Avatar
No buscaba el amor, el amor ya lo tenía, solo quería una chica que se pareciese a su esposa, desde que ella se fue él la busca desesperadamente disfrazando a sus amantes de su esposa.
Estas mal, me repetían todos una y otra vez, yo no lo admitía, nadie era quien para juzgarme y decirme como debía de actuar, yo soy dueño y señor de mi destino, yo dicto mis propias normas y sé como debo de actuar para encontrar mi camino.
Estoy en la mitad de la madurez que va desde los cuarenta a los cincuenta años, Pilar mi esposa me ha jugado una mala pasada, nos conocimos cuando éramos adolescentes y desde entonces nos juramos amor eterno, me dijo “siempre estaré a tu lado”, la muy zorra me dejó hace dos años.
Sin hijos en nuestro matrimonio comienza una nueva etapa de soledad en mi vida, pero no quiero engañar a nadie, ni si quiera a mí mismo, ahora estoy aun más enamorado que antes, la quiero con una locura y una lealtad no digna de un ser cuerdo, cuando se quiere a alguien de esta manera se dice que se está “locamente enamorado”, así estoy yo, loco por pilar.
Mi trabajo en el hospital universitario me sirve de alimento, es como una droga que no me puede faltar, incluso hago los odiosos turnos nocturnos a mis compañeros, no por dinero, quizá por placer, quizá por amor, quizá porque realmente sí que estoy loco y como me dicen todos, deberías visitar a Carlos, nuestro psicólogo del centro.
2
Los turnos de noche se convierten en mis favoritos, de todas formas en casa no podía dormir, aquí camino y deambulo de un pasillo a otro, visitando enfermos y acabando con las existencias de café de la maquina del sótano, allí es donde realizo mi trabajo.
Daniela está tumbada en la camilla, desnuda, no le presto mucha atención, había llegado esa misma tarde, un accidente de moto, se había dado un golpe en la cabeza, no llevaba casco, es hermosa, dieciséis años, pelirroja, metro setenta, setenta kilos, senos grandes, pezones marrones y pequeños, piel blanca y algo pecosa, sobretodo en la parte del pecho.
Me recuerda a mi esposa cuando tenía su edad, comencé a prestare algo más de atención, por pudor la iba a tapar con la sábana, no estaba bien que estuviese allí desnuda, antes de agarrar la tela con mi mano puse mi mano en su pecho, la miré, no hizo nada, lo agarré con más fuerza y ni un solo gesto, no apartaba mis ojos de los suyos, - esta chica no se va a mover-.
Salí al pasillo, no había nadie, cuando volví a entrar cerré la puerta, había un bote de perfume en su bolso, cuando apliqué el contenido a su desnudo cuerpo me recordó aun más a mi esposa, dos lágrimas brotaban de mis ojos, mirar a Daniela era como mirar a Pilar varios años atrás.
Me desnudé, comencé a besar a la chica muy despacio, con ternura, primero en sus pies, sus tobillos, sus piernas, su desnudo sexo libre de vello púbico, su vientre, sus pechos, su cuello y terminé en su boca. Poco a poco iba cobrando una erección difícil de menguar.
Comencé a masturbarme delante de ella sin perder de vista sus ojos, poco era para mí delante de la chica que tanto se parecía a mi esposa, paré, quité mi mano del falo y comencé a pasar mis dedos por el sexo de Daniela, sabía que no iba a lubricar, me empapé bien los dedos y le apliqué bastante saliva entre medio de sus labios vaginales, dentro del sexo.
