Avasallando a Miriam

Un hombre conoce en un baile a una atractiva muchacha a la que avasalla con su seducción.

AVASALLANDO A MIRIAM.

Capítulo 1.

A mi me gustan las morenas de tipo latino, con un toque aindiado puede ser, o un toque ligeramente afro (o no tan ligeramente). Menudas, calientes, con buena cola, cinturita cimbreante, y con pechitos proporcionales a la cola. Por eso cuando la ví a Miriam que me sonreía pícaramente, como queriendo que la sacara a bailar, me dije "esto es lo que me mandó el doctor" y me le fui al humo. ¡Mi Dios! ¡Cómo se movía esa chica... ! Bailamos salsa. Cola para acá, pechos para allá, la cintura cimbreante, la pelvis temblorosa, el pasito breve, los giros siempre dispuestos, y los brazos acompañando, las caderas sacudiéndo. Yo, por mi parte, hacía lo mío. Soy un tipo de complexión grande, pero me muevo con ganas, giro, la apunto con el bulto, agitando la pelvis, tomando su cintura para hacerla girar, cortejándola siempre en cada paso, dirigiendo sus movimientos. Me di cuenta de que le estaba gustando. De que le estaba gustando mucho. Es una cuestión de fuego, y de jugos. Si el baile no es jugoso y caliente, no pasa nada.

Cuando vinieron los temas lentos pude hacerla sentir mi fuego. La apreté fuertemente contra mí, agarrándola de la cintura. Haciéndole sentir mi paquete. Su piel era increíble, para comerla. Sus pechos olorosos no llevaban sostén, y con mis movimientos y apretones aprovechaba para refregármelos. Miriam comenzó a suspirar, mi tronco estaba duro y presionando su entrepierna. Y con cada movimiento le frotaba su concha. Su respiración se hizo más anhelante, cada vez más agitada. Y yo seguía presionando, frotando y frotando. Sus manos, rígidas por el paroxismo que estaba soportando, se agarraban a mi espalda, como reteniéndome para que yo siguiera con lo que le estaba haciendo. Yo comencé a besarla entre la mejilla y el cuello, echándole mi aliento caliente y húmedo; a esa altura la chica jadeaba, con su carnosa boca entreabierta. Estaba completamente dominada por mi masculinidad. Mis besos se fueron volviendo más fuertes, más intensos. Sabía que su boca esperaba por la mía, pero quería hacerla desear. Y continué con las frotaciones, los apretones y mi aliento en su cuello, hasta que la chica no pudo más y se vino. Todo su cuerpo temblaba mientras se corría, con contracciones espasmódicas de su bajo vientre. Quedó apretada contra mi cuerpo que la sostenía, ya que le temblaban las piernas. Yo también estaba temblando, y mi polla estaba a punto de reventar. La acompañé hasta su sitio y allí la dejé, sentada en su silla, con los ojos algo turbios y tratando de componerse.

Yo fui a tomar una gaseosa procurando que no se me notara la plena erección que tenía, y esperando que se bajara un poco. Mejor no salir a bailar por un rato.

Cuando volví a mirar, Miriam parecía haberse recompuesto, pero sus ojos estaban pendientes de mí. No podía separarlos de mi persona. La hice esperar un poco y fui hacia su mesa. Se levantó, casi de un salto, antes de que yo llegara, y vino directo hacia mí. "No quiero bailar", la frené, "vamos afuera". Me siguió, sumisa y obediente. Estaba anhelosa y su cuerpo me seguía blandamente, casi flotando. La saqué del salón de baile.

