Autobús hacia la esclavitud
La vida de las hermanas Mosley cambia radicalmente cuando, tras asistir al funeral de sus padres, su coche se avería en una carretera desierta
Este relato es una traducción al español del original "Bus to slavery" publicado por Razor7826 en la web BDSM library. No es de una gran calidad literaria, pero la situación, el hecho de que un accidente fortuito cambie de una hora a la siguiente la vida de las tres hermanas de una forma tan drástica, me pareció bastante erótica. Partiendo siempre del hecho de que esto, al fin y al cabo, no deja de ser más que una fantasía.
I
- Aún no me acabo de creer que mamá y papá se hayan ido de verdad – suspiró Theresa Mosley mientras apoyaba la cabeza contra la ventana del coche de su hermana. El paisaje pasaba raudo a través de ella.
Sharon Mosley se giró hacia el asiento trasero.
- Superaremos esto, hermanita. La clave está en seguir hacia delante con tu vida.
La mujer más joven comenzó a llorar mientras miraba a su hermana a los ojos.
- Yo… no puedo hacerlo. Creo que voy a abandonar este semestre.
La conductora del coche giró la cabeza y comenzó a reprender a su hermana menor.
- ¡No, no lo harás! Ya sabes lo importantes que eran tus estudios para mamá y papá. ¡Y ante se congelará el infierno antes de que te deje hacer eso!
Rebecca Mosley estaba claramente molesta ante los depresivos sentimientos de su hermana. A sus veintisiete años de edad, Rebecca se había convertido en la cabeza de familia, aunque la familia ya no necesitase de una. Con veintisiete, veintitrés y diecinueve años, las chicas Mosley ya no iban a ser nunca más una familia muy unida. Con la muerte de sus padres en un accidente de tráfico y con las dos chicas mayores ya independizadas, ya no había nada que mantuviese unida a la familia, y ya se había decidido que su casa rural sería vendida para pagar los estudios de Theresa.
Rebecca Mosley, la mayor de las tres hermanas, era una exitosa abogada que se había mudado a Chicago después de graduarse en la facultad de derecho. Segura de si misma y decidida, siempre había sido una buena hermana mayor para su familia. Por desgracia, aún llevaba a sus espaldas una tonelada de préstamos estudiantiles y no estaba en condiciones de apoyar financieramente a sus hermanas. Era alta y esbelta, de pelo largo y negro y de busto generoso sin ser excesivo – unos 90 cm -. Regresaba del funeral vistiendo un elegante traje negro y un sombrero de ala ancha del mismo color.
La mediana, Sharon, se había graduado recientemente y había comenzado a trabajar en una firma de contabilidad de Springfield, lejos de su familia. De las tres hermanas era la más seria pero, también, la más cariñosa. La extrema negatividad de su hermana menor durante la semana anterior la tenía muy preocupada. Sharon medía un metro setenta y poseía una hermosa media melena rubia y un busto algo mayor que el de su hermana Rebecca. En ese momento vestía un traje blanco y negro, el mismo que solía llevar cuando iba a la iglesia.
La más joven de ellas era Theresa, estudiante de primer año en una universidad estatal cercana. Era una joven brillante y muy ambiciosa, pero no se encontraba preparada para la repentina muerte de sus padres. Al borde del colapso emocional, se mantenía en pie gracias al apoyo de sus dos hermanas. Era bajita y delgada, con el cabello castaño claro y un escaso pecho. Llevaba puesto un ajustado vestido negro.
Las tres habían quedado conmocionadas cuando sus padres murieron en un accidente de tráfico el domingo anterior al regresar de la iglesia. Un conductor borracho se había llevado por delante la vida de dos personas maravillosas y, las chicas Mosley, apenas eran capaces de hacer frente a tan repentina pérdida. Rebecca rápidamente tomó el papel de hermana mayor y trató de ayudar a sus dos hermanas a lidiar con la pérdida. Sin embargo, hasta el momento, no estaba haciendo un buen trabajo y las cosas iban a empeorar más.
Las chicas estaban a medio camino entre el cementerio y la casa de sus padres cuando el motor del coche se detuvo.
¿Qué pasa? – preguntó Theresa volviendo a la realidad.
No estoy segura. – respondió Rebecca. – No sé mucho de coches. – dijo echándose al arcén, aparcando el coche y abriendo el capó.
Ninguna de ellas fue capaz de averiguar dónde estaba el problema.
- Llamemos a la grúa.
Las tres sacaron sus móviles y comprobaron la cobertura. No existía ninguna.
¡Maldita sea! ¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué hoy? – exclamó Theresa arrojando su móvil a la carretera, donde se rompió en varios pedazos.
¡Theresa! ¡Cálmate! ¿Vale? Necesitamos mantener la calma. Sólo tenemos que parar un coche y podremos luego llamar a la grúa una vez que consigamos cobertura.
Como de costumbre, era Rebecca quien mantenía la calma.
- ¡Estamos en medio de la nada! ¡Tendremos suerte si algún coche pasa por aquí!
Sharon tenía razón. Por esta carretera del condado apenas pasaba nadie y se encontraban a más de diez kilómetros de cualquier lugar con algún signo de civilización. Rebecca lanzó un suave suspiro.
- Esperemos una hora, - dijo – y si no pasa nadie, una de nosotras puede regresar hasta la charcutería de Tom.
Todas aceptaron el plan y se sentaron sobre el capó del coche, sin preocuparse por mantener limpios sus vestidos del funeral.
Después de aproximadamente media hora, Rebecca oyó lo que parecía ser un enorme camión articulado acercarse por la carretera. Eso era raro, nunca antes había visto uno de esos camiones por esa carretera. No existía realmente ninguna población importante al final de la misma a excepción de algunas granjas familiares. Cuando el vehículo se acercó, rebeca pudo comprobar que, en realidad, no se trataba de un camión, sino que parecía ser una especie de gran autobús comercial.
Con tres metros y medio de alto y diez de longitud, el autobús pasó a toda velocidad al lado del coche parado. Rebecca intentó atisbar en su interior, pero las ventanas estaban oscurecidas y, ni siquiera, permitían vislumbrar las siluetas de su interior.
El autobús pasó junto a ellas sin siquiera frenar, pero unos doscientos metros más adelante, el conductor frenó de golpe. La puerta del autobús se abrió dejando salir a una mujer. Ésta llevaba un largo vestido rojo que mostraba su amplio escote. Por la forma en que se movía, Rebecca pudo adivinar que llevaba tacones altos.
¿Necesitáis ayuda, chicas? – gritó la mujer.
Sí, nuestro coche está jodido y los móviles no funcionan. – respondió animadamente Theresa. - ¿Puede llevarnos?
La mujer se llevó una mano a la cara y, mirando a las tres hermanas, se quedó pensando unos instantes. Tras unos diez segundos, señaló con su brazo derecho a las tres mujeres.
- Claro que podemos. – dijo. – Somos un grupo de excursionistas dirigiéndonos a una convención, pero podemos dejaros en alguna parte del camino.
Mientras las mujeres caminaban por el arcén de la carretera, la mujer de rojo hizo un gesto complejo hacia el autobús, como si llamase la atención del conductor a través de los espejos retrovisores. Theresa advirtió la señal, pero rápidamente se encogió de hombros volviendo a su introspección.
La mujer se detuvo cerca de la puerta permitiendo que las tres hermanas fuesen las primeras en subir al autobús. Primero Rebecca, luego Sharon y, por último, Theresa subieron las altas escaleras que conducían al interior del vehículo. De pronto, Theresa tropezó contra su hermana mayor que, desconcertada, miraba lo que sucedía en el interior del autobús. Theresa miró hacia adentro para ver lo que sucedía y vio una de las escenas más perturbadoras que había visto en su vida, una escena que se grabaría a fuego en su memoria durante mucho tiempo a partir de ahora. En medio del elegante autobús se encontraba una chica asiática, no mucho mayor que Theresa, atada con cadenas y con su cuerpo cubierto de cuero. Un bozal de cuero le mantenía la boca cerrada mientras un hombre, de unos veinte años, le clavaba la polla, con un furioso mete-saca, en su culo. La muchacha atada levantó la mirada hacia las tres hermanas. Todas pudieron ver lágrimas en sus ojos.
Rebecca retrocedió hacia la puerta.
- ¿Qué le están haciendo? – preguntó. Pero un rápido empujón desde atrás la hizo tambalearse hacia el centro del autobús. La mujer de rojo no tenía intención de dejar salir a las hermanas. Agarró a Sharon y la empujó, también, hacia el centro del vehículo y luego sujetó a Theresa y tiró de ella a su lado. El conductor del autobús, un treintañero con perilla, sonrió ante la escena y puso de nuevo en marcha el autobús mientras sus ocupantes caían encima de las hermanas alejándose rápidamente del coche averiado.
Apenas un instante después, cada una de las chicas se hallaba amordazada. Rebecca con una mordaza de bola, Sharon con un bozal y Theresa con un bocado de cuero. Los brazos de las tres se encontraban bien sujetos a sus espaldas mediante unas gruesas muñequeras de cuero conectadas por unas cortas cadenas. La mujer de rojo registró los bolsos y bolsillos de las hermanas, vaciando su contenido sobre uno de los asientos del autobús. Al encontrar los teléfonos móviles, la mujer los tomó y les quitó las baterías.
- No queremos que la gente sepa donde estáis, ¿no es cierto?
Las tres hermanas trataron de liberarse, pero se mantuvieron firmes en su sitio gracias a las ataduras y los brazos que las sujetaban. La mujer de rojo caminó entre los ocupantes del vehículo y se arrodilló frente a las nuevas cautivas.
- Lo supe desde el momento en que os vi. Supe que seríais para nosotros.
Rebecca, sin conseguirlo, trató de abalanzarse sobre la mujer.
- Ahora, te sugiero que te calmes antes de que les hagas daño a tus hermanas.