Abrí bien sus piernas, me tumbé encima de ella, y me hice a la idea de que iba a tener sexo con Pilar, mi esposa, eso me hacía sentir mejor, era la primera vez que iba a tener sexo con una mujer que no fuese mi esposa, tuve que reconducir el falo con mi mano y con cuidado de no hacer daño comencé a penetrarla, su inmovilidad hacía algo difícil el acto, pero poco a poco comencé a coger una postura que me hacía penetrarla una y otra vez sin necesidad de que me acompañase en mis movimientos, yo me lo guisaba y yo me lo comía, dos minutos después comencé asentir el irremediable deseo de vaciarme, sin apartar mis ojos de la cara de Daniela comencé a llenarla por dentro de mi líquido seminal, entre jadeos y suspiros por mi parte me quedé un rato largo dentro de ella, cuando me salí cobre la consciencia de lo que había hecho, ya era tarde, lo hecho, hecho está.
Con un artilugio en forma de pera y con un contenido de agua y jabón le introduje a la chica el artefacto en su sexo y lo inundé con su contenido, tenía que limpiar “la prueba del delito”.
3
Al día siguiente volví al rutinario y tranquilo turno de noche, no había remordimientos, no me sentía culpable, había tenido sexo con una chica a la que no hice sufrir y que de alguna manera me hizo retroceder en el tiempo y hacerme sentir como poseía de nuevo a mi esposa, me encontraba bien.
Daniela no estaba, se la habían llevado a otro lugar, esa noche a pesar de mis positivos pensamientos la pasé más intranquilo de lo habitual, mucho café y demasiados paseos por el pasillo, buscando de cama en cama.
No quería repetir por el placer del sexo, quería repetir por el placer de rencontrarme con mi esposa, lo único que pedía es que hubiese alguien que se pareciese tanto a ella que me pudiera confundir entre el roce de nuestras carnes. Yo buscaba el avatar de Pilar.
4
Con mis asegurados turnos de noche comencé unos ejercicios de adaptación al medio, mejor dicho… de adaptación de los medios, me explico, mi sala, la sala donde yo ejercía la comencé a convertir en un pequeño santuario con deidad de Pilar, me llevé varias fotos de ella, ropa que tenía en los armarios, preferentemente ropa interior que aun conservaba en mis cajones, perfumes que olían a ella, incluso algunas de sus pinturas.
La primera en probar uno de sus sujetadores fue Isabel, una chica de unos treinta años, esto ocurrió varias semanas después de lo de Daniela, incluso diría que un par de meses, el caso es que Isabela era también muy parecida a Pilar, como yo doblaba turnos esa misma tarde sabía de su existencia en la planta cuarta, estaba en coma inducido, su cuerpo intacto, una mala enfermedad la postró tan solo hacía un par de semana en la cama.
No lo dudé, como si fuese algo normal esperé al turno de noche, la soledad, mi soledad, la incorporé un poco y metiendo mis manos por su espalada conseguí abrochar el sujetador, le puse unas bragas, la maquillé y la impregné con el aroma del perfume que Pilar solía aplicarse antes de dormir.
Lo más trivial de todo es que hablaba con ella como si me escuchase, tenía conversaciones con ella y me hacía a la idea que era Pilar la que me escuchaba, yo hacía las preguntas y Pilar me respondía, bueno, en realidad eran los momentos de video que guardaba como un tesoro en mi móvil y que nadie sabia que existían, antes de su marcha tenía varios videos grabados de ella.
- Hoy estás preciosa, eres tan hermosa.
Después la acariciaba y la besaba.
- ¿quieres que hagamos el amor?
Entonces busqué el minuto 1:26 del tercer video, donde Pilar me decía
- Te quiero tanto que te comería aquí mismo, te deseo
Entonces comenzaba a quitarse la ropa y se acercaba a mí, no había más porque yo dejé de grabar para hacer el amor con ella.
Isabel tenía sus ojos cerrado, su cuerpo desnudo ahora estaba arropado por la ropa interior de mi esposa, me acerqué a ella y comencé a susurrar en su oído, a besarla, a pasar mi lengua por su cuello, por su piel desnuda, por sus pechos cubiertos, por su sexo esta vez velludo pero tapado por las bragas rosas de Pilar, volví a desnudarme.
