Ave, Caesar, Morituri te salutam
Cesar ha regresado a Roma tras la expedición triunfal a Alejandría. Su amante, Cleopatra, le realiza un adecuado homenaje. Mientras en los aledaños del desfile una mujer observa humillada.
Vini, Vidi, Vinci (II): Ave, Caesar, morituri te salutam
Después del sitio impuesto por el ejército de Ptlomeo a la pequeña guarnición del Cesar en Alejandría este consiguió sobreponerse y contraatacar. Los egipcios desmoralizados no supieron hacerles frente en su propia tierra y asustados retrocedieron hasta el Nilo donde huyeron en desbandada. Ptlomeo en un desesperado intento de huir se subió a una barcaza ya recargada de hombres y pereció ahogado. Su hermana Arsione no tuvo tanta suerte y fue apresada.
Después del largo viaje la ciudad se preparaba para el recibimiento del otra vez vencedor. La ceremonia del triunfo. Cleopatra les acompaño en el viaje con una importante comitiva para realizar el homenaje de su ahora aliado y amante. Tras los preparativos las calles se fascinaron ante la parada de celebración organizada por la egipcia. Danzarinas repartiendo flores y soltándolas sobre el acerado. Jaulas con las fieras más exóticas, elefantes, carruajes enormes transportados por multitud de esclavos. Todo ello con la temática de la gloria del pasado del reino del Nilo.
En una cuadriga iba el Cesar recibiendo los vítores de la plebe. Junto a él un hombre vestido con una túnica de color rojizo le portaba sobre su cabeza una corona de laurel, símbolo del vencedor.
- Recuerda que eres un hombre – le dijo su acompañante
Tras ella iba un gran carruaje portado por varios cientos de esclavos con la forma de una efigie. Sobre la efigie estaba montada Cleopatra y portaba en sus brazos a un niño joven. De pocos años de edad.
- Mira Cesarion. Ese es tu padre. Y tú heredaras su imperio.
Estaba saboreando las dulces mieles de la gloria y el éxito. Su hijo conseguiría uno de los mayores territorios de la historia salvo el de su antepasado Alejandro Magno. En cierta forma era su mayor aspiración. Recuperar el apogeo que sus antepasados tuvieron. Y ya estaba manejando los hilos de la mente del Cesar para reconquistar los territorios antiguamente perdidos ahora dominados por los Armenios y los Partos.
Tras la efigie iba una comitiva más. Era un carruaje muy simple. Dos grandes estacas que soportaban un par de cadenas. Allí estaba presa y desnuda Arsinoe. Para el disfrute de la plebe que la insultaba y humillada. Pero solo era el principio de su martirio. Había pasado del poder absoluto sobre una nación a ser rehén del imperio que se estaba forjando. Una esclava condenada a ser vendida al mejor postor para disfrutar del placer de la posesión de ni más ni menos de una mujer de tan alta alcurnia que ahora iba a ser deleite de algún potentado romano. El precio de su venta costearía los costes de la expedición. Arsinoe ya solo deseaba acompañar a su querido hermano y librarse de la deshonra que le aguardaba.
En una de las calles una mujer observaba desde lejos el recorrido de la comitiva. Pero no compartía la alegría que dominaba el ambiente. Su gesto era adusto, serio. En su interior soportaba aquella escena como si de una humillación se tratase. Su nombre era Pompeya Sila. Una de las mujeres más importantes de la ciudad, procedente de una estirpe de nobles. Ya sabía quién iba en la efigie y el niño que le acompañaba. Su corazón estaba lleno de rabia incontenida. Se aprecia que era joven y muy hermosa. Ya en su madurez maldecía el paso del tiempo que había marchitado su atractivo, pero también maldecía al Cesar que la repudio y abandono cuando su hija Julia falleció. Ella debía acompañar en el triunfo de su marido, no esa … esa furcia. Incapaz de soportar más el significado de esa afrenta se dirigió a una de las calles laterales y se dirigió hacia el hogar de sus padres.
La comitiva llego a la colina donde estaba situado el senado, era la parada final del triunfo. Los senadores le esperaban en lo alto de la escalinata. Estaban inquietos y muchos de ellos disgustados. El poder de aquel hombre que detestaban en secreto se acrecentaba cada día y ya parecía imparable. Un nefasto recuerdo de las dictaduras monárquicas que los nobles combatieron para ser una republica. Un hombre no podía ostentar tanto poder, era peligroso, era oprímente. En cualquier momento sus vidas pasarían a ser controladas por ese individuo que ya empezaba a llamarse a sí mismo un dios. ¡Qué obscenidad! Pero además ya era vox populí que su voluntad estaba dominada por aquella extranjera. Había estado años en Egipto. Y había engendrado un hijo, aquel que llamaban Cesarion. No, no era tolerable que el futuro de la republica pasase a estar en manos de un bárbaro. Estos pensamientos ya era lo común en los senadores que ahora recibían al vencedor. Bruto, su más importante amigo le felicitaba efusivamente.
