Avasallada por uno de mis violadores

Luego de haber sido violada al salir de una boda, me encuentro nuevamente con uno de mis violadores, el más jovencito de ellos, quién viene a buscarme a mi escuela, se ofrece a llevarme a la casa, y termina por avasallarme, haciéndome suya de nuevo. Aquí les cuento los detalles de tales sucesos.

AVASALLADA POR UNO DE MIS VIOLADORES

Luego de haber sido violada al salir de una boda, me encuentro nuevamente con uno de mis violadores, el más jovencito de ellos, quién viene a buscarme a mi escuela, se ofrece a llevarme a la casa, y termina por avasallarme, haciéndome suya de nuevo. Aquí les cuento los detalles de tales sucesos.

Resumen:

Luego de haberles contado la ocasión en que me violaron al salir de una boda (“Violada al salir de una boda”, “Y…, luego de ser violada”, “Vuelvo a ser violada, ahora en casa”), y las peripecias que pasé, me encuentro nuevamente con uno de mis violadores, el último y el más jovencito de ellos, quién va a buscarme a la escuela donde doy clases, se ofrece a llevarme a la casa, y termina por avasallarme, haciéndome suya de nuevo. Aquí les cuento los detalles de tales sucesos.

Luego de aquel largo día, me levanté tarde el domingo y me quedé flojeando hasta que llegó mi marido, en la noche.

Como siempre que regresa de cacería, venia muerto de hambre y deseoso de tener sexo. ¡En ambas cosas lo complací!. ¡Se lo que le gusta comer y…, cómo le gusta “co…mer” a mi esposo, y nos la pasamos bien esa noche.

Las dos semanas que siguieron fueron “normales”. Ninguno de mis cuatro hombres del sábado anterior se me aparecieron, y todo volvió a sus rutinas normales.

A la tercera semana, el viernes, que andaba yo sin auto, decidí también quedarme a revisar los exámenes de mis alumnos, a poner calificaciones, corregir y calificar tareas, etc. Alguien había llevado de comer y además había habido pastel, pues había sido cumpleaños de una compañera, así que no tenía nada de hambre.

Tampoco tenía mucha prisa de llegar a la casa; mi esposo se había ido a “pueblear” (vender sus productos en las rancherías y poblados de alrededor) y generalmente regresaban ya noche, después de las 10 de la noche. Mis hijos se habían ido con una vecina, que también tiene sus hijos en esta escuela y son compañeros y amigos de mis hijos.

Serian ya casi las 3 de la tarde cuando oí que preguntaban por mí. El conserje fue a buscarme al salón y atrás de él venía Rolando, el chico “guarura” que me había “violado” en mi casa.

¡De inmediato me temblaron las piernas y sentí que mi puchita comenzaba a mojarse, empapando de manera inmediata la pantaleta que llevaba ese día!.

No pude aguantarme; me recargué contra la mesa de mi escritorio, y tomando fuerzas de flaqueza alcancé a pronunciarle, casi completamente sin aire, un:

  • ¡Rolando…!.

= Buenas tardes maestra…,

me dijo ese chico, de manera educada y correcta; y entonces el conserje, que conocía bien al muchacho, pues es quién lleva y trae a los hijos del alcalde, nos dijo, a manera de una pregunta cortés:

% ¿Los dejo…?.

Le dije que sí…, y procedí a sentarme en el escritorio, lo que no pasó desapercibido para ese muchacho, pues yo andaba ese día con una faldita azul marino, no muy ajustada ni muy corta, quizás unos 3 o 4 cm por encima de mi rodilla y en la parte superior traía yo una blusa azul cielo, sin mangas, con algunos estampados tropicales (palmeras y vegetación). El pelo lo traía suelto, al hombro; se me veía muy atractivo.

Al momento de sentarme, creo que mi faldita subió…, y creo haberle dado un buen espectáculo con mis piernas al chico, aunque no lo corregí, no me bajé la falda, simplemente me giré y el espectáculo se minimizó.

= ¡Hoy se quedó tarde trabajando, maestra!.

  • ¡Sí…!,

le contesté y le expliqué el porqué me había quedado yo tarde, por lo que el chico me preguntó:

= ¿Y ya termina profesora o va a quedarse todavía un poco más…?.

  • Yo creo que una media hora más, a lo mucho.

= ¿Quiere que la espere maestra…?, ¡la espero aquí afuera, para no

distraerla…!.