Una mirada de terror asomó a los ojos de Rebecca. La amenaza contra su familia, evidentemente, había sido efectiva.
En medio del pánico que afectaba a sus hermanas, Sharon se mantenía serena. Mirando a su alrededor, tomó nota de cuanto la rodeaba. Primero, los ocupantes del autobús: la mujer de rojo, el conductor con perilla, la otra cautiva, el violador de la cautiva, una muchacha asiática que parecía tener la edad de Theresa, una india de unos treinta años y otro hombre de pelo oscuro y corto en la veintena.
- Mi nombre, - comenzó a decir la mujer de rojo, - es Michelle y nosotros formamos el Club BDSM de Sorrow’s Falls. Nuestro chófer Toby, Sari, Lucy, Frank y yo misma somos los miembros principales del club mientras que Amy, - dijo señalando a la chica asiática empalada por Frank. – es, por así decirlo, una iniciada reciente. En realidad es la hermana mayor de Lucy, pero parecía tener problemas con los hobbies de su hermana y amenazaba con contarle a su madre nuestras actividades. Sabiendo que tal revelación haría recaer sobre nosotros sospechas sobre algunas desapariciones recientes de mujeres en la zona, decidimos que Amy necesitaba incorporarse a nuestro club.
Mientras Frank continuaba violando su culo, Amy hizo una mueca de dolor.
- Vosotras tres sois la más reciente incorporación a nuestra larga lista de “socios”, ¡y tenemos ante nosotros un maravilloso fin de semana! Ahora, ¿quién de vosotras quiere ser la primera en experimentar nuestro estilo de vida?
Las tres hermanas protestaban bajo sus mordazas. Como respuesta a sus protestas, Michelle se limitó a sonreír. Las tres hermanas se veían deliciosas en sus vestidos de funeral.
Sari fue la que tomó la decisión.
- La del sombrero parece que quiere jugar. Enganchémosla al techo.
Frank sacó su polla del interior de Amy y agarró ferozmente a Rebecca de su collar. Levantándola, la condujo hacia el centro del autobús. Desde su nueva posición, Rebecca pudo apreciar las modificaciones especiales que el grupo había instalado en el autobús. Los pernos de anillas llenaban paredes, sillas y techo, como si el autobús estuviese diseñado para sujetar a la gente contra su voluntad.
Frank desató la cadena que mantenía unidas las muñecas de Rebecca y luego encadenó sus brazos por encima de su cabeza. Los brazos levantados de la mujer doblaron las alas de su sombrero.
- ¡Mfffff! – intentó en vano Rebecca escupir su mordaza de bola. Acababa junto con sus hermanas de enterrar a sus padres y, ahora, bajo su protección, iban a ser violadas por un grupo de fetichistas sexuales. ¡Qué horrible suerte!
Frank y las tres dominantes mujeres rodearon a Rebecca y comenzaron a acariciar su cuerpo cautivo. El tacto de la seda de su traje frotándose contra su piel resultó ser una sensación muy sensual, pero era una sensación que Rebecca trató de contener. Siri y Lucy tomaron cada una un extremo del cuello de su traje y tiraron de él, haciendo que los botones de la chaqueta y de la blusa de Rebecca saltaran exponiendo su negro sujetador.
- Mmmmm… - Rebecca seguía resistiéndose, pero comenzaba a perder la esperanza al darse cuenta de que, realmente, estaba a merced de esos monstruos.
Frank tiró hacia debajo de su sujetador exponiendo sus pezones. Luego, colocó en ellos dos grandes pinzas haciendo que Rebecca se encogiese de dolor. Mientras tanto, Michelle desabrochaba el cierre de los pantalones de Rebecca y tiró de ellos hacia abajo deslizándolos lentamente por las piernas de Rebecca. Sus bragas, sin embargo, le fueron arrancadas de un simple tirón.
- Parece que es hora de empezar. – murmuró Frank.
Sin más preliminares, el hombre levantó las piernas de Rebecca, separándolas hacia los lados, y le clavó la polla en el coño. Las caricias la habían excitado un poco, pero no lo suficiente. Un dolor agudo se apoderó de su cuerpo. Un dolor que se intensificó cuando Michelle introdujo un vibrador en el culo de Rebecca.
Theresa y Sharon observaban horrorizadas como su hermana mayor era violada, afligidas por el trato que le estaban dando, pero contentas también porque así ellas estarían libres de sufrimiento un poco más de tiempo.
Rebecca saltaba arriba y abajo sobre la polla de Frank, sus brazos parecían a punto de desgarrarse se sus articulaciones. Podía ver que el autobús había entrado en un área más poblada y esperaba que alguien viera la violación y viniese a ayudarla, pero luego recordó el tinte de los cristales. Nadie en el exterior podría verla.
La mazmorra móvil rodó por la pequeña ciudad y sus pacíficos habitantes no supieron que tres de sus queridas residentes estaban siendo violadas a pocos metros de ellos.
II
Mientras la mazmorra móvil rodaba por las calles de ese pequeño pueblo rural, Rebecca Mosley gritó bajo su mordaza de bola. Las lágrimas corrían por su cara, y por las de sus hermanas cautivas, cuando Frank, miembro del Club BDSM de Sorrow’s Fall, violó a la mayor de las tres hermanas que colgaba del techo del autobús.
Michelle observó la escena, orgullosa de su gusto sobre mujeres que la había obligado a recoger a aquellas mujeres. Dirigiéndose hacia la parte delantera del autobús, sacó su móvil y llamó a la séptima persona de su agenda.
- ¿Hola? ¿Jon? Soy yo, Michelle. Escucha, tengo un coche del que necesito deshacerme. ¿Tienes algún contacto en el centro de Illinois? ¿Sí, lo tienes? Bien. Deja que te diga donde está tirado el coche. Está en County Road… - dijo Michelle dando la ubicación y descripción del coche a su interlocutor.
Mientras tanto, Lucy y Suri dirigieron sus atenciones hacia las dos hermanas menores. Suri agarró a la tierna Theresa y la llevó a la parte de atrás del autobús, donde dejó caer a la más joven de las hermanas sobre un pequeño catre. La india encadenó los brazos y piernas de Theresa a las cuatro esquinas del catre y se tendió sobre su cautiva.
- ¡Oh, Dios mío! Michelle tiene razón. Eres hermosa. ¿Has estado alguna vez antes con una mujer? Realmente es muy divertido, si te dejas llevar.
Suri desabrochó la hebilla detrás de la cabeza de Theresa y el bocado cayó hacia un lado.
- A… Ayúdenm… mmmmmfff… - trató de gritar Tgeressa, pero Suri insertó su lengua en la boca de la joven. Una ola de lágrimas brotó de los ojos de Theresa, pero ya no tenía ni fuerza ni voluntad para continuar protestando. Las duras pruebas de la semana anterior habían llevado emocionalmente a Theresa al límite. Ahora, tras ser testigo de la violación d esu hermana mayor y al borde de que a ella le sucediese lo mismo, estaba a punto de romperse.
Suri rebuscó en un pequeño contenedor junto al catre y sacó un pequeño cortaúñas. Aunque pequeño, fue suficiente para cortar las asillas que sostenían el vestido de Theresa. Deslizando la elegante tela negra por el cuerpo de Theresa, dejó al descubierto el sujetador negro sin tirantes que sostenía el pequeño pecho de la joven.
En tanto, en la parte delantera del autobús, Lucy estaba empezando a jugar con Sharon. La maliciosa joven asiática empujó ligeramente a la mujer blanca arrodillada haciendo que su cara tropezase con el suelo. Luego levantó el ligero vestido de Sharon para dejar sus bragas blancas a la vista.
- ¿Se supone que esto es un signo de inocencia, perra estúpida? Bueno, no por mucho tiempo.
Antes de ocuparse de las bragas, Lucy despojó a Sharon de sus zapatos y le colocó unas tobilleras, sujetando cada una de ellas a los extremos de una barra separadora. Una vez hecho esto, bajó las bragas de Sharon piernas abajo y luego, tomando el consolador más grande que pudo encontrar en el autobús, lo metió en el coño de Sharon.
Sharon gritó bajo su bozal, nunca antes había sido tratada sexualmente de manera tan brutal. Lucy rápidamente repitió la operación en su culo. El orificio anal de la virgen mujer blanca nunca había estado tan estirado y un pequeño chorro de sangre descendió por su perineo. Sharon comenzó a removerse en sus ataduras, lo suficiente para verse libre de la presa de Lucy. Rodó hasta la mitad del autobús, pasando junto a Frank y su hermana, hasta que acabó tropezando con la chica a la que Michelle había llamado Amy, la hermana de Lucy. Por un momento, los ojos de las dos cautivas se encontraron y Sharon pudo detectar la gran tristeza que había en los ojos de la prisionera asiática, Mirando su cuerpo, Sharon apreció cortes y marcas en cada parte de su cuerpo expuesta. Sharon hubiese podido jurar que Amy una vez llevó también un vestido de verano completo, pero la mitad inferior había sido rudamente arrancada en vez de, simplemente, doblada. Al igual que Sharon, la boca de Amy estaba cubierta con un apretado bozal.
El contacto entre las dos cautivas duró sólo unos instantes, hasta que Lucy y Michelle levantaron a Sharon por los brazos y la tiraran contra uno de los asientos. El impacto soltó los vibradores que cayeron al suelo. Charquitos de jugos del amor se formaron alrededor de ellos.
- ¡Jodida puta! – exclamó Lucy abofeteando furiosamente el rostro de Sharon tres veces. - ¡Nunca vuelvas a soltarte así!
Lucy alcanzó las manos de Sharon, sujetas a su espalda, desabrochó la cadena que unía sus muñequeras y luego sujetó estas a unos pequeños pernos que había en los apoyabrazos del asiento en el cual se hallaba ahora sentada Sharon. Repitió luego la operación con las tobilleras. Al presionar un botón en el lateral del reposabrazos, el asiento se reclinó dejando a Sharon atada y sexualmente expuesta.
