Aventura con mi primita en una cantina de disco...

Me encontré con natalia en la calle y la invité a salir. Terminamos en una discoteca, creo que ambos disfrutamos a la manera de cada uno.

Enero 2005: Pleno verano y el veraniego céfiro acaricia las calles de Montevideo.

Hay que vivir en Montevideo para poder experimentar la calidez de la más vívida ciudad uruguaya, mucho más en la calurosa estación.

El último sábado del mes me dispuse, por la tardecita, a contar las horas. Mordiendo las agujas del perezoso reloj, con gran ansia aguardaba el momento clave de la movida montevideana. Cafés, bares, pubs, toques callejeros, en fin… Aunque, desde antes del ocaso, imperaba ya el clásico ambiente de todos los fines de semana.

Respecto a mí, ni la más remota idea de lo que iba a suceder a 19 cuadras de allí.

Tipo veinte treinta, salí a caminar por las transitadas calles de 18 de julio. ¡Impresionante movimiento!. Autos y motos para aquí, para allá, para el otro lado, vehículos que bajan y suben los andenes de la principal. Hombres, mujeres, chicos, chicas, gays, en fin; ¿¿¿policías??? ¿¿¿Dónde??? Bah, no importa en lo más mínimo. De repente habían  por algún lado, pero yo no vi. ninguno; tal vez porque no me llama mucho la atención el color azul, o también porque no me simpatizan mucho que digamos. Lo del color azul es una broma, je je, ya verán porqué. Y en realidad no me molestan los policías.

Lo cierto es que en 18, podés pasar por al lado de alguien que igual no le conoces. Es tanta la cantidad de peatones por la vereda, y tanto el tránsito vehicular, que no sabés hacia qué punto fijar la atención. Lo que duerme la conciencia en nosotros, los hombres en general, es la multitud de mujeres que transitan por esa vía. ¡Te quieres mirar todas las que pasan y no te da la vista para tanto!. De repente vas devorándote una con los ojos, y cuando viras nuevamente la cabeza, te comes lo que sea.

En mi caso personal, tanto era el sueño de mi conciencia que, en una de esas viradas de cabeza, casi me engullo unos carnosos labios. Que voy distraído con un hermoso busto –o bustón, mejor dijéramos- femenino, y al dar vuelta la cabeza hacia delante, me topo con un delicioso panalcito de miel. Una minita tan interesante como conocida. La primera impresión que tuve al verla así, tan de cerca, no sabría explicarla. Me sorprendió verificar quién era: Mi primita del alma, la compañerita fiel de muchas horas como éstas.

-¡¡¡Primito!!! ¡¡¡Qué andás haciendo acá???? –pregunta ella, en tono de burla amistosa.

-ehhh… ¡ho hola, hola… - contesto yo, sin saber más que decir.

Y así continuamos, unos intercambios de palabras además del saludo y ya combinamos para juntarnos a pasarla en algún toque de esos… o tal vez en una disco, no sabíamos qué hacer.

Camino hacia alguna parte, iba relojeando su apariencia; de arriba hacia abajo su aspecto lucía terriblemente atractivo, sensual. Un vestidito de ésos, hermosos, escotadito, apretadito en la cintura y bien holgadito abajo, ésos de tela fina que usan las chicas, de los que le llegan apenas a tapar el triángulo de las tangas (cuando llevan ropa interior). Color del vestido: azul cielo. Me fascinaba por saber si lo que llevaba debajo era negro también azul cielo o qué tono era. Me esforzaba por saberlo, no podía averiguarlo con tanta delicadeza, debía inventar una excusa un poco más disimulada. No podía intuirlo tampoco porque arriba nada daba a entender. Sin sutién, las mujeres invitan, inteligentemente, a investigar en qué color viste su triangulito de abajo.

Bien, ya no me afligía tanto el color, sino que me esforzaba, más bien, por el goce táctil de sus turgentes curvas. Una minita que, con su andar, peligraba alguna manoseada furtiva de cualquier zafado de la concurrida peatonal. Yo mismo lo haría, no me iba a resistir mucho con aquella tremenda hembra.

Pasando frente a una disco, se me ocurrió invitarla a entrar "solamente para ver qué se ve". Ella que acepta y… suficiente, ni palabra más. Dentro del local apenas comenzaba la fiesta, no muy lleno todavía, aunque a juzgar por la cantidad de gente que concurre allí, no iba a tardar mucho en topetarse.

Mientras, la llevé a la cantina del antro. Allí nos tomaríamos "algo" para adobar el ambiente. Le pedí a ella que sacara dos tragos suaves, de su gusto, para no quemar de primera. Le di el dinero y ella aceptó. Mientras sacaba el alcohol, me senté en una de las mesas para reservar lugar. Aproveché para observarla un poco; la chica me gusta (no lo niego). Algo de ella la hace tan así, especial.

Allí estuvimos entonces algo menos de una hora, bajándonos algo. Concretamente, una bebida que se llama "grapamiel vesubio", una mezcla de raíces de hierbas, grapa y miel. Se toma con bastante hielo por su dulzura. Es exquisita y algo cabezona para los golosos.

Por fin cambia la música y el d.j. invita a colmar el salón de baile con el reggaetón. A mí, como que me sacaron de sobre la silla cuando comenzó el primer tema. Ella me sigue, y entramos a la pista ya llena de gente. La invito a "dar una vuelta" e inicio yo delante de ella.

Dimos una media trayectoria hasta hallar un lugar tranquilo y bastante discreto. Un rinconcito para poder moverse sin muchas miradas indiscretas. La tomé de la cintura, tomando la iniciativa de baile; ella acepta con algo que es propio de ella: "esa simpatía inocente y atrevida a la vez".

