Autobiografía de una gran mujer (13)

Cuando el chico levantó la vista, se encontró conmigo, que lamiéndome los labios separaba el pareo que llevaba sin nada debajo mostrándole el coño casi depilado. Se le calló lo que llevaba en las manos y mientras, me miraba de arriba a bajo con cara atónita y de un modo casi instintivo, se acomodó la verga bajo el tensado traje de baño.

Capítulo 16: ¡No me provoques!

A Roberto y a mí nos encanta viajar, conocer nuevos lugares nuevas costumbre y especialmente nueva gastronomía. Siempre lo habíamos hecho a nuestro aire y por nuestra cuenta.

Nos reíamos mucho de esos grupos de japoneses que recorren las ciudades siguiendo al guía de turno que encabeza la marcha con un estandarte levantado y no comprendíamos a esas vacaciones que disfrutaban con unas consistentes en pasarse los días tumbados al sol en una playa caribeña.

Pero ya dice el refrán que no se puede decir "de esa agua no beberé o ese cura no es mi padre". Roberto apareció un día en casa con un extraño gesto en su cara, una mezcla de sorna y de duda.

¿Qué pasa, Roberto?.- Le dije. – A mi no me engañas, me ocultas algo.

Um, veras, es que... - Me respondió exagerando sus modos.

¡Vale ya de tonterías!. – Exclamé muy mosqueada.

Es que no sé si decírtelo, tengo miedo de que me eches de casa. – Dijo en un tono todavía más guasón.

Si sigues tomándome el pelo, dejo de hablar. – Añadí sentándome en el sofá cruzada de brazos y con cara de pocos amigos.

Roberto soltó una carcajada y se sentó a mi lado cubriéndome de besos.

Tonta, no pasa nada. Es que me, bueno nos, ha tocado un viaje al Caribe de esos que "tanto te gustan" y me he estado riendo toda la tarde pensando en la cara que podrías cuando te lo dijera.

¿Cómo?, ¿Cómo?, ¿Cómo?.

Sí querida, 5 días de sol y playa en una islita caribeña. ¡El sueño de tu vida!.

Menos tomadura de pelo, amor. – Respondí, recalcando la última palabra con bastante mala leche. - ¡Que a ti tampoco te van las vacaciones paradisíacas!.

Nueva carcajada y yo que me ponía de más mal humor. Al ver mi cara, su risa cesó de repente y siguió hablando como si nada.

  • Ahora en serio, cariño. Nos ha tocado un viaje de 5 días con todos los gastos pagados a uno de esos paraísos tropicales a los que la gente va a ponerse como tizones. ¿Vamos o lo regalo?. – Interrogó tajante.

Y fuimos. Todavía no sé por qué; pero fuimos...

Era un hotel prototípico de cartel publicitario de agencia de viajes. Módulos de apartamentos de tres plantas, separados por zonas ajardinadas (mejor dicho, apalmeradas), cuatro restaurantes (nosotros sólo teníamos derecho al menú del más cutre), galería comercial con una docena de tiendas, gimnasio, sauna, peluquería, masajes, centro de belleza y dos piscinas con tres bares, uno de ellos dentro del agua de la más grande. ¡Una maravilla!.

Una tarde, junto a la piscina, Roberto me susurró al oído:

¿Te has fijado en ese socorrista, No quita los ojos de tus tetas?.

Nos mirará a todas. – Respondí displicente.

Sí, sí a todas. Mírale la entrepierna, amor. Lo tienes que no le cabe en el bañador.

Era cierto, se le marcaba un paquete impresionante y de tanto en tanto hacía gestos con la mano para acomodarse el sexo. Debía estar muy incomodo.

Seguí fijándome en él. Era un jovencito bastante guapo, con cara de niño que no había roto un plato, pelito corto, tez morena, espaldas y cintura de nadador y lucía un ajustado slip de color rojo que le realzaba un redondeado culito firme y respingón, y sobre todo, un armamento que parecía decir ¡cómeme!.

Aquella noche estaba yo asomada a la terraza de nuestro alojamiento, en la tercera planta de uno de los módulos que daba a la piscina, respirando el sereno aire de la noche y con la mirada perdida sin pensar en nada concreto. Sigilosamente, Roberto se acercó por detrás, me abrazó y me mordió el cuello, haciéndome dar un respingo.

¿Qué, observando a tu conquista como trabaja?.

Ni lo había visto; pero en efecto el chico estaba en la piscina recogiendo y limpiando.

Calla, calla. Ni me había fijado.

No disimules conmigo. Estoy seguro que estabas maquinando como tirártelo.

