Auxiliando a una vecina (2)
Me aprovecho de que una vecina madura abandonada por su marido decide ponerse en el mercado nuevamente, y la ayudo a acabar con su largo período de abstinencia sexual
Después de aquella cena rápida en plan picoteo, doña Natalia —a la que ya trataba simplemente como Natalia— convino conmigo en volver a la cama «exclusivamente para dormir». Yo no dije ni pío, naturalmente, pero mi intención era otra muy distinta, sobre todo después de hacerme con la crema lubricante que descubrí en el armarito del baño... Habíamos echado dos polvos de campeonato, como desagallados, y ella además me hizo una mamada cojonuda, pero mi verdadera asignatura pendiente seguía siendo encularla, follarle el culo que tantas pajas me provocó en mi adolescencia. Natalia lo conservaba casi igual de apetitoso que quince años atrás: prieto, terso, poco o nada caído, de una redondez perfecta. Ya es raro que una de cincuenta tenga un culo así, pero créanme: lo tenía…
Nada más echarnos en la cama, los dos en pelotas, nos cubrimos sólo con una sábana porque hacía un calor sofocante. Natalia enseguida se colocó en su posición preferida para dormir, de costado, y yo aproveché para hacer lo propio pegándome a ella como una lapa, de forma que mi polla quedaba semi instalada en la raja entre las dos nalgas. Nada más notar el contacto con mi polla se me puso a la defensiva:
—Lucas, te recuerdo que veníamos a la cama sólo para dormir y que por hoy ya hemos follado bastante. Comprende que yo necesito descansar... Tengo una edad que no tolera los desmadres.
—Sí, sí, claro… Lo que pasa es que no tengo sueño.
—Al menos no me desveles a mí….
—La dejaré dormir tranquila si me promete una cosa…
—Depende de lo que sea.
—Que por la mañana acepte que le folle el culo.
—¡Ni loca! Eso duele y mucho, ¿sabes, Lucas? ¡Así que no me lo pidas! ¡Nunca me la han metido por ahí!
—¡Ah, menuda sorpresa! Es usted virgen de culo…
—Sí, porque me he empeñado en que así sea.
—Alguna vez tendrá que dejar de serlo, digo yo… Ocurre que su culo siempre ha sido mi sueño erótico más deseado y… ¿de verdad que no me lo va a conceder? ¡Sepa que puede causarme un trauma!
—¡No seas exagerado! Ni siquiera mi marido logró metérmela por ahí. Una vez lo intentó y me hizo mucho daño, y eso que su verga era más chica que la tuya.
—¿Acaso no lo sabe usted, Natalia? ¿No sabe que la mayoría de los culos sufren más con las pollas pequeñas que con las grandes? Las pequeñas necesitan hacer mucho esfuerzo para penetrar y acaban causando dolor, mientras que las grandes, y más si se utiliza un lubricante como el que yo tengo preparado, entran y salen como si nada …
—Tratas de embaucarme, pero no me convence lo que dices…
—Hagamos una prueba, mujer… Mañana le unto el ojete con la crema y yo me embadurno la polla; luego se la meto un poquito a ver qué tal va la cosa y, si le duele, se la saco al instante, ¿okey?
—Ya veremos porque no me fío… Pero en cualquier caso no será por la mañana, sino a la hora de la siesta, después de comer ¿vale?
—Sí que me vale.
