Autobiografía de una gran mujer (09)
Me abrazó fuertemente y su boca se fundió con la mía en un beso salvaje y lleno de deseo. Nuestras lenguas se cruzaron, como hacía mucho que lo hacían y sentí el roce de su verga en mi vientre. Me agache y tome su polla en mi boca como sabía que le gustaba, el glande encajado entre mis labios y la punta de la lengua jugueteando con él. Una ligera presión de sus caderas y se deslizó suavemente entre la lengua y el paladar. Yo permanecía quieta, él puso sus manos sobre mi cabeza y empezó a moverse como si me follara.
Capítulo 11: De novios a matrimonio
Fue un noviazgo largo de casi seis años, mi madre movió sus influencias y me buscó un puesto en la facultad para que hiciera en doctorado. No cobraba un duro y yo de lo que tenía ganas era de irme a vivir con Roberto; así que convencí a mi padre de que me buscara un trabajo con alguno de sus amigos y deje la facultad para disgusto de mi madre que veía en mi a la continuadora de su saga universitaria.
Yo ya pasaba más noches en casa de "Los tres caballeros", como les llamaba, que en la mía, lo que nos permitía disfrutar de nuestra vida sexual sin problemas. A pesar de lo cual, un día que estaba de especial mal humor con mi madre por su empeño en que me quedara en la Universidad, llevé a Roberto a casa y directamente nos fuimos a mi habitación; pero antes avisé a mis padres (pobre padre mío, que nunca dijo nada) de que no nos molestaran por que ibamos a follar.
El pobre Roberto se puso como un tomate y, de nervioso que estaba, casi no consigo que se le levante. Chillé, gemí y jadeé como nunca, para que se me oyera bien. En realidad yo sabía que a mis padres no les importaba lo que hiciera en la cama con Roberto; pero era un modo de demostrar que quería una vida independiente. Lo que hemos llegado a reírnos mi madre y yo, años después, recordando aquel día y lo nervioso que se pone Roberto si está delante.
Fue una boda civil y sin grandes excesos. Sin despedida de solteros, nada de vestido blanco y una celebración para los familiares y amigos más allegados. Yo temía que Alex ideara una de las suyas y nos montara algún espectáculo; pero se contuvo, aunque más tarde me confesó que estuvo pensando en traernos a una pareja de espectáculo "erótico" en lugar de la tipica tuna. Afortunadamente no hubo ni lo uno ni lo otro.
Como éramos pobres (y tontos, pues nos negamos a que nuestros padres lo pagaran), nos fuimos de luna de miel a París, en lugar de a Bali, como estaba de moda en aquellos días.
Como no viajábamos hasta la noche del día siguiente de la boda, la primera noche la pasamos en nuestra nueva casa. Fue una situación muy curiosa, al quedarnos solos y pareció que no teníamos nada que decirnos, nos metimos en la cama, nos abrazamos y, tras un simple "buenas noches", nos dormimos.
Creo que era la primera vez que estando los dos en una cama no nos poníamos a follar como locos. Podrás pensar que fue el cansancio del ajetreo de todo el día; pero yo creo que fue el sentimiento de que por primera vez no teníamos la necesidad de aprovechar la oportunidad de dar rienda suelta a nuestros deseos, si no que teníamos todo el tiempo del mundo por delante para follar como y cuando quisiéramos.
Pero al día siguiente, una vez asumido que estábamos en nuestra casa, teníamos todo la jornada por delante y, la verdad es que la aprovechamos.
Como de costumbre, me desperté la primera y me dispuse a ducharme. Al poco le oí entrar en el baño, levantar la tapa de la taza y su cantarina voz que me daba los buenos días mientras orinaba. Me vino a la memoria la mañana de la excursión a la nieve, cuando lo conocí. Parecerá extraño, pero desde aquel día no habíamos vuelto a hacerlo en la ducha.
¿Me acompañas?.- Le pregunté, sacando la cabeza por entre la cortina del baño e intentando dar una entonación tentadora.
Sin decir nada se metió en la ducha y me beso tiernamente en los labios.
¿Te acuerdas de cuando nos conocimos?.- Añadí cariñosa.
No. ¿De que tenía que acordarme?.- Contestó sarcástico.
Hice como que me enfadaba, mientras le daba golpes en los hombros con los puños cerrados.
