Aventura con mi compañero de trabajo (1)

A veces es muy difícil mantenerse fiel a los propios principios, en más de una oportunidad me he visto tendada por algún hombre que me ha gustado. Esta es la historia de mi aventura con mi compañero de trabajo.

Aventura con mi compañero de trabajo (Parte I)

Por Loreto

Mi nombre es Loreto, tengo 40 años cumplidos, y aunque tengo esta edad, todavía me siento muy juvenil. La razón es que por motivos de trabajo, paso gran parte del día en el centro de la ciudad donde vivo, siempre capto la mirada de los hombres, que se dirigen a mis pechos, a mi rostro o a mis nalgas. Algunas veces hasta he escuchado palabras de halago hacia mi figura, que sin ser el de una jovencita, si es el de una mujer madura bien conservada y tenida.

Por mi trabajo debo usar un uniforme, el que se ajusta muy bien a mi cuerpo, y de verdad que me gusta mucho usarlo, sobre todo al combinar un bonito maquillaje, aretes, collares y zapatos de tacón adecuados para el uniforme.

En cuanto a mi ropa interior me gusta que sean conjuntos de tipo encaje, colaless y pantaletas, que se vean bonitos y que hagan que mis nalgas se vean muy atractivas. La blusa de mi uniforme junto con el brasier da el toque final, se ve abultado y muestran el canal central de mis pechos.

Por asuntos de mi trabajo, un día conocí a Andrés, él era un tipo agradable, simpático y muy guapo. De estatura media, contextura normal, cabellos castaño oscuro, ojos claros, piel trigueña, labios hermosos, y una muy bella sonrisa. Comenzamos a conversar de diferentes temas y al terminar la jornada, yo sabía que le había gustado. Esto porque me miraba mucho, y era en exceso atento conmigo. Nos veíamos regularmente en el trabajo cada semana.

Pasó el tiempo, y un día viernes quedamos de acuerdo en juntarnos para conocernos más fuera del ambiente del trabajo. Pero era fácil adivinar que no era sólo eso lo que él quería. Un día de principios de enero, cuando el calor en la ciudad era muy grande, nos reunimos y nos fuimos hasta una heladería céntrica. Allí conversamos sobre temas sin importancia mientras nos servimos unos riquísimos helados, nos reímos mucho. Para mí estaba claro que esto no terminaría allí, me sentía temerosa porque alguien que me conociera nos viera. Mi principal temor era que de pronto apareciera mi marido por ahí. Pero me sentía atraída y curiosa por saber qué se sentiría estar en los brazos de Andrés, sentir sus labios besando los míos. Además de sentir la adrenalina por la situación un tanto clandestina que estaba viviendo. Pasaron las horas, y ya nos teníamos que despedir. Quedamos de acuerdo en vernos en otra oportunidad. Al despedirnos, él me dio un beso muy cercano a mi boca y nuestros labios se tocaron por primera vez, aunque sólo por la comisura. Sentí nervios, un cosquilleo en mi pancita, y me quedó claro en ese momento que algo sucedería entre nosotros. Caminé hasta el metro pensando en lo que había pasado, y en lo que podría pasar más adelante si yo decidía continuar. Tenía miedo al pensar si podría sentirme culpable al llegar a casa. Y que si mi marido se daría cuenta de que algo me estaba sucediendo.

A la semana siguiente, día viernes también, nos volvimos a reunir, esta vez fuimos a dar un paseo hasta un parque cercano al centro de la ciudad. Caminamos en esa dirección, conversando cosas triviales, nos reímos, nos mirábamos, cada cierto tiempo se hacía un silencio entre nosotros, cómo que ya no sabíamos de qué hablar, pues ya estaba claro lo que pasaría pronto entre nosotros. Yo me sentía muy nerviosa, cosquillas en mi pancita, sentía que mi vagina se apretaba y se humedecía. Él usaba unos pantalones holgados, camisa y se veía muy lindo.