- Oye, Toby, ¿quieres que me haga cargo de la conducción? – preguntó Lucy.
En la parte trasera del autobús, Suri mordía y chupaba los pezones de Theresa mientras le pellizcaba el clítoris. Incapaz de seguir resistiéndose, Theresa tomó el asalto en silencio y, al menos en parte, disfrutándolo de la manera primitiva que sólo es posible cuando todo pensamiento verdadero está suspendido. Suri paró por un momento y miró a Theresa a los ojos.
- ¿No te diviertes, chica?
Theresa siguió con la mirada perdida, sin notar como Suri se desnudaba y se colocaba luego un arnés con un consolador. La india remangó después el vestido de funeral de Theresa, le arrancó sus bragas negras y montó a la cautiva. Theresa respiró hondo y soltó ligeros gruñidos mientras la mujer india forzaba la entrada de la que una vez fue enérgica estudiante.
En la parte delantera del autobús, Frank se encontraba lo suficientemente cansado como para dar un ligero descanso a Rebecca. La mayor de las hermanas colgaba dolorosamente de sus muñecas, sus piernas ya no eran capaces de sostener su cuerpo. Su vestido, una vez elegante, no era ya más que un conjunto de restos desgarrados y andrajosos. Restos de semen resbalaban por sus muslos.
Tras los sucesos del día, Rebecca se encontraba en estado de shock. Esa mañana, cuando las tres hermanas veían como enterraban a sus padres, se preguntó cómo su familia podría superarlo. Eran los padres perfectos y Rebecca estaba ansiosa por formar una familia bajo la atenta mirada de su madre y de su padre. Ese sueño se volvió imposible cuando un conductor borracho se salió de su carril aquel domingo por la tarde.
En el funeral, Rebecca realmente pensó que aquel suceso sería el peor de su vida.
Ahora se daba cuenta de lo equivocada que estaba. Mientras observaba como ella y sus hermanas eran violadas por el Club BDSM de Sorrow’s Falls, Rebecca no podía dejar de creer que las cosa se pondrían mucho peor en vez de mejorar. Es decir, si es que de alguna forma pudiesen mejorar.
Junto a ella, Toby, el conductor, se estaba follando a Sharon. Su hermana permanecía aun atada a la silla reclinada y, a pesar de la paliza y sus gemidos de dolor, Toby seguía embistiéndola mientras estrujaba sus tetas con sus manos. Después de unos cuantos intentos de golpear a su violador, Frank colocó un collar alrededor del cuello de Sharon y luego lo sujetó al apoyacabezas, dejándola realmente indefensa.
Los asaltos continuaron durante toda la noche. Cada una de las hermanas, salvo Theresa, recibió las atenciones tanto de los hombres como de las mujeres. A las cuatro de la mañana, finalmente, todos los asaltantes decidieron ir a dormir, dejando a cada una de las hermanas atadas para que reflexionasen, en silenciosa contemplación, sobre la peor semana de sus vidas.
Rebecca, finalmente, fue liberada de su colgante infierno y encadenaron sus muñecas a la base de uno de los asientos, obligándola a dormir en una piscina de semen y flujos que emanaban de su hinchado y enrojecido sexo.
Sharon seguía aún en su asiento, con cada una de sus ataduras lo suficientemente flojas como para permitirle moverse, pero no lo suficiente como para hacer algo útil con sus miembros.
En la parte trasera, Theresa todavía descansaba sobre el pequeño catre, con Suri acurrucada a su lado. La india le había tomado el gusto a la menor de las hermanas, pero eso de ninguna manera hizo que la odisea de Theresa fuese menor que la de sus hermanas.
Por último, Amy se encontraba encadenada boca abajo sobre un asiento, chorretones de semen recorrían la longitud de su cuerpo, proveniente de su coño, relleno con un consolador, y de su culo. Su boca se mantenía abierta gracias a unos separadores metálicos y más semen escapaba de ella. Una mirada aturdida cubría su rostro.
Michelle tenía planes para sus cuatro cautivas, y a falta de sólo unos pocos cientos de kilómetros más para llegar a su destino, sabía que tendría que usar duros métodos de entrenamiento para que las mujeres estuviesen listas a tiempo.
La mujer de rojo aceptaba el desafío.
III
Theresa Mosley se despertó para sentir algo pesado rodeando su cuello. Con los brazos atados, no pudo inspeccionar el objeto, pero un rápido vistazo alrededor de la cabina del autobús le dio una ligera idea de lo que llevaba puesto. Una vez más encadenada al techo y violada, su hermana Rebecca llevaba un collar de plata. Parecía un collar de perro corriente, pero la cerradura y el diámetro algo mayor lo hacían algo diferente.
Suri, la mujer que se había tomado a la fuerza el papel de amante lesbiana de Theresa, estaba deshaciendo los lazos que la mantenían sujeta al catre. Una vez que las cuatro extremidades de Theresa estuvieron libres, Suri sujetó una correa al collar de la joven y luego la arrastró bruscamente hacia el centro del autobús.
Al ver que Suri traía a Theresa a la refriega, Frank dejó de embestir a Rebecca y la dejó colgando de sus brazos. Toby, por otro lado, se retiró del interior de Sharon y se corrió sobre su vestido de funeral. En cuanto a Lucy, ésta embistió un par de veces más a su hermana con un consolador de dos cabezas que sujetaba a su propio cuerpo con un arnés, después se soltó las correas del mismo y se lo tiró a la cara. Mostrando un absoluto desprecio por la comodidad de su hermana, soltó las cadenas que la mantenían a cuatro patas sobre el asiento reclinado y tiró de la correa de su collar. Las cuatro mujeres cautivas se encontraban ahora en el centro del autobús en varios estados de desnudez y cada una de ellas llevaba un abultado collar plateado.
Michelle les dirigió unas palabras a sus amigos, que comenzaron a arrancar las últimas piezas de ropa a las nuevas esclavas. Los restos hechos jirones de dos vestidos de funeral y de un colorido vestido de verano cayeron al suelo. Theresa miró hacia abajo y pudo ver muchas manchas de semen en la ropa.
Una vez todas quedaron despojadas de sus ropas, los captores encadenaron las muñecas de las mujeres a su espalda. Ahora, las cautivas estaban de pie, completamente desnudas, excepto por las muñequeras, las tobilleras, los collares plateados y las correas que pendían entre sus pechos.
- Dejadme haceros una pequeña introducción a lo que va a ser este fin de semana. – comenzó a decir Michelle. – Asistiremos a una convención en un pequeño motel en la Iowa rural y necesito asegurarme de que cada una de vosotras va a estar controlada todo el tiempo. Los collares que rodean vuestros cuellos son capaces de propinar fuertes descargas eléctricas a través de control remoto, igual que los collares especiales que se usan en el adiestramiento de los perros. Haréis muchas cosas que, obviamente, no desearéis hacer, pero obedeceréis o les aseguro de que no sólo recibirá dolor la rebelde, sino que también lo sufrirán el resto de vosotras. Ahora, Toby, yo me haré cargo de la conducción. Puedes participar en el entrenamiento.
Toby sonrió mientras Michelle y él intercambiaban sus puestos al volante sin detener el autobús.
- Muy bien, coños. ¡De rodillas! – gritó Toby.
Amy obedeció de inmediato, pero las hermanas se miraron entre ellas, obviamente reticentes.
- ¡Cada vez que alguno de nosotros dice algo, obedeceréis! – gritó Toby presionando los cuatro botones de su mando a distancia.
Todas las esclavas se estremecieron de dolor y cayeron al suelo. Sharon gritaba de dolor. Rebecca, sonriendo, aguantó las descargas, Amy lloraba a través de las sacudidas y Theresa abrió la boca, pero todo lo que salió de ella fue un jadeo vacío. Después de diez segundos, las descargas se detuvieron y todas las mujeres, excepto Theresa, se retorcieron sobre sus rodillas.
- ¡Eh, pequeña! ¿No me escuchas? ¡De rodillas!
Theresa no respondió. Toby le mandó otra descarga y, aunque se movió, claramente por efecto del dolor, no se levantó.
- ¡Maldita sea, parece que se rompió un poco antes de lo que yo hubiese deseado! – dijo agachándose para levantarla y colocarla de rodillas. Ella miraba fijamente al suelo.
Toby se volvió hacia sus compañeros e hizo un gesto alrededor de su entrepierna. Ellos asintieron mostrándose de acuerdo. Toby, siendo el único que aún permanecía vestido, se desnudó y luego tomó posición en frente de Theresa. Lucy lo hizo delante de Amy, Suri se colocó frente a Rebecca y Frank se paró frente a Sharon.
- Ha llegado el momento de hacer algunas prácticas orales, coños. – dijo Toby, demostrando una vez más que era el más grosero del equipo.
Las captoras se acercaron más a las cautivas mientras que los hombres señalaban con sus pollas, ahora erectas, a la cara de las mujeres.
Sin vacilar, Lucy cogió la cara de su hermana y la hundió en su entrepierna.
- ¡Lame! – gritó, pero Amy mantuvo la boca cerrada y gimió desafiante.
Enojada por la continua resistencia que presentaba Amy, Lucy apartó a su hermana mayor y empezó a enviarle descarga tras descarga rápidamente y sin ningún remordimiento. Amy se convulsionaba en el suelo mientras las descargas corrían por su cuerpo. Fue un gran aliciente para que las otras mujeres comenzasen a actuar tal y como les habían ordenado.
Rebecca tenía bastante experiencia con el sexo oral, pero nunca con una mujer. Obligada a acercarse más al pardo matorral de la mujer, apenas sacó un poco la lengua y comenzó a golpear con ella el clítoris de Suri. Ésta suspiró y comenzó a dar vehementes consejos a la novata comecoños.