Me abrazó fuertemente y su boca se fundió con la mía en un beso salvaje y lleno de deseo. Nuestras lenguas se cruzaron, como hacía mucho que lo hacían y sentí el roce de su verga en mi vientre. Me agache y tome su polla en mi boca como sabía que le gustaba, el glande encajado entre mis labios y la punta de la lengua jugueteando con él. Una ligera presión de sus caderas y se deslizó suavemente entre la lengua y el paladar. Yo permanecía quieta, él puso sus manos sobre mi cabeza y empezó a moverse como si me follara.
Sentía las vibraciones de su polla en mi boca, el sabor inconfundible de su sexo y la excitación que me trasmitía. Me tomo por los brazos, me levanto, me beso de nuevo profundamente, me empujo suavemente contra la pared y ahora fue él quien devoro mi sexo. Separo los labios con sus dedos y con la punta de su lengua recorrió cada milímetro cuadrado de mi coño, penetró en mi interior y lamió el clítoris hasta la desesperación.
Acabe corriéndome y, mientras todavía mis piernas casi ni me aguantaban derecha temblando de placer, me tomó en brazos y me llevó a la cama.
Cabalgué sobre él dándole la espalda. Su polla se deslizaba suavemente dentro de mi en medio de húmedos sonidos, mientras le acariciaba desde los cojones a la entrada del ano. Sabía que le encantaba. Roberto se retorcía entre jadeos y gemidos de ambos, hasta que arqueó su cuerpo levantándome en el aire con su verga clavada hasta el alma. Yo misma me frotaba el clítoris y nuestros orgasmos casi se sincronizaron. Quedó tendido sobre la cama; pero su polla mantenía todavía la energía suficiente para que yo siguiera moviéndome sintiendo que me llenaba. Poco a poco fue perdiendo rigidez, hasta que abandono mi interior y una sensación cálida y húmeda se deslizó por mi muslos.
Nos pasamos la mañana jugueteando en la cama, tonteando como adolescentes, hasta que el hambre nos hizo levantarnos.
Estaba agachada, frente a la nevera abierta y sacando del cajón de las verduras algo con lo que hacer una ensalada. No le oí llegar, puso sus manos en mis caderas y sentí su verga erecta buscando la entrada de mi coño. Instintivamente, me contraje, y me susurró:
¿Qué no te gusta este pepino para la ensalada?.
Ronroneé como una gatita sintiéndolo entrar en mí. Cerré como pude la nevera y le respondí moviendo las caderas. Tomó mis pechos y empezó a follarme muy lentamente, como saboreándolo, y exclamó.
¡Pillarte así de sorpresa y echar un polvo en la cocina, era uno de mis sueños sexuales!.
Al poco se separó, me dio la vuelta, me sentó sobre el mármol, volvió a metermela y empezó a lamerme los pezones. El frio contacto de la dura piedra en el culo; su polla, igualmente dura pero caliente, llenandome el coño y su lengua, también cálida y húmeda, recorriendo mis pechos, me hicieron enloquecer. Perdí la noción de todo, no tenía conciencia de si ya me había corrido o todavía no; pero el placer me inundaba y me corrí (o me volví a correr) abrazándolo con brazos y piernas.
Quedamos inmóviles, unidos en un cuerpo a cuerpo que no dejaba un milímetro entre ambos, y con su polla palpitando en mi coño.
Quiero comértela.- Le susurré todavía presa de excitación.
Es toda tuya, amor. Respondió separándose de mi.
Cambiamos de lugar. Él se sentó sobre el marmol, ahora humedecido con mi sudor y mis flujos, y yo hundí mi cabeza entre sus muslos y su polla en mi boca.
Brillaba como un obelisco de marmol y sabía a coño, a sexo de mujer en celo. Se la chupaba rítmicamente, mientras Roberto acariciaba mi pelo y yo sus cojones.
Un espasmo, me indicó que iba a correrse y le estrangulé la base de la verga y la saqué de la boca. La inminente eyaculación se detuvo y unas gotas traslucidas aparecieron en la cúspide de su glande y me lancé a lamerlas con frunción. Recorrí con la lengua cada milímetro de su amoratado y henchido capullo.
Roberto gemía y deslicé su frenillo por la lengua, apuntando con su polla hacía mi boca abierta. No resistió más y su semen salió disparado inundando mi boca con su sabor. Seguí chupando y chupando, tragando todo lo que me daba hasta que su sexo perdió toda su firmeza.
Después de aquello quedamos ambos agotados para todo el resto del que había sido nuestro primer día de casados.
Capítulo 12: París
Viajábamos en tren (en coche cama del Talgo) y más por vicio que por apetencia me empeñé en echar un polvo en la litera de nuestro compartimiento.