Me dijo el muchacho, saliéndose al mismo tiempo de aquel salón.

Quise seguir trabajando, calificando, corrigiendo, pero mi mente ya no estaba conmigo, estaba clavada en mi sexo, en mi rajadita, mojada. ¡Me habían dado “ganas” con sólo mirar al muchacho.

Mi mente daba vueltas y vueltas: miraba a mis alumnos, mis compañeras, mi familia, mis hijos, los cuatro tipos de “aquella vez…”, pero no me estaba yo quieta ni podía concentrarme en mi trabajo, así que decidí retirarme y quizás trabajar en la casa ese fin de semana, por lo que salí y llamé a Rolando, quién estaba fumando en el patio. ¡De inmediato apagó su cigarro y se dirigió hacia mí!:

= Dígame profesora…

  • ¿me puedes ayudar con algunas cosas…?

= Sí, claro..,

dijo de inmediato, solícito.

Lo hice entrar al salón, le di un portafolios y una mochila y:

= ¿Es todo?.

  • Sí…, nada más, gracias. Voy a despedirme del conserje y este salió a

despedirme; Rolando me estaba esperando en el coche:

= Ya subí el portafolios y la mochila, profesora. ¿Algo más…?.

  • No ya no, gracias.

le dije y me despedí también del conserje.

Rolando me abrió la puerta del auto, un Jetta (VW); me subí en la parte de adelante y volví a enseñarle las piernas al chico. Cerró la puerta y se subió de su lado.

Antes de arrancar, amablemente me preguntó:

= ¿cómo te fue?,

me dijo, esta vez tuteándome.

  • bien, gracias...

= ¿terminaste…?,

  • no…, todavía va para largo, por eso me lo llevo a la casa…

= ¿qué vas a 
hacer ahora…?

  • me voy a ir a mi casa

= ¿quieres que te lleve…?

  • sí…, gracias…, si no te es molesto; ando sin coche…, y…, a propósito…,

¿cómo fue que se te ocurrió el venirme a buscar…?.

= bueno…, es que pasé por el taller de Pancho y vi ahí tu carrito;

lo tenían desarmado, así que supuse que necesitarías que pasaran por

ti…

  • ¡aaahhh…!.

En ese momento Rolando arranca su auto y comienza a emprender el camino, pero al llegar a la esquina Rolando agarró para “La Esperanza, y yo vivía para “La Victoria, que son caminos opuestos. ¡De inmediato se lo dije…!.

= Es que…, quisiera invitarla a comer…, ya es hora…, o que…,

¿ya comiste…?.

  • Sí…, unas compañeras trajeron de comer…

= Bueno, pues…, vamos a tomarnos un trago, o una cerveza…,

un refresco, ¡a bailar..!. Hay un bar que se toma, se come, se baila…

Me lo quedé mirando, de manera desconfiada, como tratándolo de medir, de adivinar el trasfondo de sus intenciones, y luego de un pequeño silencio él, para darme confianza me dijo:

= ¡Vamos en plan de amigos, no más…!.

  • Bueno…, así sí…, pero…, tan sólo un ratito…, tengo que llegar a la casa.

Entramos en una terracería y comenzamos a caminar, despacio, pues estaba muy llena de baches y charcos. Íbamos avanzando cuando sentí cómo su mano derecha se posaba sobre de mi rodilla izquierda.

Mis ojos se clavaron en el muchacho, en Rolando y noto que “descuidadamente”, su mano va subiendo por mi rodilla, llegando a mi muslo y comenzando a meterse por debajo de mi faldita.

  • ¡Rolando…!,

le digo, y le tomo su mano y se la quito de mi muslo, de manera “educada”.

Rolando se gira y yo le sonrió:

  • ¡maneja…!,

le digo, y seguimos avanzando, despacio hasta que llegamos al sitio: una casa de campo, con un farolito en la entrada y varios autos estacionados afuera.

Observo cómo Rolando se mete por detrás de ese bar y entra a otra casa de campo, de dos pisos, disimulada, que al estar ya adentro, se observa que es un hotel.

Me pongo a mirar para todos lados, con cierta aprensión, con cierta desconfianza. Rolando estaciona el coche, lo apaga y trata de besarme en la boca:

  • ¡Rolando…!,

le digo, en plan de reproche:

  • ¡Me dijiste que veníamos en plan de amigos, no más…!.