- ¡Tienes que hacerlo con más fuerza, así! – dijo Suri agarrando con dos manos la cabeza de Rebecca y obligándola a entrar en su coño. - ¡Mete la lengua aquí, más profundo!
Rebecca obedeció, sintiéndose miserable todo el rato. Después de unos minutos, no pudo soportarlo más y se apartó, tosiendo profundamente. Suri frunció el ceño ante la desobediencia de la esclava y presionó un botón en su control remoto. El cuello de Rebecca comenzó a arder de dolor.
- ¡Ahhhhhh…! Por favor, ¡para!
Suri sonrió antes de responder.
- Mientras hagas lo que queramos que hagas y lo hagas bien, no tienes por qué sufrir daño. ¿Entiendes?
Rebecca miró al suelo, reflexionando sobre su vida. Las cosas iban de mal en peor. Además podría decirse que empeorarían aún más si no empezaba a obedecer las demandas, no importa cuán indignas fuesen, que le pidiesen.
- Sí, entiendo.
Y diciendo esto, Rebecca empezó a lamer profundamente el sexo de Suri. Por el rabillo del ojo miró a sus hermanas, deseando y rezando para que ambas hubiesen sido lo suficientemente listas como para cumplir las órdenes de aquellos sádicos antes de que las dañasen aún más. Sobre todo le preocupaba Theresa, que más que un ser humano parecía un cascarón vacío. “Mamá, papá… Perdonadme por no haber sabido protegerlas”, pensó.
A su lado, Sharon contemplaba fijamente el gigante miembro de Frank. Nunca había sentido un gusto especial por el sexo oral y la polla de Frank tenía un aspecto irregular y repugnante. Pero ver a Amy retorciéndose en el suelo presa de la agonía de las descargas eléctricas fue suficiente motivación para ella. Abriendo ligeramente la boca, la colocó rodeando el borde del miembro de Frank. Luego, como un buzo lanzándose al agua fría, tragó tanto de ella como pudo y comenzó a mamársela a su captor.
La última era Theresa, aún en un ligero estado de shock.
¿Vas a hacerlo o qué? – insistió Toby, pero Theresa solo miraba el miembro. Durante el Instituto, Theresa se había reservado como la muchacha cristiana para la que sus padres la habían educado, pero esa educación estaba ahora al otro extremo de lo que ahora tendría que hacer para sobrevivir. Ya haber pasado el día anterior siendo violada por Suri había sido bastante malo. No podía chupársela a Toby y siguió mirando aquella polla erecta fijamente.
Oh, vamos! ¡Ya! ¡Aquí, así! – gritó Toby agarrando la mandíbula de la aturdida chica y abriéndole la boca con las manos. Luego, agarrando su cabeza, le introdujo su polla.
Una vez que la mayor parte de su verga se hubo ajustado en la boca de la pequeña Theresa, Toby comenzó a instruírla sobre cómo hacer una mamada.
- Mójate los labios y úsalos para sellar tu boca alrededor de mi polla… Muy bien… Ahora, usa la lengua para acariciarla mientras la chupas… ¡Oh, sí! ¡Sigue haciéndolo…!
Theresa normalmente se hubiese opuesto a un tratamiento tan degradante, pero ya no estaba en condiciones de preocuparse por eso. Tras un buen rato chupando aquella desagradable polla, ésta comenzó a agitarse de forma espasmódica. Theresa sintió como el caliente esperma era disparado contra la parte posterior de su boca para salpicar luego su garganta. Sin poder evitarlo, empezó a toser.
- ¡No! Aprenderás a hacerlo de la manera correcta. Trágatelo todo.
Theresa mantuvo su boca sellada alrededor de la polla de Toby, tragando la primera de las muchas cargas de semen que tragaría ese fin de semana. Junto a ella, Sharon se ahogaba en semen, pero se lo tragó completamente, sabiendo lo que podía sucederle a ella y a sus hermanas si no actuaba según las expectativas de su captor.
Rebecca continuaba debatiéndose contra su primer intento de cunnilingus, pero Suri estaba siendo bastante razonable y sólo le propino algunas pequeñas descargas menores. Amy, por otra parte, viciosamente devoraba a su hermana como una experimentada profesional. Lucy gimió al alcanzar el orgasmo y sus piernas cedieron bajo ella haciendo que se derrumbase sobre su hermana. Ahora Amy estaba tendida sobre su espalda, con Lucy encima de ella.
La hermana menor llevó una mano a su coño y con un dedo empezó a masturbarse. Con la mano libre tomó el control remoto y presionó el botón de Amy.
- ¡Ahhhhh! ¡Sí, sí, sí…!
Lucy se corrió mientras su hermana se retorcía de dolor bajo ella.
Pronto, agotada, Lucy soltó el botón del control remoto. Amy lloraba.
¿Por qué… por qué me haces esto? – preguntó a su hermana.
Ibas a delatarme, perra estúpida. No tuve elección.
Amy continuaba llorando cuando el autobús entró en el aparcamiento de un destartalado motel en medio de la nada. Michelle se volvió hacia sus cuatro amigos y hacia sus cuatro esclavas y anunció que habían llegado.
- ¡Ya estamos aquí! Podéis asearos todos, yo iré a registrarnos.
Bajando del autobús, Michelle cruzó el estacionamiento hacia el vestíbulo del motel. Mirando el reloj de pared comprobó que eran las tres y cuarenta y siete de la tarde. Aún era viernes por la tarde. Un hombre blanco, bien parecido, de alrededor de unos cuarenta y cinco años estaba detrás del mostrador de recepción.
- ¡Ah, Michelle! ¡Me alegro de verte otra vez! El evento ya ha empezado abajo. ¿Cuántos miembros tienes este año? ¿Cuántos artículos tienes para el domingo por la noche?
Michelle vaciló antes de contestar.
- Cuatro miembros, cinco artículos.
Ese iba a ser un fin de semana interesante, pero delirantemente divertido. Michelle estaba mojada sólo con pensarlo. Tomó las llaves de dos habitaciones y regresó al autobús, relamiéndose ante lo que le deparaba su fin de semana favorito del año.
IV
Michelle abandonó el vestíbulo del Motel Flatland de la Iowa rural con tres llaves: dos para las habitaciones del motel y una para una habitación privada en el sótano. Luego acompañó a sus amigos y esclavas a las habitaciones del motel.
Las esclavas no iban a experimentar la comodidad de una cama normal, pero necesitaban prepararse antes de estar listas para los eventos preliminares del fin de semana. Tres de las cuatro cautivas marcharon a través del rocoso estacionamiento con los pies descalzos mientras que Sharon recibía en sus pies un duro castigo por parte de Frank.
- Eras la niña problemática de tu familia, ¿no es cierto? Espabílate o las cosas se pondrán feas.
Sharon lo miró con una expresión desagradable en la cara. No solo sus pies estaban indudablemente dañados, sino que pretendía que ella caminase por el aparcamiento, desnuda y arrastrada de una correa ¡en plena mitad del día! Podía ver otros coches frente a las habitaciones del motel, así que era obvio que había otras personas cerca. ¿Por qué sus sádicos captores se arriesgaban tanto? Una posible explicación vino a su mente, pero rápidamente desapareció cuando vio un ligero movimiento detrás de las cortinas de una habitación cercana.
- ¡Eh! ¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Violación! – gritó Sharon creyendo que tras las cortinas se escondía un potencial salvador.
Frank se apresuró a tomar su control remoto y presionó todos los botones a la vez. Los gritos de auxilio de Sharon fueron reemplazados por cuatro gritos de dolor que se solapaban mientras las cautivas se derrumbaban en el aparcamiento.
Michelle lanzó un suspiro ante la falta de discreción de su amigo.
- Frank, deja ya de pulsar el mando. Llevémoslas adentro.
Aunque consternado por renunciar tan rápidamente a su diversión, Frank, sin embargo, soltó los botones y condujo a Sharon hacia la habitación del motel. Theresa y Amy fueron conducidas a una de las habitaciones, mientras que Sharon y Rebecca fueron arrastradas a la otra.
Dentro de cada uno de los dormitorios, una de las esclavas fue arrojada sobre la cama mientras que la otra, sin ceremonias, era metida en la ducha, donde pronto fue acompañada por uno de sus captores. Allí les retiraron los collares eléctricos y las acompañaron en la ducha para “ayudar” en el proceso de limpieza, prestando especial atención al aseo de las tetas y orificios de las chicas. Los tormentos y descargas de las últimas veinticuatro horas, todavía frescos en sus mentes, hicieron que ninguna de ellas opusiese resistencia.
Una vez las cuatro mujeres estuvieron completamente limpias, Michelle las reunió a ellas y a sus socios. Después se dirigieron de nuevo a la oficina de recepción. Desde su llegada, a tenor del número de coches que se veía en el aparcamiento, se había incrementado el número de visitantes del motel.
Mientras Michelle conducía a las cuatro mujeres desnudas por el exterior del motel, el grupo pasó junto a un joven y dos mujeres, cada una de las cuales se aferraba a los hombros del hombre como si éste fuese una especie de deidad. El trío miró a las cautivas, sonrió como si estuviesen contentos con lo que veían, y continuó su camino. Rebecca oyó los murmullos del trío cuando entró en su propia habitación. A su lado, Sharon mostraba en su rostro una atónita mirada.
- ¿Por qué…? ¿Por qué no nos ayudan? ¿Qué sitio es este? ¿Por qué? ¡¿POR QUÉ?!
Frank se volvió una vez más hacia Sharon.
- ¡Me cago en Dios! ¿Qué coño te pasa? ¿Acaso no entiendes como funciona esto? Todas vosotras, manteneos calladas a menos que les ordenemos hablar.
Frank pulsó una vez más el botón del control remoto, pero esta vez sólo el de Sharon. Ésta se dejó caer de rodillas y luego de bruces hacia adelante, incapaz de protegerse con los brazos esposados a la espalda. Rebecca deseaba más que nada ayudar a su hermana, pero sabía que eso probablemente las condenaría a todas ellas a sufrir nuevas descargas.