Pretendí tumbar a Roberto boca arriba, empalarme en su polla y dejar que el traqueteo del tren hiciera el resto. Él no estaba muy participativo y sólo se dejaba hacer. El resultado fue un total fracaso: Acabé con dolor en las mandíbulas antes de conseguir que se le pusiera dura y, cuando lo logré casi se corre en mi boca; el espacio entre las literas era tan estrecho que no podía ponerme derecha e inclinada hacia delante estaba muy incómoda y mi cuerpo no oscilaba lo suficiente para sentir los movimientos de su polla en la vagina. Al final, se le aflojó y acabamos dejándolo.
Roberto se durmió y sola en mi litera terminé por masturbarme mecida por el tren.
Nos alojamos en uno de esos típicos hoteles parisinos que tienen enmoquetada hasta la tapa del retrete. Sabían que éramos una pareja de recién casados y se extrañaban de que no nos pasáramos los días metidos en la habitación; salíamos todos los días por la mañana de recorrido turístico y volvíamos bien entrada la tarde para ducharnos antes de ir a cenar.
Sólo se produjeron dos situaciones que recuerdo como especialmente excitantes.
Una mañana me desperté en medio de un sueño erótico y las humedades oníricas se hicieron reales. La almohada empapada de sudor y saliva en mi cara y las sábanas mojadas con cálida humedad de mi sexo me trajeron al mundo real. Me volví hacia Roberto y lo descubrí durmiendo boca arriba, emitiendo ronquidos intermitentes y con un abultamiento de la ropa de cama, como una carpa de circo, que señalaba la posición y el estado de su sexo.
Lentamente lo destapé y allí estaba mi amor, desnudo y mostrando la fuerza de su virilidad (de manera inconsciente, pero así es la naturaleza). Sin dudarlo un momento, lo cabalgué e hice que su verga entrara hasta el fondo de mi lubricada vagina. Él gimió sin despertarse; debía creer que era también un sueño como del yo acababa de despertar. Me movía arriba y abajo, y sentía en mi seno aumentar el grosor y la dureza de su miembro. Finalmente abrió los ojos, me miró como asombrado y preguntó todavía medio dormido.
¿Qué haces, Corina?.
No lo ves, tonto, follar contigo mientras dormías. - Le respondí, inclinándome sobre su torso y besándole con lujuria en la boca.
Se había despertado; nuestras lenguas se entrecruzaban y movía sus caderas haciendo entrar y salir su sexo del mío.
Seguimos haciendo el amor en esa postura, no me apetecía nada más que sentir su polla vibrar de placer dentro de mí coño. Percibí que llegaba el momento final para ambos y me enderecé de nuevo haciendo su penetración más profunda. Me eché hacia atrás, apoyando mis manos en la cama a la altura de sus pantorrillas y él gritó de placer. En esta postura, que obliga a flexionar su miembro hacia atrás, el roce con las paredes de mi vagina debe estimularle un punto especialmente sensible; pues siempre le pasa igual. Además le doy fácil acceso con sus manos a mi sexo y sus dedos acariciaron mi clítoris y su propio miembro (Roberto me ha confesado que las caricias en la polla mientras me folla le producen un gran placer) actuando como un disparador. Llegué al clímax, contraje mi vagina sobre su polla y el se corrió arqueando el cuerpo y elevándome en el aire de manera que su verga penetraba hasta el fondo de mi ser. Quedamos abrazados el uno sobre el otro y poco a poco me fui poniendo a su lado.
Roberto se levantó, entró en el baño y lo escuché canturrear, estaba contento. Le oía ducharse y afeitarse y en eso, asomó la cabeza y me dijo como si no hubiera pasado nada:
Buenos días, amor.
Seguía tarareando canciones (por cierto, lo hace fatal), salió del baño desnudo y me vió todavía tumbada en la cama.
Va, cariño. Que hemos de bajar a desayunar.- Me apremia.
No tengo ganas. Mientras te acicalabas, he llamado al servicio de habitaciones para que nos lo suban.
En eso llamaron a la puerta.
¿Quién es?. Pregunta Roberto.
Su desayuno, señor. Responde una voz masculina.
Se envolvió en una toalla para abrir la puerta y yo entré en el baño a ducharme.
Cuando volví a la habitación, Roberto me está esperando sentado en la cama frente a su bandeja y con la mía dispuesta para desayunar.
¿Has pedido chocolate?. Preguntó extrañado.
Sí amor, un capricho. Le respondí.