= ¡Perdóname profesora…, es que la neta…, estás rete linda…,

y tienes unas piernotas…, muy bellas…!. ¡Disculpa pero…!, es que tengo

muchas ganas de estar nuevamente contigo…, no sabes lo mucho que

he estado pensando en ti en estas semanas que transcurrieron, maestra,

la neta, te quiero maestra, deveras…, te quiero de a madres, maestra,

me dijo, y se me lanzó encima, tratando de besarme en la boca, pero logré rechazarlo. Entonces él me agarró de los hombros, con fuerza y pasando uno de sus brazos detrás de mi cabeza y mi cuello, comenzó a jalarme hacia él, tratando de besarme en la boca, poniéndome sus labios sobre mis labios, pero…, volví a rechazarlo:

  • ¡aaahhh…, Rolandooo…, déjameee…!,

= ¡No seas así profesora…, no seas tan gacha …, estás rete linda…!.

¡Yo te quiero deveras maestra…, te quiero de a madres, maestra!.

Y volvió a tratar de besarme en la boca. Yo no me dejaba, pero él me acariciaba y me apachurraba los senos, me metía la mano en las piernas, por enmedio de ellas, tratando de alcanzarme mi sexo, debajo de mi faldita. Yo seguía resistiendo, forcejeando:

  • ¡nooohhh…, Rolandooo…, nooo…, déjameee…!.

Sentí que me llegaba a la pantaleta, y comenzaba a tentalearme mi sexo, los vellos de mi monte de Venus, mi rajadita: ¡completamente mojada!. ¡Me tenía bien caliente!, pero no quería complacerlo, me negaba a entregarme sin defenderme, que no fuera a creer que andaba yo patinando por él, o que me había gustado lo que había pasado en aquella otra noche…, pero…, consiguió pegarme sus labios a los míos y nos enfrascamos en un beso…, ¡en un largo beso…!, ¡cachondo…!, ¡tremendamente cachondo…!.

¡Sentí que mi rajadita comenzaba nuevamente a fluir…, a venirme…, a llenarme de mis secreciones, que comenzaron a oler de inmediato…, ese aroma de sexo que precede y perdura durante mis actos sexuales…, ¡lo estaba queriendo…, lo estaba aceptando…, le estaba yo diciendo que sí…!. ¡Mi cuerpo sí lo estaba aceptando…, aunque mi mente y mis labios dijeran que no…!.

Estábamos en esa discusión y ese pleito cuando alguien abre desde afuera la puerta del auto; es un hombre maduro:

% Buenas noches,

No dice, y los dos contestamos:

  • buenas noches,

% ¿quieren una habitación…?

= sí…, una habitación para pasar solo un rato…, por favor…,

Contestó Rolando a esa pregunta del hombre.

El hombre me ayudó a bajar del auto y Rolando se dio la vuelta; sacó la billetera y le extendió un billete a ese hombre:

% oh si tengan la llave.

Tomó la llave y subimos. Abrió la puerta, entramos y cerró la puerta con llave, ordenándome, de manera inmediata:

= ¡Maestra…, desnúdate y métete en la cama…!.

Yo, sin decir ni media palabra, lo obedecí. Me fui a un lado de la cabecera de la cama y empecé por quitarme la falda, la blusa, los zapatos, unos azules de tacón alto.

Aparecí solamente con mi brasier y bikini, de un conjunto de ropa interior, uno azul fuerte, azul obscuro, bonito, discreto.

Rolando había hecho lo mismo, cerca de la cama, pero del lado de la piesera, el lado contrario a la cabecera. Estaba ya completamente desnudo; se acababa de quitar el calzón y pude observarle, de esa manera, nuevamente su pito, su pene, no grande, pero sí muy desafiante y erecto, curveado hacia arriba, hacia el techo.

Yo, un tanto asustada, medrosa, me fui a sentar en la cama; Rolando se me acercó. Yo estaba quieta, pero temblando, no se si de miedo, de la emoción, del deseo, de la incertidumbre, no lo se, lo cierto es que escuché yo su voz, la de Rolando, que me ordenaba de pronto:

= ¡Agárramela…!.

Con algo de miedo, que no timidez, estiro mi mano y me apodero de ese pene, tan fuertemente erecto, tan erguido y gallardo, que palpitaba y daba de “brinquitos” como saludándome, como diciéndome “acá estoy”, “mírame”.

Estaba de verdad no algo, sino muy nerviosa y le acariciaba torpemente su pene, moviéndoselo sin ritmo, de arriba hacia abajo, jalándolo sin ton ni son.