Unos instantes después, Sharon se puso en pie, llorando, pero con el control suficiente para no tropezar hacia delante cuando Frank tiró de su correa.
El grupo entró en el vestíbulo, donde todavía permanecía sentado el hombre con el que Michelle había hablado antes. El hombre miró al grupo y sonrió.
- Ah, Michelle, has traídos unos objetos hermosos este año. Pero, pensé qué dijiste que tenías…
Michelle lo interrumpió rápidamente, como si impidiese que dijese algo que la pudiese comprometer.
- Gracias, Jim. ¿Ha empezado ya todo?
Jim sonrió, entendiendo lo que Michelle había planeado.
- Sí, todo está preparado, igual que el año pasado. Divertiros… especialmente las cuatro. – dijo mientras sonreía a las cautivas.
Michelle y sus compañeros guiaron a las esclavas a través de una puerta del vestíbulo con un cartel que ponía “Sólo Personal”. Más allá de la puerta se abría una amplia escalera que llevaba hacia abajo. Veinte peldaños más abajo se encontraba una puerta adornada con una hoja de trébol y un letrero con la leyenda “Refugio Nuclear”. Michelle giró el pomo de la puerta y la abrió, conduciendo a sus amigos y sus cautivas a través de ella hacia el reconvertido refugio antibombas.
Rebecca, Sharon, Theresa y Amy quedaron completamente asustadas ante lo que vieron. El refugio antiaéreo era casi como una pervertida y enorme sala de convenciones, con mesas, reservados, jaulas y carpas esparcidas por todas partes. Hombres y mujeres de todas las edades desfilaban por la sala. Muchos esclavos andaban detrás de sus amos tirados por las correas que éstos sujetaban. Ambos roles, amos y esclavos, eran ocupados por personas de ambos sexos, aunque las esclavas eran, claramente, las más abundantes. Algunos parecían estar allí voluntariamente, pero otros se encontraban amordazados y lloraban, con marcas de maltrato físico cubriendo sus cuerpos y, a veces, semen goteando por sus muslos.
Rebecca podía oír los gritos y los llantos provenientes de las carpas y jaulas mientras avanzaban por el pasillo, pero no podía ver lo que sucedía dentro de ellas. Basándose en las últimas veintiocho horas de su vida, sin embargo, pudo hacerse una idea bastante aproximada de lo que sucedía.
- Nos han reservado una carpa en el pasillo C. Vallamos allí y asignemos nuestros recursos para el fin de semana.
El grupo se abrió paso entre la multitud. Mientras lo hacían, Rebecca no dejaba de observar a cuantos los rodeaban y se dio cuenta de cuántas mujeres tuvieron que ser secuestradas para llenar aquel lugar. Por todas partes había mujeres encadenadas y amordazadas, llorando, llevando incluso a veces jirones de su ropa original. Una mujer, especialmente desafiante, llevaba aun los claros restos de un uniforme de policía. Otra llevaba lo que parecía ser un hábito de monja. Aunque cabía la posibilidad de que ambas solo llevasen disfraces, Rebecca pensó que aquellas habían sido sus ropas originales. En un rincón del vestíbulo, incluso, Rebecca vio como una de esas mujeres era violada sin que apenas ninguno de los presentes prestase especial atención.
“Como la gente del aparcamiento”, pensó. Sin lugar a dudas Rebecca podía asegurar que ese tipo de perversión sexual era la única razón por la que la gente acudía a este motel en mitad de la nada.
El grupo de nueve entró, finalmente, en la carpa de la que Michelle les había hablado. Sus dimensiones eran de aproximadamente cuatro por cuatro metros. La gruesa lona que la cubría era de color rojo y débiles luces colgaban sobre sus cabezas. El único mobiliario del habitáculo lo componían dos pequeños catres, una mesa y dos sillas.
Michelle se sentó sobre la mesa y sacó una pequeña caja roja. Rebecca pudo ver algo de su contenido: grandes pilas de monedas estadounidenses, esposas variadas, collares, bobinas de cadenas y cuerdas, pinzas para pezones y unos cuantos pasadores metálicos para piercings con los que Rebecca esperaba no tener que experimentar.
Suri fue la primera en preguntar acerca de las decisiones de la líder de facto.
- Michelle, ¿qué estás planeando? No esperábamos tener a estas cuatro cosas para este fin de semana.
Michelle miró sonriendo a su amiga.
- No te preocupes, Suri. Siempre tengo un plan. He arreglado las cosas para cada una de nuestras chicas. Dos enjauladas para enseñar nuestros productos en su ambiente al público. El cepo para la perra que nos desafía constantemente y estos catres para las actuaciones privadas con nuestra estrella principal.
Suri le devolvió la sonrisa, pero luego la miró perpleja.
- Pero… ¿quién es quién? Creo que se quién es la desafiante. – dijo Suri dando una rápida patada a la pantorrilla de Sharon, consiguiendo que ésta cayese al suelo. - ¿Pero quienes serán las otras?
Michelle expuso su idea.
- La joven Theresa no se encuentra en un estado lo suficientemente estable como para formar parte de un espectáculo, ni merece tampoco ningún castigo más extremo, por lo que será una de las que irá como muestra a las jaulas.
Theresa continuó mirando al suelo, aparentemente sin percatarse de que hablaban de ella.
- Amy, por otro lado, - continuó diciendo Michelle – sigue siendo consciente y complaciente, pero no es lo suficientemente buena como para alquilarla para su uso durante mucho tiempo. Con eso en mente, un “incremento de tráfico” sería beneficioso para nosotros a largo plazo.
Amy miró a Michelle y luego, asustada, a su hermana. Tenía una idea muy clara de lo que “incremento de tráfico” significaba, pero su “autopista” estaba ya bastante dolorida y sangrante.
- Sharon, la perra desafiante de la familia, irá a la picota. Cobraremos por su uso un precio nominal, tal vez cinco dólares, pero creo que podría disfrutar de un fin de semana de abuso ilimitado.
Una vez más, a Sharon le aterrorizó la idea de ser usada como un indefenso juguete sexual, pero Toby y Frank la sujetaron firme y dolorosamente de los brazos, manteniéndola firmemente en su sitio.
- Por último tenemos a la hermana mayor. Tiene un “algo” que la hace parecer muy elegante. Creo que haremos dinero con ella vendiéndola como escort de lujo.
A pesar de haber visto lo que le pasó a su hermana, Rebecca estaba dispuesta a derribar a aquella soberbia dominante. Afortunadamente para sus compañeras de cautiverio, dominó el impulso y se resignó a ejercer de puta de lujo durante el fin de semana.
- Así qué ¡pongámonos en marcha! Nos espera mucha diversión y mucho dinero y, quien sabe, quizás podamos marcharnos con más juguetes de los que hemos traido.
Y así, el Club BDSM de Sorrow’s Falls llevó a sus esclavas a sus destinos de fin de semana.
Toby condujo a Sharon al centro de la sala. Una vez allí, Sharon se dio cuenta de cuál sería el castigo por su actitud desafiante. Alrededor de un claro se disponían atiguas picotas, con agujeros para el cuello y las muñecas. Además del cuerpo principal, poseían también una barra acolchada para que los cautivos descansasen en ella la parte inferior de su estómago, sirviendo también para hacer más accesible su parte inferior. Varias de las picotas estaban ocupadas por otras mujeres que, como Sharon, parecían haber sido arrastradas a esta convención en contra de su voluntad.
Cada una de las inmovilizadas mujeres estaba siendo usada por la boca, el culo o ambos.
- Creo que tengo que recordarte las reglas del día. No sólo aceptarás lo que los clientes te pidan, sino que también deberás hacerlo bien. ¡Y no se te ocurra morder! Y para recordarte lo que sucederá si nos desafías…
Toby apretó el botón de su control remoto tan fuerte como pudo. Sharon cayó al suelo convulsionándose salvajemente mientras la corriente eléctrica atravesaba dolorosamente su cuerpo. A diferencia de ocasiones anteriores, Toby no paró. Durante varios minutos Sharon vivió el dolor como nunca antes lo había sentido en toda su vida. Poco a poco, notó como las descargas se hacían más y más débiles a medida que las pilas se agotaban, hasta que finalmente Toby soltó el botón.
- ¡Maldita sea! Esto será suficiente por ahora. ¿Vas a ser obediente?
Sharon asintió. En ese momento haría cualquier cosa por evitar las descargas.
Toby la acomodó en el cepo acolchado y sujetó firmemente, pero de manera cómoda para ella, sus muñecas y su cuello. Su cintura fue colocada sobre la barra acolchada y sus tobillos inmovilizados a unos pernos cerca de su base. Con la prisionera en posición, Toby se colocó a su lado para pregonar su mercancía.
En cuestión de minutos, Toby tuvo su primer cliente. Recogiendo la tarifa de cinco dólares, Toby dio acceso al cliente, un cuarentón con un ligero sobrepeso. Éste se situó detrás de Sharon, donde ella no podía verlo, se bajó los pantalones y comenzó a acariciarse su flácido miembro. Cuando estuvo listo, sin ninguna ceremonia previa, comenzó a violar el coño de Sharon. Ella soltó un breve grito de dolor, pero calló cuando recordó la amenaza de más descargas por parte de Toby.
Toby no dejó descansar a Sharon, alquilando continuamente tanto su boca como su parte trasera.
Al otro lado del pasillo, Amy y Theresa eran conducidas a las jaulas, donde cada una de ellas fue arrojada a su propia celda. No había nada en cada una de aquellas amplias jaulas de alambre más que un único colchón. Suri y Lucy acompañaron a las cautivas hasta las celdas y aseguraron sus correas a los pilares de las camas, manteniendo a las mujeres en el sitio donde más útiles podían resultar. Theresa aceptó su destino resignada, aun conmocionada por todo lo que le había sucedido.
