y gruesas piernas. Sus zapatos negros de tacòn alto, abiertos del frente, dejaban ver sus lindos y bien cuidados deditos, recièn pintaditos de rojo vivo. Ante tal espectàculo yo me quedaba saboreàndolos, la boca hacièndome agua y la verga bien parada goteàndome en el pantalòn. Un dìa me llamò como a las cinco de la tarde y me preguntò si todavìa era tiempo para poder llegar, yo por supuesto le dije que no habìa problema.

Recuerdo muy bien que me preguntò si todavìa iban a estar los demàs y yo le contestè que no sabìa, que probablemente una o dos personas. De hecho, ya todos se habìan retirado. Cuando llegò, en aquel verano con la temperatura cerce de los 100 grados, tan solo me viò en el escritorio de la recepcionista y de plomazo se sentò frente a mì en el sillòn para las visitas. Por mi parte, yo ya estaba bien encandilado, esperàndola y deseando que llegara con zapatos. Mi sorpresa fue grande: andaba vestida elegantemente, con zapatos negros como yo los esperaba y vestido corto. Cada vez que cruzaba las piernas no podìa evitar que mis ojos vieran para abajo y tratar de captar lo màs que puedieran. Despuès del saludo de rigor, se disculpò por llegar tarde, que muchas gracias que todavìa la estaba esperando, que el calor estaba insoportable y que estaba en realidad cansada. Al decir esto, estirò sus piernas y pies, y moviò su cabeza hacia atràs como estiràndose todo el cuerpo. Esto lo hizo como tres veces, siempre diciendo que estaba cansada. Por mi parte, le ofrecì una soda a lo que respondiò afirmativamente.

Cuando regresò de la cocina ella mantenìa su posiciòn de estiramiento y dàndome las gracias me pidiò permiso para quitarse los zapatos explicàndome que le molestaban. Yo no creìa lo que estaba pasando. Vi el cielo abierto. Sentì calor en todo el cuerpo, el corazòn y la verga me palpitaban aceleradamente y aprovechando la coyuntura y sin pensarlo mucho le disparè a quema ropa: No te gustarìa que te diera masaje en los pies? Preguntè algo dudoso, pero ya con una mano en el talòn de su pie derecho y con una cara de hambriento.

Ella solo se me quedò viendo con asombro y me repondiò: De veras? Tu eres tan lindo! Creo que cuando oì esas palabras me vine la primera vez. De inmediato manos a la obra y con la misma dàndole instrucciones que se relajara, que habìa tenido un dìa bien movido, que no se preocupara, que suerte para ella que yo sabìa reflexologìa. Mientras le explicaba de què se trata esa ciencia, me jalò el piè y me dijo: Y si viene alguien? Mejor echale llave a la puerta! Serìa muy penoso que nos encontraran asì! Sin contestarle y con una mirada de còmplice, hice lo que me ordenò.

Ella por su parte, ya estaba echada hacia atràs nuevamente y con los ojos cerrados esperando por el placer. Nuevamente me hinquè y comencè a darle uno de los mejores masajes que he dado en mi vida: le tomè el piè derecho con ambas manos y comencè a sobarle la planta de los pies; con la mano derecha le sostenìa el talòn y le decìa que si sentìa ya mejor, que continuara relajàndose. Despuès de unos minutos cambiè de pie y le decìa que esos piesitos habìa que mimarlos, que cuidarlos, que eran muy bellos, que eran los pies de una princesa, ella solo abrìa los ojos para darme una sonrisa de satisfacciòn, mientras me ponìa el otro piè un tanto encogido sobre mi pierna y por supuesto dejando un poco al descubierto la gran pierna rosada y el gran tortòn cabello castaño que se miraba a travès de la tanga blanca con hollitos al frente que ella vestìa. Ante esta situaciòn, le dije que iba a proceder a darle masaje màs profundo y sin mayor tràmite, me aventè a besarle los pies: metìa en mi boca sus lindos deditos, le metìa la lengua en medio de ellos, le besaba el torso y la planta, le besaba el pie completo. Ella por su parte solo se revolvìa en el sofà. Despuès ella sola se levantò el vestido y sin hablar ni una palabra me volvìa a sus pies, a las piernas y ella me jalaba.

A todo esto estaba con los ojos bien abiertos, viendo como devoraba sus pies. Bajò una de sus manos y comenzò a tocarse por encima de la tanga y luego me dijo que ya no aguantaba, que se la metiera. Empecè a bajarle el calzoncito bien empapado, lo dejè a la altura de la rodilla para comenzar a lamerle su torta, le besaba los pies, la pantorilla, atràs de las rodillas, las piernas y el clìtoris. Yo ya estaba con los pantalones abajo y la verga de fuera. Solo la jalè para que su espalda quedara sobre el asiento del sofà y torta al aire y comencè a metèrsela. Ella solo gemìa y se agarraba del sillòn retorcièndose del placer. Se la sacaba y volvìa a mamarla, hasta que volvì a subirme y terminè dentro de ella. Despuès de esta sesiòn tan intensa quedamos los dos bien satisfechos. Luego me confesò que era una de las mejores experiencias sexuales que habìa tenido, que a cuàl mujer no le gustarìa que le hicieran lo que yo le hice a ella esa tarde. Despuès se puso su tanguita, se fue al baño descalza y al regresar continuamos besàndonos para repetir la dosis, pero ya màs tranquilos.

Autor: