Autoerotismo en tu ausencia.

...Un último beso a tu boca dibujada en la falange de mi dedo índice y falangina de mi dedo pulgar... dedos...

AUTOEROTISMO EN TU AUSENCIA.

Aunque ayer fue la última noche de invierno, el frío de tu ausencia me cala más y más. Sin embargo, cuando regreses, no encontrarás mis labios helados, cenizos, partidos, sino, vivos y anhelantes de los tuyos. No verás mis manos apagadas y tiesas; sino activas y felices de acariciarte. Mis nalgas no estarán ásperas ni heladas; sino tibias, turgentes, palpitantes y ávidas de tus caricias. Mi pene no será un trozo informe de morcilla; sino un a verga parada, untosa, lista para penetrar-te por tu oquedad que prefieras o por todas. Porque… Te cuento lo que pasó:

Al acostarme, me cobijé muy bien para mitigar tanto el frío de la última noche de invierno, como el cruel frío de tu ausencia. Desperté a la media noche y sentí mucho frío, las cobijas se habían corrido dejando un hueco descubierto por el que se enfriaron las nalgas. Así que, me cubrí y las froté sobre mi trusa de algodón. Pronto, la frotaron se convirtió caricia. Mi palma advertía tanto la nalga debajo del algodón, como la porción desnuda que gozaba del contacto de la palma. Mis dedos inquietos encontraban una porción mayor de nalga desnuda, corriendo el borde del calzón o introduciéndose ansiosos dejado de él.

Gozábamos, la palma de mi mano, mi nalga y yo mismo. Así que pensé, me quitaré la trusa. Para ello metí la mano debajo de la tela por la cintura. El goce fu mayor, porque ahora podía acariciar con deleite mis dos nalgas complacidas y gozosas que se movían, como con vida propia, buscando puntos de mayor contacto con la palma y dedos de mi mano derecha.

En tanto, la mano izquierda formaba un hueco carnoso en torno de mi barba. En el ir y venir del hueco, la falange de mi dedo índice, tocaba, excitaba mis labios, que no tardaron en abrirse, mi dedo índice entró en ellos y mis labios ávidos de tus besos, aprisionaron y humedecían la falange de mi dedo índice, ahora quieto, en tanto que mi dedo pulgar, se desplazó hacia arriba desde la punta de mi barba y delicadamente aprisionó con la falangina mi labio inferior, en tanto la lengua iba y venía acariciando y humedeciendo la falange aprisionada por ambos labios, el de abajo a su vez, aprisionado por falange y falangina. Así, en su conjunto, labios y lengua humedecían y mamaban la falange. ¡Vaya beso de lengüita! No pude menos que imaginar que mi boca besaba y succionaba la tuya.

Fue tal la situación, que mi verga se paró y reclamaba sus caricias; pero yo no quería soltar el hermoso beso recién descubierto y mi mano derecha claro que no estaba quieta y debajo del calzón que nunca cayó porque su presencia me ayuda a pensar que no era mi mano, sino la tuya la que acariciaba mis nalgas y no eran mis dedos, sino los tuyos los que encontraron los bordes de la hendedura de mis nalgas, acariciándolos de arriba abajo y yo no soltaba el beso y tu dedo medio en el mío, como tantas veces lo había hecho, encontró mi ano y lo acarició y yo no soltaba el beso, pero no me penetró como tú lo hacías cuando me tenías encima y yo no soltaba el beso y mi verga clamaba su parte.

Así que solté el beso, con la mano derecha empuñé la verga, bajé el prepucio y pase por el cuello la falange del dedo índice de mi mano

izquierda y volvió a su lugar, antes la olí y percibí el fuerte aroma de mis feromonas y mis labios y lengua mamaban y enjuagaban la falange, hasta que le tomaron todo el inquietante sabor.

Mientras mi mano derecha con la verga empuñada, hacía lo que tan bien sabe hacer. Regresó la mano derecha a revisar las nalgas y las encontró sudadas. Solté el beso y la falange izquierda que ya había entregado todo el sabor de las feromonas, vino hasta acá y recogió el sudor sexual de mis nalgas enardecidas y regresó a entregarlo en el hermoso beso tan apenas descubierto.

La derecha continuaba su labor puñetera, ante la urgencia, solté el beso y la mano izquierda hizo un pocito con la palma y dedos y vino a colocarse en la punta de la verga que soltó su licor seminal. Cambié de postura para poder sorber el licor secretado. Lo sorbí y lamí la palma como lo hago con tu vulva. Me reacomodé, me cobijé, ahora más ligero, un último beso a tu boca dibujada en la falange de mi dedo índice y falangina de mi dedo pulgar y me quedé dormido. Cuando desperté, ya era Primavera.