Amy, por otro lado, no aceptaba las cosas con tanta facilidad. Podría decir que sabía lo que iba a sucederle, pero aún así intentó suplicar a su hermana menor.
- Hermanita… Creía que estábamos muy unidas. ¿No te acuerdas de cómo te llevaba al parque todos los días? ¿O de cómo te llevaba todo el rato a comer helados cuando saqué mi permiso de conducir? ¿Cómo puedes ignorar todo eso y hacerme esto a mí?
Lucy se volvió para mirar a su hermana mayor.
No me dejaste elección. – dijo. – Si le hubieses contado algo a mamá, todo se hubiese ido al garete. Ella conocía a una de las personas secuestradas para nuestro club y yo sabía que sería lo suficientemente inteligente como para atar cabos si le dabas una pista.
Pero esto… ¿Todo esto es justificable para salvarte? Mamá y papá te criaron para que fueses mejor que esto.
Lucy le dio la espalda a su hermana, claramente alterada por sus palabras.
- ¡Hola a todos! – gritó. - ¡Muestras gratis!
Un desfile de asaltantes se alineó junto a las jaulas, los suficientes como para mantener a Theresa y Amy ocupadas durante horas.
De vuelta en la carpa, Frank y Michelle vestían a Rebecca para su nuevo rol. Ésta llevaba un corsé de látex rojo con ribetes negros y unas botas negras de tacón alto. Llevaba también unos guantes negros que llegaban hasta el brazo. El pelo lo llevaba recogido en un moño alto. Alrededor de su cuello, en lugar del collar plateado de descargas, descansaba una ligera gargantilla negra.
Observando su comportamiento durante el día, Michelle sabía que la amenaza de dañar a sus hermanas era mucho más efectiva para Rebecca que la de dañarla a ella. Eso era lo que le permitía tenerla bajo control. Por ello, podía usar en ella adornos que aumentasen su valor estético en lugar del feo collar con inherentes amenazas de violencia.
- Te ves maravillosa, querida. – dijo Michelle dando los últimos toques al maquillaje de su puta. – Estás lista para la diversión.
Como única respuesta, Rebecca lanzó una mirada a Michelle.
- Esa no es una actitud muy productiva. – dijo Michelle frunciendo el ceño. - ¿Quieres que le mande a tus hermanas ésto?
Michelle sacó el control remoto e hizo amago de pulsar unos botones.
No, haré lo que me ordenes.
Eres una buena puta. Ahora acompáñame.
Michelle condujo a Rebecca fuera de la carpa seguidas ambas por Frank.
- Arrodíllate. – ordenó Michelle. – Pon tus manos a la espalda y exhibe tus bondades.
Rebecca obedeció.
Michelle fuera de su carpa con una esclava arrodillada a su lado era suficiente reclamo para llamar la atención de todos los que pasaban.
Un hombre bien arreglado, de mediana edad y vestido con un traje hecho a medida fue el primero de los muchos clientes que Rebecca tuvo ese día. Michelle y Frank esperaron fuera de la carpa mientras el hombre conducía a Rebecca al interior, sosteniéndola firmemente del brazo dándole solo una breve advertencia al cliente.
- No seas demasiado duro.
Dentro de la carpa, el trajeado hombre lanzó a Rebecca sobre uno de los catres y luego comenzó a desnudarse rápidamente.
Rebecca se sentó y observó como su polla se endurecía lentamente, sabiendo lo que tendría que hacer para mantener segura a su familia. Cuando el hombre estuvo listo, empujó a su puta de espaldas y sujetó sus muñecas mientras bombeaba su coño con su polla. Rebecca quería gritar de dolor, pero aguantó la agresión sabiendo lo que tenía que hacer para proteger a sus hermanas.
En toda la sala de convenciones, las hermanas Mosley, docenas de otras víctimas de secuestro y muchos esclavos voluntarios continuaron siendo asaltados en todos sus agujeros.
Fuera, era ya casi la medianoche. Matt, el empleado de recepción observaba como en el aparcamiento un brillante coche deportivo paraba frente al vestíbulo del motel y una rubia con un elegante vestido azul salía de él. El bajo escote del vestido ayudaba a mostrar su amplio canalillo. Según el juicio del joven recepcionista, parecía tener unos treinta y cinco años. Y además rica, según indicaba el enorme anillo de casada que llevaba.
El recepcionista comprobó si estaba sola. No. Un hombre de aproximadamente la misma edad que la mujer dormía en el asiento del pasajero.
- ¿Sabías que no hay cobertura de telefonía móvil en veinte kilómetros a la redonda? – le preguntó la mujer mientras atravesaba la puerta principal rumbo al mostrador en un momento en que no había tráfico dirigiéndose hacia el salón de convenciones.
“Esa es la clave”, pensó el joven empleado.
¿Tienes algo libre? Estoy demasiado cansada para seguir conduciendo y mi marido está demasiado borracho.
Por supuesto, señora. Son treinta dólares la noche.
La mujer buscó su tarjeta de crédito, pero el recepcionista la detuvo.
- Lo siento, señora. No admitimos tarjeta. Sólo efectivo o cheque.
Lo que el hombre no dijo fue que la razón de esa política. No era el motivo financiero que esgrimirían la mayoría de los locales. Era el de no dejar constancia de que alguna vez hubiese estado allí.
La mujer sacó su talonario de cheques, rellenó uno y se lo entregó al empleado.
- ¿Puede mostrarme alguna identificación? – preguntó él antes de aceptar el cheque.
La mujer consintió y le mostró un permiso de conducir de Nebraska.
“Rachel De Soto
Fecha de Nacimiento: 12-06-1967
Peso: 59 Kg.
Altura: 1 m 67 cm ”
“¡Joder, que buena está para tener cuarenta años! Será mejor sacarla de aquí antes de que vea algo que la asuste lo suficiente como para salir por patas”, pensó Matt.
Aquí tiene, señora. Habitación 207, justo allí.
Gracias. Nos iremos mañana a primera hora. Estamos de vuelta de la boda de mi hermana pequeña en Kansas City. – dijo. Parecía emocionada pero muy cansada.
El recepcionista sonrió haciéndole una señal de despedida cuando la mujer salió del vestíbulo, sabiendo que, a pesar de estar cansada, tanto ella como su marido pasarían una larga noche.
Matt descolgó el teléfono de su mesa y marcó la extensión 002, la oficina principal de la sala de abajo. Su jefe cogió la llamada.
- Jefe, ¡estamos de suerte! Una rubia buenorra acaba de registrarse con su marido borracho. Dijo que no tenía cobertura móvil y he cortado el teléfono en su habitación, así que no puede comunicarse con nadie. Haz que la gente llegue aquí cuanto antes, no sea que vea algo que la ponga sobre aviso.
El jefe le dio a Matt algunas instrucciones sobre cómo actuar antes de colgar. Luego el recepcionista abrió su escritorio y sacó el cheque firmado por la mujer. Con una cerilla sacada de una caja con el logo del motel quemó el cheque y lo vio arder. “Nadie sabrá que alguna vez estuviste aquí”.
V
Rachel DeSoto ayudó a su borracho marido a entrar en la diminuta habitación del Motel Flatland sin percatarse de los ojos que seguían cuidadosamente cada uno de sus movimientos.
Matt se preguntó qué pensaría el dueño del motel, Jim, acerca de su proceder. La orden era “Lo siento, no hay nada libre” para cualquier alma que fuese a parar al normalmente estéril motel, esperando que no viesen nada que obligase al personal a tomar medidas más drásticas. Pero, como cualquier hombre heterosexual con veinte años, la visión de una rubia explosiva causó un momentáneo lapso en su buen juicio.
Jim miró el video de seguridad dode se había grabado la transacción.
- No, Matt. Lo has hecho bien. Incluso con su edad podremos obtener un buen precio por ella. Su marido parece que la atrapó más por su riqueza que por su apariencia, pero aún así siempre hay mercado para la carne humana. Quien sabe, sus compradores podrían ser capaces de torturarlo para obtener de él algo de información bancaria. Hmmm, voy abajo y miraré a ver si puedo formar un equipo. Pínchale los neumáticos para que no puedan escapar a la carrera si algo sale mal.
Jim bajó las escaleras dejando a Matt en el vestíbulo, sin que éste apartase la vista de la habitación 207.
Diez minutos más tarde, Jim regresó con algunos de los asistentes más corpulentos a la convención.
- Bien, por muy tentador que parezca el probar antes la mercancía, creo que la esposa valdrá mucho más intacta. El marido, por otra parte, me importa un carajo. Henry, Aaron haced lo que queráis, por favor. – Los dos homosexuales se sonrieron. – Matt, quiero que actúes como si estuvieses revisando que todo está en orden. Luego pregúntales si desean el agua mineral que ofrecemos de cortesía. El agua aquí es un poco asquerosa y estos saludables blanquitos no dejan pasar nunca la oportunidad de tener agua mineral gratis. Una vez abran la puerta para dejarte entrar, entramos nosotros, los inmovilizamos y los traemos al vestíbulo. ¿Ha quedado claro? Bien, adelante.
Matt llevó unas cuantas botellas plásticas de agua a la puerta de la habitación 207 mientras el resto de los hombres se agazapaba contra la pared, fuera de la vista desde la ventana y la mirilla. El recepcionista, tal y como le habían ordenado, llamó a la puerta. Rachel respondió, pero mantuvo la cadena de seguridad en su lugar.
Oiga, señora DeSoto, vengo a comprobar que todo está en orden.
Sí, todo está bien. – Matt sonrió de felicidad al comprobar que aún no habían notado que el teléfono estaba desconectado.
¿Quiere algunas botellas de cortesía con agua mineral?
Claro, deja que abra la puerta.
La puerta de la habitación se cerró un instante y Matt oyó como la ligera pieza metálica de la cadena de seguridad se deslizaba fuera de su lugar.
En el momento en que empezó a abrirse la puerta, Jim y el resto de los hombres irrumpieron en la habitación.