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Una mujer enmascarada corría a escondidas por las oscuras callejuelas de la noche romana. Había llegado a su destino, la casa de Poncius. Llamo a la puerta y mirando intranquila a su alrededor se introdujo furtivamente en la vivienda.
- Buenas noches señora
- Buenas noches Poncius.
- Está de enhorabuena. Hoy tenemos carne fresca.
- ¿Un gladiador nuevo?
- Así es, mi última adquisición. Ni más ni menos que un espartano.
- ¿Un espartano?
- Y además bien formado. Y no es uno de esos barbaros rudos, este es culto como de buena familia griega que es. Mañana mismo actuara en el circo, así que aprovéchese ahora mientras viva o no quede lisiado.
- Es una lástima.
- Bueno esto son negocios. Y el circo me proporciona más ganancias que servirme de ellos para aliviar las calenturas de las abandonas señoras de Roma. Y además ya le comenté que si está especialmente interesado en uno siempre puede comprármelo.
- Poncius, siempre mirando por el dinero. Y además tus precios son muy caros.
- Trabajo me ha costado su adquisición y entrenamiento para la arena. Así que tengo que recuperar adecuadamente mi inversión.
- De todas formas no podría quedarme ninguno. Serian demasiadas explicaciones a dar y los cotilleos destrozarían mi vida.
- Esa es la razón porque señoras de alta alcurnia vienen de visita a mi casa con una máscara. ¿Cierto?- comentó con sorna Poncius
- Déjate de tonterías. Veamos la mercancía.
Poncius acompaño a la desconocida al sótano de la vivienda. Al bajar este estaba tenuemente iluminado por unas velas. En una habitación cerrada por unas rejas un fornido hombre se desperezaba levantándose de la cama.
- Ciryl. Tienes visita. Trata bien a la señora.
El esclavo asintió y el patriarca abrió la reja. La desconocida miro detrás de la máscara deleitándose con el aspecto musculado del luchador. Poso su mano sobre el pecho recorriéndolo con pausa.
- Me gusta, creo que tú y yo lo pasaremos bien. ¿No?
El gladiador guardo silencio.
- ¿Poncius? ¿Qué haces todavía aquí? Precisamos algo de intimidad.
- Como mande la señora. Vendré en una hora.
- Que sean dos.
- Con el debido respeto, ha pagado por una y una será.
- Maldito rastrero estafador.
El propietario se reía ha carcajada limpia.
- No es muy hablador. ¿No me dijiste que sabía hablar latín?
- Así es. Ciryl no seas tan tímido y atiéndela bien. ¿Entendido?
- Entendido – por fin respondió con un claro acento griego.
Poncius se retiro hacia la planta baja dejando solos a la señora y el gladiador. La desconocida en un acto arrebatador beso al hombre de manera apasionada. Cyril conociendo lo que se requería de él tomo la iniciativa para darle a esa mujer lo que había venido a buscar. La mujer se decidió a ayudarle quitándose la túnica. El guerrero pudo ver que era claramente una mujer madura, de en torno a 40 años. Que a pesar del paso de los años estaba en la flor de la vida. ¿Qué desgraciado imbécil podía rechazar semejante manjar? Llevo sus labios al cuello de la hembra en celo, teniendo cuidado en no dejar marcas ya que eso implicarían posibles problemas en su partenaire. La sinhueso provocaba escalofríos de gozo en la mujer descendiendo traviesamente hasta sus pechos. La boca hambrienta quería devorarlos como con sed de leche materna. Las manos no se estuvieron quietas de forma que buscaron el pecho libre de la boca para apretarlo con suavidad. La mujer suspiraba gracias a las delicias que le suministraban. La mano descendió con parsimonia hasta el sexo que recibió húmedamente los dedos del griego. La madura jadeaba profusamente ante unas caricias tan deseadas.
La desconocida abandonada por su marido hacía mucho tiempo ya no resultaba satisfactorio el amor propio. Precisaba del contacto de un hombre. Ya renuncio tiempo atrás al amor que ya no le dispensaba su esposo, también a la esperanza de encontrar en un hombre libre el consuelo de la compañía, tenía que mantener el honor de su prestigiosa familia como para hacer eso. Hubo un tiempo que adopto una actitud ligeramente como el mito de Misandra. Pero seguía sintiendo el ardor de una mujer que veía que el reloj de la vida se le agotaba. Conoció los rumores de mujeres casadas que se aliviaban con campeones del circo. A base de preguntas sutiles a sus amigas terminó por tener noticia de este propietario de luchadores que alquilaba a sus guerreros para … otros menesteres. Después de luchar contra sí misma y sus dudas se decidió a probar este servicio de gigolós.
