Autobiografía de una gran mujer (10)
Yo jadeaba impaciente, Roberto se abrazó a mi cuerpo, me besó el cuello, me acarició el coño con los dedos que habían explorado mi recto y sentí su glande duro como una piedra presionando para entrar en mí trasero virgen.
Capítulo 13: Home Cinema
No sé ni cuando ni quién empezó; pero adquirimos la costumbre de alquilar películas X y verlas juntos. Nos sentábamos el uno junto al otro, acariciándonos como adolescentes y excitándonos poco a poco con las imágenes.
Mi mano buscaba su polla palpitante y él deslizaba una y otra vez la yema de sus dedos entre los labios de mi coño, tocándonos como adolescentes en celo.
Ante una buena escena de felación, me lanzaba sobre su miembro imitando lo que sucedía en la pantalla; con la diferencia que yo no paraba hasta conseguir que me llenara la boca de esperma. En las películas "porno", por lo general, el papel de las mujeres al final de las mamadas es muy pasivo; esperan pacientemente la descarga con la boca abierta y la lengua fuera mientras el hombre se masturba y se limitan a recoger lo que les dan. A mí, me gusta controlar la situación hasta el final, hacer que los hombres se corran cuando yo lo deseo, sentir como se abandonan cuando no pueden resistir más el contacto de mis labios y mi lengua en su polla y sus huevos a punto de reventar de placer.
No todas las escenas de sexo oral son iguales, hay una que me excita especialmente. Se trata del final de la orgía en el prostíbulo de la película "Calígula". Una cortesana está mamando una verga estupenda ante la mirada envidiosa de otras mujeres, y cuando percibe que se va a correr, apura la mamada hasta lograr que se corra y, en eso, entreabre los labios, mostrándonos una masa blanca que escurre de su boca deslizándose sobre el miembro todavía erecto que ella sigue tragándose una y otra vez con avidez. Es una escena soberbia.
Siempre acabábamos follando. A mí me encantaba sentarme sobre él a horcajadas, dándole la espalda frente al televisor, y moverme arriba y abajo haciendo que su polla entrara y saliera de mi coño rítmicamente, con sus dedos frotándome el clítoris y sin perderme el más mínimo detalle de la película. En esta situación, encadenaba los orgasmos mientras Roberto aguantara; pero él se quejaba de que así no veía la pantalla, y tenía razón. Así que, después de un rato en esa postura, yo me ponía a gatas y él me la metía desde atrás. Los dos podíamos seguir viendo la película y fantasear con ella, mientras seguíamos follando hasta que ambos nos corríamos gimiendo y jadeando, él abrazado a mi cuerpo, amasando mis pechos y frotándome el clítoris para provocar el último orgasmo casi sincronizado con él suyo.
Un día las cosas fueron diferentes. Al comienzo, creí que la película no iba a interesarme; pues se veían a dos mujeres con un solo hombre, y siempre he pensado que una polla no puede con tanto agujero. Además, él era un musculoso y fornido macho, casi con tipo de culturista, y a mi tanta masa no me va lo más mínimo. De las dos chicas, una era una rubia de tetas de silicona; pero en cambio la otra era una mulatita con unos pechos maravillosos y un culito respingón que eran lo mejor de todo lo que se podía ver.
Sin embargo, me quedé pasmada, boquiabierta e impávida cuando la mulatita se volvió hacia la pantalla y mostró la impresionante tranca que le colgaba entre las piernas: ¡Era un/una transexual!.
Tenía un cuerpazo de infarto y una polla que te hacía temblar con sólo pensar en que te la metiera por algún sitio. Eso de que "el tamaño no importa" es algo que han inventado los hombres, los hombres que la tienen pequeña. Una verga de un adorable color moreno, coronada con un grueso glande, más todavía que el generoso calibre del mástil recto y venoso que lo sustentaba; terso y brillante, rojizo oscuro como un fresón maduro. Me acuerdo como si lo estuviera viendo.
Aquel cuerpo andrógino se sentó en un sofá con las piernas abiertas y, mientras se acariciaba los pechos, la pareja se lanzó a devorarle la polla. Era increíble ver con que ansia el musculoso macho hacía entrar y salir la verga por entre sus labios y como la compartía con la rubia que también parecía volverse loca por tenerla en la boca.
Por un momento ambos parecieron perder el interés por la mulatita. El hombre lamía el coño de la rubia; un coño depilado, de labios gruesos y clítoris prominente. Lo abría con sus dedos mostrando la rosada cavidad a la cámara, metía insistentemente los dedos de tres en tres en la vagina y golpeaba una y otra vez el abultado clítoris con la lengua.
Un plano más amplio nos mostró lo que estaba ocurriendo de verdad. El transexual se había colocado detrás del fornido joven y le estaba taladrando el culo con su polla. El chico se dejaba follar sin abandonar el jugoso coño de la rubia que gemía y jadeaba camino del paraíso.
