Autobús nocturno

Cada noche me subo en el mismo autobús nocturno que me lleva y me devuelve del trabajo. Pero aquella noche iba a ser diferente.

AUTOBUS NOCTURNO

Podría decir que sucedió de la manera más imprevista pero faltaría a la verdad. Cuando algo está a punto de suceder noche tras noche, finalmente sucede. Por mucho que queramos impedir lo inevitable, es precisamente eso: inevitable. Cada noche me montaba en aquel autobús nocturno de vuelta a casa y cada noche fantaseaba con la misma situación. Mi nombre es Carlota, tengo 42 años y trabajo en una empresa de limpieza. De lunes a viernes paso toda la noche limpiando en un edificio de oficinas a las afueras de la ciudad. Ocho interminables horas ejerciendo de prestidigitadora. Las personas dejan papeles, colillas, botellas de plástico, suciedad por todas partes.

Cuando abandonan sus trabajos al final de la jornada toda esa suciedad permanece. Curiosamente al día siguiente cuando vuelven a sus mesas ha desaparecido. Yo soy la prestidigitadora que obra ese milagro. Ocho horas desde las nueve de la noche a las cinco de la mañana, limpiando sin descanso. Ese es mi cometido y no tengo otro mejor. Estoy separada y tengo dos hijos a los que alimentar así que quedarme en casa no es una opción. Cada noche me subo en el mismo autobús nocturno que me lleva al trabajo y cada madrugada me vuelvo a subir para que me devuelva a casa. Salgo de casa a las ocho de la tarde y vuelvo a las seis de la mañana, el tiempo justo para ducharme, descansar un momento, preparar el desayuno y despertar a los niños.

Después por la mañana intento dormir entre ruidos de transistores, perros ladrando o personas gritando. A mediodía voy a comprar, recojo a los niños en el colegio, estoy con ellos por la tarde, después les doy de cenar, les acuesto y vuelvo al trabajo. Así de Lunes a Viernes, trabajando en un trabajo miserable que apenas da para vivir. Me siento sola. Rodeada de gente y completamente sola. Os preguntareis ahora por el padre de mis hijos. ¿El padre? Le pediría que nos pase una pensión pero para hacer eso antes tendría que encontrarle. Se fugó hace tres años y no hemos vuelto a saber nada de el. Nadie dijo que vivir fuese una tarea fácil. ¿Verdad? Los mismos tres años que hace que no salgo a cenar fuera, que no sonrío abiertamente o que no tiemblo por nada ni por nadie. Desde hace tres años me limito a sobrevivir mientras subo a ese autobús que me lleva a un trabajo de mierda. Nunca mejor dicho. Y tampoco soy capaz de vislumbrar un futuro minimamente mejor. Quizás por eso prefiero sumergirme en los libros, me subo en el autobús, me siento en el mismo asiento de siempre y dejo que mi mente flote por las palabras. Cualquier libro que cuente acerca de un mundo mejor (cosa bastante fácil) es un oasis en medio de este desierto de mierda.

Aunque eso solo lo hago después de saludar al conductor.

Supongo que ahora debería contarles acerca de ese hombre. Porque en realidad esta historia es acerca de ese hombre y de mí. No acerca de autobuses nocturnos ni tampoco acerca de vidas miserables. Se trata simplemente de la historia de dos personas comunes. Ni más ni menos. Aquel hombre se llamaba Carlos. Y siempre conducía el autobús. De Lunes a viernes, toda la noche. Es un hombre cuya edad ronda los cincuenta años, fornido y amable, moreno, con una densa cabellera gris, ojos grandes y mandíbula cuadrada. Su mirada es franca y su sonrisa sincera. Siempre me saludada con una frase diferente pero siempre amable.

La noche en que sucedió todo yo iba vestida con un liviano vestido de algodón y sandalias, poco más. A pesar de mi edad mi cuerpo todavía parece el de una muchacha de veinte años menos. Soy pequeña, delgada y pizpireta lo que acrecienta aun más esta sensación de juventud. Me gusta arreglarme pero nunca tengo la oportunidad de hacerlo. En realidad no se porque aquella noche me puse aquel vestido de algodón tan impropio para un trabajo como el mío. Pero me lo puse. Al subir al autobús Carlos me recibió con una sonrisa amplia y una frase que me descoloco "vaya… esta noche está usted mas preciosa que nunca". No supe que contestar, simplemente musité una torpe frase de agradecimiento y corrí a refugiarme en el asiento de siempre. Durante todo el trayecto pude darme cuenta de que no dejaba de mirarme por el retrovisor, con esos dos ojos negros grandes y poderosos. Cuando bajé del autobús se despidió de mí con un simple adiós. Por delante me quedaban ocho horas de pura mierda. Y nunca mejor dicho.

Mientras comenzaba a limpiar la moqueta me di cuenta de la excitación que de repente se había apoderado de cada centímetro de mi piel. Intenté apartar cualquier idea absurda de mi cabeza pero no fue posible. Solo era capaz de visualizar aquella mirada y a mi misma mirando avergonzada al suelo como una colegiala. Podía recordar perfectamente sus manos grandes y velludas, su cuello ancho y moreno, su pelo largo y blanco. Sus dientes. Su nariz. Esos ojos negros que no dejaban de mirarme. Me estaba excitando demasiado.

Dejé la aspiradora en el suelo Y me senté en una mesa para recuperar la respiración. Estaba en el trabajo y aun me quedaban muchas horas… debía ser racional. Tenía un trabajo que hacer y no podía permitirme el lujo de perderlo. Inconscientemente abrí las piernas y deslicé mi mano hacia mi entrepierna, estaba completamente mojada. Cerré los ojos y apreté con fuerza. Deseaba masturbarme, allí mismo. No. No podía. No debía. Mi mano izquierda se agarró fuertemente a la mesa mientras obligaba a mi mano izquierda a salir de debajo de mi falda. No podía. No debía. Mi mano izquierda tropezó con algo. ¿Qué era? Uno de esos gruesos rotuladores fosforescentes. Lo que faltaba.¿Y si al guardia de seguridad le daba por subir a la planta en una de sus rondas nocturnas? Respuesta correcta: encontraría a la señora de la limpieza metiéndose material de oficina por el coño. Fantástico.

Aunque antes de metérmelo en el coño… me lo metí en la boca lubricándolo lo suficiente, después lo deslice suavemente por el interior de mis muslos y lo apreté contra la entrada de mi vagina. El rotulador entró sin problemas. Abrí un poco más las piernas y apoye los pies encima de la mesa. Estaba completamente estirada, imaginando al conductor del autobús mientras metía y sacaba el rotulador de mi coño. Ya me daba igual si aparecía el guarda de seguridad o el circo ruso en pleno. Estaba poseída por un desenfreno como hacia años que no conocía. En realidad desde que mi marido me había abandonado no había vuelto a estar con un hombre. No tenia ganas. Inconscientemente rechazaba al género masculino. Pero ahora era diferente. Mi mano izquierda siguió buscando más objetos por encima de la mesa hasta dar con un rotulador un poco más fino, lo ensalive y lo puse en la entrada de mi culo presionando levemente. Costó un poco más pero entró sin problemas. Imagine que el conductor del autobús me estaba follando mientras sus dedos se abrían paso por mi ano. Al poco rato un grito desgarró el silencio en la planta octava de aquel edificio de oficinas. Cuando apareció el guarda de seguridad me encontró en actitud normal, limpiando con un trapo ciertos rotuladores… le dije que me había pillado la mano en un cajón sin querer y que por eso había gritado. El tipo me pregunto si necesitaba algo y le dije que no así que desapareció. Pero si que necesitaba algo… y no era precisamente el arma de aquel vigilante.

Supongo que nunca antes se me hicieron tan largas las siete horas restantes. Muchos de vosotros imaginaríais que fueron la siete horas más felices de vuestras vidas. Con esa sensación oprimiendo el corazón porque sabes que algo va a suceder. Inevitablemente. ¿Feliz? ¿Cómo se puede ser feliz sin ver una puesta de sol? ¿Cómo se puede ser feliz sin degustar un buen plato de comida? ¿Cómo se puede ser feliz deseando a alguien y no teniéndolo? De repente me di cuenta de que llevaba demasiado tiempo deseando a aquel desconocido.

Las siete malditas horas que tuve que sufrir hasta que volví a subir a aquel autobús. Allí estaba mi hombre al volante. Sonriéndome. Me senté en el asiento de siempre. En el autobús debería haber unas diez personas más. Conocía perfectamente donde iban a bajarse todas y cada una de esas personas. Diez negritos. El desasosiego comenzó a crecer en mi interior de manera imparable, como una de esas enredaderas que trepan por la pared. No podía dejar de mirar a aquel hombre mientras apretaba con fuerza los muslos en un infantil esfuerzo por obviar lo inevitable. Me conocía su nuca de memoria, también sus brazos girando el volante, sus pies apretando los pedales. Sus ojos mirándome por el retrovisor. Unos ojos negros y penetrantes. Era como verse reflejada en el mar en plena noche.

Estábamos a punto de llegar a mi parada, la última parada del recorrido. Todos los pasajeros ya dormían en sus camas, posiblemente. O estaban camino de ellas. Después el autobús nocturno emprendería la vuelta hacia las cocheras para permanecer dormido hasta la noche siguiente. El autobús giró a la derecha y enfocó la parada. Yo me levanté, di unos pasos vacilantes hasta el conductor y simplemente le susurré "voy hasta el final del trayecto". Me miró y no dijo nada, simplemente asintió mientras yo volvía a mi asiento. A pesar de caminar de espaldas algo me dijo que me estaba clavando aquellos ojos negros a través del espejo retrovisor. Estaba cansada y excitada. El autobús entro en la terminal y se dirigió a una especie de hangar que estaba a oscuras. Aparcó entro dos autobuses mas y apago las luces quedando todo en semipenumbra. Mis manos temblaban como las de una colegiala antes de su primer beso. Vi como su silueta se acercaba a mí, era mucho más alto y corpulento de lo que había imaginado. Se sentó a mi lado.

-Hola –dijo simplemente antes de que sus labios se apoderasen de mi cuello.

Simplemente me dejé hacer.

Sus grandes manos se deslizaban por mis muslos, por mis pechos, por mi nuca, por todas y cada una de las partes que hacia años que no tocaba otro hombre. La penumbra me salvaba de la vergüenza. De la propia y de la ajena también. Abrí las piernas y deje que metiese sus manos donde yo había estado metiéndolas toda la noche. Su respiración era fuerte, su olor también, sus manos también.

Era un macho. Y yo hacia mucho tiempo que necesitaba uno. Demasiado tiempo. Cerré los ojos y permití que sus dedos se introdujesen dentro de mí, estaba completamente mojada. Note dos dedos dentro de mi vagina y uno dentro de mi culo. Era una sensación extraña, nueva, nunca antes ningún hombre me había metido un dedo en el culo. Pero no era desagradable. Estaba tan mojada que apenas le había costado hacerlo. Inspiré profundamente intentando no correrme mientras aquel tipo liberaba uno de mis pechos con la otra mano y se lo metía en la boca. Yo estaba inmóvil, sentada y dejándome hacer. Luchando por no tirarme de cabeza a su bragueta. No fue necesario. De repente cesó en todas sus actividades que tanto placer me estaban dando y liberó su polla, una magnifica herramienta que brillo en la penumbra de aquel extraño escenario. No podía aguantar más. Mis mandíbulas se abrieron de inmediato y me abalance sobre aquel trozo de carne con autentico apetito.