Caminamos en silencio algo menos de una cuadra, hasta que encontré una entrante en la pared, que podía cubrir nuestros perfiles, la arrastré hasta ella y apretándola contra la pared comencé a besarle el cuello. Yo todavía no había acabado, así que mi impulso viril estaba a pleno. La besé en la boca, con presión avasallante. Le chupé la boca, le metí la lengua revolviéndola adentro, mientras le comía la boca, casi mordiéndole los labios. Y entré a meterle mano. Agarrando sus pechos a través de la blusa. Ella hizo un débil gesto como para impedirlo, pero sin convicción alguna. Le agarré la concha y comencé a apretarla con ganas. Ahí, sus manos que intentaban frenarme, se quedaron en suspenso, impactada por la fuerte caricia. Le saqué las tetas afuera y comencé chuparle una. El pezón grueso, carnoso y durísimo por la excitación. La boca en un pezón y la mano oprimiendo el otro y acariciándole la teta, y la otra mano abajo, trabajándola. Su cara tenía esa expresión de éxtasis tan cerca del sufrimiento. Y se corrió, mi tratamiento era demasiado para ella, no tenía como resistirlo. Entonces saqué mi duro miembro fuera del pantalón. Ella acababa de correrse, pero cuando me lo vio, grueso y enhiesto, me miró con adoración en los ojos. Le saqué la trusa de un tirón y flexionando las rodillas le puse el miembro en la unión de sus muslos, a la entrada de su coño. Lo froté un poco contra la ensortijada pelambre que rodeaba su húmeda raja y ella se abrió, ofreciéndome su coño a la penetración de mi choto. Las paredes de su almeja estaban suaves por la lubricación, y mi choto se adentraba gradualmente hacia el interior caliente, sintiendo la presión con que su concha saboreaba a su duro visitante. Apenas pude comenzar a moverme, porque al sentirla toda adentro le sobrevino un orgasmo y los espasmos y contracciones con los que agasajó a mi miembro, tuvieron el poder de un ordeñe, y con cada contracción me sacaba un chorro de leche, uno tras otro, hasta que me sacié completamente.

Cuando se la saqué me separé un poco de ella, tenía la ropa desecha, los muslos y la concha al aire y unas ojeras viciosas en la cara. Ella, al ver mi miembro todavía semierecto, se agachó como para adorarlo, se lo metió en la boca para chupar lo que quedara de semen y me lo limpió completamente con la lengua, entreteniéndose un rato en chupármelo y besármelo. Tantos cariños me lo pusieron de vuelta al palo. Decidí dejarla con esa imagen en los ojos. Le saqué el teléfono y, un poco decepcionada, la dejé en su casa. Subió los escalones con pasos algo inseguros, le dic un beso caliente y apasionado, y me fui. Se quedó en la puerta mirándome, como no pudiendo creer lo que le había ocurrido esa noche. Supe que ella sentía que la había enamorado. Que necesitaba más de eso, más de mí, de lo que yo quisiera darle, de lo que yo quisiera hacerle, de lo que yo quisiera hacer con ella.

Capítulo 2.

Dejé pasar varios días, pero no demasiados. Tenía que ocuparme de mi trabajo, no era cuestión de tirar todo por la borda por la diversión sexual. Pero al cuarto día me rendí, los recuerdos de Miriam, su piel, su olor, su boca sensual y carnosa, la suavidad de sus muslos, en fin, que tenía que verla. Mi última imagen de ella era que la había dejado como una piltrafa. Y eso contribuía a mi excitación. Quería repetir la experiencia. Es más: quería aumentar el avasallamiento. Y sabía que a ella le gustaría eso.

La llamé. Nos encontramos directamente en la esquina de un hotel para parejas. No quería perder tiempo en estúpidas charlas en un bar. Me estaba esperando y, mientras avanzaba hacia ella pude ver que se había vestido para matar. Cuando me incliné para saludarla con un beso en la boca, encontré la palabra que me había faltado la primera vez: morbosa, esa mujercita tenía una cualidad morbosa. Era algo en su cara, no sé, o en su mirada, o en la postura de su cuerpo, no lo podía precisar pero estaba clarísimo, tenía una morbosidad inquietante.

Mientras caminábamos hacia el hotel no tuve menos que felicitarme por la fabulosa hembrita que me había ligado. Su falda roja, corta y apretada, marcando el hermoso culo, y dejando ver un poco de sus muslos, rellenos y potentes. Y su perfil... esa mujercita era verdaderamente bella, y era un placer mirarla. Y había algo desafiante en ella. Una determinación a conseguir lo que quería. Bueno, lo conseguiría. Y más de lo que esperaba.