No niego que las intenciones mías siempre fueron la de frotármela  por mi cuerpo. Siempre sentí por ella algo de pasión. Hay que reconocer que los primos siempre admiramos a nuestras primitas, pero cuando al cosa es tan así de fuerte solemos no contenernos. De modo que, en un momento dado, aprovechando el compás del momento del tema, me la traje hacia mí y supe enseñarle mi estado. Ella, sagazmente inmutable, se las arregla para hacerme desear aún más con sus presiones y retiradas repentinas.

¡Ay mamita!... ¡Qué delirio! Así bailamos un buen rato. Creo que las personas que estaban al lado le miraban muy frecuentemente sus faldas, ya que debería estar mostrando a los otros lo que su compañero de baile quería ver; el tono de sus tangas… ¡vaya enigma! Cada tanto se me iba la mano y "sin querer" resbalaba hasta debajo de sus caderas, por detrás. Terrible momento, ¿qué haría usted, señor?. No me lo diga, ya sé lo qué soy, ya sé lo que soy

Cambia un poco el ritmo. Yo, como herradura en fragua (al rojo vivo) y ya, tempranísimo aún para una noche de sábado como aquellas. Demasiado caliente, para ser más directo. La invito nuevamente a la cantina para sacar algo más fuerte. Ella quería tomarse una vodka doble con pomelo y yo un wisky, de modo que cada cual debía pedir lo que deseaba. En la cantina esa debes primero hacer cola para sacar el ticket de la bebida y luego, entregando dicho vale, la pides en la barra de al lado.

Ella se adelanta para "ganar lugar" y yo me adelanto detrás de ella para "no dejarla sola en medio de tanta gente". Me pongo en su retaguardia para ver qué sucede y sin querer me pego a ella, aprovechando la montonera de gente por todos lados, que bien nos cubría a los dos. Le arrimo la bragueta del pantalón a su cola y me da una sensación de cosquilleo, como sabiendo ya lo que va a suceder. La retiro inmediatamente porque sentí que se me estaba creciendo de nuevo, y de no controlarme iba a enseñarle nuevamente mi fierro de carne sobre su fino atuendo. Hice lo que pude, miren que lo intenté, no piensen que no me esforcé por "protegerla" de lejos. Sin embargo, no tengo opción y debo arrimarme más a ella porque me empujan de atrás y de costado, no me queda otra que arrimarme nuevamente a la cola de la prima con toda mi delantera. Lo hago "sin querer", como haciendo fuerzas para no prensarla tanto, pero

¡Cielos...! como que se me escapan las riendas del autocontrol y ya es demasiado tarde. Medio la miro desde atrás y de costado, a ver sus gestos, pero nada sospechoso, ella como mareada se zarandea muy, muy levemente hacia los costados, supongo que sin advertir que me le estoy apoyando de lleno en la raja de su cola. Igualmente para disimular, me retiro hacia un costado pero cuidando de no perder el roce con su colita. Al momento me piden el ticket, lo entrego y me pongo, en instantes, a ver cómo sirven el trago en mi vaso, a ver si logro desenfocarme de aquella sensación tan placentera, pero vergonzosa. Es mi primita, mi prima hermana y me doy cuenta que la cosa está ya fuera de límites.

Ya siento como que me vengo sobre ella, intuyo ya el comienzo de los espasmos y mi glande se siente mojadito de líquido pre seminal. Para su información, esa noche salí sin calzoncillos y vestía una camisa manga corta, algo larga de abajo, un poquito holgada; pantalones finos de ésos como de vestir, pero informal, con bolsillos por todos lados. Mis pies lucían unos country color marrón, bien lustraditos (por lo menos antes de salir los hice brillar).

Y bueno, haciendo maravillas voy viendo cómo me sirven el trago – como mirando que no vayan a tragarme una medida – siento cada vez menos dominio de mi temple mi miembro; De pronto me dan el vaso, lo tomo alzando una de mis manos encima de ella, y poniendo la otra en su cinturita porque ya vi. que me venía. … Y me vine nomás!! Me vino aquello y se me dio por disfrutarlo al máximo, sin importarme ya un comino lo que pudiera suceder en cualquier momento. Corriéndome sobre la cola de mi prima, sobre su ropa y con el pene dentro de mi pantalón, perdí la razón y comencé a frotarme al ritmo de sus caderas, pero en sentido contrario. Apreté un poquito más el pene sobre su culito y sentía, a la vez, un mareo delicioso, ese éxtasis tan rico con sabor a prohibido fue la prueba clave que no supe evitar.

Ya terminando el polvito, voy como volviendo en mi ya notando los fluidos de mi semen queriendo empapar la deliciosa cola a través de mi bragueta y la fina tela de su vestido azul.

Un segundo y… ¡IDEA! No me quedaba otra que simular un pechazo e intentar evitar, frustradamente por supuesto, el derrame de parte de mi trago sobre su vestidito, y justo encima de su colita. ¡Ay, ay, ay! Ya se imaginan. Para disimular cualquier mojadura de semen a través de la ropa de ambos.

Lo demás no interesa cómo sucedió. Lo cierto es que corrí en la colita de mi primita y es muy probable que ella no se hubiera dado cuenta.  Ah, averigüé al final el color de su tanguita. Era también azul, aunque un tono aparecido al Francia, azul Francia creo… Al simular la caída del vaso tengo que dejarlo caer de lleno entre nuestros cuerpos, aún pegaditos, y es lógico que, como por reflejo, solemos levantarlo. Así, me agacho para simular tomar nuevamente el vaso de plástico del piso y aprovecho para mirar debajo de su vestidito. Por supuesto, terrible papelón delante de la gente, no fuimos los únicos empapados por el derrame de alcohol.

Es una historia real, espero no te creas. Y ojalá te haya agradado. Hay más historias con mi primita… y otras más.