Estaba deliciosa pero era demasiado grande y mis mandíbulas no estaban acostumbradas a tal cantidad. El tipo gemía y movía mi cabeza acompasadamente mientras yo intentaba inútilmente tragarme su polla hasta el mismismo centro del universo. No me importaba que oliera fuerte o que tuviera un sabor que a otras mujeres hubiese repugnado. Llevaba demasiado tiempo haciendo cosas asquerosas para otros así que ahora iba a hacer algo verdaderamente asqueroso por y para mí. Me agarró del pelo y separó mi cabeza de su pene. Entonces me besó paseando su lengua por todos mis empastes y dejándola caer en la garganta con pasmosa facilidad. Mientras intentaba devolverle el beso no dejaba de masajearle su cada vez más impresionante miembro.

De improviso me puso de pie y con una facilidad pasmosa me saco el vestido por la cabeza. Ahora solo quedaban mis bragas empapadas y mis sostenes con mis pechos prácticamente fuera. Aunque estaba a oscuras… sentí vergüenza. Hacia demasiado que no me mostraba a nadie y tampoco estoy orgullosa de mi cuerpo. Tengo todas las manías y complejos de una mujer de mi edad aunque considero que soy atractiva. Sin saber como, de repente me encontré sin bragas ni sujetador. Habían volado, al igual que el vestido. Recé mentalmente por poder encontrarlo todo después. El conductor se quito toda la ropa y me recostó contra el asiento, estaba a cuatro patas encima del asiento, con la cabeza apoyada en el otro asiento y mi culo en pompa. Noté como su lengua comenzaba a deslizarse por mis labios vaginales en dirección al culo y después de vuelta. Aquel desconocido me estaba comiendo como nunca nadie lo hubiese hecho antes aunque también debo reconocer que nunca antes había hecho lo que estaba haciendo ahora. Noté como su lengua luchaba por abrirse paso en mi ano mientras sus manos masajeaban con dureza mis pechos. Cerré los ojos e intenté abandonarme a cualquier sensación. Necesitaba abandonarme a cualquier situación. Hacia años que lo necesitaba. De repente me encontré gimiendo y gritando. Mordiéndome el labio inferior y golpeando el asiento con mis puños.

El conductor dejó de comerme y me dio la vuelta para meter su polla en mi boca. Apenas pude reaccionar, su pene volvía a entrar y salir de mi boca a toda velocidad, me estaba ahogando. Agarré la base de su polla con una de mis manos y comencé a masajearla, como si le estuviese haciendo una paja. Con la otra le acariciaba los testículos. Noté como su respiración se aceleraba. El se hizo con el control de mi cabeza y comenzó a follarme la boca con fuerza. Me estaba ahogando, ahora de verdad. Pero no me importaba. Necesitaba conocer el sabor de la leche de aquel desconocido.

Lanzó un grito al tiempo que una gran cantidad de leche comenzaba a amontonarse en mi boca. Un sabor salado y extraño. Entonces sacó rápidamente la polla de mi boca y acabo las tres ultimas descargas de semen en mi cara. En mis labios. En mi nariz. En mis mejillas. En mi barbilla. Después hizo algo que recordaré toda la vida. Saco una linterna de su bolsillo y me enfocó la cara. Quería ver mi rostro manchado de semen. Entonces hice algo que recordará toda su vida. Abrí bien la boca, le enseñe mi boca llena de su semen, después me lo trague y volví a abrir la boca para demostrarle que no quedaba ni una gota. Pude vislumbrar una sonrisa en su rostro. Después bajó la linterna para inspeccionar perfectamente mi cuerpo. Finalmente apagó la linterna y se hizo con una de mis manos para llevarme al centro del autobús.

-No te limpies –me ordenó autoritariamente- quiero volver a follarte con la cara manchada de leche.

Haría eso y mucho más. Haría todo lo que me ordenase. Necesitaba hacerlo. El tipo fue hasta el asiento del conductor dejándome en el centro del autobús y buscó algo debajo, al volver pude vislumbrar dos pañuelos de color rojo manchados de grasa. Me ato ambas manos a una barra en el techo. No soy demasiado alta así que quedé prácticamente de puntillas. No era cómodo pero tampoco doloroso. Era simplemente excitante. Simplemente una locura. Atada en un autobús a oscuras, a merced de un desconocido. Desnuda y con la cara llena de semen. Mis dos hijos en casa esperando que les despertase para desayunar.