Creo que finalmente ese chico se dio cuenta de mi nerviosismo y comenzó a acariciarme mis cabellos, a pasarme su mano de arriba hacia abajo, cosa que comenzó inexplicablemente a calmarme, a mitigar el miedo que yo traía, que estaba sintiendo.

Poco a poco se me fue pasando, me fui calmando, tranquilizando y entonces, suavemente el chico me fue jalando de mis hombros hacia atrás, hacia la cama, haciendo que me recostara a un lado de él, que estaba completamente desnudo; yo todavía conservaba mi ropa interior: mi brasier y mi bikini.

Una vez recostados, me jaló hacia él y me dio un beso en la boca: uno rápido, casi fue poner sus labios sobre los míos, y luego de ello, me giró hacia mi lado izquierdo, haciéndome que le diera la espalda, para comenzar a quitarme el brasier. Lo desabrochó, me lo sacó y lo tiró a un lado, sobre de la cama.

= ¡Ven…!,

me dijo, jalándome un poco hacia arriba y hacia el centro de la cama.

Yo lo obedecí y lo seguí, recostándome en el centro de aquella cama, con mi cabeza en la almohada, con mis senos erguidos y mis pezones erectos. Conservaba solamente mi bikini azul.

Ya estando tendida, Rolando comenzó a lamerme y besarme todo mi cuerpo. Comenzó por mi cuello, mis pechos, los pezones y se fue bajando por mi pecho y mi vientre, mientras me acariciaba suavemente mis caderas. ¡Se pasó un buen rato besando mi abdomen y jugando con mi ombligo!, ¡mucho rato!, me tenía ya casi impaciente, esperando su “ataque”. ¡Me estaba volviendo loca de la calentura!. ¡Quería que ya comenzara la acción!.

Me separó las piernas y comenzó a besarme mi sexo, por encima de mi bikini. Me le daba de mordiditas, me mordía mi monte de Venus, mis pelitos, mi clítoris, ¡mi panocha!. ¡Ya no pude aguantar…, comencé a suplicarle!:

  • ¡Ya…, ya…, ya…, Rolando…, ya dámelo…, ya…, ya métemelo…!.

Haciéndome caso, comenzó a bajarme el bikini, despacio. En cuando apareció mi monte de Venus, peludo, se puso a darle de besos:

= ¡Maestra…, está rete rico tu “monito”…!, peludito…, “pachón…”,

¡muy sabroso y aaahhh…cogedor!.

Terminó por sacarme el bikini; lo tiró a un lado de nosotros, sobre la cama también. Se regresó hasta mi sexo, ahora sin nada que lo cubriera. Me introdujo su cara; la puso delante de mi sexo y luego se puso a verlo, a mirarlo, casi diría “a contemplarlo”. ¡Yo estaba desesperada, con ganas de copular!, y volví nuevamente a “apresurarlo”:

  • ¡ Rolando…!, ¿qué pasa…?, ¡ya dámelo…, ya…, ya métemelo…, ya…!.

Pero Rolando estaba fascinado con mi panocha, con mi chochito peludo, peludo y venido. Me acariciaba mi clítoris:

  • ¡Rolaaando…!,

Le gritaba, brincando de la emoción y la excitación, ¡de las ganas de copular!.

Rolando seguía de “Cristóbal Colón y al mismo tiempo de Américo Vespucio”, “descubriendo” un nuevo mundo, en donde había estado, pero sin saber en donde había estado. ¡Trataba de conocerlo, de apreciarlo, de mimarlo, pues ya lo amaba desde antes!.

Comenzó a besarlo, muy suavemente; ¡apenas si pegaba los labios de su boca a mis labios vaginales!, pero eso me excitaba y me prendía más de lo que ya estaba: ¡estaba hasta temblando de la calentura!.

  • ¡Rolaaando…, ya cógeme…!,

Le gritaba, casi enojada por lo caliente que me tenía.

Sin embargo, Rolando seguía descubriendo su nuevo mundo, despacio, guardando cada milímetro de mi sexo en su mente.

Besó pausadamente la peluda superficie de mi sexo. En un principio yo le apretaba su cabeza contra mi sexo, pero ya me había yo venido ya tantas veces que…, mis manos y mis brazos ya estaban totalmente desvalidos de fuerza y colgaban como muertos a los lados de la cama.

Pausadamente los labios de su boca empezaron a besar mis labios vaginales:

  • ¡Aaaaggghhh…!.

