Avances en la dominación de Nancy (fragmento)

Traducción de un fragmento de "La enfermera Nancy se porta mal" ("Nurse Nancy Misbehaves", de Lizbeth Dusseau) ofrecido gratuitamente por PF

La enfermera Nancy se porta mal (fragmento)


Título original: Nurse Nancy Misbehaves

Autora: Lizbeth Dusseau

Traducido por GGG, septiembre de 2004

Meg Damien un putón. ¿Era siquiera razonable? ¿Había sido tal vez un sueño toda la conversación? ¿Cómo era posible que la chica que conocía desde la facultad, una que se contaba como su 'mejor' amiga, se hubiera transformado en seis meses, de una joven enfermera tímida, remilgada, llena de prejuicios, en una masoquista desvergonzada, sensual, con una vena salida y exhibicionista que sacar a la luz. ¡Solo un milagro, o el remedio secreto del Dr. Merriman! Las revelaciones de Meg dejaron a Nancy temblando temerosa en su propia bata de enfermera. Tenía que preguntarse si el Dr. Merriman le había perforado también los pezones a Meg, o ¿era el tatuaje del culo la única señal de su dominio sobre ella?

Mientras el turno de noche en el hospital avanzaba de hora en hora, los pensamientos de Nancy los consumía la confesión de Meg y su propio dilema como juguete sexual. Que extraño ir a trabajar y encontrar su cuerpo sexual salvajemente ocupado precisamente en el olor de los antisépticos, gasas, vendas, guantes quirúrgicos, cosas que antes apenas había percibido. ¡Y que extraños afrodisíacos! Su cuerpo zumbando cada hora ante la perspectiva de su próxima tarea.

Resultó que su próxima tarea era exactamente la que Nancy temía más, centrada en la única barrera física que encontraba casi imposible incumplir.

Esa noche se encontró con los doctores Lyman y Creighton en el corredor del hospital cuando estaban hablando entre ellos tranquilamente. La miraron captando su mirada y se sonrojó, preguntándose si estaban hablando de ella. Resultó que así era.

"Por todos los medios, haz los honores, Hank," dijo el Dr. Creighton mientras Nancy intentaba escabullirse de la pareja. Él se retiró de la escena, mientras el Dr. Lyman se cruzaba en su camino y Nancy se detenía.

"Diez minutos, en mi oficina," dijo. "Seré breve."

"Sí, señor," contestó obediente. El cambio echó a volar sus deseos y puso a tambalear su imaginación. Cuando finalmente llegó a la oficina particular del doctor en el quinto piso, las rodillas casi le chocaban de lo asustada que estaba.

El doctor la miró levantando la vista de sus papeles mientras Nancy cerraba la puerta. "Vi el vídeo la noche pasada," dijo mientras se levantaba de su silla. "Casi un examen. Saca a la luz cantidad de cosas que estábamos planeando para ti, de las cuales no es la menos importante el entrenamiento anal, que parece ser una preocupación especial para ti."

"Puede ser," contestó ella con cautela.

"¿Puede ser? Eras bastante inflexible en tus objeciones. ¿Has cambiado de idea?"

"Todavía estoy asustada, si es eso lo que está preguntando."

"Y tu miedo solo hará la experiencia más difícil. Puesto que tenemos toda la intención de tomar tu culo, harías mejor acostumbrándote a la experiencia." Se acercó a uno de los armarios cercanos. "¿Sin bragas?" preguntó.

"Usted me dijo que no me las pusiera."

"Sí, es cierto. Bien, aseguraremos el consolador con correas."

¿Asegurar el consolador? No hizo falta mucho esfuerzo para traerle aquella imagen a la mente.

Después de rebuscar en el armario el Dr. Lyman sacó un maletín de cuero negro, como de un pie (unos 30 cm) de ancho y otro pie de largo. Una vez abierto puso al descubierto una serie de consoladores de goma de tamaños variables, empezando con uno que era del tamaño de un dedo típico, incrementándose el tamaño hasta que el último de la fila podía haber tenido el tamaño de una botella de agua de diez onzas (algo menos de 300 cc). Debía haber unos ocho en el juego, pero Nancy no tuvo tiempo de contarlos antes de que el Dr. Lyman sacara uno del centro y cerrara el maletín. Incluso aunque el que había escogido no era de los más grandes dentro del rango de posibilidades, Nancy lo miró horrorizada, porque se daba cuenta de lo que él planeaba hacer con el feo objeto. A diferencia de la mayoría de los consoladores vaginales que eran relativamente rectos o con forma de pene, este, como los otros del juego, empezaba con un extremo estrecho y redondeado, se ensanchaba en el centro y luego se estrechaba en la base, que era una pequeña pieza plana de plástico flexible.