- ¿Qué…? – antes de que Rachel pudiese decir algo más los hombres cayeron sobre ella. Una mano sobre su boca fue rápidamente reemplazada por un trozo de cinta. Uno de los hombres usó el mismo rollo para sujetarle los brazos a la espalda y luego le unió los tobillos para mantenerla inmovilizada.
Cuando el marido de Rachel quiso darse cuenta de lo que pasaba, trató de levantarse, aún aturdido por los efectos de la borrachera. Henry y Aaron se aferraron a sus brazos y el pobre borracho no pudo nada contra ellos. En ese momento, Jim y los demás se llevaron a la mujer fuera de la habitación dejando al hombre en manos de Henry y Aaron.
Durante el trayecto a través del aparcamiento, del vestíbulo y escaleras abajo, Rachel intentó en vano liberarse. Cuando la atada y amordazada esposa fue llevada escaleras abajo, Jim y Matt se quedaron en recepción.
- Matt, llama a Zach y dile que tenemos otro coche para él. Estaré abajo dirigiendo las cosas.
Matt realizó la llamada y luego pasó el resto de la noche viendo, discretamente, porno en el ordenador de recepción.
Por otro lado, los hombres arrastraron su presa hasta un almacen y luego la arrojaron sin más ceremonias dentro de un viejo, pero bien ventilado, baúl. Los hombres dejaban a Rachel DeSoto sola, atada y amordazada en la oscuridad hasta que la necesitasen como pieza central de los eventos de la noche siguiente.
A lo largo de las horas, la oscuridad se cobró su precio en la mente de la amorosa esposa.
Primero fue el pánico quien se apoderó de ella. No habían transcurrido más de cinco minutos desde que Rachel había sido raptada a la fuerza mientras cuidaba de su borracho marido. Él había bebido bastante en la boda de su hermana, pero eso era ya algo habitual en él. Ella había aceptado su comportamiento porque, en general, mantenían una buena relación matrimonial, respaldada sustancialmente por su riqueza. En solo cinco minutos todo había cambiado. ¿Dónde se encontraba? ¿Quiénes eran aquellas personas? Miles de preguntas se amontonaban en su cabeza, ninguna con respuesta y todas aumentaban la histeria de la amante esposa.
Después llegó el miedo. Cuando Rachel comenzó a poner en orden las cosas que pasaban por su mente, se dio cuenta de que la situación no iba a tener un desenlace agradable. Había tantas cosas que un grupo de hombres podían hacer con una mujer secuestrada: pedir rescate, violarla, torturarla o, incluso, asesinarla. La primera de todas, la que menos espantosa le parecía, parecía la menos probable pues también tenían a su marido en su poder. Eso dejaba sólo tres opciones, cada una de las cuales se le hacía tan difícil de contemplar como de hacerle frente.
Por último llegó la resignación. Ahora sabía que su destino no estaba en sus manos. Todo lo que podía hacer era esperar.
En la oscuridad, Rachel De Soto se sumió en una especie de duermevela, preguntándose cada vez que despertaba cuanto tiempo había pasado. ¿Minutos? ¿Horas? ¿Días? No tenía ni idea.
Finalmente el baúl se abrió y dos hombres la sujetaron por los brazos y la sacaron de él. Entre los dos, la arrastraron hacia el salón de convenciones donde, rápidamente, Rachel De Soto se dio cuenta de cúal de las tres opciones estaba reservada para ella.
A lo largo de la sala de convenciones, las cautivas del Club BDSM de Sorrow’s Falls se estaban recuperando después de casi un día completo de forzada actividad sexual.
En la carpa principal, Rebecca Mosley se acurrucaba abrazada a sus piernas. El semen de su último cliente escapaba todavía de su coño. Sollozaba ligeramente, sintiéndose terriblemente mal por las cosas que había tenido que hacer para evitar que torturasen a sus amadas hermanas. Sólo Dios sabía cuánto dinero había ganado Michelle con ella o cuanto habría sacado de sus hermanas.
En el claro central, Sharon se encontraba en un mudo estado de shock. Cientos de hombres habían usado su cuerpo. El semen goteba de sus muslos, de su barbilla y de su cuello, comenzando a secarse y a formar costras sobre ella.
En las jaulas, Theresa y Amy seguían tendidas sobre sus camas, aún atadas tal y como sus Amos las habían dejado. Amy descansaba rumiando un sombrío y tranquilo odio hacia su hermana. ¿Cómo había podido hacerle esto?
Theresa, por otro lado, interiorizó el dolor y no sintió odio contra nadie salvo para consigo misma. En lo más hondo de su mente se había producido un cambio. Un cambio permanente que la había convertido en otra persona distinta a la que había crecido con sus hermanas. Ahora no era más que una mujer joven herida más allá de cualquier reparación posible por la pérdida consecutiva de sus seres queridos y la perpetua violación a la que había sido sometida.
Cada miembro del Club trajo de vuelta a cada una de las prisioneras a la carpa, preparándose para el Evento Principal de la Convención. Una vez que las mujeres fueron limpiadas, desnudadas y les recolocaron los collares, Michelle comenzó a explicarles lo que estaba por acontecer.
- Chicas, creo que finalmente va siendo hora de que entendáis qué es este lugar y el por qué os hemos sacado de vuestra vida normal. En estos momentos, nos encontramos en una de las mayores concentraciones BDSM underground del mundo, pero por discreción, sólo nos referimos a ella como “La Convención”. Esta convención se celebra una vez al año aquí, en Iowa, en medio de ninguna parte. Además de con los días de perversión sexual ilimitada, la convención termina con una auténtica subasta de esclavos.
Miradas de sorpresa asomaron a los rostros de las cautivas.
Una de las ventajas de la ubicación de la convención es que hay un montón de terreno para cubrir de camino a ella, camino en el que los participantes estamos invitados a secuestrar hombres y mujeres para vender en la subasta final. Antes de que nadie se dé cuenta de la desaparición de las víctimas, éstas ya habrán sido vendidas a algún comprador que, probablemente, nunca haya estado cerca del punto de procedencia del secuestrado. Así, todos somos libres para reunir carne fresca y poco dispuesta sin dejar tras nosotros ninguna evidencia de los hombres y mujeres que han sido lo suficientemente desafortunados como para topar con nosotros durante nuestros viajes.
¿Es que acaso no sientes ningún tipo de compasión por nosotras? – respondió en gritando muy enojada Rebecca. - ¿Realmente vale la pena destruir las vidas de otros para saciar tus perversiones sexuales?
Michelle estaba a punto de soltarle una bofetada a Rebecca por haberse atrevido a hablar, pero, por un momento, sintió compasión por su cautiva, una compasión alimentada por los años que ella misma pasó como juguete sexual a la fuerza.
Aquellos años habían enseñado a Michelle una valiosa lección acerca del poder y sobre los privilegios que éste lleva consigo. Abofetear a Rebecca sería una expresión de la fuerza física básica que poseía Michelle, pero ésta sabía que las verdaderas expresiones de poder eran aquellas que alteraban las vidas para siempre.
- ¿Qué será, será…? – Lucy, ve a por las etiquetas para los collares de nuestros artículos de subasta.
Lucy se dirigió a la pequeña mesa que había en la carpa y tomó de una bolsa unas grandes etiquetas numeradas listas para atar a los collares de las chicas. Cuando se acercó con ellas a las esclavas se dio cuenta de que sobraba una.
- Hmmm, nos han dado una etiqueta de más. ¿La devuelvo, Michelle?
Michelle lanzó una sonrisa a su amiga asiática.
- No, eso es algo de lo que necesito hablarte.
Michelle asintió con la cabeza a sus compinches, cada uno de los cuales sujetó de un brazo a Lucy.
- ¿Qué…? ¿Qué estáis haciendo? – preguntó Lucy comenzando a sentir pánico, sorprendida por la fuerza con la que sus amigos la sujetaban.
Michelle contestó rápidamente a la pregunta de su amiga.
Lucy, secuestrar a tu propia hermana con la intención de venderla fue un acto asombrosamente mal planeado.
Ella sabía de nuestros juegos, ¡iba a contárselo a mi madre! ¡Si mi madre supiera que yo estaba en el mundo BDSM, instantáneamente hubiese sospechado que nosotros estuvimos implicados en el secuestro de su amiga el año pasado!
Tendrías que haber elegido una opción mejor, Lucy. – respondió Michelle sacudiendo la cabeza. – Probablemente todo Sorrow’s Falls os esté buscando a tu hermana y a ti, aun habiéndole dicho a tu madre que emprendías un viaje por carretera. Eres la sospechosa número uno de su desaparición, así es como lo veo. ¿Crees que puedes aparecer de nuevo en la ciudad y no ser interrogada inmediatamente por la policía?
Lucy parecía sentirse insultada ante la idea de que se rompería bajo presión.
¡Jamás les diría nada!
Ojalá pudiese creer eso, pero siempre te has mostrado egoísta y mezquina. Lo siento, Lucy, pero tienes que desaparecer. No te preocupes, no vamos a probar tu cuerpo de la misma forma que hemos hecho con nuestros otros artículos. Y he pedido al subastador que os vendan juntas a tu hermana y a ti. Al menos pasarás el resto de tu vida con alguien que se preocupa por ti.
Lucy no podía creer lo que oía.
¿Cómo puedes hacerme esto a mí?
¿Cómo pudiste hacerle tú lo mismo a tu hermana?
A Lucy no se le ocurrió ninguna respuesta a esa pregunta. Rebecca sintió una punzada de satisfacción al ver a Lucy condenada al mismo destino que sufrirían ella y sus hermanas, por horrible que fuese.
- Eso es lo que pensé. Llevemos a las chicas detrás del escenario.
Michelle condujo a sus amigos, y a sus esclavas tras ellos, hacia un área del escenario, donde depositaron su mercancía debidamente atada y etiquetada. Luego tomaron sus tarjetas de subasta y se dirigieron a sus asientos entre las filas y filas de sillas dispuestas ante el escenario.