Cyril sostuvo a la mujer y la coloco sobre su cama. Un destartalado mueble consistente en una tabla amarrada por cadenas y un delgado colchón encima. Abrió sus piernas colocándola sobre el borde. Se arrodillo ante ella y olio el delicioso aroma que desprendía la vagina de su compañera. Los romanos no eran nada aficionados a dar sexo oral pero si a recibirlo. La noble pudo así conocer el fantástico placer del cunnigulis mientras acariciaba la cabeza del heleno. La boca del joven si dirigió hacia el inflamado clítoris de la madura y apretó con suavidad generando un escalofrió muy sonoro en su pareja. La lengua no paraba de trabajar sobre el sexo que destilaba abundantes jugos que eran saboreados como un elixir por el gladiador. El orgasmo llego irremediablemente con unas deliciosas convulsiones. La desconocida pensaba en su marido y en lo incompetente en la cama que siempre fue comparado con el amante de pago que estaba disfrutando en esos momentos.
Pero este sabía que debía ser solo el principio. Termino de desvestirse haciendo aparición un endurecido miembro viril que provoco un gesto de sorpresa en la romana. Era muy grueso y grande. La romana se tumbo sobre la cama abriendo las piernas lista para recibir la espada deseosa de clavarse en carne latina.
Cyril era consciente de que su poderoso miembro, muy popular en las mujeres que hacían uso de sus servicios era un arma que debía usarse con cuidado. De forma que apunto su glande hacia los labios vaginales y realizo una suave presión permitiendo que el ya muy lubricado coño se adaptase al calibre del instrumento. La excitación mental era enorme y cuando se sintió totalmente llena de carne la romana estallo en otro escandaloso orgasmo. El gladiador disfrutada de una vagina que se le ajustaba deliciosamente pero para poder disfrutar de estos momentos debía mantener controlada. Con unos movimientos pélvicos de dentro fuera, primero suave, luego más vigorosos su clienta se perdía en un mar de un clímax tras otro. La romana no recordó jamás correrse tanto y menos que con su edad que las malas lenguas decían que se volvían frígidas podía ser tan dado al placer.
Cyril disfrutaba de las deliciosas contracciones de las paredes vaginales producían cuando la mujer se corría y disciplinadamente mantuvo la erección sin correrse. Los movimientos cambiaron y ahora aposto por hacer círculos dentro de la vagina y además de paradas para retrasar el final. La romana se sentía baldada y el agotamiento de tantas sensaciones le hizo mella.
- ¡Termina ya! ¡Córrete! ¡No puedo más! ¡Ahhhhhhhhhhhh!
Otro nuevo orgasmo atravesó de punta a punta a la madura que temblaba al descender de otra cima de placer. Cyril atendiendo al ruego de la mujer se dispuso a llegar al suyo, pero quiso darle otro de bonus, así que con su dedo busco el clítoris de su amante para masajearlo con fiereza. El nuevo orgasmo fue el acicate para que él le llegase las ganas de venirse. Pero como era perfectamente consciente no podía hacerlo dentro. Solo unas pocas mujeres pedían ese servicio ya que sus maridos parecían incapaces de dejarlas embarazadas, para luego acusarlas a ellas de infértiles. Una situación crítica que podía dar lugar al repudio y el divorcio. Pero esta noche no parecía el caso, así que lo retiro para alivio de la mujer y se empezó a masturbar.
La desconocida miro que el hombre parecía querer dejar su simiente en el suelo y protesto.
- ¡No! Hazlo sobre mi pecho.
Cyril obediente apunto a las tetas de la mujer agradecido por el gesto. Y con una manipulación compulsiva estallo soltando su blanquecino líquido. Solo que el primer chorro alcanzo el rostro de la mujer. Cyril temeroso de que su fallo de puntería daría como consecuencia un castigo se apresto a disculparse y buscar algo con que ayudar a limpiarla. Pero la desconocida no pareció disgustada sino que traviesamente recogió todos los restos que cayeron en su cuerpo con los dedos para luego saborearlos con una mirada de complicidad.
- Ven acuéstate a mi lado. Quiero sentirte junto a mi- requirió la romana.
A pesar del pequeño tamaño de la cama Cyril se apresto a tumbarse junto a ella. La mujer de esta forma pudo disfrutar de dar y recibir caricias y carantoñas.
- Eres un gran amante. El mejor del que he disfrutado. Cuéntame cosas de ti.
El griego se mantuvo en silencio durante un tiempo.
- Vamos, no seas tan tímido.
- Mi señora, no sé si es buena idea el contarnos confidencias.