El Dr. Lyman le leyó el pensamiento. "Diseñado para permanecer alojado eficazmente en el culo sin atarlo," explicó. "Pero... solo para estar seguros de que no perderás la cosa, voy a atarlo con correas. Puedes llevarlo el resto del turno. ¿Qué será?" Consultó su reloj. "¿Unas dos horas?"

Nancy tuvo que haberse mostrado desconcertada o preocupada, y probablemente asustada, o todo a la vez, porque el Dr. Lyman volvió a mirarla con expresión crítica, añadiendo, "Créeme. No será tan malo como piensas. Ahora, dóblate hacia delante."

Su cuerpo nadaba en un estanque nebuloso de sensaciones, mientras su mente estaba estimulada, pensando en enormes pollas anidando en su culo, donde le estaban insertando ahora el consolador. El Dr. Lyman untó eficazmente la superficie de la cosa con lubrificante resbaladizo, rodeó el ano con la misma sustancia, y luego cuidadosa, suavemente, dio a la barra un empujón firme. Se movía cuidadosamente en el recto, con una sensación no muy diferente a la del cilindro metálico expansivo que el Dr. Stone había utilizado en su examen. Había sobrevivido a aquello, ¿por qué no a esto? Todo parecía lógico en su mente, pero su cuerpo presentaba una sublevación significativa. Su entrada posterior se cerraba y los músculos se tensaban en vez de relajarse.

"No luches contra ello, enfermera McCarron," advirtió el Dr. Lyman.

"Pero ¡no puedo!" lloriqueó desesperada.

"¿Eh? ¿Necesito calentarte el culo para conseguir que te relajes?"

"¡No, no!"

El doctor volvió a intentarlo, empujando un poco más firmemente esta vez, esperando que Nancy pudiera alejar sus miedos y abrir su cuerpo libremente. Pero no iba a ser así. Todavía petrificada, todo su cuerpo se apretaba inconscientemente, haciendo casi imposible que la vara encajara.

"Tal vez uno más pequeño," sugirió ella tímidamente.

"¡No! Nada de uno más pequeño," dijo bruscamente el Dr. Lyman. El tiempo era tan escaso como su paciencia. Decidiendo que no había otra forma de conseguir lo que quería, se dirigió de nuevo al armario y sacó de su interior una gruesa paleta. Siguió una enérgica azotaina, que sazonó el trasero de Nancy hasta que todo él se puso al rojo. Todo lo que podía pensar, mientras el horrible dolor le quemaba la piel, eran las historias de Meg de que le habían castigado con dureza el culo. ¿Era esto lo que ella necesitaba también?

En honor a la verdad el Dr. Lyman sabía exactamente lo que estaba haciendo para conseguir los resultados que quería. Detuvo abruptamente la azotaina y, antes de que Nancy se diera cuenta de lo que ocurría, intentó de nuevo con el consolador anal y, milagrosamente, se deslizó dentro del recto de Nancy con poco esfuerzo.

La impresión de estos cinco minutos asombrosos se interrumpió con una sorpresa final. Con el bonito culo de Nancy empalado, el doctor se puso detrás de ella, se bajó la cremallera de los pantalones y metió su órgano erecto en su coño. Con el otro orificio atiborrado con el tapón anal de goma, el pequeño espacio junto a él estaba increíblemente prieto. Él estaba excitado de un modo delirante desde el momento en que su polla forzó el camino hacia dentro. Rodeando el torso de Nancy su mano se introdujo dentro del vestido y luego dentro del sostén, donde tiró bruscamente de sus pezones. Todavía los tenía terriblemente doloridos de la perforación, cosa de la que él era consciente, pero nada importaba a aquel hombre salvo su propio alivio sexual... ni la incomodidad de Nancy, ni el dolor chirriante de sus pezones, ni la sensación de ser rasgada en dos, ni el hecho de que, justo al otro lado de la puerta de su oficina, sus colegas estuvieran discutiendo el tratamiento médico de los pacientes de la sala de al lado.

En cuestión de segundos se acabó el 'maravilloso polvo de un minuto', justo cuando la enfermera Ferguson llamaba a la puerta. Para cuando lo hizo la polla satisfecha del Dr. Lyman había vuelto a los pantalones, y la enfermera Nancy estaba razonablemente presentable, sentada con el culo desnudo sobre el asiento de la silla con un tapón anal que sentía como si fuera del tamaño de una manguera de incendios alojado en su recto. Las copiosas ofrendas del doctor le goteaban del coño, manchando el asiento de plástico de la silla. Tenía la cara sonrojada, pero por lo demás estaba suficientemente normalizada como para discutir sobre el paciente de la 375 con la enfermera Ferguson y dos estudiantes de doctorado que estaban visitando la planta aquella noche.