Su cuerpo evidenciaba cierta excitación, por la tensión y agilidad de sus pasos y sus movimientos. Me recordó a unos gatitos en celo que vi una vez, ágiles y de movimientos graciosos y sorprendentemente ágiles. Había algo de esa gracia, una pizca, si me entienden, no es que anduviera saltando locamente por la calle, pero era evidente que su excitación se translucía en su andar. "Bueno" me dije "parece que vamos a coger tupido esta noche".

Y no me engañaba. Cuando entramos en la habitación la tensión sexual se podía cortar con un cuchillo. "Vení para aca" le dije, y ella se acercó, con el cuerpo dócil y dispuesto. La besé y me devolvió el beso con ganas. Nuestras lenguas se enredaban en como si estuvieran cogiendo. Mi pija se puso a mil. Suavemente y con deliberación le desprendí los botones de su blusa.

Los pechos parecían hinchados por la excitación, y emanaban un aroma que me perdió. Luego le saqué la breve pollerita, aprovechando para irle tocando el culito, y sus tiernos y suaves muslitos. Se quedó con unas braguitas muy breves y livianas, que se le metían entre las nalgas. Me agaché para besarle las nalgas. Morenas, redondas, duritas, con la piel suave, y húmeda. Miriam se quedó parada, en actitud anhelante, dejándome hacerle mi tórrido homenaje a su culo. Podía percibir el aroma de su vajina humedecida. Y con cada beso, con cada pasada de mi lengua, podia sentir cómo su cuerpo, toda ella, se estremecía.

Cuando comenzó a gemir, la tiré en la cama, boca arriba, sin sacarle todavía las braguitas. Era un espectáculo con las rodillas levantadas y los muslos abiertos, y sus pechos tan abundantes. Yo ya estaba desnudo y su mirada devoraba mi cuerpo, especialmente mi gran pedazo erecto, que flameaba en el aire al pulsar de su urgencia. Sus ojos no podían separarse de él. Se lo fui acercando a la cara. Con cada una de mis piernas a cada lado de su cuerpo le puse mi latiente polla al alcance de su boca, sus labios se entreabrieron. Y la dejé deseándomela hasta que enderezando un poco su cabeza comenzó a recorrerla con la lengua, los labios y a chuparme un poco la puntita, con lamidas cortitas dentro de su cálida boca. Agarró mis nalgas para hacerme avanzar, y comenzó a lamerme las bolas, con unas ganas como no había encontrado nunca antes. Yo comencé a gemir, pero no quería venirme todavía. Así que intenté sacársela, ponerla fuera de su alcance, para tomarme un respiro.

Pero no me dejó, me tenía firmemente aferrado de las nalgas, y estaba decidida a darse el gusto con mis partes bajas. Me besaba y me chupaba con pasión descontrolada. Tenía muchas ganas de pija esa mujercita. Y no sólo de pija, ya que pronto sentí su lengua entre mis nalgas, que ella separó con delicadeza para poder avanzar hacia mi ojete. ¡Dios mío, qué sensaciones! Ya no me resistía y pronto una de sus manos me aferraba fuerte mi nabo, mientras la otra presionaba sobre mis nalgas para tenerme aprisiondo. Con la mano que aferraba mi pija, comenzó a pajearme, mientras me chupaba la cabeza con toda la pasión de sus carnosos labios y su lengua caliente. Sentía que estaba próximo a venirme y que ella estaba empeñada en provocarlo. Y me metió un dedo en el culo y comenzó a moverlo en círculo. Yo ya había perdido toda contención y estaba por venirme. Entonces me sorprendió: se salió de abajo mío y me volteó dejándome boca arriba, con mi pija erecta, apuntando al infinito, bueno, al techo. Tardé unos momentos en recuperar cierta conciencia. Cuando la miré esta tendida a mi lado, con una expresión pícara y divertida. "¿Descansamos un poquito?" dijo con su dulce vocesita. Mi pecho todavía se agitaba al ritmo de mi respiración desbocada, y no entendía muy bien lo que estaba pasando.