Tras un fundido, la situación había cambiado. El chico estaba sentado sobre el transexual, dándole la espalda, empalado por el culo; ella le estaba haciendo una mamada. Su cara mostraba un placer próximo al éxtasis, que se manifestaba en una tremenda erección, en una polla monolítica que parecía que iba a estallar en cualquier instante.
Yo tenía la verga de Roberto en mi mano y lo masturbaba buscando una erección que no acababa de llegar al esplendor al que estaba acostumbraba. Mi otra mano hurgaba en mi sexo buscando el placer que Roberto parecía negarme.
En la pantalla, estalló una tremenda eyaculación que inundó de semen la cara y los pechos de la rubia y yo ya no pude más. Me monté sobre Roberto fusionando nuestras bocas y haciendo que su verga penetrará de golpe en mi vagina anhelante de placer. La reacción de Roberto fue inmediata y sentí como su polla se endurecía más y más mientras le cabalgaba frenéticamente.
No tardamos mucho en corrernos ambos y permanecí sobre él con su sexo dentro del mío besándole tiernamente.
No tenía ni idea que ver a un tío dándole por le culo a otro te pusiera así de cachonda.- Me susurró sarcástico.
Ni yo, amor, ni yo. Respondí, todavía jadeando Pero si a los hombre os excita ver escenas lésbicas, ¿qué tiene de extraño que me haya puesto así al ver a dos tíos follando?.
Tú, como siempre, tan feminista. Añadió Roberto, haciendo que me levantara.
Me quedé sola ante el televisor, y confieso que no me perdí detalle.
Pasó el tiempo sin nada especial que relatar. Seguíamos con la costumbre de ver cine porno en casa y nuestra vida sexual marchaba como siempre.
Yo no volví a escoger una película de temática bisexual, pues llegué a la conclusión de que a Roberto no le había gustado especialmente nuestra experiencia; pero un día fue él el que la trajo.
A gatas, ante la pantalla, Roberto me follaba con un ritmo inusual y lo notaba especialmente excitado. En la película, una pareja estaba en nuestra misma posición; mientras un jovencito de pelo largo lo enculaba a él, formando una lúbrica y excitante cadena de sexos en acción y que mostraba con todo detalle una cámara que tomaba la imagen desde abajo.
Sujetándome por las caderas, Roberto me la metía con golpes bruscos y secos, hasta que en un momento dado quedó casi inmóvil, con apenas el glande dentro de mí y sentí sus dedos fríos deslizarse por entre mis glúteos y detenerse en mi ano. De inmediato supe lo que iba a pasar y el porqué de la excitación de Roberto.
El tacto frío se debía al lubricante que estaba utilizando para dilatar mi culo virgen, que iba a ser sodomizado en pocos instantes. A mi excitación sexual habitual, se sumó la del momento que me esperaba, la del instante tanto tiempo esperado y que me traía a la memoria viejos recuerdos.
Percibí como entraban en mi ano, sin ninguna dificultad gracias a la abundancia de lubricante, unos, dos y hasta tres dedos de Roberto. Yo jadeaba impaciente, Roberto se abrazó a mi cuerpo, me besó el cuello, me acarició el coño con los dedos que habían explorado mi recto y sentí su glande duro como una piedra presionando para entrar en mí trasero virgen.
Respiré hondo y me relajé todo lo que pude y poco a poco noté como iba entrando. Avanzaba lentamente, muy lentamente, retrocediendo a la más mínima resistencia para volver a avanzar de nuevo. Sentía como mis esfínteres se iban dilatando, hasta que sentí claramente como el glande había superado el umbral más intimo de mi ser. Entre tanto, no había dejado de acariciarme el clítoris y mi coño estaba empapado de los cálidos flujos que resbalaban por mis muslos.
De un golpe, avanzó con su polla hasta que sus huevos toparon con mi culo y musitando me dijo:
¿Cómo estás, amor?.
En la gloria, llena de ti.- Respondí en voz baja embargada por el placer.
Era un placer distinto de los conocidos hasta ese momento. Era un placer físico diferente de la penetración vaginal, que acompañaba los espasmos que en mi coño estaban causando las caricias de Roberto. No tenía nada que ver con la sensación de dominio de la situación que me proporciona el sexo oral. Me estaba entregando con todo mi cuerpo a mi amor, con el que me sentía en ese momento más unida física y emocionalmente que nunca.
Roberto también estaba muy excitado y manifestaba toda la potencia de su verga dentro de mí, que yo sentía latir. Empezó a moverse lentamente, acoplando el ritmo de su polla al de sus dedos en mi coño y yo empecé a gritar:
¡Más, más, dame más!.
Mis gritos le excitaron aún más y sentía su polla cada vez más dura y gruesa. El también jadeaba y gemía; pero fui yo la primera en alcanzar el clímax en medio de oleadas de sensaciones que recorrían todo mi cuerpo. Los espasmos del orgasmo se trasmitieron a mi ano, haciendo que Roberto se corriera de inmediato llenándome mis entrañas.
Desde ese día me sentí sexualmente más completa, ya no quedaba ninguna zona de mi cuerpo que no me proporcionara placer.