Solté un gemido muy largo, que se me escapó de mi boca. ¡Me estaba volviendo a excitar!. ¡Era como el beso del príncipe a Blanca Nieves!, que la hacía salir del letargo. ¡Empecé a recuperar yo mis fuerzas, a tomar nuevamente energía, a ir llenándome nuevamente de excitación!.

La lengua de Rolando empieza a entrar y salir lentamente en mi sexo, recorriendo mis labios, mi clítoris y toda mi rajadita, de arriba hasta abajo:

  • ¡Aaaaggghhh…, gggmmmbbb…!.

Pero poco a poco comenzó a introducirme su lengua, hacia adentro de mi sexo:

  • ¡Ooooggghhh…, gggmmmbbb…!.

¡La sentí deliciosa!. ¡Le regalé una venida…, un orgasmo más de los cientos que ya había yo estado teniendo esa tarde!.

Rolando me tomó de los muslos, me los levantó y…, en un acto reflejo, para evitar que me “abandonara” le abracé su cabeza con mis piernas, para terminar de “vaciarme” en su cara, en su boca.

= ¡ooohhhh…! ---slurp---oooohmm---

  • ¡Aaaaggghhh…, gggmmmbbb…!,

Gimoteábamos, extasiados por esos intensos preliminares. ¡No quise ni pude evitarlo: ¡me gustaba…!, ¡muchísimo…!, y lo estaba gozando…!.

= slurp---ooooohmmmmooh mmmslurp slurpohmmmmm slurpooohohhh

mmmmmmm slurpmmmmm 
slurpooooohmm slurpmmmm

slurpmmmmoooh,

eran algunos de los sonidos incoherentes que se escuchaban en ese cuarto.

De pronto Rolando se incorpora y se coloca por encima de mí y me dice:

= ¡Te voy a meter mi verga…!; ¡quiero que te la comas toda y que te

muevas muy rico…!, ¡que te muevas muy rico sobre de mi vergota!,

¡que me la llenes de secreciones…, que me la dejes muy blanca,

completamente batida de ti…, que te vengas muy duro…, muy rico!,

¿entendiste…?.

Yo no estaba pidiendo más que eso, ¡desde hacía mucho rato!, pero me quedo callada, atenta, expectante, y trato de desviar mi mirada a los lados.

Rolando pone su mano por encima de mi sexo, tratando de acariciarlo. Uno de sus dedos se introduce ávidamente hacia el interior de mi vagina y lo comienza a remover con cuidado, masturbándome con un cariño que me deja asombrada:

  • ¡aaahhh…!,

emito un gemido muy sorprendido y muy placentero también: ¡estoy sintiendo un muy dulce placer que se apodera de mí!.  ¡Nunca podría yo haber reconocido en este chico al energúmeno que me había atacado hacia apenas algunas semanas!. ¡Estaba irreconocible…!, era un chico muy tierno y muy delicado, afectuoso, atento, detallista!. ¡Era otro!.

= ¡Bésame…!,

Me dijo ese chico, colocándose encima de mí, acercando su boca a mi boca.

Comenzamos a besarnos en la boca, primeramente de manera muy tierna: sentía  su lengua dentro de mi boca, jugueteando con la mía. ¡Nos estábamos besando con asombroso cariño!, mientras que el chico me masturbaba hábilmente mi sexo y mi clítoris con su dedo y su mano:

  • ¡Ooohhh…!.

Poco a poco ese beso, que comenzó a hacerse muy largo, también comenzó a transformarse en cachondo, lujurioso, libidinoso, lascivo, concupiscente. ¡No pude aguantarme y, en cuanto retiró solamente un instante sus labios de los míos, solté un grito de deseo, suplicándole encarecidamente:

  • ¡Cógeme Rolando…, métemela ya…, por favor…!.

El chico toma mi mano y me hace que le palpe su verga; me la pone sobre de ella. Empiezo a acariciarla un poquito, a chaqueteársela, a disfrutar de su erección, tan perfecta, tan rígida, tan dura y acto seguido la coloco en la entrada de mi vagina, pero ese chico no me la mete de manera inmediata, se dedica a tortúrame placenteramente otro rato: se dedica a frotarla un buen rato por encima de mi vagina, amplificando mi deseo y también mi desesperación por tenerlo dentro de mí, hasta que finalmente, me mete, ¡solamente la punta!, ¡nada más la cabeza del pene!, ¡su glande!:

  • ¡Aaaaggghhh…, Rooolandooo…!. ¡Métela…, métela toda…, cabróoon…!.