—Pues ahora cállate y déjame dormir…
Durmió a pierna suelta, y yo también pude dormirme, pero me dio tiempo a repasar lo que habíamos hablado y, sí, quedé convencido de que Natalia me dejaría probar su culo. Yo creía además que ella quería “regalármelo” para vengarse así de su marido, que la abandonó por una colombiana joven, pero tenía verdadero pánico a que le hiciera a daño, miedo a algún desgarro severo…
Nos despertamos temprano, más o menos sobre las ocho, y los dos a la vez, como si estuviéramos sincronizados. Yo lo hice medio empalmado, con la polla morcillona, y diez minutos más tarde ya me la estaba follando otra vez. Fue un misionero clásico, rapidito, pero apañado. Yo le regué el coño de esperma y ella me dijo que también se había corrido, aunque lo dudo… Acto seguido desayunamos, y después Natalia me propuso un plan que coincidía por entero con el que yo tenía previsto:
—Lucas, ahora te subes a tu casa para que sigas preparando esa dura oposición que tienes entre manos, y te bajas más o menos a la hora de comer, a eso de las dos de la tarde. Para entonces yo ya habré preparado la comida, y después de comer tendremos la “siesta”…
Ni que decir tiene que le hice caso a mi vecinita y me bajé a casa. Estudié lo que buenamente pude, dadas las circunstancias, y tal como acordamos a los dos en punto de la tarde ya estaba llamando a su puerta. Natalia me hizo pasar rápido y volvió a mirar a un lado y a otro para cerciorarse de que nadie me veía entrar… Luego nos sentamos a la mesa y comimos de rechupete. No tomamos postre o, mejor dicho, lo tomamos en el catre y en pelotas. Un postre especial y una Natalia sorprendentemente sumisa que ejecutaba mis sugerencias como si fueran órdenes incontestables:
—Colóquese bocabajo, levante un poquito el culo, así, así, en pompita, déjeme ponerle esta almohada debajo de la pelvis, ¿ve lo cómoda que está? Ahora puedo untarle mejor la cremita y es una postura ideal para que mi polla le entre más fácilmente y suavecito… Mantenga las nalgas separaditas ayudándose de sus dos manos…
Yo ya estaba colocado de rodillas sobre ella, con una pierna a cada lado, y con la polla pringada de lubricante, empalmada por completo, apuntando al techo, dura como una piedra, gorda y cabezona como nunca… Debajo de mí y a mi merced, su culo; aquel culo que siempre fue mi perdición, mi deseo juvenil más oculto, el culo que me follaba virtualmente cuando me masturbaba, blanco, redondo, de nalgas aniñadas con hoyitos y pelusilla… A Natalia le entró el canguelo a última hora y quiso tocarme la fibra:
—Mejor que no, Lucas, tú eres un gran chico, una buena persona, y sabes que me harás mucho daño, todavía estás a tiempo, no me la metas; mi culo no está preparado para una polla del tamaño de la tuya, si quieres te la chupo otra vez…
No sólo no despertó mi misericordia, sino que sus palabras me dieron el pistoletazo de salida, el aviso de que ya llegaba la hora de encularla. Así que me recoloqué a horcajadas sobre ella, me agarré la polla, tiesa como un mástil, y se la acerqué hasta a la hendidura, apuntando y afianzando el glande contra el ojete, suave pero firme; después presioné fuerte un par de veces hasta que logré vencer la resistencia del pequeño orificio y pude meterle el glande y un buen trozo más de verga. Natalia se pilló su primer rebote:
—¡Ay! ¡Ay! ¡Uf! ¡Uf! ¿Lo ves, cabrón? ¿Ves como sí que duele? ¡Ya la estás sacando! ¡Sácala inmediatamente!
—Pero Nati, cielo, eso es sólo un poquito al principio, luego ya no…
Era la primera vez que tuteaba a mi vecinita profesora de instituto, la mejor amiga de mi madre... Aquella noche venía hablándole de usted y llamándola primero «doña Natalia» y luego «Natalia» a secas. Ahora de tú y con el diminutivo «Nati». Follar propicia estas cosas…
—Prometiste que me la sacarías al instante si me dolía, ¡y me duele, joder! ¡Así que sácala ya! ¡No la quiero dentro ni un segundo más!