Íbamos comiendo mientras decidíamos que hacer. Al llevarme a la boca un bizcocho mojado en chocolate, unas gotas cayeron sobre mis pechos.
¿Me limpias, cariño?. Le pedí sugerentemente a Roberto, mientras que en mi mente el contacto del chocolate en la piel, untoso y tibio, me había recordado al del semen. Nuevamente estaba pensado en el sexo.
Roberto, sin responderme y como si leyera mis pensamientos, se inclinó sobre mis senos y me los limpió lentamente con la lengua jugueteando con mis pezones que empezaban ha endurecerse. Sin esfuerzo, me rendí a su iniciativa y me recosté sobre la cama, diciéndole.
Sigue, amor.
Roberto retiró las bandejas, y con su dedo índice escribió con el chocolate de mi taza sobre mi cuerpo: "Te quiero", de manera que la letra "o" encerraba mi sexo. Me miró tiernamente a la cara, me besó suavemente en los labios y empezó a borrar su mensaje de amor con la lengua y los labios, haciéndome vibrar con sus caricias. Al llegar a la última letra se detuvo y cambiado de posición colocándose entre mis piernas. Lentamente fue eliminando el círculo que señalaba mi sexo como si fuera el centro de una diana y acabó disparando el dardo de su lengua haciendo blanco. Como siempre, su maestría me llevó al paraíso, sentí el calor que trasmitían sus labios y el amor que destilaban sus caricias y gocé, gocé abandonándome al hombre que amo.
Abrazados de nuevo, sentía la vitalidad de su sexo anhelante de mis caricias. Así que, arrodillada entre sus piernas, embadurné su sexo con chocolate hasta convertirlo en un adorno fálico para una mona de Pascua que enseguida empecé a devorar ritualmente, como si comulgara. Primero descubrí de nuevo sus testículos ocultos bajo la pátina de chocolate; a continuación, mi lengua recorrió una y otra vez el negro obelisco de su verga erecta y finalmente estaba dispuesta para comerme el apetitoso bombón que lo remataba. Pero antes, mis manos moviendose arriba y abajo hicieron que brotara regueros blanquecinos que, resbalando sobre el fondo oscuro del chocolate, le daban a su glande un aspecto todavía más goloso que antes y lo tomé con mi boca, ansiosa de hacerlo gozar. Roberto no resistía más, y descargó llenándome de placer por el placer que veía en mi amor.
Me encanta el chocolate amargo; pero esta vez, el chocolate con leche estaba extraordinario.
La otra situación ocurrió paseando una noche a orillas del Sena. Bajo un puente, en la clandestinidad de una oscuridad casi total y sin que nada especial lo provocara, nos besamos apasionadamente. Roberto lentamente me fue llevando hacia la pared del muelle y se lanzó sobre mis pechos, mientras su mano bajo la falda buscaba mi sexo. Yo busqué el suyo y encontré un volcán en erupción.
Sus caricias, el lugar y la situación me excitaban tremendamente. Me soltó y agachándose su cabeza desapareció bajo mi falda. Me sacó las bragas y hundió su boca en mi sexo. Era una sensación extraordinaria ver correr el río mientras mi amor me comía el coño, escondidos del resto del mundo por las sombras de un puente de París. No paró hasta que me corrí, mordiéndome los labios para contener un grito y notando la humedad de mi sexo resbalándome por los muslos.
Se levantó de nuevo, me besó en la boca, levantó mi falta y el mismo abrió su bragueta, sacó su verga y me la clavó en la vagina empapada de flujos y de su saliva. La áspera y fría piedra rozaba mi trasero con cada envite de Roberto, que me follaba con golpes profundos y salvajes con un ritmo cada vez más enloquecido y a los que yo respondía con un gemido. Sostenida en el aire contra la pared, con mis piernas rodeando su cintura y abrazada a él nos corrimos los dos y tambaleándonos, caí quedando sentada en el suelo. Roberto, todavía de pie, jadeaba apoyado con ambas manos en la pared mientras de su polla, todavía erecta, caían las últimas gotas de esperma sobre mi cara.
Alargue los brazos, la tomé con mis manos y la guié hasta mis labios. Con un preciso movimiento de cadera la hizo entrar en mi boca y se la mamé alargando al máximo esos momentos de placer.
No paramos de besarnos durante todo el camino de regreso al hotel. Yo iba sin bragas, sintiendo el fresco de la noche en mi sexo todavía caliente y sudoroso y con restos de semen en la cara y en la ropa, con el regusto del sexo de mi amado todavía en mi boca.