Pero sucedía que esta harta. Harta de ser la ultima de la lista.

Noté como se acercaba a mi espalda. Noté como me separaba las piernas. Noté su pene abriéndose paso en mi vagina. Noté su pecho sudoroso contra mi espalda. Noté su olor en mis olores. Noté su respiración en mi nuca. Noté sus manos en mis pechos. Noté como comenzaba a entrar y salir de dentro de mi con autentica fuerza, como queriendo partirme en dos. No me lo podía creer, estaba allí a oscuras con las manos colgando del techo mientras un tipo me estaba follando a conciencia. Era la escena mas parecida a una violación. Era simplemente delicioso. Era todo cuanto había estado esperando. Al cabo de un rato una especie de corriente eléctrica comenzó a recorrerme las piernas, desde las pantorrillas a las caderas. Apreté los dientes pero no pude evitar lanzar un grito que coincidió con la última embestida de aquel tipo. Acabábamos de corrernos juntos. El mejor orgasmo de mi vida. El mejor orgasmo de cualquier vida conocida.

Se quedo pegado a mi espalda, sin sacar el pene de mi vagina. Simplemente besándome los hombros. Noté como poco a poco su pene comenzaba a crecer de nuevo dentro de mi. No podía creerlo. Pero en vez de volver a bombearme sacó su pene dejando que una mezcla de semen y flujo se deslizase por el interior de mis muslos sin que pudiese detenerlo. De improviso noté como dos de sus dedos se internaban dentro de mi culo. No estaba preparada para aquello. Intenté prevenirle pero de mi boca no salía ninguna palabra. No había palabras. Simplemente necesidades. La necesidad de ser partida en dos por aquel desconocido. Noté como la punta de su pene se apretaba contra mi ano. Nunca antes me habían sodomizado. Apreté los dientes y esperé lo inevitable. Un gran dolor se apoderó de mi espalda al tiempo que su pene entraba en mi ano. Era una sensación desagradable, molesta y totalmente ajena al placer. No era como cuando me había metido los dedos.

Ahora era algo contario a todo cuanto había sentido desde que nos habíamos besado. No era agradable. Pero de nuevo, no iba a quejarme. Simplemente le dejé hacer mientras mi mente se concentraba en encontrar alguna suerte de humillación en aquel ejercicio tan doloroso. Estuvo sodomizándome cerca de diez minutos y en ningún momento conseguí el más mínimo de los placeres. Pero no me apetecía quejarme. Simplemente le dejé hacer. Tenía miedo de perder a aquel hombre y sabía que tarde o temprano me acostumbraría a ello. Me había acostumbrado a tantas cosas en la vida que no iba a cerrarme una puerta más. El tipo se descargó en el interior de mis intestinos con un grito ahogado en mi pelo mientras me destrozaba los pezones a pellizcos. Cuando se retiró una nueva cantidad de semen y quizás sangre se deslizo por el interior de mis muslos.

El tipo me desató y luego me limpió amorosamente con aquellos pañuelos. Me besó y me abrazó. Dolor y placer. Necesidad y miedo. Me daba igual si había sido correcto o si había sido completamente satisfactorio. Simplemente lo necesitaba tanto que nunca hubiese podido negarme. Llevaba tanto tiempo haciendo lo correcto que no podía esperar ni un día más. Necesitaba sentirme viva. Todos lo necesitamos. Quizás el secreto de la felicidad es que lo consigamos o no. Así de simple.

Cuando llegue a casa mis hijos ya se habían levantado y estaban preparando el desayuno ellos solos. Les miré y no pude evitar una lágrima de alegría deslizándose por mi rostro. De repente me di cuenta de que mis hijos estaban creciendo y de que yo había conseguido uno de los momentos más intensos de mi vida.

Y lo mejor de todo, me di cuenta de que noche tras noche seguiría subiéndome a aquel autobús nocturno.