No se la saqué, no, sino que se la encajoné entera, hasta el fondo, hasta hacerla desparecer dentro de su culo, hasta que mis huevos golpeteaban y rebotaban en el coño y zonas aledañas. Veinte centímetros de polla gorda y dura empalándola, embutida en un recto estrecho, virgen, ahora por fin horadado; un recto solazado de calor que me la aprisionaba lo justo, que le venía como un guante. Se la había metido hasta muy adentro, pero tuve la deferencia de mantener la polla quietecita hasta que el culo se fuera acostumbrando a su tamaño y a tenerla alojada en su interior.. Al poco rato ya la moví ligeramente, con ligeros vaivenes de tanteo, y me percaté enseguida de que Nati los acompasaba tímidamente al mismo ritmo, y ya sin insultarme y sin la pesada matraquilla de pedirme que se la sacara. Obviamente aquella era la señal que necesitaba para pasar al ataque, pero preferí que me lo confirmara:
—¿Ya no te molesta que la tenga metidita en tu culo, verdad Nati?
—Un poco, pero puedo aguantarla…
—¿Sigues queriendo que te la saque, cariño?
—No, no… Me da que pronto desaparecerán las molestias… Y no me llames cariño…
—¡Ah! Prefieres que te llame puta, zorra, golfa y cosas así…
—No sé…
Se la saco cuatro o cinco centímetros y se la vuelvo a meter lentamente, suavemente, observando su reacción; se la saco de nuevo siete u ocho centímetros y lo mismo. Repito esa cadencia tres o cuatro veces seguidas y compruebo que ya no sólo no gimotea, sino que disfruta, que respira entrecortadamente sofocada de placer… Es el momento de embestirla, de empalarla a tope, y le meto la polla con brío, a barullo, fuerte, apretándola hasta el fondo, a ritmo de arrebato. Nati me sorprende pronto:
—Así, así, dame Lucas, dame, sigue, ¡qué rico! ¡qué bueno!
—¿Ahora te gusta, puta perra? Pues toma polla, cabrona, y toma más….
—Eso, eso, fóllate mi culito, que ya no me duele..
—Verás cuando te lo rompa, zorra…
Continué penetrándola con fiereza estimulado por su tremenda excitación y por su positiva actitud. Para premiarla se me ocurre palmearle el clítoris mientras le perforo el culo con saña... Nati enloquece, se extasía, va de espasmo en espasmo, flota sobre alguna nube. Yo ya le asesto los últimos pollazos, largos y profundos, taladrando a lo bestia. Se corre y me corro copiosamente. Ella en mi mano, que me la empapa toda con sus calientes flujos vaginales, y yo me voy en lo más hondo de su culo, inundándoselo de leche espesa de unas cinco o seis descargas. Cuando ya le saco la polla, un hilillo de semen algo rojizo sale también de su ojete. Se lo comento, y Nati me responde con su sonrisa pícara, como la de una niña traviesa que acabara de hacer una travesurilla, la misma cara que cuando me la chupó y se tragó toda la lefa sin hacerle ascos. Esta vez añadió frases irónicas y con segundas:
—¡Qué bien, Lucas! ¡Ya me has desvirgado! Tú sí que eres un macho, y no el otro que mariquita que yo me sé…
Obviamente pensé que se estaba refiriendo a su marido, que al parecer no se lo quitaba tan fácil de la cabeza… Tanto me da que da lo mismo. Yo me la había follado dos veces, me había hecho una mamada genial y acababa de sodomizarla. Un completo de puta madre. El lunes siguiente escuché que hablaba en casa con mi madre. Me acerqué hasta la cocina sin hacer ruido y pude oír lo que Nati le decía a mamá:
—Seguí tus consejos, Irene, y este fin de semana me enrollé con un joven de veinticuatro años que está de muerte y que tiene una gran polla entre las piernas. El jodido me folló cuánto quiso, hizo que se la chupara y me taladró el culo. Disfruté como una loca, y hasta grabé en el móvil parte de la enculada y se la mandé por wasap a mi marido para cabrearlo. Él nunca logró metérmela por atrás.
Creí que se estaba tirando un farol, porque yo no vi en ningún momento que grabara nada, pero al volver a mi cuarto me dio por mirar el móvil y, efectivamente, también a mí me había mandado el video. La próxima vez le voy a hacer pagar en carne mis derechos de imagen…