AVE César
Una belleza de alta velocidad, pero que se queda para siempre.
AVE César
Tenía que ir a Sevilla para hablar con dos representantes artísticos de la zona y, sabiendo que el AVE (*) va lleno de ejecutivos a primera hora, tomé el de las 9 de la mañana. Prefería los calurosos viajes en furgoneta, el estar subido en un escenario bajo los focos durante horas y el montaje y la carga del equipo que pasar dos horas largas encerrado en aquel tren hermético y sin poder fumar.
Tomé asiento donde decía en el billete. Faltaban algunos minutos para salir y el vagón iba casi vacío. Poco antes de partir, se sentó allí un joven muy guapo y bien trajeado, en el lado contrario y mirando hacia mí; como a tres metros. Llevaba tan poco equipaje como yo y lo puso en la parte alta de su asiento, pero noté que al levantarse me miró disimuladamente.
A las nueve en punto, comenzó a moverse el tren y, poco a poco fue tomando velocidad. Tomé un librito de crucigramas y me propuse hacer el viaje más corto. De vez en cuando, levantaba la vista pensando alguna palabra que me faltaba y aquel joven ejecutivo, estaba casi siempre mirándome con su barbilla apoyada en la mano y con cara de aburrimiento.
Pasaron unos veinte minutos cuando vi que se levantaba y me dio un vuelco el corazón, pues me miró de tal manera, que creí que iba a venir a sentarse a mi lado, pero después de esa mirada, fue andando despacio hacia los lavabos y a mitad de camino, volvió su cara, me miró y me sonrió. Lo vi entrar en el pequeño aseo del tren y, en ese momento, me pareció ver que sacaba su brazo y me llamaba con la mano. «¡Joder! ¿Qué es esto?». Me levanté y me fui hacia el aseo. La puerta estaba cerrada y llamé suavemente con los nudillos. De pronto, se abrió la puerta, salió su mano y, agarrándome por la corbata, tiró de mí y volvió a cerrar. No cabíamos allí los dos, así que estábamos el uno pegado al otro y, pasando su mano por debajo de mi chaqueta, me agarró por la cintura y comenzamos a besarnos apasionadamente. Me empujaba con su cuerpo contra el lavabo y sentí su bulto duro. Sin dejar de besarnos, me aflojó un poco la corbata y yo hice lo mismo. Luego, sin esperar nada más, bajó su mano y me pareció que desabrochaba mi cinturón. Así fue, porque mis pantalones cayeron al suelo. No sabía qué hacer cuando le vi aflojarse su cinturón y dejar caer sus pantalones en tan poco espacio. Llevaba unos slips muy pequeños y tenía una polla tan grande que le asomaba la cabeza roja y brillante por arriba. Entonces, mientras le miraba alucinado, me bajó los calzoncillos, me cogió por el culo y me sentó en el lavabo. Su polla estaba apretada a mi entrepierna, así que subí los pies y los puse en sus hombros. Al poco tiempo, haciendo malabarismos con el balanceo del tren, comenzó a besarme desesperadamente y sentí como entraba su polla caliente poco a poco; sutilmente. Noté que no quería hacerme daño, pero no me lo hacía, sino que sentí un placer infinito con su balanceo y el del tren. Seguimos besándonos como si no nos fuéramos a besar más y apreté su culo contra mí. Necesitaba tener muy dentro a aquel joven tan lindo. Luego me besó el cuello y me lamió las orejas. No podía creer lo que estaba pasando. De pronto, comenzó a moverse con más rapidez y me decía «¡Ya me viene, ya me viene, precioso!». Y comencé a mover su cuerpo para que sintiese todo el placer del mundo: «¡Vamos, córrete. Me encantas». Y dio un grito contenido de placer y nos mordimos los labios mientras yo me pajeaba. Estaba a punto de correrme de gusto sólo de ver su belleza y, no sé cómo, me la sacó, se agachó en aquel pequeño espacio y me la cogió y comenzó a chuparla. Era un experto en mamadas, puedo asegurarlo. Me corrí en pocos segundos.
Me volvió a besar un poco y tiré de su corbata, pero me di cuenta de que quería salir de allí. Estaba sudando. Se limpió un poco, se puso la ropa y me dijo:
Espera aquí un minuto y luego sales. No hay casi nadie en el vagón.
Abrió la puerta y me quedé allí dentro sin saber qué había pasado. Me refresqué un poco y me puse bien la ropa y la corbata. Cuando salí, pensé en sentarme a su lado o decirle que se sentase conmigo, pero al caminar por el pasillo, vi que no estaba. Me senté un poco hasta que se calmó mi respiración y me fui a buscarlo a la cafetería, pero no estaba tampoco. Me tomé un café y miré el paisaje durante unos minutos. «No puede ser, tiene que estar en el tren».
Volví a mi sitio y no estaba allí, así que seguí recorriendo todos los vagones. Al fin, lo encontré sentado en otro lugar solitario y me acerqué a él:
¡Hola! le dije - ¿Puedo sentarme?
Me miró con una sonrisa abierta y sincera.
¡Claro, siéntate!
¿Por qué has cambiado de sitio? le dije -. Te he buscado por todo el tren.
Lo sé me contestó -; yo hubiera hecho lo mismo contigo.
Por favor le rogué -, dime por lo menos tu nombre o vamos a vernos otra vez.
No puede ser contestó mirando por la ventanilla -, tengo pareja. Me encantas como nadie, pero no puedo hacer eso.
¿Eres de Sevilla? le dije -. Podría ir a verte de vez en cuando.
No contestó sonriendo -, sigamos nuestras vidas y no olvidemos nunca lo ocurrido. Me llamo César ¿Y tú?
No podía decir mi nombre mientras le miraba. Yo también tenía pareja y sentía lo mismo que él: «Me llamo Tony».
Eres bellísimo, criatura me dijo -, pero podemos meternos en un lío. Dejémoslo mejor, ¿vale?
Me volví a mi asiento y no aparté la vista del paisaje que pasaba a toda velocidad: «¡César!».
Nota: AVE (tren de Alta Velocidad de España)