Una vez en sus asientos, Suri comenzó a preguntar acerca del poder adquisitivo del grupo.
- ¿Cuántos podremos adquirir esta vez, Michelle? ¿Crees que esas cinco tendrán el mismo valor?
Michelle permaneció en actitud contemplativa durante unos instantes antes de responder.
- Estoy bastante segura de que cada una de las tres hermanas estará por encima del promedio del mercado, aunque Lucy y Amy puede que valgan un poco menos por el necesario acuerdo de que vayan juntas en el lote. Aún estamos un poco apurados por la única venta que hicimos el año pasado y las dos compras, pero creo que podremos permitirnos por lo menos dos. Sin embargo, tendremos que esperar y ver qué pasa.
Y eso hicieron. Esperar.
Una hora más tarde, las luces se atenuaron y Jim, el dueño del motel, caminó hacia el podio del iluminado escenario y se dirigió al público reunido.
- ¡Saludos, Amos y esclavos! ¡Bienvenidos a la octava reunión anuañ de “La Convención”! Tenemos esta noche un montón de objetos maravillosos, muchos de los cuales pueden comprarse como un único lote. Por lo tanto, quiero ver esas manos arriba para ver cuán interesados estáis en aumentar las ventas.
_ Y ahora, nuestro primer artículo es un lote. Lote que incluye a dos personas que llegaron al motel muy tarde anoche. ¡Les presento a Ryan y Rachel DeSoto, de la afamada firma DeSoto Tupperware!
El capturado matrimonio fue conducido al centro del escenario desde lados diferentes. Rachel aún permanecía atada y amordazada con cinta de embalar, pero ahora llevaba también un collar unido a una correa. Al otro lado del escenario, Rachel pudo ver como su marido era arrastrado por un hombre corpulento.
La mujer se sorprendió al ver el estado en que se encontraba su marido. Estaba desnudo y parecía haber sufrido maltrato físico. Una mirada vacía y aturdida se vislumbraba en su rostro. Rachel trató de zafarse de sus captores para correr junto a su marido, pero la correa la mantuvo en su sitio.
- ¿Puedo pedir en este momento una demostración rápida de quienes desean que estos dos finos especímenes se vendan juntos? Levantad las manos… - nadie del público respondió. - Bueno, parece que eso es un no. Entonces ya sabéis, si los queréis a ambos, aseguraros de pujad por ellos por separado. Bien, comencemos con el primero del lote, el señor Ryan DeSoto.
El subastador se dedicó a describir al hombre. Cuarenta y cinco años, multimillonario y, aparentemente, con buena salud. Desafortunadamente su edad y género aseguraban que no se vendiese por mucho dinero, siendo adquirido eventualmente, por debajo del precio medio, por una pareja bisexual de veinteañeros.
A continuación, el subastador llevó a Rachel al centro del escenario. Todavía llevaba el vestido azul que usaba la noche anterior. El subastador leyó sus estadísticas vitales, incluyendo su edad, que no fue demasiado bien aceptada por la multitud.
Sin embargo, había en la sala un comprador interesado. Mientras algunos de los miembros de la audiencia entraban en una guerra de pujas bajas, Michelle miró fijamente a la rubia cautiva y analizó los posibles usos que podía tener a su regreso a la mansión. A sus cuarenta años, parecía mucho más joven, incluso con el maquillaje corrido por las lágrimas. El precio de salida era mucho menor del que Michelle esperaba.
Sin consultarlo con sus compañeros, Michelle levantó su tarjeta de subasta e hizo la puja más alta. Suri, perpleja, miró a su amiga pero no dijo nada, sabiendo que todas las compras y las ventas eran, en última instancia, decisión de Michelle. Después de todo,el dinero era suyo. Michelle subió un par de veces más la puja, hasta que, finalmente, nadie le disputó a la mujer.
- Vendida a la mujer de rojo.
El siguiente lote fue el combo asiático compuesto por Lucy y Amy.
- Por petición del vendedor, estas dos hermanas deben ser vendidas juntas como un único artículo.
En contra de lo previsto por Michelle, el combo alcanzó un precio muy superior a la media. Aparentemente a los compradores realmente les gustó lo que vieron. Amy parecía resignada a su suerte, pero Lucy aún se resistía, propinando patadas a los hombres que la sostenían.
- ¡Soltadme, gilipollas! – gritaba Lucy mientras desaparecía tras las cortinas del escenario.
Las horas siguientes transcurrieron sin que apareciese nada que interesase particularmente al Club BDSM de Sorrow’s Falls. Varias de las mujeres subastadas excitaban a Suri, pero Michelle sabía que no debía permitirse guiarse por el asombro casi infantil de su amiga. Finalmente, las hermanas Mosley subieron al escenario.
- Nuestro próximo lote está compuesto por tres hermanas. ¿Puedo ver una rápida demostración de vuestro interés por adquirirlas como un único lote? Sus actuales propietarios han dejado muy claro que la mera amenaza de dañar a las otras hermanas es más que suficiente para que cualquiera de ellas se asuste y acate estricta obediencia.
La respuesta fue abrumadoramente positiva. Parecía que las hermanas permanecerían juntas. Al menos por ahora.
Michelle sonrió a medida que las pujas por las hermanas se fueron haciendo cada vez más altas. En su cabeza, su cuenta bancaria crecía a pasos agigantados. El precio final fue mucho mayor del que había previsto. No vio quien había sido el comprador final, pero tampoco era algo que le preocupase.
Sobre el escenario, las hermanas se encontraban profundamente asustadas, pero ahora estaban mejor preparadas para aguantar lo que les estaba pasando. A pesar de encontrarse desnuda, con collar e impotente, Rebecca se consideraba todavía la protectora de su familia. A Sharon, por el contrario, no parecía importarle un carajo su familia. Sus únicos pensamientos eran los de autoconservación. Por último, Theresa, era el cascarón vacío de la jovencita que una vez fue. No sería hasta días después que sus hermanas se dieran cuenta de la magnitud del daño emocional que los sucesos de la semana habían causado en ella.
Las tres hermanas fueron conducidas fuera del escenario y preparadas para ser recogidas por su nuevo propietario.
De vuelta en el escenario, el subastador presentaba el último de los artículos.
- Señoras y señores, hemos llegado a nuestro último lote. Y es un lote bastante interesante. Tenemos aquí a una monja, la hermana Mary Gambon, que conserva todavía los restos de su hábito. Veinticuatro años y un gran cuerpo, como pueden observar.
La monja estaba desnuda excepto por el collar, las esposas y el tocado del hábito. Michelle dirigió una mirada a sus amigos. Tanto Toby como Frank sonrieron y asintieron con la cabeza.
Cuando comenzó la subasta, Michelle no perdió la oportunidad de hacer una oferta sobre la monja cautiva. No solo la mujer era físicamente atractiva, sino que el sadismo de Michelle aún estaba resentido contra las personas con hábito.
Al final, Michelle adquirió a Mary Gambon por un poco más de su valor de mercado. Con el inventario completamente vendido, el subastador se despidió de los asistentes. Era ya la mañana del domingo.
Tras las cortinas, la mercancía se encontraba con sus nuevos propietarios por primera vez.
Lucy y Amy se encontraron cara a cara con un gigantesco hombre blanco que casi les sacaba más de un metro, haciéndolas parecer casi enanas. Él solo se las arregló para arrastrar fácilmente a las dos mujeres hasta su habitación en el motel, donde esperaba divertirse un poco probándolas antes de comenzar el largo viaje a casa.
El nuevo propietario de las hermanas Mosley era un hombre al que éstas ya habían visto antes. Era el treintañero bien vestido con una mujer aferrada a cada uno de sus hombres que habían visto en el aparcamiento. Éste se acercó a su propiedad y las miró fijamente antes de hablar.
- Nicki, Vicki, llevémoslas arriba. Jugaremos un rato, dormiremos un poco y luego emprenderemos viaje.
Las dos mujeres, que no se parecían la una a la otra, contestaron al unísono.
- Sí, Dave.
Las chicas obedientemente siguieron a sus dueños escaleras arriba, donde pasarían el resto de la mañana siendo exploradas por Dave y sus dos bisexuales subordinadas. El reclamo del subastador sobre la obediencia de las hermanas resultó en parte mentira. Mientras Rebecca aún se preocupaba por la seguridad de sus hermanas, Sharon y Theresa habían adoptado un comportamiento más egoísta. Ambas observaron sin pestañear como Rebecca recibía una doble penetración sin preocuparles más que su propia seguridad y escapar del castigo.
Al ver que no había necesidad de pasar otro día más en el motel de Flatland, Michelle condujo a sus amigos y a sus nuevas propiedades hacia su amado autobús. La monja y la millonaria proporcionarían un montón de placenteros momentos al Club BDSM de Sorrow’s Falls.
Mientras se dirigían al autobús, Michelle vio como Amy y Lucy eran guiadas por correas a una habitación del motel. Por un momento, las miradas de Michelle y de Lucy se encontraron. Michelle no encontró más que desprecio en los ojos de su amiga, pero lo único que hizo fue devolverle una ligera sonrisa. “Si no mueres y, de alguna forma consigues escapar de ese horrible destino”, pensó Michelle, “te habrás vuelto más fuerte de lo que jamás llegarás a imaginar”. Era un poco de la sabiduría que Michelle había recogido de sus años como forzado juguete sexual en manos de pervertidos.
Michelle se dio la vuelta y echó un rápido vistazo al autobús que había comprado y equipado con la inmensa fortuna de su familia. Por fuera parecía ser solamente uno más de los muchos autobuses turísticos que circulaban por las carreteras del país. Por dentro, era el producto de los sueños de Michelle y de las pesadillas de sus víctimas.
Iba a ser un divertido viaje de regreso en autobús a casa.
FIN