Esta vez esta provisto de todo un arsenal de cosméticos, entre ellos un recipiente con aceite corporal, con algo de habilidad y acostumbrado a estos quehaceres conseguí dar la vuelta a Isabel, apliqué el aceite en su espalda y comencé a masajearla, primero sus hombros, su espalda, desabroché el sujetador para que no estorbase, y le hacía preguntas como si fuese Pilar la que yacía boca abajo.
Mis manos bajaban ya de su espalda a sus nalgas, las bragas estaban llenas de ese aceite que yo sin cuidado había derramado también sobre la prenda, sin pedir permiso se las quité, sus nalgas se quedaron al descubierto, apliqué una cantidad considerable del óleo, masajeaba con ansias sus nalga, yo me excitaba segundo a segundo, ya había aparecido una erección.
Había mucho aceite que no conseguía absorber sus carnosas nalgas, como Isabel no me iba a rebatir nada comencé a introducir mis dedos en su orificio, sí, en ese angosto, estrecho y oscuro orificio anal, con cuidado comencé a mojar e introducir aceite en esa apertura, mi dedo corazón entraba falange a falange dentro de su trasero, después conseguí introducir otro dedo, lubriqué muy bien la zona oscura.
- Avisa si te duele. (vaya ironía la mía)
Conseguí bajarla de la camilla, tumbé su medio cuerpo de cintura para arriba en ella, con destreza hice que se tuviese de pie por si sola, abrí sus piernas y entré por detrás. El aceite hacía un buen papel de lubricación, mi glande comenzó a entrar aunque con algo de dificultad al principio, en pocos segundos la penetré por completo.
Tuve que pasar mis manos por su cintura para que no cayese al suelo, eso me servía de agarraderos naturales, comencé a embestirla con violencia.
- ¿te gusta zorra? ¿quieres más?, pues vuelve que yo te daré más.
No tardé en correrme dentro de su culo, la aparté y la dejé caer en la cama con desprecio.
5
Esto fue toda una constante en los meses siguiente, mi secreto me ayudaría a ser “normal”.
Ignorantes de mis atrevimientos y de mis secretas prácticas delictivas nocturnas comenzaron a volver amigos y familiares a mi vida, alguno me preguntó o mas bien dio por sentado que me estaba tratando con Carlos.
Tanto es así que incluso hubo una chica que se interesó por mi, Salomé, ella era una cuarentona soltera, atractiva y quizá demasiado zorra para tener una pareja estable, pero como la edad no perdona consideró oportuno dar un cambio radical a su vida.
Me invitó a almorzar a su casa, comida ligera, me confesó que se había enamorado de mí, sabía que era mentira, se había enamorado de un hombre que podía dar mucha estabilidad a su vida.
Me pidió que subiéramos a su habitación después de la escasa comida, casi sin cruzar palabras se me acercó y comenzó a besarme, cerré mis ojos, quería pensar que era Pilar la remitente de los besos, llegué casi a visualizarla. La pasión y la entrega de Salomé borró enseguida la neblina de mi esposa, su lengua parecía tener una vida propia y llena de anfetaminas, ardía y se paseaba por mi boca buscando la mía incluso fuera de mi boca.
Me excité enseguida, quise ponerme a su altura y comencé a mostrar signos de agresividad, lejos de asustarse o reprenderme por ello comenzó a hacer trizas su ropa quitándosela con vehemencia y con prisas, nuestros labios eran mordidos por nuestros dientes y nuestras manos agresivas y busconas agarraban con fuerza las cuadriculas de carne donde se posaban.
Me quité la ropa como pude entre medio de la maraña de manos y brazos que subían y bajaban sin control de un cuerpo a otro, camino a media erección Salomé se agachó y metió el falo en su boca en cuanto tuvo ocasión.
Un infinito placer, muy distinto hasta el que había tenido hasta ahora, de todos modos Salomé era la primera mujer consciente con la que iba a tener sexo después de Pilar.