"Se cree el ladrón que todos son de su condición". Pero ¡No me provoques!.

¡Va, va!, Que no te atreves ni siquiera a insinuarte. ¡Roberto, no me provoques, no me provoques!.

¡Demuéstramelo! . – Exclamó desafiante.

Sin decir nada más, salí del apartamento y me dirigí a la piscina.

Señora, esta cerrado. Ahora no puede bañarse. – Dijo maquinalmente al oír como me acercaba a él.

Si no quiero bañarme, te quiero a ti. – Respondí intentado poner voz seductora.

Cuando el chico levantó la vista, se encontró conmigo, que lamiéndome los labios separaba el pareo que llevaba sin nada debajo mostrándole el coño casi depilado.

Se le calló lo que llevaba en las manos y mientras, me miraba de arriba a bajo con cara atónita y de un modo casi instintivo, se acomodó la verga bajo el tensado traje de baño.

Me acerqué, le tome la mano y se la coloqué en mi sexo, a la vez que elevaba la mirada con cara de triunfo hacia el lugar desde el que Roberto nos observaba y seguidamente le decía, depositando un beso en sus incrédulos labios:

¿Podemos ir a un lugar más tranquilo?.

Como un autómata, comenzó a caminar hacia un pequeño edificio próximo a la piscina. Abrió la puerta, estábamos en una pequeña sala llena de maquinaria, que supuse del sistema de purificación de agua de la piscina. Me senté en un poyo y abrí las piernas mostrándome sin tapujos.

¿Me vas a comer el coñito, verdad amor?. – Le musité al oído.

No tuve que repetírselo dos veces. Se lanzo sobre mi sexo como si de verdad quisiera comérselo con hambre de seis días. Lo tranquilicé, era evidente que no tenía mucha experiencia en esas lides y le fui guiando: Sepárame los labios; méteme la lengua; lame, amor, lame; así, así, que bueno; ahora el clítoris...

No le dejé parar hasta que me corrí. El chico se había ido excitando más y más y no había parado de masturbarse mientras me comía el coño. Su polla erecta como un mástil brillaba por efecto del abundante líquido seminal que había extendido con su mano. No podía dejarlo así.

Intercambiamos las posiciones y empecé a lamerle lentamente cada milímetro cuadrado de su verga y sus cojones. Me sujetaba la cabeza, como temiendo que lo abandonara.

Los testículos se encogieron, anunciando el final. Dirigí mi lengua al frenillo tenso y blanquecino, y estalló en un potente surtidor que cayó sobre mi cabeza como lluvia fertilizadora. Engullí aquella polla juvenil recibiendo los últimos estertores y la hice deslizarse entre mis labios una y otra vez. Sus jadeos y espasmos se fueron haciendo cada vez más distantes, hasta que se dobló vencida.

Me fui dejándole un leve beso en sus labios, todavía estaba atónito por lo sucedido. Sentado, con las piernas abiertas y la verga, todavía húmeda de semen y saliva, colgando, la mirada perdida y su cerebro intentando creerse lo que acababa de vivir, estaba encantador.

Salí al exterior y dirigí la mirada a nuestro apartamento. Roberto no estaba en el balcón. Subí y oí el ruido de agua en la ducha, me desnudé y me metí bajo la tibia lluvia.

Nos besamos con pasión. La verga de Roberto fue endureciéndose prisionera entre nuestros cuerpos y, allí mismo, me penetró. Roberto me izó en el aire y me sujetó contra la pared, mientras le rodeaba las caderas con mis piernas para sentirlo hundido hasta el fondo de mi sexo. No podía moverme, era como una mariposa ensartada por el alfiler de un entomólogo; su boca succionaba mis pezones haciéndome enloquecer. Deseaba que me follara; pero el no se movía, sólo notaba su polla palpitar al ritmo de su corazón.

Con pequeños movimientos de mi pelvis, apenas perceptibles, frotaba el clítoris contra su pubis. Me corrí clavando mis uñas en su espalda y entonces cedió la presión, mis pies tocaron de nuevo suelo y empezó un movimiento rítmico e intenso durante algunos minutos que me parecieron una eternidad, hasta que se separó de mí, me dio la vuelta, me dobló hacia delante y me sodomizó, retomando de nuevo el ritmo anterior hasta correrse.

Al día siguiente en la piscina, el socorrista no me quitaba el ojo de encima. Durante toda la mañana hice como que no lo veía; pero, en el momento de marcharnos, no puede contenerme, le guiñé un ojo y le dirigí una sugerente sonrisa que el me devolvió.