- No te preocupes que yo no contaré nada delicado. Pero eso sí, pienso recomendarte a mis amigas –dijo con una sonrisa la enmascarada
- ¿Qué podría decir? Nací en Esparta. Cuando nuestro gran reino cayó hace unas décadas en manos de Roma fue un cataclismo. Macedonia, la que había conquistado Grecia, Egipto, Siria, Israel, Babilonia, Persia y la India. Todo es imperio que hace unos 200 años fue nuestro y que por cumpla de las rencillas entre las facciones herederas de Alejandro el Magno ahora fue despedazado con facilidad por las legiones. Nuestro pueblo antaño orgulloso cuna de reyes como Leonidas o Leander ahora es un mero establecimiento turístico donde el espectáculo más apreciado son las luchas de gladiadores. Antes éramos un pueblo temido por sus falanges, ahora somos esclavos para el entretenimiento sangriento de esta ciudad que se llama así misma cuna de civilización – relato con un poso de triste sarcasmo.
- Siento tu dolor, pero esta perra vida todos estamos atrapados. Tú has contado tu historia, deja que cuente la mía.
En ese instante la mujer se quito la máscara mostrando su identidad. Cyril intento agacharse para no verle su rostro debido que era peligroso conocer la persona de sus clientas.
- No, mírame, mírame.
Cyril alzo la vista
- Soy Pompeya Sira. Esposa de Cesar.
El gladiador fue atravesado por un ataque de miedo. Había… había follado ni más ni menos con la mujer del Cesar. Un terrible error.
- No temas, seré cuidadosa en no comunicar a nadie quien eres. No te preocupes lo de mis amigas era una broma. Déjame que te cuente porque estoy contigo. Hoy mismo para mi vergüenza y humillación he sido testigo de cómo la ciudad conocía a la actual amante de mi marido, esa... esa Cleopatra… esa puta. Así es… soy una cornuda. Ahora mi vida será presa de las habladurías y todos los dedos me apuntarán. Yo, la repudiada del gran Cesar, del conquistador de la Galia y Egipto. Del prohombre del que dicen que la ciudad le debe tanto. Del portador de tesoros y cientos de miles de esclavos a los que esta puta urbe pueda disfrutar. ¡Ay! Si no fuera quien soy te compraría para que estuvieses conmigo. Pero tengo que mantener el honor de mi familia, ¿Qué honor me queda? – dijo Pompeya entre lagrimas.
Cyril comprendiendo lo que necesitaba la primera dama y se apresto a abrazar tiernamente a la mujer que yacía a su lado en aquella destartalada habitación.
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Palacete de la familia Cayo Julio Cesar
Cleopatra estaba muy disgustada y discutía acaloradamente con su amante.
- ¡Quiero a mi hermana muerta! ¡Entiendes! ¡Sin excusas!
- Pero querida, hay que recuperar los costos de la expedición. Tengo que pagar a mis hombres. Lo mejor es venderla en una subasta.
- Si el problema es el dinero yo lo solventaré. ¿500 denarios es suficiente? Los doy. 1000, lo que necesites. Yo la compró. Pero mátala
- No es costumbre en Roma asesinar a prisioneros de casa reales.
- ¡Ella no es Reina! – grito a pleno pulmón - ¡Yo soy la reina de Egipto! Es una furcia que debe morir.
- ¿Y no te tomas demasiadas molestias por una… furcia?
- Esa furcia podría intentar camelarse a un patricio romano y rebelarse contra ti y contra mí. Ella también sabe follar casi también como yo. Si quieres sacar algo úsala de prostituta para los soldados rasos. Por mí como si se la follan todas las legiones romanas pero que muera. No debemos correr riesgos.
Cesar reflexiono de los posibles riesgos. Cleopatra tenía razón si Arsione era igual de experta en las artes amatorias. Sería mejor no tentar a la suerte.
- De acuerdo, lo haré
- Que así sea. Pero hasta que no me traigas su cabeza cortada te vas a tener que cascar pajas, cabrón. Me iré a dormir a la habitación de invitados, ahí te quedas.- termino enfurecida la reina de Egipto.
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Circo de la ciudad de Roma.
Los gladiadores salían de las jaulas y se disponían a salir al ruedo, el día estaba soleado y se taparon los ojos para protegérselos de la luminosidad tras salir de los sótanos oscuros. Se dispusieron en la formación de saludo tal como habían sido entrenados. Se acercaron a la zona del palco de autoridades. Las trompetas sonaron informando del inicio del espectáculo. Cyril pudo comprobar quien era el maestro de ceremonias de aquel día. Era el mismo Cesar al cual le estaban organizando unos juegos en honor a su victoria. Rio en sus adentros. En cierta forma en la noche anterior pudo disfrutar de una forma de venganza por su pérdida de libertad. Se estaba follando a las matriarcas de los conquistadores, ni más ni menos que la mujer del mismísimo Cesar. No pudo reprimir una sonrisa.
- ¡Salve, Cesar, los que van a morir te saludan!
Continuará …