El arte de la felación era una asignatura aprobada con nota por parte de Salomé, lo hacía tan bien que estuve a punto de sucumbir y derramarme dentro de su boca, lo evité pidiéndole que se tumbase en la cama. Su cuerpo carecía de vello alguno, acerqué mi boca a su sexo y mi lengua jugaba con sus labios bien abiertos y lubricados, estaba ardiente, mientras me despachaba a gusto con su sexo ella agarraba mi cuero cabelludo y gemía sonoramente mientras pude advertir quizá un orgasmo por su parte.
Intenté que se tumbase en a cama, se negó, sin embargo fui yo el que acabe mirando el techo de la habitación, frente a la cama hay un gran armario de cuatro puertas forradas con espejos, Salomé se sentó encima de mi y pasando primero la palma de su mano por su lengua para después bajarla y pasarla por su sexo se agachó y sentí como su sexo devoraba mi falo abrigándolo con su carne húmeda y caliente.
Sus pechos son grandes, sus pezones con anchas aureolas de color rosado, se movían al unísono en sus cabalgadas rítmicas e incesantes, si miraba de frente a un lado podía ver el reflejo de su espalda y sus nalgas propinándome embestidas.
En realidad yo quería que fuese ella la que estuviese debajo, pero disfrutaba de cualquier modo y me dejaba llevar, ella gemía, jadeaba con fuerza, mis manos estaban en sus senos, después me cogió una y comenzó a introducir mis dedos en su boca, los lamía, los succionaba y los mordía.
Quería explotar, pero comencé a sentir algo extraño, esta chica no era Pilar, tampoco ninguna de las concubinas del hospital, yo estaba acostumbrado a “mandar”, Salomé era la que llevaba las riendas en esta relación.
Los ojos de Salomé estaban casi vueltos, solo se le veía la parte blanca de ellos, sus más que sonoros jadeos y gemidos cobraban fuerza cuando comencé a notar que su clímax se acercaba, quité mi mano de su boca y la puse en su garganta, mis dedos apretaban fuerte cuando sus gemidos anunciaron la cima, mi momento aún debería de llegar.
No conseguí mi éxtasis hasta que conseguí tumbarla en la cama, allí con sus piernas bien abiertas la penetré con tanta violencia que mis testículos casi entraban propinándome dolor, me derrumbé inyectándole toda la leche que guardaban mis cojones.
6
Si no era Pilar no iba a ser nadie, eso pensé, yo no quería una ninfómana en mi vida, yo necesitaba caricias, sí, de Pilar a ser posible, las chicas del hospital no se quejaban, nadie me había descubierto, y como decían mis amigos ellas eran las que realmente me habían hecho cambiar, ahora estaba bien y no pedía más, disfrazando a las concubinas de mi esposa era feliz.
Todos creían que lo de Salomé conmigo podría ir en serio, yo no daba pistas a nadie, de Salomé no iban a escuchar nada porque todos sabían que ella “iba a su bola” y jamás decía nada de sus “cacerías”, de todos modos no era una asidua a nuestro grupo de amigos, por mi parte se puede decir que estaba llegando incluso a ser feliz, Salomé no entraba en mis planes.
Decidí seguir con el silencio y el poder que me daba las chicas jóvenes y no tan jóvenes que llegaban allí, perfeccioné mi arte de amar y conseguí un sinfín de chicas que dentro de su incapacidad para el placer me daban el infinito éxtasis a base de pinturas y aromas de perfume de Pilar, en cualquier caso, nunca he repetido con nadie.
7
A las dos de la madrugada la policía entro en la sala donde trabajaba allí en el sótano.
- ¿es usted Bernabé García?
- Sí, …soy yo.
- Por favor, vístase, queda usted detenido por el asesinato de Salomé Jiménez.
La sorpresa fue para todos, algunos de mis compañeros entraron detrás de la policía allí abajo en la morgue donde trabajaba, me encontraron fornicando con uno de los cadáveres que habían entrado esa misma tarde y que yo como casi todas las noches maquillaba y disfrazaba de mi esposa. Antonio, mi más antiguo compañero esbozo:
- Este chico no levanta cabeza desde que murió su esposa.