Aventura inesperada en el autobús.

Las ventajas de coger el autobús cuando está casi vacío...

Una noche de martes cualquiera esperaba en la parada de bus de la universidad. Era principios de junio y a pesar de solo llevar un vestido vaporoso estaba consumida en el caloroso clima sevillano. Me había quedado hasta tarde terminando un trabajo grupal y mis compañeros se habían ido en bicicleta. A esas horas los autobuses estaban casi vacíos y ni siquiera hacían el recorrido completo.

Cuando al fin llegó, me subí a la parte de atrás del todo. Solo había un par de mujeres de unos treinta años charlando animadamente y un hombre de unos cuarenta sentado solo. El hombre captó mi atención. A pesar de vestir traje tenía un aire desaliñado, efecto que quedaba acentuado por una barba de dos días descuidada y tremendamente sensual.

Sacudí la cabeza y me senté al otro lado de la fila. No estaba bien entrar en un autobús y pensar en follarse a los pasajeros. Me puse los auriculares para distraerme de mi entorno y empecé a mirar por la ventana. Pasaron un par de paradas y las mujeres se bajaron. Miré de reojo al hombre, de forma casi inconsciente, para inmediatamente apartar la vista paralizada por la lujuria contenida con la que estaba mirando mis piernas. Busqué a tientas la botella de agua en mi mochila y bebí un poco para combatir la subida de temperatura.

El autobús arrancó con violencia y me hizo derramarme un poco de agua sobre el pecho. Maldije para mis adentros pues ese día no llevaba sujetador. Mis pezones no tardaron en marcarse y miré muerta de vergüenza a mi acompañante distante. Él no parecía tener ninguna queja por la nueva situación. Se había sentado de lado para poder mirarme con atención y se frotaba un leve bulto de su pantalón. Sonría cordial y un tanto irónico. Caray, era aún más guapo de lo que había apreciado al entrar. Tenía unos intensos ojos grises y un pelo moreno un poco largo y sedoso. Sus manos grandes hacían movimientos hipnóticos sobre su entrepierna. Esta vez no fui capaz de dejar de mirar.

Solté un inaudible grito, mitad sorpresa mitad excitación, y guardé la botella con cuidado. Me senté un poco ladeada y me recogí el vestido para exponer mis piernas. Hacía movimientos cortos mientras seguía extasiada por su mano grande frotando su polla cada vez más notable. Uf. Se notaba que era un miembro grueso. Avancé tímidamente mi mano izquierda a mi entrepierna y le vi buscando el aire. Empezó a incorporarse y negué con la cabeza de forma leve pero clara. Él entendió la indirecta y se volvió a acomodar, algo confundido pero sin duda interesado en aceptar mis términos.

Miré a la calle para comprobar por dónde íbamos. Apenas me quedaban tres paradas.

Con repentina urgencia empecé a masturbarme por encima de las bragas, mirándole inténsamente y con una lujuria desesperada. Me devolvió una mirada cargada de deseo, acompañada por un casi inaudible ¨Que zorra eres...¨. Se sacó entonces la polla y comprobé que tenía razón. No era especialemente larga pero su grosor me hizo la boca agua. Me empecé a chupar el dedo índice y el anular, imaginando que era a él al que chupaba. Recompensó mi esfuerzo con un aumento en el ritmo de su masturbación. Fue entonces cuando me introduje los dedos y me solté de verdad. Apenas simulaba los gemidos ahogados. Él hombre tenía los ojos como platos e ignorando mi previa petición se sentó a mi lado. Ya no me importaba. Se agachó sin decir palabra y empezó a lamarme con desesperación, sintiendo en mi sexo su desaliñada barba, mientras se masturbaba con una mano y me pellizcaba con dureza los pezones con la otra. Apenas aguanté diez segundos antes de correrme.

Le aparté de inmediato pero él también había alcanzado el éxtasis y se estaba corriendo sobre mi vestido. Habíamos llegado a mi parada. Pasé por su lado sin mirarle, avergonzada por lo que había hecho y aún con restos suyos en mi ropa. Me temblaban un poco las piernas cuando bajé del autobús y me di cuenta de que me había dejado las bragas. Ni siquiera recordaba habérmelas quitado.

Miré a la ventana y comprobé a mi desconocido oliéndolas con lujuria y mirándome desde el autobús.

Su mirada era clara: iba a protagonizar sus fantasías por mucho tiempo.