Y me pongo a darle de puñetazos en sus hombros, desesperada por el jugueteo a que me tenía sometida.

Me enojo y me quedo inmóvil por unos instantes, esperando por su reacción. Mi  vagina está más que húmeda, se encuentra completamente batida, de los cientos de orgasmos que ya llevaba esa tarde, pero le hacía falta algo duro, más rígido y largo, ¡y lo tenía justamente a mi lado!, pero no se dejaba meter.

  • ¡Ya métela cabrón…!. ¿La vas a meter…?, o nos vamos,

Le dije enojada, molesta, presa de una gran calentura.

Finalmente el cabrón de Rolando comienza a empujarme su verga, la cual lentamente se mete por dentro de mí, en el interior de mi vagina.

  • ¡Rolando…!. ¡Ya métela…, métela más adentro…, métela toda…,

cabróoon…!.

Ahora Rolando sí me hace caso y me empuja con fuerza y me llega hasta adentro:

  • ¡Aaaaggghhh…, Rooolandooo…!. ¡Qué rico…, la tengo hasta adentro…,

qué rico, cabróoon…!.

¡La tenía ya toda entera, hasta adentro!.

Rolando empieza a sacarla y meterla a un ritmo lento primero y subiendo luego de intensidad y velocidad, cada vez es más fuerte y más hondo, mientras que yo siento y disfruto de su verga dentro de mí.

  • ¡Aaaaggghhh…, así Rolando…, qué rico…!, la siento muy rico, Rolando,

¡síguele, síguele, la tengo hasta adentro…!.

Las manos de Rolando acariciaban mis pechos; los acariciaba primero con la dulzura irreconocible con la que me estaba tratando,

  • mmmhhh,

pero después me comenzó a pellizcar mis pezones, los dos a la vez, fuerte, con fuerza, ¡cosa que también me prendió!:

  • Oooohhh…, zum.

¡No pude aguantarme: esos pellizcos me condujeron a un nuevo orgasmo!, ¡igual de brutal y grandioso que todos los anteriores!.

  • ¡Rolandooo…!.

Los brazos de Rolando me abrazan fuertemente de los hombros, como si fuera yo un gran objeto del cual su verga no para de entrar y salir, alargando y amplificando ese orgasmo.

Comienzo a jadear y jadear, a babear, a vociferar, a gemir, a pujar, a patalear de pasión y de excitación:

  • ¡Rolaaahhhndooo…, agh…, agh…, agh…!.

= ¡Te voy…, ahí voy…, me viene…, me vengo…, te va… aaaggghhh…!.

Y siento que empieza a vaciarse muy dentro de mi vagina, llenándomela toda entera de leche, que comienza a rebasar mi recipiente y comienza a emerger por el frente: ¡me tiene completamente inundada de su leche, de su lechita caliente, caliente y espesa!.

Rolando no se detiene, y aunque baja la velocidad de sus embestidas, él todavía continúa penetrándome por unos instantes más, hasta que termina por detenerse. ¡Nos detenemos; nos quedamos inmóviles!, aun juntos y compenetrados. Quedamos un buen rato inmóviles hasta que Rolando pierde finalmente su erección y entonces se zafa de mi vagina; ¡termina el acoplamiento y la conjunción!.

Nos que damos un rato juntos, abrazados, acariciándonos mutuamente. Rolando me acaricia los cabellos y eso se me hace muy tierno, me funde, me mata; me siento muy a gusto a su lado pero…, al cabo de un rato me incorporo:

  • ¡Tenemos que irnos, Rolando…!.

Me voy al baño, me meto a la regadera y ahí me alcanza Rolando. Nos damos de besos y nos bañamos entre besos y abrazos.

Saliendo del baño  me empiezo a vestir; ¡nos empezamos a vestir!. También Rolando se pone su ropa, sin decirnos ni una palabra, tan solo nos miramos vestirnos.

Salimos de ese lugar, nos vamos; bajamos, salimos. Nos metemos en el coche. Rolando se arranca y en el camino le digo:

  • Déjame en el sitio de taxis…

Y así lo hace. Me deja ahí no sin antes despedirnos con un beso en los labios:

= ¡te quiero mucho maestra…, coges muy rico y te mueves mucho mejor en

mi verga!. ¡Seguiré pasando a buscarte, seguiré pasando por ti!.