Llegamos al parque, nos fuimos hasta un lugar poco transitado por el resto de los transeúntes, él apoyó su espalda contra un árbol y entonces me miró, nos acercamos lentamente y comenzamos a besarnos, yo me empinaba en la punta de mis pies, sintiendo su lengua que entraba en mi boca. Era exquisita. Yo trataba de responder de igual manera, nuestras lenguas jugueteaban. Sentía sus brazos que rodeaban mi espalda, y me apretaban muy fuerte, a estas alturas, mi vagina escurría mucha humedad y latía muy fuerte. Mi corazón se aceleraba, en mi mente sólo pasaba la idea de poder llegar a tocar su miembro, sentirlo en mi vagina, en mi boca, lamerlo. Yo sólo me mojaba más entre sus brazos, besos y mis pensamientos. Él por su parte también estaba muy caliente, lo supe porque sentía un grueso bulto contra mí, porque sus caricias no se detenían en mi espalda, sino que continuaban hasta mis glúteos. Me apretaba contra él. Yo sentía ganas de que sólo me lo metiera hasta sus huevos, de un solo golpe. A esta altura del día ya comenzaba a oscurecer sobre la ciudad, menos gente pasaba, y eso nos dio la oportunidad de ser más audaces.

Entonces tomé la iniciativa, y mientras pasaba la mano por encima de su bulto, duro y mojado en la punta. Con una mano lo tenía abrazado, con la otra bajé la cremallera de su pantalón, el botón no tardó en desabrocharse, entonces logré tocar su poderosa herramienta, dura, caliente, mojada, era toda mía, podía hacer con ella lo que quisiera… comencé acariciándola lentamente, podía mover su piel suave, desde adelante hasta atrás. En ese momento yo ya no podía más y solo quería separar mis piernas y que me lo metiera hasta el fondo de mi mojado chorito, que golpeara con sus huevos, en la entrada de mi vaginita, que me manoseara, sólo quería que me poseyera

Andrés apenas balbuceaba, me decía que lo besaba muy rico, que lo acariciaba muy bien, que yo era muy linda y caliente. Su pene estaba duro y mojado por efecto de mis caricias. Finalmente sentí que se venía en mi mano, entre quejidos, abrazos apretados, recibí toda su leche caliente en mi mano. Yo pensaba que esto era un desperdicio, que ojala lo hubiese recibido en mi chorito, que me lo hubiese dejado inundado… rebalsando de su semen.

Luego que él terminó se lo guardé, abroché y subí su cremallera, limpié mi mano. Y nos dispusimos a caminar. Previo a eso, me confesó que se lo había hecho muy rico, que lo había disfrutado mucho y en ese momento quedamos de acuerdo en reencontrarnos la semana siguiente, para estar en un lugar más íntimo.

Nos despedimos con un tímido beso en la mejilla, y caminé sola por las calles de la ciudad en dirección al metro, pensando en lo que había hecho, y en lo que podría pasar la semana siguiente. A esta altura ya no tenía temor, estaba decidida a que ese hombre me poseyera, y que lo disfrutaría al máximo por una primera, última y única vez.

La semana pasó, y el viernes llegó, esa mañana me preparé para mi encuentro de la tarde con Andrés. Tomé un baño más largo de lo habitual, me rasuré mi vagina, dejando un pequeño mechón de pelos justo arriba de mi hendidura, me perfumé, pinté mis labios, maquillé mis ojos, estaba muy hermosa, elegí una ropa interior muy bonita y sexy, Colaless y brasier en tonos marrón y de encaje, que contrastaban muy bien con mi piel clara. Me miré al espejo antes de vestirme y yo misma me gusté. Mis glúteos se veían espectaculares con ese calzón, mis pechos respingados y abultados, estaban preciosos, me vestí, y me fui al trabajo. Pensando en lo que sucedería aquella tarde.

Llegué a mi trabajo, y estuve nerviosa pensando en que ya llegaría la hora de nuestro encuentro, de pronto nos encontrábamos y una sonrisa se nos escapaba mientras nos mirábamos, como él saldría un poco antes, quedamos de reunirnos en otro lugar, la hora fijada para ello, las 15:00. Mi jornada terminaba aquel viernes a las 14:30 y tendría unos 20 minutos para llegar a la cita, lejos del lugar donde trabajábamos. A ratos tenía pensamientos de arrepentimiento, y en algún momento pensé en cancelar la cita, pero mi calentura por sentir su dura herramienta dentro de mí, fue más fuerte. La hora llegó, me despedí de mis compañeros y salí al encuentro. Cuando llegué al lugar acordado, él ya me estaba esperando. Vestía jeans, una camiseta y se veía muy rico. Ese hombre me encantaba. Apenas lo vi me dolió la pancita de nervios. Todavía estaba indecisa, y en algún momento traté de decirle que no seguiría adelante, pero a la vez quería sacarme las ganas y saber cómo era él en la cama. Nos saludamos con un beso en la mejilla, conversamos trivialidades mientras caminábamos hacia un lugar más íntimo, un hotel céntrico.