Aventura a lo mochilero
Cuando te atreves a salir a la aventura, pueden pasarte cosas maravillosas...
Siempre me ha gustado salir con mi mochila a la aventura y recorrer diferentes rutas por mi país, conociendo gente y lugares, diferentes costumbres y en ocasiones, hasta diferentes idiomas.
En una de estas rutas, conocí a una aventurera italiana que llevaba toda su vida estudiando español y era la primera vez que se animaba a viajar sola; quería conocer mundo y poner en práctica sus conocimientos, algo que me vino como anillo al dedo porque yo tenía algunos de italiano y nos serviría para aprender y corregir al otro.
Las preguntas del primer día son las más básicas en cualquier idioma (¿cómo te llamas? ¿de dónde eres? ¿cuáles son tus gustos?), pero a medida que íbamos haciendo kilómetros, íbamos cogiendo más y más confianza.
Uno de los días de viaje encontramos una cala de difícil acceso, sitio perfecto para poder darnos un baño y tomar el sol, evitando aglomeraciones; tras un par de amagos de caída, conseguimos bajar y dejamos nuestras pertenencias en la arena, momento en que aproveché para sacarme parte de mis pantalones desmontables y quitarme la camiseta.
Isabella (mi amiga italiana) no dudó ni un momento en quedarse con un diminuto tanga que apenas se marcaba en su piel perfectamente bronceada y corrió hacia la orilla mientras yo guardaba en mi cabeza la imagen de aquellos pequeños pechos y esas nalgas duras y bien puestas... Demasiado para ti, pensé.
Al ver que no me decidía a bañarme, vino corriendo hacia mi para obligarme, no sin antes decirme que los pantalones sobraban; le dije que tenía un bañador en la mochila, pero su respuesta fue clara, me preguntó si me daba vergüenza que una mujer semidesnuda me viera en ropa interior... me quité el pantalón, la cogí en brazos como venganza por mojarme y me la llevé mar adentro, entre risas y juegos de ver quién moja a quién.
No sé el cuándo, el cómo y ni por qué, pero de repente, pasamos de los juegos infantiles a besos y caricias. Salimos del agua y corrimos hacia la intimidad de las rocas; las palabras habían sido reemplazadas por miradas y sonrisas cómplices, sus pezones estaban duros por el agua tan fría del mar, sus manos me despojaron de mi boxer y poniéndose de rodillas ante mi, me regaló una mirada lasciva y una sesión de sexo oral como pocas veces he experimentado en mi vida...
Su lengua se deslizaba sobre mi glande con gran destreza, una de sus manos me masturbaba mientras la otra me agarraba fuertemente por la nalga, como si quisiera evitar a toda costa que me apartara de ella. Su potencia de succión me provocaba escalofríos, de vez en cuando me miraba fijamente a los ojos para confirmar que era completamente suyo.
Cuando vi cerca mi clímax, tiré de sus brazos y la besé con pasión, al tiempo que arrancaba (literalmente) su húmedo tanga. La puse contra las rocas y hundí mi cabeza entre sus piernas, degustando esa mezcla de sal del mar, en contraste con el dulzor de la lubricación natural femenina.
Mi lengua y mis dedos hacían su trabajo, de vez en cuando combinaba su masturbación con el mordisqueo de sus pezones y ahogaba sus gemidos con besos lujuriosos. Cada vez que ella intentaba tocarse, agarraba con fuerza sus brazos y se lo prohibía... ella había mandado sobre mi cuerpo, ahora me tocaba a mi hacer lo mismo con el suyo.
Tras provocarle un par de sonoros orgasmos ella se giró y me ofreció su ano y su sexo en todo su esplendor... lubricando con su saliva uno de mis dedos, no dudó en clavárselo en ese precioso agujerito rosado, invitándome a masturbarla, al tiempo que hundía mi pene en su ya hipersensible vagina... la embestí con fuerza, me había olvidado por completo del escándalo que sus gemidos podrían suponer para cualquier persona que pasara cerca; manoseaba sus pechos mientras entraba y salía de su cuerpo, hasta que con un certero empujón, me apartó de ella y tomó la iniciativa.
Me ordenó que me tumbara y se sentó sobre mi, cabalgando mi cuerpo hasta que no pude más y eyaculé dentro de ella, con una tremenda descarga, como si llevase semanas sin sexo... ella cayó sobre mi pecho, nos quedamos un rato en silencio y abrazados, procesando todo lo que acababa de pasar...
Después nos levantamos, nos vestimos y seguimos juntos nuestro camino, como si nada hubiera pasado en aquel rincón privado que guardaría nuestro secreto para siempre.